Me arrodillé y no sabía
Me arrodillé para relajarme pero mi compañera interpretó otra cosa.
Una calurosa noche de enero me encontraba acostado intentando dormir junto a Mariela, mi compañera en la vida desde hacía poco menos de un mes, pero no lo lograba. Una persistente molestia no me permitía relajar. No se trataba de un dolor sino de una inquietud, estaba intranquilo por diferentes problemas laborales y económicos, de esos que te impiden apoyar la cabeza en la almohada y descansar.
El cuarto estaba oscuro, serían las dos de la mañana, Mariela dormía o eso creía yo y solo se escuchaba el sonido del silencio. Recurrí entonces a un viejo hábito que me acompaña desde la niñez y que pongo en práctica cada vez que atravieso por alguna dificultad, me arrodillé sobre la cama y me incliné hacia adelante apoyando firmemente la cabeza contra la cabecera juntando las manos sobre la nuca. Esta posición me serena y ayuda a relajar.
Tanto me tranquilicé que no me di cuenta que ella se levantó y recién tomé conciencia de su presencia cuando se sentó a mi lado pero yo estaba mal y no hice ningún gesto que demostrara que apreciaba su compañía. A pesar de mi involuntaria indiferencia Mari se quedó un largo rato a mi lado sin emitir sonido y luego comenzó a acariciar muy suavemente mi espalda. En otras ocasiones un gesto de esta naturaleza me hubiera molestado pero descubrí que con su suavidad me relajaba mejor. Mi pasividad la alentó a continuar y con el correr de los minutos las caricias se extendieron a mis nalgas, muslos, piernas, hombros y brazos. Feliz de sentir que me serenaba la dejé hacer.
Luego de unos minutos de esos magníficos masajes relajantes se retiró y regresó al rato portando un recipiente con agua tibia y jabón. Se enjabonó las manos y se dedicó a lavar con incomparable maestría la cara posterior de mis muslos y las nalgas. La sensación fue exquisita y provocó que, obedeciendo a un acto reflejo, abriera las piernas invitándola inconcientemente a extender el lavaje a la región genital. Así lo hizo tomando con una mano los testículos al tiempo que apoyaba su dedo índice contra mi ano y con la otra, que estaba muy bien enjabonada agarró mi ya erecto miembro y comenzó a ejercer un movimiento masturbatorio tan eficiente y placentero que en menos de lo que pude darme cuenta acabé en su mano. Cuando terminaron los espasmos de tan buen orgasmo me di cuenta que su índice se encontraba totalmente dentro de mi culo pero no me molestó, más bien diría que me gustó bastante. Conciente del placer que me brindaba como broche final me chupó con intensidad hasta asegurarse que no quedaba ni una pequeña gota de semen dentro de mí.
Enseguida me dormí completamente relajado, muy estirado, boca arriba sobre la cama con las piernas bien abiertas, la cabeza de mi compañera sobre mi hombro y su pierna derecha cruzada sobre las mías. A la mañana siguiente tuvimos nuestro diario encuentro sexual, como corresponde a cualquier pareja que lleva tan poco tiempo de convivencia, y nos dispusimos a enfrentar la jornada. Ninguno de los dos comentó lo sucedido la noche anterior.
Ese día fue muy bueno y pude resolver la mayor parte de los problemas que tanto me mortificaban pero a la madrugada, sin ningún motivo que no fuera el recuerdo del placer recibido, y a pesar de estar en paz volví a apoyar mi cabeza contra la almohada, me arrodillé, abrí las piernas y por consiguiente el culo y esperé. Luego de unos minutos Mariela se levantó de igual manera que la noche anterior pero esta vez no se sentó a mi lado sino que se arrodilló por detrás y no perdió tiempo con la espalda. Sus manos se dirigieron directamente a mis nalgas y me dio tanto placer acariciándolas que me hizo abrir todavía más aprovechando ese momento para apoyar esta vez su lengua y no su índice contra mi abertura anal.
Creí enloquecer de placer y la dejé demostrar su maestría en el arte de generar sensaciones. Me lamió desde el ano hasta los testículos y desde ahí hasta el glande. Se metió mi miembro tan profundo en su garganta que cuando lo sacó de su boca estaba tan empapado por su saliva que no necesitó, esta vez, agua enjabonada para que su mano resbalara como la noche anterior. El resultado fue el mismo, eyaculé como un adolescente y me dormí rápida y profundamente.
La siguiente noche me acosté más temprano que nunca, estaba ansioso por recibir el mismo tratamiento que las noches pasadas pero esta vez Mariela me ganó de mano, a eso de la una de la mañana se estiró boca abajo, apoyó su cara contra la almohada y se arrodilló levantando la cola lo suficiente como para que quedara totalmente expuesta. Sorprendido, sin saber cual era su interpretación de lo que venía sucediendo, me sentí obligado a devolver de alguna manera los favores recibidos. Lo hice sin pensar cuales serían sus razonamientos y sin la dulzura y delicadeza que ella tuvo conmigo.
