Me encanta trincar culos gordos (01)

De niño, jugando con un compañerito gordito, descubrí el placer de metérsela por el culo. Y de ahí en más seguí con ese habitos, ya sea con niños, niñas, señoras y señores.

Me encanta trincar culos gordos.

Por Lado Oscuro 4 Ladooscuro4@hotmail.com .

Me encanta trincar culos gordos. No importa el sexo. Un buen culo gordo es un buen culo gordo. Y me pongo loco por enterrar mi batatón en un buen culo, cuanto más gordo mejor.

Todo comenzó a los cinco años cuando un amiguito gordito que venía a jugar a casa, me ganó todas las bolitas, y para festejar se bajó los pantalones y se puso a menear el culo, como habría visto alguna vez en la cancha. Yo me quedé viéndolo extrañadísimo, me pareció que el culo del gordito era precioso, ¡qué lindo culo tenía el gordito! Y como él seguía bamboleando el culo, a mí me ocurrió algo nuevo y extraño: se me paró el pitito. Y me uní a su festejo refregándole mi pito en su gran culito. El se mató de risa y siguió restregando su culo contra mi pito. Y entonces –zás- mi pito le entró en el agujerito. Y se quedó quieto, creo que por la sorpresa. Pero no se quejó, sino que se quedó con mi pequeño pene en su culo. Y yo, por no saber qué otra cosa hacer, se lo metí un poco más. Y él se quedó, y me pareció que le gustaba. Y entonces se lo metí del todo, y él con sus manos abrió sus nalgas, para que se lo metiera mejor. No quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido si mi mamá hubiera entrado en ese momento. Pero no entró. Y yo, con toda inocencia, comencé un mete y saca muy divertido. Y él me respondía empujando hacia atrás con su gordo culito. Y así estuvimos por un buen rato divirtiéndonos de lo lindo, y yo sentí un picor riquísimo en mi pijita al palito, y él me dijo que también sentía una cosquillita muy rica. Y tanto va y viene, de pronto mi pitito se puso más duro y comenzó a pulsar, y yo sentí que me ponía colorado y me agarré muy fuerte de mi amiguito para meterle mi pequeño miembro hasta el fondo, y nos quedamos así por unos largos momentos. Mi amiguito quería seguir, pero yo ya no tenía más ganas.

De ahí en más, cada vez que venía me pedía que repitiéramos el juego. Y me lo cogía varias veces en la tarde. Esto duró como cuatro años y tanto mi pijita, como su culo, como su agujero siguieron creciendo. Así que todas las tardes venía y jugábamos con gran entusiasmo.

Entretanto, yo había descubierto que podía jugar el mismo tiempo con otros compañeritos, así que me cogí a unos ocho nenes. Pero no era lo mismo, si no tenían el culo gordo se perdía parte de la diversión. Así que empecé a hacerme amiguito de nenes gorditos con un lindo culito gordo. A veces eran más chicos que yo, y otras veces eran más grandes. Yo jugaba con ellos y les tocaba el culo muy seguido, lo que en general le gusta a todos los niños. Se los tocaba a través de los pantaloncitos y mis tocadas los iba soliviantando, aunque la cosa no les llegara a nivel conciente. Y yo seguía tocándoles el culo y tocándoles el culo. Y en algunos casos pude constatar que se les paraba la pija, por puro agrado. Entonces se me ocurrió agarrarles las pijitas con mi manito y apretárselas, casi tiernamente. Los nenes se quedaban sintiendo la sensación, y yo aprovechaba para darles unos apretoncitos tipo ordeñe y ellos se dejaban, deleitados. Ahí yo les bajaba los pantaloncitos y calzoncillitos de un solo golpe y les agarraba, piel a piel, las pijitas paradas y seguía con mis apretoncitos, y de mientras me iba colocando atrás y les frotaba mi duro miembrito contra sus culitos gordos. Y se las metía. Los nenes se dejaban y yo seguía con mis apretones para tenerlos mansitos y poder seguir metiéndoles mi duro pito hasta el fondo. Después me agarraba fuerte de ellos y me los cogía a conciencia, con mutuo placer por ambas partes. Como generalmente era yo el que acababa (aunque sin leche, claro), el otro nene me pedía que siguiéramos y se quedaba calentito y bien dispuesto hasta el día siguiente. Así me cogí a unos cuantos gorditos, que me buscaban cada vez que podían.

