Me gusta dominar 3

En este episodio continúo sometiendo a mis caprichos a Raquel. Un día bastante largo.

Para mi siguiente encuentro con Raquel había pensado estar un poco más “sádico” por así decirlo. En el garaje de mi casa preparé una especie de “sala de torturas” donde pondría en práctica algunas tácticas de sumisión que, definitivamente, me indicarían hasta donde podía llegar con ella.

Instalé varias argollas en el techo y comprobé que aguantaban perfectamente el peso de una persona. Si soportaban el mío con el de Raquel no iba haber ningún problema. Coloqué una alfombra grande bajo la zona de las argollas y preparé varias cintas y algún objeto que podría utilizar. Incluso instalé una pequeña cama y un cómodo sillón.

Decidí dejar la sesión para un sábado, porque si la cosa se desarrollaba como yo pensaba, la jornada iba a ser larga y ese día tendríamos todo el tiempo del mundo, incluso podríamos empalmar con el domingo.

Para que no hubiese problemas de agenda, avisé a Raquel la fecha de nuestra reunión el miércoles, recomendándole que trajese ropa para dos días y que avisase en casa que a lo mejor se liaba el día y no regresaría hasta el domingo por la tarde. Lo que dijese en su casa era problema suyo. La cité para las once de la mañana.

Ese sábado me levanté como una moto. Me di una buena ducha y tras mi café de rigor bajé al garaje a comprobar que todo estaba como yo quería. A las once menos cinco sonó el timbre y fui a abrirle.

Venía como siempre, con esa cara de rabia y ese estilo de vestir tan poco erótico. Sin embargo, me dio la impresión de que su sonrisa de saludo escondía una mezcla de deseo e incertidumbre por lo que iba a pasar aquel día. Le indiqué que subiese a la habitación de invitados que dejase allí sus cosas, que se desnudase y que se pusiese los zapatos de tacón que previamente había dejado allí. Esperé por un instante y fui hasta la habitación. Ya estaba desnuda y estaba colocando la ropa que traía puesta. Cuando me vio a entrar fue a por los zapatos y se los puso rápidamente. Como cambiaba con ellos. Le pregunté por las prendas que se había llevado y me las dio dentro de una pequeña bolsita.

Cogí un pañuelo y le vendé los ojos. Mientras lo hacía me dio la sensación que un escalofrío había recorrido su cuerpo. Se le notaba que había más entrega que en anteriores ocasiones. Atrapé sus muñecas y las coloqué juntas, a su espalda. Le coloqué unas esposas que tenía. Me separé un poco y la miré. Así, esposada y con los ojos vendados, daba un aspecto de sumisión total que estaba haciendo estragos en mi entrepierna. La agarré del brazo y la acompañé hasta el garaje. La dejé en el centro de la sala, encendí todas las luces que había dispuesto y me quedé observándola, en silencio.

Luego empecé a caminar alrededor suyo, acercándome pero sin llegar ni tan siquiera rozarla. Ella notaba mi presencia y parecía como si quisiera intuir mi posición. Empezaba a estar un poco desconcertada. Me paré enfrente de ella y con mi mano agarré uno de sus pechos. Se lo estuve sobando y acabé pellizcando el pezón. Otro escalofrío. Después hice la misma operación pero a dos manos, con sus dos tetas, siempre acabando en un pellizco que se iba haciendo más fuerte cada vez. Bajé mi mano a su coño y se lo apreté. Sin estar mojado se empezaba a notar una cierta humedad en sus bajos que me indicaron que podíamos seguir.

Pasé unas cuerdas por las argollas y lo preparé todo para continuar con mi plan. El notar mis movimientos por la sala sin saber lo que estaba haciendo parecieron poner un poco nerviosa a Raquel. Seguro que su cabeza no dejaba de dar vueltas intentando adivinar qué estaba haciendo yo.

R- Qué estás haciendo?

Y- Te he dado permiso para abrir la boca.

Se lo dije de forma despectiva, así que no volvió a decirme nada. Le coloqué unas correas en las muñecas y las enganché con las cuerdas.

Y- No quiero oír ni un solo quejido.

Tiré de las cuerdas y la fui colocando hasta que conseguí que quedase con los brazos en alto, toda estirada. Cuando noto la tirantez de su cuerpo comenzó a temblar ligeramente. Seguro que por su cabeza pasó la posibilidad de sufrir las más oscuras depravaciones pero, a pesar de que no tenía tapada la boca, no dijo nada.

