May we meet again VII
No se que pasó, me encantan los zombies. Fan fiction basado en la serie Fear the walking dead con Alicia Clark y Elyza Lex.
Elyza se despertó con un golpeteo suave desde la puerta. Se desperezó y caminó somnolienta hacia la puerta.
Sebastián la miró confundido porque aún no estaba lista.
– ¿No vienes? – le preguntó enarcando una ceja.
– ¿A dónde? – preguntó la rubia confundida.
– A buscar medicinas – dijo como si fuese lo más obvio del mundo, pero Elyza había olvidado eso por completo.
Se apresuró a lavarse, guardó algunas barras nutritivas y chocolates en su koala, un par de botellas de agua, munición y sus armas.
Afuera la esperaban Sebastián y Chris. Quiso avisarle a Alicia pero el chico la tomó del brazo apresurándola.
– Ya le dirán a tu novia que saliste – dijo cuando la haló hacia la camioneta.
Elyza se amarró el cabello con una de las tantas ligas de Alicia y se aferró al rifle mientras iban hacia la zona, que alguna vez, fue la más poblada de Victoria.
El frío le congestionaba la nariz, a pesar de que ya habían subido algunos grados. Pero eran alrededor de las seis de la mañana y se sentía demasiado desorientada, pensó que tal vez así podían sentirse los caminantes, añadiéndole el deseo de carne humana y sangre fresca, se le erizó la nuca al pensar en eso.
La carretera principal estaba invadida de autos abandonados, la mayoría con las puertas abiertas de par en par. En ocasiones anteriores habían atravesado esa vía, pero no se habían detenido a inspeccionar. El ambiente era completamente desolador. Elyza miraba de un lado a otro, masticando un chocolate con dulce de leche para levantar sus ánimos. Miró a los mismos caminantes encerrados en algunos vehículos, algunos fijados a los asientos por los cinturones de seguridad que no habían tenido tiempo de quitarse. Y algunos otros que solo golpeaban las ventanas al escuchar el ruido de personas vivas.
Se detuvieron al frente de un pequeño negocio de paredes blancas. A ambos lados había una especie de depósitos en donde debían de estar las medicinas resguardadas. La farmacia había tenido, en sus mejores días, ventanales de vidrio transparente, pero en ese momento estaban completamente rotos y manchados de sangre seca. La puerta estaba cerrada, pero ese era el menor de sus problemas. Dentro del local vagaban dos caminantes, eran jóvenes y vestían batas blancas muy sucias. Al acercarse Chris, de inmediato se fueron tambaleando hacia él. Chris se adentró y con un cuchillo carnicero mató al primero y se tomó su tiempo para matar al segundo.
– Deja de jugar – lo regañó Elyza. Había decidido usar su arma colt, dejándose el rifle cruzado a su espalda.
Las estanterías estaban vacías, no era de extrañarse.
– Revisa debajo de los anaqueles – le dijo Chris – a Alicia le ha funcionado.
Elyza se agachó pensando en cómo no se le había ocurrido antes algo así. Debajo de las estanterías había algunos sobres de vitaminas, dos cajas de antibióticos y nada más. Le lanzó las cajas a Chris que tenía un morral atado a sus hombros. Ella no había pensado en llevarse algo para guardar lo que encontraran. Estaba demasiado distraída, su mente iba de Alicia a lo que había hecho durante la noche anterior y, por último, pensaba en lo qué hacía en ese momento. Sabía que no podía darse el lujo de tener los pensamientos en las nubes, eso podía costarle la vida.
En la entrada estaba Sebastián, con su rifle pegado al cuerpo, mirando de un lado hacia otro, de vez en cuando les daba un vistazo a los chicos y los apuraba.
Consiguieron algunas cajas de vendas, gasa y algodón. Estaba muy bien, era mejor que no conseguir absolutamente nada. Pero necesitaban entrar al depósito y para su mala suerte la puerta de hierro estaba sellada con una cadena enorme y un candado agujereado de balas. Chris suspiró ruidosamente, detrás de esa puerta debía de haber muchísimos suministros que ellos necesitaban. Dejarle una lluvia de balas probablemente solo atraería caminantes y la puerta seguiría igual de cerrada.
