Mayara™

Mayara es una chica que descubre el engaño de su novio y acude para ser consolada con su mejor amigo.

Mayara

  • ¡Entiéndelo imbécil! No quiero volverte a ver ¡JAMÁS! –Le gritó Mayara colérica a su novio, quien se encontraba desnudo frente a ella, intentando explicar el motivo por el cual se encontraba acostado sobre la chica que cubría su cuerpo, con una sábana, en la cama de la habitación. No tenía modo de explicar eso, Mayara había visto lo suficiente cuando entró para darse cuenta de que su novio, en verdad era un imbécil. Pero a él, al parecer, no le bastaba con ser un imbécil, por lo que intentaba además, inventar una excusa bastante estúpida, del por qué se encontraba ahí, para que su novia, no se enojara con él, lo cual le subiría la estupidez, a un nivel alarmante.

  • ¡SUÉLTAME! –Gritó ella desgarrándose la garganta, el llanto comenzó a aparecer en sus brillantes ojos castaños. Lo que vio y lo que estaba sucediendo le dolía, confiaba en él como no confiaba en nadie, podía jurar incluso, que lo amaba, el sentimiento que sentía dentro de ella era tan intenso que de ser líquido la asfixiaría de tanto que era y le brotaría hasta por los poros inundando el mundo entero.

Pero al parecer, a él eso le importaba un soberano cacahuate, pues había traicionado su confianza, su amor, ¿cómo podía simplemente ir y acostarse con ella? Quien quiera que fuera, a Mayara eso le daba igual, no podía creerlo.

Durante mucho tiempo, había creído en las hermosas palabras que el le susurraba al oído. Tenía fe en las bellísimas promesas de amor que él le juraba sin descanso día a día. Llego inclusive a creer que en verdad la amaba. Sin embargo, eso no era posible, por supuesto que no, si él tenía la osadía de acostarse con otra mujer, sabiendo que ella esperaba por él en algún otro lado, que pensaba en él día y noche y a cada momento, ¿cómo podía llamara a eso amor?

Mayara se giró violentamente estirando su brazo con la palma abierta, para asestarle una sonora bofetada directamente en la mejilla derecha. La mano le ardió y lentamente comenzó a palpitar, su palma se enrojeció de forma alarmante, brillando como un jitomate. Por su parte, el giró el cuello hacía la otra dirección cerrando los ojos, a causa del dolor punzante que sintió en el rostro, se tambaleó hacía atrás pero pudo sostenerse de pie, miró a los ojos de Mayara, quien lo miraba con los ojos chispeante de furia, de ellos emanaban sus lágrimas resbalando por sus mejillas encendidas.

Mayara dio media vuelta, para sujetar el pomo de la puerta, atravesó por el hueco y salió dando un portazo. Caminó por el pasillo que estaba iluminado por focos colgados a mitad del techo, corrió para mitigar el dolor que sentía. Cubriéndose el rostro con una mano, mientras se sujetaba con la otra del pasamano, bajó corriendo las escaleras, sus lágrimas salían de sus ojos en torrentes de agua salada interminables, llegó hasta la puerta que daba a la calle y salió a la noche fría de noviembre que se cernía sobre la ciudad. Por un momento no supo a donde ir, las lágrimas distorsionaban su visión. La gente pasaba y la miraba, algunos con desagrado, otros con cierto interés morboso, pero ninguno de ellos se acercaba a preguntarle qué era lo que le sucedía, eso era lo que ella necesitaba en ese momento, alguien que se acercara a ella, alguien que la consolara, un verdadero amigo.

Caminó a su derecha a paso rápido mientras secaba sus lágrimas, no quería llegar a donde iba con los ojos chorreantes, cruzó varias calles sin mirar antes, y en una de esas, estuvo a punto de ser arroyada por un auto que intentaba pasarse la señal de "alto", el conductor bajó del auto y le gritó algo acerca de que se fijara bien antes de pasarse así. No hizo caso.

Cuando por sin llegó a un edificio de departamentos, se detuvo frente a la puerta y miró hacía arriba, tres ventanas hacia arriba del lado derecho, la luz estaba prendida y las cortinas cerradas, dudo un momento. Se sentía realmente mal y quería conversar con alguien, sabía que por muy dormido que su amigo estuviera, no se negaría a ya de menos escucharla. Así que entró (él le había dado una copia de la llave de entrada para que nunca tocara y fuera allí siempre que lo necesitara), y subió las escaleras de dos en dos.

Se encontró entonces frente a la habitación 819, se quedó plantada frente a ella, mirando de frente al ojo de vidrio, por el que si intentaba observar el interior de la vivienda, no sería capaz de ver nada, de esa puerta también tenía llave, su amigo siempre se mostraba muy contento cuando ella iba a visitarlo, entre ellos existía una confianza infinita, por lo que le había dado ambas llaves.

Introdujo la llave y con un leve chasquido, la puerta cedió, entró cerrando tras de ella y hasta entonces se sintió aliviada por estar en un lugar, cerró los ojos, ese lugar en el que sabía nada la molestaría o le haría daño, allí, podía sentirse al fin relajada.

Abrió los ojos y miró el lugar envuelto en las penumbras, frente a ella se encontraba la sala, tan acomodada como siempre, con tres sofás de diferentes pero todos ellos forrados de cuero negro, en el centro de ellos, descansaba placidamente una mesita de cristal con patas como garras que se incrustaban suavemente en la alfombra carmesí bajo ella, para proteger la duela del suelo. A su derecha, se encontraba un mueble de madera oscura donde reposaban la televisión, el estereo y algunas otras cosas decorativas, todas colocadas estratégicamente para que se vieran todas y cada una de las cosas que se encontraban ahí.

