Mayra: Episodio Dos

Es necesario detallar lo ocurrido tras el primer encuentro tórrido y apasionado entre la escultural y voluptuosa treintañera Mayra y su amante adolescente y atlético, Mario.

MAYRA: EPISODIO DOS

1

Es necesario detallar lo ocurrido tras el primer encuentro tórrido y apasionado entre la escultural y voluptuosa treintañera Mayra y su amante adolescente y atlético, Mario.  A Mario le resultó especialmente arduo instalar el televisor plasma de Mayra debido al pertinaz temblor de sus brazos.  Acababa de perder su virginidad y de convertirse en un hombre, y todo junto a la mujer más hermosa y exuberante que sus ojos hubieran visto.  Se volvía a verla, en la cocina que solamente estaba separada por una pequeña pared que también servía de desayunador. Mayra le había pedido que no se vistiera, pues le gustaba verlo desnudo. Su pene enhiesto tampoco ayudó a la concentración, aunque finalmente pudo completar la faena.

Mayra preparaba la cena, únicamente vestida con un delantal color rosado tenue, y no dejaba de verlo y sonreírle, diciéndole lo mucho que le gustaba verlo desnudo y lo bello que era.

-Ya está –dijo Mario, probando el remoto. Mayra se acercó a él, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas respecto de sus pecaminosas intenciones. Había dejado la comida a fuego lento. El televisor no le importaba, pues lo primero que hizo fue apoderarse de la tiesa pija del adolescente. Mario se estremeció de súbito.

-¿Qué es lo que mi macho quiere como recompensa? –le pregunto Mayra, sus ojos café resplandecientes de lujuria, su cabellera castaño claro recogida en una cola, sus pezones erectos expuestos, su voz seductora mientras masturbaba suavemente al joven que mantenía sus ojos bien cerrados, saboreando aquella sensación celestial.

Mayra se acercó a él sin soltarle el pene duro, sus lenguas se juntaron. Ambos tenían casi la misma estatura, y Mario empezó a acariciar y a manosear el espléndido cuerpo de la treintañera, que hacía una hora aproximadamente había hecho suyo, ¿o Mayra lo había poseído a él? Mario posó sus manos sobre el redondo y perfecto trasero de su inesperada y maravillosa amante; en un espejo, al fondo, pudo contemplar la cintura de avispa de Mayra y su gloriosa circunvalación; la mujer y el muchacho se apretaron, mordiéndose más que besándose, sendas lenguas con la ansiedad de ser engullida por la garganta del otro, Mario apretaba aquellas nalgas perfectas, suaves, lisas, calientes, y Mayra conservaba su pétrea presa, palpitante y venosa.

Mario le desató el cordón que sostenía el delantal desde el cuello esbelto de su diosa, dejando al descubierto su par de pechos generosos; Mario hundió en ellos su cabeza ávida de carne femenina, y sus manos olvidaron las nalgas tersas de Mayra para dedicarse a acariciar y apretujar sus melones. Mayra gemía suavemente, sus ojos cerrados, derritiéndose paulatinamente, por segunda vez, con aquél fogoso muchacho. Soltó el pene de Mario únicamente para desanudarse el segundo cordón del delantal que le rodeaba su sinuosa cintura, quedándose ante su macho del mismo modo como vino al mundo.

Mayra lo sentó en el sofá, el mismo sofá donde dos días antes habían conversado tras la movida de las cajas, Mario se sentó y Mayra se arrodilló frente a él, se besaron de nuevo, sus lenguas chasqueando libidinosamente, apasionadamente, Mario se recostó y vio el perfecto y seductor rostro de Mayra, poseído por la lujuria total, descendiendo despacio hacia su dura torre de carne. Mayra comenzó a pasar su lengua por el glande del joven, mirándolo a los ojos, en tanto que Mario suspiraba; Mayra sujetó la verga de su amante, tratando de introducir su lengua y sus labios entre el glande y la piel, y cayó en la cuenta que era la primera vez que se comía un pene incircunciso. Con su lengua sedosa y ardiente trazaba círculos en la cabeza de la verga, caricias que parecían volver loco a Mario, quien veía fascinado cómo su pija estaba volviendo a quedar reluciente de saliva.  Mayra empezó a engullirlo y chuparlo, su cabeza subía y bajaba a lo largo del mástil de carne, succionando y resonando sus chupetones; a Mario le excitaba en especial ver el bulto en las mejillas de Mayra cuando su pene presionaba sus paredes internas.