Conocían casi a la perfección la ciudad de Victoria, tenía unos paisajes increíbles y a pesar de que la vegetación empezaba a comerse algunas calles y casas enormes, aún conservaba cierto encanto.
Para el mediodía ya habían revisado cuatro farmacias, habían gastado más tiempo asegurando las zonas a donde llegaban que buscando suministros.
– Debimos venir con más personas – dijo Elyza apoyada a un lado de la camioneta, viendo la carretera vacía y tomando agua.
Chris y Sebastián se miraron.
– ¿Por qué no vinieron los demás? – Preguntó acercándose a ellos – ¿Sebastián? – dijo al notar que no le respondían.
– Travis se había negado a la búsqueda, dijo que no era seguro.
– ¿Por qué dijo eso? – Preguntó confundida – se supone que estaba planificado.
– Iremos al hospital ahora – soltó Chris.
Elyza sonrió incrédula – es un chiste – dijo mirándolos – no podemos ir solo los tres ahí.
– Pues nadie más quiso venir – dijo Chris cruzándose los brazos.
– ¿Por qué no me dijiste nada? – preguntó acercándose a Sebastián empezando a enojarse.
– Él sabía que no ibas a aceptar – intervino Chris.
– Evidentemente – dijo furiosa – ¿Están locos? Ir solo los tres es un suicidio, ese sitio debe estar infestado completamente.
– Solo revisaremos un piso, será una búsqueda rápida – dijo Sebastián intentando tranquilizarla.
Elyza caminaba de un lado a otro, quiso regresar de inmediato por donde habían venido, pero dejarlos solos en esa situación también era desconsiderado. Los miró furiosa, entró a la camioneta y esperó que los otros dos se montaran y arrancaran. No les dirigió la palabra a ninguno en el camino.
Al llegar al hospital la escena era desoladora. Las ambulancias estaban puestas al azar, con las puertas abiertas y los vidrios rotos. Algunas estaban negras como el carbón, quemadas y aún se percibía el olor de las llantas derretidas. Había coches de policía, los cuales revisó con detenimiento en busca de alguna radio con baterías o munición. Ignoraron los cuerpos quemados sobre el estacionamiento, los charcos de sangre secos y todo indicio de muerte. Se encaminaron hacia un costado del hospital, hacia urgencias.
Cualquier persona en su sano juicio evitaría la sala de urgencias, porque podía ser un nido de caminantes. Antes de que todo se fuera a la mierda, las personas heridas habían ido hacia todos los hospitales del país, era evidente que las salas de urgencias iban a ser las más caóticas, y luego de que la enfermedad, o lo que fuera, se esparciera, eran esos sitios los que iban a ser más peligrosos, llenos de cientos y hasta miles de seres, que técnicamente, estaban muertos pero por alguna razón desconocida, seguían de pie, andando y hambrientos de los vivos.
Si Eliza no hubiese estado distraída, pensando en lo que fuese que pensara, se habría negado rotundamente a la idea de Sebastián. No entendía por qué aquel hombre se esforzaba demasiado en llevarlos a todos hacia el peligro, se arriesgaba demasiado y no se daba cuenta de la responsabilidad que tenía sobre los hombros, responsabilidad que empezaba a caer sobre la rubia.
Ella los siguió sin replicar. Al llegar a la puerta batiente de la sala, ojearon por las ventanillas para asegurarse de que no hubiera nadie indeseado, o algo indeseado.
El pasillo estaba vacío, las huellas de sangre pintaban tanto el suelo como las paredes. Los hospitales eran sitios tétricos, eran naturalmente tenebrosos y, aquella escena, multiplicaba la sensación. Todos estaban asustados, aunque no lo demostraran.
Chris empujó con suavidad la puerta, seguido de Elyza y Sebastián. Las camillas interrumpían el paso y al intentar moverlas armaron un estruendo que les puso los pelos de punta. Montones de bandejas metálicas e instrumentos quirúrgicos cayeron al suelo con un sonoro golpe. Los tres se quedaron inmóviles esperando escuchar cualquier ruido que les diera cuerda para correr lejos de allí, pero solo hubo silencio. Tal vez se confiaron demasiado y ese fue su más grande error. Cuando ya estaban a mitad de pasillo, un estallido de gruñidos los hizo brincar de miedo. Desde la entrada de la sala, justo por donde ellos acababan de entrar, se asomaban docenas de caminantes directo hacia ellos.