Me quedé mirándola un momento. La escena era fabulosa. Suspendida del techo, con los ojos vendados, aquellos tacones y esa mezcla de temor e impaciencia a lo que podía suceder configuraban una estampa morbosísima, que hacía que mi polla estuviese a punto de romper el pantalón.

Me acerqué y quise comprobar su grado de excitación. Agarré su coño con fuerza y empapó mi mano. Iba bien. Continué masajeándole la zona, centrándome en su clítoris, el cual comencé a frotar insistentemente. Ella soltaba gemiditos y me fijé que sus pezones, ya de por sí bastante grandes, se habían puesto de un tamaño aún mayor. Pellizqué uno de ellos y lo retorcí con fuerza.

Y- Ni se te ocurra correrte hasta que yo te de permiso.

Su cuerpo se tensó un poco, supongo que para retrasar su orgasmo, y yo seguí con mi trabajo en sus bajos. Seguí dándole fuerte a su clítoris pero al mismo tiempo le introduje dos dedos. Seguía soltando gemidos pero sin llegar a correrse. Mantuve mis dedos en su coño y con la otra mano agarré su melena y acerqué mi boca a su oreja. Comencé a preguntarle:

Y- Te gusta, puta.

R- Síííí.

Le pasé la lengua por su oreja, lamiéndola, chupándola.

Y- Dime cuánto te está gustando.

R- Mucho.

Y- Dime que eres para mí.

R- Soy tu puta.

Yo seguía dándole con mis dedos.

Y- Córrete, zorra. Puedes correrte.

Y se corrió, vaya si se corrió. Empezó a convulsionar  y a soltar grititos durante un minuto, más o menos. Yo, mientras, no dejaba de mover mis dedos dentro de ella y hubo un momento que hasta creí que me los partía. Por fin paró y yo saqué mi mano. No tenía fuerzas en las piernas y gracias a que estaba atada al techo no se cayó al suelo. Sus pies no eran el apoyo que hasta ahora habían sido. Me encantaba esa imagen.

Decidí continuar enseguida, sin darle tiempo a reponerse, y volví a la carga. Coloqué una mano delante y otra detrás. Volví a su clítoris y pegó un respingo.

R- Por favor, todavía no.

Con la otra mano solté un azote que estalló en la estancia. Evidentemente no le hice caso. Seguí masajeándole el coño con mi mano izquierda y a cada gesto negativo por su parte, yo le correspondía con otra palmada en sus nalgas. Cuando comenzó a suspirar otra vez, volví a meterle, esta vez un dedo en su vagina, lo más adentro que pude, haciéndolo rotar por su interior. Por otro lado, me eché saliva en el dedo corazón de la otra mano y sin más se lo metí en el culo. Comencé un trabajo a dos manos, metiendo y sacando los dedos de sus agujeros con rapidez. Se volvió a correr enseguida. No fue tan espectacular como la anterior, pero quedó todavía más exhausta que antes. Saqué mis dedos de ella y se los acerqué a la boca.

Y- Límpialos. Eres una puta zorra que no aprende. Quién te dio permiso para correrte. Ya te digo que estoy muy decepcionado y que voy a castigar tu desobediencia.

Como tenía mis dedos en su boca no dijo nada. Cuando se los aparté atinó a decir:

R- Perdóname. No sabía que no podía correrme. Por favor, perdóname.

Ahora ya no había rabia en su tono, sólo era una súplica con una voz que denotaba sumisión. Me quedé en silencio.

R- Por favor, suéltame. Me duelen mucho los brazos.

Otra vez había pasado de la sumisión a la petición. Me cabreó bastante. Sin pensarlo, a pesar que esto no entraba en mis planes, le solté una bofetada, sin violencia, pero humillante.

La verdad es que tenía pensado soltarla o por lo menos atarla con los brazos abajo, pero me molestó tanto la petición que la dejé como estaba.

Y- Parece que no acabas de entender cuál es tu papel. Estás aquí para ser una puta zorra sumisa a mis órdenes. Lo único que tienes que hacer es obedecer. Si lo haces bien todo irá bien, si lo haces mal recibirás los castigos que yo considere oportuno. Ahí te quedas.

Y me fui. Dejándola atada en aquel garaje. Me pareció que iba a decir algo pero se lo debió pensar y no dijo nada. Subí a la parte alta de la casa. Tenía una calentura del demonio. Mi polla estaba muy, muy dura. Me metí una ducha con agua casi fría pero la erección permanecía. Tranquilo, me dije a mí mismo. Me puse unos pantalones cortos de deporte y volví para abajo.

