Me apetece follar (5)
Genial. Perfecto. Me metí su polla de nuevo. Perfecto, eso haría. Me la metí hasta el fondo y tragué como queriendo engullirla. Eso haría. Apuntaría esas mismas palabras en la tarjeta, y se la daría a José.
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Llegué a casa con la compra (el disfraz y el lubricante) en la bolsa, deseando estrenarlos pero sin estar segura de si con mi novio o con José. Igual con ambos. Ostia, ha sido el fin de semana más jodidamente sexual de mi vida y todavía quería más. Era domingo, demasiado tarde como para intentar quedar con José hoy. Además, ¿cómo sería ese primer día? ¿Qué pedirle? ¿Que me folle sin más? ¿Despacio, duro...? ¿Que lo haga junto con el negro del sex shop? Mi imaginación vagaba de fantasía en fantasía, cuando se me ocurrió una idea maquiavélica. La primera vez debía ser especial, y lo iba a ser.
Al entrar mi novio estaba en el ordenador. Dejé la bolsa en el sofá, y me acerqué. Le besé. Al principio le noté extrañado, probablemente enfadado por irme sin decirle nada, pero le besé apasionadamente y se fue relajando. Desnúdate, ahora vengo con la sorpresa, le dije. Eso le acabó de desconcertar.
Salí del salón. En el propio pasillo me quité la ropa. Mis pantalones, tanga, sujetador... Todo acabó en un montón junto a la entrada. Al abrir la bolsa lo primero que me encontré fueron las tarjetas de visita. Las escondí en el armario en uno de mis miles de bolsos, uno negro, de charol, pequeño. A partir de entonces ese sería el bolso de José. Sólo le abriría para comenzar el procedimiento que me llevaría a tenerle entre mis piernas.
Me puse el disfraz de caperucita, y me miré al espejo. Lucía como una actriz porno. Supuestamente vestida desde los pies hasta la mitad de mis muslos por unas medias blancas de rejilla, mi rasurado coño quedaba al descubierto. Un corsé también blanco marcaba mi silueta, sin cubrirme tampoco mis generosos pechos, que caían sobre él. En un pezón tenía una ligera marca enrojecida, quién sabe quién la causó. Una capucha roja, con capa, cubría mi cabeza y caía por detrás de mí. Pensé si le gustaría a José. Por detrás la capa me tapaba aproximadamente hasta la mitad del culo. Invitaba a agarrarlo y follarme. Mis pezones ya estaban duros, de hecho. Al estar así, de pie, ante el espejo, me vino a la mente una de las primeras veces que me masturbé en esta habitación. Cerré la puerta y la persiana, encendí una luz, y me desnudé. Me ví hermosa, deseable. Me separé los labios para ver mi hinchado clítoris. El resto, os lo podéis imaginar.
Noté unas manos sujetándome a través de la capa. Mi novio no pudo esperar en el salón. Su polla dura se hacía sitio en mi culo.
- Bonito disfraz.
Le besé. Me dio la vuelta y me miró de arriba a abajo. Me mordí un dedo, mirándole con ojos de niña mala. Le acaricié tímidamente la polla. Me cogió la mano y me la levantó, invitándome a girar sobre mí misma y verme. Me dio un par de vueltas y me apoyó de cara a la pared. Noté su polla rozando mi coño.
- Estoy muy cachonda.
Su sexo se deslizó dentro del mío sin problema, pero no me folló. Se quedó allí parado, engordando dentro de mí, mientras me besaba el cuello y me apretaba las tetas.
- Quiero ser tu puta, quiero que hagas conmigo lo que quieras.
Se comenzó a mover, muy, muy despacio. Mejor. Eso me dejaría hablarle para llevar a cabo mi plan.
- Imagina que te doy un cheque en blanco para follarme, pero sólo una noche. Puedes hacer conmigo lo que quieras, pero sólo esas horas, y quieres que sea muy especial.
