Me apetece follar (3)

Tienes en el buzón las segundas instrucciones. Cógelas ates que tu novio.

Continuación de " Me Apetece Follar " ( http://todorelatos.com/relato/66673/ )

Continuación de " Me Apetece Follar (2) " ( http://todorelatos.com/relato/66703/ )

"Tienes en el buzón las segundas instrucciones. Cógelas ates que tu novio".

Ese fue el mensaje de texto que recibí mientras nos disponíamos a cenar. Alegué bajar a tirar la basura y salí de casa. Bajé en ascensor, y cuando me acerqué a los buzones ví una figura apoyada en las escaleras, a unos cinco metros de mí. Era José.

  • Hola, Marta. - me dijo, y, sin esperar respuesta, bajó hacia el garaje.

Yo le seguí, como un perrito faldero, como una gata en celo. Me esperaba un piso más abajo. Dejé la bolsa de papeles en el suelo y me lancé a él, a besarle. Él me impidió hacerlo, con un suave gesto con el que me mantuvo a cierta distancia, pero agarrada a mi cintura. Mis manos descansaron en su tórax.

  • ¿Cómo ha ido el día, guapa?
  • Mi novio me ha follado como un animal... y me ha gustado... pero quiero más.
  • ¿Se lo has dicho?
  • Sí.
  • ¿Qué le has dicho?
  • Que quiero comerme otra polla. - Le agarré la suya por encima del pantalón. Se notaba flácida pero gorda. Me habría arrodillado en ese mismo momento, pero sabía que no me lo habría permitido.
  • ¿Sí? ¿Cómo ha sido?
  • Me estaba sodomizando, y lo he confesado. Me imaginé con tu polla en mi boca. Después me ha preguntado si iba en serio.
  • Y le has dicho que sí.
  • Sí.
  • No era una pregunta. Lo sé. Arrodíllate.

Lo hice. Llevé mis manos a su bragueta. Él me las apartó y me las puso a la espalda.

  • ¿Crées que lo harías esta misma noche? - dijo, mientras se desabrochaba el cinturón.
  • Sí. Ven y te comeré la polla mientras me follo a mi novio. - respondí, viendo cómo comenzaba a apartarse los calzoncillos.
  • No. Yo no estaré. Tienes que ser tú la que consiga la segunda polla. - se cogió la suya con una mano y la sacó. Me la mostró, me la puso delante de mi cara, sin permitir tocársela. En cualquier momento un vecino bajaría y me vería arrodillada, mirando una verga, suplicante. - Si quieres, te puedo ayudar.
  • Sí, ayudame...
  • Toma esta tarjeta. Vete a este bar, y, cuando pagues la primera ronda, métesela al camarero entre los billetes. Vete elegante. Él sabrá cómo hacerlo. - comenzó a vestirse, guardándosela.
  • No, por favor – supliqué -. Déjame...
  • ¿El qué? - respondió, haciéndose el inocente.
  • Probarte.
  • No puedo, todavía no hemos pasado las pruebas, Marta. Pueden venir tus vecinos...
  • Sólo un poco, por favor...
  • Si accedo ahora a esto, mi amigo esta noche puede ser un poco más cruel.
  • No importa...

Se la sacó de nuevo y me acarició la cabeza. Mis dedos recorrieron toda su extensión, todo su diámetro. En sí misma no era tan especial. Me había comido pollas más largas, me habían follado pollas más gordas. Pero la deseaba más que a ninguna.

  • Empieza.

Lamí la punta. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Una, dos, tres veces. Le miré, me sonrió. Olía a champú, pero cuando me la metí en la boca me supo dulce. Me metí la punta y chupé, golosa, saciada por fin. Me pudo la ansiedad, me la intenté comer entera pero no pude, a pesar de no estar totalmente dura, estuve torpe.

Y no me dejó seguir. Se la guardó. Se vistió. Me miró a los ojos.

  • Nos lo vamos a pasar muy bien tú y yo juntos.

Me dio un beso en la frente. Me dio la mano invitándome a levantarme. Después, sin mas, se dio media vuelta y se fue.