Raquel se había incorporado un poco, volviendo a apoyar los pies en el suelo. Supongo que los brazos la estarían matando. Notó mi llegada pero no abrió la boca. Coloqué una mesa delante de ella. Puse una manta encima de la mesa y me dispuse a atarle los tobillos a sus patas. Aflojé la cuerda del techo y la empujé hacia adelante. A continuación sujeté las correas que tenía en las muñecas a las otras patas de la mesa. Admiré la estampa. Si tenerla atada al techo había sido una imagen excitante, el tenerla atada a aquella mesa con su boca y culo expuestos y ofrecidos era mucho mejor. Me puse detrás de ella y le solté un buen azote.

Y- Estás dispuesta a continuar?

R- Sí, señor.

Eso sí que me había sorprendido. Había dicho señor de la forma más sumisa posible. Pensé que, mientras se había quedado sola, habría pensado que era mejor hacerlo así. Le solté otro azote en las nalgas.

Y- Bien, zorrita. Ese es el camino.

Pasé mi mano por su espalda, suave, y otra palmada en el culo. Palpé su coño y estaba todo mojado. Metí un dedo y ni se inmutó. Se lo saqué del coño e inmediatamente se lo introduje en el culo. Como tampoco noté ninguna reacción volví a su coño y le metí dos dedos que enseguida saqué y fueron directos a su ano. Gracias a sus propios líquidos entraron hasta el fondo y ahí sí que pegó un saltito. Comencé un lento mete y saca con ellos. Mi polla estaba a punto de reventar. Hasta yo mismo estaba alucinado de lo que estaba reprimiendo mi propio placer físico pero la satisfacción mental que estaba experimentando me hacía aguantar.

Pero ya estaba bien. Me despojé del pantalón y me puse delante de su cara. Agarré mi polla y empecé a pasársela por el rostro. Ella levantó un poco la cabeza e intentó lamérmela. Se lo permití. Comenzó a darme lengüetazos por donde podía. Yo seguía pasando mi miembro por su rostro hasta que cogiendo con mis dos manos su cabeza apunté directamente a su boca que ella abrió rápidamente. Se la metí hasta el fondo, hasta que noté que su nariz chocaba con mi cuerpo, la mantuve ahí un instante y la saqué de golpe. Empezó a soltar tosecitas como si se hubiese atragantado. Cuando paró, volví a introducírsela, otra vez hasta el fondo y comencé un violento mete y saca follándome su boca. Paraba un instante, se la metía hasta el fondo y vuelta a la follada. Estaba a punto de explotar y me detuve. Volví a pasar mi rabo por toda su cara, llenándola de mis líquidos pre seminales. A estas alturas su cara era un poema; todo el maquillaje corrido incluido el rímel que ya estaba por todo su rostro. No aguanté más. La agarré por el pelo y levantando un poco su cabeza le eché toda mi leche por la cara. Fue una corrida abundante. Cuando paré, quedé mirando mi obra. Estaba llena de semen que le empezaba a gotear. Ella estaba quieta, con la boca cerrada. Cogí una toalla y la limpié un poco.

Solté sus ataduras y le ayudé a ponerse en pie. Le costó. Le agarré por la cintura y le ayudé a subir. La llevé al baño, le quité los zapatos y la introduje en la bañera. Le dije que se sentase y abrí el agua acercándole la alcachofa de la ducha.

Y- Pégate una buena ducha. Luego vienes al salón.

La verdad es que se pegó una buena ducha. Estuvo largo tiempo bajo el agua. Yo, mientras tanto, estuve preparando algo para picar puesto que ya se había pasado la hora de comer y tenía algo de hambre. Acerqué mi comida al salón y en una bandeja le llevé la suya a la habitación donde se había cambiado. Como tardaba en salir del baño, yo empecé a comer. Al poco tiempo salió ella y se sorprendió al verme comiendo.

Y- Qué tal estás?

R- Bien, algo cansada pero más tranquila.

Y- Te he dejado algo de comer en la habitación. Come y luego échate un rato a descansar: Cuando despiertes vienes y ya te doy las siguientes órdenes. Si tardas mucho te despertaré yo, a mi manera.

R- Puedo comer aquí contigo?

Y- No, vete a la habitación.

Iba a decir algo más pero se contuvo y se encaminó hacia la habitación. Acabé con mi comida y puse un poco la tele para pasar el rato. Puse el despertador para una hora después y me dispuse para una siestecita reparadora.