Tenían que admitir que eran un poco torpes, se tropezaban con todo a su paso, las camillas los mantenían a raya, pero era cuestión de tiempo que lograran atravesar el pasillo y que se dieran un banquete de carne fresca.
Elyza reaccionó al instante, empezando a correr hacia el lado contrario, llevándose consigo a Chris y Sebastián que seguían petrificados. Cruzaron como balas hacia otro pasillo, atravesaron un consultorio y salieron hacia otro pasillo. El hospital era un laberinto y empezaron a entrar en pánico. Elyza y Chris se miraban presos del miedo.
– ¿Dónde está Sebastián? – preguntó la rubia mirando a todas partes.
– Venía detrás de ti.
Los chicos se devolvieron sobre sus pasos y al entrar al consultorio donde habían salido se encontraron de frente con varios caminantes que caían sobre ellos. Chris cerró la puerta al instante, apoyando su cuerpo para contrarrestar la fuerza de los muertos, con ayuda de Elyza logró cerrarla, pero los golpeteos furiosos de aquellos seres empezaban a hacer saltar las bisagras.
Subieron las escaleras como poseídos, eufóricos, huyendo de la mismísima muerte. La visión de la rubia se nubló y empezó a llorar mientras corría por el pasillo del segundo piso, idéntico a los demás. Se convenció de que Sebastián había logrado huir a tiempo y que estaba bien, pero a medida que pasaban los minutos su pecho oprimido empezaba a dificultarle respirar. Intentó calmarse y pensar con claridad. Debían buscar un lugar seguro y planear una vía de escape. El hospital debía tener más de una entrada, solo necesitaba ubicarse en él.
Todas las habitaciones del segundo piso estaban selladas, cerradas con gruesos candados y tablillas de madera. Ninguno de los dos quiso acercarse a buscar la razón, porque ya la sabían.
Encontraron otras escaleras en el lado opuesto. Elyza colocó el silenciador en su arma, empuñándola con fuerza hacia el frente, mientras bajaban los escalones y lo que vieron les hizo salir el alma del cuerpo.
Todo el pasillo estaba infestado, todos se apretujaban entre sí y al notar la presencia de los dos chicos, cientos de ojos de posaron en ellos.
– Mierda – dijo Chris – vamos a morir.
Elyza lo fulminó con la mirada y lo arrastró de nuevo hacia arriba. Los cuerpos se aglomeraban en el estrecho espacio de las escaleras y la rubia se preguntó si tendrían la habilidad de subirlas. No quiso quedarse a ver si podían o no, ambos empezaron a correr escaleras arriba hacia el tercer piso.
En la posada, Alicia ayudaba a Travis y a Nick con la leña para la chimenea.
– Han tardado mucho – dijo preocupada – ya casi anochece.
– De seguro fueron al hospital – dijo Travis y Alicia lo miró alarmada.
– ¿Qué? – preguntó elevando la voz.
Alicia entró hecha una furia hacia la casa, tomó su navaja, una de las armas de Elyza y las llaves de una de las camionetas. Nick la había seguido fastidiado.
– ¿A dónde crees que vas? – le preguntó.
– A buscarlos – espetó llevándose un pequeño koala sobre el hombro y encaminándose hacia la entrada.
Travis entró apresurado también, sabiendo las intenciones de la morena. Madison y Blanca salieron de sus habitaciones al escuchar la disputa.
– Tenemos que ir por ellos – suplicó.
Travis la miró exhausto.
– Es tu hijo – le reprochó, refiriéndose a Chris. Él asintió.
– ¿A dónde van? – preguntó Madison confundida.
– Sebastián, Elyza y Chris salieron temprano a buscar medicinas – le explicó Nick – no han regresado y creemos que pudieron haber ido al hospital.
– Alicia – la llamó su mamá.
– Tengo que ir por ella – dijo antes de que Madison empezara con su sermón habitual.
Los tres se pusieron en marcha sin notar que Jaden se había escabullido en la parte trasera de la camioneta.
