Me dejo tocar el culo en el colectivo (1)

Primera experiencia en un colectivo repleto, con un caballero que expresa su simpatía a mi redondo y mullido culo. Me encanta cuando un hombre es caballeroso.

Me dejo tocar el culo en el colectivo. 01 Por lindo culo 04. lindoculo04@yahoo.com.ar

Esto ocurrió a la hora pico. El bus venía atestado de gente. Y estábamos apretados unos contra otros a tal punto que nos sosteníamos mutuamente, lo cual era una situación en cierto modo agradable, una vez que uno se resignaba a no tener autonomía de movimientos. Así que íbamos acunados por la masa de gente que nos mecía en sus suaves vaivenes.

Era, pues, una excelente oportunidad para ver de apoyar mi nabo en algún simpático trasero femenino, amparado en la excusa de la falta de posibilidades motrices. Miré a mi alrededor, pero la fémina más cercana estaba o seis o siete cuerpos de distancia, en medio de la masa compacta. Así que me resigné a no tener suerte en este viaje.

Pero tuve la impresión de que el hombre que estaba detrás de mí estaba teniendo suerte.

Con mi culo.

Yo tengo un culo bastante mullido y redondeado. Y el caballero que tenía detrás parecía estarlo apreciando. Como de moverme, ni caso, dejé que el buen hombre continuara apoyando mi trasero, esperando que la cosa no pasara a mayores, y de paso valorando la presencia que se estaba haciendo notar en mi culo.

Mi compañero de viaje, no presentaba una erección, pero iba en camino, sin duda.

No obstante, pude sentir que el volumen de su miembro bajo el pantalón, tenía dimensiones bastante considerables, aún mayores que las mías, aún en su condición de semi-relajación. Debo reconocer una cierta sensación de erotismo, dada la situación, avalada en cierto modo por mi falta de culpa al respecto. Así que me permití disfrutar con mi sensibilizado culo, del creciente cilindro que estaba creciendo contra la unión de mis nalgas.

La situación parecía carecer completamente de peligro, y todavía faltaba mucho tiempo de viaje, así que haciéndome el distraído, dejé que el caballero de atrás me siguiera apoyando. Me preguntaba si lo estaba haciendo a propósito, o si la temperatura o lo mullido de mi culo, más los leves rozamientos involuntarios, traicionaron su carne más allá de su voluntad.

Mientras me entretenía en estas reflexiones, el bulto del caballero me estaba entreteniendo a su propia manera. Hermoso tronco cargaba el caballero. Sentí que mi propio bulto también estaba creciendo. Y bueno, me dije, lo justo es justo. Y traté de distraer mi atención del nabo con que el caballero me expresaba su involuntaria simpatía.

Entonces sentí la mano del caballero posarse cálidamente en mi carnoso posterior. Experimenté un estremecimiento: ¡el hombre lo estaba haciendo a propósito! Me di vuelta para echarle una breve ojeada, era un poco más alto que yo. Al ver que yo me dejaba, el hombre volvió a acariciar mi culo con su mano grande y fuerte. La situación se había vuelto insoslayable, y ambos sabíamos que yo me estaba dejando. ¡Y tan sólo estábamos a mitad de camino de la siguiente parada!

Entonces empezó a darse el gran gusto con su mano. Me apretó los cachetes con ganas, como para sentírmelos bien, yendo de uno al otro. Y volvía a acariciarme los glúteos desvergonzadamente, aprovechándose de nuestra situación. Sentí que me subían los colores.

La polla se me había puesto a mil. Y cuando sentí su mano en la base de mis pompis me rendí a esa mano dominante. El caballero parecía entusiasmado con mi culo, su respiración se había vuelto más fuerte. Y la mía también. Y su mano irreverente me estaba soliviantando el trasero, llenándomelo de sensaciones fuertemente eróticas. Yo entrecerré los ojos, en una expresión de abandono, con la boca abierta y entregada. A los cinco minutos de eso, mi culo volaba de calentura.

Y entonces añadió su polla a su mano, empujándola entre las nalgas. La sensación de tener ese enorme nabo frotándose entre mis cachetes, me provocó un jadeo involuntario. El hombre lo festejó, poniendo su otra mano en mi cintura, para poder manejar mejor mi culo. Y me lo restregó contra su caliente tranca, haciéndome contornear con movimientos laterales.

En un momento en que parpadearon las luces del bus, sentí su caliente boca depositar un húmedo beso en mi cuello. Era el colmo. Apenas llevaríamos quince minutos desde que comenzó a magrearme el culo, y ya me tenía loco de calentura. Entonces no pude aguantar más, y aún aparentando un disimulo que no sentía, llevé mi mano atrás, sobre su polla, y comencé a acariciársela, apretándola con todas las ganas. Siempre a través del pantalón. Estaba caliente y era enorme.

Y así me quedé, manoseándosela a través del pantalón mientras él me seguía metiendo mano en el orto.

Y de pronto, metiendo su manota por debajo del elástico del náutico y el calzoncillo, sentí su dedo urgándome el ojete. Levanté el culo para facilitarle la tarea, y entonces tuve el enorme placer de sentir la penetración en mi culo de ese dedo, grande y fuerte. Me lo metió hasta el fondo del orto, y ahí me lo estuvo cogiendo con el dedo, haciéndo que mis ojos se humedecieran y la visión se me pusiese turbia. Yo seguía estrujándole la polla con mano apasionada.

De pronto, su otra mano se metió por la parte delantera del náutico, entró bajo el calzoncillo, y me agarró la polla. A partir de allí, mi mente se volvió un torbellino de sensaciones eróticas. Su mano atrevida había comenzado a ordeñar mi polla, y la mía estaba haciendo lo propio, mientras su grueso dedo seguía cogiéndome el orto. No le duré mucho, la doble caricia había demolido lo que podía haber sido una tibia resistencia, y yo era sólo apasionada calentura en manos del caballero. Tampoco él me duró mucho, pronto sentí mis dedos bañados por los calientes chorros de semen caliente que empezaron a brotarle del enorme glande. Y me vine bajo sus caricias enérgicas, sin lograr disimular demasiado los gemidos de calentura. Luego sacó sus dedos embebidos de mi semen, y me los puso entre los labios para que los lamiera. Yo estrujé su pantalón impregnado con una gran mancha de semen y también recogí lo más que pude, para llevármelo a la boca, y chuparlo y tragarlo.

Todavía faltaban dos paradas del bus. Pero ya nos sentíamos fraternos. "¿Te gustaría que te invite a tomar un café?", me preguntó con su voz cálida y baja. "Sí, pero la leche me la das después, en un hotel", le contesté suavemente.

Y aferrándome fuertemente de un brazo, me guió hasta la salida, como si fuera su novia.

Yo nunca antes había tenido una experiencia gay, pero intuitivamente sabía quién manejaría las cosas en esta relación.

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