Sonó el reloj y desperté enseguida. Con una horita de siesta se queda uno como nuevo. Me levanté y fui hasta la habitación donde estaba Raquel. Abrí un poco la puerta y allí estaba, tumbada en la cama y soñando con los angelitos o con los demonios según se mire. Le dejé dormir un poco más; mi idea era que la tarde-noche iba a ser fuertecita.

Me fui para la ducha. Me quedé fresco pero con una calentura interior importante. Mi mente sólo pensaba en lo que íbamos a hacer luego. Me sequé y desnudo como estaba me volví al salón. Me puse una copa y casi al momento apareció ella por la puerta.

R- Hola. Ya estoy aquí.

Y- Ya veo. Espero que hayas descansado un poco, nos queda mucho que hacer. Si quieres algo de la cocina, vas y lo coges. Luego péinate y maquíllate para mí. Ponte los zapatos y vuelves.

En menos de media hora estaba de vuelta. Por primera vez, me pareció que venía dispuesta a todo, entregada totalmente.

R- Tú dirás.

Y- Qué pasó con el Señor?. Ya se nos ha olvidado. Vete para mi habitación y quédate al lado de la cama.

Dio media vuelta y se dirigió a mi cuarto. Yo apuré mi copa y fui tras ella. Cuando entré en la habitación ella estaba de pie, al lado de mi cama, inmóvil. Me acerqué a ella y le di un pequeño azote, mientras le decía al oído:

Y- Preparada?

R- Sí, Señor.

Me tumbé en la cama y volví a mirarla. Me dio la impresión de que esta vez ella también quería sexo. Se le notaba expectante, como excitada.

Y- Lámeme todo el cuerpo. No dejes nada.

Había pensado sujetarle las manos a la espalda pero decidí dejarla libre para ver como actuaba. Vino hacia mí a gatas y comenzó a besarme y a lamerme el pecho, luego subió hacia mi cuello y estuvo lamiendo y chupando. De repente, acercó su boca a la mía. Reaccioné agarrándola por el pelo y apartándola hacia atrás.

Y- Qué haces? Te he dicho el cuerpo.

En su cara apareció un gesto de decepción pero volvió a la faena. Se centró en mis tetillas, chupándolas y dándole rápidos lengüetazos. Luego bajó por mi vientre y se entretuvo en la zona de mi pubis. Le dio un besito a mi polla, que comenzaba a endurecerse, y bajó por los muslos. Se colocó entre mis piernas y empezó a trabajarlos por su parte interna. Parecía que estaba disfrutando con lo que hacía. Se incorporó un poco y hizo ademán de acercarse a la zona de mi sexo. La paré.

Y- Cómeme los pies.

No le gustó mucho la idea pero al levantar mis piernas hacia su cara comenzó a lamer mi pie derecho. Lo hacía con demasiada delicadeza, casi me hacía sentir más cosquillas que placer.

Y- Chúpamelo, métetelo en la boca, como si fuese una polla.

Comenzó a chupar despacito y cuando tenía el dedo gordo en posición, empujé con mi pierna, indicándole que se lo metiese del todo. Me chupó el dedo con ganas, parecía que se estaba comiendo una polla pequeña. Cuando lo sacaba de la boca aprovechaba y chupaba los otros dedos. Me apetecía meterle el pie entero en la boca pero pensé que lo haría en otro momento. Mi polla ya estaba dura y requería de alguna atención.

Sin decirle nada, le señalé mi miembro e inmediatamente se puso a la faena. Comenzó lamiéndome el rabo, desde abajo y al llegar al glande le daba besitos y jugaba con su lengua. Agarró mi polla pero le hice un gesto y la soltó. Sólo podía utilizar la boca. Se inclinó un poco más y bajó a mis pelotas. Las besó, lamió y hasta se introdujo una en la boca. Volvió a mi pene y se lo metió en la boca, hasta el fondo y comenzó una mamada con muchas ganas. Se le notaba a gusto, como sintiéndose bien teniendo “sexo convencional” e intentando demostrarme que lo podíamos pasar bien así. Así que decidí que aquello había acabado.

La paré y le dije que se pusiese a cuatro patas. Me incorporé y me puse tras ella. Le pasé la mano por la entrepierna y estaba mojada. Le acerqué mi polla a su coño, rozándoselo. Empujé su cabeza contra la cama y atraje sus manos hacia su espalda. Seguía acariciándole el coño con mi polla, como preparando la penetración; incluso llegué a meter un poquito de mi capullo en su interior. Ella tenía cerrados los ojos como esperando que la poseyera, que lo estaba deseando. Entonces cogí las correas de las muñecas e inmovilicé sus manos a su espalda.