Cuando cumplí doce años mi pija ya tenía sus buenos catorce centímetros y no era tan fácil encontrar chicos nuevos a los que metérsela, aunque cada tanto conseguía alguno. Pero de mientras seguía cogiéndome a mis viejos amiguitos, con sus ojetitos bien trabajados y viciosos.

A los catorce calzaba mis buenos diecisiete centímetros y recibía interesadas miradas por parte de las chicas y de algunos niños con cierta inclinación hacia los nabos. Esos chicos se me insinuaban solos. Y yo les daba para que tuvieran y para que guardaran. Y las nenas se me acercaban muy bien dispuestas, y no tardé mucho en empezar a coger con nenas de doce, trece, catorce, quince y dieciséis. El asunto de las conchas con pelos me desconcertó un poco por un tiempo, ya que los culos no eran así de peludos, pero les fui tomando el gusto. Pero igual prefería hacerles el culo a las nenas. Y claro, me gustaban más las gorditas, y si eran bien gordas mejor. Con las gordas, paradójicamente, me resultaba más fácil hacerles el culo, ya que como nadie les daba bola, estaban dispuestas a dar el culo, con tal de tener un poco de sexo. Algunas, conocedoras ya de mi fama de rompeculos, se me acercaban ya con el frasquito de vaselina en la mano. ¡Qué época aquella...!

Mi primer gran enamoramiento fue con una gran gorda, casada, con un culo que me quitaba el sueño. Era una señora rubia teñida, de unos cuarenta y pico, a la que el marido le pasaba poca bola. Así que cuando empecé a darle charla en el ascensor, me siguió la charla con entusiasmo. No tardamos en irnos haciendo amigos y en que me invitara a tomar algo en su departamento, cuando el marido estaba ausente. Pese a mis diecinueve años tomó mucha confianza conmigo y terminó contándome que su marido la trataba con indiferencia. "¡Qué barbaridad!" dije yo "¡Con ese culo...!" Ella se sorprendió un poco, pero aceptó el elogio con una sonrisa y algo de rubor. A partir de ahí, en todas nuestras charlas, encontraba alguna oportunidad para decirle algo de su culo. Y ella captó. Y pronto comenzó a recibirme con faldas ajustadas que le resaltaban su tremendo culo, o con unos hot pants rojos brillantes que se pegaban a su culazo como una segunda piel. El espectáculo de sus muslazos embutidos en esos mínimos pantaloncitos era tremendo y me producía enormes erecciones. Lo mismo cuando esos gordos muslos se veían por la pollera un poco subida al sentarse. Yo estaba a mil, pero seguíamos charlando como si nuestro único interés fuera la amistad. Aunque mis piropos a su culo eran cada vez un poco más procaces y su agrado ante ellos era cada vez más abierto. Habrán pasado unos cuatro meses cuando me provocó inclinándose para dejar una bandeja con bocaditos en la mesita ratona, para lo cual me puso todo su hermoso culo frente a la cara. Yo estaba sentado en el sofá y ante esa visión no pude contenerme más y agarrándole las caderas con ambas manos le besé el culo a través del satén. Ella se quedó quieta, extasiada y no pudo evitar un suspiro. Entonces, con ambas manos le bajé de un golpe el minipantaloncito, dejándole el soberbio culo al aire. Y comencé a besárselo, por todas partes, besos y más besos, besos y más besos por todo el culo, las nalgas, los cantos, la raya, besando y lamiendo. María Laura comenzó a suspirar de la calentura. Terminé de sacarle los pantaloncitos y, una vez con el culo al aire la acosté en el sofá, boca abajo, es decir culo para arriba. Y sumergí mi cara en ese maravilloso culo, besándolo y lamiéndolo con entusiasmo por todas partes. Ella erotizada por el desnudo impacto de la situación, se dejaba besar el culazo con desenfado, subiéndolo un poco para facilitar el camino de mi lengua y comenzó a gozar. Sus jadeos me enardecían, y mi lengua iba lamiendo el interior de sus glúteos, lamiendo y lamiendo. Y de pronto, presa de la más loca calentura, se corrió. Fue un cataclismo en ese culo que temblaba como un terremoto. Mi cara absorbía todos esos temblores apretada contra sus nalgas.

