Me estás acostumbrando mal

Una joven millennial y un hombre de la GeneraciónX, una relación de sexo corporal, emocional y desgarrador entre dos amantes de generaciones muy diferentes.

Julia

A Julia le gustaban los domingos especialmente sus mañanas, algo poco frecuente entre las chicas de su edad, más dadas a dormir después de salir toda la noche. No es que no le gustase salir, al fin y al cabo, tenía 27 años, pero también le gustaba la sensación de levantarse, y contemplar el mar desde la ventana de su apartamento, con una taza de café caliente en las manos.

Julia sabía que era una privilegiada con respecto a muchos jóvenes de su edad, había recibido una buena educación; primero en los mejores colegíos de su ciudad y después en una buena universidad de la capital. La genética también había sido benevolente con ella, no es que fuese una belleza escultural, pero sus ojos marrones verdoso y su media melena color azabache, ya habían roto algún corazón, entre ellos el del hijo de Susana, una antigua compañera de clase de su madre. Quién le iba a decir a ella, que sería precisamente Susana, quien le presentaría a Luis. Susana ya no era santo de devoción de su madre, si se enteraba de aquello la odiaría de por vida.

Mientras sorbía el café y su vista se perdía en el mar, pensaba en todo aquello, sus padres la tenían por una chica revolucionaria y rebelde. Ella sabía que no era así, ni pretendía ni quería revolucionar nada, solo quería escoger en cada momento las opciones que la vida le iba ofreciendo. A su edad su madre ya se había casado con su padre, los dos recién licenciados en derecho; de hecho, se habían conocido en la facultad, pero ella nunca había ejercido. Su madre se llamaba Julia, como ella; a sus 51 años era una mujer feliz era la matriarca de la familia y un referente del círculo social en que se movía. Su padre un abogado de éxito, preocupado por los negocios y en mantener el alto ritmo de vida de la familia.

Julia era consciente que ciertos lujos se los podía permitir gracias a algún ingreso extra de su padre y a que no pagaba un duro por aquel pequeño apartamento, por eso nunca se quejaba, ni cuando las cosas no salían como ella quería; tenía muchas amigas que no podían ni platearse salir de casa de sus padres con lo que ganaban, y aun así no llegaban a final de mes. A pesar de ello, no quería ser como su madre, ya había tenido algún novio que hubiese encajado perfectamente en aquel universo pequeño burgués de provincias. Como Rafa un recién licenciado en ADE de buena familia, con el que había durado poco menos de un año. En ese periodo de tiempo, Julia ya se había percatado de que el objetivo en la vida de Rafa era la posición social, hasta cuando follaban tenían que hacerlo según el protocolo. Solo follaban en días señalados como sábados y vísperas de festivos, eso sí, siempre después de una cena romántica en la que Rafa no paraba de usar palabras como viabilidad, emprendimiento o valor añadido; justo esas palabras que una chica necesita oír para mojar sus bragas. Después acababa en un hotel, abierta de piernas, con él encima bombeándola como si estuviese hinchando un balón. Un día Julia le insinuó que le comiera el coño, aquella insinuación tuvo dos consecuencias, una buena y otra mala, la mala es que la lengua de Rafa le dejo insensible el clítoris toda la noche, y la buena es que a los pocos días Rafa la dejó. Con el tiempo, supo que aquella petición no fue del agrado de su ex novio, la futura madre de sus hijos no debería tener unos deseos tan lujuriosos como aquellos. Por supuesto no todas sus parejas habían sido iguales, aun así, las prisas propias de su juventud y la de sus amantes, no le habían permitido disfrutar plenamente del sexo.

Con Luis todo era distinto, sabía que aquella relación era imposible que se mantuviese en el tiempo, ambos lo sabían, aunque nunca se lo habían confesado, por eso cuando follaban sabían que aquella podía ser la última. Sus sesiones de sexo no tenían hoja de ruta, no seguían el ceremonial de cortejo, calentamiento, clímax. La primera vez que follaron casi se corrieron con los abrigos puestos, y tras una breve cita en un bar en el que no estuvieron más de 15 minutos, se fueron a su apartamento.

