Mayra
La mujer se dio vuelta para mirarlo. A Mario le pareció estar frente a una diosa, algo más alta que él, sus piernas espectacularmente recortadas llenaban muy bien ese jean, una blusa de color rosado tenue anudada a la altura del ombligo parecía a punto de reventar a causa del abundante y firme bust
1
Mario subía las grades del edificio de apartamentos donde vivía junto a su padre. El elevador estaba siendo reparado. Venía tranquilo del último examen del curso y se preparaba para unas largas y monótonas vacaciones de verano, pues tenía pocos amigos y nuevamente, había fracasado en su intento de tener novia. Videojuegos, libros y el cine serían sus fieles compañeros durante esos dos meses.
Todo esos pensamientos volaron de su cabeza cuando cruzaba el pasillo del nivel sexto, justo debajo de su apartamento, cuando vio una magnífica silueta en pantalones jeans bien ajustados a sus esculturales piernas, jalando unas cajas, introduciéndolas al apartamento. Normalmente, Mario se habría paralizado y cedido a su timidez, sin embargo, antes de que pudiera racionalizarlo y permitir que su mente lo arruinara todo, las hormonas actuaron de prisa y ordenaron a su boca decir lo siguiente:
-¿Puedo ayudarla?
La mujer se dio vuelta para mirarlo. A Mario le pareció estar frente a una diosa, algo más alta que él, sus piernas espectacularmente recortadas llenaban muy bien ese jean, una blusa de color rosado tenue anudada a la altura del ombligo parecía a punto de reventar a causa del abundante y firme busto. Su piel blanca y su cabellera castaño claro que le caía en medio de los omóplatos, sus ojos café oscuro y el sudor del esfuerzo la hacían verse muy sexy e impresionante. Tendría unos treinta años, quizás más, y con su sonrisa flechó al adolescente.
-Eres muy amable.
-¿Dónde pongo las cajas?
-Tan sólo déjalas en medio de la sala, yo ordenaré después –su voz era suave y sensual, o quizás sólo eran las percepciones aumentadas de Mario.
Mario dejó su mochila a un lado, se quitó sus audífonos y se dedicó a ayudar a su hermosa vecina, disfrutando de los ángulos que dicha actividad requería que las personas adoptaran, pudo apreciar sus nalgas redondas que quizás no le cupieran en una mano, su cintura coca cola, la incipiente circunferencia de sus senos cuando recogía o levantaba algo. No en pocas ocasiones estuvo Mario a punto de una erección.
-Te agradezco mucho tu ayuda, ¿cómo te llamas? –quiso saber ella, una vez finalizada la tarea, sentados los dos en un sofá, transpirando ambos.
-Me llamo Mario, vivo en el séptimo piso –se presentó él.
-Yo me llamo Mayra y parece que seré tu vecina durante algunos meses, encantada de conocerte –y sonrió de una manera que estremeció al estudiante-. Permíteme servirte una bebida, estás sudando a chorros… igual que yo. ¿Quieres agua, o naranjada o soda?
-Jugo de naranja –dijo él-. Préstame tu baño para lavarme la cara.
-Claro –contestó ella mientras abría la refrigeradora.
Mario estaba encantado con Mayra, su preciosa vecina nueva, pero mientras el agua corría por su cara, se dijo que sus posibilidades con ella, con una adulta hecha y derecha eran absolutamente nulas. Ninguna mujer así de hermosa se fijaría en un estudiante de secundaria, menor de edad, tímido, etc. A callar mente, la esperanza es lo último que se pierde, dijo el instinto.
Cuando salió del baño, Mayra lo esperaba sosteniendo un vaso de vidrio lleno de naranjada. El sudor le había adherido la blusa en varias partes, pudiendo apreciarse de mejor manera sus senos e incluso el sostén color blanco. Ella sonreía y Mario agradeció el gesto. Cuando tomó el vaso sus dedos se tocaron y los dos se vieron. Mario bajó su mirada algo ruborizado y sentó para beber. Mayra se sentó a su lado.
-Eres muy guapo, apuesto que has de tener novia –dijo ella.
-Pues la verdad, no tengo novia, lo intenté todo este año, pero no- dijo Mario.