Me metió la polla con más fuerza. Le excitaba lo que le decía. Supongo que es excitante que uno de tus cuentos infantiles te hable como una cerda.
- ¿Qué harías conmigo?
Me empezó a follar con más fuerza. Me agarraba del corsé y me apretaba contra la pared. Mis tetas y mis pezones rozaban contra ella. Insistí.
- ¿Qué me harías? ¿Me atarías? ¿Llamarías a todos tus amigos para follarme? ¿A mis amigas?
La sacó de mí y me hizo arrodillarme. Me volvió a poner la capucha, y me hizo chupársela. Puse los labios en la punta y fui tragándome centímetro a centímetro, como si de mi coño se tratase. Casi sin darme cuenta me la metí entera. Noté los pelillos de sus huevos en mi barbilla. Nunca hasta ahora lo había hecho. Está claro que estos días he entrenado bien. También ocurre que me he esforzado en retos mucho mayores, en todas las dimensiones. El negro de la cabina y mi novio no compiten en la misma liga. Él es un peso pluma, el otro, pesado. Comerme la polla de mi novio entera es menos de la mitad que cuando me metía esa carne negra. Me dí cuenta de que disfrutaba comiéndome ambas, pero ciertamente no es lo mismo, esta no está ni mucho menos cerca de desencajarme la mandíbula.
Repetí la operación varias veces ante la incrédula mirada de mi novio, hasta que me hizo mirarle y me habló, casi con desprecio.
- Te follaría una y otra vez. Te masturbaría con mis manos y con consoladores. Me correría una y otra vez sobre ti y dentro de ti. Pero no te dejaría correrte hasta que fuese a acabar la noche.
Genial. Perfecto. Me metí su polla de nuevo. Perfecto, eso haría. Me la metí hasta el fondo y tragué como queriendo engullirla. Eso haría. Apuntaría esas mismas palabras en la tarjeta, y se la daría a José. Se empezó a correr en mi garganta, pero ni me moví. Mi novio me acababa de preparar la noche de iniciación perfecta, justo antes de vaciarse dentro de mí.
El resto de la noche se lo agradecí con creces. Le dí un buen espectáculo de caperucita y sus consoladores. Ocurrió alguna cosa interesante. Pero eso es otra historia.
Pasé unos días componiendo una excusa perfecta. Nadie podría saber nunca que ahora estaba aparcando justo delante de la verja de la casa de José. Me había costado mucho tiempo, han sido los días más largos de mi vida. Pero aquí estoy, a unas horas de casa, en un caserón apartado en un pueblecito costero de Galicia.
José es muy estricto. Tuve que mandarle la tarjeta por correo postal. En ella ponía mis deseos para esa noche. Me contestó por correo electrónico, diciéndome el lugar y la fecha exacta en la que debería estar. No me dio más indicaciones. Me compré un traje de noche y un conjunto de lencería expresamente para ser desvirgada (así me sentía) por él.
Durante esos días mi novio me follaba constantemente, pero no me conseguí correr ni una sola vez. Fingí, por supuesto, porque los tíos, por alguna estúpida razón, pensáis que si no nos satisfacéis no sois suficientemente hombres o alguna mierda de esas. Simplemente yo tenía mi coño en otra parte. Ni me quise masturbar. Quería que el final de la primera noche con José fuese inmejorable. Mi novio me iba follando diferente. Cada vez más duro. Cada vez mejor. Sin embargo, no fue suficiente.
Aquí estoy, con un vestido nuevo, en la puerta de una casa de un pueblo abandonado. Era exactamente la hora convenida, así que llamé. Silencio. Tras un minuto, infinito, la puerta se abrió y apareció él. Sin saludarme, me cogió de la mano, me atrajo hacia él, dentro de la casa, y me besó. Con cariño pero cargado de sexo. No de pasión. De sexo, directamente.
- Hola, preciosa. Por fin estás aquí.