Más allá de la sala, se encontraba el comedor y a un lado de este, la cocina, por un pasillo a la izquierda, había un pequeño corredor que conducía hasta las únicas dos habitaciones que tenía el departamento y el baño, que se encontraba al fondo. Por el pasillo, colgaban de la pared cuadros pintados por el amigo de Mayara y unos otros que compró por ahí. Caminó por este, a paso lento, intentando hacer un ruido que alertara a su amigo de su presencia, pero no aparecía ninguno.

Empujó la puerta de la habitación lentamente, los goznes no chirriaron y la puerta se abrió lentamente y de par en par.

Frente a Mayara se encontraba la ventana que vio desde a fuera, un closet a su izquierda y la cama sobre la pared izquierda, a su lado un buró que sostenía la lámpara que alumbraba el lugar tenuemente, por todo el piso estaban regadas las prendas de su amigo y las de una mujer.

Él y ella se encontraban sobre la cama, desnudos y abrazados con brazos y piernas, moviéndose al ritmo de un vaivén constante que ambos parecían disfrutar inmensamente entre jadeos, caricias y besos. Mayara no pudo decir nada, era la primera vez que veía completamente desnudo a Santiago, quien a su vista, no estaba nada mal. Una delgada capa de sudor cubría su cuerpo, mientras besaba el cuello de la chica, que también poseía un buen cuerpo, ella se encontraba sentada sobre él, mientras le alborotaba los cabellos, subía y bajaba constantemente, provocando el roce de sus sexos. Con una mano Santiago acariciaba una nalga de ella, mientras con la otra apretaba su seno y lamía el pezón, provocando que un quejido apenas audible se liberara de la garganta de su compañera, Mayara no podía apartar la vista de la escena frente a ella, los jadeos de ambos llegaban a sus oídos como si estuvieran amplificados, en la habitación no se escuchaba nada más que el rechinar constante de la cama y los jadeos.

Pronto comenzó a escuchar su corazón palpitando rápidamente, ver a Santiago de ese modo, provocó en ella una reacción que no conocía, el morbo de estarlos viendo sin que ellos se dieran cuenta, provocó la erección de sus pezones, las manos comenzaron a temblarle mientras la chica lanzaba un alarido placentero hacía el techo de la habitación, al mismo tiempo que las embestidas aceleraban un poco el ritmo. Santiago se quejó un poco, haciendo una mueca llena de placer. Inclusive Mayara sentía por su cuerpo el placer que veía en ellos, el ambiente estaba cargado de un intenso erotismo que inundaba el ambiente dentro de la habitación.

Con la boca entre abierta, santiago miró fugazmente hacía la puerta y miró a Mayara, quien tocaba con la yema de sus dedos, uno de sus pezones erguidos bajo la tela de su playera, al parecer sin darse cuenta. Al darse cuenta de que era observado, Santiago abrió los ojos desmesuradamente y apartó a la chica sobre él para arrojarla a un lado de la cama.

  • ¿Qué diablos haces ahí? –preguntó sorprendido a la chica en la puerta. Su acompañante, al darse cuenta que habían sido observados, cogió la sábana y se cubrió el cuerpo desnudo con ella. Mayara echó un vistazo al cuerpo desnudo de su amigo y sin darse cuenta remojó sus labios con la lengua lentamente, su mirada se quedó un momento clavada en el miembro de su amigo, que se encontraba mojado y completamente duro. Con un sobresalto, salió de su pequeño trance y miró a Santiago a los ojos.

  • Eh… yo… ella… -balbuceó sin conseguir articular una sola palabra que pudiera ser entendida.

  • Sal de aquí un momento –pidió Santiago guiándola hacía el pasillo, cerró la puerta un momento para encontrar su ropa interior, mientras Mayara esperaba afuera, avergonzada por lo que había sucedido y por no haber podido apartar la vista de la erótica escena que dibujaban Santiago y su novia.

Momentos después, Santiago salió de la habitación vestido con un pans y condujo a Mayara hasta la sala, donde ella tomó asiento, mientras él iba a la cocina por un par de casos con agua.

  • ¿Qué te sucede? –preguntó seriamente Santiago, mientras ofrecía uno de los vasos a su repentina invitada. Su expresión era severa.

  • Ese imbécil… -comenzó a explicar Mayara mientras intentaba recordar lo sucedido y sacar a su amigo desnudo de su mente- …se acostó con una puta maldita el día de nuestro aniversario, estoy segura que ni siquiera se acordó de que era hoy –su voz que había comenzado siendo un leve susurro, se convirtió rápidamente en un aullido furioso. Explicó esto, mientras Santiago la miraba sin parpadear y bebía un poco del vaso-. Ni siquiera me llamó para felicitarme, ni una tarjeta, ni un correo, nada… lo odio, no sé cómo es que me enamoré de él –las lágrimas comenzaron a formarse de nuevo en sus ojos, mientras de la habitación, salía la chica con la que Santiago había estado teniendo relaciones hace unos momentos. Estaba furiosa, al pasar por detrás de él, con su bolso lo golpeó en la cabeza.

  • ¡Eres un imbécil! –le gritó, sin que él pudiera comprender el motivo de su enfado. Se levantó y fue tras de ella, esa chica francamente le gustaba mucho, y no quería perderla, no ahora.

  • ¡Espera! –La llamó en la puerta- ¿A dónde vas? –pero ella no contestó. Con la vista baja, entró al departamento cerrando lentamente la puerta, para mirar después a Mayara, quien lo miraba ahora más avergonzada.

