Mayra: Episodio Tres

Y salvo sus aretes, su pulsera de cuentas blanquecinas, su aro dorado alrededor de su tobillo izquierdo y su collar plateado, Mayra no vestía ninguna otra prenda.

MAYRA: EPISODIO TRES

1

El domingo por la noche, cuando el estudiante de secundaria Mario estaba acostado disponiéndose a dormir, pero aún electrizado por la maravillosa sesión de sexo duro que había tenido con su voluptuosa amante treintañera, recibió un mensaje de texto en su móvil: “Fue riquísimo lo de hoy, me dejaste muy feliz y satisfecha, mi macho. Te avisaré cuándo podamos vernos de nuevo para hacernos el amor. Te quiero mucho, mi bello. Tu Mayra.”

“Yo también quedé muy feliz y satisfecho, porque eres muy hermosa y caliente. Todavía no puedo creer mi buena suerte. Coges muy rico y me fascina acariciarte, en especial tus nalgas y tus senos. También te quiero. Tu Mario.” –respondió él por el mismo canal.

“Todo mi cuerpo será tu juguete sexual cuando estemos solos. Por favor, no le digas a nadie de nuestras relaciones sexuales. Sé discreto y sabré recompensarte por eso. ;)” Respondió, Mayra. Luego, le envió otro: “Quiero que veas videos porno donde se aparecen actores o actrices dando sexo oral a mujeres, porque me muero de ganas por sentir tu lenguita rica en mi raja”. Mario se pajeó intensamente.

Y el miércoles por la mañana, a eso de las diez, mientras Mario estaba con unos amigos en una tienda de revistas y videojuegos, recibió un mensaje de Mayra: “Buenos días, cómo está mi tigre? Ya no aguanto más tiempo sin tu verga, esta noche saldré temprano del trabajo y podremos coger otra vez. No te vayas a masturbar, porque estoy ansiosa de sentir tus chorros adentro de mí.” Mario sintió las oleadas de calor que le inundaron el rostro, tan solo de imaginarse a la hermosa Mayra desnuda para él, su bella cara reflejando lujuria infinita, sus curvas sorprendentes que el sólo hecho de evocarlas producían una erección en el adolescente, su voz sensual y sus gemidos y sollozos, la tibiez y suavidad de sus nalgas, sus pechos fabulosos…

-¿En qué pensás Mario? Estás ido –le dijo un amigo, y los demás rieron. Mario sonrió con ellos, pero su mente seguía lejos.

Su móvil vibró de nuevo: “Invéntate alguna excusa para que pases la noche conmigo, amor. Para que cojamos como conejos toda la noche. Se me hace agua la boca porque ya quiero mamarte tu verga, papi. ;)”

2

Mario se bañó, se vistió con una buena camisa, pantalón, llevó sus condones, aunque no los había usado el domingo cuando se desvirgó con Mayra. Se perfumó, peinó, etc. Dijo a su padre que iba a pasar la noche con un amigo. Tras que se fue, su padre, también llamado Mario, se quedó pensando sobre quién iba a visitar un amigo bien acicalado y perfumado.

Su corazón latía aceleradamente dentro de su pecho, y sus manos temblaban como la primera vez. Mayra le había informado, mediante mensaje de texto, que iba a dejar su puerta abierta. Mario hizo girar el picaporte e ingresó al apartamento de su voluptuosa amante.

No la vio en la sala ni en la cocina. Pero escuchó unos sonidos provenientes de las habitaciones del fondo.

-¡Cierra la puerta con llave! –exclamó Mayra desde el baño. Mario obedeció y puso el seguro en la puerta, para evitar cualquier interrupción inoportuna. Bueno, todas las interrupciones son eventos inoportunos, filosofó el joven para su fuero interior.

-Cuando salga de aquí no quiero verte con nadita de ropa encima, ¿me oyes? –gritó Mayra desde el baño. Mario vaciló un instante, pero luego su calentura venció su timidez y procedió a desvestirse. Dentro del baño, la llave del agua fue cerrada y el chorro cesó. Unos pasos desnudos se dirigieron hasta la puerta.

Mayra salió del baño, finalmente. Llevaba su cabello castaño recogido en una cola de caballo. Y salvo sus aretes, su pulsera de cuentas blanquecinas, su aro dorado alrededor de su tobillo izquierdo y su collar plateado, Mayra no vestía ninguna otra prenda. Mario se quedó boquiabierto, al tiempo que su pene crecía hasta alcanzar una magnífica erección, proceso biológico que fue contemplado por la embelesada Mayra, con una lasciva sonrisa de oreja a oreja.

sus bocas de inmediato, aviesamente, saboreando labios y lengua, ansiosos, cada uno adicto de la droga que Mayra se acercó a Mario y en primer lugar aferró su tieso pene con su mano derecha. Mario suspiró al sentir el contacto de los finos dedos de su bellísima amante. El joven y la mujer se besaron, abriendo representaba el otro. Sus cuerpos desnudos se fundieron en un abrazo apasionado y caliente. Los pechos esculturales de Mayra se aplastaban contra los tersos y viriles pectorales de Mario, transmitiendo su calor femenino y sensual. Mario acariciaba las perfectas nalgas blancas de Mayra, que no podían ser contenidas por una sola de las voraces manos del adolescente más afortunado del mundo. Los chapoteos salivales y succiones bucales resonaban por toda la estancia. Los gemidos jubilosos de Mayra cuando Mario besaba y lamía su fino cuello de cisne, cuando atrapaba sus pétreos y rojizos pezones entre sus juveniles labios.

