Mayra: Episodio Cinco

Mario no se cansaba de deslizar sus manos por encima de las curvas de su mujer, sobre sus nalgas de piel lisa y fresca, sobre sus senos tibios y suaves, sobre la curvatura que de su cintura ascendía hasta su espalda, cual duna del desierto.

MAYRA: EPISODIO CINCO

1

Todas las luces estaban apagadas. El dormitorio estaba sumido en una oscuridad únicamente desafiada por el tenue brillo lunar que se filtraba a través de las cortinas ondeadas de cuando en cuando por la apática brisa nocturna. Noche veraniega, calurosa, idónea para que dos amantes desnudos se conviertan en un nudo de carne, entrelazando sus extremidades de igual forma que sus lenguas se enredaban como serpientes apareándose en el interior de sus bocas, cuyos labios raramente se separaban; dos amantes que disfrutaban tenerse bien pegados el uno al otro, sin ninguna prenda molesta que estorbe el maravilloso contacto; la mujer escultural de treinta años adherida al joven adolescente, amándose sin recordar nada del mundo que pudiera perturbar ese instante perfecto; simplemente, un hombre y una mujer enamorados, compitiendo solamente en dar placer y total satisfacción a su pareja.

Mario no se cansaba de deslizar sus manos por encima de las curvas de su mujer, sobre sus nalgas de piel lisa y fresca, sobre sus senos tibios y suaves, sobre la curvatura que de su cintura ascendía hasta su espalda, cual duna del desierto. Todas esas caricias mantenían en ebullición el ánimo de Mayra, incansable en sus besos, lascivos y húmedos, sus manos tampoco se quedaban quietas, pero sin duda, su lugar favorito era el órgano sexual de su joven amante.

-¿Cómo te sientes conmigo, Marito? –le preguntó ella, colgando un hilillo de saliva entre sus labios y los de Mario.

-Me tienes en el cielo, amor mío –le respondió él.

Mayra yacía sobre Mario, aplastándolo, besándolo despacio, chasqueando sus lenguas, los senos perfectos de Mayra bien apretados contra el torso de Mario, transmitiéndole su sensual tibieza. El adolescente sobaba y oprimía las nalgas abundantes de su amante treintañera, sus sexos frotándose. Mayra fue descendiendo por el cuerpo de su joven marido, lamiéndole los pectorales, chupándole los pezones, rozando sus labios contra el estómago plano de Mario.

Mario suspiró y se llevó las manos a la cabeza cuando sintió su pene semi fláccido hundirse en las simas bucales de la voraz Mayra, quien sujetó el miembro viril por la base mientras lo succionaba suavemente, le besaba el escroto y también se lo metía a la boca. Para satisfacer a su macho, la noción de asco desaparecía de la escultural Mayra. Sin dejar de sujetar el pene de Mario, Mayra extendió su aterciopelada y cálida lengua para volver a estimular el ano del muchacho. Los jadeos de Mario se tornaron más ruidosos, encantado ante la maravillosa sensación. La nariz de Mayra se restregaba contra los testículos de Mario, mientras ella lamía incansablemente su culo. Mario saltó cuando Mayra chupó su túnel; el estudiante de secundaria se quejaba y hundía sus uñas en el colchón y almohadas, ante los chupetones de su hermosa amante sobre su ano, así como las lamidas y los intentos de la lengua por adentrarse en su recto. Mario nunca hubiera imaginado lo sublime que era recibir una candente y sin igual sesión de besos negros o erotismo anal.

Mayra le comía el culo ruidosamente, mugiendo, siseando, chasqueando, ensalivándolo todo, semejante a un animal. Cuando ella volvió a tragarse la verga enhiesta de su semental, se atrevió a meterle un dedo de su mano derecha en el ano a Mario. El joven se dejó hacer, estremeciéndose ante el doble estímulo. Mayra se excitaba de igual manera, al comprobar que Mario no protestaba ante esa clase de caricias y juegos. Mayra retorció lentamente su dedo medio adentro de Mario y el joven respondió suspirando y gimiendo. Mayra decidió meterle dos dedos sin dejar de chuparle la pinga. Mario se revolvía, su cuerpo intentaba asimilar tantas oleadas de inesperado placer. Mayra disfrutaba viendo al adolescente totalmente a su merced, un títere vinculado a los hilos de la lujuria que la pecaminosa treintañera le proporcionaba a raudales. Mario rugió y eyaculó en la boca de Mayra. El semen no fue muy abundante, pues ella ya lo había exprimido aquella noche, pero no le pareció menos delicioso y se lo tragó todo. Sacó sus dos dedos del culo de Mario y posándose sobre él, le mostró a su nuevo y joven esposo cómo limpiaba esos dedos con su saliva y labios, chupándolos. Luego se besaron con inusitada pasión.

2

Mario pudo ver los caracteres rojos fosforescentes del reloj de la mesa de noche, que marcaban las 5:35 am, cuando se despertó en medio de aquella turbulencia. Mayra se encontraba de rodillas ante él, mamándole la tiesa pija que lucía la poderosa erección matutina, por lo que estaba un poco más larga y dura que de costumbre. La enhiesta virilidad de Mario relucía bañada por la saliva de la excitada Mayra.

