Me dijiste bésame y me dijiste que no (2)

Cesc nos cuenta su vida. Seguimos sin sexo pero prometo que en los próximos si habrá. Estos dos primeros son para presentar personajes y establecer un argumento.

Y luego están Jacob y Olivia, los que llegaron sin anunciarse como suele afirmar bromeando mi tío Tadeo. Son mis hermanos pequeños. La diferencia de edad es tan grande que, a veces, he ido por la calle con ellos y me han confundido con su padre. Jacob tiene 11 años y la niña, 8. Apenas unos mocosos que no saben nada de a qué dedica el tiempo su hermano mayor. De lo único que me he preocupado con respecto a ellos es de que sepan que aunque ya no vivo a su lado y me vean poco les quiero y siempre podrán contar conmigo.

El día que hice esa promesa desconocía lo real que se volvería.


Me dolía el culo pero me había desquitado devolviéndosela. Aunque bueno había sido una de esas escena que a punto estuvieron de traspasar el mero polvo ante las cámaras. Son las mejores. Esos veintitantos centímetros dentro de mi habían sido un delirio. Sin embargo también había servido para reafirmarme en la decisión que tomara hacia ya más de año y medio. Procurar no compartir proyectos con él. Y es que ese tipo me podía. Afortunadamente el tampoco parecía querer encontrarse conmigo. Desde aquel “callate la puta boca”

que me espetó en la última película que compartimos había pedido expresamente al estudio para el cual los dos trabajábamos que le buscasen películas en las que el

“capullo de Baranz no esté”

, frase que me hizo llegar textualmente mi manager.

¿A las tías les van los tipos mal encarados y “peligrosos”? La verdad es que no deja de ser un cliché pero a mi es lo que me sucedía con el cabrón de Alexander Kent, americano nacido en las verdes praderas de Wyoming. Siempre me pregunté qué coño había sucedido para que alguien como el acabase viviendo a dos continentes de distancia de donde vino al mundo.

Pero sí lo mejor era mantener las distancias. Sino sería inevitable que sucediera, aunque siendo sinceros lo que creo es que ya ha pasado. O eso me susurra a veces una vocecita en mi cerebro. Esa voz que solemos llamar conciencia. De vez en cuando ese canto de sirena murmura que ya estoy enamorado.

Sin embargo, Cesc Baranz Del Puig hacia siempre lo que puede por no ceder. Cesc Baranz Del Puig es un tipo que no quiere enamorarse. Y como no quiere no lo hace. O ese quiere creer.

Ese soy yo, el más grande e inconmensurable gilipollas.


Manuel me estuvo mirando mal durante meses. De hecho aún no ha dejado de hacerlo. Cada vez que el hermano de mi padre venía a visitarnos con su familia me encontraba con sus ojos enojados y el trato distante. Para mi no era fácil porque había sido mi mejor amigo y porque con 13 años descubrir que no eres todo lo normal que se supone que debes ser es ligeramente traumático. Algunas veces las cosas no se quedaban en miradas hoscas y recibía algún que otro improperio o empujón por su parte. Una tarde escenificó el grado de repulsión que sentía hacia mi. La tarde en que me enteré con 15 años recien cumplidos de que mis padres distaban mucho de ser como los ángeles y que definitivamente entre ellos había sexo. Jacob estaba de camino. Mamá estaba embarazada.

E inexplicablemente me eché a llorar (un tiarrón en plena adolescencia dejando escapar lagrimones) cuando Manu pasó por mi lado y me susurró que a ver si teníamos suerte y el bebé no salía siendo un sucio invertido como yo. Prometo que nunca jamás unas palabras me dolieron tanto. Me pasé lo que quedaba de día encerrado en mi cuarto bajo la excusa de que tenía que estudiar. Ya estaba empezando a anochecer cuando la voz de mi tío me llegó a través de la puerta;

“sobri, nos vamos”

, respondí con silencio así que poco después él siguió;

“No hay nada malo en ti, Cesc. No permitas que nadie te haga creer lo contrario... ni siquiera el tarado de mi hijo.”

Reconozco que soy afortunado. Una familia como la mía es difícil de encontrar. Tuve una infancia feliz, llena de buenos momentos. Una adolescencia relativamente tranquila. Pocas veces me sentí incomprendido o tratado injustamente por mis padres. Hoy hay algunos programas en la televisión que enseñan a educar a los niños. La teoría del diálogo y las de implicar a los críos en la familia y sus respectivos roles desde pequeños son las que parecen llevarse actualmente. Y, la verdad, cuando me detengo a verlos no atisbo en ellos más que el viejo y poco empleado sentido común. Ese que usaron mis dos padres trabajadores para criarme y el que ahora emplean en mis dos hermanos.

Yo he salido relativamente bien y veo en el camino correcto a los peques. Aún así es difícil, supongo, encontrar unos padres que acepten con tanta naturalidad no solo el hecho de que su hijo sea gay (allá por los 80 aún era un tema tabú y controvertido) sino que éste un día se plante delante de ellos diciendo que su mayor sueño es dedicarse profesionalmente a que otros tíos se lo follen delante de una cámara para que luego otros se corran a su salud.

No, definitivamente, no es muy normal que eso suceda. Pero es que siempre he dicho que mis señores progenitores distan mucho de ser usuales.

Brindemos por ellos. Brindemos por ellos hoy que un grandísimo hijo de puta me los ha arrebatado. Hoy que un capullo ciego de alcohol les ha segado la vida.