A Julia le gustaba llevarlo al límite y parar de repente solo para oírle decir “eres una hija de puta, siempre me haces lo mismo”, después se sentaba encima clavándose la polla, pegándose todo lo que podía para sentirlo dentro, mientras su lengua se perdía en la boca de aquel hombre de 50 años, que había sido compañero de colegio de su madre.

Por supuesto nunca tuvo que insinuarle nada, desde el primer día, Luis parecía que sabía lo que ella deseaba que le hiciese en cada momento. Un breve cruce de miradas, y poco después, la lengua de Luis recorría su pubis inventando todas las diabluras posibles en su sexo, aquello era el preludio de un brutal orgasmo y el inicio de una sesión de sexo donde ambos se entregaban al placer durante horas.

Julia observó su reflejo en la ventana vestida con su vieja camiseta de los Guns N’ Roses y unas braguitas blancas, tras ella Luis la observaba desnudo sobre la cama. Se dio la vuelta y se sentó en el borde de la cama, con su dedo índice recorrió el pubis depilado de Luis, ella misma se lo había depilado la noche anterior, el tacto era suave, y su dedo se deslizó con facilidad desde el abdomen hasta el inicio de su polla, siguió subiendo por el tronco de su miembro, dibujando aquellas gruesas venas con la yema de su dedo hasta llegar al inicio del capullo; sobre esa delicada piel pasó el borde de su uña bajo la atenta mirada del compañero de clase de su madre.

Las campanas de la Iglesia de la Colegiata repicaban llamando a los feligreses a acudir a misa de 12, las voces de los primeros clientes de los bares del casco viejo empezaban a oírse mientras Julia acariciaba la polla de un hombre que casi la doblaba en edad, tenían todo el domingo para ellos y aquel iba a ser el primer polvo de la mañana.

Te dije que te haría algo que mi madre jamás te haría

La voz de James Carr cantando The Dark End of the Street hizo que poco a poco fuese saliendo de los dominios de Morpheo, mis ojos se estaban acostumbrando a la luz, pero mi cerebro aún oponía resistencia a abandonar la tierra del sueño. El entorno me era familiar a la vez que ajeno, por lo que busqué un punto de referencia que me diese alguna información para saber dónde me encontraba. Ese punto estaba a un metro escaso de mí, allí estaba Julia con una taza de café en las manos y la mirada perdida en el mar que se veía a través de la ventana. Me quedé callado contemplando su figura, el encaje de sus braguitas dando forma a sus firmes nalgas medio cubiertas, por la misma camiseta con la que me recibió la noche anterior. Solo unas horas antes, sus manos habían acariciando cada milímetro de esa piel tersa y suave. No quería romper la magia de ese momento, el viejo tema soul sonando y el cuerpo de Julia moviéndose suavemente al ritmo de sus acordes. Sabía que ese era uno de eso momentos que recordaría toda la vida, uno de esos momentos que quedan marcados en la memoria y resumen una relación entre amantes.

Contemplé su rostro reflejado en la ventana fundiéndose con el reflejo de los tejados de los edificios circundantes, ella se dio cuenta que la estaba observando y me sonrió. Durante unos segundos sentí como el marrón verdoso de sus ojos me penetraba dejándome desarmado y a su merced, supe que podía hacer de mí lo que quisiese.

– Buenos días, dijo Julia dándose la vuelta; puso su taza de café sobre la pequeña mesilla, y se acostó buscando un hueco entre mis piernas, pude sentir el calor de su piel sobre la mía y su cabello deslizándose por el interior de mi muslo derecho. Julia me miró fijamente, mientras que con un dedo dibujaba eses desde mi pubis hasta llegar a su objetivo. Al sentir sus caricias, mi polla reaccionó, sonriendo y sin dejar de mirarme, la acercó a sus labios que se abrían para recibirla. El calor húmedo de su boca hizo que mi piel se erizase y un pequeño escalofrío recorriese mi espina dorsal. Durante unos segundos se entretuvo en humedecerla y en jugar con su lengua en el glande, y sin que sus ojos perdiesen de vista los míos, volvió a introducirla llegando hasta su base, para después, volver a subir hasta liberarla completamente humedecida.