-Te he extrañado, mi papi sabroso –le dijo Mayra en medio del tiroteo de besos.

-También me has hecho mucha falta, mi mami buenota –le dijo Mario, entregado totalmente a la calentura y la concupiscencia del momento.

Mayra se arrodilló ante su hombre e hizo lo que llevaba deseando todos esos días: se metió el pene de Mario a la boca y comenzó a mamárselo como si no hubiera un mañana. El agradecido joven jadeaba y acariciaba el cabello de Mayra, cuya cabeza se deslizaba de atrás hacia adelante, ensalivando y chupando el duro mástil de su hombre. Le lamía los testículos, se metía el escroto a la boca y luego volvía a tragarse la verga. Mamaba como una posesa, como una drogadicta, mugiendo de placer mientras ejecutaba aquella monumental felación. Mario tuvo que apoyarse en el desayunador de concreto para resistir los chupetones de su bella amante.

Mayra se puso de espalda, siempre hincada. Hizo un gesto a Mario para que no se moviera. Mayra arqueó su espalda hasta Mario, quien volvió a meter su pene en la boca de la treintañera. Mayra alcanzó las manos de Mario con las suyas y las dirigió hasta sus senos expuestos y necesitados de cariño. Mario manoseaba y apretaba los increíbles melones de su mujer, excitado especialmente por la protuberancia que veía una y otra vez en el cuello de Mayra, a causa de su pija dentro de su garganta. El ritmo de la mamada había disminuido en velocidad, pero Mario era libre de juguetear con los divinos pechos de Mayra.

Mayra se incorporó y volvió a abrazarlo y a besarlo. Tomó a Mario de la mano y lo condujo a su habitación. Ella se acostó y le pidió sexo oral a su macho. “Lámemela, Marito, por favor, me muero de ganas por sentir tu boquita sabrosa en mi cuquita”, musitó ella, apretando sus senos con sus manos. Mario se arrodilló ante la diosa y hundió su cabeza en su entrepierna. Por primera vez, iba a comer vagina. Mayra se rió un poco cuando percibió el primer lengüetazo del joven. Mario siguió lamiendo, paladeando los labios vaginales de Mayra, besándolos tiernamente. Sus lametones empezaron a aumentar en velocidad e intensidad y metió dos dedos en Mayra. “¡Sí!”, exclamó ella. A veces Mario introducía su lengua, como lo había visto en varios videos pornográficos. Cuando Mario comenzó a succionar el hinchado clítoris, Mayra ya se retorcía y lloriqueaba, clavando sus uñas en el pelo de Mario y apretando su cabeza con sus piernas. A Mario le agradó el sabor salado de Mayra y aprendió que ella gozaba mucho sintiendo la lengua de su nuevo y joven marido penetrando su raja y moviéndose de arriba abajo.

-Acuéstate, Marito, vamos a coger –dijo ella, repentinamente, su cara enrojecida y sus senos muy hinchados. Se besaron fugazmente, con lengua, y Mario se tendió sobre la cama matrimonial de Mayra. Ella se colocó sobre él, a horcajadas, y se dejó caer sobre la dura pija del adolescente. Mayra aulló de placer cuando su vientre se tocó con el vientre de Mario, tenía todo el pene del muchacho en su interior. Se quedó así unos instantes, el joven y la mujer, experimentando su fusión. Mayra empezó a moverse despacio, sus caderas ascendían y descendían, saboreando la exquisita sensación que ese estudiante de secundaria le proporcionaba. Apoyaba sus manos en el pecho del joven, y los dos se sentían muy bien. Mayra todavía estaba asombrada con Mario, pues nunca un varón le había gustado tanto, y lo embestía con sus caderas, inclemente, excitándose ella aún más al ver la cara de felicidad indescriptible pintada en Mario, quien le acariciaba sus senos bamboleantes. A medida que se calentaban más, Mayra se dedicó a saltar prácticamente, enloqueciendo al sentir toda la pinga de Mario entrando y saliendo de ella; Mayra lloriqueaba descontroladamente, tenía unas ganas enormes de hacer el amor con Mario y finalmente las desahogaba. Mario, extasiado, atestiguaba y se dejaba llenar por la portentosa visión del espléndido cuerpo de su amante, totalmente entregada a complacerlo, el cuerpo de Mayra resplandeciente de sudor, su voz quebrada gimiendo, su pene prácticamente succionado por la vagina de Mayra. Era demasiado, iba a eyacular. Mayra debía tenerlo presente, pero cuando escuchó los jadeos cada vez más ruidosos de Mario, aceleró sus caderas y se dejó rellenar con la leche del adolescente. Los dos amantes profirieron un breve alarido de placer, al unísono, de dicha inefable. Mayra retuvo el pene de Mario en su interior y se dejó caer sobre él. Se besaron con lengua un rato.

