Maya y Narcisa.
-¿Qué demonios...? logró articular Maya, antes que sus pupilas avellana se fueran hacia arriba, dejando sus ojos entrecerrados en blanco, en tanto que la venosa y tiesa verga de Zisa no terminaba de entrar, hasta que, por fin, sus vientres se juntaron...
Maya y Narcisa
Kleizer
Fragmento de acción a modo de prólogo.
Maya se derrumbó sobre su cama, la hermosa joven de 24 años temblaba cubierta de sudor, su cabello castaño apelmazado sobre su frente, gimiendo de forma descontrolada, tratando de recobrar su lucidez racional para asimilar lo que había sucedido.
-“¿Qué putas acaba de pasar?” –se preguntó ella, sin dejar de jadear ruidosamente-. Esta mujer me tenía extasiada, dándome el mejor cunnilingus de mi vida, haciéndome ver las estrellas, convidándome el mejor orgasmo vía oral del mundo mundial, y entonces… entonces… ¿de dónde putas apareció semejante verga? ¡Qué cogida me acaban de pegar! –cavilaba ella, intentando armar las piezas de lo sucedido.
Poco a poco, abrió sus ojos y vio frente a ellas, de rodillas sobre la cama, a la hermosa mujer con la que acababa de tener tan brutal sexo. “Es Narcisa”, la reconoció Maya, “es toda una diosa, con su cuerpo escultural de piel blanca, mucho más voluptuoso que el mío, a sus 33 años se mantiene muy bien, su melena de cabello negro ondulado le cae sensualmente sobre sus hombros y casi le llega a su portentoso trasero, y en medio de sus fabulosas piernas de apsara del Kamasutra… ¿es eso lo que creo que es? La verga más larga, dura y venosa que jamás imaginé tener a mi merced, pero, pero…”
Narcisa sonrió al ver los ojos avellana de la joven universitaria clavados en su verga palpitante, apéndice que aún no perdía todo su temple, más bien, la visión del cuerpo atlético y esbelto, curvilíneo, de la joven, iba propiciando su pronta recuperación.
-Pero… creía que a ustedes les gustaban los hombres… -logró balbucear Maya.
-Los hombres me encantan, siempre que no sean unos pendejos –respondió Narcisa, con su voz seductora-, me encanta chuparles sus pijas y que me las metan, me enloquece, desde mi adolescencia, pero también, a veces, conozco mujeres a las que me fascina seducir y cogérmelas una y otra vez –discursaba con su tono felino, que no dejaba de cautivar a la universitaria.
Narcisa gateó sobre Maya, los ojos azules de aquella clavados en los avellana de ésta. “Ahora, Mayita, relájate y confía en mí, porque esta noche no vamos a dormir”, y Narcisa, o Zisa, como le llaman sus amigos, juntó sus carnosos labios rojizos en los no menos apetitosos de la sorprendida universitaria, quien pronto desterró su confusión y dio paso a la entrega más apasionada de su ser, mugiendo de júbilo cuando sintió la erección ardiente de su particular amante aplastada entre los vientres de ambas.
-Dios mío, pensó Maya, ¿cómo llegamos a esto? –pensaba ella, mientras sus pechos se oprimían con los de Zisa, más grandes que los de la joven; las mujeres gemían mientras se devoraban sus respectivas bocas.
Las uñas de Maya jugueteaban en la espalda de Zisa. “Es sin duda la mujer perfecta”, pensó Maya, “es una diosa griega y tiene adherida la mejor verga del Universo”. Maya emitió un gritito involuntario cuando Zisa volvió a deslizarse dentro de ella, esta vez más lentamente. Sus lenguas se juntaron y las dos suspiraron cuando sus carnes se juntaron, totalmente enterrado el miembro de Zisa en las profundidades exquisitas de la maravillosa estudiante de ciencias económicas.
Varios días antes.
Los vecinos de los departamentos podían escuchar perfectamente los gritos de la joven pareja que discutía en el corredor. No era la primera vez que lo hacían, y tampoco era la primera vez que el sujeto abofeteara a la muchacha. ¿Por qué nadie intervenía? ¿Por qué nadie llamaba a la policía, si quiera? Pensaba Maya, mientras sangraba de la nariz y Sergio, el cerdo al que tuvo la mala suerte de conocer en la universidad, se atrevió a patearla en el estómago mientras ella estaba arrodillada, mareada por el puñetazo.
-¡Déjala, cabrón! –gritó una voz. Maya alzó su mirada, con esperanza, sin dejar de notar que esa voz era femenina. Sergio también se giró, encabronado, dispuesto a darle una reverenda putiza a quien sea que tuvo la osadía de interrumpir su diversión.
