Me enamoré de una mujer adictiva (parte I)

Ella me envenenó por dentro desde el primer momento. Es mi droga, yo su sirviente. Entonces no me amaba, pero yo me enamoré de ella nada más verla.

Antes de empezar a contaros esta historia permitidme que me presente. Mi nombre es Yamashita Kai. Sí, soy japonés, pero rompiendo el mito de que la tenemos pequeña, te diré que a ella le hice daño la primera vez, y eso que no era virgen, pero sí muy inexperta. Tengo el pelo teñido a varios colores, los ojos grises y la piel clara. Soy bastante alto, 1,70, fuerte y, bajo su punto de vista, muy guapo. Claro que para ella todos los japoneses lo somos. Eso me hace sentir un poco celoso, pero no puedo cambiarla, ella me gusta así.

Era verano y estaba cansado de mi trabajo. Soy músico, así que trabajo cuando me da la gana. Amo la música, pero a veces también me cansa, y esa fue la razón por la que partí al primer país que se me ocurrió: España. Elegí Canarias a proposito, pues ahí hay un club llamado "Spider". En él se toca música alternativa, con lo que yo trabajo. Todos son imitadores, pero quería ver hasta que punto podía llegar el amor por la música.

Llegué a Canarias a las nueve de la noche, y me apetecía divertirme. Logré que me dijesen dónde está el club, y fui hacia allí caminando, tras dejar mis maletas en el hotel. El local estaba en las afueras de la ciudad, y era algo así como una nave industrial, aunque por dentro parecía un palacio. Una barra que se extendía desde la puerta hasta la otra punta del local, tres puentes a seis metros de altura, los sitios VIP, y un escenario enorme al fondo. En ese momento sonaba la música de Megaromania, romántica y fuerte. La tocaba un grupo llamado Bunny's Reborn. El nombre tiene su historia, pero luego te lo explico.

Lo que me llamó la atención de ese grupo no fue la música, tampoco sus ropas extravagantes que recordaban a una mezcla entre la época victoriana, los corsarios y lo gótico, ni la voz del cantante. Para tocar las canciones de Megaromania se necesitan dos guitarristas, pero en el escenario solo había uno. Sus dedos se movían rápidamente, arrancando las notas de cada canción. Ni siquiera recuerdo la canción que tocaban. Me quedé imnotizado por ella. Tenía el pelo teñido, negro con mechas azules, la parte derecha rapada, el resto del pelo con un alisado que me recordó a mi tierra. Vestía con una falda con miles de pliegues, cada uno de una tela diferente, y un top que acababa bajo el pecho, con mangas largas tipo kimono. Para mi era lo más bello y perfecto que había visto nunca.

-¿Te gusta? -una chica rubia me agarró del brazo.

-¿El qué?

- Dedos rápidos Mika.

- ¿Quién?

-La guitarrista. Es española pero todos la llaman Mika, y es la mejor guitarrista que he visto en mi vida.

-En eso tienes razón.

Casi olvido mencionarlo: soy guitarrista. Pero ni yo ni nadie que conozca es capaz de tocar tan perfectamente y a esa velocidad. Subida al escenario, tocando de ese modo, con el pelo moviéndose al ritmo de su baile con la guitarra. También hacía algún coro, tenía una voz perfecta. Suave, aterciopelada, seductora, infantil... lo tenía todo.

-¿Me estás escuchando?

-¿Qué decías?

-Digo que no intentes llevarla a tu cama, no lo conseguirías en la vida. Mika es inalcanzable para cualquiera de la isla.

-Ya, pero yo soy turista.

El concierto fue para mí como un sueño, simplemente la miraba a ella, sin pararme a pensar siguiera en las canciones que tocaban. Sus movimientos, sus manos acariciando rápidamente las cuerdas de la guitarra. Antes de lo que me pude imaginar el concierto había terminado. Miré mi reloj, que marcaba las dos de la mañana. ¿Cuánto tiempo llevaba en el club? Ya no quedaba ni la mitad de la gente que estaba allí cuando yo entré, y lo único que se me ocurrió fue ir a verla. Estaba imnotizado por ella, para mi era perfecta.

