Me follan en la revisión médica

Voy a una revisión de mi nuevo trabajo y el médico termina follándome. Dominación y No consentido, que lo termina siendo...

Estoy nerviosa, hace mucho que no trabajo.

Desde que me casé con mi marido y nos tuvimos que trasladar por medio mundo que tuve que dejar mi carrera en pos de la suya.

Él es diplomático y pasábamos la mayor parte del tiempo viajando. Ahora llevamos un año viviendo en Alemania y parece que la cosa va para largo.

Ha sido él quien me ha animado a volver al mercado laboral después de que me quejara varias veces de que me sentía vacía, sin motivaciones. Necesitaba algo más que ir al gimnasio, al spa, de compras o a las fiestas que debíamos asistir.

Así fue como me decidí a buscar algo con lo que entretenerme, y ese algo vino de la mano de un contacto de mi marido, por lo que no podía dejarlo en mal lugar.

Estaban buscando una profesora de español para altos cargos de una empresa con la que la embajada Española solía tratar.

—Es ideal para ti, Marta. Ya lo verás, son pocas horas al día y la remuneración es excelente.

—Sabes que el dinero es lo de menos, necesito sentirme útil. —Él me acarició el cuello y lo besó por detrás.

—Lo sé. Y me siento culpable de que hayas pasado estos años sacrificándote por mí, ha llegado el momento que retomes tu autonomía.

Mi marido era un cielo. Nos conocimos en una fiesta universitaria, él estudiaba relaciones internacionales y yo filología hispánica. Fue amor a primera vista, con él perdí mi virginidad, me casé y fundamos una familia de dos. Con la vida que llevábamos pensar en hijos era una complicación.

Me había plantado con cuarenta y tres años y un currículum demasiado escaso, así que si no era por enchufe, raramente iban a quererme en algún lugar.

—¿Me veo bien o me he pasado? —Él me repasó de arriba abajo.

Había escogido un vestido escote halter en color negro que se amoldaba a la perfección a mi cuerpo. La falda justo por la rodilla. Mi madre siempre me dijo que cuando enseñas por arriba, te cubras por abajo. Una americana del mismo color con raya diplomática en blanco, a juego con los zapatos y el bolso.

Llevaba la melena rubia recogida en un moño bajo y me había maquillado con discreción.

—Absolutamente perfecta —murmuró colando una de sus manos por el escote para acariciarme un pezón. Este se erizó al momento marcándose bajo la tela del vestido.

—No hagas eso, no puedo llegar tarde. —Me dio un pellizco antes de retirar la mano.

—Esta noche no te libras. —Le sonreí colocándome los pendientes.

—Esta noche, si me dan el puesto, te prometo que lo celebramos. Ahora tengo que irme.

Le di un beso escueto y salí pitando del ático en el que vivíamos para parar un taxi. El portero de nuestro edificio lo detuvo por mí.

Di la dirección, por fortuna en la carrera escogí como asignaturas optativas, inglés y alemán. Lenguas que no había dejado de practicar. Con los años me interesé también por el francés y el italiano. Podía decir que me desenvolvía bien con esas lenguas además de la propia.

Medía uno sesenta y cinco, el pelo rubio gracias al tinte de la peluquería y los ojos negros. Intentaba mantenerme en forma, aunque con tantas comidas y cenas fuera la cosa era algo complicada. Aun así mi marido me decía que le encantaba mi físico, puede que me sobraran dos o tres kilos, pero a él lo único que le importaba era que no perdiera las tetas, Una vez hice una dieta muy estricta y casi me obliga a engullir la comida por embudo cuando vio que el sujetador mermaba.

No podía quejarme, tenía un cuerpo armónico que siempre había llamado la atención, tanto a hombres como a mujeres.

La entrevista fue mucho mejor de lo que pensaba. La directora de recursos humanos dijo que era justo el perfil que estaban buscando aunque, qué quieres que te diga, me parece que el puesto ya era mío incluso antes de hacer la entrevista.

Les urgía que empezara al día siguiente y por ello me derivó a la clínica que había en los bajos del edificio. Todos los trabajadores debían pasar por un reconocimiento médico.

—¿Y tiene que ser hoy? —pregunté cohibida pensando en la escasez de ropa interior.

—Sí, necesitamos que comiences mañana y sin el reconocimiento no puede ser. ¿Algún problema? —negué. Total, me iban a atender profesionales de la medicina.

