Me abandonan en una playa nudista y me poseen

Una chica virgen es abandonada por sus amigas en una playa sin salida. Y se ve obligada a complacer a tres hombres para poder llegar a tierra firme.

La cabeza me dolía horrores, parecía que alguien con un bate de béisbol se hubiera dedicado a golpearla como un melón.

Sabía que el daño era producto de los innumerable tequila sunrise que mis amigas me habín hecho beber jugando al beso, verdad o atrevimiento.

Me casaba en un par de semanas con Dídac, mi novio del instituto y aunque pueda parecerte extraño, no había salido con otro que no fuera él. Ambos éramos católicos, algo conservadores y veíamos en el otro al amor de nuestra vida.

Cuando mis amigas de la universidad se empeñaron en organizarme la despedida de soltera, les hice prometer que no traerían un estríper, o iríamos a algún local de despedidas, con una de esas diademas horribles en la cabeza.

Logré que me hicieran caso, a cambio tuve que prometerles que me emborracharía con ellas, pues era algo que tampoco había hecho nunca.

Mis amigas me tildaban de mojigata, decían que no podía casarme siendo tan inexperta que no sabría comparar si Dídac era lo que necesitaba si no comparaba antes.

Yo solía contestarles que no necesitaba saltar de un quinto piso para saber que terminaría muerta.

Tenía mucho calor y la boca seca.

Parpadeé varias veces, ¿de dónde salía esa luz? Ni siquiera recordaba haberme metido en la cama o llegar a casa.

Entorné un poco los ojos y agudicé el oído pues parecía que alguien me había puesto sonido de olas.

Cuando conseguí focalizar me di cuenta que no era ningún efecto sonoro. ¿Cómo podía haber una playa en mitad de Toledo? ¿Estaba soñando? Mis pies de hundieron en la arena, hice amago de levantarme y sentí mi culo rebozarse en ella. Imposible, no podía ser. Miré hacia abajo y exclamé un grito ahogado al percatarme que estaba desnuda. Ni siquiera había una toalla con la que envolverme.

Miré a un lado y a otro abochornada.

Había un grupo de hombres tan desnudos como yo, sentados en unas rocas, parecían estar pescando para pasar la mañana. Tenían una barca amarrada a la orilla.

Me doblé como un ovillo intentando cubrirme y buscando una salida. A mi alrededor todo eran riscos altos, no se veía ningún camino de acceso, por lo que la única salida era el agua.

A mi lado tenía un sobre blanco. Lo abrí con dedos temblorosos. Era una carta de mis amigas.

Cuando leas esto tendrás ganas de matarnos, pero créenos, lo hacemos por tu bien.

Te hemos traído a la costa, le echamos un potente somnífero a tu último tequila. La única vía de acceso a esta pequeña playa es mediante el mar, la costa queda bastante alejada, todo son riscos y acantilados, por lo que no cometas la tontería de lanzarte al mar.

Hemos querido que vivas una aventura, es una playa de pescadores, nudista, por lo que nadie se escandalizará al verte en cueros.

Toma el sol, báñate, y cuando hayas disfrutado de sentirte libre y sin complejos, pídeles que te acerquen con ellos a la playa más cercana y te presten algo de ropa y un móvil para llamarnos. Iremos a recogerte.

Disfruta de tu pequeño paraíso y olvídate de tus complejos.

Tus amigas, que te quieren.

Tenía ganas de llorar, ¿cómo podían haberme hecho eso? No me sentía libre, todo lo contrario, estar desnuda frente a un grupo de desconocidos de sexo masculino, sin nada que ponerme, no me tranquilizaba un ápice. Y mucho menos las opciones que tenía para salir de allí.

Siempre tuve un gran complejo por mi talla de sujetador, hasta había pensado en pasar por quirófano a reducirme los pechos, y mis amigas lo sabían. Solía verter ropa holgada para que los hombres no me miraran las tetas. ¿Y ahora? Aquellos marineros vete a saber cuánto rato llevaban mirándolas. Además cuando desperté estaba toda espatarrada, notaba arenilla raspándome la entrepierna y el calor cada vez era más bestia.

Me ardía la piel y estaba enrojeciendo... Era muy blanca, necesitaba echarme algo de protección o sufriría quemaduras.

No había una maltita sombra. Solo las sombrillas que llevaban aquellos hombres que reían bebían y bromeaban sin complejos.

Aguanté todo lo que pude y pensé en que lo mejor era sumergirme en el agua para aliviar la quemazón. No podía arrastrarme por la arena o hacer la croqueta, aunque fuera lo que deseaba. Hice tripas corazón y recé para que no me miraran, la cala era tan estrecha que era casi imposible que no lo hicieran.