-Dame golpecitos con tu verga, tesoro –musitó ella, poniendo sus labios como si fuera a dar un beso. Mario supo lo que su hembra deseaba y se sujetó el pene para darle suaves y repetidos golpecitos con ella en sus labios, a veces Mayra ubicaba el resto de su rostro, mejillas, frente y a veces sacaba la lengua, sonreía, estaba gozando al igual que Mario. A Mayra le gustaba sentir en su cara el pene de Mario, sentir su calor. Mario se inclinó para besarla.

-Me vuelves loco cómo me la chupas, amor.

-¿Te gusta cómo me trago tu pinga, papi? – le preguntó antes de volver a hacer desaparecer la virilidad de Mario dentro de sus fauces hambrientas de sexo. Mario se sobresaltó y jadeó ruidosamente, maravillado, pudiendo sentir la nariz de Mayra rozando su vello, realmente deseosa de tragársela toda. A veces le lamía los testículos y llegó a engullir su escroto y mantenerlo en su boca unos instantes, estimulándolo con su saliva y su lengua.

-Mayra, me tienes en el cielo –logró articular Mario, enajenado y embargado por el placer, aferradas sus manos en el cabello de Mayra, que mugía feliz. Luego Mayra usó sus apetitosos pechos para introducir entre ellos la tiesa y ensalivada pija del adolescente, quien veía con incredulidad su enrojecido glande asomándose entre aquellos perfectos senos y Mayra sonriendo y en ocasiones estirando la lengua para lamerle la punta.

-Te la quiero meter –confesó Mario al fin, tomando a Mayra de las manos y atrayéndola hacia él, Mayra se dejó hacer y montó a horcajadas a Mario, quien se recostó más, acomodando un cojín bajo su espalda, para que la diosa Mayra pudiera clavarse muy lentamente la carne del joven. Ambos amantes gimieron al unísono, tenían mucha química y les agradaba en demasía estar fusionados.

-Qué sabroso esto, Marito –musitó Mayra, ruborizada, cuando la blanca piel de su vientre se aplastó contra el del estudiante.

-Más rica estás tú, mi amor –dijo él, en medio de un suspiro, acariciando el curvilíneo cuerpo de aquella preciosa mujer que acababa de ensartarse su verga.

-Me encanta tu pinga, tan dura, tan rica… ¡tan deliciosa! –exclamó al iniciar el mete y sacaba, elevándose y descendiendo sobre Mario, luego saltando sobre él, sus carnes chocando como aplausos, el aroma de los néctares sexuales, el sudor, los senos de Mayra rebotando y pegando entre ellos a la altura del rostro de Mario, cada vez más escandalosos, empezaron gruñidos y siseos, luego jadeos, gemidos y ya casi gritaban los dos, eran un solo ser en ese instante; las caderas de Mayra moviéndose frenéticamente sin parar, clavándose en su totalidad la pija de Mario, invadiendo recíprocamente oleadas de inenarrable placer y dicha el uno al otro. Mario la abrazó, besándola y hundiendo su cara entre los sudorosos senos de Mayra, apretando su torso contra el de él.

-Cambiemos –le susurró Mario. Se pusieron de pie y Mario la acostó en el sofá, recostándola sobre el cojín; Mario se colocó las blancas y esculturales piernas sobre sus hombros y se acomodó sobre Mayra, ella resoplaba ansiosa de ser penetrada nuevamente, sin poder creer lo mucho que le fascinaba hacer el amor con ese muchacho. Mario subió sus rodillas sobre el sofá, permitiendo que las caderas de ambos fueran libres de embestirse, mientras que Mayra, mantenía sus piernas bien separadas.

-Métemela toda, Marito, métemela, métemela –susurraba ella, casi como un mantra. Mario no se hizo esperar y en esa posición pudo penetrarla mejor. Mayra abrió su boca y dejó escapar un sonido mitad exclamación, mitad carcajada, a continuación sólo gemidos, sollozos y obscenidades saldrían de su boca, en tanto Mario la bombeaba con todas sus fuerzas e ímpetu, sus carnes chocando con fuerza, como aplausos, el escroto de Mario bailoteando y golpeando la tibia piel de Mayra. Los dos amantes estiraban sus lenguas y sus puntas se enroscaban en amorosa lid; Mario escupió en la boca abierta de Mayra, quien se calentó violentamente ante este gesto inesperado, y al ver que le gustó, Mario lo hizo varias veces, sin dejar de cogerse a su mujer como era debido.

-Voy a acabar, Mayra –farfulló Mario, justo cuando sus ritmos alcanzaban su punto álgido, cogiendo a toda velocidad. Si Mayra escuchó no fue capaz de decir algo, lloriqueando extasiada, sus uñas clavándose ora en la superficie del mueble o en la espalda de Mario. Fue el estallido de calor viril muy en su interior, que provocó un alarido acompañado de un sísmico orgasmo en Mayra, experimentando por segunda vez el semen de Mario recorriéndola por dentro.

