Me follo a mi amiga en su cuarto y la madre...

—¿Qué te ha dicho mi madre? —preguntó con interés...

— ¿Hola está Eva? —dije nada más abrir la puerta una señora de tetas más grandes que las de Eva.

—¡Sí pasa! —dijo amablemente invitándome a entrar.

De modo que entré y cerré la puerta tras de mí y seguí a la señora de gran culo por un pasillo angosto hasta un soleado salón.

—¿Tú debes ser Gabriel, verdad? —me dijo sentándose e invitándome a sentarme a su lado en un acogedor tresillo de terciopelo pasado de moda pero en consonancia con el resto del salón.

Un salón estilo años ochenta del pasado siglo, con muebles de madera, recargados hasta el extremo. Con vitrinas llenas de copas y platos, de aquello que se llamaba “ajuar” y que pasaba décadas guardado sin apenas uso.

La señora, al verme girar la cabeza buscando a Eva, tal vez un poco incómodo me tranquilizó.

—Está en la ducha, ya no debe tardar.

—¡Oh vale! —dije sonriendo un poco nervioso.

No podía evitar mirar su escote, pues era generoso como pocos, blanco nacarado, unas tetas como sandías que yo me preguntaba si podría levantar con una sola mano. Seguramente con dificultad, sí que podría.

La señora se daba cuenta de los detalles y viéndome mirar su escote sacó pecho con orgullo.

—¿Y dime Gabriel? Eva me ha dicho que vives en un pueblo y que has venido a la universidad a estudiar.

—¡Oh sí, vivo con mi tía aquí en la ciudad! —dije yo entablando una mundanal conversación.

—¿Echas de menos a tu madre?

—Bueno sí, un poco sí que la echo de menos —admití.

—Claro, es normal Gabriel, una madre siempre será una madre. Eva me ha hablado muy bien de ti, ¿sabes?

—¿Ah sí? —dije yo interesado.

—Sí, me dijo que eras guapo pero ahora viéndote en primera persona no me esperaba que fueras tan guapo —dijo la señora ni corta ni perezosa.

—¡Oh gracias señora! Es usted una mujer encantadora.

—¿Tú crees? —dijo ella sonriendo y mirándose las enormes mamas que tenía bajo la barbilla.

—Esto seguro de ello —dije yo con severidad a la vista de aquellos maravillosos melones.

Entonces vino a salvar la situación su hija, ya vestida aunque con el pelo aún húmedo.

—¡Hola Gabriel! —dijo Eva al aparecer.

—¡Hola Eva! —dije yo levantándome para recibirla.

—¿Vamos a mi habitación?

—¡Oh, claro! Encantado, ¿señora?

—Juani, puedes llamarme Juani —dijo la madre de mi amiga.

Sin duda no olvidaría aquel nombre, al igual que difícilmente podría olvidar sus grandes tetas, rollizas y listas para amamantar a un joven universitario un poco canijo y ávido de carnes sabrosas como las suyas.

Seguí a Eva, quien olía fenomenal, sin duda su gel tras la ducha eral el causante de que quisiera comérmela directamente.

—¿Qué te ha dicho mi madre? —preguntó con interés.

—Nada, hemos charlado de forma intrascendente.

—Bueno, me alegro de que la hayas conocido, yo diría que hasta le has gustado, por cómo te sonreía al entrar.

—¿Tú crees?

—Sí —dijo afirmativamente sentándose sobre su cama.

—Bueno Eva, antes de nada yo quería hablar contigo. Pues le he estado dando unas cuantas vueltas a lo nuestro.

—¿En serio? —preguntó ella echando sus manos hacia atrás y mostrando su generoso escote, con sus tetas escondidas bajo su camiseta.

—Verás Eva, admito que me gustas pero no sé aún si estoy enamorado de ti —dije yo con sinceridad, pues no quería yo herir sus sentimientos.

—Te agradezco tu sinceridad bobo, pero no hacía falta. Siempre podemos ser folla-amigos, ¿no crees? —dijo ella tirándome de la cintura del pantalón.

Me senté a su lado y la besé en los labios, un beso lento y dulce que ella supo recibir con su tiernos morritos.

—Besas bien Gabriel, me gustaría tener un poco de sexo contigo hoy, pues en el autobús me has puesto tan cachonda que he llegado muy excitada a casa —me confesó la joven hembra digna hija de su exuberante madre.