Intenté cubrirme lo mejor que pude cruzando una mano sobre mis pechos y la otra en la entrepierna.

Ellos se dieron unos codazos y sonrieron al verme entrar así en el agua.

—¿Qué tal bella durmiente? ¿Acalorada? —preguntó uno de ellos.

Siempre había sido una chica educada, por lo que en cuanto me sentí algo salvaguardada por las transparentes aguas respondí.

—Buenos días, em, sí, hace mucho calor. —Seguí intentando taparme, lo que era un despropósito porque mis tetas se desbordaban.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —Preguntó uno que debía tener la edad de mi padre y una barriga prominente.

—Mis amigas. Me caso en dos semanas y les ha parecido gracioso abandonarme aquí.

El primero que había hablado arqueó las cejas. Era el más joven debía rondar los cuarenta y su físico, aunque no fuera muy escultural, no estaba mal del todo. Además tenía un miembro bastante abultado.

—¿Así que estás sola y desnuda? —asentí—. Pues menuda jugada, a esta cala solo puede accederse en barca, la costa queda a unos quince kilómetros, aquí solo suelen venir pescadores y nudistas que poseen embarcaciones.

—¿No hay otra vía de salida? —El tercer hombre, pelirrojo, lechoso y lleno de tatuajes negó.

—No, preciosa.

—Y... ¿vosotros podríais ayudarme? Solo llevarme en vuestra barca hasta el puerto cuando terminéis y dejarme un teléfono para que pueda llamar a alguien y que me vengan a recoger.

—Pues no sé yo, en la barca iríamos muy justos... —El que era de la edad de mi padre se frotó la barba.

—Por favor,  —les supliqué, no podía hacer otra cosa.

—Veamos a ver si viene alguien más antes de que nos marchemos, sino te llevaremos... No podemos dejar a una chica tan guapa como tú desprotegida.

—G-gracias —murmuré.

—¿Tienes sed? —El pelirrojo agitó una cerveza helada. No es que me gustara especialmente pero estaba tan deshidratada...

—Si me lanzas una... —pedí sin ganas de salir del agua.

—Mejor ven aquí con nosotros, tienes la piel muy roja así te damos crema también... —sugirió el más joven.

—E-estoy bien.

—No, no lo estás, anda, ven que yo te ayudo a subir. —Se puso de pie y extendió la mano. Quería morirme de la vergüenza. Me daba muchísimo pudor, aunque no tenía una mejor opción que ser amable para que me llevaran.

Fui hasta él y quité la mano de mi sexo para intentar subir.

—Dame mejor las dos manos, estas piedras son muy resbaladizas. —Hice de tripa corazón y separé el brazo de mis tetas. Él sonrió regocijándose con mi ciento diez flotando frente a él.

—Con esos salvavidas difícilmente te ahogarías —bromeó el barrigudo—. Te pasa como a mí —bromeó acariciándose el vientre.

—No irás a comparar esa delantera gloriosa con tu barriga velluda —respondió el pelirrojo—. ¿Son naturales?

Me quería morir. Ayudada por mi salvador puse un pie en la roca y resbalé, él tiró de mí con fuerza y me vi encajada contra su cuerpo, desnuda y empapada. Mi salvador sonrió.

—Son naturales, doy fe —le respondió al pelirrojo—. Por cierto me llamo Manuel.

Sin despegarse me plantó dos besos. Tenía su polla en mi barriga, me sacaba una cabeza.

—Carolina —­respondí notando mis pezones endurecerse.

—Mira, como la de Pedro Ruiz, os acordáis de esa cancioncilla. «Ostras, Carolina, que buena estás, con los amigos de mi papá, cada día me gustas más...» —canturreó el barrigudo chocando su cerveza con el pelirrojo.

—Eso es muy viejo, seguro que nuestra invitada ni conoce la canción —apuntó Manuel desprendiéndose de nuestro abrazo para rodearme con su brazo—. Ellos son Felipe —dijo haciendo referencia al barrigudo quien se levantó y no dudó en plantarme dos besos frotando su vientre contra mi cuerpo—. Y Elías, aunque le llamamos calamar, por la cantidad de tinta que lleva en el cuerpo. Tiene una tienda de piercings y tatuajes.

El pelirrojo también vino a mí sonriente y me dio otros dos besos que hicieron que me fijara en los pendientes que decoraban su lengua, pezones y glande.

—Encantada.

—Los encantados somos nosotros, no todos los días pescamos una sirena —bromeó Elías—. Toma, tu cerveza. —La abrió y me salpicó la espuma helada, emití un gritito.

—Serás bruto, la has puesto perdida... —Felipe pasó su manaza por mis tetas y vientre. Di un salto por la sorpresa que me incrustó el culo contra la entrepierna de Manuel.

—Pe-perdona —respondí abochornada.