Mario y Mayra, aún temblorosos, sudorosos, sensibles, estremecidos, se acostaron juntos a lo largo del sofá, oloroso a amor. Mayra reposó su cabeza sobre el pecho de su nuevo y joven marido, con una sonrisa cruzando su hermoso rostro. Se acariciaron y se besaron, a veces tierna y románticamente, a veces salvaje y libidinosamente. Mario aún no podía creer que acababa de cogerse por segunda vez a aquella musa como salida de alguna portada de revista.

-Aprendes muy rápido –dijo Mayra, en medio de los besos.

-Tú eres maravillosa, coges riquísimo.

Más tarde cenaron juntos tras lavarse superficialmente.

2

Mayra vestía un camisón morado, que resaltaba la incipiente curvatura de sus fabulosas nalgas y sus largas piernas blancas. Mario se había puesto su bóxer. Veían la televisión,  muy apretujados, dándose besos ocasionalmente.

-La hemos pasado rico, ¿verdad? –comentó Mayra, sonriendo de oreja a oreja.

-Para mí ha sido increíble, estupendo… -confesó Mario, besándola, introduciendo su lengua en la boca de su mujer.

-Amaneciste niño y por la noche ya eres hombre, y qué hombre, me da mucho placer saber que soy la primera en tu vida.

-Eres muy hermosa, la mujer más bella que he visto.

-La manera como me veías antier fue lo que flechó definitivamente, me encantó, y tu manera de ser… y esta pinguita me vuelve loca, me fascina –dijo ella, pícaramente, travesando en la ropa interior del adolescente, y su corazón saltó de alegría cuando sus dedos aviesos palparon dureza y por el intersticio de la prenda emergió el pene erecto. Antes de que Mario pudiera decir o pensar algo, Mayra ya se había tendido cuan larga era, sobre el sofá, y su boca había hecho desaparecer casi toda la virilidad del joven. Mario se llevó una mano a su frente y con su diestra acariciaba las nalgas y muslos de su magnífica amante.

-Te gusta mamármela, ¿verdad?

-Podría hacerlo por toda la eternidad, el sabor de tu pija me fascina, esta vez quiero tu leche como postre, quiero conocer su sabor –le dijo ella, observando muy de cerca el glande palpitante de Mario antes de volver a engullirlo. La cabeza de Mayra subía y bajaba, Mario mantenía sus ojos bien cerrados, sin apartar su mano derecha de los glúteos níveos de la mujer. Pronto Mayra usó sus manos para acariciar los huevos del muchacho.

Mayra se despojó del molesto camisón y se puso sobre cuatro patas, siempre encima del sofá, al lado de Mario.

-Toca donde quieras que soy tu esclava –le dijo Mayra audazmente, antes de volver a succionarle el enhiesto miembro. Mario jadeaba dichoso y sus manos sobaban las nalgas y pechos colgantes de Mayra. En su posición, Mayra se turnaba para dar mamadas al pene de Mario y para besarlo, colocando su brazo izquierdo alrededor del cuello de su macho. Esta vez, Mayra se encargo de rezumar mucha saliva, la que chorreaba y daba un concupiscente brillo al agradecido falo. Mayra pajeaba con su mano derecha el pedazo de verga que no se tragaba, ansiosa de paladear el semen del bullicioso Mario, que parecía estar en el matadero por sus ruidos, antes que recibiendo una chupada de antología.

-Dame tu leche, quiero probarla –le decía, los escasos y fugaces instantes en que la boca de Mayra liberaba de su prisión la verga de su amante, pajeándola velozmente y mamando como si fuera el último día de la Tierra. Mario había empezado a meterle un dedo en el ano a Mayra, que respingó en un inicio, pero se dejó hacer. Cuando Mayra aumentó la rapidez de su cabeza, subiendo y bajando, rezumando saliva, pajeando el miembro, Mario retorcía su dedo intruso en el culo de la bella mujer. Mayra mugió de felicidad al sentir cómo se hinchaba el pene del estudiante, era impresionante la potencia de ese joven y por fin, los chorros de semen rellenaron la boca de Mayra, saboreando su tibieza y textura. Lo contuvo en su boca, a excepción de los riachuelos que nacían de las comisuras de sus labios, la abrió para que Mario viera su semen sobre la lengua de Mayra, luego ella cerró sus labios y se tragó su manjar. Mario pudo constatar que la boca de Mayra estaba limpia de semen. Él no tuvo reparos en besarla con la mayor calentura, probando su propio semen de los labios de su mujer.

Mario volvió a su apartamento realmente exhausto, pero era sin duda el tipo más feliz del mundo.

Continuará…