Contemplé unos momentos la belleza de sus curvas, retiré hacia sus hombros el pequeño camisón de satén que apenas cubría la mitad de sus glúteos dedicándome a jugar con los delgados elásticos de su tanga, uno de mis pasatiempos favoritos. En cuanto comenzó a balancear su pelvis en clara señal de aprobación unté su ano con saliva, apoyé mi pija con firmeza y empujé sin contemplaciones hasta meterla totalmente en su culo. Una vez toda adentro nos quedamos quietos unos segundos y luego comenzamos unos movimientos tan bien armonizados que parecía que los hubiéramos practicado desde siempre. Mi falo entraba y salía con tanta naturalidad, se deslizaba tan fácilmente que comprendí que era amplía su experiencia en la materia. Igual que las dos noches anteriores por causa de sus movimientos magistrales eyaculé mucho antes de lo deseado luego de lo cual caímos rendidos y nos dormimos completamente relajados.
Esos primeros días de sexo anal marcaron el camino que transitaríamos durante nuestra convivencia, los siguientes dos años, y serían los responsables de que duráramos tanto ya que sin ello seguramente no hubiéramos estado juntos más de tres o cuatro meses.
Luego de estas experiencias abrimos un paréntesis de tres días tras lo cual volvió a sorprenderme. Estaba yo a punto de dormirme cuando noté que se levantaba. Disimuladamente me tendí boca abajo y esperé. Regresó como el primer día con el agua tibia y enjabonó suavemente mi trasero hasta hacerme arrodillar, abrir las piernas y relajar el ano. En plena sesión de caricias me introdujo un dedo, luego dos, tres y cuatro mientras con el mayor y anular de la otra mano se deslizaba con firmeza por toda la extensión de mi pene apretándolo pero sin permitirme eyacular. Creí que eso sería todo pero pronto me di cuenta que había traído algunas cosas más, concretamente varios envases de desodorante, cremas y perfumes, todos ellos cilíndricos y de diferente grosor. Como yo estaba totalmente entregado, víctima de un incontenible placer que anulaba todas mis defensas, colaboré en todo dejándola avanzar hasta donde quisiera. Y lo que quiso fue introducir cada uno de estos "juguetes" en mi culo hasta llegar a meter el más grueso de todos, de unos cinco centímetros de grosor y más de veinte de largo dejándolo quieto un buen rato hasta lograr la completa dilatación. Una vez dilatado lo metió y sacó tantas veces como deslizó su mano por mi miembro hasta, ahora sí, lograr la más maravillosa eyaculación que pueda recordar.
Al día siguiente me sentí en deuda pues lo había pasado tan bien que sentía la obligación de pagar lo recibido, pero esta niña ya me había demostrado que con ella era menester usar la imaginación, así que pensando en lo que ocurriría esa noche por la tarde me dirigí a un sex shop y compré algunos productos bastante interesantes.
Una vez en la cama no le di tiempo y tomé la iniciativa. La desnudé, lo nuestro siempre fue en silencio, ella se tendió boca abajo facilitándome el acceso a su espléndida piel y le hice un muy meticuloso masaje por cada centímetro de su cuerpo utilizando un aceite adquirido esa tarde. Mis dedos se deslizaron con gran suavidad y al llegar a su entrepierna se introdujeron naturalmente, sin esfuerzos, alguno en su vagina y otros en su ano haciéndola suspirar. Cuando aumentaron sus jadeos le metí un dilatador anal no muy grueso mientras le lamía el clítoris, dos o tres minutos después se lo saqué y le introduje otro mucho más grueso y con ese aparato metido hasta el punto en que no se lo podía quitar la puse boca arriba y le metí mi pija en la concha y me moví tanto y tan violentamente que la llevé a un estado de éxtasis como nunca había logrado llevar a ninguna mujer. Había sido una doble penetración perfecta.
Tal como lo había intuido la siguiente noche esos dilatadores estuvieron dentro de mí, sentado alternativamente sobre cada uno de ellos mientras Mariela se ubicaba sobre mi pija metiéndosela hasta el fondo de su culo.
Fueron dos años que no olvidaré fácilmente. Terminamos por otros motivos pero durante ese tiempo vivimos muchas experiencias, siempre de sexo anal, como el día que le metí un dilatador por la mañana y se lo dejó, a mi pedido, todo el día colocado. Fue a trabajar, caminó por las calles, viajó en el metro, subió a un taxi, almorzó con amigas y en su culo siempre estuvo ensartado nuestro más grueso dilatador hasta que por la noche, en compensación, le metí un envase de crema de afeitar de más de seis centímetros de grosor.
Cabe acotar que con Mari jamás debatimos el tema, todo surgió naturalmente aquel día que mis preocupaciones me impedían dormir y me arrodillé para relajarme. Yo quería dormir y ella creyó que quería recibir placer anal.
Por suerte no me entendió.