—No pasa nada, te estamos intimidando, ¿verdad?

—U-un poco.

—¿No sueles practicar nudismo? —cuestionó Elías. Yo negué—. Por eso estás tan cohibida. No te preocupes Carolina, estamos hartos de ver mujeres desnudas y seguro que tú hombres también. No tenemos nada que no hayas visto ya... —Si ellos supieran... —. Manuel, échale crema, mira como tiene los hombros y la espalda.

Ni siquiera tuve tiempo a reaccionar cuando un chorro impactó contra mi piel y las manos masculinas se pusieron a masajearme. Yo tenía la lata en la mano y decidí que lo mejor que podía hacer era beber.

El masaje de Manuel me estaba excitando, sobre todo porque Elías y  Felipe no me quitaban la mirada de encima. Mis pezones se estaban arrugando y poniéndose duros.

­—Perdona, Carolina —prosiguió Elías— pero tienes unas tetas impresionantes, hay pocas así de grandes, naturales y tan apetecibles, deberías ponerte unos piercings como yo. Se nota que tienes los pezones muy sensibles.

El bote de crema voló por encima de mi cabeza hacia Elías quien se impregnó las manos y las llevó directo a mis tetas.

—Pero, ¿qué...?

—Shhh, tranquila, se te están quemando y sería una pena. Duele mucho. Sus pulgares estaban trazando círculos en ellos y un hormigueo comenzaba a tensar mi entrepierna.

La crema pasó a manos de Felipe que se dispuso a echármela en los muslos, mientras Manuel estaba en mis nalgas.

Volví a beber. Estaba jadeando cuando Felipe rozó mi sexo con las manos y Manuel separó mis nalgas para pasar su lengua entre ellas.

—Eres una diosa, Carolina y vamos a adorarte como mereces...

—No, yo... yo... —Elías comenzó a comerme las tetas a chuparlas y morderlas, mientras Felipe recorría mi coño empapado con los dedos.

—Relájate —gruñó Manuel mientras penetraba mi culo con la lengua.

Aquello no podía estar pasando, me sentía muerta de vergüenza y placer a partes iguales. La cabeza de Felipe se internó entre mis muslos, separó el vello recortado de mis labios mayores y se puso a devorarme.

Aullé del gusto.

—Eso es Carolina —me espoleó Elías pellizcando y retorciendo mis pezones—. Hoy vas a saber lo que es ser follada por tres hombres.

Fue decirlo y sentir un golpe de realidad.

—No, no puedo, no puedo yo... —Un dedo se internó en mi coño y oí un exabrupto.

—¡Hostia puta, que hemos dado con la última virgen de la tierra! —exclamó Felipe. Elías me miró condescendiente.

—Virgen, ¿eh?

—Me estoy reservando para mi novio...

—Eso ya no se lleva, hermosa Carolina —murmuró Manuel sacando la lengua de mi culo para trazar círculos en él con un dedo.

—Soy católica.

—Y nosotros muy devotos de la virgen —rio Felipe. Y si pretendes que te llevemos con nosotros, digo yo que tendrás que darnos algo a cambio, mira cómo te hemos cuidado hasta el momento.

Mi cabeza daba vueltas. Felipe no dejaba de penetrarme con el dedo sin llegar a romper mi virgo. Con la base de la mano me seguía estimulando.

—Haré lo que queráis menos eso, pedidme lo que sea, pero eso no, por favor.

­—Muy bien —otorgó Manuel—. Ponte a cuatro patas, yo te follaré el culo, mientras Felipe te come el coño y Calamar recibe una buena mamada. ¿Te parece bien?

—¿Y seguiré siendo virgen?

—Por delante —respondió Manuel.

—E-está bien. —No quería reconocerlo abiertamente pero estaba muy cachonda por la situación.

Pusieron una toalla para que estuviera cómoda y me coloqué sobre la boca de Felipe.

—Hazme una paja, mientras te como ese coñito de virgen —apostilló dándome un lengüetazo.

Le agarré su corto miembro y me puse a mover la mano arriba y abajo.

—Eso es, frota para que salga mi leche.

Manuel me escupió en el ojete y separó las nalgas para posicionar su glande.

—Te va a doler, la tengo muy grande y tú no estás acostumbrada, aunque dejará de hacerlo a medida que la boca de Felipe te ponga a punto de nieve —me explicó. Apoyó el glande y fue presionando sin dejar de escupir para lubricarme. Yo grité y Elías aprovechó para incrustarme su polla hasta el fondo de la garganta de un golpe.

Me dio una arcada muy fuerte.

­—Relaja, Carolina, o vas a echarme la pota encima —sugirió sujetándome la cabeza para que su vello hormigueara en mi nariz.