– Me estás acostumbrando mal, no es bueno follar tanto – dijo mientras su mano se deslizaba por mi miembro cada vez más duro – Las monjas nos decían que el sexo por placer era la antesala de una vida de perdición y condena a los infiernos.

– ¿Estudiaste con en un colegio de monjas?

– Sí, toda mi vida en el Colegio San José de Cluny, educada bajo una estricta disciplina y moral religiosa, a ellas les debo mi noción de pecado y se lo agradeceré hasta la muerte.

– ¿Y cuál es esa noción?

– Que vivimos en continuo pecado mortal, porque todo es pecado. Cuanto más vives, más pecas. Y cuanto más peques, más hondo será el abismo del infierno que te espera.

A continuación, volvió a inclinarse sobre mi polla, y desde la base hasta el glande su lengua la recorrió de forma lasciva en varios pases.

– Tú también estudiaste en un colegio religioso, ¿te confesabas después de tocarte?

– Si me hubiese tenido que confesar por cada vez que me masturbaba, aún estaría rezando los Padre Nuestros de la penitencia hoy en día.

– ¿Cómo te masturbabas? – Me preguntó mientras con su mano derecha, movía la piel de mi polla de arriba a abajo con calma- ¿lo hago bien?

– Demasiado bien para una niña de colegio de monjas, no creo que esto formase parte de vuestro plan de estudios

– Bueno, digamos que es formación extraacadémica-, me dijo mientras su mano seguía con su rítmico masaje. De vez en cuando, su dedo pulgar llegaba hasta el frenillo de mi miembro, y allí se entretenía unos segundos mientras me dirigía una mirada cómplice.

– ¿Y tú, también te masturbabas?

– Empecé tarde, casi al llegar de la universidad, aunque lo descubrí pronto, no fue hasta llegar a la universidad cuando empecé a masturbarme de forma más o menos asidua.

– Empezaste a aplicar tu noción de pecado.

– Sí, fue en esa época cuando mis dedos empezaron a componer la melodía, que algún día me condenará a arder en el infierno.

Un hilo de saliva cayó sobre la punta de mí capullo, después, muy despacio con su dedo pulgar, la distribuyo por toda su superficie. La sensación de placer hizo que clavase mis uñas en las sábanas.

– Te gusta que te haga esto, ¿verdad?

– Cuando lo humedeces se convierte en una zona muy sensible

Empezaba a conocer mis puntos débiles mejor que muchas de mis anteriores parejas, me hizo experimentar caricias y sensaciones que ninguna de ellas había logrado ni en una décima cita.

La vi sonreír y humedecerse los labios, mientras su mano volvía a cerrarse sobre mí polla, deslizando mi piel, de nuevo húmeda, de arriba a abajo.

– En el Colegio Mayor empecé a masturbarme de forma habitual. Al principio, en época de exámenes, para relajarme.

– Unos dedos con fines terapéuticos…

– Si, podría decirse que eso eran. – Dijo, mientras seguía masturbándome suavemente. - Pero no tardé en descubrir que aquello, además de relajarme, me producía un enorme placer. Hasta que lo convertí en un hábito, que repetía casi todas las noches cuando me acostaba. No sé cómo Marta, mi compañera de habitación, no me descubrió antes.

– ¿Te descubrió tu compañera de habitación?

Dos sonidos en forma de afirmación salieron de su garganta, ya que sus labios volvían a succionar mi miembro empezando en la base hasta llegar al capullo. Al observar cómo su lengua recorría todo el glande y se plegaba por la presión que ejercía sobre su superficie, mi excitación iba en aumento y en mi polla se empezaban a marcar las venas que tanto le gustaban.

– Si, me descubrió una noche. Aquella noche había salido con unas amigas. Había regresado temprano no quería levantarme tarde al día siguiente, pero cuando me acosté, los dos tequilas y el porro de maría empezaron a hacer su efecto.