  • Lo siento –se disculpó.

  • Descuida… después de todo, no me interesaba mucho –mintió para que su amiga no se sintiera mal por su repentina intromisión.

Mayara terminó de contar su historia a Santiago, quien durante todo el tiempo que ella platicaba, no dejó de prestarle atención, mirándola fijamente a los ojos. En algunos momentos mientras contaba su travesía, ella tartamudeaba un poco, al recordar la forma en la que había encontrado a su amigo, envuelto en una escena de pasión con su amante.

  • Bueno, es muy tarde para que te vayas a tu casa, así que hoy te quedarás aquí –informó Santiago, mientras llevaba los vasos vacíos a la cocina y los dejaba en el fregadero.

En la otra habitación, sólo había una pequeña cama individual y un pequeño buró junto a esta, el cuarto carecía de foco y Santiago no tenía más en la alacena, así que Mayara sólo vería oscuridad una vez cerrada la puerta.

  • Sabes que en esta habitación hace mucho frío –se quejo la chica.

  • ¿Y qué quieres que yo haga? –preguntó Santiago mirándola de reojo.

  • Pues dame otras dos cobijas, en esa cama sólo tienes la sábana y la colcha.

  • ¿Por qué no sólo te callas y te duermes de una maldita vez?

  • ¡No me hables así bastardo! –Rugió ella lanzándole una almohada al rostro- no porque tu vieja de esta noche te dejó, te vas a desquitar conmigo.

  • ¡Se largó por tu culpa!

  • Yo no tengo la culpa, ¿para qué la traes cuando pienso venir?

  • Estaba pensando en un trío, pero al parecer la asustaste.

  • ¡Cállate bastardo! –gritó lanzándole la otra almohada. Santiago la detuvo y se la regresó, golpeándola de frente al rostro. Enfurecida, ella se lanzó sobre él, rodeando su cadera con sus piernas y pasando sus brazos por detrás de su cuello, él la sostuvo de la espalda, para evitar que se cayera.- Ya verás lo que te pasa por… por bastardo –rugió ella mientras jalaba los cabellos de Santiago, quien lanzó un "¡Hay!". Caminó hacía la cama, hizo cosquillas a la chica y ella perdió agarre, aprovecho el momento y la despego de él para lanzarla con fuerza sobre la cama. Mayara rebotó en esta dos veces y se quedó tendida de espaldas, mirando con una gran sonrisa a Santiago.

Se lanzó sobre ella, apresándola bajo su peso y buscando sus manos, para evitar que pudiera lanzarlo de encima de ella, mientras las buscaba, Mayara sintió una de sus grandes manos rozándole los pechos, fue un toque fugaz, quizá ni lo había pensado así, ambos se movían demasiado, el peso de él sobre ella era reconfortante, su torso desnudo desprendía una calidez que la rodeaba por completo. Con sus manos rozaba fugazmente su cuerpo fuerte y desnudo sobre ella, hasta que finalmente, él pudo inmovilizar sus manos y las sujetó son una sobre su cabeza, a orillas de la cama.

Con su mano libre, comenzó a picarle las costillas, él sabía que su punto débil eran las costillas, ahí las cosquillas que le provocaba eran demasiado intensas, demasiado poderosas como para poder aguantarlas, la carcajada de Mayara brotó de su interior, sacudiéndola por completo. Intentó librarse de la mano que sostenía las suyas fuertemente, retorciéndose bajo el cuerpo de Santiago, cerró los ojos y las lágrimas salían de ellos, lanzaba patadas pero no podía quitárselo de encima.

  • ¡Ya…! Ja, ja ¡De… detente! Ja, ja –las palabras salían a medias de su boca o simplemente no salían, ya no soportaba más el castigo que Santiago le daba, estaba a punto de orinarse, cuando el castigo cesó. Calmándose poco a poco, se secó las lágrimas de los ojos, el cuerpo de Santiago se deslizó hasta quedar a un lado de ella, al abrir los ojos, lo miró recostado junto a ella, recargando la cabeza de lado sobre la palma de su mano, mirándola fijamente.

  • ¿Qué sucede? –preguntó ella, mirándolo a los ojos con una sonrisa, estar con él era muy reconfortante, le gustaba su presencia y la tranquilizaba. Inclusive había olvidado el enojo que sentía hace apenas algunas horas, con él era fácil olvidar los momentos más difíciles de la vida.

  • Nada –respondió él con un susurro, sin dejar de mirarla a los ojos.

  • Oye, lamento de verdad lo de tu chica, no esperaba encontrarte así… -se disculpo ella, apartando la vista por un momento. Santiago dibujó una sonrisa comprensiva en sus labios.

  • No te preocupes –susurro.

¿Por qué demonios le hablaba en susurros? Allí no había nadie, y los vecinos, seguro no fueron capaces de escuchar ni sus estridentes carcajadas. Sus miradas estaban fijas en las del otro, Mayara comenzó a escuchar el latido de su corazón, que cada vez se hacían más fuertes, su respiración se hizo un poco entrecortada, necesitó despegar los labios un poco para poder respirar, su pecho subía y bajaba al mismo ritmo que permitía la entrada de aire a sus pulmones. La temperatura en la habitación comenzó a elevarse, un súbito recuerdo llegó a la menta de Mayara, la imagen del cuerpo desnudo de Santiago caminando hacía ella, cerró los ojos involuntariamente para observarlo bien, y ahí estaba, casi palpable, parado frente a ella sin nada que cubriera su cuerpo.