Eran tantas sensaciones que mi cerebro cortocircuitaba. El placer de Felipe, el dolor de Manuel y las arcadas de Elías.

Manuel volvió a empujar llenándome hasta la mitad, yo lancé un grito ahogado fruto de la quemazón y Elías aprovechó para sacarla y volverla a meter dejándome sin respiración.

Mi coño se contrajo y Felipe aprovechó para follarme el coño con la lengua mientras me frotaba el clítoris como un loco. Tuve una contracción de placer que me hizo apretarlos a todos y gimieron a una.

Las manos de Manuel separaron todavía más mis nalgas y se internó de un empellón haciendo rebotar sus pelotas en mi coño. Aullé y Elías volvió a aprovechar para sostenerme y rotar las caderas en mi boca. Las ganas de vomitar se hicieron extremas. Entre el alcohol que llevaba y lo que me estaban haciendo, no podía. El contenido de mi estómago ascendió con un espasmo y se desbordó por los laterales de mi boca cayendo sobre la polla de Felipe. Quien lejos de asquearse o apartarse, gimió al notar el líquido caliente.

Elías se puso a bombear, con los fluidos bañando también su polla.

—Eso es Carolina, no sabes cuánto me pone que me poten encima —El pelirrojo se volvió violento y a cada empellón mi estómago se revolvía más. Aquel cabrón sabía cómo hacerlo para que no dejara de vomitar.

El esófago me ardía y el culo también. Me sentía perforada, menos por Felipe que seguía comiéndome y rebañándome. Mi coño lloraba del gusto y se contraía sin control. Exigía más aunque estuviera bañada en vómito y dolor.

Comencé a moverme ruda contra su boca y su mano. Mi culo empezaba a gozar de las penetraciones y mi estómago estaba algo más calmado.

Elías se puso a abofetearme mientras me follaba la cara. Manuel a azotarme y en aquella locura desatada yo rebotaba contra la mano de Felipe buscando ser desvirgada.

Me faltaba el aliento, quería más, mucho más, mis tetas entrechocaban, me sentía una perra en celo cuando el primer lechazo me inundó el culo. Manuel aulló y Elías me sujetó contra la base de su polla buscando que volviera a devolver. Lo hice. Le poté, vacié mi estómago que chorreaba sobre la paja que le estaba haciendo a Felipe y cuando ya no tuve más que echar, un líquido espeso me llenó la barriga.

—Esto no lo eches, Carolina, es tu alimento —musitó ronco Elias. Llenándome con su corrida. Tragué y limpié su polla agradecida. Solo quedábamos Felipe y yo, y sentí que le debía otorgarle tanto placer como me estaba dando él.

Agaché la cara y me puse  comerle la polla a él también. Mis tetas y su barriga chocaban voluminosas. Mientras yo gemía como una perra poseída. Poco me importaba que estuviera cubierta por el contenido de mi estómago.

Manuel se puso a darme nalgadas y Elías se arrodilló, cogió un par de anzuelos y m e perforó primero un pezón y luego otro para ponerse a tirar de ellos.

Yo chillé y me corrí en la boca de Felipe, rebotando con violencia hasta notar cómo aquellos dedos gruesos rompían la barrera de mi virginidad. Grité al sentirlos, primero, uno, después dos, luego tres, solo podía sentir y mamar aquella polla rígida y pequeña.

Manuel volvió a comerme el culo y a follarme con su mano.

No podía parar de pedir más y más. Elías jugueteaba con los hilos como si fuera una marioneta y me sorprendí suplicando que me dejaran follarme a Felipe.

Ellos sonrieron y dejaron que lo cabalgara. Lo enterré en mi coño con las tetas rebotando enloquecidas. Manuel se puso detrás de mí y aprovechó para volver a encajarse en mi culo recuperado y Elías agarró mis tetas para internar su polla en ellas y hacerse una cubana.

Me sorprendía la resistencia de Felipe, quien parecía extasiado. Puse mis manos en su barriga de oso y volví a correrme. Mis jadeos de oían a kilómetros.

—Voy a correrme —gruñó Felipe.

—Sí, por favor, lléname de leche.

Lo hizo, noté como su crema alcanzaba mi útero y yo me regocijaba por ello. Cuando acabó me hicieron ponerme de rodillas para que Manuel y Elías se pajearan frente a mi cara, yo separara los labios y me dieran a beber su leche.

Nunca me había sentido más feliz y saciada. Quizá mis amigas tuvieran razón y aquel fuera el mejor regalo que hubieran podido hacerme.

Pasamos la mañana follando, tanto en la playa como en la barca de regreso, y cuando pues un pie en la costa, con una camiseta vieja, agujereada y dos nuevos piercings en los pezones, lo hice con la sensación de haber tenido la mejor experiencia de mi vida.