– ¿También fumabas?

– A veces, el caso es que estaba cachondísima, así que deslicé lentamente mi mano hasta meterla dentro de mi tanga para tocarme, mi dedo empezó rápidamente acariciar mí coño ya bastante mojado, estaba tan cachonda aquella noche, que ni me acordé de que mi compañera de habitación estaba durmiendo en la cama de al lado. Pero, al cabo de unos minutos, me pareció oír un gemido que provenía de la cama de Marta, me asusté, mis dedos se contuvieron a la vez que mi respiración.

Julia paró su relato, agarró fuertemente mi polla con una mano, cuando sus labios rozaron la punta de mi capullo salió de ellos un hilo de saliva que lo cubrió casi por completo, después la expandió con la palma de su mano, y otra vez sentí esa sensación de placer casi insoportable en la que estás deseando que pare, y a la vez estás deseando que siga.

– ¿Quieres que siga y te cuente lo que pasó?

– Si.

– Si, ¿qué?

– Sigue contándome.

Casi no podía hablar a causa de la placentera sensación que me producían sus maniobras en mi capullo, pero intuía y me gustaba el juego que me proponía. Sin dejar de contar su historia, retiró su mano de mi sensible capullo para después acariciar suavemente mis testículos; la calma después de la tormenta, durante instantes jugó con ellos en su mano hasta que volvió a masturbarme con suma delicadeza, de arriba y abajo, sin parar, a un ritmo lento y constante, y sin apartar la mirada de mis ojos.

– Como te dije me quedé quieta y en silencio, así pude oír con más claridad los gemidos que venían de la cama de mi compañera, ¡se estaba haciendo un dedo o varios!, igual que yo. Pero al cabo de unos segundos también desaparecieron, el silencio se volvió a adueñar de la habitación durante unos instantes, solo roto por el único sonido de nuestra respiración, hasta que por fin Marta me preguntó:

– ¿Por qué has parado?

– No sé, al oírte me corté. ¿y tú?, ¿Por qué has parado?

– Por la misma razón, supongo. Me excité al oírte y no me pude evitar tocarme también.

– Jajaja, ¿te puse cachonda?

– La verdad es que sí. No es la primera vez que oigo como te masturbas, pero hoy no me pude resistir y me empecé a tocar también. No soy lesbiana, bueno el año pasado, mi prima y yo nos masturbamos mutuamente. ¿Tú has estado con alguna chica?

– No, nunca. Nunca me han atraído las chicas.

No sé si fue por el porro o por el frío, pero mis pezones empezaron a ponerse duros, notaba como sé rozaban con la tela de mi camiseta. Me percaté de que Marta desvió su miraba disimuladamente hacia ellos, a la vez que se mordía ligeramente su labio inferior, ese gesto me calentó de sobremanera, y sin pensarlo volví a acariciarme muy despacito, estaba tan mojada que mis dedos se escurrían con demasiada facilidad, de tal modo que mis movimientos dejaban bastante claro lo que estaba pasando bajo mis sábanas.

Julia contaba su historia por intervalos, el relato se cortaba cuando su mano dejaba el clásico movimiento de arriba y abajo, para dejar paso de nuevo a su lengua, su saliva, … a su exquisita boca, húmeda y caliente.

– Marta se dio cuenta en seguida de lo que estaba haciendo, al verme se destapó, y sin dejar de mirarme, deslizo sus dedos bajo la goma de sus braguitas. La habitación se quedó de nuevo en silencio, únicamente se oía el chasquido que producían nuestros dedos entre los húmedos labios de nuestros coños…

– Me gustaría ver cómo lo haces

Ya no me cortaba la situación, así que accedí a su deseo, me destapé para que pudiese ver cómo me tocaba. Allí estábamos las dos tumbadas y mirando una para la otra cómo nos dábamos placer.

A medida que Julia avanzaba en su historia, en mi mente se confundían las imágenes de lo que era real y no lo era, su voz me trasportaba a aquella habitación de Colegio Mayor universitario, a la vez que sentía como su mano o su boca se turnaban en darme placer.

