Me excitó en el metro y me volvió insaciable

Era un hombre de unos 50 años, se metió en el metro conmigo, me estrujó contra la puerta, su mano entró por debajo de mi falda y de mis bragas. Me acarició y me acarició el chocho. Días después me llevó a una casa abandonada y allí me comió el coño y me folló brutalmente. Él me volvió insaciable.

Yo era una cría todavía, ya había follado pero muy poco y con chavales inexpertos como yo, viajaba todos los días en metro y en el tren de cercanías. Seis estaciones en el metro y cinco paradas en el tren.

Iba a clase a un colegio privado. Fue cuando descubrí que me gustaban las situaciones morbosas y los hombres turbios y oscuros. Me los cruzaba a diario, notaba el deseo en sus ojos cuando me miraban y trataban de ponerse a mi lado, me sentía atraída por ellos.

El metro iba muy lleno casi siempre, sobre todo por las tardes cuando volvía de clase. Uno de esos días quedé aprisionada contra la puerta de atrás del vagón. Frente a mí, un hombre canoso, maduro, alto, delgado, de unos cincuenta años, llevaba un bastón en la mano. Se quedó pegado a mí y se disculpó con una voz muy suave y nerviosa. “Discúlpeme, señorita, va muy lleno”. “No se preocupe”, le dije.

Pronto empecé a sentir el bastón contactando con mi culo, yo llevaba una faldita hasta la rodilla. Noté que ponía un pie entre los dos míos y me separaba un poco las piernas. A continuación fue acomodando su muslo entre mis piernas. Luego empujó su cadera hacia delante y apretó su polla contra mí. Sentí su dureza y sus ansias, empujaba con su pene como si quisiera traspasarme. Pasó las seis estaciones aferrado a mí como una lapa. Restregaba su muslo contra mi chochito con movimientos acompasados al ritmo del metro. No hizo nada más. Yo sudaba y permanecía muy quieta, expectante. De vez en cuanto su bastón se apretaba a mi culo, me pareció que los dedos de su mano quedaban apoyados entre los dos carrillos. Yo casi ni respiraba. Cuando llegamos a mi estación se bajó casi todo el mundo y él se apartó a un lado. Yo llegué a casa nerviosa y excitada.

Tres días después lo vi en la estación como si estuviera esperando a alguien. Sentí sus ojos clavados en mí y antes de que llegara el tren se colocó a mi espalda. Cuando se abrieron las puertas entramos en volandas, él detrás empujándome hasta llevarme a la misma posición del día anterior, contra la puerta.

Esta vez no pidió disculpas y se pegó contra mí inmediatamente. Su polla estaba dura. Volvió a meter su pierna entre las mías. Noté el movimiento de una de sus manos, que se apoyó en mi muslo. Me estremecí y le miré. Puso cara de cordero degollado pero mantuvo la mano pegada a mí. A lo largo del viaje su mano fue avanzando hasta el final de mi falda. La levantó un poquito y me tocó la pierna. Sentí sus dedos aproximándose a los bordes de mi braguita. No siguió. Ahí dejó su mano como si estuviera muerta. Con la otra mano me acariciaba el culo. Yo sobre todo notaba su polla que me parecía tremenda y palpitante. Llegué a casa muy caliente y me masturbé. Aquel tío me había puesto cachonda.

Al día siguiente el hombre estaba otra vez en la estación, ya estaba seguro de que me esperaba a mí. Se repitió la misma situación de los días anteriores. Volvió a entrar detrás de mí hasta situarme contra la puerta. Pero esta vez quedé de espaldas a él. Enseguida apretó su polla contra mi culo, justo en el medio. Colocó una de sus manos en mi cintura rebuscando la cremallera de la falda. La encontró con facilidad. Con la otra mano me agarraba el culo. Bajó la cremallera, soltó un corchete y metió su mano, al mismo tiempo restregaba su polla en mi culo, tengo un buen culo, es uno de mis encantos, jeje.

Yo estaba excitadísima, sobre todo cuando metió su mano dentro de mis bragas. Me acarició los pelitos del chocho y buscó mi clítoris y mi rajita. Sentí un calambrazo cuando su dedo corazón presionaba mi botoncito, cuando sus dedos se mojaban con mis flujos vaginales. Al llegar a mi estación me bajé como sonámbula. El hombre me siguió. Hice el trasbordo al tren de cercanías y se montó conmigo. Este tren iba casi vacío. Me senté al final del vagón y él se puso a mi lado. Sólo había dos personas al otro lado del vagón. Ni nos veían.

—Mira que polla me has puesto, pequeña –me dijo acercándose mucho a mí. Al mismo tiempo se desabrochó la cremallera del pantalón y se sacó la polla. Era grande y estaba dura.

—Está usted loco, nos va a ver alguien.

—Nadie nos ve. Si entra alguien la guardo. ¿Enséñame tú ese chochito caliente y húmedo que tienes?

