May we meet again VIII
No me dejes sola le suplicó con la voz temblorosa la rubia.
Alicia estaba en la cocina preparando sopa en una enorme olla, junto a Blanca y Madison. La chica veía con pesadez la puerta de la habitación de Elyza, tenía tres días así. Desde que habían regresado del hospital la rubia se había encerrado y solo abría la puerta para tomar los platos de comida que la morena le llevaba. Ni siquiera la miraba, solo tomaba la comida y volvía a cerrar. Cuando Alicia le preguntaba cómo estaba ella solo asentía y nada más.
Estaba realmente preocupada, pero Elyza no la dejaba acercarse, ni ayudarla y mucho menos a los demás, quienes habían dejado de insistir en hablarle.
No habían encontrado tampoco el cuerpo de Sebastián. Elyza lloraba en silencio. Durante el camino de vuelta había permanecido callada, mirando a todos los caminantes en busca de su rostro conocido. Maldecía ni siquiera poder recordar el color de su ropa y los escalofríos le recorrían la nuca al pensar que pudieron devorarlo por completo, sin dejar absolutamente rastro de él. El pensamiento le provocaba arcadas y más de una vez terminó arrodillada sobre el wc.
Estaba realmente afectada, había sido lo más cercano a un padre que había tenido. Sabía que tenía que recomponerse, que ahora ella debía liderar, pero simplemente no quería, solo le apetecía quedarse sobre el suelo frío lamentando su pérdida.
Sin embargo, no era la única a la que le había afectado su muerte. Travis parecía igual de perdido, nadie lo había notado, pero durante las últimas semanas él y Sebastián habían establecido un lazo de amistad invisible para los demás y ahora el hombre vagaba de un lado a otro, con el ceño fruncido y uno de los rifles de Sebastián cruzado en la espalda. Blanca también parecía perdida, hablaba muy poco con los demás y cuando no le tocaban guardias ni horas en la cocina, permanecía en su habitación.
Ninguno había querido salir en busca de suministros, nadie lo había comentado tampoco. Los medicamentos que habían encontrado en el hospital permanecían en la misma bolsa sucia en una esquina de la recepción.
Al cuarto día cuando el sol empezó a asomarse por las rendijas de la habitación, Elyza se vistió con sus típicos pantalones desgastados, un suéter de algodón y sus botas de siempre. Se cruzó su rifle a la espalda, enfundó su colt en la parte trasera de su pantalón y, luego de meditarlo, tomó uno de los cuchillos de la cocina, enrolló el filo con una venda y lo guardó en una de sus botas. Inhaló el aire fresco y abrió el portón de hierro con mucho cuidado. Para su sorpresa, olía a limpio, como si la nieve se hubiese llevado todo el hedor a muerte. Y de cualquier otra forma, ella no hubiese podido soportar el exterior. La luz del sol le achinó los ojos y la brisa le pegó de lleno en el rostro, como si la hubiese extrañado.
– Varios días sin salir y cuando lo haces – dijo Nick saliendo detrás de ella – es durante la madrugada y completamente sola – corrió hasta su lado y siguieron caminando – ¿a dónde vas rubia? – le preguntó.
Elyza suspiró y lo miró – solo quería despejar la mente.
– Has estado tres días encerrada, por supuesto que querías despejar la mente – Elyza hizo silencio – lamento lo de Sebastián.
La chica se detuvo de golpe mirando el asfalto bajo sus pies. Nick la miró e hizo amago de abrazarla.
– Está bien – dijo por fin – estoy bien – agregó al ver que Nick la miraba preocupado.
– Alicia ha estado muy preocupada por ti – frunció el ceño al decir eso y Elyza lo miró con culpabilidad.
– He intentado mantenerla alejada para no hacerle daño y lo he hecho de igual manera – se lamentó mientras seguía avanzando – no quería hundirla conmigo.
– Lo que no notaste es que ella no es un peso muerto que podía hundirse contigo – dijo caminando al frente de ella y dándole la espalda – ella es un salvavidas.
Cruzaron hacia una de las calles secundarias, acercándose al límite de la zona segura que ellos mismos habían establecido. La cerca ya estaba magullada en algunos puntos. Nick se apoyó de la cerca viendo la calle del otro lado – ¿Quieres dar un paseo? – le preguntó con una sonrisa.