Antes de que abriera los ojos, Santiago había pegado sus labios a los de ella. El tacto fue suave, ardiente. Mayara correspondió al beso sin pensarlo dos veces, aun con la imagen de su amigo desnudo en la mente, pasó sus brazos alrededor de su espalda y lo acercó más a ella, mientras sentía la mano de él pasando por su nuca y la otra bajo sus caderas.

El beso se prolongó aun más y las bocas se abrieron un poco, sus lenguas se rozaron en la punta antes de que ambas retrocedieran. Santiago se apartó de ella y se incorporó inmediatamente, mirándola con los ojos muy abiertos. Ella le devolvía la mirada, interrogante, se incorporó un poco apoyándose en los codos.

  • ¿Estás…?

  • Buenas noches –la interrumpió y salió de la habitación rápidamente antes de que ella pudiera terminar de formular su pregunta. La puerta quedó entre abierta, dejando entrar un has de luz que iluminó a medias la habitación. Mayara escuchó cuando Santiago cerró su puerta y echo el seguro. ¡Qué ridículo!, pensó. Seguro él pensaba que intentaría violarlo como en varias ocasiones se lo hizo saber, pero tan sólo bromeaba, jamás intentaría hacerle algo así y mucho menos en su casa.

Se echo de espaldas en la cama, pensando un poco en lo que había sucedido, recordando el suave tacto de los labios de su mejor amigo en los suyos, sin duda la chica con la que había estado habría sido muy afortunada, de no haber llegado ella… claro.

Después de media hora de dar vueltas en la cama, recordando el beso y a su amigo (increíblemente había olvidado ya al idiota de su, ahora, ex-novio), se quedó profundamente dormida.

A la mañana siguiente, Mayara abandonó el departamento sin decir nada y sin dejar una nota, cuando Santiago despertó, la buscó por todos lados y obviamente, no la encontró.

Antes de caer la noche, Mayara regresó un poco más reservada de lo que era habitualmente.

  • Mañana me llevaré mis cosas –comunicó a Santiago, quien se encontraba en la sala mirando la televisión.

  • ¿Por qué? –Preguntó él, poniéndose de pie de un salto.

  • No debo de estar aquí, no debí de llegar así nada más a tu casa, sin avisar, fui una tonta, lo siento.

  • No digas tonterías –atajó Santiago acercándose a ella- tú puedes venir y entrar cuantas veces quieras, está es tu casa y por lo de anoche, no te preocupes, ella de todas formas no me interesaba tanto –mintió.

  • ¿Y lo de nosotros? –preguntó mirándole a los ojos.

Él pareció pensar en su respuesta.

  • Si te quedas, te prometo que no volverá a pasar.

Y cumplió su promesa. Los días pasaron, Mayara aceptó finalmente quedarse con Santiago, después de todo, no tenía el dinero suficiente para pagar la renta de aquella otra habitación que había encontrado. Por las mañanas, ella preparaba el desayuno mientras él se daba un baño y después comían juntos, Mayara se quedaba en casa todavía una hora más que él, pero por la tarde regresaba cuando él ya se encontraba dormido.

Los fines de semana, ambos se quedaban en casa y algunas veces se ponían de acuerdo para salir a dar un paseo. "Agarra tu correa y vámonos" bromeaba Santiago con ella y salía corriendo de casa para evitar ser golpeado por ella, quien cerraba con un portazo y le gritaba una maldición amistosamente. Pasaban el resto del día juntos, ¿qué más podían hacer? Algunas veces, se juntaban con amigos de Santiago para ir por las noches del viernes a uno de los centros nocturnos del lugar, regularmente, después de estas reuniones, no regresaban juntos, Santiago se salía antes y cuando Mayara regresaba a casa, éste todavía no llegaba, pero siempre amanecía tirado en su cama sin desvestirse o en el sofá, Mayara pensaba que se iba con unos amigos a algún otro lado para seguir con la fiesta y llegaba tan cansado que ya no le daban ganas de de ponerse la pijama.

  • ¿Me vas a decir ya a donde te vas todos los viernes? –preguntó la chica, antes de meterse a la boca un trozo de pan.

  • No te importa –contestó amablemente y con la boca llena Santiago.

Después de esa vez, Mayara jamás volvió a preguntar y Santiago estaba muy a gusto con eso, pues odiaba que le hicieran preguntas a cerca de lo que hacía, era esa una de las razones más importantes por las que había dejado el hogar familiar.

Mayara se encontraba muy a gusto después de vivir por seis cortos meses en el departamento de su mejor amigo, las cosas siempre se solucionaban y hasta entonces no habían peleado ni una sola vez. Empezaba a sentir un poco de malestar, al recordar que él le había prometido jamás intentar besarla de nuevo, la verdad era que no podía dejar de desear sus labios carnosos, algunas veces, estando encerrada en su habitación, se despojaba de la ropa y se acordaba de su cuerpo desnudo y aquel beso mágico que aun tenía marcado en sus rosados labios. Con un gran esfuerzo, lograba contener las ganas locas que sentía de salir de su habitación para meterse en la de él y hacerle el amor ferozmente durante toda la noche. Llegaba la mañana y se daba una ducha con agua fría, para calmar su ansiedad, pues no estaba segura de que él quisiera intentar besarla de nuevo, pues desde aquel día siempre se había comportado con ella como lo había hecho desde siempre, presente, pero lejano, sin dar pie a la posibilidad de iniciar un encuentro romántico. Odiaba eso de él, a veces bromeaba con cosas sexuales, eso en él era muy común, pero ahora parecía que había guardado la palabra en un baúl con llave en la parte más fría y escondida de su cerebro.