En el buzón no había nada. Saqué la basura y volví. A mi novio le dí cualquier excusa estúpida de mi tardanza, ni la recuerdo.

Habíamos quedado con unos amigos suyos. Yo me duché primero. Comencé a fantasear con la noche que me esperaba, pero me contuve de masturbarme. Me fui a vestir. Cuando él salió de la ducha me encontró en el dormitorio, con un portaligas negro y unas medias de encaje. Sin sujetador ni bragas todavía.

  • ¿Y eso?

Me acerqué a él y me arrodillé, como había hecho unos minutos antes.

  • Va a ser una noche especial.

Le quité el albornoz.

  • Dime que empiece.
  • ¿Qué?
  • Tú sólo dime que empiece, y seré tuya.
  • Empieza.

Me metí su polla en la boca. Esta sí me entró entera a la primera. Cerré los ojos y recordé la escena de las escaleras del garaje. Casi sentía su diámetro sobre mi lengua. Me agarró la cabeza con suavidad, y seguí chupando. Él comenzó a gemir. La tenía muy dura. Le chupé los huevos mientras le masturbaba. Nos miramos. * ¿Cuándo vas a querer otra polla? - me preguntó * Hoy. Ya me he encargado de todo. * Sólo una vez.

Se le notaba nervioso y preocupado, pero su erección, lejos de disminuir, aumentó. Le miré con ojos de niña mala y me chupé un dedo, y se lo metí por el culo. Le gustó.

  • No sé, igual me gusta y repito.
  • Chupa.

Cerré los ojos y chupé. Me apliqué, le hice la mejor mamada que le habría sabido dar. Mis labios le recorrían despacio, sacándola, mirándola enhiesta, grande, empapada en mi saliva, para después volver a engullirla con una calma imposible. Nos mirábamos a los ojos, estaba como ido, pensando en mi proposición. Seguro imaginaba que su polla, que ahora disfrutaba de la humedad de mi boca, era la de otro. Se la comí hasta que se corrió en mi garganta. Me agarró de la cabeza para no permitirme moverme, y bufó como un toro. Me lo tragué todo, como una niña buena, y después le besé. Nos recordamos que nos queríamos, que nos amábamos. Pero le recordé que lo de esta noche iba a ser sexo.

  • No. Sólo una vez. Sólo una noche. Hoy.

Se había puesto serio. Debía darle una respuesta.

  • Vale.

Me puse sujetador, el más sugerente que encontré. Pero no encontré ningunas braguitas suficientemente sugerentes, así que no me puse ninguna.

Cuando entramos al bar estaba casi lleno. Era esa hora, próxima al cierre, en la que la gente intenta de cualquier forma encontrar un lugar en el que le pongan la última. Yo, por el contrario, buscaba el lugar donde me pondrían a cuatro patas, entre mi novio y probablemente un desconocido.

Llevábamos toda la noche de copas. Habíamos comenzado la noche con sus amigos y después nos fuimos en busca de mis amigas. Tras demasiados rones naranja había acabado en un baño hablando con Rebeca, una de las chicas que se fueron al chalet con José en la fiesta anterior. Le confesé que estaba durante las pruebas.

-         ¿Qué has tenido que hacer?

Siguiendo las instrucciones de José, mentí. Le dije lo que me ordenó, “símplemente” había tenido que mandar unas fotos, por ahora.

Ella se ruborizó cuando se pus a recordar las suyas. Me dijo que le dio un movil para ella, y que se pasó un mes teniéndolo que llevar a todas partes. Sólo a través de él le daba las instrucciones, que se espaciaron a lo largo de treinta días. Y debía ejecutarlas en el mismo momento en el que las recibía. La primera le pilló en un tren. Iba sola, pero el vagón estaba lleno de gente. La obligó a contar, en voz alta, un polvo. Comenzó tímida, con indirectas y casi susurrando, pero no le valió. Además, la obligó a usar su imaginación. Acabó hablando en un tono que podían escuchar bastantes pasajeros cómo supuestamente había conocido a alguien en una discoteca la noche anterior y habían follado en los baños. Me dijo que esa era una de sus fantasías, y que José la hizo realidad en su primer encuentro.