Arrinconaron a un caminante errante que se apresuró hacia ellos con hambre. Nick lo apuñaló dejándolo caer con un golpe seco sobre el asfalto. Abrió su torso como si fuera algo del día a día. Elyza por su parte desvió la mirada, cuando volvió a mirarlo ya estaba embadurnado de sangre. La chica lo imitó y siguieron caminando calle abajo hacia las zonas comerciales.
Los caminantes pasaban a su lado sin notarla. Nick se distraía revisando los autos, esos que ya habían revisado miles de veces, pero parecía entretenerle. Elyza, sin embargo, los observaba con detalle.
Se acercó a un hombre que parecía tener entre treinta y cuarenta años. Tenía una enorme herida en el costado, que le dejaba ver algunas costillas rotas y aun así, el hombre caminaba inclinado hacia un lado, con los brazos colgando en ambos lados. Se acercó un poco más y el hombre se detuvo frente a ella, el iris que en vida pudo haber sido de un color marrón claro, ahora era pálido, descolorido y parecía detallarla. El hombre gruñó, la rodeó y siguió caminando.
No sabía si eran seres pensantes o no, si tenían algún indicio primitivo de conciencia, pero estaba segura de que no estaban vivos, al menos no de forma pensante. Se aferró a la teoría que se originaba en su mente, que aquellos cuerpos eran estimulados por alguna energía fantasma, inexistente, que los hacía tambalearse de un lado a otro con el único propósito de consumir carne humana y nada más.
Un par de horas después se adentraban en una pequeña urbanización. Eran cuatro hileras de casas contiguas, todas exactamente iguales. Los jardines descuidados indicaban que sus propietarios hacía tiempo que no estaban allí. Los autos estaban correctamente aparcados en el frente de cada casa. El lugar era la estampa del mundo antes del apocalipsis, con el césped crecido. Elyza recordó que habían pasado por esa calle muchas veces, pero no se habían dedicado a inspeccionarla, porque les parecía excesivo abarcar una zona segura demasiado grande, siendo ellos tan pocos, además de que estaba un poco lejos de la posada.
Nick se adentró en la primera casa, cruzando el jardín como si hubiese vivido desde siempre ahí.
– Ten cuidado – le susurró la chica apresurando el paso para seguirlo y mirando sobre su hombro, como si algún policía los fuese a arrestar por invasión de propiedad privada.
La puerta principal de madera estaba cerrada con llave y citaba a un extremo en una chapa de la misma madera el nombre de Alicia en hierro forjado . Ojearon a través de las ventanas, pero las persianas estaban bajadas. Se entreveía solo oscuridad a través.
– No creo que sea buena idea – dijo Elyza desconfiada al ver que las intenciones de Nick eran entrar a la casa.
– Esas cosas no pueden hacernos nada – dijo apacible.
El chico se escabulló por el lateral, esquivando juguetes abandonados hasta que Elyza lo perdió de vista. No quiso seguirlo, decidió en su lugar, inspeccionar el resto de la calle. Le extrañó desde el principio la forma en la que estaban estacionados los autos, sentía calor emanar de ellos y se alarmó. Aquellos autos habían estado encendidos no hacía mucho tiempo. Miró hacia todos lados aferrando el rifle entre sus brazos y su cuerpo. Al asomarse hacia una de las ventanillas, vio una colilla de cigarrillo encendido y antes de que pudiera darse la vuelta e ir en busca de Nick, el cañón de un arma le apuntaba directamente a la cabeza.
Nick tenía razón, los muertos no podían hacerles nada, pero los vivos sí.
Sentía el cañón del arma en la espalda, a su lado Nick caminaba a trompicones por los empujones que le daban. Eran cinco chicos y una chica.
La chica era rubia y tenía el cabello en una trenza despeinada. Caminaba al frente guiándolos a algún sitio y Elyza se tensaba al darse cuenta que cada esquina que cruzaba y cada calle que tomaba era el camino directo hacia la posada. Miraba de reojo a Nick que parecía haberse dado cuenta de lo mismo. Disparaban a diestro y siniestro a cualquier caminante que se les cruzara. Las detonaciones le erizaban la piel, el tremendo barullo que estaban armando los iban a atraer como plagas. Le preocupaba también que en la posada hubiesen escuchado los disparos y estuviesen preparándose para salir, dudó de si sospecharían que tanto ella como Nick estaban afuera. Sus pensamientos eran un caos, cualquier opción que se le pasara por la mente terminaba en desastre.
El chico que la vigilaba se le parecía conocido, cojeaba al caminar y se tapaba el rostro con una gorra verde militar, como si temiera ser reconocido. Elyza frunció el ceño intentando recordar, pero no se le venía nadie a la mente.