Por el pasillo caminaba a grandes zancadas, una mujer que rondaba los treinta años, vestía un pantalón jeans algo ajustado, una blusa negra y una chaqueta de tela jeans; su melena negra se derramaba sobre su espalda, y su cara de piel nívea se veía enrojecida de la indignación.
-¿Querés un poco, hijadeputa? –la retó el abusador, cuyo torpe cerebro no tuvo oportunidad de registrar el momento en que acabó dolorosamente de espaldas en el piso, debido a una llave que le practicó la misteriosa salvadora, quien de inmediato le propinó una serie de puñetazos en la cara, hasta que Sergio parecía un payaso de tanto rojo en su faz, balbuceando incoherencias, semi noqueado.
La mujer ayudó a Maya a ponerse de pie e ingresaron al apartamento, desde cuyo interior llamaron a la policía. Quince minutos después, el vacilante y ensangrentado Sergio fue detenido en las afueras del edificio condominio; unos oficiales subieron hasta el piso de Maya y ella presentó cargos contra su ex novio, con el apoyo de Zisa, su nueva amiga, una habitante de pocas semanas en el complejo.
-Qué fuerte eres –le dijo Maya, más tarde, mientras las dos tomaban una taza de café en el apartamento de la estudiante.
-Gracias. La vida es dura con las mujeres, una debe saber defenderse. Quizás uno de estos días pueda recomendarte algún gimnasio donde te enseñen algo de defensa personal –respondió Zisa, con su voz seductora, muy idónea para una línea hot.
Desde ese momento, fueron intimando. Solían encontrarse durante las noches, cuando Maya venía de su pesada jornada de dependiente en el Starbucks, luego la universidad, y Zisa también volvía de sus labores. Durante esos días, a veces, Maya notaba ciertas características en su nueva amiga, pero no les daba mayor importancia. Quien veía a Zisa en sus impresionantes vestidos ceñidos al cuerpo, simplemente abría su boca y admiraba a esa escultural mujer.
-Si hacen una película de su vida, la actriz bien podría tratarse de Mónica Bellucci –la cumplimentó Ariel, un amigo de Maya, quien estaba en el apartamento mientras Zisa emergió del baño, luciendo un impresionante vestido de noche, rojo ígneo, muy llamativo, escotado y con hombros desnudos, adherido a su cuerpazo como una segunda piel.
-Qué guapa eres, Zisa. Tengo que ir a tu gimnasio –aplaudió Maya.
-Ustedes dos son muy lindos. Pero, Maya, eres bellísima. ¿Sí o no, Arielito? –contraatacó Zisa, provocando que el joven estudiante se ruborizara, asintiendo nerviosamente.
A Zisa no se le escapaba que ese joven dulce aunque no tan corpulento, quería su turno mojando su brocha en el coño de Maya. “Pero en comparación al otro monstruo, Ariel es muchísimo mejor”, pensó Zisa, quien sonreía a su vez, cuando atrapaba a Ariel comiéndosela con los ojos. “Seguro ya se imaginó cómo sería un trío con nosotras, la lengua de Maya y la mía resbalándose sobre su verga férrea, y él gimiendo como poseso, disfrutándolo, agarrándose de nuestras nalgas…”
-¿Todo bien, Zisa? –inquirió Maya, al notar que su espectacular vecina estaba ensimismada.
-Oh, no es nada. Quería recordar si pagué la mensualidad de mi nueva laptop –se excusó ella, nerviosamente, tratando de bajarle a la calentura de su fugaz y tórrida escena.
Y así fueron intimando.
El día de la consumación, a eso de las seis de la tarde.
El iphone de Zisa vibró mientras ella estacionaba su vehículo en el parqueo subterráneo del edificio. Era Maya. Sintió que se trataba de algo serio y contestó.
-Mayita, dime.
-Zisa, qué bueno que contestaste –dijo ella, notándose su nerviosismo-.
-¿Te pasó algo, Maya?
-Me dijeron unos vecinos que este día han visto a Sergio merodeando por el edificio, estoy asustada –le explicó, su voz rayana en el llanto.
-No puede ser, ese hideputa está enjuiciado.
-Me dijeron que le permitieron defenderse en libertad –acotó Maya.
Zisa resopló, frustrada, luego dijo: Maya, ciérrate con llave que yo ahorita subo.
-Muchísimas gracias, Zisa.