Me saqué los pantalones y el slip, y con mi poronga completamente empalmada me subí a ese culo y comencé a refregarle la tranca contra su raya. Sus nalgas se fueron abriendo, dando camino hacia su ojete completamente empapado por mi saliva. Mi nabo entró fácil los primeros cinco centímetros, que es hasta donde había llegado mi lengua. Y ahí comenzaron a servir los propios jugos lubricantes que salían de mi glande. Y se la fui enterrando en el orto, con sucesivos jadeos de Laurita, que estaba en el séptimo cielo.

Una vez adentro mi cuerpo casi flotaba sostenido por esas enormes nalgas y agarrado a ellas por toda la longitud de mi nabo. Ella empezó un aprieta-suelta con su ojete que me levantaban en vilo para luego dejarme caer, enterrado hasta el fondo. ¡Nunca me había cogido un culo tan sabroso! ¡Desde su posición ese culo me estaba cogiendo a mí! María Laura había estado hambrienta mucho tiempo y su culo festejaba mi poronga con entusiasmo.

Entre los apretones que me daba y la paja que me hacía con su sube-baja, los gemidos y los apasionados jadeos, mi nabo no pudo más y tensándose comenzó a inyectar chorro tras chorro de leche en su soberbio orto.

Nos quedamos así, con mi poronga dentro de su tierno ano, y ella ordeñando hasta la última gota con sus apretones y temblores involuntarios, producto de la calentura y del ansia con que saboreaba mi tranca. Ya me había sacado toda le leche que tenía, pero sus apretones succionantes seguían masajeando golosos mi nabo, devolviéndole poco a poco su dureza. ¡Tampoco eso me había pasado nunca...! Y me quedé con mi cuerpo relajado sobre el suyo, mientras su culo recomenzaba el trabajo sobre mi nabo, que reaccionaba por sí mismo. "¡Yo sabía que deseabas mi culo, cielo...!" y yo sentía el intenso masajeo de sus glúteos, que festejaban mi nabo con fruición. La piel del mismo se corría para adelante y atrás. ¡Laurita me estaba haciendo la mejor paja de mi vida con el orto...! Y ella me seguía hablando apasionadamente, mientras continuaba haciendo entrar y salir mi pija con sólo tensar y relajar sus glúteos. Yo, totalmente abandonado sobre su cuerpo, asistía a la tremenda paja que me estaba haciendo. Estuvimos así por uno veinticinco minutos hasta que consiguió que me derramara nuevamente. Y siguió con sus apretones hasta nuevamente ordeñarme hasta la última gota. Quedé exhausto sobre su cuerpo, enterrado en ese culo maravilloso y me dormí, sintiéndome en el cielo.

Debo haber estado dormido por una hora o cosa así y cuando salí del entresueño advertí que mi nabo se había empalmado nuevamente en ese tibio nido que lo acariciaba con suaves presiones succionantes, dejándomelo como nuevo. Yo no lo podía creer. Esa mujer estaba decidida a agradecerme en forma mi enamoramiento de su culo. Ya más recuperado comencé a serrucharlo con entusiasmo, provocando gemidos de placer y alegría por el agasajo que estaba recibiendo por su culo. Esta vez tardé más en llegar, pero fue sin esfuerzo, entregado a sus dulces mimos anales.

Cuando por fin se la saqué tendiéndome rendido a su lado, me miró a los ojos con un brillo húmedo y tierno en los suyos. "Mi marido se merece esto..." y agregó "y yo también..." "Desde hoy quiero que dispongas de mi culo a tu antojo, mi vida..."

Y de ahí en más dos o tres veces por semana teníamos nuestra sesión de disfrute de su culo.

De cualquier modo, mi pasión por los culos gordos iba más allá de mi amor por ella, y en cuanto me cruzaba con un culo apetitoso procuraba trincármelo, como aquel señor gordo con un culo que era un altar, que conocí en la playa en la que estaba con su familia.

Pero esa es otra historia.

Me gustaría saber si quieres que te la cuente, y que tal te pareció esta. Puedes escribirme a ladooscuro4@hotmail.com contándome tus experiencias y enviándome fotos si quieres.