-No lo has intentado de verdad, porque eres muy guapo, muy robusto, tu cara es linda… -siguió ella, ya en plan de azuzar un poco a su joven vecino, disfrutando al verlo colorearse.
-¿Qué hay de ti? ¿Tienes novio o estás casada? –quiso saber él. También para cortar la línea de halagos que había emprendido Mayra.
Ella suspiró, y respondió: Estuve casada, me divorcié hace pocos meses. Tomé un trabajo que me sacara de la ciudad donde vivíamos y por eso estoy aquí. –Se puso algo seria.
-¿Pero qué clase de loco se puede divorciar de una mujer como tú? –replicó de inmediato Mario, casi sin detenerse a sopesar las palabras.
-¿A qué te refieres con eso de una mujer como yo? –indagó Mayra, que ya sabía a lo que se refería Mario, a su belleza física, pero las mujeres siempre quieren escucharlo decir de los hombres. Mayra se preguntaba a su vez a qué estaba jugando con ese niño.
Mario se ruborizó y bajó la mirada, balbuceando al principio, pero contestando finalmente: Es que eres muy hermosa, muy bella y me cuesta creer que alguien te haya dejado.
-¿Crees que soy hermosa y bella? ¡Te lo agradezco mucho! –y lo abrazó. Mario casi deja caer el vaso sobre el piso, sintiendo cómo quemaba su pecho la presión de las dos apetecibles toronjas que se aplastaban contra él, aspirando debajo de la transpiración de Mayra, su perfume y su olor de mujer.
Con su mano libre, Mario hizo un amago de abrazarla, pudiendo palpar la curvatura de su talle. Cuando el abrazo terminó, Mayra no se alejó de él, se quedó muy cerca.
-Te voy a ver muy seguido, ¿verdad? –dijo ella, sus rostros muy próximos el uno del otro.
-Claro que sí, hoy empiezan mis vacaciones.
-Qué bueno, podré necesitar algo de ayuda acomodando estas cosas, quiero instalar una pantalla de plasma, quizás mañana o el domingo.
-Por supuesto, yo te ayudaré –se ofreció Mario, quien parecía olisquear que iba a ser usado como esclavo, pero si ese era el precio que se debía pagar para estar cerca de esa diosa, era un buen precio, pensó él.
Antes de marcharse, Mayra le dijo: Más tarde tengo un compromiso, de lo contrario te habría invitado para la cena.
Y antes de abrir la puerta para dejar salir a Mario ella le dijo: No seas tan tímido, Mario, debes ser más seguro de ti mismo, eso le gusta a las chicas, debes tener confianza en tu persona, eres alto, guapo, fornido…
-Parece que mis compañeras del colegio no se fijan en eso –repuso él con un leve tono de auto conmiseración. Mayra puso su mano a un lado del rostro del joven.
-Pues son unas ciegas y unas tontas porque eres varonil, amable y bello.
Mayra tuvo la iniciativa pero el acercamiento fue mutuo. Sus labios se unieron, un beso inocente de boquita, que se prolongó; Mayra acarició con sus labios los de Mario, que temblaba de la impresión.
-Vuelve para lo del plasma, sabré agradecértelo.
Mario iba como zombi para su apartamento. Abrió la puerta en automático, con la mirada perdida y se tendió en la cama, saboreando aún el inesperado y exquisito besa que aquella magnífica mujer había depositado en su boca. No era su primer beso, no era tan perdedor como para no haber besado a un par de chicas antes, pero sí fue su primer beso proveniente de una mujer tan impresionante.
Abajo, en el sexto piso, mientras se preparaba para salir con algunas amigas, Mayra se preguntaba qué rayos había hecho. Quizás buscaba venganza contra su ex esposo por haberla engañado con una niña de colegio también. Mario no merecía ser víctima de una balacera a la que era totalmente ajeno. Pero fue la manera en que él la veía, con absoluta admiración, lo que había derretido las defensas de Mayra. ¿Estaba dispuesta a follarse al crío?