-Ha sido muy rico, Mayra.

-Eres mi garañón –dijo ella, y siguió besándolo.

Mario se dedicó a manosear a sus anchas el fantástico cuerpo de su mujer. Él aún no podía creer qué clase de cretino podría aburrirse de estar casado con aquella musa. Mario sabía que Mayra podía tener al hombre que quisiera, y se preguntaba a qué se debía haber sido escogido él, claro que esa decisión no lo molestaba, en absoluto. Los dos sabían lo que podía suceder con esas eyaculaciones en el interior de Mayra, pero nadie hablaba al respecto. Era mejor así.

-Mayra, estás demasiado bueno, demasiado rica, todavía no termino de asimilar la felicidad de que hayas decidido estar conmigo –dijo Mario, escogiendo sus palabras, mientras su pene semi fláccido aún palpitaba aprisionado entre las paredes vaginales de Mayra.

Mayra se encogió de hombros y dijo: Quise ponerme culito para salvar mi matrimonio, pero no dio resultado, y finalmente, otro macho afortunado se terminó comiendo este plato, ¿verdad? –y se besaron un rato más.

Aproximadamente, media hora después, volvieron a hacerse el amor, esta vez Mario encima de Mayra, haciéndole el misionero. Mayra apretaba a Mario contra ella, rodeándole sus caderas con sus piernas blancas y esculturales y abrazándolo, clavando sus uñas en su espalda, mientras Mario la penetraba, besándola.

-Mi semental, qué delicia mi semental incansable –musitaba ella.

Esas palabras inflamaban a Mario, y la cogía con más fuerza. “Sí, sí, sí, amor mío, cógeme duro, hazme tuya, viólame, mi semental bello…”, balbucía ella. Mario la besaba y jadeaba, ambos sudando copiosamente. “Quiero volver a acabar adentro de ti, mi amor”, le dijo él. “Hazlo, mi cielo, me encanta que acabes en mi interior, es muy rico que lo hagas”. “Mayra, mi amor, te amo” “Mario… ¡te amo también!”, se confesaron el uno al otro, mientras Mario volvía a vaciar sus testículos muy adentro de Mayra. Ella clavó nuevamente sus uñas en la espalda de su macho y puso sus ojos en blanco, saboreando el magno instante. Permanecieron abrazados y desnudos. Mayra observó al muchacho, exhausta a su lado, le pareció muy hermoso físicamente, y muy encantadora su forma de ser, tan puro de las maldades del mundo. Mayra se dio cuenta que estaba enamorada de él, y Mario le acababa de confesar que la amaba. Quizás sea una exageración del adolescente, simple fascinación hacia la primera mujer en su vida sexual. O quizás no, pensaba ello. Yo sí lo amo, concluyó, además ya quiero ser madre, y sería tan rico tener un hijo de Mario… o dos o tres.

Con su boca, le limpió el pene de sus propios jugos sexuales, así como de grumos de semen. Mayra se tendió boca abajo, de modo que el pene de Mario estuviera frente a su cara. Mayra lo tomó para mantenerlo elevado, estiró su lengua y comenzó a lamer el ano del muchacho. Mario se estremeció ante la exquisita e inesperada sensación. Cuántas novedades había para él en el mundo de las relaciones sexuales. Mayra sólo le había comido el culo a su esposo, y ahora volvía a hacerlo pero con ese muchacho que la tenía loca. Mario jadeaba y sonreía, y Mayra lamía incansablemente el asterisco de su nuevo macho, y a veces volvía a meterse su pene en la boca.

-Hagamos un sesenta y nueve, mi vida –le invitó Mario. Ni corta ni perezosa, Mayra se ubicó sobre él, y con sus bocas se convidaron aún más placer. La lengua de Mario causaba verdaderas punzadas de placer eléctrico, que estremecían a la beldad, mientras ella se esforzaba por insuflar nueva potencia en el exhausto instrumento de Mario. Mayra empezó a frotarse el clítoris, casi con violencia, y junto a la lengua de Mario, obtuvo un orgasmo memorable, precedido por los consabidos lloriqueos de Mayra.

Los amantes se besaron, y Mario le dijo: Descansa, mi amor, te prepararé algo de cenar.

-Mario, no te vistas, me encanta verte desnudo.

-Tú tampoco te vistas, porque eres una mujer muy hermosa.

-Se te olvida lo más importante, corazón. Que soy tu mujer.

Mario sonrió y fue a la cocina a ver qué podía preparar para su esposa.

CONTINUARÁ….