Me acerqué despacio a la ventana
Fue la única vez que saqué el miembro, mientras miraba del otro lado de la ventana, y lo frotó mi mano hasta saltar la leche.
Me acerqué despacio a la ventana. Como otros días desde que el Ramón se rió de mi en el bar y rieron todos.
El Ramón la cabalgaba despacio y Queta, desnuda de faldas levantadas, ese día no resistía. Estaba gimiendo.
Y el Ramón le daba duro y de vez en vez apretaba dejando su rabo dentro por un pequeño tiempo.
Antes no había sido así. Queta resístiase al Señor hasta una bofetada o hasta que quedaba sujeta bajo su cuerpo.
Ese día no, ese día ..
Ese día Queta paso sus brazos por la espalda del Ramón y estrechó su pecho. Ese día le besó ella.
Antes, él buscaba siempre la boca que se cerraba con fuerza resistiendo la punta de su lengua y buscaba los pechos bajo su ropa.
Antes . Queta convertía sus labios en dos rayas muy juntas resistiendo siempre la punta de su lengua.
Y cuando él se iba, sin palabra alguna, ella quedaba sentada en el borde de la cama mirando al suelo.
-¿Vino el Señor?-
-Vino- me contestaba las primeras veces entre sollozos mirándome a mí con rencor. Mas adelante sólo seria.
Pero ese día Queta abrazó con sus piernas desnudas por detrás de los riñones del Señor para que él empujara por más fuerza.
Y ese día sobre todo besole.
Fue la única vez que saqué el miembro, mientras miraba del otro lado de la ventana, y lo frotó mi mano hasta saltar la leche.
Y empezaron a hablar y se miraban. El Ramón la dio la vuelta e hizo volar sus camisas y sus haldas. Era el primer hombre que la veía desnuda. Y yo . trás la ventana.
Penetró su culo que ella levantaba y al hacerlo gemía y se entregaba.
Entré sin ruido y por detrás, sin él saberlo nunca, metí la punta de la navaja en su cuello como hago con el cuchillo cuando mato los cerdos.
Y con un leño del hogar, a mi alcance el hierro y el fuego, golpeé dos veces la cabeza de Queta que quedó, en mirada extraviada, inmóvil bajo el peso del cerdo.
Bueno pues.
Me he calentado un poco esta mañana. Aquí al sol.
Menos el lado derecho.
Vendrán por mí ahora. Con un vaso de leche y tres galletas. Para luego dormir.
Y mañana volveré a recordar y calentarme un poco.
Menos el lado derecho.
El lado siempre de frío intenso desde hace cuarenta años sin más recuerdos.
El lado de la mano que hundió la navaja y mató con leño.