Me cogí al Cabo Segundo García
Shh... No hagas ruido, nos pueden escuchar fue lo primero que me dijo García esa noche cuando nos encontramos en el patio del comando...
“Shh... No hagas ruido, nos pueden escuchar” fue lo primero que me dijo García esa noche cuando nos encontramos en el patio del comando, justo detrás de los cuarteles donde estaría el resto del pelotón.
Yo soy Sargento Mayor de Tercera en uno de los comandos regionales del estado Bolívar. Unos me llaman “Mi Sargento”, otros de mayor jerarquía me dicen simplemente Carreño, para ti no soy más que el narrador de esta historia que comenzó una tarde durante un inocente juego de futbolito en el comando, durante nuestros ratos de esparcimiento…
“¡Pásala! ¡Pásala!” se oía gritar a los soldados, la mayoría muchachos jóvenes, algunos Cabos y Sargentos de menor jerarquía. Yo solo los miraba desde una sombra, pero particularmente me fijaba en uno, el Cabo Segundo García. ¿Por qué tenía cierto interés en él? No lo sé, tal vez porque desde que nos conocimos, más allá de nuestras obligaciones y responsabilidades como soldados, había estado creciendo una grata amistad.
No, debo ser más sincero. No es muy fácil admitirlo, y menos para un Militar, pero la verdad es que desde que era adolescente he sentido atracción hacia los hombres. A ver, siempre me han gustado las mujeres, definitivamente son lo mío, pero hay algo en los hombres que me da mucha curiosidad y despierta cierto morbo en mí. Y eso era justamente lo que pasaba con García.
Él es un muchacho muy atlético, de 1,75 m de estatura y unos 75 Kg de peso. Blanco pero con la piel algo bronceada por el inclemente sol guayanés. Cabello oscuro y ojos color miel que combinan muy bien con el rosado de sus labios carnosos. Definitivamente un hombre que robaba las miradas de cualquier mujer que estuviese cerca, y las mías por supuesto.
Yo en cambio, un hombre moreno, 1,80 m, 85 Kg, cabellos y ojos negros, de contextura fuerte, robusto. Un aspecto totalmente opuesto al de García, tal vez por eso me llamaba tanto la atención.
Un último gol definió el partido y los muchachos se retiraron a descansar e hidratarse.
“¿Jugué bien, no?” preguntó García. “Sí, más o menos… He visto mejores” respondí con cierto tono de superioridad, solo para molestarlo y captar su atención. Obtuve de él una simpática sonrisa.
Al empezar a dirigirme hacia la oficina del Sargento Supervisor, lo sorprendí mirándome fijo y enseguida bajó la mirada. Pero como si se hubiese arrepentido de ese gesto de timidez, no tardó en volver sus ojos a los míos. Había algo diferente, no era una mirada cualquiera, sentía pasión en sus ojos, estaba escondiendo algo que quería decirme pero que no se atrevía. Definitivamente ese gesto me llenó de valentía para hacer lo que vendría después.
A la mañana siguiente, se suponía que debía ir con un grupo de la Guardia Nacional para un operativo de seguridad, pero Mi Superior decidió que me quedara en el Comando para entrenar a los soldados de menor jerarquía y enseñarles algunas tácticas de combate. La idea no me entusiasmaba mucho, pero el saber que García estaría toda la mañana junto a mí me daba algo de alivio.
Durante el entrenamiento, García, como siempre, se destacó y cumplía todas mis órdenes a cabalidad, tal vez por eso me volvía más exigente con él. Pero en un momento, este soldado se puso un poco rebelde y distraía al resto de sus compañeros con charlas superficiales; yo decidí castigarlo, no iba a almorzar con el resto de sus compañeros, sino después que todos terminaran. Por supuesto que a él no le gustó para nada, pero yo pensé que ahí estaba mi oportunidad de quedar a solas con él y ver qué podía pasar.
Llegó el mediodía, los soldados formaron y fueron al comedor. Yo me quedé con García en el patio, escuchando el número de flexiones de pecho que le ordené hacer.
— ¿Por qué es así conmigo? —preguntó—. Me exige más que a los demás.
— Cabo, no lo escucho contar, le faltan 20 todavía —le dije con autoridad.
— ¿Cree que no me doy cuenta de cómo me mira?…
No sabía qué decir, realmente me había delatado con este muchacho.