El recibidor correspondía más a un chalet nuevo que a un viejo caserón. Eso me decepcionó un poco. Me había imaginado en un palacete antiguo, con tapices, mármol... Lo que se ve en las películas, supongo. Hacía calor. Él iba vestido con pantalones y camisa.
- ¿Quieres tomar algo? - me dijo. Tu polla, pensé.
- No, acabo de cenar.
- Aquí eres mi invitada. Siempre que tengas podrás entrar a la cocina, la puerta de la derecha, y comer lo que quieras, o al salón, a la izquierda, y ponerte una copa. A veces habrá otros invitados, pero esas dos estancias serán exclusivamente para eso. En el resto de la casa, por el contrario, te puedes encontrar cualquier cosa. La puerta del centro siempre dará comienzo a la noche, y a partir de ahí estás en mis manos.
No lo dudé, y fui a esa puerta. Tomé aire y la abrí. Dentro había una oscuridad total. Él me empujó dentro y cerró. Me abrazó y comenzó a hablarme al oído.
- Por esta sala han pasado muchas putas como tú implorando ser folladas, pero ninguna me había pedido expresamente que la hiciese sufrir hasta el final la primera noche. No te imaginas lo duro que va a ser esto. Haciendo una excepción, estás a tiempo de arrepentirte.
- No.
- Te vas a arrepentir.
Encendió la luz, y ante mí apareció una combinación de plató de televisión, sala de torturas y quirófano. No pude contar el número de camas, juguetes, cadenas y cámaras de vídeo que había. No pude porque me dio la vuelta y me besó. Me subió la falda y con habilidad sus gordos dedos se colaron bajo mis húmedas bragas. Dejó la palma de su mano pegada a mi pubis, y su dedo corazón separó mis labios, acariciándome con él mi palpitante clítoris y la entrada de mi coño. Sin dejar de besarme lo movió, apretando lo justo, arriba y abajo, colándose cada vez un poco más dentro de mí, acariciándome el clítoris cada vez un poco más fuerte. Gemí, y siguió con más ganas. Pronto las piernas me comenzaron a fallar. Notaba su paquete, sólo ligeramente abultado todavía, pegado a mí, pero sus manos... me llevaban a la gloria. Ni un minuto después de haber confirmado mis deseos ya me estaba arrepintiendo. Éramos como una pareja en un portal, disfrutando al máximo sin poderse quitar la ropa, pero él era mucho más preciso de lo que nunca lo fue ningún otro amante. Ni un roce indebido, ni un movimiento malgastado. Sólo placer, humedad y más placer. No dije nada y confié en que no notase que mi orgasmo era ya inevitable.
- No se te ocurra tocarte.
Paró. Sacó las manos de mis bragas y paró de tocarme y besarme. Se separó de mí y me vio temblar. Un sólo roce y acabaría. Apenas un movimiento y el propio contacto con la ropa interior me haría correrme.
- No hagas nada para correte.
Sudé, temblé, me mordí el labio... Dios. Tomé aire.Me había equivocado. Era demasiado bueno, no debí retarle así.
- Desnudame.
Le quité la camisa. Me temblaban los brazos. Suavemente, botón a botón, deslizando mis manos por su cuerpo. Estaba duro sin estar musculado, en su punto. No era el atleta que era su negro amigo, pero se cuidaba. Depilado. Le besé uno de los pezones. Me dejó. Le besé, y le acaricié el paquete por encima del pantalón.
- Si me haces correr haré todo lo que quieras le imploré al oído.