Vi como sus labios subían lentamente por mi capullo, solo con una ligera presión, ensalivándolo, hasta dejarlo liberado, y en ese momento, su voz volvió a trasladarnos a su habitación de estudiante.

Llevábamos unos minutos tocándonos, la habitación estaba en penumbra, solo las luces de la calle hacían posible que nos viéramos entre claro oscuros. Una franja de luz alumbraba justamente las braguitas de Marta, eran semitransparente por lo que podía ver como sus dedos se hundían bajo en su coño. De repente Marta se levantó de su cama y sentó en la mía. Yo estaba tumbada en frente a ella, seguía con las piernas abiertas y mis dedos recorriendo mi raja, aunque tenía algo de miedo por lo que sabía que iba a pasar, ya no podía parar.

– Las dos lo estamos deseando, nunca he comido un coño, pero hoy me muero por comer el tuyo. ¿Puedo?

Le dije que si con un gesto, y sin casi sin darme cuenta, Marta ya me había quitado el tanga y sus labios empezaron a besar el interior de mis muslos, cada vez que su boca tocaba mi piel, me iba calentando más. Busqué mis pezones mientras masajeaba mis pechos. Cuando Marta llegó por fin a mi pubis, su lengua se apresuró en encontrar mi clítoris, para ser la primera vez, como decía ella, lo hacía increíblemente bien, tanto que tuve que reprimir un grito de placer por miedo a despertar a todo el Colegio Mayor.

Julia notó mí que mi excitación estaba creciendo, aumentó ligeramente el ritmo de su mano agarrando firmemente mi polla por la base mientras introducía el resto en su boca, masturbándome y mamándome a la vez; se mantuvo así el tiempo justo para que no me corriese, un par de segundos más y hubiese descargado irremisiblemente en su boca.

– Sabes que no me importa que te corras en mi boca, pero hoy quiero ver tu cara cuando corras, que lo hagas oyendo mi voz y sentir como palpita tu polla en mi mano cuando acabes.

Julia sujeto mi polla firmemente por la base con una de sus manos, mientras con la palma de su otra mano frotaba mi glande al ritmo de movimientos circulares. Pocas veces me había hecho una paja y mucho menos así, me estaba llevando al límite. Cuando Julia empezó a describirme como su compañera de habitación la llevó al orgasmo, noté como mi polla empezó a palpitar, noté como mi leche recorría el tronco de mi polla hasta salir, y allí chocar con la palma de la mano de Julia que me había llevado a un orgasmo brutal, cuando mis espasmos se fueron calmando; y por si el placer no hubiese sido suficiente, sus labios me regalaron una suave mamada que sacó de mí varios espasmos más de placer.

Julia se acercó a mi oído y con su voz de susurro, me recordó lo que me había dicho el día anterior

– Te dije que te haría algo que mi madre jamás te haría…

Si lo haces, me harás muy feliz

– ¿Crees que me tienes completamente en tus manos?

– ¿Tenerte en mis manos? ¿A qué te refieres?

– Ya sabes, que eres capaz de controlarme sexualmente, que puedes hacer de mí lo que quieras.

– No, no lo creo

– Pero, ¿te gustaría controlar mis orgasmos?, meterte en mi mente, hacer que me corra cuando menos me lo espere, controlar ese placer.

El rostro de Julia reflejaba esa expresión tan suya, que se formaba con una media sonrisa y sus ojos negros clavándose en mí, la usaba siempre que quería retarme. Se separaba ligeramente de mí, evitando la proximidad física y analizando mis reacciones. Era obvio que ella disfrutaba con aquello y a mí me ponía nervioso.

– ¿No lo hago? – Respondí.

Sonrió, aunque por su gesto, se intuía cierta duda sobre el tono irónico de mi comentario, y tras un breve silencio contestó.

– En cierto modo sí, claro, pero no me refiero a cuando estamos en la cama. ¿Y si pudieras hacer que me corriera aquí? Ahora, a tu lado, sin tocarme.

– Pues, montaría una webcam dedosporstreaming.com y me forraría.