Elyza y Chris se escabulleron en una habitación que ponía Cuarentena . Dentro se apilaban filas de camas individuales, una al lado de la otra, cercadas con barrotes. La puerta estaba abierta y dentro se arrastraba una mujer sobre su torso, la mitad inferior de su cuerpo no existía. En un extremo de la habitación había una puerta batiente que parecía haber estado cerrada con una cadena y un candado, pero ahora solo se veía la cadena guindada de uno de los manubrios oxidados. Desde el otro lado se escuchaban los gruñidos acercándose. Se dieron la vuelta para salir, pero un grupo de caminantes con batas, que en su mejor momento habían sido blancas, se acercaban desde ese extremo del pasillo. No tenían escapatoria. Miraron la jaula y se resguardaron allí, asesinando a la pobre mujer que se arrastraba por el suelo. Apuntalaron la entrada con un par de camas, el chirrido del hierro sobre el suelo pareció volverlos locos y se aglomeraron alrededor de ellos, estirando los brazos en medio de los barrotes. Los chicos se tomaron de las manos, inmóviles y pegados como chicles de la pared. Elyza recontó las balas de su arma, pero no serían suficientes para acabar con todos ellos, se dejó caer al suelo y abrazó sus piernas con fuerza, sus manos temblaban, igual que sus brazos y se dio cuenta de que su cuerpo entero empezaba a temblar. Iba a morir y no había podido despedirse de Alicia.
Travis se detenía frente al hospital con el chirrido seco de las llantas patinando sobre el asfalto. Vieron la camioneta de Sebastián estacionada cerca de la sala de urgencias y corrieron con prisa hacia allí. Los caminantes se encontraban al final del pasillo para entonces, bloqueando todo el camino. Se escondieron en un pequeño consultorio, planeando su próximo movimiento.
– Son demasiados – dijo Nick exaltado – debimos pensar antes de meternos aquí.
– Debe haber alguna manera de ubicarlos – dijo Alicia mirando su arma.
Travis la miró con sorpresa – tenemos que saber a dónde vamos a correr – dijo adivinando lo que quería hacer la chica.
Nick los miró confundidos.
Alicia se asomó a la puerta y disparó hacia la masa de cuerpos. Los caminantes se giraron histéricos y empezaron a caminar hacia ellos.
– ¿Estás loca? – dijo Nick empezando a palidecer.
– ¿Escuchaste eso? – Preguntó Elyza – parecían… disparos – dijo despacio agudizando el oído, pero los gruñidos eran más fuertes.
– Si hay alguien vivo en este hospital habrá escuchado los disparos – soltó ella.
Los caminantes se aglomeraron sobre la puerta del consultorio y empezaron a golpear con fuerza.
– Ahora corremos – dijo Nick.
Los consultorios en los hospitales estaban diseñados con dos puertas cada uno y ellos agradecieron eso. Se escabulleron hacia el consultorio de al lado y corrieron hacia las escaleras. Subieron al segundo piso y buscaron un sitio para resguardarse, disparar, esperar y volver a huir.
Alicia dejó escapar tres disparos más.
– Ahí está de nuevo – dijo la rubia poniéndose de pie – hay alguien aquí.
Le sacó el silenciador a su arma y disparó.
Desde el segundo piso se escucharon las detonaciones y Alicia se puso alerta – están vivos – dijo corriendo hacia el otro extremo del pasillo.
El entusiasmo no le permitió tomar las precauciones que debía. Un grupo de caminantes le interrumpió el paso al instante haciéndola caer hacia atrás. La morena se arrastró y gateó dándose la vuelta y corriendo de vuelta a la habitación donde estaba segundos antes.
– Mierda, mierda, mierda – dijo furiosa.
Desde la habitación se veía perfectamente a aquellos seres tambaleándose hacia ellos. Sin embargo, en medio de ese grupo se abría paso un niño rubio, cubierto de sangre desde los pies hasta la cabeza.
– ¡Jaden! – gritó la chica.
Travis y Nick se asomaron a la puerta y lo vieron. El chico caminaba despacio, como si fuese parte de ellos.
Alicia creyó que se había convertido, pero al ver la sonrisa en su rostro, su cerebro no creyó lo que estaba viendo. Los caminantes no le prestaban atención, ni por asomo.