—Aquí no puede ser.

—Quítate las braguitas, cariño, nadie te va a ver. Siempre he deseado que una chica como tú me enseñe el chochito en el tren.

—No, no. Me da vergüenza.

Aquel desconocido metió la mano por debajo de mi falda y empezó a acariciarme los muslos. Puso sus dedos en mi chocho por encima de mis bragas. Me cogió la mano y me hizo acariciarle la polla. Yo estaba ardiendo.

—Quítate las braguitas, guapa, quiero tocar bien ese chochito.

—Aquí no puede ser, de verdad.

Sus manos agarraron mis bragas por el borde y me las fue bajando. Yo estaba en blanco, no sabía qué hacer. Cuando quise reaccionar él tenía mis bragas en las manos. Vi como las olía y suspiraba, las dio un lametazo.

—Imagínate lo que voy a hacer en tu chochito, guapa.

—Deme las bragas, por favor, que vamos a llegar pronto.

—Primero quítate el sostén y enséñame las tetas.

No tengo unas tetas muy grandes, pero están bien. La conversación me estaba poniendo más cachonda. Ese día descubrí lo que mucho me gustan las situaciones morbosas. Con mi mano le acariciaba la polla cada vez con más rapidez.

—Esto no puede ser –le dije.

—Qué tetitas tienes, cariño.

Me había quitado el sostén y desabrochado varios botones de la blusa. Se había inclinado sobre mi pecho y me chupaba los pezones. Nos os he dicho que mis tetas son una de mis debilidades. Cuando me las chupan pierdo de todo el control, no puedo resistir. Me encanta que me las coman y me arañen un poquito con los dientes. Y eso es lo que hacía aquel hombre, como si conociera mis más profundos deseos.

—Deme mi ropa, por favor —le pedí—. Estamos llegando a la estación.

—Cuando acabemos, cariño. Sal conmigo y busquemos un sitio tranquilo.

Le seguí. Estaba húmeda y caliente. Fui tras él como un corderito.  Me llevó a un lateral de la estación, estaba oscuro, no se veía a nadie. Había una tapia y me apoyó contra ella.

—¿Qué va usted a hacer? –le dije.

—Hoy me la vas a chupar un poquito cariño. Pero mañana volveré para comerte el chocho y follarte bien.

—Tengo que llegar pronto a casa.

No me dejó seguir hablando. Metió su lengua en mi boca, una lengua bañada en su saliva, que delataba el deseo brutal de aquel hombre.

—Verás cuando te la meta en el chochito.

—Me tengo que ir, de verdad.

Tenía su polla en mis muslos, metida entre mis piernas. Se movía como si me estuviera follando. Él tío sólo quería excitarme y excitarme y me tenía a mil. Utilizó su polla para masturbarme, nadie lo había hecho así antes. Movía su polla de arriba abajo en mi chocho mojado, me golpeaba con ella en el clítoris, Aquella polla tocaba mi clítoris como si fuera un dedo gigante. Tuve un orgasmo. Después él se sentó en un pollete.

—Ven, ven.

Me hizo arrodillarme y me puso la polla en la boca.

—Chupa, chupa, pequeña.

Metió todo su pollón en mi boca y movía mi cabeza para marcarme el ritmo que debía seguir.

—Así, así, chupa bien, verás cómo te voy a enseñar. Vas a acabar chupando la polla mejor que nadie.

Tardó muy poco en correrse. Él también estaba caliente como una plancha y no podía más. Me llenó la boca con su semen. Fue la primera vez que un tío se corrió en mi boca. Después me dio las bragas y el sujetador.

—Mañana te estaré esperando. Di en casa que vas a llegar un poco tarde.

No le contesté. Salí corriendo. Unas palabras resonaban en mi cabeza: “Mañana te voy a comer el chocho y a follarte, veras cuando te meta la lengua en tu coñito”. Estuve nerviosa durante todo el día. No podía concentrarme. Me daban escalofríos al pensar en aquellas palabras, al pensar en su lengua que se había paseado por todas los huecos de mi boca, esa lengua caliente y húmeda que amenazaba con posarse en mi chochito.

Cuando llegué al metro allí estaba él. Me fijé bien. Era un hombre mayor, ya os he dicho, de unos cincuenta años, con buena apariencia. No me había dado cuenta pero llevaba un anillo de casado. Se metió en el metro conmigo, me estrujó contra la puerta. Su mano entró por debajo de mi falda y de mis bragas. Me acarició y me acarició el chocho. Yo cerraba los ojos y suspiraba. El tío no tenía prisa. Hicimos el trasbordo y volvimos a sentarnos juntos al final del vagón, sin nadie a la vista. Entonces sacó una tablet que llevaba.

—Mira, mira.

