Me destapó las cañerias
El plomero me violó en mi propia casa y a su manera.
Me destapo las cañerías
Hola. Me llamo Laura, estoy a punto de cumplir 24 años y vivo sola en Buenos Aires. Estudio Derecho y no me falta demasiado para recibirme de abogada. Soy bastante atractiva, alta, delgada, de cabello castaño largo y lacio, ojos negros, boca sensual, mi cuerpo es armónico, tengo pechos pequeños pero bien formados y una muy linda cola (eso me dicen). Los que leyeron mis otros relatos me conocen un poco ya. Me gusta el sexo, me gusta que sea medio animal. No es que nos sea romántica y todo eso, pero me puede cuando un hombre o varios me dominan y me vuelve loca el sudor, el olor, el cuerpo bien de hombre. Algo debo hacer yo para que los hombres abusen de mí. Lo que voy a contar pasó hace poquito.
Era un lunes por la mañana temprano y me encontraba estudiando para dar un final. Había ido a bailar el sábado y la tarde del domingo hasta la madrugada no tuve ganas de estudiar. Sonó el timbre, era el plomero que había llamado para que arreglara unas canillas que goteaban y el calefón que no andaba bien. Me había olvidado que cuando llamé al teléfono que estaba en el aviso había quedado que vendrían ese día. Lo recibí y lo hice pasar así como estaba, de entre casa: el pelo revuelto, los ojos a media asta y con la camiseta gris ajustada con el dibujo de Mickey que se usaba hace unos años que apenas me cubría las calzas blancas de lycra bien ajustadas y metiditas en la cola.
Le indiqué lo que había para reparar y me volví a tirar boca abajo sobre la alfombra de mi pieza a estudiar. Al rato, no sé cuanto tiempo habría pasado, me sobresalte y vi que el hombre estaba parado en la puerta de mi habitación observándome la cola ya que la remera se me había subido del todo a la cintura. Era alto, morocho, robusto, algo barrigón, de unos 40 años y se veía además que llevaba varios días sin afeitarse. Ya está esta chica, me dijo, ¿quiere ver?. Me levanté rápidamente, para corroborar el arreglo y pagarle por su trabajo. Cuando pasé a su lado me di cuenta que además de no afeitarse no se había bañado tampoco.
Me dijo al pasar algo bastante grosero sobre mi silueta. Me hice la que no escuché y fui directamente a fijarme que todo anduviera en orden. Volvió a la carga: dime linda no necesitas una limpieza de cañerías. Le contesté con sequedad, no gracias, cuando necesite lo voy a llamar. Insistió, para que linda si ya me tenéis acá. No gracias, le volví a contestar y tomé la cartera para pagarle. Dale, no te hagas la histérica si se ve que eres una putita, se nota en tu forma de vestir, siguió. Le dije que se fuera o gritaba. Ahí me tomó con una mano del cuello y apretando me dijo: ni se te ocurra gritar o te acogoto, entendiste. Yo le pegaba con las dos manos pero ni se mosqueaba.
Tosiendo porque me apretaba la garganta y con resignación le contesté que si, que me dejara por favor. Te voy a dejar cuando termine y mejor que te portes bien, dijo apretando un poco más mi cuello. Casi me ahoga. Alcanzó a aflojar la presión cuando me quedaba sin aire. Ahí me aflojé yo también. Entonces aprovechó, sin soltar mi cuello, para empujarme hasta la mesa de la cocina. Me recostó boca arriba de modo que quedaran mis piernas colgando. Me soltó el cuello y me levantó la camiseta. Sentí sus manos enormes, rugosas y ásperas que acariciaban, en realidad lastimaban, mis pechos. Intentó besarme en la boca pero me resistí, entonces siguió por mi cuello y mis hombros sin dejar de masajear los pechos. Me ordenó que me sacara las calzas.
Le rogué que me dejara pero volvió a apretarme el cuello. Entonces con dificultad le hice caso, me saque las calzas junto con la bombacha. Se escupió en los dedos y me pasó la saliva por la conchita. Abrió los labios de mi vagina y volvió a pasar saliva. Ya estaba mojada. Si hay algo que me moja es sentirme dominada, sometida. Se rió socarronamente y metió un dedo enorme hasta donde pudo llegar y provocó mis primeros gemidos. Lo sacó volvió a escupirse y metió otro dedo más. Me lastimaba por abajo y por arriba con su mano en mi cuello. Le pedí que me soltara el cuello y tuve que prometerle que no gritaría, pero no pude evitar lanzar un grito cuando sentí que metía su puño en mi concha. Cuando me agarró con sus dos manos de ambas piernas y las dejó a los lados de sus caderas advertí mi error. No era el puño, era apenas la cabeza de su descomunal miembro.