-Hola.

La miré, y ella me devolvió la mirada sonriendo. Unos brillantes ojos amarillos me miraron y estuve tentado de acariciar su piel. Estaba sudando por culpa de haberse movido tanto y por el calor que hacía allí dentro.

-Disculpa, se que me has dicho "hola" antes, pero ¿hablas mi idioma?

-Sí, lo siento.

-¿Te pasa algo?

-Solo estoy un poco mareado, no he dormido y no sé por dónde queda mi hotel ni la habitación que me dieron.

-Vamos, que no tienes a dónde ir.

-Básicamente.

Me tomó de la mano, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. La mejor guitarrista que había visto en mi vida y la mujer más bella del mundo me estaba agarrando la mano.

-Tano, lleva mi guitarra al estudio. Yo voy a llevarle a casa para que duerma un rato.

-¿A tu casa? -preguntó quien supuse que era Tano, un hombre que había imitado el estilo de Yo-ka.

-No, a la del vecino -una ironía española, como supe más tarde-. Nos vemos mañana.

Me pasó el brazo por la cintura y yo hice lo mismo. Actuaba como un autómata, como si estuviese drogado. Salimos del local y esperaba que el aire de la noche me despejase, pero no fue así, más bien al contrario. Su cabello se revolvió un momento revelando un olor a vainilla un poco apagado por el sudor. Era algo delicioso. Me llevó hasta su coche, un deportivo azul oscuro, y de allí a su casa. Era enorme, más grande que cualquiera que hubiese visto, y me miró sonriendo divertida.

-Creía que te lo habrían dicho -dibujó una ligera sonrisa-. Soy escritora.

Una intelectual a la que le encantaba la música y la moda alternativa. Era perfecta. Tal vez creyó que estaba drogado y me ayudó a bajar del coche y a recorrer toda la casa hasta llevarme a su habitación. Sí, a su cama. Eso me dejó un poco confuso, aunque luego me explicó que el resto de las habitaciones estaban cerradas.

Se puso de espaldas a mi para que no la viese desnuda y se quitó la falda, dejando ver unas piernas largas y bien formadas. Empezaba a obsesionarme con ella, pero después de lo que ví esa sensación fue a más. En cuanto se quitó la camiseta dejó al descubierto su espalda, y en ella unas alas tatuadas. No las había visto antes, a pesar de ser grandes, porque el top tenía forma de alas en la espalda, pero eran preciosas. Se puso un pantalon de pijama y una camiseta gris un poco grande.

-Si quieres puedes bañarte, creo que mi hermano tiene algo de ropa.

Salió de la habitación y yo me fui a duchar esperando que el agua me calmase, pero no fue así. Estaba confuso y empezaba a excitarme. No era bueno, ella lo iba a saber. Me pasé un buen rato bajo el agua fría, y cuando salí me encontré con unos pantalones y una camiseta, supuse que para dormir. Ella estaba ya dormida y yo me tumbé a su lado y apagué la luz.

No se había bañado y su olor empezaba a desconcertarme. Me atrapaba, me seducía y lo necesitaba. Fui cambiando mi posición hasta quedar lo más cerca posible de ella, aunque sin tocarla. Toqué su pelo, suave como la seda. Seguramente eso no le gustaba porque se giró en la cama tras pelearse con mi mano. Mi vista fue a parar directamente a sus pechos, grandes y bien formados. Quise apartar la mirada, y cuando lo conseguí ví sus ojos mirándome fijamente, aunque no estaba enfadada.

-Kai, ¿te pasa algo?

-No es nada.

-Yo no lo diría por tu tono de voz.

Estaba nervioso y confuso, como si fuese un adolescente, solo que tenía más de veinticinco años. Debería haber aprendido ya, pero ella me tenía imnotizado.