Volviendo del trabajo, un viernes por la tarde, Mayara pensaba y trataba de esclarecerse a sí misma lo que de verdad sentía por su amigo Santiago, pasó por un restaurante donde sólo había mesas para que las parejas pasaran a disfrutar de una buena taza de café caliente, chocolate o un helado. Mayara se detuvo un momento, pensando que quizá estaría muy bien decirle a Santiago que esa noche salieran a tomar un chocolate o cualquier cosa de ese lugar, lo único que a ella le importaba era pasar un momento agradable con él… y ¿quién sabe?, quizá hasta le confesaría lo que últimamente estaba pensando acerca de su relación de "amigos". Ella pensaba y quería creer que ellos dos, ya eran algo más que sólo amigos, ¡por Dios!, inclusive vivían juntos, podrían formar sin ningún inconveniente una linda familia feliz.

Llegó a casa, un poco nerviosa y con las manos temblándole, tardó un par de minutos en separar la llave que abría de las demás. Entró, esperanzada de ver, al fin, a Santiago después de un largo día de trabajo, en el que no había hecho otra cosa más que pensar en él, en si estaría bien en su trabajo, si alguien lo estaría molestando, quizá lo habrían regañado, no so era imposible, él era un muchacho muy responsable y seguramente, hacía su trabajo mejor que nadie más.

Pero al otro lado de la puerta, no vio a nadie, por lo regular los viernes, Santiago la esperaba en la sala, listo ya para salir a pasear, por lo tanto, el frío vacío de la sala hizo que el corazón le diera un vuelco. ¿Y si le había pasado algo? Se preguntó mentalmente, pero entonces vio un papelito sobre la mesa de vidrio.

Tomó el papelito y lo leyó… con cierta dificultad, pues la letra de Santiago no era tan pulcra como la de cualquier persona normal.

No me esperes despierta, volveré tarde, en el refrigerador hay víveres. No te los acabes

Y nada más. Miró alrededor, la casa se le antojó inmensamente vacía y fría a la vez, ¿cómo podía dejarla sola en viernes? Y luego sin decir a donde iba. ¡Maldito Bastardo! Gimió dolida y arrugó la nota en su puño, furiosa, pero más que eso, triste por que deseaba que esa noche fuera especial para los dos.

Comió sola, el spaghetti que Santiago preparaba le sabía extrañamente exquisito siempre, pero esta vez, apenas pudo probarlo y dejó el resto en el plato. Se metió a darse un baño para irse a dormir, el agua cayó sobre ella sin siquiera notarlo.

Se metió a la cama y como en la primera vez que durmió allí, se pasó más de una hora dando vueltas bajo las sábanas antes de comenzar a quedarse dormida. Sin embargo, antes de que pudiera caer profundamente en el reino que Morfeo le ofrecía, la puerta se abrió de golpe y ella se sobresaltó, despertando por completo, dejó de respirar para escuchar lo que sucedía, el reloj digital sobre la mesita a un lado de la cama, marcaba las 0236, ¿cómo se atrevía a llegar haciendo tremendo alboroto? Se destapó y colocó los pies en el piso para salir de la habitación e ir a reprenderlo, pero se detuvo.

Del otro lado de la puerta, escuchaba a Santiago, reía animadamente y tropezaba con algunas cosas, otras se caían y hacían más ruido "Shhht" escuchó que decía, y la voz de una mujer llegó a sus oídos, destrozando su corazón en millones de pedacitos en ese mismo instante.

  • Vas a despertar a

  • ¡No me importa! –gritó la chica, interrumpiendo a Santiago. Las lágrimas se formaron en los ojos de Mayara, ella había pensado que entre ellos ya había algo especial, y él se atrevía a llevar a otra mujer a la casa, y estando ella allí. Volvió a recostarse, dejando que sus lágrimas rodaran libremente por sus mejillas encendidas. Escuchó cómo Santiago y su chica entraban en el cuarto de él, estrellando la puerta contra la pared y haciendo un sin fin de ruido. "¡Rápido!" lo apresuró ella.

Pronto, sus jadeos llegaron hasta los oídos de Mayara, quien apretó contra su pecho la almohada con cada grito de placer de ella, la lastimaban, no de forma física pero muy dentro de ella sentía como si cada alarido de placer fueran dagas ardientes que le atravesaban el cuerpo. Después, escuchó la voz de él, que gemía y decía palabras inteligibles para ella, su voz disipó el sufrimiento que sentía y su imagen desnuda llegó una vez más hasta su mente.

Abrazada a la almohada, aguzó el oído para escuchar aún mejor las palabras de Santiago, sus susurros, sus jadeos y gemidos de placer, movió su mano bajando desde su abdomen, tocando ligeramente su piel hasta colocarla en su entrepierna, abrió lentamente sus labios y para su sorpresa, tenía el clítoris endurecido, lo sobó un momento de forma circular, escuchando los gemidos ansiosos de la chica y la voz entrecortada de Santiago.

Con la otra mano, pellizcaba suavemente uno de sus pezones, jalándolo un poco para llevarlo hasta sus labios y lamerlo tiernamente, se sentó un momento en la cama para quitarse la playera que usaba como pijama, así sentada apretó ferozmente ambos senos, al mismo tiempo que la chica en el otro cuarto gritaba dolorosamente. La excitación que sintió fue tal, que ella misma lanzó un pequeño quejido, que se mezcló con los de sus acompañantes

Mayara recordó la noche cuando llegó a casa y vio a Santiago teniendo relaciones con su invitada, se imaginó que se acercaba a ellos y completaban gustosos el trío.