Cuando Mayra vio a Mario despierto, disfrutando del despertar más rico de su vida, ella lo besó sin soltarle el pene. “Buenos días, amor de mi vida”, le saludó ella. “Buenos días, mi vida, qué delicia levantarse así”, dijo Mario, con sus ojos entreabiertos. Mayra se ubicó sobre él y se dejó caer despacio, saboreando con la boca en medio de sus piernas, el enhiesto pincho de carne que se le iba clavando. Mayra suspiraba y ya jadeaba cuando su vientre se aplastó contra el de Mario.

Mayra empezó a moverse, a cabalgar suavemente a su joven semental, apoyando sus manos en el pecho terso de Mario. Los amantes se sonreían, se excitaban viendo el rostro de felicidad pintado en la cara del otro; suspiraban, gemían, se piropeaban, y a medida Mayra incrementaba el ritmo de la cogida, las obscenidades comenzaron a sustituir las palabras amorosas. Mario apretaba los senos bamboleantes de Mayra, sus cuerpos cada vez más sudoroso; a veces Mayra se inclinaba hacia él para besarse, en ocasiones sólo sus lenguas se tocaban, les agradaban y los calentaban mucho esos besos de lengua al estilo de los films pornográficos. Finalmente, Mayra casi saltaba sobre la tiesa pinga del muchacho, lloriqueando de placer; Mario estuvo a punto de eyacular adentro de Mayra, pero la sujetó de sus delicados brazos para acostarla.

-¡Sí, viólame, demuéstrame que eres mi macho! –exclamó ella, enajenada por la concupiscencia. Tales palabras estimularon a Mario, quien colocó las piernas divinas y níveas de su amante sobre sus hombres y le clavó su órgano viril de golpe, hasta el fondo. Mayra aulló, risueña y Mario comenzó a bombearla sin piedad alguna, estaban cogiéndose como bestias; el choque de las carnes de Mario con las de Mayra resonaban como aplausos y la hermosa treintañera jadeaba y berreaba como posesa, a veces ambos amantes estiraban sus lenguas para frotarlas, viéndose fijamente a los ojos, en las ocasiones en que Mayra podía mantenerlos abiertos. El glande de Mario le friccionaba el clítoris, transportándola cada vez más al séptimo cielo.

-¿Quieres tu lechita de desayuno? –le preguntó Mario, resoplando, enrojecida su cara, gozoso mientras contemplaba a aquella preciosa y desarrollada mujer temblando del placer que su pinga le estaba proporcionando.

-¡Dame tu lechita, papi! – exigió ella. El plan de Mario era eyacular sobre el rostro de su mujer, pero su miembro ya se había hinchado y sus caderas simplemente no podían detenerse. Mario gimió y ensartó su pene hasta el fondo de Mayra, y la rellenó con su semen caliente. Mayra gritó y le clavó sus uñas en la espalda al adolescente más afortunado del mundo.

Mario se desplomó sobre ella, besándose tiernamente. Se dijeron que se amaban en varias ocasiones, Mayra aún profiriendo soniditos, tenues gemidos, debido al cataclísmico orgasmo. Ninguno de los dos mencionó el hecho de la descomunal corrida de Mario adentro de Mayra.

-Eres fabulosa, mi amor, te amo mucho –le dijo Mario, mientras la besaba.

-Me fascina tu verga, papi, me encanta que me jodas.

-Te amo.

Mayra lo vio a los ojos y le dijo: También te amo.

Y Mayra fue a ducharse en tanto que Mario se levantó para hacerle desayuno.

3

Mario estaba desnudo mientras empaquetaba el desayuno de Mayra. Pudo notar la situación: Mayra se iba a trabajar, mientras él, el amo de casa, preparaba la comida. Mayra emergió de su habitación vistiendo un pantalón jeans que se recortaba espléndidamente sobre sus piernas de ensueño, zapatos de campo y una camisa manga larga; se me había olvidado comentarles, Mayra es ingeniero civil.

Ella abrazó a Mario y lo besó con dulzura.

-Me despachas bien cogida –le dijo, con una sonrisa radiante.

Mayra se arrodillo para besarle el pene y segundos después, su nariz volvía a frotarse contra la pelvis de Mario, quien tuvo que apoyarse en el desayunador de concreto, gimiendo y dejándose anegar por la exquisita sensación que la perita y lujuriosa boca de Mayra; la cabeza de la ingeniero se deslizaba a lo largo de la dura polla del muchacho, su lengua trazaba círculos sobre el sensible glande, hasta que Mario volvió a acabar, esta vez su escaso semen embadurnó el rostro de Mayra. Él se inclinó para lamer su propio semen de la cara de Mayra y se volvieron a besar, paladeando ambos la leche de Mario.

Mayra se lavó la cara, volvió a besar a Mario y se marchó, dejándolo solo en su apartamento, indicándole que dejara la puerta con llave antes de salir… si es que Mario deseaba salir.

Continuará….