Temí que desgarrara las paredes de mi vagina. Cuando empujó hasta el fondo su tremenda pija me conmocionó. Sostuve las piernas alrededor de su cadera y me agarró de los hombros para darse impulso. Cada vez que empujaba lo sentía en mis entrañas, en cada centímetro de mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Era un animal salvaje, con olor a animal y movimientos de animal. Lo sentía resoplar como un caballo en mi cuello y creía desfallecer. Cuando descargó en poco tiempo su torrente de leche sentí que me quemaba por dentro y recién después de relajarme pude acabar yo también un chorro de mis jugos que se mezclaron con su semen. Entre dormida y satisfecha empecé a sentir su peso relajado encima de mí que me ahogaba. Cuando la sacó, ya medio floja, vi el tremendo pedazo de carne que hacía solo instantes había tenido dentro de mí. No lo podía creer.
Y esta chica ¿cómo anduvo? Preguntó. Estoy destruida le contesté. Entonces vamos a darnos una duchita me dijo y sin dame tiempo a reaccionar me tomó de un brazo y me llevó hasta el baño. Me quitó la camiseta que aún llevaba puesta, abrió la ducha y me hizo meter con él. Primero hizo que lo enjabonara y lo enjuagara y que me detuviera en su miembro hasta que recuperó la erección. Luego me sacó el jabón y empezó a enjabonarme. Primero los hombros, bajó por la espalda y yo sentía que me relajaba. Luego siguió por la cola y la conchita, me metía el jabón adentro, tenía la concha llena de jabón. Entonces, como la tenía dura otra vez, me inclinó hacia delante, se pasó jabón por la pija y volvió a metérmela. Esta vez lo disfruté más todavía. Me cogía con furia y yo sentía su miembro que me atravesaba y estallaba en todo el cuerpo.
Tuve un orgasmo tremendo, pero el no había acabado. Me dio vuelta, me tomó del pelo y me hizo agachar y me ordenó que se la chupara. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que entrara aunque sea una parte en mi boca. La abría lo más que podía y apenas entraba parte de la cabeza. Lo pajeaba con las dos manos para ayudarme y le pasaba la lengua por todo lo largo. Dio resultado porque en instantes me llenó la boca y toda la cara de esperma hirviendo. Nos volvimos a lavar y pensé que ya todo había terminado. Estábamos los dos exhaustos. Después de secarnos nos tiramos a descansar un rato en mi cama. Yo estaba medio dormida, en realidad destruida y me relajé enseguida. El tipo se levantó al rato y fue a la cocina.
Sentí el ruido de la puerta de la heladera y lo vi volver comiendo restos de pizza que había quedado no sé de cuando con una lata de cerveza. ¡eran las 9 o 10 de la mañana y ya esta comiendo y tomando". Fue un par de veces más a la heladera pero mucho no encontró. Cuando estuvo lleno, me dio vuelta en la cama dejándome boca abajo y con mi propia camiseta me ató sin demasiada fuerza las manos por la espalda. Tomó mi bombachita y me la puso en la boca por lo cual no pude ni siquiera preguntarle lo que iba a hacer. Ahora vas a ver lo que es bueno me amenazó. Fue y volvió de la heladera con un pan de manteca. Ahí me di cuenta. Puso almohadones bajo mi vientre para quedara con la cola levantada. Primero me pasó la lengua por la cola y luego uno a uno sus dedos hasta que se dilató el orificio. Después pasó manteca por la cola mientras yo me retorcía tratando de zafar. Abrió mis piernas con fuerza y metió despacito su cabeza que había lubricado con manteca también. La sacó y la volvió a meter un poco más. Así unas cuantas veces hasta que metió todo su tremendo miembro en mi cola. No era la primera vez que lo hacía por la cola y tampoco era la primera vez que me metían algo grande, pero nunca algo tan grande y sobre todo de una forma tan animal. El tipo me cabalgaba y resoplaba en mi cuello. Yo sentía su olor, todo su peso y su miembro abriendo mis paredes y sentí lo máximo que nunca había sentido. Me mató.
Cuando acabó y derramó su leche dentro de mí ya había acabado yo dos veces antes. No quise ni mirar cuando la sacó. Me alcanzaba con sentir el vacío que quedaba, el ardor que me dejaba y el semen que bajaba por mis muslos y manchaba toda mi sábana. Se levantó al rato y comenzó a vestirse. No solo que no me desató sino que además me dejó un regalito: me orinó en la espalda y en la cola y la verdad es que no me gustó nada. Por fin pude dormirme. Sabía que por la tarde venía la chica de la limpieza que tiene las llaves y no hace preguntas. Por suerte no las hizo tampoco esa vez.
Fue una experiencia tremenda. La cuento y se me pone la piel de gallina.