No funcionó. Me empujó por los hombros para que le quitase los pantalones. Le desabroché el cinturón y se los bajé. No llevaba calzoncillos, y ante mí apareció su verga, poco más que flácida, gorda, delante de sus huevos rasurados. La besé y la acaricié con mis mejillas, como quien acaricia un osito de peluche. Me arrodillé y le miré a los ojos. Abrí la boca y, por fin, comencé a recibir al menos algo de carne aquella noche. Sobre mi lengua, al igual que otras muchas amigas mías antes, se posó su sexo. Sólo el hecho de notar su calor me hizo gemir. Sin dejar de mirarle me agarré las tetas por encima del vestido. Por ahora ni le chupaba, me limitaba a disfrutar de su volumen en mi boca, apenas moviendo la cabeza. En el fondo quería hacerle sufrir un poco, como él a mí, pero mi intento era ridículo. Sólo conseguía aumentar las ganas de retorcerme los pezones, como hice. Les tenía durísimos, marcándose por encima de la ropa.
- Si tienes un orgasmo sin mi permiso te echaré de casa y no nos volveremos a ver.
Lo tendría. Si no paraba, lo tendría, así que obedecí y seguí chupando. Se fue quitando toda la ropa mientras lo hacía. Yo seguía con mi vestido y mi ropa interior, empapada, en su sitio.
- ¿Qué tal te fue en las pruebas? ¿Te gustó mi amigo negro?
Joder si me gustó. Desde entonces todo lo comparo con él. Su cuerpo, su fuerza, su tranca...
- Sí, mucho...
- Supuse que me pedirías un nuevo encuentro con él hoy. Muchas lo hacen.
Lo había pensado, pero quería su polla. Todas estas semanas, desde la primera vez que le vi, habían consistido en una historia de dominación, que tenía que culminar así, arrodillada, dedicada a él.
Ya habría tiempo de otras cosas.
- Lo haces muy bien, puta.
Me estaba esmerando en hacerle la mejor mamada de su vida. Seguro que no lo sería, demasiados labios habían estrangulado estas venas, pero yo haría lo posible. Al menos era la mejor de la mía. Me excitaba el propio esfuerzo que estaba realizando en engullirla.
- Vas a conseguir que me corra.
Por un momento paré. Mirándole a los ojos me chupé un dedo. Me miraba con tranquila excitación. Sin apartar la mirada le metí el dedo por el culo y comencé a masturbarle frente a mi cara.
Joder...
Córrete en mi cara.
Eso hizo. Sin avisarme, aunque no hacía falta, esparció su semen por mis labios y mis mejillas. Gimió como un animal al hacerlo, y dentro de mí algo sintió al menos un poco de orgullo. No había sido un orgasmo vulgar, un mero trámite como a menudo es para los hombres, sino una corrida en toda regla.
- Lo has hecho muy bien.
Me tendió una toalla para que me limpiase. Cuando tuve mi cuerpo limpio de su orgasmo me quitó la ropa con suavidad, y me llevó a una cama enorme. Junto a ella, una cámara de video con la que estuvo jugando unos momentos para enfocar como él quería. Al otro lado, una enrome televisión que encendió.
- Por aquí pasa mucha gente me dijo. En la pantalla comenzó un montaje en el que se sucedían, una tras otra, a una velocidad endiablada, escenas de sexo en esta misma sala. Me costaba, pero al poco ya distinguía rostros conocidos. Era difícil entre tanta carne. En uno, Begoña comía una polla en primer plano. En otro, Marga era follada por varios negros. Igual cogía ideas para más adelante.
Concentrada como estaba en las imágenes no me dí cuenta que José se había tumbado en la cama y se disponía a lamerme el coño. Sus hábiles dedos me separaban los labios, y su lengua comenzaba a recorrerme de arriba a abajo, desde el culo al clítoris. Él me miraba a los ojos, pero yo no era capaz de separar la mirada de la pantalla. El frenético trasiego de imágenes había dado paso a secuencias más largas, en las que se veía claramente a las chicas.
Me chupaba el clítoris mientras sus manos acariciaban suavemente mis pezones.
- Joder, qué gusto.