Unos diez minutos después, Zisa tocaba la puerta de Maya; éste le abrió y le permitió entrar. Estuvieron apretujadas en el sofá, viendo la televisión; lograron contactar con la fiscal que llevaba el caso y ella les dijo que iba a apelar la decisión pero que, durante esos días, el acusado estaría en libertad, y tenía orden de no acercarse a la denunciante, por eso, les aconsejó que intentaran fotografiarlo o filmarlo si se acercaba a Maya, para poder probar al juez el irrespeto a la medida y volver a mandarlo a prisión preventiva.
Zisa colgó y llevó a Maya a su dormitorio, donde prendió otro aparato de televisión, era noche de lunes así que estaban pasando los programas de fantasmas por Discovery Channel.
-Todo está bajo control –le decía Zisa, mientras le acariciaba el cabello castaño-, Zisa está contigo.
La universitaria se abrazó más con ella: ¿Puedes pasar la noche conmigo? No quiero estar sola.
-Por supuesto, cariño. Zisa está aquí para ti.
Maya sonrió y alzó su cara para decirle algo, pero descubrió que sus rostros estaban a escasos milímetros de distancia, pudo apreciar con nitidez los ojos azules de su vecina. Zisa acercó su boca muy lentamente a la de Maya, para que ésta fuera capaz de entender lo que estaba a punto de ocurrir, y darle margen de actuación, en caso que no lo quisiera. Maya no se movió un ápice. Los labios de ambas mujeres se encontraron, se juntaron en un tierno beso, que hasta ese punto podría pasar como un beso ocasional y simbólico entre dos amigas. Ellas respiraron sus fragancias, sus narices juntas, sonrieron, y al unísono, volvieron a darse fugaces besos, como los primeros besitos atrevidos entre una pareja de noviecitos de la secundaria.
Zisa separó sus labios, y poco después, Maya le correspondió, y lo inevitable ocurrió cuando sus lenguas se juntaron tímidamente, saboreando sus respectivas salivas, aumentando gradualmente la intensidad de los besos, que ya estaban a nivel de beso francés.
Maya se separó un poco al fin, ruborizada y sonriendo. Zisa sonrió a su vez.
-Besas muy rico, Zisa –le halagó Maya, bajando su mirada y apartándose un mechón de su cabello.
-Gracias. Tú también, tu estilo es muy dulce, estoy segura que Ariel se volverá loco cuando te saboree –respondió Zisa, quien sonrió al ver cómo Maya se enrojecía como un tomate-. ¿Ya habías besado mujeres anteriormente?
Maya negó con la cabeza, sonriendo.
Zisa puso sus manos en los hombros de su joven y bella vecina, la vio a los ojos y le dijo: Sé lo que necesitas para que te relajes. Sólo confía en mí. Me detendré cuando me lo pidas –esa última frase, como ya lo sabemos, valdría madres dentro de poco.
La hermosa treintañera volvió a fundirse en un atrevido y ardiente beso francés con la estudiante veinteañera, se abrazaron y en ese segundo round, las cosas cambiaron, ya que Zisa manoseaba a su pareja, le acariciaba sus pechos, pudiendo constatar la incipiente dureza de los pezones; Zisa la manipuló bien, llegado un punto en que la fricción de la tela era demasiado para los pezones de Maya, y ella muy dócil, se dejó sacar la blusa y el sostén. Maya gimió cuando su busto apetitoso fue degustado por la voraz Zisa, así como por sus manos veteranas en cuestiones sexuales de toda índole.
Maya hundía sus manos en la abundante cabellera de Zisa, apreciando su textura, haciendo nota mental de preguntar, después, sobre los champuses y demás productos empleados por Zisa para mantener su cabello tan suave y saludable; Zisa volvió a subir hacia la cara de Maya y se besaron ruidosamente, ensalivándose.
La muchacha se sobresaltó, sin separar su boca de la de Zisa, cuando sintió una mano introduciéndose debajo de su falda, en busca de su intimidad; Zisa fue despacio, para dar chance a Maya para detenerla, si así lo quería. Pues lo quiso.
-Oh –gimió Maya, cuando los hábiles dedos de Zisa hicieron contacto con su vagina. Zisa siguió besándola y manipulándola, en poco tiempo, Maya se retorcía cuando Zisa encontró su punto G.
-Ningún hombre me había tocado de esta manera –confesó Maya, en medio de resoplidos, sus ojitos bien cerrados.
Zisa entonces le quitó la falda, despacio, cubriéndole de besos sus piernas. Maya se apoyó sobre sus codos, para no perderse el espectáculo. Luego sus sandalias desaparecieron y Maya estuvo totalmente desnuda, a excepción de sus aretes y un fino collar dorado con una diminuta mariposa.