Santiago se acostó del todo en el colchón suavemente, mientras Mayara se arrodillaba sobre su rostro, abriéndole las piernas para que él pudiera explorar su sexo con la boca, besando sus labios con los suyos, que chorreaban excitados el néctar de su interior, humedeciendo su lengua para permitirle un fácil acceso.

Mientras su amigo, se encargaba de su entrepierna, la chica desconocida acariciaba uno de sus pezones, y besaba el otro inclinándose un poco para poder alcanzarlo, la chica era penetrada por Santiago al mismo tiempo que desempeñaba esta acción. Sus cuerpos formaban de lado un triángulo irregular que irradiaba pasión y placer, entregándoselos a los tres que participaban en la tarea.

Mayara comenzó entonces a acariciar los senos de la chica, jamás había tenido un encuentro con otra mujer de aquella forma, así que imaginó lo bien que se sentiría, mientras escuchaba los gemidos que llegaban desde la otra habitación, se acercó un poco a ella y los lamió, como ella había lamido los suyos momentos antes. Otro quejido brotó de su garganta cuando sintió una leve mordida de Santiago en su clítoris rojizo.

Con un grito sonoro de sus dos compañeros, la labor terminó, el grito de ellos había llegado desde la habitación continua atravesando las dos paredes que los separaban de Mayara, ella hundió un poco más los dedos dentro de ella, sintiendo la humedad caliente de su ser y profirió un quejido más largo y placentero cuando al final se vino como los dos acompañantes de su imaginación.

  • Buenos días –saludo muy amable Santiago a la mañana siguiente.

Mayara que llegaba a la cocina, no le veía lo bueno a esa mañana, aunque la noche anterior la había pasado bien, no se sentía muy a gusto con lo que Santiago había hecho.

  • ¿Te sucede algo? –preguntó Santiago al no recibir respuesta alguna de su compañera de vivienda.

  • No me pasa nada –contestó ella sin mirarlo siquiera y abriendo la despensa buscando algo para el desayuno.

  • Se me antojan unos huevos revueltos –pidió sonriente su amigo mientras se sentaba a la mesa.

  • Pues prepáratelos tú –contestó ella sin mirarlo todavía.

  • ¡Oh vamos!, no te cuesta nada hacerlos.

  • A ti tampoco.

  • ¡Qué me los hagas te digo! –rugió Santiago, pensando que su amiga sólo bromeaba.

  • ¡No estés molestando, si los quieres hazlos tú o dile a tu pequeña puta que te los prepare! –gritó Mayara claramente enfadada y salió del departamento, sin agregar nada más.

Caminó largo rato hasta que se cansó y llego a un pequeño restaurante, afortunadamente había tomado un poco de dinero suelto antes de salir de su habitación, así que pudo pagar un desayuno en el lugar.

Sin ánimos de regresar a la casa, caminó durante todo el día a donde sus piernas la llevaran, pensando en lo mucho que sentía por su estúpido amigo y en lo que sería mejor para ambos. Quizá ya era el momento de abandonar el lugar que su amigo le ofrecía, después de todo, ya había comenzado a llevar a otras chicas a la casa, para saciar sus deseos de poseer el cuerpo de una mujer. ¿Por qué no se lo había pedido a ella? Se preguntó e inmediatamente la respuesta apareció riendo en su mente, pues claro, ella tan sólo era su aburrida amiga y nada más. No podía llegar a ser otra cosa pues eso ya lo habían planteado desde el principio, no tenía más que hacer que salirse de ese lugar, para dejarlo con la chica que, seguramente, él amaba.

Por la noche regresó a casa, entro sigilosamente para no hacer un solo ruido. Todo el departamento estaba completamente a oscuras, sólo un poco de luz se filtraba por la ventana que llegaba desde el exterior, alumbrando tenuemente el techo. Cerró la puerta tras de sí y avanzó lentamente por la sala.

  • Hasta que por fin regresaste –escuchó la voz de Santiago antes de que una lámpara en la mesita colocada a un lado del sofá en el que su amigo se encontraba se encendiera-. ¿Dónde estabas?

  • No te importa –respondió ella intentando irse a su recamara, pero Santiago, que se levantó de un salto, le tapó el paso colocándose frente a ella.

  • ¿Dónde has estado? –preguntó alzando la voz.

  • ¡No te interesa! –respondió ella comenzando a molestarse al recordar la noche anterior.

Lo empujó a un lado para intentar pasar, apenas había dado dos pasos cuando las manos de Santiago la detuvieron sujetándola de los brazos y la hizo girar.

  • Contéstame, ¿con quién te has ido?

  • No me he ido con nadie, ¡suéltame!

  • ¿Piensas que puedes salir con quien tu quieras sin decirme nada? –La pregunta de Santiago salió de su boca acompañada de un olor a cerveza. Estuvo bebiendo imaginando cosas mientras Mayara no se encontraba en casa. ¿Por qué?

  • ¡Si tú puedes traer a tus putas, yo puedo salir con quien yo quiera! –Gritó apartando a Santiago de un golpe en el pecho, él no contestó nada más.

La soltó lentamente, mientras sus expresión pasaba de molesta a triste, Mayara lo contempló por un momento, preguntándose si estaba bien haberle mentido acerca de eso.

Retrocedió para meterse en su cuarto, mientras él volvía a sentarse en el sofá, justo donde estaba cuando ella volvió.

  • Discúlpame –dijo él metiendo la cara entre la manos-. Tienes razón, no tengo por qué reprocharte nada

Mayara se acercó al respaldo del sofá.