La imagen cambió nuevamente y dio paso a una secuencia... interesante. La protagonista era María, mi amiga, la que me cambió la vida convocándome a su polvo con José en el chalet. Estaba desnuda, a cuatro patas, con los ojos vendados y una bola en la boca, y dos chicos se la follaban por turnos. Nunca habría adivinado quienes eran. La cámara era manejada a mano por alguien, José probablemente. Pero quien le agarraba el culo en este momento era su novio. Lo hacía con fuerza, haciéndola daño, seguro. Le clavaba las uñas y la follaba hasta el fondo. Ella emitía los sonidos que la mordaza le permitía, mientras José la hablaba. ¿Te gusta cómo te folla mi amigo? ¿Quieres que te atemos y te follemos todo el fin de semana?. Estaba claro que ella no sabía quién era él. Seguro que en casa no la folla así, imposible reconocerle.
José me miró con maldad y me metió dos dedos en el coño, buscando mi punto g. Mi cuerpo se arqueó y tembló. Redujo el ritmo de su trabajo en mí, y me recordó que no me podía correr.
El novio de María cedió su turno, saliéndose de ella. La cámara hizo un primer plano de su ano, y una polla comenzó a introducirse en él. Una polla conocida. No muy grande, pero conocida.
La polla de mi novio taladró el culo de María hasta el fondo.
José estimuló mi punto g como nadie antes. Le miré con los ojos desencajados, por la revelación y por sus caricias.
Los huevos de mi novio golpeaban el coño de mi amiga.
Su novio le quitaba la mordaza y José le metía la polla en la boca sin soltar la cámara.
La misma cámara me enfoca, registrando cómo aprieto mis tetas viendo a mi novio joderle el culo a mi amiga y mientras José me acerca más y más al orgasmo.
Su sonido graba cómo digo que no, cómo me retuerzo protestando cuando él anticipa mi orgasmo y para.
La televisión muestra ya otra imagen. Desconocidos negros se follan a una desconocida rubia. José me mira, divertido. Su polla se ve inmensa ahora. Me tiro sobre él y le beso. Noto mi chorreante coño rozar su verga, y me gusta. Me recuerda que no me debo correr, pero no me importa. Agarro su sexo con mi mano. Dios. Me muero por follarle, pero si lo hago, será la última vez. Ójala estuviese aquí mi novio y me la metiese como a la zorra de María. Soportaría no correrme, seguro, y aplacaría mi deseo, mi palpitante vagina recibiría algo de atención...
- ¿Cómo va la noche? - me dijo.
- Me arrepiento.
- Lo sé.
Se sentó en la cama y comenzó a masturbarse lentamente. Guió mi boca hacia sus huevos, y se los comí gustosamente.
- Tengo que admitir que soy muy voyeur, me encanta ver los videos de lo que ocurre en esta sala. A veces los veo acompañado, como ahora contigo, pero casi nunca alguien ve algo tan personal como lo tuyo.
- Me da igual.
- ¿Te da igual que tu novio se haya follado a tu amiga?
- Tú me follas. El negro lo hace. Él mismo se folló a otra en una prueba. Es sexo.
Retomé la comida de huevos.
- Muy maduro por tu parte.
Noté que el cuerpo me dolía. La cabeza me iba a estallar, y mi coño tenía vida propia. Nunca había contenido un orgasmo tanto tiempo, las consecuencias son horribles.
- ¿Le vas a contar esto?
- No.
Me cogió suavemente por el rostro y me atrajo a él. Nos besamos.
- ¿Él te hace sentir esto?
- No.
Estaba sobre él, y notaba su caliente miembro rozándome el vientre. Lo agarré. Parecía palpitar.
- Métetelo.
Lo guié hacia mi coño. Tras varias horas en esta sala deseando notar estos gloriosos centímetros de carne dentro de mí el deseo iba a ser satisfecho. Puse la punta en la entrada, separando ya los labios. Él me miraba complacido.
- Baja hasta el final, y no te muevas.