Entonces cogí sus tetas, sin más miramientos y las apreté en sus manos.

—¡Oh Eva, ya la tengo dura aquí abajo! Eres una mujer impresionante, ¿lo sabes?

—¿Te gustan mis tetas, eh? —dijo mi amiga y ni corta ni perezosa se levantó la camiseta y se quedó en sujetador, sacó primero una por arriba cogiéndola como un trapo y esta se desplegó ante mí.

Con su areola sonrosada, su pezón rojo y sus puntitos diseminados en derredor mi boca comió su pezón y ella gimió de placer.

—¡Oh Gabriel qué bien lo haces! —dijo ella echándome mano al paquete, apretándolo y buscando al durmiente que pugnaba por salir.

Ahora fui yo el que sacó la otra teta, más que nada para que no se me enfadase con su hermana teta, y se al apreté y chupé con gran placer. Eva exhalaba calentura por su boca. Lo noté nada más regresar a sus labios y se los chupé con toque húmedo.

—¡Oh Gabriel, hagamos algo pero follar no! ¡Aún soy virgen, lo entiendes! —dijo ella alarmada ante la calentura que le subía y despertaba su bilirrubina.

—¡Tranquila yo también soy virgen! Haremos sólo lo que tú quieras.

Entonces llevé mi mano al cinturón y me desabroché el pantalón, este calló a mis rodillas y con él arrastré mis calzoncillos liberando al durmiente ante la atónita mirada de Eva.

Con sus ojos fijos en mi herramienta, esta se quedó un poco parada. Tuve yo que coger su mano y acompañarla a mi verga dura y tiesa.

—¡Tranquila no muerde! —dije yo para romper el hielo.

Y ella la agarró con ganas, la meneó y nos volvimos a besar de forma muy caliente, corriendo la saliva entre nuestros calientes labios, compartiendo nuestra mutua calentura.

—¡Oh Gabriel estoy muy caliente! —dijo Eva tirándose en la cama e invitándome a tirarme encima suyo.

Me eché sobre sus mullidas tetas y las besuqueé una vez más. luego bajé y desabroché su vaquero, tirando de éste descubrí sus braguitas de color rosa. Sensuales sin duda y muy coquetas, semi transparentes dejaban entrever su depilado pubis.

Tiré también de ellas y Eva suspiró al liberar sus gruesas columnas de carne blanca nacaradas, descubriéndome su joya sonrosada en medio de tanta voluptuosidad.

Caí rendido a sus pies y sacando la lengua la paseé por los suaves pliegues de su vagina. Olía a gel, gel de fresa y me supo a gloria comerle la raja sonrosada con tan delicioso aroma entrando por mi pituitaria.

Eva estaba muy cachonda, le comí la raja mientras ella suspiraba y luchaba por no gemir muy alto, mientras su mano acompañaba mi cabeza allí abajo, lamiendo, chupando, metiéndole mis dedos tímidamente, pues dijo que era virgen y deleitándome con los primeros jugos que probaba en mi corta vida sexual.

Su sexo era delicioso, mi lengua lo recorría con avidez, degustando su cálido néctar cuando Eva tembló para mi sorpresa y apretó sus grandes muslos en torno a mi cabeza, que atrapada entre sus suaves ingles quedó, calentándome estas mis orejitas allí abajo.

Y entre estertores Eva me regaló su primer orgasmo, así que disfruté viéndola disfrutar. Después de todo no estaba mal para ser la primera vez que comía el coño a una dulce chica como era Eva.

Me senté junto a ella y esta se incorporó para besar mi boca.

—¡Sabes a coño! —me dijo sin remilgos.

—¿Sí? Pues es tu coño afirmé mientras nos volvíamos a besar.

Ahora era mi turno así que cogí su cabecita y esta comprendió que me debía un pequeño favor. Aunque temerosa a me dida que se acercaba, mostró su recelo.

—¿Te importa si le paso una toallita húmeda? —me dijo al llegar a estar cerca de mi henchido glande.

—¡Oh claro que no! —dije yo.