—Perfecto. Nos preocupamos mucho por la salud de nuestros trabajadores, así que el chequeo va a ser completo. No te preocupes, todos pasamos por él.

—Está bien, gracias.

Me despedí de ella y bajé al lugar indicado. La clínica se veía muy reciente. Me hicieron rellenar un formulario, ir al baño para hacer pis en un bote, me sacaron sangre y después me hicieron pasar a la sala de espera varios minutos.

Aproveché para leer un rato con mi ebook . Estaba con un libro y anoche lo dejé en una escena más que interesante porque hoy tenía la entrevista.

Me mordí el labio y apreté los muslos. La protagonista del libro estaba tomando el sol, desnuda, mientras el vecino la estaba espiando, ella había comenzado a masturbarse sin saber que estaba siendo observada. Aquel tipo de situaciones me daban mucho morbo. Mi coño se puso a hormiguear cuando la protagonista del libro introdujo los dedos en su vagina.

—¿Marta Escudero? —preguntó una voz desde la recepción. Tuve que cerrar el libro electrónico abochornada. Me había humedecido sin poder evitarlo y los pezones se habían puesto duros. No tendría que haber cogido el libro.

—Yo. —Me levanté como un resorte y fui detrás de la enfermera quien me indicó la cabina.

El médico, que debía rondar los cincuenta, eso sí, muy bien puestos, me miró de arriba abajo antes de darme los buenos días. Por suerte la americana cubría la alteración de mis tetas. Tenía las mejillas encendidas. Era un hombre muy atractivo, con el pelo color tabaco y unos intensos ojos azules.

—Por favor, siéntese.

Se presentó como el doctor Becker, revisó mi cuestionario y llegó a la parte de las preguntas de rigor.

—¿Fuma, bebe o toma drogas?

—No fumo, como mucho tomo de vez en cuando una copa de vino o de champagne y no me drogo. Ya ve, no soy nada viciosa. —Él me miró a los ojos y después al escote de tal manera, que volví a notar como mi pecho reaccionaba.

—Quítese la chaqueta —me pidió. Su voz era ronca. Tragué duro porque ante la mirada que me había echado sabía que tendría los pezones de punta y no podría disimularlos.

Me la quité y la dejé en él asiento. Él volvió a mirar mi escote de reojo y no me perdí la media sonrisa que le curvó el labio derecho. Una pillada en toda regla.

—Hace un poco de frío, ¿no? —dije para disimular. Frotándome los brazos.

—Tranquila, eso son los nervios. ¿Puedo llamarla Marta?

—Sí, por supuesto.

—Bien, voy a tomarle la tensión. —Cogió el tensiómetro y cuando me lo apretó alrededor del brazo sin abandonar mis ojos se me escapó un jadeo—. ¿Te he apretado mucho?

—No, ha sido más bien la sorpresa.

El modo en que ese hombre me hablaba y me miraba me estaba excitando.

Cuando hubo terminado me dijo que la tenía un poco baja, pero nada importante.

—Voy a hacerle las pruebas de la vista y el oído. Acabamos en diez minutos. —Me dijo lo que ya sabía, que tenía un ojo un pelín vago y que necesitaba gafas para ver de cerca—. Ahora necesito que se quite el vestido. Voy a hacerle una espirometría, auscultarla, reconocimiento de la columna, mediré su peso, estatura, reflejos y electrocardiograma.

—Em... Doctor, yo... No sabía que venía a una revisión, mi ropa interior...

—Tranquila, soy médico, en esta consulta las he visto de todos los colores, relájese. Quítese solo el vestido y los zapatos, nada más. Puede hacerlo tras ese biombo y colgar sus cosas detrás.

—Está bien.

Lo hice, me quité el vestido, los zapatos y me quedé con el fino tanga de encaje y las medias a mitad de muslo. Cuando salí, conteniendo la respiración vi que él me recorría al cuerpo sin pudor. Yo fijé la vista hacia abajo y me topé con la bragueta de su pantalón, la cual estaba ostensiblemente abultada. Que no solo me afectara a mí la situación, me tranquilizó.

—Venga por aquí, Marta. Súbase a la báscula, de frente a mí.

Se acercó mucho para ajustar la barra de la estatura, olía bien. Con la manga me rozó un pezón y ahogué un sollozo. Los tenía tan rígidos que dolía.

—¿Todo bien? —me preguntó. Asentí—. Bien ahora estese quieta mientras le regulo el peso. —Era difícil pues me rozaba a cada momento—. Sesenta y cinco kilos, metro sesenta y cinco.