Me puso una película. Era japonesa. Una chica viajaba en un tren abarrotado de gente. Un hombre se pegaba a ella, le metía mano, le tocaba el culo, las tetas, le arrimaba la polla, se la follaba. Yo no necesitaba aquello para estar cachonda. Aquel tío conseguía ponerme en el límite. Eso era lo que pretendía. Me puso otra película en la que le comían el chocho a una chica y otra en la que un hombre mayor se follaba a una jovencita en la calle.

—¿Te gusta?

No dije nada, pero mis ojos me delataban. Tenía las bragas empapadas. Cuando llegamos a la estación caminó delante de mí, guiándome. Me llevó hasta un coche que estaba estacionado en el aparcamiento público. Me hizo montar en él. Estuvo dando vueltas por varias calles y se metió por un descampado solitario. Aparcó el coche junto a una casa que parecía abandonada.

—Baja.

Me hizo entrar en la casa. Estaba muy limpia. No había muebles, sólo una inmensa colchoneta en medio del salón. Me hizo tumbarme desnuda en la colchoneta, se acostó a mi lado y empezó a besarme el cuello como si fuera mi amante a la vez que me acariciaba los pechos. “Estoy loco por meterte la lengua en el chocho de putita que tienes”, me decía al oído al mismo tiempo que me empezaba a acariciar la rajita. “Me estás poniendo la polla de granito, te la voy a clavar hasta lo más hondo”, me decía y yo temblaba al escucharle.

Notaba sus dedos acariciando mis labios vaginales, tanteando mi clítoris. Los movimientos de sus dedos empezaban a ponerme loca. Sus dedos apartaron un poco mis labios vaginales y su dedo corazón con mucha suavidad entró en mi vagina. Su boca seguía en mis tetas pero fue bajando y bajando. Estaba deseando que llegase a mi rajita, pero se entretuvo besándome la parte interna de los muslos. Su lengua de fuego iba acercándose poco a poco a su objetivo. Yo ya no podía resistir tanta excitación.

—Chúpame, chúpame, por favor, chúpamelo todo.

Sentí su boca en mis labios vaginales. Entré en éxtasis y empecé a mover suavemente mis caderas para sentir mejor. Sus labios estaban en contacto con mi coño y yo me derretía. Con su lengua separó mis labios vaginales y se adentró. Recorrió con su lengua mi coño de arriba abajo. Su lengua entraba y salía, me estaba follando con ella y yo me sentía en las nubes.

Cuando su boca busco mi clítoris, la perla preciada que buscaba, yo creí morir de placer. Lo agarró con fuerza, su lengua presionaba y se movía arriba y abajo, yo lloraba, gemía. El tío, mientras me comía el clítoris, me follaba con un par de dedos, ay, ay, me pongo cachonda sólo de recordarlo. Era delicioso sentir su lengua y ese par de dedos entrando en mi coño, moviéndose adentro y afuera, con un ritmo cada vez más frenético, el mismo que su lengua y que mis caderas. No sé cuántos orgasmos tuve pero nadie me ha comido el chocho como aquel extraño aquella tarde.

—Ahora me tienes que chupar el culo y los huevos –me dijo.

Se había tumbado y me había puesto la cabeza entre sus piernas.

—Mete la lengua en mi culito.

—No me gusta –le dije.

Pero lo hice. Tenía unos huevos grandes, muy grandes. Le chupé los muslos, los huevos, le metí la lengua en el culo como me pedía, la moví adentro y afuera como me exigía, luego le di lametazos en la polla, me metí la polla en la boca. Me hacía cambiar de la polla a los huevos y de ahí al culo. Él también gemía de placer.

—Ahora ponte como un perrito, cariño, que te voy a meter la polla hasta las entrañas.

Me puse a cuatro patas y él se puso detrás olisqueándome con la nariz, dándome lametazos, pasándome la mano por el chocho. Volví a gemir  y se lo dije.

—Fóllame, fóllame, por favor.

Me agarró de los pelos y me atrajo hacia él, me clavó la polla en el chocho con todas sus fuerzas. Vi miles de estrellas dando vueltas por la habitación. Con las manos me masajeaba las tetas, me arañaba los pezones con las uñas. Él se movía frenéticamente y yo hacía giros con mi cintura como si fuera una serpiente. Quería sentir bien aquella polla dentro. Se movía cada vez más rápido, como si hubiera enloquecido, me follaba sin piedad y me gritaba: “Toma polla, toma polla, esto es lo que querías”. “Sí, sí, sigue, sigue…”. Yo quería más y más, que no parara nunca. De repente estalló. Se separó de mí y su semen resbaló hacia mis muslos. Después me hizo vestirme, me montó en su coche, volvió a llevarme a la estación y me dejó allí.

—Volveremos a vernos, nena –me dijo al marcharse.

Estuvo follándome durante seis meses. Fue él quien me volvió insaciable, luego desapareció, ya os contaré.

Por cierto, gracias a todos los que me habéis escrito, algunos hasta me habéis enviado fotografías muy sugerentes. Las he disfrutrado.