Así que la ya desnuda Eva, buscó en su mesita y sacando un paquete de toallitas de bebé, se esmeró en limpiar mi gran erección. Lo hizo desde abajo arrodillada y mirándome sonriente. Más cuando terminó, yo ya tenía tremendas ganas de que sus morritos se tragasen mi verga hasta los mismos huevecitos.

Cogí su cabeza y le metí prisa, ella comprendió el porqué de mi desesperación e impetuosamente la hice tragarse mi estaca y sentir su boca pequeña y gustosa tragarse mi glande por primera vez.

Eva chupó mi cosa, con cierta inexperiencia, pero yo deseaba más que nada en el mundo una buena mamada. Así que la animaba apretando su cabeza, deseando que entrase hasta su garganta. Pero era más de lo que Eva podía soportar, así que en un tira a y afloja, fuimos danzando, yo intentando que lo hiciera más profundo y ella recelosa, intentando no tragarla en exceso, con algún amago de arcada.

—¿Quieres follarme las tetas? —me dijo de repente.

—¡Claro! Dije yo tras bregar con ella en su escrupulosa mamada.

Me levanté y ella juntó sus tetas. La metí entre estas y la follé deslizándose esta sin mucha dificultad con el sudor de nuestra piel caliente.

Era extraño pero muy excitante, era la primera vez que me hacían una cubana y con tan hermosas tetas me recordó a la noche en que la colé entre los cachetes de mi tía. Pero esto era distinto, no se sentía lo mismo, pero también era muy excitante

Comencé a meterla tanto que llegaba hasta su barbilla, entonces esta tuvo una idea y sacó su lengua. Me rocé al punta con ella y me gustó aunque no duró mucho, pues para Eva lo que salía de mi glande no era plato de buen gusto.

—¿Quieres correrte ya? —me preguntó desde abajo.

—¿Me dejarías hacerlo en tus tetas? —pregunté yo desde arriba.

—¡Claro machote enséñame tu leche! —dijo ella sonriente.

Al principio le pareció buena idea, así que apretó sus tetas y se las seguí follando hasta que comenzó a salir chorro tras chorro inundando no sólo su canalillo sino además, salpicando su cuello y su pelo. Algo que más tarde me reprocharía.

Me corrí mientras sentía calambres en las piernas, bufando y jadeando, mi glande rozándose con sus suaves tetas, escupiendo su blanca carga, lubricándose aún más el conjunto gracias a mi semen corriendo y bajando entre sus tetas hasta su barriga y ombligo.

—¡Oh Gabriel, mira qué guarrería! —dijo ella arrepintiéndose de haber aceptado mi ofrecimiento.

Terminé ayudándola a limpiarse bien con las toallitas y esta no muy contenta me confesó que otra vez lo haría envuelta en sus jodidas toallitas.

—¡Ahora tendré que ducharme otra vez! ¿Y qué dirá mi madre? —dijo con preocupación

—Pues seguramente nada, las madres saben y callan —dije yo sin sospechar cómo pudieron salir tan sabias palabras de mi boca.

—Seguramente que sí —concluyó Eva estando de acuerdo conmigo.

Concluida la faena no nos quedó nada más que compartir, así que me acompañó a la puerta y al pasar por el salón me despedí de la madre, que estaba viendo un programa de cotilleo.

—¿Ya te vas Gabriel?

—¡Sí señora, ya hemos hecho el trabajo que teníamos que hacer! —dije yo a modo de excusa.

—¡Vuelve cuando quieras! —replicó amablemente.

—¡Claro que volveré! —dije yo despidiéndome de sus enormes tetas.

Me preguntaba al salir si la madre sería tan escrupulosa como la hija en cuanto a la mamada se refiere. Tal vez ella, una hembra con más recorrido, no pusiese tantos impedimentos a degustar el dulce fluido que salía de polla erecta. ¡Sin duda! Me imaginé que la madre sería como un volcán, con toda su voluptuosidad cubriéndome encima mío y con este pensamiento no pude evitar volverme a excitar, a pesar de haberme corrido copiosamente en las tetas de la escrupulosa hija, apenas hacía unos minutos.

Y es que sin duda mi sexualidad, ¡sí que era como un volcán! Siempre a punto de estallar.


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La Viuda y es que en esta novela hay un poco de todo, como en la vida misma podría decirse, múltiples tramas que contribuyen a crear un universo cuasi mágico diría yo

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