2
Al día siguiente, sábado, Mario no pudo ver a Mayra, porque ella trabajó toda la jornada. El domingo recibió un texto de ella, para que bajara a ayudarla a instalar el TV plasma. Varios minutos después, Mario, bien perfumado y bañado, con su corazón latiéndole con fuerza, se erguía ante la puerta del apartamento 6-4, donde vivía la mujer a la que había dedicado sus frenéticas pajas de la noche del viernes y de todo el sábado.
Cuando Mayra abrió, Mario casi se va de espaldas. Ella vestía una calzoneta jeans que apenas le cubrían las nalgas y permitían una fenomenal vista de sus exquisitas y esculturales piernas, blancas como la leche. Llevaba una miniseta negra, muy ajustada, de las que se usan para el gimnasio, que proporcionaba un soberbio realce a su busto generoso.
-Qué bueno que pudiste venir –lo saludó ella, con una amplia y bonita sonrisa.
-Qué perfumado vienes, ¿cómo has estado? – lo saludó ella, tras cerrar la puerta. Mayra olisqueó el perfume de Mario. Él quiso besarle su mejilla, Mayra reculó un poco: No seas tímido, Mario, dame un beso en la boca.
Mario se estremeció pero hizo lo que deseaba hacer. La besó, esta vez fue largo e intenso. Mayra lo abrazó y él también, rodeando su cintura esbelta con sus brazos, acariciando su espalda, el calor de sus pechos apretándose contra su torso era sublime. Esta ocasión ya hubo algo de lengua.
-¿No te gustan mis piernas? –preguntó ella, en un hilo de voz, sus bocas apenas separadas por milímetros, una fina línea de saliva colgando entre ambas.
-Me gustan mucho –admitió él.
-Me puse esta calzoneta sólo para ti, Mario, tócame, por favor.
Mario obedeció lentamente, acariciando un firme, tibio y níveo muslo de Mayra, el contacto fue inefable. Mayra alzó su pierna para que Mario se la manoseara mejor. “Tócame más, te doy permiso, quiero que me toques”, insistía ella, tratando de vencer la timidez del joven, besándolo, apretándose contra él.
-¿Por qué te acicalaste tanto?
-Quería verme bien para ti, Mayra.
-¿Por qué?
-Porque me gustas mucho.
-No parece porque no me tocas como yo quiero que lo hagas.
Mario la abrazó y la besó, aferrándose de sus nalgas perfectas, oprimiendo contra su pecho los senos de Mayra. Manoseando sus muslos, acariciando su talle, su espalda, besándole su cuello, sus senos por sobre el top negro.
-Así, Mario, vas bien, yo te voy a quitar esa timidez. ¿Estás virgen?
Mario vaciló. “Que no te de pena, Mario”, le dijo ella, “de todos modos, cuando vuelvas a salir de este apartamento, ya no lo serás más, ¿o no lo quieres?”
Mario se quedó de piedra y luego admitió: He soñado con acostarme contigo desde que te vi.
-A mí me fascinó cómo me mirabas, eso me gustó mucho de ti. Ven, vamos a mi cuarto. El plasma puede esperar, además sólo era una excusa –y Mayra se lo llevó de la mano, sonriendo cuando vio el bulto en el pantalón jeans de Mario.
-¿Cómo te sientes, Mario? –le preguntaba ella mientras le daba besos y lo desvestía.
-Nervioso –dijo él- y con ganas también. Aún no puedo creerlo.
-Relájate Mario, ya verás que pronto tendrás el control, qué bello eres –le dijo cuando contempló el torso desnudo del adolescente, recorriéndolo con sus manos blancas y aviesas de carne masculina-. Eres un manjar que voy a comerme todito.
Mayra se despojó del top y Mario por fin pudo ver los redondos y enormes pechos de su sexy vecina. Mario los tomó, palpándolos, apretándolos con delicadeza, escuchando gemir a Mayra. Mario hundió su cabeza en sendos frutos, disfrutando su tibieza, besándolos, lamiéndolos, chupándole los pezones, a lo que Mayra respondía con estremecimientos y gemidos cada vez más intensos.
-Sus pechos son muy sensibles, qué delicia –pensó Mario.