  • No… salí con nadie –confesó casi en un susurro, sin entender por qué le daba explicaciones, en todo caso, el único que debía dar explicaciones era él.

  • Detente, no… no tienes por qué explicar nada, esta bien si lo haces, yo no te detendré.

  • Pero no quiero hacerlo.

  • Pues deberías

  • ¿Quieres que me vaya de tu casa?

  • Sí… no, claro que no… no lo sé, has lo que creas conveniente.

  • ¿Por qué quieres que me quede?

  • Yo no dije eso.

  • Pero lo pensaste.

  • No es cierto.

  • ¿No lo es?

Santiago no contestó.

  • Dime –pidió Mayara mientras se sentaba junto a él-. ¿Por qué quieres que me quede?

Santiago se giró para mirarla, a la luz de la pequeña lámpara Mayara se veía mucho más hermosa que de costumbre. Las palabras no salían, podía pensarlas, pero estas no acudían a su rescate, tenía que contestar algo que la convenciera de que se quedara, debía de pensar en algo y rápido.

Mayara parpadeó lentamente y la respuesta llegó a la mente de Santiago como un rayo iluminando hasta los rincones más oscuros de su pensamiento. No tenía que inventar una excusa, debía decir la verdad.

Así que colocó su mano en la mejilla de Mayara, ella se sobresaltó un poco y hasta retrocedió, pero se detuvo, Santiago la miraba con ojos chispeantes, y su corazón comenzó a palpitar fuertemente, parecía que saldría de su pecho de un salto y echaría a correr para arrojarse por la ventana.

Santiago acercó poco a poco su rostro hasta el de Mayara, ella respiraba entrecortadamente, un beso más de aquellos labios de amigo era lo que quería, lo que deseaba y no se detendría esta vez, aunque el retrocediera. El contacto fue suave, mejor que la primera vez, sus labios retocaros, empujándose uno al otro, las manos de Mayara recorrieron desde el hombro de Santiago hasta su nuca, para evitar que este escapara. Las manos de santiago, se entrelazaron detrás de la espalda de Mayara. Y así estuvieron un par de minutos.

Al separarse se miraron a los ojos.

  • ¿Por qué no quieres que me vaya? –preguntó Mayara dibujando una tierna sonrisa en sus labios.

  • Te deseo maldita, deseo entregarme a ti todas la veces que tu quieras, cuantas veces se te antoje y que no pertenecer a nadie más, mientras sigas con vida… maldita –le susurró al oído con su voz grave, a Mayara se le erizaron los vellos del cuerpo. Así que él sentía lo mismo que ella, ¿desde cuando, y por qué demonio no lo había dicho?

  • Pues demuéstralo… gusano infeliz.

Santiago sonrió con los labios un poco torcidos, antes de pegarlos de nuevo a los de Mayara, brutalmente, abrazó a Mayara y la recostó en el sofá. El cuerpo de la chica se estremeció bajo el de él cuando sintió una de sus manos en una de sus nalgas, estrujándola, apachurrándola como si se tratara de un globo que intentase reventar, mientras con la otra, hacía lo mismo pero con uno de sus pechos cubierto todavía por la camisa que vestía.

Los labios de Santiago, bajaron de sus labios hasta su cuello, besando cada centímetro de piel que había entre estos dos, allí, besó, mordió y chupó el delgado cuello de la chica, que seguía retorciéndose bajo su peso, abrazada a su espalda. Desató, con los dientes, el primero de los botones que se encontró, para poder seguir besando su pecho, que subía y bajaba al ritmo de su respiración.

Mayara comenzó a quitar la playera vieja que Santiago vestía, este tuvo que detener momentáneamente el castigo al pecho y a la nalga de la chica para que su playera se despidiera del cuadro lleno de pasión que ambos representaban en el sofá. Un momento después, se le unió la camisa de Mayara y ambas quedaron en el suelo, detrás del sofá hasta la mañana siguiente.

Mayara se tomó un momento para contemplar el torso desnudo de su compañero, antes de comenzar a besarlo, jugueteó con sus tetillas utilizando la lengua y las mordisqueó, mientras él despojaba el pantalón que ella vestía. Cuando el pantalón estuvo desabrochado, instantes después fue a hacerles compañía a las dos playeras, después le siguieron otro pantalón y la ropa interior de ambos.

Ambos estaban de pie, desnudos, uno frente al otro, mirándose intensamente, como si pudieran ver a través de sus cuerpos. Santiago la tomó por las caderas, para acercarla a él, se abrazaron un momento, ella recargó su cabeza contra su pecho y escuchó los latidos acelerados de su corazón, que le susurraban su nombre, mientras sentía la imponente erección estrellada contra su vientre, la sintió ardiente, dura como piedra y la deseo dentro de ella, en ese momento.

  • Te deseo tanto –susurró mirando hacía arriba. Santiago sonrió y volvieron a unir sus labios en uno de los tantos besos que se habían tragado ellos mismos para no estropear su amistad. ¡Vaya estupidez!, pues los mismos besos que no se habían dado, ahora estaban haciendo de sus lazos de amistad, una poderosa cadena que jamás se oxidaría y que perduraría por siempre.

Santiago se sentó una vez más en el sofá, sin romper el beso de ambos, mientras la guiaba para que ella se acomodara sobre él. Apoyo las manos en sus suaves nalgas, apretándolas un poco. Ella condujo su verga dentro de ella, ésta se deslizó lentamente hacía el interior de su vagina húmeda de placer, ejerciendo una presión placentera por toda la extensión de su miembro duro y ardiente, que le provocó romper el beso para lanzar un quejido al aire, echando la cabeza hacía atrás.

