Mayra: Episodio Cuatro
-Ay, Mayra, quiero tener sexo anal contigo suspiró Mario. Mayra se sacó de la boca la pija de Mario, reluciente de saliva y sin ningún rastro de kétchup, incluso escroto y vello habían sido limpiados. Ella le dijo: Pídemelo de manera más sucia, vamos y siguió mamándosela.
MAYRA: EPISODIO CUATRO
1
Mario se sentía agitado, con ese alegre cansancio que nos embarga tras una buena sesión sexual, o tras una buena cogida, como dirían otros. Se sentía muy seguro de sí mismo, y no es poca la moral que se eleva en un adolescente estudiante de secundaria cuando una escultural belleza de treinta años te dice que eres bello y que es fenomenal hacer el amor contigo. Mario se sentía refrescado también, ya que eran noches de verano y por mandato de su compañera sexual, debía pasearse desnudo por toda la cocina. Había decidido preparar unos emparedados, aprovechando una unidad de pan baguette y un jamón cubano que había encontrado; los adosaría con lechuga, tomates, cebollas, aceitunas, Mario pudo constatar que Mayra casi no comía en casa, y así dedujo que su trabajo debía ser agobiante.
-Quizás por eso le gusta aprovechar mejor su tiempo libre –pensó él, mientras preparaba la cena. Pudo escuchar la ducha. Varios minutos después unos pasos descalzos por la habitación, saliendo de ésta y dirigiéndose hacia él.
Mayra, totalmente desnuda y aún húmeda a causa de la breve ducha, lo abrazó por la espalda, besándole la nuca y el cuello, y como ya era costumbre, una de sus delicadas pero ansiosas manos, se adueñó del pene del muchacho, órgano que poco a poco iba recuperando su fortaleza.
-¿Cómo está mi toro? –quiso saber ella. Mario ladeó la cabeza y se besaron, primero suavemente, besos de labio, luego brotaron sus lenguas y se morrearon como les encantaba hacerlo- ¿Qué vas a hacer de cena? –y observó los ingredientes, esperaba encontrar un caos pero pudo entender que Mario sabía cocinar- Mi chef pingón y guapísimo, me dan ganas de secuestrarte para que seas sólo mío.
Se besaron de nuevo. Mayra tomó un trozo de jamón cubano y lo devoró sonriendo. Se dirigió a la sala para encender la televisión, la misma que Mario había instalado el domingo, lo que sirvió de excusa para la primera vez que hicieron el amor, ocasión que también fue la primera experiencia sexual de Mario.
Más tarde, los dos cenaron juntos, muy pegados el uno al otro, sentados en el sofá y viendo la tv. “Nada de servilletas, si alguno se ensucia, al otro le toca limpiarlo con su lengua”, le dijo Mayra, besándolo. Mario estuvo de acuerdo que era una regla sensacional. Así, comieron y jugaron, primero limpiándose la mayonesa que les embadurnaba sus labios, más tarde, dejándose ensuciar adrede de mostaza, mayonesa o salsa. Mayra se divirtió recorriendo con su lengua todo el pecho de Mario, saboreando su tersura, chupándole los pezones. Luego Mario limpiaba la salsa de los pechos de Mayra, quien sonreía y suspiraba muy contenta.
Finalmente, Mayra tomó el bote de kétchup y dejó caer una buena cantidad en el pene erecto del adolescente. Mayra dejó a un lado lo que quedaba de su sándwich y procedió a limpiar aquella salsa de tomate. Mario gimió, extasiado otra vez, sintiendo el calor húmedo de la boca de Mayra avanzando a lo largo de su miembro viril, comiéndoselo, tragándoselo, succionándolo como si verdaderamente deseara devorarlo y digerirlo. Mayra mugía y Mario le acariciaba el cabello, a veces presionándole suavemente la cabeza para que aquella hembra lujuriosa engullera más verga. Con su mano izquierda, Mario manoseaba sin pudor alguno las nalgas perfectas de su mujer, animándose a meterle uno o dos dedos en su sexo, e incluso intentó meterle uno en el recto. Mayra respingó un instante, pero se dejó hacer, dando a entender al joven que incluso su culo estaba a su disposición.
-Ay, Mayra, quiero tener sexo anal contigo –suspiró Mario.
Mayra se sacó de la boca la pija de Mario, reluciente de saliva y sin ningún rastro de kétchup, incluso escroto y vello habían sido limpiados. Ella le dijo: Pídemelo de manera más sucia, vamos –y siguió mamándosela.
-Quiero darte por el culo –dijo él con sus ojos bien cerrados, realmente experimentando otra monumental felación-, quiero culiarte, perra; quiero romperte el orto –a todo esto, Mario seguía retorciendo su dedo índice dentro del sensible ano de Mayra.