-Ven, me muero por ver tu pene. Y por tragármelo todo –le dijo ella, sensualmente, mientras se arrodillaba ante el adolescente para desabrocharle el pantalón, bajándoselo junto al bóxer. El tieso pene de Mario saltó de inmediato, duro como piedra. Mario gimió cuando Mayra lo sujetó con suavidad, y empezó a pajearlo dulcemente. Era la primera vez que una mujer que no fuera una doctora le tocaba su pene. A Mayra le gustó mucho lo que vió y tocó. El pene de Mario era apropiado en grosor y tamaño para satisfacerla.
-Estás más rico de lo que creía, nene. –Y acto seguido se metió el pene de Mario en la boca. Mario se llevó sus manos a la cabeza, mareado, embargado por la avalancha de placer, dejándose llevar por aquella sensación maravillosa, la mano tibia de esa bella mujer, el interior de su boca, su lengua aterciopelada, sus succiones que resonaban por todo el lugar como en cualquier film porno. La cabeza de Mayra se movía de atrás hacia adelante, deslizándose por toda la enhiesta y palpitante longitud del bullicioso Mario. Mayra se sujetó el cabello mientras se la chupaba al estudiante de secundaria. Era su primera vez con un hombre tan joven y lo estaba disfrutando mucho. Le masajeaba los testículos, se los lamía, pasaba su lengua por toda esa carne para volvérsela a tragar, gozando con los gemidos y temblores de Mario, que rezumaba abundante líquido preseminal, que Mayra se tragaba golosa.
Un tercero espectador habría encontrado esa estampa bizarra y morbosa en sumo grado a la vez. Una voluptuosa y hermosa treintañera hincada ante un joven, esbelto, robusto para su edad pero inconfundiblemente adolescente, que mantenía sus manos en la cabeza aunque a veces acariciaba el cabello de Mayra, con sus pantalones a sus pies. Mario se terminó de deshacer del pantalón, su ropa interior y calzado. Momento que Mayra aprovechó para deshacerse de su calzoneta y así, ambos inusuales amantes se quedaron y se apreciaron desnudos.
-Eres la mujer más hermosa que he visto, Mayra –dijo Mario, tomándola de sus manos.
-Tú eres muy bello, como un angelito, tu cuerpo me gusta, me lo quiero comer todito. No tengas miedo, te voy a enseñar, voy a ser tu maestra de cogidas, acuéstate que te quiero montar.
Mario no daba crédito a lo que escuchaba. Se acostó en la cama matrimonial de Mayra y ella se subió también, gateando y sonriendo con malicia, le lamió el pene otra vez, chupándolo, acariciando el pecho terso de Mario. –Me gusta verte desnudo, tu pecho y tus brazos, vamos a pasarla bien nosotros dos.
Mario se incorporó sobre sus codos cuando Mayra se ubicó sobre él a horcajadas, se acomodó su pene, resplandeciente de saliva, el glande tocó los labios vaginales de Mayra, los amantes suspiraron, ella se fue dejando caer, con su peso, el pene de Mario iba desapareciendo adentro de ella.
-Qué delicia, mami –dijo él.
-Qué rica tu pinga, papi –respondió ella, cada vez más enajenados, más presas de la pasión y del instinto que de la razón. El momento cuando el vientre de Mayra topó con el de Mario fue sublime. Oficialmente, Mario había dejado de ser virgen. Por fin su pena hambriento de vagina conocía el estar guarnecido en el interior de una mujer. Para Mayra ya no había marcha atrás, iba a violar a ese muchacho.
Mayra empezó a moverse, y Mario acariciaba sus senos que brincaban cada vez más, a medida que Mayra iba aumentando el ritmo y la velocidad, cabalgándolo, encantada con esa torre de dureza y virilidad emanando oleadas de calor a todo su cuerpo.
-¿Cómo te sientes, amor, te gusta? –le preguntó ella, montándolo, con su rostro enrojecido y la alegría pintada encima. Mario masculló que le encantaba. Ambos se reían al ver la cara de felicidad del otro. Mayra se inclinó sobre Mario para besarlo, reduciendo el ritmo de su cabalgata. En un espejo tras ellos, Mario pudo ver el redondo, inmenso y perfecto culo blanco de su maravillosa amante subiendo y bajando a lo largo de su tiesa verga, brillante de jugos sexuales.