La segunda prueba la sorprendió en una biblioteca. La ordenó coger un libro concreto y sentarse a leerlo al lado de una chica concreta. El libro trataba sobre el mundo homosexual. Más específicamente, sobre relaciones lésbicas. Había varias ilustraciones bastante explícitas al respecto. Al principio lo leyó con normalidad, pero acabó notando cómo se excitaba. Recibió otro mensaje, diciéndola que fuese al baño a quitarse el sujetador, y a la vuelta, se la marcaban los pezones. En un nuevo mensaje él confesó estarla observando, pero no pudo localizarle. La lectura prosiguió, pero pronto se dio cuenta de que la chica que se sentaba junto a ella hacía tiempo que no pasaba página, y no apartaba la mirada de su explícito escote. Al rato, dejó una nota sobre el libro de Rebeca, se levantó y se fue. En el papel simplemente ponía una dirección.

El resto de la historia me la pude imaginar.

Todos los amigos se habían ido ya a casa cuando mi novio y yo fuimos al último.

-         ¿Aquí es donde has quedado con el elegido?

-         Sí.

-         ¿Cómo le conociste?

-         No le conozco. Nos hemos citado por Internet.

-         ¿Estás segura de lo que vas a hacer?

Silencio. No, no lo estaba. En este caso el fin justificaba mis medios, pero eso no se lo podía decir a mi novio.

-         Sólo va a ser sexo, y quiero probarlo.

Nos besamos. A él le costó reaccionar, pero cuando me pegué a él noté que tenía una notable erección. Se lo dije.

-         Me excita imaginarte así, lo sabes.

Me acerqué a la barra. Intenté esquivar a la rubia (y preciosa) camarera, intentando atraer la atención del único chico que había tras la barra. Era alto y moreno. No especialmente guapo, pero con buen cuerpo. Deportista, probablemente. Le pedí dos copas. Mi novio le miró receloso, pero él no le prestó atención. Estaba demasiado ocupado mirando el canalillo que marcaron mis tetas cuando me apoyé sobre la barra para pedir. Cuando le pagué le metí entre los billetes la nota de José. Se dio cuenta al llegar a la caja, y se volvió.

-         Perdona, no te había reconocido. - me dijo, devolviéndome el dinero. Me saludó con dos besos, y dio la mano a mi novio.

-         Ven un momento conmigo – dijo. Me dirigí hacia la entrada de la barra, pero me corrigió - . No, tú no. Tu novio.

No entendía nada, pero así sucedió. Le llamó y se metió con él en el almacén. A los pocos minutos dieron las luces y la gente se comenzó a marchar. La rubia comenzó a recoger todo, y enseguida (apenas había comenzado mi copa) me encontré con que éramos las dos únicas personas del bar. Un bar vacío es algo extraño.

-         ¿Esperas a alguien? - me preguntó.

-         Sí, mi novio se ha metido ahí con... el camarero. - Me di cuenta de que ni sabía su nombre, lo cual me hizo tomar conciencia de la magnitud de los acontecimientos que el deseo estaba provocando en mi vida. Yo, que siempre me tuve por alguien convencional, organizando encuentros sexuales a ciegas, con mi novio por medio, sólo por acceder a otro.

Me miró extrañada, pero el camarero cortó la conversación antes de tener que dar explicaciones. Se asomó por la puerta y me dijo que pasara.

-         Este será el último momento en que hablarás hasta que salgas del bar, ¿comprendido? ¿Quieres decir algo? - me ordenó.

-         No.

Me condujo por unas escaleras que bajaban a un sótano, hasta una puerta. Antes de entrar me puso un antifaz.

-         No te lo quites.

Abrió la puerta. De la estancia salía calor, como una calefacción puesta innecesariamente alta, y una suave música. Unas manos me invitaron a entrar. Eran las de mi novio. Me pegó a él y nos besamos.

-         Tú me has traído aquí, no lo olvides – me dijo.