Mayra dejó su magnífica labor y besó a Mario.
-Quiero sentir como me enculas, me muero de ganas para saber que tu rica verga ha pasado por mis tres hoyitos.
2
Mayra lo tomó de la mano y lo condujo al closet. Le indicó a Mario que sacara una colchoneta, de las que se usan para hacer ejercicios.
-Extiéndela en medio de la cocina, mi tesoro. Ya te alcanzo –le dijo, besándolo y acariciándole el palpitante instrumento. Mario obedeció y tendió la colchoneta en medio de la cocina. Había otros espacios en el apartamento, pero Mario pensó, que ya se habían hecho el amor en el dormitorio y en la sala, hacía falta coger en la cocina y en el baño, pensó él, muy emocionado ante la perspectiva de darle por el culo a su amada Mayra.
Ella se reunió con él, llevando en su mano un bote de lubricante. Se besaron apasionadamente. Entre ellos había desaparecido toda diferencia de edad, eran simplemente un macho y una hembra, hombre y mujer, calientes, excitados, que se amaban y estaban bien dispuestos a complacer a su pareja. Aún así, el morbo los anegaba, para ella el iniciar en el sexo a un joven menor de edad, y para él, poder gozar de los favores ilimitados de una belleza adulta, casi trece años mayor que él. Pero nada de eso importaba, el hombre y la mujer iban a consumar su naciente amor una vez más.
Mayra le dio el botecito y le dijo: Te encargarás de echarme, también debes untarte la verga. No quiero nada de condones. Quiero sentir tu carne dentro de mí, pero debes lubricarte bien. Tengo años de no comer nada por esa boquita de atrás –se besaron una vez más, luego, Mayra se hincó, dando la espalda a su macho, apoyó su cabeza y sus manos en la colchoneta y empezó a mover el trasero tal y como está de moda que lo hagan las actrices porno cuando les rocían lubricante.
Mario captó el mensaje y apretó el botecito de plástico, dirigiéndolo hacia las fantásticas posaderas danzarinas de su mujer, blancas y perfectamente cinceladas, calentándose demasiado. Mayra sonreía, imaginando el placer morboso que su nuevo y joven marido estaba teniendo ante la inolvidable visión. Mario empapó su mástil de lubricante y se arrodilló detrás de Mayra.
-¡Ay, sí, mi cielo, déjamela ir toda! –exclamó ella, temblando de amor.
Mario dirigió su pene al asterisco de Mayra, presionó y con la ayuda del lubricante, el glande desapareció dentro del túnel secreto de ella. Mayra gimió y se estremeció, sus ojitos bien cerrados, sus párpados bien apretados. Mario se aferro de los blancos glúteos de ensueño de su amante y empezó a meterle la pija, despacio, saboreando la diferencia que había entre el culo de Mayra y su boca, su vagina o incluso el intersticio en medio de sus maravillosos pechos. Cada nicho amoroso de Mayra guardaba sus secretos y poseía sus encantos específicos. El vientre de Mario se juntó con las nalgas de su amada.
-Ya entró toda –anunció él, ebrio de placer.
-Sí, papi, ya me la clavaste toda. Qué delicia. Ahora cógeme despacito, después me violas.
Mario dio inicio al mete saca, lenta y suavemente. Mayra se reía, feliz, le encantaba hacerlo por detrás. Mario pudo constatar que el culo de Mayra estaba más socado que su vagina y la fricción de su miembro contra esas paredes elásticas lo excitaban de sobremanera, Mario soltaba bufidos de animal arrecho y Mayra se mordía el pulgar y ululaba como ánima en pena, gozando cada instante de su primera sesión de sexo anal con el nuevo amor de su vida. Además de eso, para Mario, ver las redondas y curvilíneas nalgas de su mujer, untadas de lubricante, observar cómo eran recorridas por la ola causada por el choque de su vientre, la cintura de avispa de su esposa, su espalda perlada de sudor y recorrida por algunos riachuelos oleosos, era demasiado caliente.
Poco a poco, los aplausos producidos al chocar las carnes de los amantes, fue haciéndose más veloz, aumentando también los jadeos de Mario y las groserías que dedicaba a Mayra; ella a su vez, se tornaba más escandalosa, lloriqueaba, lagrimeando de puro placer, y calentándose como nunca cada vez que Mario la llamaba puta, perra, fácil, mujerzuela; estaban entregados el uno al otro. En ese instante, Mayra comprendió que no podría seguir viviendo sin Mario a su lado para proporcionarle esos instantes de calentura y amor que ni siquiera vivió con su ex esposo. Y aunque ella sentía algunas punzadas de dolor, diminutas, era más la dicha de complacer a ese semental que la tenía ensartada.