Abrió los ojos con gesto de sorpresa. En su mirada reflejaba la decepción que sentía. Creo que había pensado en un polvo normal, sin ataduras ni órdenes. Se había equivocado. Le di la vuelta. Me miró de nuevo con esa cara de rabia que tanto me ponía. Creo que si ella supiese el morbo que me daba esa mirada jamás la habría puesto. Levanté y abrí sus piernas y se las até a la cabecera de la cama de forma que quedó totalmente expuesta a mí. Acerqué de nuevo mi polla a la entrada de su coño y se lo empecé a pasar de arriba abajo, dándole de vez en cuando golpes con ella encima de su clítoris.

Y- Qué pasa, puta? A lo mejor te habías hecho la idea de follar normalmente. No podemos. Tú no eres mi amante, eres mi puta esclava, dispuesta a obedecerme en todo y a hacer lo que yo quiera. Entiendes, zorra?

R- Sí.

Y- Sí, qué?

R- Sí, Señor.

Y- Qué eres?

R- Su puta esclava.

Y- Bien, así me gusta.

Casi sin acabar la frase, le metí la polla hasta el fondo hasta que sus nalgas chocaron con mi cuerpo. La saqué y mirándole a los ojos, continué preguntándole.

Y- Qué eres?

R- Una puta zorra a tu disposición.

Se la volví a meter con fuerza, hasta con rabia. La saqué y volví a introducirla. Esta vez me quedé dentro de ella un instante, parado. Volví hacia atrás y comencé un violento mete y saca, muy profundo. El morbo de la escena iba a hacer que, si no paraba, me corriese enseguida, así que me detuve. Me levanté de la cama y tomé un poco de aire. Me agarré la polla y se la acerqué a la boca. La abrió y se la introduje. Se la metía y sacaba, dándole de vez en cuando golpes con ella en su cara. Me estaba poniendo muchísimo aquella situación. Decidí averiguar hasta donde la tenía sometida.

Y- Te gusta mi rabo, puta?

R- Me encanta.

Y- Alguna vez habías disfrutado tanto de una polla?

R- No, Señor.

Y- Y qué querría mi puta ahora mismo?

R- Que mi Señor lo estuviese pasando bien y que se corriese.

Y- Deseo concedido.

Agarré su cara y metiéndole la polla en la boca comencé a follarla. No tardé mucho en correrme y al hacerlo, la saqué y esparcí toda mi corrida por su cara. No hizo falta decirle que me la limpiara, pues ella afanosamente empezó a pasar la lengua por mi capullo y se la volvió a meter en la boca para dejarla perfecta. Pasé mis dedos por su cara y cogiendo restos de mi corrida se los introduje en la boca para que me los limpiara. Los chupó con ganas. Me salí de la cama, la miré un momento y me fui.

Encendí un cigarro y me senté a descansar un poco. Me lo estaba pasando de miedo con aquella zorra. Me acerqué hasta la puerta de la habitación y me quedé contemplando la escena. Allí estaba, atada de piernas a la cama con sus brazos inmovilizados a la espalda y con mis restos de la corrida por toda la cara. Tenía los ojos cerrados y no se había percatado de mi presencia. Los abrió y al verme me dijo:

R- Por favor, suéltame los brazos que los tengo dormidos.

Tenía razón, el peso de su cuerpo sobre sus brazos habrían hecho que se le durmiesen. Le solté la atadura pero ahora se los até a la cabecera de la cama, en cruz. Agarré su pecho izquierdo y le apreté el pezón. Pasé mi mano por su otra teta, por su vientre y palpé el coño; seguía mojado. Se lo acaricié durante un ratito. Paré, me levanté y volví a dejarla en la habitación.