Sus mismas manos me dieron la vuelta. Esta vez fue el cuerpo del camarero el que noté contra mí. Más alto y fornido que mi novio. Nunca llegué a saber su nombre. Sólo sé que cuando acabó su beso mi novio ya me había desabrochado el vestido, que cayó al suelo. Quedé en lencería ante ellos. Creo que fue el camarero el que me esposó. Eran unas esposas forradas de una tela, muy suave. No me hacían daño, pero me limitaban los movimientos. Cogió mis manos y las levantó sobre mi cabeza. Las enganchó en algo que se balanceaba colgando del techo, obligándome a mantener los brazos hacia arriba. Oí un ruido de metal rozando, quizá una cadena con poleas, porque la tensión creció, tirando de mí hacia arriba, hasta casi tener que ponerme de puntillas. Sólo esperé que la postura no durase demasiado.

Escuché ropa caer al suelo. Se estaban desnudando. Mi novio se puso detrás de mí, y me besó en el cuello. Notaba su polla dura en mi culo. Habría dado cualquier cosa por que me penetrase en ese mismo momento, por comenzar ahí la sesión de sexo duro que me había imaginado desde que recibí la orden. Sin embargo, todo fue mucho más lento, y por caminos inesperados.

Me bajó la copa izquierda del sujetador, y me acarició el pecho. Para entonces mis pezones prácticamente tenían vida propia. Con una mano me abrazó, y la otra la puso bajo el pecho que había quedado a la vista, como ofreciéndoselo a alguien. Sin duda el rato que me habían dejado a solas había sido para planificar esto.

Me pusieron una pajita en la boca, y bebí. Ron, solo y frío. Me gustó mucho en aquel momento. Oí un sorbo cercano, no sólo yo disfruté del frío líquido. Tras eso, una golosa boca tomó posesión de mi pezón. Estaba helada, sin duda era la que acababa de beber. Comenzó con la lengua, lamiéndolo, para pronto hacerse con él y chuparlo, mamándolo como un niño pequeño. Nunca me habían comido así las tetas. No reprimí el gemido que me provocó. Me chupaba como un caramelo, como una piruleta, pero la que disfrutaba del dulce era yo. Su saliva pronto resbaló por la curva de mi piel. Dio un último beso al pezón antes de hablarme.

  • Me gustas mucho.

No era el camarero, ni mi novio, cuya polla estaba cada vez más dura tras de mí. Era una voz femenina. Concretamente, la de la rubia camarera que antes se hacía la inocente. Los labios que tanto había disfrutado mi pezón pasaron a mi boca, y nos besamos. Nunca había besado a una chica, pero me gustó, aunque, claro, después del tratamiento que me acababa de dar era imposible no disfrutarlo. Era una forma de besar diferente, más calmada pero más apasionada.

Mi novio me desabrochó el sujetador y caí en la cuenta de que ella también estaba desnuda. Notaba sus tetas, más pequeñas que las mías, pegadas a mí. Sus manos las estuvieron amasando durante un buen rato, hasta que un gemido suyo nos hizo romper el beso. Noté como si la estuviesen empujando.

-         Me está follando, ¿lo notas?

Lo notaba. Notaba las embestidas de, probablemente, el camarero, porque empujaba a la rubia y me hacía pegarme más a mi novio. Le habría pedido que me follase allí mismo, mientras ella disfrutaba del otro, pero mi orden era no hablar. También a él le noté ansioso. Se puso a magrear mis tetas, ahora que la chica estaba demasiado ocupada en recibir una polla como para atenderme. Colocó la polla en mi culo, sólo para notar algo de roce, algo de atención.

  • Ahora me toca a mí – me dijo, al oído. Esperé sus manos quitándome el tanga y abriéndome las piernas. Ansié su polla taladrándome mi húmedo coño o, incluso, mi culo. Me imaginaba abrazada a la camarera mientras a ambas nos follaban nuestros hombres... pero nada de eso ocurrió. Bueno, algo sí. La rubia me abrazó, me besó, de hecho, mientras mi novio se ponía detrás de ella y la penetraba.

  • Tu novio me está follando el culo – me dijo. Me besó metiéndome la lengua hasta el fondo mientras su ano se dilataba aceptando la polla de mi chico. No le veía pero podía notar su excitación. Sus manos buscaban las pequeñas y duras tetas de ella, y a veces rozaban las mías. Incluso esos pequeños roces me llegaban a excitar, y los buscaba. Me movía torpemente intentando que mi cuerpo rozase con los suyos como fuese.

