Me encanta trincar culos gordos (03)

Sus ojos fueron hacia mi entrepierna, para luego desviarse rápidamente de mi nabo erecto. Yo no había vuelto a subir mi pantaloncito. Me zambullí nuevamente de espaldas y luego de bajarle el pantaloncito paseé mi cara por su sabroso culo, y luego mi pecho, mi abdomen y al fin mi poronga al palo que recorrió la raya entre sus nalgas lentamente, de modo insoslayable de notar. Ya la cosa estaba dejando de ser un juego de niños. Y Jorge se estaba descubriendo en aspectos que jamás había sospechado de sí mismo

Me encanta trincar culos gordos.

Por Lado Oscuro 4Ladooscuro4@hotmail.com .

Había pasado una semana desde el día en que siguiendo por la playa a una morenita con un espectacular culo gordo, después de trincárselo descubrí que era un travesti, portador de una poderosa verga que me hizo conocer por mi culo, hasta entonces virgen. No es que no lo haya disfrutado, y mucho, pero me dolió, y me prometí ser más cuidadoso en el futuro, para seleccionar víctimas. Cuidadoso, pero sin exagerar, porque la sorpresa me había gustado. Sentir como su verga pulsaba dentro de mi ano con cada chorro de guasca que me largaba, fue una experiencia que recordé toda la semana, haciéndome pajas.

Ya se me había terminado el dolor de culo, y decidí que ya era hora de volver a la playa, para saldar una cuenta pendiente. El señor con un hermoso culo gordo que siempre iba con su familia. Me pregunté si hoy lo encontraría, y como haría en tal caso para trincarle el culo, ya que tenía la impresión de que el pobre no tenía experiencias en ese sentido. Y seguramente no sospecharía mis intenciones cuando me le acercara.

Su carpa era la primera al lado del sendero que llegaba a la playa. Su señora y los niños me saludaron alegremente. "¡Por dónde andaba, que nos había abandonado...!" ´me preguntó ella. Me senté en uno de los sillones de esterilla que venían con la carpa. "Es que tuve mucho trabajo..."

"¡Bah, cosas de hombres, yo no me perdería un día de playa por nada del mundo!", desaprobó ella. "Dele, tómese un mate! Y me lo entregó extendiendo su brazo. ¡¿Y usted que me cuenta, don Jorge?" me dirigí al marido. "No me digas "don"" rezongó Jorge.

Después de un rato se levantó: "Me voy a dar un chapuzón, ¿venís?" Y allá nos fuimos los dos, rumbo al mar. Él abriendo camino, y yo disfrutando de la vista de su soberbio culo, delante de mí. ¡Cómo podía un hombre tener un culo tan hermoso! Me maravillaba yo.

Entró en el agua dando grandes saltos, levantando las rodillas hacia fuera alternativamente. Sus nalgas se marcaban que era una delicia. Cuando se dio vuelta para esperarme, hice lo mismo, sólo que a mí esos alocados saltos hacían que mi nabo se saliera por los costados del shorcito. No me cabe la menor duda de que Jorge había tomado nota del espectáculo.

Las aguas estaban calmas, tibias y transparentes. Y haciendo pie en la arena del fondo comenzamos a charlar animadamente. El agua nos mecía agradablemente.

Después de algunos minutos, decidí apurar un poco la cosa, por el lado del juego. Y me zambullí pasando por entre sus piernas, y al salir del otro lado lo hice bien pegado a su cuerpo, de modo de refregarle su culazo con todo mi cuerpo. Como respuesta, Jorge emitió algunas risitas nerviosas, y luego decidió devolverme la gentileza pasando entre mis piernas. Yo aproveché para hacerle sentir mi gran nabo por su mejilla y luego por toda la espalda. Cuando salió emitió otra risita tonta. Yo había ganado las dos veces. De modo que decidí repetir el juego. Sólo que esta vez me sumergí de espaldas, de modo que al salir de entre sus piernas le refregué mi cara contra el orto y luego, muy apretadamente, todo mi cuerpo, nabo incluido. Jorge no sabía muy bien como interpretar lo que estaba ocurriendo. Me pareció que a nivel consciente no sabía muy bien como registrarlo, y a nivel subconsciente estaba detectando sensaciones y sentimientos nuevos, algo confusos y perturbadores. Retrocedió un poco, emitiendo risitas estúpidas. Decidido a no darle tregua, me lance nuevamente entre sus piernas, pero apenas había pasado, de un tirón le bajé el pantaloncito, dejando su soberbio culo al aire, o mejor dicho "al agua". Nuevas risas histéricas. A todo esto mi nabo había comenzado a comprender lo que yo estaba haciendo, y se plegó con entusiasmo al juego. Cuando Jorge me devolvió el chiste bajando mis pantaloncitos, dejó expuesto un nabo bastante más grueso y crecido, rumbo a la total erección. Y se dio cuenta, aunque debió –pienso yo- atribuirlo a una reacción casual de mi joven cuerpo lleno de energías. Pero al emerger, su rostro estaba un poco más colorado. Sus ojos fueron hacia mi entrepierna, para luego desviarse rápidamente de mi nabo erecto. Yo no había vuelto a subir mi pantaloncito. Me zambullí nuevamente de espaldas y luego de bajarle el pantaloncito paseé mi cara por su sabroso culo, y luego mi pecho, mi abdomen y al fin mi poronga al palo que recorrió la raya entre sus nalgas lentamente, de modo insoslayable de notar.

Ya la cosa estaba dejando de ser un juego de niños. Y Jorge se estaba descubriendo en aspectos que jamás había sospechado de sí mismo. Esta vez, cuando emergí no se había subido el pantaloncito. Entonces lo abracé por detrás, poniendo mi poronga frente a la unión de sus cachetes, y refregándosela lentamente arriba y abajo. Jorge se dejaba hacer. Y no protestó. Eso me animó y con ambas manos separé sus nalgas, para acomodar mi caliente nabo entre sus glúteos. Él avanzó la cola para rodear mejor mi nabo y lo apretó repetidas veces, como si estuviera saboreándolo. Intentó aclarar la voz, como para hablar, pero no lo consiguió. Yo había comenzado a frotar mi nabo contra la entrada de su ojete y Jorge se quedó, como en éxtasis, avanzando inconscientemente su ojete contra la cabeza de mi poronga. La intensidad de la situación me pudo, y mi poronga comenzó a inyectarle chorros de semen por el agujerito del ojete. Jorge dio unos gemidos y se aflojó en mis brazos. De su pija, algo más chica que la mía, salía un hilo de semen, como la voluta de humo de un cigarrillo, que se mecía suavemente en el agua.

Cuando nos enfrentamos me miró a los ojos: "¿... qué pasó...? ¡Nunca me había ocurrido algo así...!"

"A mi tampoco", le mentí. "Pero no podemos dejar que esto termine aquí", avancé. "Cla-cla-claro..." acordó. Y su mano acarició con afecto mi nabo, que había perdido su dureza pero permanecía todavía enorme.

Cuando nos recompusimos un poco –a lo cual el agua ayudó, ciertamente- nos encaminamos hacia la carpa donde nos recibió su mujer. "¿Qué tal lo pasaron en el agua, muchachos?" "Bien" dijo él "estuvimos hablando de nuestros trabajos." "¿¿Trabajos??" rió ella, "¡Claro, que otra cosa pueden hacer dos hombres, aún en el agua, que cosas de hombres!"

"Y bueno" admití yo, "estuvimos haciendo cosas de hombres."

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