-¿Por qué tocas la guitarra?

Esa fue la primera pregunta que se me ocurrió, una pregunta estúpida, a media voz y confusa. Tenerla tan cerca y no poder ni tocarla.

-Porque me encanta, me siento libre -me sonrió-. En realidad tengo miedo escénico, pero la guitarra es algo así como mi escudo, como si con ella no fuese a pasarme nada.

Oirla hablar de ese modo me excitaba, y ella lo notaba, por como me miraba tenía muy claro que se había dado cuenta. Quería besarla, pero no me atrevía.

-¿Por qué has querido venir aquí?

-Tu me has invitado.

-Me dijiste que no tenías a dónde ir, pero podría haberte buscado un hotel. En cambio, cuando te dije que te llevaría a mi casa, no dijiste nada.

No aguanté más, la besé. Podía llevarme un buen guantazo, pero necesitaba hacerlo, y me entregué a sus labios en un beso apasionado. Estaba excitado, casi descontrolado. El tacto de su piel, tan suave... Quería acariciarla, y mis manos recorrieron su piel bajo la camiseta suavemente. La sentía ardiendo, ella estaba tan caliente como yo. Me separé de ella y me miró sonriendo. Me preparé para llevarme una hostia, lo tenía claro, pero no ocurrió.

-Lo siento...

-¿Te disculpas por haberte dejado llevar por tus deseos? -hizo que me levantase y me quitó la camiseta-. Eso está muy mal. Deberíamos vivir como si estuviésemos a punto de morir, dejarnos llevar por nuestros caprichos, por nuestros deseos... -acarició mis labios suavemente mientras hablaba-. Dime, ¿qué es lo que deseas?

-A tí -le quité la camiseta, no llevaba sostén, y acaricié sus pechos suavemente antes de volver a besarla-. Más que nada en este mundo, ahora mismo te deseo a tí.

-Entonces cumple tu deseo, aquí estoy.

-No juegues conmigo Mika, no esta noche. Si me dices que sí no habrá vuelta atrás, si vuelves a decirme algo así no voy a poder controlarme. Te deseo tanto que no sé ni cómo lo soporto.

-Kai, esta noche soy tuya.

Mi escaso control se rompió, besé su pecho y fui bajando lentamente por su piel, por su vientre. Estaba ardiendo, y yo la deseaba tanto que no podía ni pensar, solo sentir. Prácticamente le arranqué los pantalones y seguí lamiendo su piel, sin tocar su sexo ni un solo momento. Quería que me desease hasta que no pudiese soportarlo más. Su respiración estaba acelerada, y mientras lamía sus muslos, cuanto más me acercaba a su sexo más irregular era su respiración. Nada más tocarle con la lengua en su coño depilado gimió con fuerza. Eso me excitó mucho, la agarré y empecé a lamerla más profundo, y mientras tanto ella perdía la cabeza y gemía como loca. Se estremecía y acabó por correrse, y entonces acabó por correrse. Me separé de ella, sin soltar sus piernas, y me acerqué para besarla, pero ella jugó conmigo a esquivar mi beso, un beso que ardía en mis labios. Al final me dejó, y uní mis labios con los de ella, en un beso apasionado.

Estaba ya muy duro, sentía mi polla a como una roca, deseaba clavársela, sentir la humedad y correrme dentro de ella, y solo de pensarlo me excitaba más. Me quité los pantalones como pude, me negaba a separarme de sus labios, pero ella lo hizo, miró hacia mi miembro y sonrió complacida.

-A partir de ahora desconfiaré de los estereotipos -me sonrió traviesa-. ¿Cuánto te mide?

-Veintidos -susurré- normalmente... hoy más. No sé cuanto.

-Pues espero que seas tan bueno con tu polla como con tu lengua -volvió a besarme-. Haz que no olvide esta noche.