El camarero se puso detrás de mí.

  • ¿Quieres que te folle?

Noté su verga entre mis nalgas. Suspiré, esperando que me penetrase, pero no lo hizo. La pasó sobre mi vulva, empapándola en mis jugos.

  • Sí, por favor, folladme...
  • Te dije que no hablaras...

Me quitó el antifaz. Pude ver la cara desencajada de la rubia. Mi novio la sujetaba las caderas y la daba duro por el culo. Me puse celosa. No porque fuese mi novio, sino porque me gustaría ser ella, y tener el culo taladrado. Sus tetas se balanceaban y pedía más y más.Yo haría lo mismo. Sin embargo, allí estaba, colgada del techo, esencialmente desnuda, y cachonda, muy cachonda.

Hasta ese momento no había visto la sala. Aparentemente un almacén de un bar. Unas cuantas pantallas con las cámaras de seguridad de dentro, cajas de bebida... Pero aquí y allá, algunos detalles que no suelen estar, ligeramente disimulados, me indicaban que este no era el típico almacén. El gancho del que yo estaba colgada, una mesa con unas correas todavía sin atar, una cama abatible, empotrada en la pared, en la que ahora estaban follando...

Él se iba a correr, lo ví en su cara.

  • Bájala – dijo mi novio. El camarero me soltó del gancho. Mientras, mi novio gimió. Se salió del culo de la camarera, que se arrodilló delante suyo. Cerró los ojos y la boca, y recibió la corrida en su cara. A mí me soltaron las manos y me pusieron frente a ella. No lo pude evitar, la agarré la caebza y la besé, y la lamí. La limpié con mi lengua, y me lo tragué todo. Mi pelo se ensució del semen de mi chico, pero no me importó. La besé, la acaricié las tetas...

Me empujaron.

La pusieron boca arriba, y me tumbaron sobre ella. Para cuando me ordenaron que la comiese el coño mi boca ya estaba chupando su clítoris.

Me penetraron.

Por fin, tras tanto esperarlo, una polla, la del camarero, se introdujo en mí, y me hizo gritar. Corrijo. Me habría hecho gritar si justo antes mi novio no me hubiese puesto su polla, todavía dura, en la boca.

No tuvieron que esperar más. Bastó con ese gesto, con esa priemra y deseada penetración, para que me corriese. Se lo intenté decir, pero dio igual. La lengua de la rubia me lamía mientras los huevos de su amigo chocaban en su cara, y me corrí entre gritos.

Pero no pararon. No pararon en toda la noche. Me follaron. Los dos. Los tres. Me follaron por la boca, por el coño y por el culo. Y les follé, hasta dejarles secos. Cuando uno se corría el otro ocupaba su lugar, y cuando acababa con ese volvía con el anterior. Estaba empapada en su semen y nuestro sudor, pero daba igual, follaba y follaba.

Y cuando esas pollas ya no daban más de sí, fui a gatas hacia la rubia. La separé delicadamente las piernas y la recorrí con mi boca. La comí el coño hasta que acabó en mi boca tantas veces como ellos habían acabado en la mía. La retorcí los pezones. En ese momento sólo existía su coño y sus tetas para mí.

Y, cuando los tres estuvieron tan cansados como para impedirme seguir, me senté frente a ellos, cerré los ojos y abrí mis piernas. Supe que José se enteraría de lo que estábamos haciendo, y me masturbé. Le imaginé trayéndome un regalo por haberme portado tan bien. Quizá un colgante que ponerme, o un negro de inmensa verga que follarme delante de él. Acababa de joder diez, quince veces con las tres personas que tenía delante, pero me seguí acariciando hasta gritar como nunca para acabar la noche. Me metí todo el puño pensando en esa gloriosa polla que pronto me partiría en dos.

Cuando volvimos a casa mi novio y yo apenas cruzamos una palabra. Tan sólo me dijo "sólo hoy", y le mentí. O no. Le prometí que sólo hoy me follaría junto con otra persona. Mañana él no estaría delante.