Por su forma de mirarme entendí que mi respuesta no fue la esperada, pero no siguió con el tema, así que no le di mayor importancia y seguí disfrutando de nuestro aperitivo matutino. Julia estaba sentada enfrente de mí, como siempre que tomábamos algo juntos procurábamos hacerlo así, con el fin de evitar descuidados roces en público. Aquella mañana habíamos salido a tomar algo cerca de su casa, después de un desayuno entre sábanas y aderezado con un orgasmo entre sorbos de café caliente.

Observándola me di cuenta de que Julia había cambiado alguno de mis hábitos sexuales, nunca fui mucho de sexo mañanero, particularmente me gustaban más las noches, siempre las he considerado más propicias para tener sexo. La sensualidad de las sombras, la penumbra, la melodía que componen los sonidos de la noche siempre me habían motivado, pero con Julia empecé a apreciar otra sensualidad, la de la luz de la mañana sobre el cuerpo de una mujer, la de los rayos de luz que se cuelan entre las cortinas dibujando su desnudez sobre las sábanas. Toda aquello era algo que relativamente nuevo para mí, en esos momentos es cuando realmente sufres por no saber cómo detener el tiempo, pero me quedaba el consuelo de que sería un recuerdo que nunca olvidaré.

Aquella mañana le había llevado el desayuno a la cama, después de volverme loco con una de las mejores sesiones de sexo manual de mi vida, qué menos podía hacer.

Unas tostadas con mermelada de albaricoque, un café caliente y un zumo de naranja natural nos animaron a dar una vuelta por el barrio. Era una mañana de domingo y las calles estaban tomadas por grupos de familias de edades heterogéneas, no llamaríamos la atención. A Julia le gustaba meterme por rincones estrechos y poco transitados del casco viejo, o perdernos en lo que quedaba de la vieja muralla que antaño protegía a la ciudad de los ataques por mar. La piedra de las aceras aún olía a mojado por la lluvia de la noche anterior, pero el sol de aquella mañana de marzo invitaba a disfrutarlo en alguna terraza de la Plaza de la Princesa, y así lo decidimos antes de que a todas aquellas familias se les ocurriese lo mismo.

Julia había salido con un look al que llamaba “no sé qué ponerme” viéndola llegué a la conclusión que hubiese sido mejor nombre “sé cómo ponerte”, una camisa blanca y unos jeans flojos, de estos que parecen cortados con una tijera casi a la altura de las ingles, y unas sandalias era lo que se había puesto a toda prisa, no era una chica que perdiese mucho el tiempo en vestirse, pero siempre, desde que la conocí, atinaba en su vestuario. Su postura con una pierna sobre la silla y agarrándose la rodilla, me permitían ver con toda claridad sus braguitas rosas cuando abría sus piernas o las cruzaba. Julia pareció darse cuenta de que mi mirada se dirigía con demasiada frecuencia a sus jeans, pero no se inmuto, al contrario, viendo que no había nadie cerca abrió sus piernas siguiendo el ritmo del “Young Lady, You´re Scaring me” de Ron Gallo que se podía oír levemente por los auriculares que llevaba.

Yo le seguí el juego, disfrutando del sol de la mañana mientras alternaba la vista entre el periódico y la entrepierna de Julia. Mi móvil vibro avisándome de la llegada de un mensaje de Whatsapp, mientras lo cogía aproveché para echar otra mirada a sus muslos, pero al retirar la vista, Julia volvía a mirarme con su sonrisa provocadora. Algo me decía que aquella sonrisa significaba algo.

Cogí el móvil y para mi sorpresa en un mensaje de Julia

– ¿Qué miras con tanto interés?

– Sabes perfectamente lo que estoy viendo – Le contesté.

– Claro que lo sé, yo te lo estoy enseñando. Ves cómo se puede dominar el placer del otro a distancia.

– Eso es distinto – Dije dejando el móvil.

– ¿Por qué? – Dijo sacándose los cascos.