– Es por aquí – dijo la chica cruzando la cerca por donde Nick y Elyza habían salido horas antes.
Ambos palidecieron y se miraron. Intentaron forcejear con quienes los sostenían, pero solo consiguieron golpes. Elyza cuando quiso sacar el cuchillo de una de sus botas, pero le golpearon la nariz tan fuerte que un hilillo de sangre empezó a brotar, brillante y rojiza que se diferenciaba de la sangre seca y oscura que cubría su rostro.
Elyza empezó a ver puntos negros y al pelirrojo que la golpeaba. El chico que sostenía sus manos la soltó y se fue directo sobre el pelirrojo con sus puños. El chico cayó al suelo y Elyza lo siguió golpeando hasta que la tomaron con fuerza de un brazo y la pusieron de pie.
– Cálmate – le susurró el chico de la gorra – vas a hacer que te maten.
La rubia lo miró confundida y se dejó llevar nuevamente. Cuando divisaron la posada, Elyza empezó a temblar. Los apoyaron sobre la reja con fuerza, aun sosteniéndoles las manos a la espalda.
Travis estaba en la puerta principal y palideció al ver a los chicos afuera, se acercó sigilosamente levantando los brazos al ser apuntado por varios de los chicos.
– Abra la puerta – dijo el pelirrojo.
Travis miraba a Elyza. Todos lo apuntaban, excepto los dos que sujetaban a la rubia y a Nick.
Abrió el portón despacio. Primero pasaron la chica, junto al pelirrojo, tomando a Travis de la camisa y llevándolo hacia adentro de la posada. Seguido de Elyza y Nick, y por último, dos chicos delgados que parecían no entender muy qué hacían ahí.
Entraron en la posada y la mirada confundida y asustada de los demás los recibió. El pelirrojo golpeó en la espinilla a Elyza haciéndola caer de rodillas, la chica rubia hizo lo mismo con Nick.
– Revisa el patio trasero – ordenó el pelirrojo a uno de los chicos delgados.
Alicia la miraba con desespero, se asustó enormemente cuando la vio bañada en sangre, pero Chris la detuvo antes de que se fuera directo a ella, pues ya la chica la apuntaba con el arma.
– Hay dos camionetas afuera – dijo el chico al regresar.
– Reúnan lo que encuentren y llévenlos afuera – dijo el pelirrojo.
Todos se pusieron a registrar la posada, metiendo en cajas la comida y botellas de agua que encontraban.
– ¿Dónde están las llaves? – preguntó.
Todos se miraron, pero nadie dijo nada.
– ¿Dónde están las llaves? – repitió elevando la voz.
El chico de la gorra zarandeó a Elyza, poniéndola de pie.
– ¡¿Dónde están las putas llaves?! – le gritó en la cara y pudo ver su rostro.
Elyza abrió los ojos con sorpresa al reconocerlo. El chico la llevó hacia una de las habitaciones y cerró la puerta con un golpe.
– ¡No! – gritó Alicia poniéndose de pie, pero Chris volvió a detenerla.
Dentro de la habitación Elyza estaba apoyada sobre la pared, mientras el chico se quitaba la gorra, dejando ver su rostro redondo y sudado.
– No quiero que el idiota ese les haga daño – le dijo – por favor, solo danos las llaves y nos iremos.
Elyza asintió buscando en el koala que estaba desparramado en el suelo.
– Creí que habías muerto – dijo en un susurro – creí que Ka te había dejado morir.
Trevor negó con la cabeza – lamento todo esto, pero no tenemos comida y ese imbécil es peor que Ka.
La rubia sintió un escalofrío.
– Nos iremos de regreso a San Diego – le explicó.
– ¿Están locos? – Dijo con sorpresa – eso es un suicidio.
– Lo sé – asintió con pena – deben irse apenas nos vayamos, no tendrán mucho tiempo, esos monstruos están de camino hacia acá.
– ¿De qué hablas? – preguntó asustada.
– Leo – dijo hablando del pelirrojo – sacó a los caminantes del hospital, luego de que ustedes se fueron, tenemos días siguiéndoles la pista – explicó – intenté convencerlo de irnos, pero no me quiso escuchar, ahora esos monstruos del infierno están de camino y, con el escándalo que armó al venir, los está guiando hasta aquí.
Elyza asintió y empezó a sudar frío, le dio las llaves – Suerte – Trevor la miró con tristeza.