Hijo de puta. Iba a prolongar mi agonía. No dejó de mirarme mientras mi sexo iba cobrándose más y más del suyo. Nunca había sentido algo así. Su verga, gorda, me partía en dos, pero sobre todo era la tensión del camino recorrido. Nunca una polla me había costado tanto. Semanas de obedecer órdenes, de mentir, de follar con extraños... Poco antes de llegar al final de su recorrido vi en el suelo la tarjeta. Escritas de mi puño y letra, las palabras que mi novio me dijo: Fóllame una y otra vez. Mastúrbame con manos y con consoladores. Córrete una y otra vez sobre mí y dentro de mí. Pero no me dejes correrme hasta que vaya a acabar la noche.
Finalmente mi clítoris llegó hasta su cuerpo, y le abracé. Me llenaba, en todos los sentidos.
- ¿A cuántas te has follado aquí?
- Muchas.
- ¿Todas somos tan putas?
- Todas sois tan hermosas.
Comenzó a follarme. Era tal y como lo había soñado, tal y como me habían contado. Eran los movimientos perfectos. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Mi clítoris reventaría en cuestión de segundos.
- Por fin te haré acabar, preciosa.
- ¿La noche acabará aquí? - le dije como pude, mientras subía el ritmo de su sexo.
- Sí, como pusiste en la tarjeta. Cuando te corras, acabará la noche.
- Entonces no.
Me salí de él. Gemí de dolor. Cada músculo me pedía acabar con el martirio, pero no podía acabar aquí la noche. No quería que llegase el final. Me puse a cuatro patas y separé mis nalgas. La invitación era clara. Cogió lubricante y se untó la verga. También lo usó en mí. Era innecesario. Estaba tan excitada que todos mis esfínteres eran suyos. Entró en mi culo como si nada. Me agarró la cintura y comenzó su perfecto vaivén.
- Eres única.
Se inclinó sobre mí. Con una mano me agarraba las tetas, y me mordía el cuello mientras me lo hacía como un perro. Me folló como un auténtico animal. Lo hizo durante unos cuantos minutos, me usó como una muñeca hinchable. Yo gemía, dejándome llevar de su entusiasmo. Sus huevos golpeaban en mi coño, lo justo para mantenerme en el doloroso estado previo al orgasmo en el que llevaba horas. Pero ahora la culpa era mía, yo misma lo había pedido.
Se salió de mí, y me hizo arrodillarme. Se corrió de nuevo sobre mí, esta vez sobre mis tetas. Le exprimí con mis propias manos hasta que cayó la última gota, pero se mantuvo duro como una piedra.
Esta vez no me dejó limpiarme. Puso otro vídeo. En este, un negro enorme se follaba a una morena. Mi negro. Yo.
Me tumbó en la cama. Se puso sobre mí, y me la metió de nuevo. Gemí. Mis piernas le rodearon. Me folló. En la imagen la lanza del negro se colaba en mi garganta. En la realidad, su semen se esparcía por nuestros cuerpos pegados, mientras me jodía como nadie lo había hecho nunca. No me besaba. Me dejaba gritar. Me lo hacía duro. Profundo. Rápido. Más y más duro, más y más rápido. Abrí los ojos, y la boca como si fuese a desencajar la mandíbula. Mi orgasmo comenzó.
Lo primero fue un escalofrío por la espalda, como antes, seguido de temblores y sacudidas. Me notaba sudando como nunca. Sin aire. Abría la boca, pero no me salía nada. Una tensión terrible en las piernas. Él aumentó todavía más la velocidad y la profundidad de las embestidas. Le clavé las uñas en los brazos hasta hacerle sangre. Me la metió hasta el fondo una última vez.
Grité.
Como nunca nadie ha gritado en este mundo, grité.
- ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH!!!!
Grité durante mucho tiempo. Una gran explosión en mi sexo me hizo convulsionarme. Me sacudí. Le golpeé.
Cuando finalmente acabé, me abrazó. Empapados de sudor y semen, me abrazó.
Había sido aún mejor de lo que había esperado.
Y esto sólo era el principio.
En la televisión me corría también. Me vi sonriendo, feliz. Como ahora.