-Qué hermosa eres, Maya, ¿te lo han dicho? –le elogió Zisa, relamiéndose. Zisa se posó sobre Maya para besarla nuevamente, acariciándole sus pechos generosos, sus pezones endurecidos, y poco a poco iba descendiendo hasta que finalmente el rostro de Zisa se hundió en la entrepierna de Maya.
Maya arqueó su espalda súbitamente, clavando sus manos en la almohada, boqueando y suspirando, cuando la lengua y labios de Zisa empezaron a trabajar en su sexo.
-¡Oh, sí, esto es lo mejor… lo mejor! –exclamaba Maya, fuera de sí, mordiéndose una mano, clavando la otra en la melena azabache de su hermosa amante.
Maya escuchó los sonidos que indicaban que Zisa estaba desnudándose, despojándose de sus ropas. Pronto, dos dedos de Zisa hicieron su aparición, abriéndose paso entre los labios vaginales de Maya y retomaron su hábil manipulación sobre el punto G de la universitaria, que casi gritaba del más puro placer.
-Si los vecinos escuchan, creerán que aquél loco entró y la está golpeando, son capaces de llamar a la policía –pensó Zisa, sin detenerse en sus importantísimas labores.
Maya gimió, balbuceando el nombre de Zisa, cuando se corrió contra la cara de su vecina y amante, sin terminar de creerse que había tenido un orgasmo oral. Maya se llevó una mano a la frente. Estaba a punto de decirle a Zisa que debía indicarle cómo darle placer a ella. “Aunque mataría por tener una verga durísima ahorita mismo”, pensó Maya, y en algún lugar del Inframundo, la diosa Lilith dijo, ¿en serio? Tus deseos son órdenes. Entonces sucedió “el evento”.
Zisa ascendió hasta que su cara confrontó a la de Maya; se besaron, sin embargo, Maya supo que Zisa tramaba algo, algún nuevo juego. Entonces Maya se sorprendió ante lo que sintió en su vagina. Quiso ver lo que sucedía y Zisa la aferró de su mentón.
-¿Qué demonios...? –logró articular Maya, antes que sus pupilas avellana se fueran hacia arriba, dejando sus ojos entrecerrados en blanco, en tanto que la venosa y tiesa verga de Zisa no terminaba de entrar, hasta que, por fin, sus vientres se juntaron, la monumental verga totalmente desaparecida dentro de Maya.
Maya quiso decir algo, pero Zisa empezó a cogérsela, como lo había deseado desde un inició. Maya trataba de mantener sus ojos abiertos, viendo la expresión de magna felicidad en la cara de Zisa y las dos empezaron a gemir y lloriquear, besarse con lengua; Maya se relajó y se dejó hacer, rodeó con sus piernas esbeltas y maravillosas a Zisa y se dejó coger.
-¿Te gusta, mi vida? ¿A que te fascina? –le provocaba Zisa.
Maya asentía velozmente, chorreada de sudor, quejándose y gozándolo. “Más, más…”, suplicaba la joven, y Zisa la complacía, bombeándola hasta que, empezó a quejarse y Maya se quedó a la vez confundida y extasiada, cuando sintió en su interior, la inconfundible y sabrosa sensación de una eyaculación masiva. Las dos chicas lloriqueaban ruidosamente mientras se corrían al mismo tiempo.
Maya se derrumbó sobre su cama, la hermosa joven de 24 años temblaba cubierta de sudor, su cabello castaño apelmazado sobre su frente, gimiendo de forma descontrolada, tratando de recobrar su lucidez racional para asimilar lo que había sucedido.
-“¿Qué putas acaba de pasar?” –se preguntó ella, sin dejar de jadear ruidosamente-. Esta mujer me tenía extasiada, dándome el mejor cunnilingus de mi vida, haciéndome ver las estrellas, convidándome el mejor orgasmo vía oral del mundo mundial, y entonces… entonces… ¿de dónde putas apareció semejante verga? ¡Qué cogida me acaban de pegar! –cavilaba ella, intentando armar las piezas de lo sucedido.
Poco a poco, abrió sus ojos y vio frente a ellas, de rodillas sobre la cama, a la hermosa mujer con la que acababa de tener tan brutal sexo. “Es Narcisa”, la reconoció Maya, “es toda una diosa, con su cuerpo escultural de piel blanca, mucho más voluptuoso que el mío, a sus 33 años se mantiene muy bien, su melena de cabello negro ondulado le cae sensualmente sobre sus hombros y casi le llega a su portentoso trasero, y en medio de sus fabulosas piernas de apsara del Kamasutra… ¿es eso lo que creo que es? La verga más larga, dura y venosa que jamás imaginé tener a mi merced, pero, pero…”
Narcisa sonrió al ver los ojos avellana de la joven universitaria clavados en su verga palpitante, apéndice que aún no perdía todo su temple, más bien, la visión del cuerpo atlético y esbelto, curvilíneo, de la joven, iba propiciando su pronta recuperación.
