Me comió el culo y el chocho por las tragaperras
Marisa, una mujer casada con un cuerpo espectacular, está enviciada con las máquinas tragaperras. Para que su marido no se enteré del dinero que pierde se ve sometida a los deseos más sucios y turbios de un desconocido.
Me llamo Marisa, tengo 44 años, estoy casado con un ingeniero de telecomunicaciones que trabaja en una empresa importante. Digamos que soy su trofeo, le gusta pasearme delante de sus amigotes y presumir de mujer. Soy una mujer que impresiona a los hombres a primera vista. Desde que me casé a los 25 años no he trabajado. Me cuido, voy al gim y al club de tenis. Me mantengo muy en forma. Tengo unas buenas tetas (95), una cintura fina y un culo bien formado. Noto la mirada de deseo de los hombres cuando camino por la calle o cuando me pongo minifaldas o ropa ajustada. A los tíos les encantan mis piernas bien formadas. Mido 1,78 y soy rubia con el pelo rizado y los ojos azules.
Mi mala cabeza me llevó a protagonizar esta historia que os voy a contar. En aquella época por las mañanas siempre desayunaba en una cafetería que también es sala de juegos, está llena de máquinas tragaperras. Allí coincidía con mi amiga Elena, después nos solíamos marchar las dos juntas al gimnasio. No sé cómo nos fuimos enganchando con las tragaperras, un vicio os lo juro. Había días que yo dejaba que Elena se marchara sola al gimnasio y me quedaba metiendo y metiendo monedas. Aquello era un pozo sin fondo. Mi marido empezó a mosquearse: «No sé dónde mete el dinero, siempre estás sin un euro». Pero yo estaba desquiciada, todo se me iba en las malditas maquinitas. Llegó un momento en que no sabía cómo tapar los agujeros para que no se enterase mi marido de las deudas que iba contrayendo. Fue cuando apareció el viejo.
El viejo también acudía al salón-cafetería, pero nunca jugaba, se sentaba a desayunar en una mesa y miraba. A mí me comía con los ojos. Llevaba un bastón porque caminaba con dificultad, seguro que pasaba de los setenta años. Tenía muchas arrugas en la cara y la cabeza como una bola de billar. Un adefesio. De vez en cuando se sentaba con él un chico jovencito, bajito y gordo, con una barriga que parecía enfermiza.
El viejo me habló por primera vez una mañana que me había dejado todo el dinero que llevaba en la maquinita.
—¿Has perdido mucho?
Le miré de arriba abajo con gesto de asco.
—A usted que le importa.
—Puedo ayudarte. Toma. A ver si te doy suerte —me dijo.
Dejó cien euros encima de la máquina y se volvió a su mesa. Estuve a punto de irme y dejar el dinero allí, pero no lo hice. Ya os he dicho que la maquinita me tenía obsesionada. Poco tarde en perder el dinero. El viejo se volvió a levantar y puso otros cien euros encima de la máquina.
—¿Los quieres? —me preguntó.
-Se los devolveré, mi marido gana mucho dinero —le dije.
—No importa. Son tuyos. Solo tienes que hacer una cosa.
—¿Qué cosa?
—Pasar conmigo al servicio del fondo y enseñarme las tetas.
—Usted está loco.
—Nunca he estado con una mujer tan preciosa y explosiva como tú, solo con ver esas tetas me doy por satisfecho. Será muy sencillito.
—Váyase usted a la mierda.
El viejo empezó a recoger el dinero y entonces se me cruzaron los cables.
—Vale, vamos, pero solo mirar.
—Vale.
Fuimos al servicio, me desabroché la blusa y el sujetador y me quedé con las tetas desnudas frente a aquel viejo libidinoso.
—Estás buenísima, esas tetas son un manjar. Tu marido tiene mucha suerte. Jamás me he follado a una mujer como tú. Será un placer cuando lo consiga.
—Eso no ocurrirá.