Mario la abrazó y empezó a puyar desde abajo a su amante. Mayra aulló sorprendida y Mario continuó haciéndolo. Mayra se detuvo para dejarse penetrar por el fogoso Mario.
-Qué rico, papi, ¿ves cómo vas aprendiendo? Dame gusto, dale gusto a mami –decía ella al borde del llanto. Se besaban, sus lenguas se enredaban mientras Mario la puyaba sin misericordia.
-Papi, qué cogida me estás dando, qué sabrosa sorpresa.
-¿Te gusta, Mayra, te gusta como te estoy pisando?
-Me vuelves loca, hazme tuya, písame, cójeme… -mascullaba Mayra, encantada, perdiendo el control paulatinamente. Mayra se incorporó y se sacó la verga de Mario para chuparla, saboreando la mixtura de los jugos sexuales de ambos. Mayra mugía como vaquita en celo mientras chupaba el órgano viril que la mantenía en éxtasis.
-Acuéstate, Mayra, quiero estar encima de ti –le dijo Mario, con una autoridad masculina que la terminó de derretir. Se besaban mientras se posicionaban. Mario le succionó los pechos, los apretaba y Mayra jadeaba y lloriqueaba, el morbo era un elemento importante en esta relación sexual, el morbo de Mario por estar haciendo el amor con una mujer mayor que él y además muy hermosa; para Mayra había morbo también en mantener relaciones sexuales con un adolescente estudiante de secundaria, menor de edad, que proporcionaba el sabor de la fruta prohibida, además Mario le parecía muy guapo y le gustaba mucho genuinamente. Ahora comprendía quizás el ansia de muchos hombres por tener sexo con mujeres muy jóvenes.
Mario se colocó las piernas blancas y esculturales de Mayra sobre sus hombros, y viéndola a sus ojos, la penetró y comenzó un bombeo muy viril, gentil en un inicio, fuerte después para terminar en lo salvaje. Sus carnes chocaban como aplausos, ambos gemían y lloriqueaban, se veían con ternura, placer, felicidad, se gustaban mutuamente, sus lenguas se acariciaban, quizás alguno le haya dicho “te amo” al otro, no lo recuerdan pero eso sucedería después. Mario se aferró de los pechos perfectos de su preciosa amante y arreció con sus embestidas, musitando su nombre, lo buenísima que estaba, lo mucho que le enloquecía su cuerpo de diosa.
-Dame, dame, dame, dame, todo esto es tuyo, amor mío… dame más, métemela más duro…
Mayra se estremecía, convulsionaba, tal como Mario había leído y oído que las mujeres hacían cuando estaban a punto de obtener los famosos orgasmos. Mario se esforzó, penetrándola velozmente sin piedad alguna, hasta que Mayra jadeó fuertemente, su mirada se nubló y su cuerpo se relajó un poco. Mario aulló también en tanto estallaba muy adentro de Mayra, rellenándola con su semen hirviente.
Mayra y Mario se quedaron abrazados, resoplando, sudorosos, jadeantes, muy sonrientes.
-Estuviste de mil maravillas –le dijo Mayra, ya cuando había tomado un poco de aire.
-Gracias, tú también estuviste…. Fenomenal, me gustó mucho estar contigo.
Estuvieron un rato besándose y tocándose. Mario estaba contento con su buena suerte al haberse agenciado una amante tan espectacular. Más tarde instaló el tv plasma mientras Mayra preparaba una comida, con tan solo un delantal, elemento que puso duro a Mario. Antes de comer volvieron a hacerse el amor, con más mesura, menos voracidad, disfrutándolo más. Después de cenar, y a modo de despedida, Mayra se la chupó de nuevo hasta tragarse su semen.
-No le vayas a decir a nadie de lo nuestro, ok? No porque me avergüence, al contrario, estoy muy orgullosa de haberte conocido y de que seas mi amante. Te llamaré para decirte cuándo puedes volver.
-¿Será mucho tiempo?
-Espero que no, a veces mi trabajo se complica, me gustaría hacer el amor contigo todos los días si pudiera. Me has hecho muy feliz, te quiero mucho, Mario.
-Yo también te quiero Mayra –y se besaron, mientras ella le acariciaba el bulto en sus pantalones.
CONTINUARÁ