– No salgas hasta que nos hayamos ido – dijo sacando su arma y apuntando hacia una esquina de la habitación. La detonación hizo sonar un pitido en sus oídos. Y como un eco escuchaba los gritos de alguien afuera.
Trevor salió con prisas y terminó de subir las cajas a la camioneta. Afuera todos estaban de rodillas y con las manos atadas en la espalda.
– Los caminantes tendrán una buena cena hoy – dijo Leo con sorna.
Desde lejos se escuchaban centenas de pasos arrastrándose por el asfalto. El pelirrojo dejó la puerta abierta de par en par, se montó en la camioneta y salió acelerando con fuerza.
Chris intentaba zafarse, al igual que los demás. Logró sacar una de sus manos y terminó por soltarse. Se asomó por la puerta y lo que vio le erizó la piel.
– Mierda.
Elyza salió de la habitación y ayudó a desatar a los demás.
– Tenemos que irnos ya – dijo.
Alicia se aferró a ella con lágrimas en los ojos.
– Estoy bien – le dijo la rubia dándole un beso corto – ¿Tú estás bien?
– Creí que… – la voz se le entrecortó a la vez que Elyza volvía a besarla.
– Busca tus cosas ya – le ordenó – busquen todas sus pertenencias y la comida que está guardada – dijo en voz alta para que todos escucharan.
La chica se apresuró hacia el portón de la entrada y lo cerró atravesando una enorme cabilla de acero en ella.
– ¡No tenemos mucho tiempo! – gritó.
Todos corrían de un lado a otro, llevando bolsas, cajas y botellones de agua. No era mucho, pero les alcanzaría para dos semanas como máximo.
Travis abrió el portón del patio trasero, mientras todos se montaban desesperados en la camioneta.
Desde ahí se escuchaban los gruñidos y golpes de los caminantes aglomerados en el portón principal. Blanca cargaba con una enorme caja gris.
– Son las cosas de Sebastián – dijo al ver que todos la miraban con el ceño fruncido.
Travis aceleró, dejando atrás el lugar. Pudieron ver como los caminantes entraban a trompicones a la posada, a lo que había sido su hogar durante bastante tiempo.
Elyza apretaba los puños furiosa, por lo injusto de la situación. Ya tenía que haber estado acostumbrada, los muertos no eran el problema principal, podían mantenerlos a raya. En un mundo como ese, los vivos eran el problema real, siempre habían sido ellos el problema real.
Luego de varios minutos pasando calles y avenidas, Travis se atrevió a preguntar – ¿A dónde iremos ahora? – Nick y Elyza se miraron, sabiendo perfectamente a dónde ir.
– Hay una pequeña urbanización más adelante – dijo – es segura.
Se estacionaron al frente de la primera casa. Desactivaron el control automático del portó eléctrico y lograron cerrarlo, luego de varios intentos y maldiciones. Aún había luz, pero no faltaba mucho para que empezara a anochecer. Revisaron las casas de la primera calle, los autos seguían ahí en el mismo sitio. Se preguntó por qué no se los habrían llevado. Revisó cada uno y se dio cuenta de que ninguno tenía combustible, lo más probable era que ya hubiesen saqueado las estaciones de servicio, no debían tener ya suministros si habían estados vigilándolos a ellos para robarles lo que tenían. No podían quedarse allí por mucho tiempo, si ya no había comida cerca, ni combustible, lo más sensato era empezar a buscar otro sitio seguro donde quedarse, pero no iba a ser esa noche.
– Elyza – susurró Alicia a través de la puerta de la habitación. Habían logrado abrir una de las casas para poder pasar la noche.
La rubia había pasado varias horas sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared mirando a la nada. El haber perdido a Sebastián y ahora su hogar le habían caído como balas en el pecho. La voz de Alicia pareció traerla de regreso a la realidad. Estiró el brazo hacia el pomo de la puerta y la dejó pasar.
Alicia entró tanteando en la oscuridad de la habitación. La rubia tomó su mano e hizo que se sentara a su lado, descansando su cabeza sobre el hombro de la otra chica.
– Gracias – fue lo único que le dijo Elyza.
Dejó de sentir frío en ese instante. El calor de Alicia se le hacía agradable y se dio cuenta de lo mucho que la había extrañado. Apretó su brazo con fuerza, inhalando el aroma natural de la morena y la calidez le invadió los pulmones. Alicia empezó a acariciar su cabello y a darle besos cortos hasta donde alcanzaba.
– No me dejes sola – le suplicó con la voz temblorosa la rubia.
– Nunca – le dijo despacio.
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