– No sé, lo que has hecho es sensual y provocador, el dejar ver, pero no mostrar, hasta las prendas que llevas son las apropiadas, el contraste del rosa de tus braguitas con el azul lavado de los vaqueros es erotismo puro. Te aseguro que no creo que te excite verme la ropa interior.

– Tranquilo, no quiero verte la ropa interior.

Dijo mirando alrededor y dándome un beso furtivo.

– No nos ha visto nadie, y me apetecía.

Mire discretamente alrededor de la plaza, vi con cierto alivio que la gente estaba más preocupada de sus cosas que de lo que pasaba alrededor, al parecer un tío con pinta de aburrido leyendo el periódico con una veinteañera pegada al móvil no llamaba mucho la atención.

– Te acuerdas cuando estábamos en el Van Gohg, yo con mi madre y tú unas mesas más allá.

– Sí, claro, cómo no me voy a acordar.

Julia tomó un sorbo de su copa de albariño, tomándose su tiempo, seguramente para pensar cómo me iba a decir, a lo que le llevaba dando vueltas desde hacía una hora. Puso la copa sobre la mesa y volvió a su móvil, y dejo de prestarme atención. Cuando estaba a punto de preguntarle qué estaba buscando, mi móvil vibró contra la chapa de la mesa. Era otro mensaje de Julia.

– Entra en este enlace.

El mensaje venía con un enlace adjunto, la miré con cara de no enterarme de nada y, le pregunté qué era aquello.

– Abre el enlace, no seas pesado, anda.

Dijo con la mejor de sus caras de niña buena, me quedé dudando por un momento, pero finalmente mi pulgar pulsó el enlace, tras unos segundos se abrió una página de una app que se llamaba Lush de Lovense, que fuese una app de la Apple Store me daba cierta confianza.

– ¿Qué es esto?

– Bájala venga, ya verás cómo te va a gustar.

Respondió inclinando descaradamente su pierna con la intención de ofrecerme, de nuevo, una visión del rosa fuerte de sus braguitas sobre la piel de su pubis, al final del corredor que formaba la tela de sus jeans rotos y su muslo. Volví a sentir esa sensación de dejarme llevar por las fantasías de aquella veinteañera, muchas veces he pensado que el mejor sexo lo tienes, no cuando realizas tus fantasías sino cuando te dejas atrapar por las de tu pareja. Supongo que yo era el cómplice ideal para experimentar cosas que muchas veces no hacemos con nuestras parejas “normales”, bien por miedo a que las acepten y nosotros aceptar las de ellas, ya muchas de nuestras fantasías las vemos como algo vicioso y los vicios son inconfesables.

La app empezó su proceso de descarga, al cabo de unos minutos el icono de Lush de Lovense ocupo discretamente su espacio entre los de Facebook, Twitter y el resto de la fauna digital que habitaban mi Iphone.

– Ya está.

– ¿A ver?, ¿me lo dejas? – Dijo extendiendo su brazo y dejando caer la pierna que la sostenía, para que otra vez pudiese ver el color rosa de su ropa interior.

Sus manos se adueñaron de mi Iphone, por cuya pantalla sus dedos se deslizaban con destreza mientras la observaba, abrió su bolso y extrajo de él un papel de color azul, que, por su gesto, entendí que contenía cierta información necesaria para la configuración de aquella app.

Por fin una sonrisa fue la señal de que había acabado su tarea, Julia me devolvió el móvil y se reclinó en la silla, y sin ningún tipo de pudor volvió al juego del balancear sus piernas mostrando la piel del interior de sus muslos y el lateral de su pubis rasurado. Me costó fijar mi atención en la pantalla que contenía únicamente una línea plana y un punto del tamaño de la yema de un dedo sobre un elegante fondo azul rosáceo.

– ¿Qué hago?, ¿Pulso este botón rosa?

– Si lo haces me harás muy feliz.

Sus palabras, el gesto de su cara y su postura seguían buscado provocarme. Mi pulgar pulsó el punto de la pantalla y lo desplacé con facilidad hacia la esquina superior de la pantalla. Al hacerlo Julia dio un pequeño salto en la silla.