—Ya sé que estoy un pelín pasada.

—A algunos nos gustan las mujeres con carne encima de los huesos —susurró cómplice. Me tendió una mano para que bajara de la báscula—. Si no tiene problemas de colesterol yo diría que está perfecta. —Me sonrojé.

—Gracias.

—Ahora camine, desde aquí hasta la otra pared, vaya y vuelva sin prisa, quiero ver su pisada.

Caminé notando el frío suelo en la planta de los pies y el bamboleo de mis pechos en cada paso. Sabía que de espaldas me estaba viendo todo el culo, pues el tanga no era más que una fina tira de hilo. Y cuando me di la vuelta, sus ojos me comían las tetas y la entrepierna.

Me hizo repetir el paseo varias veces y después ponerme de espaldas a él y tocarme las puntas de los pies mientras el doctor arrimaba cebolleta y me acariciaba la columna.

—Sube lento —anunció colocando la mano izquierda en la carne de mi abdomen y la derecha serpenteando por la espalda. Mi ritmo cardíaco se estaba alterando—. Con suavidad, Marta, o tendré que repetir la palpación.

La mano del abdomen rozaba la parte baja de mi pecho y creí sentir que me tocaba el pezón. Jadeé excitada, mis bragas tenían que estar empapadas. Por suerte no tuve que repetir. Me palpó las caderas y me dijo que parecía tener una cadera más arriba que la otra, que me convendría una revisión con el ortopedista para que me hiciera una plantilla.

Después me llevó a la camilla. Hizo que me sentara y comprobó mis reflejos que salieron perfectos. La aspirometría me costó un poco, me comentó que para no ser fumadora tenía que mejorar mi capacidad pulmonar, que incluyera más cardio en mi rutina deportiva.

Me auscultó y esa fue mi perdición, notar el fonendoscopio y sus dedos sobre mis pechos me puso mala.

—El pulso te late muy deprisa.

—Es que estoy nerviosa.

—Relájate, solo soy tu médico. —Lo intenté, pero no pude. Cada vez que apretaba el aparatito sobre mi cuerpo lo imaginaba apretándome entre los muslos. ¡Qué vergüenza! —Vamos a por el electrocardiograma después te palparé el abdomen. Túmbate en la camilla, el gel está un poco frío.

Casi que lo agradecí, porque tenía muchísimo calor con aquel hombre poniéndome electrodos por todo el esternón. Mientras me hacía la prueba pidió que no hablara, cerrara los ojos e intentara relajarme. Y volví a intentarlo, pero era imaginarlo mirándome a voluntad y volvía a excitarme.

—Ya está. Me parece que hoy no voy a lograr que te relajes, vamos a palpar ese abdomen.

Pasó la mano arriba y abajo, ahondó en  mi barriga con las yemas de los dedos y yo más mala me ponía.

—¿Cuándo fue tu última revisión ginecológica?

—Em... Hará un par de años, me cancelaron la de este y por una cosa u otra no cogí cita.

—A tu edad no puedes saltártelas. Voy a hacerte una mamografía y una citología, para asegurarnos.

Me ayudó a bajar de la camilla, me ofreció una bata y fuimos a otra consulta donde manipuló mis pechos y los chafó contra las placas.

Una vez las tuvo me llevó a una silla ginecológica y me pidió que me quitara la bata y las bragas.

No me dejó tiempo a que me aseara por lo que iba a ver que mi coño estaba anegado en flujo. Cohibida y avergonzada, me ubiqué en la silla. Me pidió que pusiera los pies en los estribos y bajara el culo. Mientras se ponía los guantes de nitrilo.

Desnuda y abierta esperé a que sus ojos recorrieran mi vagina con el vello recortado.

—Mmmm. —Tiró de mi s labios inferiores que superaban los mayores—. ¿Te molestan?

—No.

—Bien, hay mujeres que deciden operarlos, a mí me gustan. —Tragué con rudeza, a mi marido lo volvían loco junto con mis tetas de aureolas grandes, pero eso no se lo iba a decir—. Veamos qué tenemos aquí... —Me separó los muslos con las manos—. Bonito color, buena lubricidad. —Al decir la palabra me sonrojé—. Voy a hacerte la citología y después una revisión del útero. El espéculo estará algo frío. —¿Frío? Yo estaba ardiendo.

Me abrió por completo y tomó la muestra. Estar más excitada que yo era difícil a esas alturas.

—¿Has sido madre? —Me preguntó.