La metí entera en su interior, tan cálido, resbaladizo y apretado. Gemí, me sentía en el cielo. Por culpa de todo lo que la deseaba no tardaría en correrme y ella estaba muy sensible. Empecé a moverme rápido, y ella se abrazó a mi, gimiendo como una diosa. Era la mejor amante que había tenido nunca: se derretía, gemía, me arañaba... era una tigresa. Cuando me clavaba las uñas en la espalda gemía, y ella sentía que me gustaba, pero que no me dejaba correrme. Lo hizo varias veces, hasta que, cuando estaba ya desesperado, agarré su camiseta y la até a la cama. No iba a permitir que me arañase de nuevo, por más que me gustase. En sus ojos ví que eso le gustó, y me movía ya desesperado, gimiendo y jadeando a partes iguales.

-Voy a correrme, Mika -le dije gimiendo.

Me abrazó a ella con sus piernas, para impedir que me separase de ella. Quería que la llenase por dentro, y eso era algo que yo también deseaba. Mi polla latió un segundo y me corrí con un largo gemido, y ella al mismo tiempo. La abracé y solté sus manos. Lo que no calculé fue cómo iba a caer, estaba tan excitado que no me paré a pensar en ello, y cuando la solté mi polla tocó el punto que la volvía loca -así lo descubrí-, y me apretó tan fuerte que volví a correrme dentro de ella. Fue algo salvaje y atroz, pero delicioso. Acabé tumbado en la cama, agotado, y ella encima de mi, jadeando excitada y cansada.

-¿Qué tal he estado?

-Jamás te olvidaré.

Esas palabras jamás me gustaron, me temí lo peor con ellas, y acerté. No quería volver a verme, eso me dijeron sus ojos, sus chispeantes y dulces ojos amarillos. Quise llorar, pero me tragué mis lágrimas y le supliqué un beso. Mika me besó, y mientras correspondía a su beso yo lloré, no pude evitarlo. Cuando se separó estaba aún llorando.

-Kai, no estés triste.

-No puedes hacerme esto. No puedes jugar conmigo una noche y luego decirme que no quieres volver a verme -bajó la mirada-. Eso es lo que ibas a decirme.

-Yo...

-No te pido que me ames, solo que no me eches de tu vida.

-Sufrirás -suspiró.

-Mika, te necesito, te amo, me vuelves loco. Nunca antes había sentido por alguien lo que siento por tí. Dame una oportunidad.

-No -me besó-. Una vez confie en alguien y me rompió el corazón. Eso no volverá a pasar.

-Confía en mi.

Suspiró, y yo creí que me diría que no, me convencí a mi mismo de estar preparado para soportar el dolor que me provocaría con una sola palabra, pero me equivoqué.

-Está bien, pero escúchame atentamente. Si me engañas una vez y me lo dices tú, te lo perdono. A la segunda no.

-Jamás podría acostarme con otra mujer.

-Pero te metiste en mi cama el mismo día que me conociste.

-Eres diferente.

-¿Qué tengo de diferente?

-¿Qué significan tus tatuajes? -me miró sorprendida-. Me refiero a la rosa azul de tu cuello -la toqué con las puntas de los dedos-, a tus alas -acaricié la piel en la que estaba el tatuaje-, y el hada de tu cintura -y la toqué, delicadamente.

-La rosa azul significa "imposible", las alas "libertad" y el hada "imaginación". Es imposible ser libre sin imaginación.

-Pienso lo mismo -le sonreí-. Vuela, y yo estaré en tierra para atraparte si te caes.

-Vaya, y yo que pensaba que los japoneses no entendíais las metáforas.

-Algunos sí y otros no -la besé-. ¿Serás entonces mi novia?

-Sí -me sonrió traviesa, se separó de mi y se tumbó en la cama-. Por cierto, mi hermano está de viaje y su habitación estaba libre.

Ahí fue cuando comprendí que era víctima de una trampa que yo mismo había creado y de la que ella se dio cuenta. Yo me había transformado en su juguete, alguien que se volvería loco solamente con ver su cabello aparecer. Ella era mi diosa y yo su esclavo.