La dejé allí sola como una media hora. Cogí de la nevera una botella de cava y fui para la habitación. Estaba mirando al techo, como ida. Me senté a su lado, en el borde de la cama y comencé a masajearle los pechos. Se los amasé un poco y le puse la botella sobre ellos. Al notar el frío contacto con el cristal pegó un bote y los pezones se le pusieron muy duros. Seguí pasando la botella por sus costillas; se retorcía intentando evitar el contacto. Esto me estaba dando una idea. Fui a la cocina y cogí un cuenco con cubitos de hielo. Volví a mi sitio y cogí un cubito y empecé a pasárselo por un pezón, rodeándolo. Ella continuaba con sus movimientos al sentir el frio contacto del hielo. Bajé con el cubito hasta su ombligo y luego hasta su pubis. Me entretuve un poco en esa zona hasta que comencé a pasárselo por su clítoris. Esta vez el salto fue más notable; arqueó el cuerpo como intentándose liberar de aquella “tortura”. Pasaba del clítoris a la entrada de su cueva y otra vez a su ahora inflamado botón. Después de un rato de tratamiento y cuando el hielo había perdido algo de dureza, se lo introduje en el coño. Lo empujé con el dedo para que entrase más. Además del movimiento, esta vez soltó un gemido que denotaba mucho gusto. Me quedé mirando de cerca su coño y veía como sus labios hacían movimientos para sacarse el hielo. Al fin cayó. Lo recogí y cogiendo otro se lo pasé por sus labios, forzando para que lo chupase y no lo lamiese solamente. Cuando ya lo había chupado lo suficiente volví a llevármelo hasta su vagina y se lo metí. Introduje dos dedos y así conseguí que no se le saliese. Empecé a mover los dedos, primero con un movimiento de rotación y luego con un ligero mete y saca. Empezó a jadear y a dar muestras de su próximo orgasmo. Pensé cortárselo pero decidí dejar que explotase. Y lo hizo. Tuvo un orgasmo muy intenso y con varias convulsiones. Cuando quedó quieta, saqué mis dedos y el hielo se vino detrás, mucho más pequeño que cuando entró.

Abrí la botella de cava.

Y- Tienes sed?

R- Sí, mucha.

Puse la botella a unos veinte centímetros de su boca y comencé a derramarlo. Abrió la boca y se dispuso a recibir el gaseoso líquido. La altura del chorro y la cantidad que yo le echaba hicieron que no fuese capaz de tragarlo todo y se atragantó y empezó a toser mientras yo todavía le echaba un poco más. El cava le resbalaba por la cara e incluso parte de él bajó hasta su pecho.

Y- Quieres más?

R- No.

Y- No, qué?

R- No, Señor. Gracias.

Le pegué un buen trago y lo mantuve en mi boca. Me acerqué a una teta y comencé a comerle el pezón mientras el cava se desparramaba por su cuerpo. Luego volví a llenar mi boca y agarrándola por la mandíbula le dije:

Y- Abre la boca.

La abrió y yo solté el líquido dentro de ella. Lo tragó. Le metí un buen trago y aprovechando la humedad de su boca, le metí la polla que a estas alturas volvía a estar muy dura. Dejé que me la chupase un rato. Luego me puse en cuclillas encima de su cara y le ofrecí mis huevos para chupar: Lamía y chupaba con ganas. De vez en cuando le ofrecía mi polla y se la metía en la boca, una o dos veces. Me agarré la polla y le dije:

Y- Hazme una buena comida de culo. Las zorras tienen que comer muy bien los culos. Es para lo que valéis.

Sacó la lengua y empezó a trabajarme el ojete. Me estaba gustando pero la postura comenzaba a cansarme así que me senté en su cara con mi culo a la altura de su boca. Creí que iba a parar pero no, su lengua seguía moviéndose y, a pesar de la presión contra su cara, se esforzó bastante en que yo notara su labor.

Con el trabajito en cuestión mi excitación ya era insoportable. Me levanté y me puse entre sus piernas. Le agarré por los tobillos e incliné hacia adelante un poco más sus piernas; apunté mi polla a su coño y se la metí de golpe. Comencé a follarla con ganas. Ella gemía y cuando sus suspiros se hicieron más intensos se la saqué y de un solo viaje se la metí en el culo, hasta el fondo. Lanzó un quejido y tensó las piernas hacia abajo, pero como la tenía agarrada por los tobillos, no pudo hacer nada. Seguí follándole el culo, a momentos muy rápido y a momentos despacio, deleitándome en la penetración. Raquel ya no se quejaba, más bien comenzaba a gozar, pero yo no aguantaba más y me corrí en su recto. Me vacié por completo. Quedé acoplado a ella mientras me relajaba del bestial orgasmo que había tenido. Luego la saqué y la desaté. Me tumbé en la cama.

Y- Ya sabes lo que tienes que hacer ahora.

Se arrodilló y me limpió la polla.

Y- Si tienes ganas de correrte puedes masturbarte, pero ahí de pie que yo te vea.

Se incorporó y metió su mano entre las piernas y comenzó a frotarse el coño con rabia. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Y se corrió. Creí que se caía porque las piernas hicieron amago de doblarse. Apoyó una mano en la cama y se mantuvo en pie.

Y- Puedes ir a ducharte.