—No.

—Eso he imaginado al no ver marcas. Vamos a ver ese útero.

Preparó la máquina y se puso a penetrarme con el ecógrafo. Estaba al borde del orgasmo, no estoy segura de si eran imaginaciones mías o no, pero sentía como aquel aparato emulaba un acto sexual en toda regla, las acometidas eran rítmicas, profundas. El sudor perlaba mi cuerpo, los pezones no podían estar más tiesos. Mis manos se apretaban intentando controlarme.

—Me parece que tienes el útero algo distendido, necesito hacer una palpación manual.

Sacó el aparato y me introdujo dos dedos con el pulgar en mi clítoris. Los tenía gruesos anchos y bastante largos. Gemí cuando empujó con hosquedad, presionando mi barriga con la mano libre.

—¿Te he hecho daño?

—No, no, qué va, siga por favor, siga... —Él me ofreció media sonrisa.

—¿Te está gustando lo que te hago? —La temperatura de mi cara subió varios grados—. Eso me parecía. Estás muy buena Marta —confirmó sin dejar de masturbarme—. Y por la dimensión de tus pupilas, esos pezones duros y la humedad de tu coño, me dicen que quieres que te folle. ¿Es así? —Tenía la mente nublada, solo podía sentir lo excitada que estaba—. Contesta, o paro. —Detuvo el movimiento.

—Sí, sí, por favor doctor, hágalo.

—Lo suponía, eres una zorrita descarada, una puta de las caras. Suplícame, Marta. —Nadie me había hablado nunca así y me gustaba, mucho, demasiado.

—Por favor, doctor, fólleme, se lo suplico.

—Dime que eres mi puta.

—Soy su puta, su zorra, por favor, por favor.

—Eso es, eres mi puta. —Quitó los dedos se bajó los pantalones y metió la ancha cabeza de su glande en mi coño hambriento.

La tenía grande llana de venas, con unas pelotas llenas y deseosas de ser vaciadas. Empujó en mi coño una y otra vez, una y otra vez. Sobándome las tetas, retorciéndome los pezones con rudeza. Mi marido era mucho más delicado y acababa de descubrir que me apetecía lo que el doctor me daba.

—Qué buena estás, puta. Me la pusiste dura nada más entrar por la puerta.

—Y a mi me excitó en cuanto lo vi. Hágame lo que quiera, soy suya. Suya.

—Claro que lo eres. —Agarró uno de mis pechos se lo metió en la boca y succionó. Chillé. Repitió la operación con el otro. Y después se puso a abofetearlos hasta dejarlos rojos.

—Sí, sí, siga, por favor.

—Joder, eres mucho más zorra de lo que pensaba. —Cogió gel del ecógrafo se puso en la polla y me la encajó en el culo sin reservas. Aullé del dolor. No me había preparado. El culo me ardía y aun así me daba igual Porque el médico estaba frotándome el clítoris y yo ardía de necesidad.

—Más, más —supliqué.

—Claro que sí. —Bombeó sin descanso, perforándome el ojete, amoldándolo a su tamaño.

—No aguanto me voy a correr.

—Espera... Aguanta un poco...

—No puedo.

—Sí puedes.

Abandonó mi culo y se puso a alternar mis agujeros aferrándome de los pezones. Me sentí una yegua, un animal de monta y él mi semental.

—Oh, sí, sí, así, por favor.

—¿Te gusta?

—Mucho.

—¿Cómo te sientes?

—Como una yegua.

—Eso es lo que eres. Relincha puta, relincha.

Lo hice, relinché, una y otra vez sin que me lo pidiera, llegando a un punto de no retorno hasta que su voz me dio la orden.

—Córrete yegua puta. —Lancé un relincho sin fin. ÉL me retorció las tetas y lo sentí llenarme de leche, tanto el coño, como el ojete. Y cuando terminó subió hasta mi cara para separarme los labios y limpiar su polla en el interior de mi boca.

Cuando terminó me dejó algo de tiempo para que me aseara y me dijo que me esperaba en su consulta.

Avergonzada e incrédula, me aseé como pude y regresé abochornada a la consulta.

—Yo, no soy así —fue lo primero que dije.

Él me sonrió sentado en la mesa del despacho.

—Eso ya lo veremos. Puedes pasar dentro de una semana a por los resultados.

Puedes vestirte e irte cuando estés.

Lo hice, me vestí todo lo deprisa que pude y salí de la consulta sin mirar atrás.