—Nunca se sabe —me dijo muy misterioso—. Yo no tengo prisa.
Solo de pensar en follar con aquel tío baboso y sucio me daban arcadas.
Volvimos a la sala, yo seguí jugando y él no volvió a dirigirse a mí. Los días fueron transcurriendo con normalidad, aunque yo cada vez estaba más desbocada con el juego, con terror de que Marcos, mi marido, descubriera los desfalcos que estaba haciendo en nuestras cuentas. El viejo me vigilaba, sabía que cuando mi amiga Elena se marchaba sola al gimnasio es que las cosas me iban muy mal. Un día me gasté mucho dinero y a las doce del mediodía estaba sin blanca. Le pedí al dueño de la cafetería que me hiciera un préstamo.
—No, no. Si prestase a los clientes sería mi ruina.
Cuando iba a marcharme, el viejo se dirigió a mí. Sacó quinientos euros en monedas y me las dio.
—No sé cuándo se las podré devolver.
—No importa. Algo se me ocurrirá.
Me duró muy poco el dinero, la suerte me condenaba a pactar con aquel tipo. Fui yo quien le propuse.
—Le enseño otra vez las tetas si me deja cien euros más.
—Hoy te va a costar algo más. Mira, guapa, vamos a ir al servicio y le vas a enseñar a mi sobrinito tus tetas y el chocho.
Su sobrino era el enano regordete que estaba en la silla.
—Usted no sabe lo que dice.
—El que algo quiere algo le cuesta.
Acepté. Nos fuimos los tres al servicio. Me desabroché la blusa y les enseñé las tetas. El sobrinito se sacó la polla y se masturbaba sin dejar de mirarme. Yo estaba alucinada.
—Ahora, el chochito –me dijo el viejo.
Me bajé los pantalones y las braguitas y les enseñé el chocho y el culete. El sobrino se masturbaba y daba gemiditos.
—Ahora tienes que decir: «Soy una putita, me encanta enseñarles el chocho a los chicos del barrio» —Aquel viejo quería que me humillase delante de ellos, pero lo acepté. No me quedaba otro remedio. El chico regordete y pequeño se corrió como si tuviera una manguera.
—Será maravilloso follarse a esta mujer —le dijo el viejo al chico.
—Eso no va a ocurrir –le repliqué.
—Ya veremos. Yo no tengo prisa.
Aquel día decidí que no iba a volver por el salón de juego. Le dije a Elena que teníamos que buscar otro sitio para desayunar. Eso es lo que hicimos. Pensé que se habían acabado mis problemas con aquel viejo pervertido, supe que no cuando recibí un vídeo por wasap. Ponía: «Has salido muy bien. Tienes un coño precioso». Alguien había grabado la escena en el servicio del salón de juegos. En el vídeo aparecía yo enseñándole el chocho y las tetas al jovencito gordo y feo. Se me oía perfectamente decir «me encanta enseñarles el chocho a los chicos del barrio». Pocos minutos después de recibir el vídeo me llegó un mensaje. «Dentro de una hora estaré en tu casa, tienes que esperarme bien preparada, te he dejado una cosa en el buzón de tu casa, tienes que esperarme tumbada boca abajo en el brazo del sofá de tu salón, con el culo bien en pompa». «Usted es un cerdo —le respondí—.No pienso hacer nada de eso». Entonces me amenazó y supe que estaba en sus manos. «Tienes una hora para pensarlo. Si dentro de una hora no haces lo que te digo, le enviará el vídeo a tu marido. Seguro que le encanta».
Me marché a casa llorando. Si mi marido se enteraba, mi vida se iba por el desague. Abrí el buzón, allí había un Antifaz. Quería que le esperase tumbada en el brazo del sofá con el culo en pompa y con un antifaz puesto. No quería que le viese. Todo era muy extraño. Había pasado una hora cuando me entró otro mensaje: «Éstoy en tu portal. ¿Estás lista?». No le dije nada, pero me coloqué como me había pedido y dejé abierta la puerta de casa.