– Despacio, eres un bruto. Ven aquí, anda – Dijo cogiéndome la mano en la que tenía el móvil, mientras con la otra deslizaba suavemente mi pulgar sobre la pantalla. – ¿Ves?, así despacio, como lo hacías anoche cuando me acariciabas.

A la vez que su mano guiaba la mía, su respiración iba aumentando en ritmo y entrecortándose y sus ojos de color marrón verdoso se clavaban en los míos. Yo la observaba y seguía sin comprender aún qué era todo aquello.

– Ahora sigue tú – Dijo, soltando mi mano y volviendo a su postura sobre su silla de metal, sin dejar de sostener mi mirada.

Con delicadeza desplacé mi pulgar por la pantalla, a medida que aumentaba la presión el azul rosáceo se iba convirtiendo en rojizo y Julia reaccionaba cerrando levemente sus ojos perdiéndose en sus pensamientos.

– Un poco más rápido

Mi pulgar obedeció a su petición, presioné la pantalla, ella respondió con un gemido ahogado y mordiéndose el labio inferior. Comprendí que el movimiento de mi dedo en aquella pantalla, provocaba aquellas reacciones en Julia. Aquella app estaba conectada a algo que… Julia pareció leerme el pensamiento, y con su mirada guío la mía hacia su entrepierna, y con un brillo de deseo en sus ojos hizo un gesto afirmativo con su cabeza.

– Si sigues haciendo eso, vas a hacer que acabe de nuevo aquí mismo en la terraza.

Entendí en qué consistía aquel juego y me estaba gustando. Me quede en silencio, mis ojos recorrieron la plaza, sentí el murmullo de las conversaciones de las mesas de alrededor, pero el mundo parecía que estaba ajeno a lo nuestro, nadie se dio cuenta cómo Julia se aferraba con sus manos a los reposabrazos de su silla, mientras mí índice dibujaba un pequeño círculo sobe el cristal de la pantalla.

– Has aprendido pronto.

No le respondí, en cambio, aceleré el ritmo y la presión de mi dedo, Julia cerró sus piernas privándome de la visión de sus muslos, comprendí que mis dedos eran lo que provocaba aquellas reacciones. La tecnología al servicio del deseo y del morbo, me estaba llevando al punto donde había comenzado la conversación “¿Te gustaría controlar mis orgasmos?, meterte en mi mente, hacer que me corra cuando menos me lo espere, controlar ese placer.”

Los labios de Julia se abrieron levemente y sus ojos despedían un brillo desafiante, después se inclinó hacia delante, lo suficiente como para acercarse a mi oído.

– Sigue…

Fue lo único que dijo y volvió a recuperar su posición. Hice lo que me pidió, seguí jugando a este juego entre lascivo y morboso, en el que sus miradas me desvelaban cuando intentaba sofocar un grito de placer, y la tensión de los gemelos de sus piernas la cercanía de un orgasmo clandestino.

Observé que el color la pantalla iba pasando del azul rosáceo a un rojo cada vez más intenso, a la vez que Julia hacia más esfuerzos por mantener el ritmo de su respiración en un intento de aliviar el deseo sentía, apretó los muslos, pero eso la excitó aún más, y no solo a ella; en ese momento sentí el deseo de levantarnos y terminar aquello entre sábanas, pero como si pudiese leerme el pensamiento…

– Ni se te ocurra parar ahora.

Solo fue susurro, pero aquello era lo que quería, que no parase, deseaba que terminase lo que habíamos empezado. La provocación, el deseo y el riesgo a ser descubiertos se reflejaban en su mirada y en su gesto.

De repente, noté humedad en mi dedo, y vi como una gota se escurría sobre el fondo casi rojo de pantalla de mi Iphone y cómo otra recorría su rostro bajando desde su mejilla hasta caer en su labio.

– Sigue, no te levantes.

Desde que era un niño siempre oí decir que en Galicia la lluvia es arte, creo que por fin comprendí esa frase cuando una gota de lluvia luchaba por no caer del labio tembloroso de Julia mientras llegaba al orgasmo.

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