Mayara aprovechó para morder al mismo tiempo que chupaba su cuello al descubierto, el quejido se convirtió pronto en alarido, marcando así el inició del movimiento de arriba abajo que describían las caderas de Mayara. El roce suave causaba en sus cuerpos la explosión de emociones ocultas dentro de sus cuerpos por mucho tiempo, en secreto.

Sin interrumpir el movimiento, Santiago volvió a engullir uno de los pezones de Mayara, ella clavó las uñas en su espalda.

  • ¡No tan fuerte, maldito! -Chilló, cuando Santiago mordió lo que tenía en la boca. Sin hacerle caso, aumentó la presión de la mordida, haciendo que Mayara liberara un autentico grito de dolor placentero. Se incorporó alejándose de él un momento, Santiago la miró interrogante y la mano veloz de Mayara cayó con un estruendo que resonó por toda la sala en su mejilla, que hizo que éste torciera el cuello.

  • ¡Anda, ven por lo tuyo! –rugió la chica, extendiendo los brazos a los lados, Santiago se levantó lentamente, ella lo empujó y cayo de nuevo al sofá.

  • ¿No lo quieres? ¡Maldito gusano, ven por él si lo quieres! –gritaba la chica, con los ojos bien abiertos. Santiago volvió a levantarse y cuando Mayara quiso empujarlo de nuevo, sujetó su brazo y la jaló hacía él y la sujetó rodeando su caderas con los brazos, antes que pudiera hacer otra cosa, la chica mordió sus labios salvajemente.

Guió rápidamente una de sus manos para colocarlas en la entrepierna de ella e introducir los dedos en su vagina velozmente, la chica se estremeció y soltó sus labios. Aprovechando que estaba libre, agachó la cabeza y volvió a morderla en el cuerpo, pero esta vez en el hombro. La chica gritó, mientras intentaba quitárselo de encima. Las oleadas de dolor y placer se mezclaban en su cerebro y desconocía si el dolor lo sentía donde sus dedos estaban o donde los dientes se le encajaban. Desechó las preguntas y se entrego por completo a ambas emociones. El placer aumento rápidamente y el dolor se desvaneció.

  • ¿Eso es todo lo que tienes? –preguntó la chica aparentando estar molesta, y la mordida fue perdiendo fuerza, las manos bajaron hasta detrás de sus muslos y la elevaron, Mayara buscó una vez más el miembro de Santiago y con una mano se lo introdujo limpiamente, las piernas de él flaquearon por un momento, la idea de caer y hacerse daño se hizo presente en el pensamiento de Mayara, lo cual intensificó el placer.

Entonces, Santiago tropezó con la mesita, perdió el equilibrio y ambos cayeron al suelo. La espalda de Mayara rozo un poco la esquina de cristal de la mesita. Santiago cayó sobre ella con un quejido.

Tirados en el suelo se miraron, el sudor se hacía presente entre ellos, los jadeos se intensificaron, su respiración era entrecortada y cada uno de ellos podía escuchar los latidos del otro. Sonrieron.

  • Trátame bien –pidió Mayara con un susurro. Santiago le besó la nariz.

  • No te preocupes.

Acaricio el pezón que momentos antes había mordido, este presentaba marcas rojas a su alrededor, presionó un poco más para que este no se hinchara, Mayara liberó un grito ahogado. Él besó el pezón y comenzó a mover las caderas de adelante hacía atrás, iniciando la fricción de sus sexos, llevándolos a un mar de sensaciones.

Ella se abrazó a él con manos y piernas, susurrando algo para ellos dos nada más, tenía el rostro clavado en su cuello, el lamía su herida del hombro, liberando jadeos mientras lo hacía.

  • Sí… trátame bien, por favor, no me lastimes –pedía Mayara, en un susurro lastimero, sintiendo descargas de placer por todo el cuerpo, la alfombra raspaba la herida de su espalda, provocando un poco de dolor, no supo si lo que resbalaba por su espalda era sudor o sangre, pero ambos estaban bien, mientras el placer que sentía se mantuviera por más tiempo, todo estaba bien, mientras Santiago se preocupara por ella.

Separó el rostro de su cuello, y se miraron a los ojos, Santiago se veía cansado, con sudor en la frente y los labios abiertos, se movía constantes, de adelante hacía atrás, Mayara sentía la presión de su cuerpo con cada embestida placentera, que la llevaban en una nube de algodón al cielo.

Mayara tenía lágrimas en los ojos que brillaban a la luz de la lámpara sobre la mesita a un lado del sofá, sonreía y jadeaba con cada movimiento del hombre sobre ella, el hombre al que amaba y se entregaría de esa forma incontables veces más. Pues lo amaba, con un amor que estaba más allá del que los enamorados se profesan el 14 de Febrero, lo amaba con cariño de amigos.

El ritmo de las embestidas aumentó de velocidad, Mayara sentía cada vez más fuerte el roce con la alfombra, pero sentía aun más el roce de sus sexos, se fusionaban, el uno con el otro, para formar un solo ser aunque fuera por sólo un segundo, más rápido. Gemidos salían de sus gargantas y se unían en uno sólo, más y más rápido, el sudor resbalaba por todo su cuerpo, más rápido, y más rápido hasta que el clímax llegó en un segundo infinito, en el cual ambos fueron uno sólo, entregados a sus pasiones más intensas como lo que eran desde el comienzo.

Como amigos.

«-(H.S]-»