Le oí entrar y cerrar la puerta, estuvo trajinando por la cocina.
—Me he puesto una cerveza.
Me extrañó. No era la voz del viejo ni la del sobrinito. Después noté sus manos, me acarició el culo con suavidad.
—Un culo extraodinario. ¿Sabes que me encanta comerle los culos a las mujeres? ¿A ti te gusta?
—Usted es un guarro.
—Mucho, mucho, el más guarro que hayas conocido.
Yo llevaba puesto unos pantalones de chándal, me los quitó, empezó a sobarme por encima de las bragas, después noté su boca, me comía por encima de las bragas, me mordisqueaba los muslos. Yo estaba quieta como indiferente. Me fue bajando las braguitas, noté sus dedos en mi raja del culo, sus manos la recorrían de arriba abajo. Aquel tío era un morboso indecente. Noté su lengua en mi rabadilla, después por toda la raja del culo, me llenaba de saliva, me pegaba mordisquitos, después se puso a darme cachetazos, cada vez más fuertes.
—Me haces daño.
—Más te gustará después cuando te coma el chochito.
Me metió la lengua en el ano hasta muy profundo, me folló con su lengua y luego con sus dedos, primero con uno, luego con dos. Aquel tío llevaba el morbo en el cuerpo. Mi culo era un manjar que disfrutaba como nadie. Cuando se hartó de comerme el culo, me hizo tumbarme en el suelo con las piernas abiertas.
—Ahora dime que estás deseando que te coma el chocho.
—No, no, eres un cerdo.
Pero yo pensaba que si me hacía en el chocho lo que me había hecho en el culo me iba a correr viva. Supe que era un lamedor, el tipo que disfrutaba chupando. Empezó llevando su lengua por los labios de mi chocho, notaba como babeaba, cómo disfrutaba, después lamió mi clítoris con suavidad.
—¡Ay, ay!
—Te gusta, ¿eh?
—No, no.
Sus labios besaron mi clítoris, lo aprisionaron, su lengua hacía movimientos circulares. Sus dedos empezaron a entrar en mi chochete. Me follaba con los dedos. Yo me derretía, mis flujos vaginales se derramaban como un torrente y él lo disfrutaba todo, notaba cómo sorbía y sorbía. Su mano entraba en mi coño.
-Ay, ay, ay, sigue así, sigue así.
Él no necesitaba que nadie le estimulase. Se detuvo en cada pliegue de mi chocho, lo recorrió de un lado a otro con sus manos, con su boca y con la lengua. Me corrí cien veces. No entendía porque no me follaba, yo estaba ya deseosa de recibir una polla para rematar la faena. Su lentitud era exasperante. Solo lo comprendí cuando se puso encima de mí con sus labios chupando mis tetas. Su pollita, porque era diminuta quedó apoyada en mi coño ardiente. Me la metió pero no noté nada. Sólo cuando se corrió y dejó su leche en mis muslos.
Aquel hombre morboso tenía una polla minúscula. Su polla era un desastre pero me había comido el coño como nadie lo había hecho hasta aquel día.
—No te quites el antifaz hasta que no me haya ido.
—¿Tienes que borrar ese vídeo? Ya he hecho lo que querías.
—Todavía tenemos que disfrutar mucho juntos. Volveré dentro de una semana y traeré compañía.
—No os abriré.
—Seguro que sí. El viejito que me entregó este magnífico vídeo se merece una satisfacción. Nunca se ha follado a una mujer tan espectacular como tú. Hay que darle su premio.
—Vosotros estáis locos.
Este es mi primer relato. En el próximo, si me decís que este os ha gustado, os contaré lo que sucedió cuando me visitaron el hombre de la polla minúscula con el viejo del salón, el sobrino y un amigo negro.
Si me escribís alguno, recordad que me encantan las fotos pornos reales. Yo contestó a todos. Besitos.