-¡Qué rico tu culo, mi amor! –chilló Mario, sudoroso.
-¡Es todo tuyo, mi vida, para que te lo chingues cuando quieras!
Los amantes estaban fusionados, constituyeron un solo ser, formado por el deseo incontenible, el morbo, la pasión y cada vez en mayor medida, por el amor que iba desarrollándose vertiginosamente entre ellos. Mario la jodía sin piedad, ansioso de atiborrarle de semen las entrañas a Mayra, cuya cara enrojecida y sus gemidos eran un reflejo del gusto indescriptible que aquél macho le estaba convidando. Y sus carnes chocaban con furia y velocidad, como aplausos. Mayra se masturbaba con una mano, estimulando su clítoris, excitadísima, y se chupaba los dedos de la otra mano.
-Voy a acabar, mami, voy a acabar adentro de tu culo.
-Sí, papi, embárramelo todito con tu leche –siseó ella, y cuando su néctar sexual comenzó a derramarse copiosamente sobre la colchoneta, pudo sentir la explosión en el interior de su ser, aquella oleada de calor súbito, acompañada de los lamentos de Mario. Mayra se enderezó y Mario la abrazó, apretándole los pechos violentamente, ella ladeó su cara y se besaron de un modo salvaje. Los dos respiraban trabajosamente, pero tras difuminarse los espasmos del épico orgasmo, los dos sonrieron.
Mario se puso de pie, pero apoyándose en el desayunador, tembloroso y mareado. Mayra no tuvo empacho alguno para chuparle el pene y limpiarlo de fluidos. La porquería que ella acababa de hacer calentó mucho al joven. Mayra se puso de pie, trémula también, su cara aún ruborizada, Mario le secó una lágrima se arrodilló detrás de ella. Lamió algunos riachuelos de su propio semen que recorrían las nalgas y los muslos perfectos de Mayra. Ella gimió y le tocó apoyarse en el desayunador, en tanto Mario limpiaba con su lengua su semen, derritiendo a su mujer con sus lengüetazos en sus sensitivos muslos, y paulatinamente, la boca aviesa de Mario llegó inexorablemente al culo de su mujer amada, que rezumaba semen grumoso, Mario lo chupó y Mayra se sobresaltó, empinando aún más sus nalgas que serían la envidia de cualquier modelo o actriz porno: el mandato era claro, quería que le comieran el culo.
Mario obedeció, no se hizo rogar y empezó a lamer el salado asterisco de Mayra. Ella suspira y se reía, encantada. Cayó en la cuenta que era a primera vez que le comían el ano. Entonces Mario se lo chupó. Mayra entornó sus ojos, a punto de desvanecerse, jadeando. Mario chupó una y otra vez, logrando meter la punta de su lengua en ese intersticio natural que tanta felicidad acababa de brindarle. Mayra había vuelto a tocarse el clítoris.
-No pares, mi amor, no pares, si me amas no pares, que me estás matando –musitaba ella, absolutamente presa de la diosa lujuria.
Mario siguió besando, succionando y lamiendo el recto de Mayra, le metió varios dedos y junto a la mano de ella oprimiéndose el clítoris, o frotándolo frenéticamente, Mayra volvió a correrse, con gran estruendo, sus jugos bañando la mano izquierda de Mario, quien de inmediato se la llevó a la boca para paladear los néctares internos de su bella amante. Mayra se arrodilló, exhausta y poseída por la tremenda avalancha de sensaciones, respirando dificultosamente, sudorosa toda su piel. Mario la ayudó a ponerse de pie. A ninguno le importó dónde anduvo la boca del otro. Se besaron como si estuvieran a pocos minutos del Armagedón; ese beso rezumó lascivia extrema, morbo desbordante y genuino amor. Se chuparon labios, lenguas, compartieron sus fluidos, se apretaban el uno al otro, Mario acariciaba las nalgas de Mayra aún oleosas.
-Hoy me has hecho la mujer más feliz del mundo –le confesó ella, sus labios a pocos milímetros que los de su hombre.
-Yo no tengo palabras para expresar todo lo que me has hecho sentir, amor mío, pero también puedo decir que soy el cabrón más suertudo del mundo, y el más feliz.
Se besaron desnudos y de pie, en medio de la cocina, parados sobre la colchoneta, mudo testigo del coito anal de antología que tuvo lugar sobre él.
-Mario, tú eres mi hombre, no eres ningún niño, eres mi hombre y te amo.
Mario la abrazó de nuevo y viéndola a los ojos le dijo que la amaba, se besaron de nuevo y fueron a bañarse juntos.
CONTINUARÁ….