Se metió en el baño mientras yo me dejaba caer en el sofá, exhausto. Al poco tiempo apareció por el salón, terminándose de secar.

R- Qué vamos a hacer ahora?

Como ya era bastante tarde pensé que era mejor que se quedase a dormir.

Y- Si quieres puedes quedarte a dormir y mañana seguimos con la cuarta sesión; o puedes irte para casa y lo dejamos para otro día. Eso sí, si te quedas ten clarito que seguirás siendo mi esclava mientras estés en esta casa. Lo más que te concedo es contar como sesión distinta la de mañana.

R- Me quedo.

Y- Bien. Acaba de secarte y ponte una camiseta o lo que encuentres por ahí. Luego puedes ir a la cocina y prepararte algo de cenar. Después puedes venir para el salón.

R- Puedo traer la cena para aquí?

Y- Puedes.

Quise darle un aire de tranquilidad al tema. Habíamos tenido un día bastante “movidito” y pensé que era bueno relajar la cosa. Mientras ella acababa en el baño, me preparé un tentempié y me fui para la sala. Al cabo de un buen rato llegó ella con una bandeja con leche caliente y unas galletas. Se sentó en la mesa a cenar. Se había puesto una camiseta mía que por supuesto le quedaba bastante holgada e iba descalza. Mientras se tomaba su cena no hizo ningún comentario, simplemente cenaba. Aunque yo tenía la televisión puesta no le estaba haciendo el menor caso; me quedé mirándola como intentando descubrir qué se le estaría pasando por la cabeza. Alguna vez levantó su mirada hacia mí y se percató de mis miradas, pero no dijo nada.

Cuando acabó con su cena, llevó la bandeja para la cocina y al entrar en la sala de nuevo me dijo.

R- Bien. Y ahora qué hacemos.

Y- Pues tienes varias opciones. Te puedes ir a la cama a descansar que mañana será otro día duro para ti o te puedes quedar. Puedes ver la tele un rato o si quieres me cuentas que piensas de lo que estás haciendo.

R- Prefiero ver la tele un rato.

Fue a sentarse en el sofá, a mi lado. La detuve.

Y- Puedes sentarte en el suelo; si quieres te apoyas en el sofá, pero en el suelo.

Se quedó parada. No esperaba esa reacción por mi parte. Seguro que pensó que íbamos a estar como dos amigos viendo la tele. Se equivocó. No obstante, y tras ese momento de duda, se sentó en el suelo justo debajo de mí. Yo seguía desnudo y tenía mi polla apenas a veinte centímetros de su cabeza. Se me pasaron por la cabeza mil cosas para hacerle en ese momento pero decidí seguir con la relajación.

De repente, se volvió hacia mí.

R- Puedo hablar contigo sin miedo a que te enfades.

Y- Como mi zorra sumisa no, no puedes, pero te doy quince minutos de libertad. Aprovecha bien el tiempo porque a partir de ahí no podrás hacer nada sin mi permiso.

Dio media vuelta y se sentó frente a mí. Pensé que se iba a levantar pero se quedó en el suelo.

R- Nunca pensé que pudieses llegar a ser tan cabrón. Siempre creí que eras un tío legal, un caballero. Incluso alguna vez pensé en enrollarme contigo. Pero he conocido al cabrón que llevas dentro y no me gusta.

Y- Estás segura de que no te gusta?

R- Segurísima. A veces te tengo un odio descomunal.

Y- Y las otras veces?

R- Da igual. Eres un cerdo.

Y- Mira, bonita. Yo no estoy teniendo relaciones sexuales contigo, simplemente me estoy cobrando un trabajo; eso creo que te lo dejé claro. No te he obligado en ningún momento a obedecerme, lo haces para pagarme esa deuda. Esto es un tema consensuado entre los dos. Por otro lado, no sé si los mierdas con los que te acuestas habrán sabido hacerte gozar como lo has hecho hoy, por ejemplo. Deberías dejarte de gilipolleces y disfrutar.

R- Pero podríamos hacerlo como una pareja normal.

Y- Ya te dije en su día que esa faceta la tengo cubierta y con hembras mucho mejores que tú. Para mí no eres más que una puta zorra que hace lo que le digo y bastante bueno estoy siendo contigo que te permito que goces. Lo normal sería justo lo contrario, joderte y no permitir ningún disfrute por tu parte.

R- Déjalo. No me entiendes.

Y- Claro que te entiendo. La que no entiende nada eres tú. Estás haciendo esto para saber cosas de un cabrón que seguro que después de follarte se marcha a su casita con su mujer. Ese sí que te trata como a un objeto. Pero él te miente y yo no.

