Me convierto en la perrita de mi profesor 3

Antes de enterarse de que su profesor está casado, Sara tiene una corrida deliciosa en una llamada caliente con su macho maduro.

Tan solo con salir del salón de clases me bastó para darme cuenta la estupidez que había cometido, ¿dejar que un profesor me folle el mi primer semestre en la universidad? ¿Qué diablos sucedía conmigo? Lo peor es que le había dado mi número y mi coño se humedecía cada vez que recordaba sus grades manos aferradas a mis caderas y la manera tan sucia en la que me hablaba.

Nunca me había sentido atraída por hombres mayores que yo, sobre todo si son treinta años de diferencia como lo es entre Fabián y yo, pues en los mensajes que intercambiamos me confesó que tenía cincuenta y uno. Uno de esos días en los que intercambiábamos mensajes por el móvil tuve curiosidad y le pregunté si había hecho lo mismo con otras alumnas, el me respondió que no. Aún no sé por qué, pero al saber eso el coñito se me empezó a humedecer y casi de manera inconsciente llevé una de mis manos a mi vagina, acaricié sobre mi ropa interior y emití un leve gemido.

Llegó una notificación al móvil, otro de sus mensajes y el primero en ser subido de tono, en el que se atrevió a decirme que era el mejor coñito que se había follado y no puede esperar para volver a reventarlo.

Carajo, pensé y dejé el teléfono a un lado y presioné mi clítoris con fuerza. Mi móvil empezó a vibrar y desconcentrada contesté sin ver quien era.

—¿Diga?

—Como no respondías, preferí llamar – dijo el con su ronca voz.

—¿Necesita algo? – respondo con la respiración empezando a agitárseme.

—Solo quería comprobar si ya estas tocando ese húmedo coñito que quiero follar tan fuerte – me espanté al no haber notado que mi mano ya estaba debajo de mi ropa anterior haciendo círculos sobre mi clítoris.

—No es…

—¿No es cierto? Vamos, no te hagas la santa conmigo, que ambos sabemos de qué pie cojeas, perrita.

En mi vida me habían insultado durante el sexo, pero no podía negar que me hacía mojarme más.

—¿No cree que soy muy joven para usted? – me atrevo a preguntar.

—Con la follada que nos dimos sé que eres todo menos una niña, así que déjate de mojigaterías que no te quedan – reprendió y no pude evitar gemir –. Así me gusta, zorrita, ahora dime ¿qué tan mojada estas?

—Mucho, profesor – respondo agitada.

—Bien, quiero que te desnudes y cuando termines me avisas – yo me apuré y me quité la sudadera que llevaba y las braguitas mojadas las deslicé por mis piernas.

—Ya está.

—Así que estás desesperada, ¿no zorrita? Ponme en altavoz – le obedezco – Ahora quiero que te jales los pezones tan fuerte como lo haría yo.

Miro mi cuerpo desnudo, mis pezones color chocolate ya se encuentran erectos, así que primero los rozo con mis dedos suspirando de placer y luego tiro de ellos con fuerza, imaginando sus manos en lugar de la mías.

—Sí, Martita, gime así de rico para mí, ahora baja una de tus manos y pellizca ese rico clítoris, ese que me voy a comer la siguiente vez que nos encontremos.

Le obedezco sin rechistar, aunque antes de presionar dirijo mis dedos hacia mi entrada para llenarlos de fluidos y esparcirlos por toda mi vagina. Tomo mi clítoris entre mis dedos y presiono.

—Ahhh, si, profesor – gimo.

—Te gustan que te traten así, ¿no? Como la perrita que eres.

—Mhmmmm, si, como toda una perrita – le digo – Profesor, ¿usted también esta tocándose? – me hago la inocente.

—Contigo gimiendo así ya la tengo dura, con ganas de follarte fuerte y castigarte porque no estás aquí para solucionar lo que provocaste. Ahora solo quiero escucharte gemir, metete dos dedos.

Dejo de acariciar una de mis tetas para obedecer y ahora tengo mis dos brazos realzando mis senos y mis dos manos dándome placer, con una de ellas sobo mi clítoris pausadamente y la otra me está metiendo dos dedos en el coñito.

—Ahh, si

—Joder, eres tan sucia, fingiendo frente a todos que no rompes ni un plato y mírate ahora, tacando ese dulce coñito para tu profesor de la universidad, ya quisiera que estes aquí y así te podría follar esa boquita presuntuosa.

—Ahhh, si… siga hablándome así y me correré – dije aumentando la intensidad de mis dedos.

—No eres más que una perrita a la que me voy a gozar cuanto me plazca, usaré ese cuerpo tuyo para correrme cuantas veces quiera porque para eso está, ahora dime, perrita, ¿qué tan fuerte te gustaría que te folle si estuviera ahí? – su voz sonaba agitada y yo solo cerraba para imaginarme a ese macho masturbarse esa polla gruesa y venosa.

—Muy fuerte, profesor.

—Eres toda una perrita, pero ya quiero que te corras, solo imagíname llenando todo tu canal de mi leche.

—Ahhh que rico, pero la preferiría en mi boca, profesor – juego con él.

—Joder, eres… - no termina porque lo escucho gruñir, por lo que puedo asegurar que se ha corrido, yo me imagino esos chorros blancos y espesos salir de su polla y sin poder evitarlo abro grande mi boca y saco la lengua como si estuviera aquí, mientras muevo frenética mis manos en mi vagina logrando correrme deliciosamente y dejando una mancha de humedad en mis sabanas.

Lo único que se pudo escuchar por un minuto fueron nuestras respiraciones entrecortadas. Él fue el primero en hablar.

—¿Te vienen bien los lunes, miércoles y viernes a las cuatro para las asesorías?

—Me viene perfecto profesor.

Fue en ese momento en el que acepté que mis aventuras con mi macho maduro no habían sido una cosa de una vez, sino que estaría dispuesta a estregarle mi coño cuantas veces quiera.

Solo que ahora, escondida debajo de su escritorio, viendo ese pene semi erecto, el que me he comido muchas veces es cuando me entero que está casado y para colmo con la directora.

Sientanse libres de enviarme un correo para comentar sobre mi relato ;)