Allí estaba él, caminando hacia ellos como parte de la manada. Se apresuró un poco y llegó hasta la puerta de la habitación. Pasó sus manos por su cara y cuerpo y luego señaló a los caminantes.
– ¿Es sangre de los muertos? – preguntó confundida, el chico asintió.
Travis, Nick y ella se miraron estupefactos. Si olían como ellos podían pasar desapercibidos. Travis salió al pasillo y se acercó lo más rápido que pudo al caminante que estaba más cerca, que venía comandando el grupo. Con la navaja que Alicia le había dado logró matarlo y con bastante esfuerzo logró llevarlo de regreso a la habitación.
El cuerpo estaba tirado frente a ellos y como nadie movía un solo músculo, Jaden le arrebató la navaja a Travis y apuñaló al cadáver en el pecho. La sangre borboteó hacia afuera y el chico abrió el torso hasta el abdomen. El olor era insoportable.
Elyza seguía disparando a los caminantes que iban cayendo uno a uno. Tendría que disminuir la carga si alguien los encontraba, de esa forma se haría más sencillo acabar con los restantes. Cuando su munición se agotó y se dio cuenta de que nadie venía y que los disparos que había escuchado antes ya no se escuchaban más, se dejó caer de nuevo agotada sobre el suelo. Chris la miraba con lástima, él también había escuchado las detonaciones, pero empezaba a creer que había sido su imaginación y que no había nadie ahí para rescatarlos. Lo peor de todo es que sus dos opciones de morir había sido reducidas a una y era la opción más grotesca: ser devorado por los muertos.
Enterró su cara abrazando sus rodillas, odiando esos gruñidos que se le clavaban en los tímpanos. Era una puta pesadilla, sus músculos dolían, sentía un incómodo hormigueo en los dedos y los sollozos de Chris la perturbaban aún más. Maldijo cuando escucho el chirrido de la puerta abrirse, más de esas cosas empezaban a llegar por el estruendo que había armado hace un rato, más dientes para devorar su carne y la de Chris, sin embargo, no esperó que ninguna de ellos la llamara por su nombre.
– ¡Psst! – escuchó entre el murmullo – Elyza – susurraron.
Al frente de ella estaba Alicia, el corazón le dio un vuelco. Era ella, estaba bañada en sangre y estiraba los brazos hacia ella.
– Soy yo, tonta – le dijo al notar que la rubia la miraba confundida. A su lado apareció Nick con las mismas pintas y luego Travis junto a Jaden. Abrió los ojos con sorpresa y miró a Chris que contemplaba la escena estupefacto. Tomó la navaja que Alicia le tendió y se dirigió a la mujer que yacía muerta en el suelo. Hizo un corte en su cuerpo y haciendo un cuenco con ambas manos llenó de sangre su cara y su ropa. Chris tragó fuerte y se agachó junto a ella para hacer lo mismo.
Los gruñidos empezaron a disminuir, los caminantes miraban la celda con confusión y algunos se daban la vuelta para irse. Otros deambulaban desorientados, creyendo que su comida se les había escapado. Esta vez Chris y Elyza levantaron las camas que cerraban la puerta, para hacer el menor ruido posible. La puerta se abrió y Alicia entró yendo directo hacia su rubia y abrazándola con fuerza. Luego de varios minutos se separaron ante las miradas impacientes de los demás.
– ¡Pudiste haber muerto! – Dijo enojada Alicia en voz baja – ¿Estás loca?
– Alicia yo no…
– ¡No vuelvas a hacer ninguna estupidez como esta! – dijo interrumpiéndola y golpeando su hombro – ¡Eres una idiota!
Elyza la abrazó de nuevo.
– Yo no sabía nada, creí que solo íbamos a las farmacias.
– Es verdad – dijo Chris – ella no sabía nada.
– Todo fue idea de Sebastián – dijo la rubia y al pronunciar su nombre volvió a sentir la punzada de dolor en el pecho – ¿No lo encontraron? – preguntó con voz temblorosa.
Los tres negaron con la cabeza con pesadez al darse cuenta de lo que debió haber pasado con él.
Sebastián ya no estaba.
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