Con ese comentario la dejé petrificada. Sabía que yo tenía razón, pero algunas mujeres cuando se enamoran se obsesionan y hacen demasiadas tonterías.

Y- Se te está acabando el tiempo. Algo más?

R- No. Sigo pensando que eres un cabrón.

Y- Y tú una puta sumisa a la que le gusta que le den caña por todos lados. Cuando reconozcas eso, seguro que te va a ir mejor. Te aseguro que el próximo que te pille va a disfrutar mucho contigo, si te desinhibes y le haces saber lo sumisa que eres lo vais a pasar muy bien.

Esta reflexión la dejó cabizbaja. Creo que empezaba a gustarle el rol de sumisa pero el orgullo mal utilizado no le permitía aceptarlo. Decidí volverla al “mundo sumiso”.

Y- Se te acabó el tiempo. Desnúdate y ponme la polla a tono, sin prisa.

Esto le volvió a descolocar bastante. Seguramente había pensado que hasta mañana se había acabado su papel, pero en eso consiste el arte de someter. Se quitó la camiseta y se acercó a mi rabo que había dejado de estar en reposo. Lo agarró con su mano y empezó a darle besitos, a lamerlo. Comenzó a masajearlo de arriba abajo y a darme con la lengua en el capullo. No le costó mucho ponérmela a tope. Una vez más, la situación, sobre todo tras la conversación que habíamos tenido, me estaba resultando muy morbosa. Yo estaba sentado en el sofá con las piernas abiertas y ella de rodillas entre ellas.

Y- Para adentro.

Y se puso a comérmela, profundo. Empezó a acelerar sus movimientos como para acabar pronto.

Y- Despacio, zorrita. Esta vez quiero que sea suave.

Ralentizó la mamada. Yo me encontraba muy a gusto. La veía tan sometida que me encontraba en una de mis mejores experiencias. La verdad es que no pensé nunca que podría utilizarla de aquella manera, pero la vida te da sorpresas. Decidí darle un toque más a su sumisión y empecé a acariciarle la cabeza como si fuera una perrita.

Y- Que bien me la come mi perrita. Que perra buena tengo. Te gusta el caramelo, perrita?

No hizo caso a mi pregunta así que le agarré del pelo, separándola de mi polla y le hice mirarme a la cara.

Y- Te he hecho una pregunta.

R- Sí, me encanta el caramelo.

Y- Sigue entonces, perrita buena.

Y volvió a la tarea. De vez en cuando levantaba la vista hacia mí.

Y- No me mires, zorra. Chupa y no me mires.

Bajó la vista y siguió con la faena. Toda la escena me había puesto en una situación límite así que note que me iba a correr.

Y- Me voy a correr. Pajéame y deja que caiga donde quiera. Luego ya lo limpias con la lengua.

La sacó de la boca y comenzó a masturbarme, muy rápido. Me corrí, y a pesar del día que llevaba, solté bastante leche que fue a parar a mi tripa y a mi pubis. Mientras me corría ella seguía dándole por lo que su mano también quedó bastante pringosa. Cuando me recuperé un poco le dije:

Y- Primero tu mano. Lámela bien hasta que no quede ni una gota y luego límpiame bien a mí.

Acercó su mano a la boca y sacó la lengua. Estuvo lamiendo un rato hasta que no quedaba ningún resto. Luego se acerco a mi tripa y succionó los goterones que allí se habían depositado. Después a mi pubis donde repitió la misma operación. Y al final, mi polla que lamió y chupó hasta dejarla completamente seca. Me miró a la cara y vi que tenía restos de semen cerca de la boca; le hice una indicación y se pasó los dedos y los chupó para limpiarlos, luego sacó la lengua y se relamió un poco, todo esto sin dejar de mirarme.

Y- Ves como si quieres eres una buena zorra. Es tarde y yo me voy a dormir. A partir de las nueve puedes venir a despertarme con una buena mamada; hay que empezar bien el día. Si a partir de esa hora despierto antes que tú, ya te levanto yo y seguro que el día todavía empieza mejor. Puedes quedarte un rato o irte a dormir. Hasta mañana.

Me levanté y me fui directo para la habitación. Estaba reventado. Puse el despertador a las nueve y media y apagué la luz con intención de dormirme ya. Escuché como Raquel se metía en su cuarto. Seguro que iba pensando en lo que le tocaría mañana, pero creo que ya estaba más preparada para lo que fuese a ocurrir.