-Pero… creía que a ustedes les gustaban los hombres… -logró balbucear Maya.
-Los hombres me encantan, siempre que no sean unos pendejos –respondió Narcisa, con su voz seductora-, me encanta chuparles sus pijas y que me las metan, me enloquece, desde mi adolescencia, pero también, a veces, conozco mujeres a las que me fascina seducir y cogérmelas una y otra vez –discursaba con su tono felino, que no dejaba de cautivar a la universitaria.
Narcisa gateó sobre Maya, los ojos azules de aquella clavados en los avellana de ésta. “Ahora, Mayita, relájate y confía en mí, porque esta noche no vamos a dormir”, y Narcisa, o Zisa, como le llaman sus amigos, juntó sus carnosos labios rojizos en los no menos apetitosos de la sorprendida universitaria, quien pronto desterró su confusión y dio paso a la entrega más apasionada de su ser, mugiendo de júbilo cuando sintió la erección ardiente de su particular amante aplastada entre los vientres de ambas.
-Dios mío, pensó Maya, ¿cómo llegamos a esto? –pensaba ella, mientras sus pechos se oprimían con los de Zisa, más grandes que los de la joven; las mujeres gemían mientras se devoraban sus respectivas bocas.
Las uñas de Maya jugueteaban en la espalda de Zisa. “Es sin duda la mujer perfecta”, pensó Maya, “es una diosa griega y tiene adherida la mejor verga del Universo”. Maya emitió un gritito involuntario cuando Zisa volvió a deslizarse dentro de ella, esta vez más lentamente. Sus lenguas se juntaron y las dos suspiraron cuando sus carnes se juntaron, totalmente enterrado el miembro de Zisa en las profundidades exquisitas de la maravillosa estudiante de ciencias económicas.
Tras la cogida.
Zisa estaba tendida sobre la cama, su magnífico cuerpo expuesto, sus caderas anchas y cinceladas, sus piernas de estatua griega, su abdomen adorable y sus pechos abundantes. Maya, a su lado, estaba asombrada, mientras le acariciaba suavemente la verga.
-Zisa, eres perfecta –le dijo Maya, casi en un susurro.
-¿Cómo así? –preguntó Zisa, muy honrada.
-Porque eres la mujer más hermosa que he visto, y sumado a eso, tienes la mejor verga del mundo pegada a ti, por eso no tendré que volver a lidiar con un cerdo para poder tener una pija –explicó Maya.
Se besaron de nuevo, resonando sus besos, sin que la mano izquierda de Maya se despegara del estilete de carne de su particular amante.
-Me sorprendiste mucho, Zisa, pero fue una sorpresa riquísima –le dijo Maya.
-Debiste ver tu cara cuando te la estaba metiendo –le dijo Zisa, y las dos rieron.
Luego, varios minutos después, fue el turno de Zisa de llevarse sus manos a la cara cuando Maya empezó a atragantarse con su estaca trémula.
-Sin duda, es la verga más grande y bonita que he tenido –dijo Maya, antes de abrir su boca y engullir el rosado e hinchado glande, provocando un delicioso estremecimiento en Zisa. Maya usó sus manos para acariciar el segmento de verga que no podía comerse, pero sí se encargo de barnizarla toda con su saliva, incluidos los huevos, caricias a las que Zisa respondió muy bien. La recompensa e Maya llegó poco después, cuando la verga de Zisa se hinchó y escupió un poco más de semen, recibido en la boca de Maya; ella estaba a punto de tragárselo, pero cambió de opinión y junto su boca a la de Zisa para que ambas degustaran la lechita condensada, intercambiando grumosos hilillos hasta que lo consumieron en su totalidad.
Se quedaron viendo la tele un rato.
-Me gusta calificarme a mí misma como una futanari, o futa en diminutivo –dijo Zisa.
Maya la miró, esperando la aclaración.
-Hace unos años me acosté con un chico fanático del anime y todo eso, me dijo que yo era una futanari. Le rompí el culo y él a mí, fue exquisito. Me gustó esa palabra.
-Ya me contarás esa historia –le dijo Maya, apretujándose contra Zisa debajo de las sábanas. Se besaron de nuevo y el instrumento entre las piernas de Zisa iba recuperando su temple, para dicha inefable de Maya.
Fin por ahora.