Me dejo tocar el culo en el colectivo (2)

El atractivo caballero que estuvo apoyándome en el colectivo, me ha invitado a tomar un café. Espero que sea con leche...

Me dejo tocar el culo en el colectivo. 02 Por lindo culo 04. lindoculo04@yahoo.com.ar

Disculparás que no haga nombres. Ni el mío ni el del hombre que me había magreado el culo en el colectivo. Pero sí te diré que acepté su invitación a tomar un café.

Cuando me senté pude apreciar la humedad pegajosa que había quedado en el trasero de mi pantalón, debido a su eyaculación. Y con esa erótica sensación me aboqué a ver al nuevo amigo que tenia enfrente. Tenía algunos años más que yo, pero un rostro todavía joven, con rasgos muy atractivos. Y aquí estaba yo, considerando lo atraído que me sentía por un hombre casi desconocido, pero que con atrevida audacia, no sólo me había apoyado el culo en el atestado colectivo, sino que me había manoseado la polla hasta hacerme derretir con su mano.

Yo nunca había tenido una experiencia gay, pero fue tanta la sabiduría del desconocido caballero para hacerme sentir su poderoso miembro con frotaciones en mi mullido culo, que no pude evitar el meter la mano atrás y liberar esa gloria fálica para agarrársela tanto como pude, ya que la mano no me alcanzaba para cerrarla alrededor de su duro cilindro de puro músculo hinchado.

Así que cuando me invitó a tomar un café, fui encantado y ansioso, para seguir sintiendo la presencia de ese hombre que, en unos pocos minutos de viaje en un colectivo atestado, había cambiado totalmente mi vida, en forma irrevocable.

No te voy a aburrir con los hitos de la charla. Baste decirte que, luego de seducirme, continuó con su actitud seductora, mirándome a los ojos con toda intención. Como diciéndome "te la voy a hacer sentir tan bien, que te vas a enviciar..." Eso era lo que me decía con su actitud, y también con la voz. Sabía que me estaba cautivando, y yo sabía que él me manejaría con un dominio que me garantizaba la seguridad de que estaba en buenas manos, para lo que sabía que vendría.

No me animé a preguntarle si se había cogido a muchos hombres, porque no quería saberlo, quería sentirme el único, por más que sabía que era uno más de una larga lista.

"Me gustan los maridos", me confesó. "Me gusta hacerlos sentir que soy más macho que ellos. Por eso cuando te ví con el anillo, y ese hermoso culo que tenés, me pegué a él para que me sintieras."

Yo me sentí un poco tonto, pero halagado.

"Reconozco el tipo", continuó, "no te imaginas cuantos maridos me han entregado el culo, mi cielo."

"Pe-pero yo no quiero que me hagas sentir ese pedazote dentro de mi ojete", le confesé temeroso.

"Todos dicen eso, pero al final terminan entregándome el agujerito. Pero no importa, no hay apuro, también podés mamármela y tragarte la leche, corazón. Pero estoy seguro de que más tarde o más temprano, te la voy a poner en el orto."

Debajo de la mesa, mi pija se había parado locamente.

"Esta", dijo llevando mi mano hasta su entrepierna, haciéndome que se la agarrara. Fue un momento, nomás, pero bastó para que le pidiera que me llevara a un hotel.

"Aquí cerquita hay un hotelito precioso, donde te la voy a dar para que te enloquezcas" Y tomándome del brazo, dejó la propina para el mozo, y me llevó afuera. Al levantarme del asiento, sentí el ruído que hacía la tela del pantalón ya seca, al despegarse del cuero.

Era cierto, el hotelito era a menos de una cuadra, en la que su fuerte mano continuó oprimiendo mi brazo, como quién guía a una mujer.

Se ve que el conserje lo conocía, "¿un nuevo amiguito, veo...?" con una sonrisa que revelaba que había conocido muchos otros "amiguitos" del caballero que me había traído hasta allí. No se le escapó que la mano de mi amigo había bajado del brazo hasta mi culo, en una caricia prometedora, que me puso de todos los colores ante la vista del hombre.

Cuando entramos en el pequeño ascensor, mi amigo me dio un beso en la boca. Y ese beso continuó, con su urgente lengua penetrando mi boca, mientras sus manos se apoderaban de mis glúteos. Yo recibí la inesperada caricia, gimiendo suavemente. Y así continuamos hasta llegar a nuestro piso.

Mientras sucumbía a la pasión de sus besos y tocamientos, pensé horrorizado en lo que pensaría mi mujer si supiera lo que estaba haciendo en ese momento. Pero el olor a macho de la piel de mi amigo me emputeció completamente. Así que cuando cerró la puerta del dormitorio me tenía dispuesto a lo que él quisiera.

Como era un poco más alto que yo, cuando me besaba era su cabeza la que dominaba la mía, que se inclinaba laxamente. Con ambas manos me atrajo aún más por la cintura, haciéndome que mientras me besaba apasionadamente, sintiera nuestras pollas una contra la otra.

Después me soltó bruscamente, dejándome algo tambaleante y muy caliente.

Como sabiendo que era el momento preciso, él se sacó el pantalón, dejando su poderosa tranca libre frente a mis ojos.

Yo me quedé alucinado frente a lo que veía. Y caí de rodillas a la altura de esa verga increíble. "¡¡Papito...!!" exclamé con la voz ronca por el deseo. Y en actitud de adoración le besé la poronga. Él me observaba con gesto irónico al ver el efecto que me estaba produciendo con su atributo.

Se la besaba embelesado, recorriéndola y saboreándola en toda su soberbia longitud. El olor que desprendía me nublaba la razón, y no paraba de darle besos y lengüetazos. "¡Así quería tenerte, mi putito..., arrodillado como corresponde, frente a un superior...! Pasátela por toda la cara, pichoncito, y seguí gimiendo de pasión, así, así...!" Finalmente me fue guiando la cabeza para embocarme la pollota entre los labios. "¡Date el gusto, nenito...!"

Cuando comencé a chupársela supe que había esperado toda la vida por este momento. Rendido frente a esa polla, no podía parar de lamerla, enroscándole la lengua con devoción. Los impúdicos chasquidos que producía con mi succión parecían ser música para sus oídos. Y su mano seguía manejando mi cabeza, como a un esclavo de sus deseos. Y poco a poco me la fue entrando, con pequeños vaivenes enloquecedores.

Él se la dejaba mamar en actitud dominante, sabiendo que me tenía a su merced para lo que él quisiera. "¡No te toques, quiero verte morir de calentura! Seguí mamando, puto" Y me movía la portentosa tranca como cogiéndome la boca y echando suspiros de placer. Evidentemente se estaba por echar un gran polvo en mi boca. Y yo estaba para lo que mi rey quisiera.