Me follo a una lectora

En este relato fantaseo con lo que haría a una lectora, basándome en los correos que hemos intercambiado estas últimas horas.

Este relato está especialmente dedicado a una lectora muy querida y apasionada.

Mi querida Flor, hoy vas a tener la mejor noche de tu vida. Te estoy esperando en casa, sabiendo que cuando llegues nos comeremos el uno al otro. Voy totalmente vestido, con un pantalón vaquero y una camiseta negra. Quiero que seas tú quien me desvista y descubra poco a poco cada rincón de mi cuerpo.

Por fin, suena el timbre. Abro la puerta y ahí estás, a mi entera disposición. Tan solo veo una gabardina marrón cerrada, me pregunto qué habrá debajo. Tus largos cabellos castaños reposan sobre el hombro. Me miras como si fuera tu primera comida en meses, aunque en cierto modo así es. Sin pensarlo dos veces, abres el largo abrigo, dejándolo caer sobre el suelo. Por lo que veo, sabías a lo que venías. No llevas más que un pequeño conjunto de encaje negro, a través del cual veo los pezones que coronan tus enormes pechos. Llevo todo el día pensando una sola cosa: quiero devorarte.

Ansioso, rodeo tu cintura con mis brazos y comienzo a besarte. Es un beso tierno, largo, apasionado. Memorizo la forma perfecta de tus labios. Cierro la puerta a tu espalda, llegó la hora de buscar una ubicación mejor. En ningún momento dejo de saborear tu saliva ni de frotar nuestras lenguas. Simplemente me dedico a conducirte por la casa. Allá donde pasamos nos chocamos con algo. Si hay una pared, te pongo contra ella. Igual con estanterías o muebles. Quiero llevarte al dormitorio, pero el ansia me puede. Me conformo con posarte sobre la mesa del salón, tumbada con las piernas abiertas. Te sigo besando, cada vez con más pasión y menos delicadeza. La mano izquierda sujeta tu cabeza sobre la madera, pero la derecha es más traviesa. Esta busca debajo de tu ropa interior, repasa tu rajita y te masajea suavemente con los dedos. Estás muy mojada, parece que venías preparada de casa. La primera vez que mi boca se separa de la tuya es para hacerte saber de la humedad. Cojo tres dedos y te los introduzco dentro de la boca. Tú te dedicas a saborear el néctar de tu sexo; cuando has probado bastante, vuelves a besarme. Así, descubro lo que quiero hacer ahora.

Voy bajando, posando mis labios en cada parte de tu hermoso cuerpo. Beso lentamente tu cuello; me detengo a cada centímetro, porque sé lo mucho que te excita. Sigo bajando mientras desabrochas el sujetador, lo que me permite lamer tus pechos con fuerza. Los masajeo, los estrujo, los chupo y los muerdo. Quiero que el resto de hombres que te follen sepan que me perteneces; pienso marcar mi territorio en todas las zonas. Después de un rato, sigo la ruta. No es que no me gusten tus pechos, los amo, pero me espera algo aún mejor. Repaso tu tripa con la lengua, bajo por el ombligo y te bajo las bragas. Ahí está ante mí. Sin pensarlo, me lanzo a lamerte el coño. Juego con la lengua de todas las formas que sé que te gustan, separándote los labios para una mayor sensación. Al principio es solo tu rajita, pero el clítoris palpitante me está llamando. Lo chupo y lo muerdo, al tiempo que te voy metiendo dedos. Primero uno, luego dos, y hasta tres te caben. Pierdo solo un segundo en asomarme para admirar lo mucho que disfrutas, retorciéndote de placer sobre la mesa. Masajeas los pezones y gimes desesperadamente, estás a punto de correrte. Yo subo la intensidad de la penetración y las lamidas, para que, pocos segundos después, tus fluidos me inunden por completo.

Mientras recuperas la respiración, me sientas en una silla. Vuelves a besarme, con la furia de una leona. Me quitas la camiseta casi sin separar los labios, y repasas mi torso lamida a lamida. Cuando retiras los pantalones y el bóxer, la polla casi te golpea en la cara. Está tan dura que no me explico por qué no ha atravesado el pantalón. Sabes perfectamente cómo me gusta. Mientras empiezas a lamer el borde, me miras a los ojos. Tienes la cara más lasciva que te visto nunca. Empiezas a metértela en la boca y me sigues mirando. Tu mano derecha masajea mis testículos con suavidad artesanal. Llevas ya unos minutos moviendo mi pene dentro de tu boca, estoy a punto de correrme. Pero no es en tu boca donde quiero expulsar mi leche.

Ay Flor, lo que yo quiero es penetrarte. Te hago una señal para que te incorpores y te sientes sobre mí. Encajas con cuidado tu entrepierna en la mía, introduciendo mi grueso pene en el interior de tu coño. Pones cara de placer absoluto mientras te vas sentando poco a poco, levantándote y volviéndote a sentar. No me he puesto preservativo a posta, para que sientas toda mi carne sin barreras. Vuelvo a estrujar tus grandes pechos con mis manos, que apenas los abarcan por completo. Cuando me canso, quito las manos y los succiono con la boca. Estoy otra vez a punto de correrme, es el momento de subir el nivel. Me incorporo sin sacarte la polla de dentro, y ahora soy yo el que penetra. Te devuelvo a la mesa para meterla y sacarla fuerte, muy fuerte, y rápido, muy rápido. Mis testículos golpean contra tu culo. Tus gemidos inundan el cuarto. Estás tan excitada que ni te has dado cuenta de que me estás tirando del pelo. También me arañas la espalda. Tus uñas se clavan en mi carne, igual que mi verga penetra con violencia tu sexo. No tardo mucho más en descargar toda mi leche en tu interior, al tiempo que tú vuelves a retorcerte sobre la mesa. Te has vuelto a correr, y esta vez yo lo he hecho contigo. Mejor dicho, dentro de ti.

Pero la noche no ha terminado aquí. Te llevo, ahora sí, al dormitorio. Sobre la cama he dejado un strap-on. Mi amada Flor, ahora serás tú quien me penetre. Te colocas el cinturón, que también lleva parte interna para que puedas gozar al mismo tiempo. Yo me aplico un poco de vaselina en el ano. Con la excitación que llevo no debería hacer falta, pero más vale prevenir. Me coloco a cuatro patas y tú me susurras al oído: «Prepárate, puta». En efecto, soy tu puta. Siento cómo vas entrando dentro de mí. Primero vas poco a poco, para que el culo dilate suavemente. Pero cuando ves que el dildo entra sin oposición, subes el ritmo de las embestidas poco a poco. Yo me termino de echar sobre la cama, dejando arriba únicamente el culito que sigues penetrando. Me retuerzo y gimo. Gimo pero quiero gritar, quiero saltar, quiero quedarme en ese instante de placer el resto de mi vida. Ahora sí que me das fuerte por atrás, tanto que la cama empieza a moverse. Desgarro mi garganta de placer. Ya no puedo más. Cada embestida contra mi culo es un segundo más cerca del orgasmo. Hasta que, por fin, vuelvo a descargar mi leche, esta vez sobre las sábanas. Estamos exhaustos. Nos tumbamos sobre la cama, abrazados. Seguimos excitados, tanto que ni siquiera sacas el dildo de mi culo. No queremos parar. Solo necesitamos un respiro para seguir follando como los dos animales en celo que somos.

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