— Si me va a duplicar el castigo por esto, está bien, hágalo, pero yo sé que le gusto…
— ¡Cabo Segundo García!...
— Mi Sargento, usted también me gusta. Desde que entré al Comando y lo conocí, me gustó. Había querido decirle esto desde hace tiempo, y no lo habría hecho si no supiera que usted siente lo mismo.
La verdad no sabía qué decirle. Estaba en lo cierto, me gustaba y ambos lo sabíamos, pero además me confesaba que yo también le gustaba… ¿No era eso lo que quería escuchar? En mis fantasías sí, pero esto no era una fantasía, estábamos frente a frente, y esto no debía suceder.
Él simplemente bajó la mirada y me di cuenta de que su cara se enrojecía, estaba apenado. Pero antes de que se disculpara, por primera vez en mucho tiempo, me dejé llevar por mis emociones. Imaginaba lo que podía pasar entre nosotros y en seguida mi pene se endurecía.
Lo vi directo a los ojos, saboreé mis labios y le dije: “Nos vemos esta noche detrás de los cuarteles, justo debajo de la mata de mango. Ahora anda a almorzar”.
Su rostro se iluminó y sin decir nada más, hizo lo que yo le había ordenado.
Esa misma noche, me fui al lugar adonde cité a García y me fumé un cigarro mientras lo esperaba. A los minutos llegó él.
— Shh… No hagas ruido, nos pueden escuchar —me dijo.
— Lo sé. Todavía hay soldados despiertos… Ven acá.
Se acercó, lo tomé de la cintura y le di un beso… Era el beso que estábamos esperando desde hace tiempo. En seguida nuestros cuerpos empezaron a calentarse.
Mientras mi lengua jugaba con la suya, sentí su mano tocar sobre el uniforme mi pene, que por supuesto, ya estaba bien duro. Yo bajé mis manos hasta sus nalgas, estaban firmes, redondas.
No pasó mucho tiempo cuando ya García se arrodillaba frente a mí. Sacó mi verga que estaba a punto de explotar y se la metió completa en la boca, parecía que se la iba a tragar. Yo solo sentía cómo la succionaba y cómo su lengua acariciaba cada parte de mi gran verga, desde la punta hasta las bolas. Mientras lo hacía me miraba a los ojos. ¡Qué espectáculo!
Después de casi 10 minutos de una intensa mamada, era mi turno de chupar. Bajé su pantalón, lo puse contra la pared, de espaldas hacia mí, yo me agaché y acaricié sus nalgas blancas y suaves. Las abrí y ahí estaba ese hoyito tan rosado, casi virginal, me hacía agua la boca.
Sin pensarlo, acerqué mi cara a su culo y se lo chupé como nunca antes lo había hecho. Mi lengua se metía cada vez más, y por la pasión con que lo hacía, pareciese que yo quería entrar completo de cabeza en su culo. Él solo gemía muy bajito, no debían escucharnos, pero era inevitable que no gimiera, noté que estaba muy excitado.
En eso escuché lo que quería escuchar: “Mi Sargento, cójame”. Uff… Esas palabras me dieron permiso para ponerme de pie, inclinarlo un poco, poner mi verga dura en la entrada de su culito, tomarlo por la cintura y empezar a empujar…
Mientras mi pene se abría camino dentro de él, sus gemidos eran más fuertes, pero en vez de pedirme que parara, abría más sus nalgas con sus propias manos, claramente quería que me lo cogiera.
Se lo metí completo, hasta el fondo, y ahí empezaron las embestidas. Era increíble cómo me cogía al Cabo Segundo García, ese chamo con quien fantaseaba desde hace tiempo.
No pasó mucho tiempo cuando empecé a sentir que su respiración se hacía más intensa. Se estaba masturbando y estaba a punto de acabar. Eso me excitó demasiado y yo estaba a punto de hacerlo también, así que decidí sacarlo y justo ahí, sobre sus nalgas, descargué todo el placer. Mi leche estaba cayendo en sus nalgas mientras él acababa conmigo. Fue una noche excepcional.
Después nos vestimos, nos besamos un rato y nos fuimos a dormir.
Ya han pasado varios días desde que me cogí al Cabo Segundo García, no hemos hablado al respecto, pero siempre están las miradas de deseo entre ambos. Claro, no debemos ser tan obvios, por eso hemos mantenido algo de distancia, pero no descarto que dentro de poco esté cogiéndome a García nuevamente…