Max, el perro de mis vecinos.
Como, tras ofrecerme a cuidárselo, obtuve mi recompensa.
Hola, me llamo Berta. Soy una joven de 39 años amante de los animales, aunque debido a que vivo en la ciudad y que mi apartamento es muy pequeño, nunca he podido tener ninguna de esas mascotas que suele tener la gente, tales como gatos, perros, etc. Aunque si tuviese la posibilidad, os puedo asegurar que por lo menos un buen perro sí que lo tendría, ya que desde siempre me ha encantado la idea.
Ahora en este momento, estoy aquí de vacaciones en un pequeño pueblo, en el cual he alquilado una segunda planta de una casita en una buena urbanización. Aquí me pienso pasar un mes, rodeada de paz y tranquilidad, para así poder dejar atrás todo el estrés que traigo acumulado de la ciudad.
La casita no es muy grande, pero está muy bien ubicada y en plena naturaleza. Además, tiene una amplia terraza en la cual he estado tomando el sol hasta ahora, y a veces hasta desnuda, ya que por aquí no suele pasar mucha gente y además es muy difícil que puedan verme desde la calle.
No obstante, yo sí que puedo ver bien la terraza de mis vecinos de abajo, ya que la mía tan solo tapa una parte de la suya. Por eso he podido ver que son un matrimonio joven, los cuales trabajan y están casi todo el día fuera de casa.
También he visto que tienen un perro de gran tamaño el cuál, cuando no está en su caseta, se pasa todo el día ladrando al echar en falta a sus amos. Ahora como ya sabe que yo estoy en la terraza de arriba porque me ha visto en varias ocasiones, se suele poner sentado sobre sus patas traseras y empieza a mirar hacia arriba gimiendo, como queriéndome decir que querría estar conmigo para no encontrarse tan solo todo el día.
Ese gesto a mí me hizo reflexionar, y al final decidí bajar un día a hablar con mis vecinos. Entonces les expliqué todo lo que ocurría y me brindé a hacerme cargo de su pastor alemán, durante el tiempo que iba a pasarme allí. A ellos la idea no les pareció nada mal, y tras agradecerme el gesto altruista que tuve con ellos decidimos que, a partir de ese día, antes de irse los dos a trabajar, me lo traerían a mi casa. Así al día siguiente me lo trajeron, al igual que hicieron con su comida y su correa por si quería sacarlo también a pasear, y después se marcharon ambos tras despedirse de Max (que así se llamaba el perro) muy cariñosamente.
Al principio los dos nos encontrábamos bastante raros puesto que yo para él era tan solo una extraña y además alguien que no había tenido nunca perro, pero conforme fue pasando el tiempo y nos fuimos conociendo más, cada vez nos fuimos cogiendo más cariño y nos fuimos compenetrando mejor.
Max era un animal muy dócil y bonachón, por lo cual todo transcurría de maravilla entre nosotros.
Al día siguiente ya no venía a olerme como al principio y tan solo lo que quería era jugar conmigo. Luego cundo lo hacíamos y se cansaba, se iba a tumbar a la sombra, aunque eso sí, sin dejar de mirarme en ningún momento, como incitándome a seguir jugando cuando quisiera.
Yo trataba de ir haciendo mi vida como antes, así que como hacía un buen día, me fui a poner el bikini y me tumbé en la hamaca como siempre para tomar el sol. Al poco rato me quité la parte de arriba y al final como siempre, y sin percatarme de que no estaba sola, me quité también las braguitas para que así no me quedasen las marcas del sol.
Después cerré los ojos y traté de relajarme. Así me pasé un buen rato con las piernas abiertas, para favorecer que el sol me pudiese entrar bien en mi ya caliente coño. Al poco tiempo noté entre mis muslos una cosa peluda, fría y húmeda, queriendo acercarse a mi raja, lo que hizo que de repente abriese los ojos asustada y al hacerlo, viese ante mí a aquél perro tan grande, el cual había puesto su hocico justo en mi entrepierna.
Entonces me enfadé con él y de un empujón lo aparté y le ordené que se fuese a su rincón. Max bajando la cabeza obedeció al momento y se fue a tumbar a la sombra, aunque sin dejar de mirarme con aquellos ojos tristes, como pidiéndome perdón. En ese momento me sentí muy mal por todo lo ocurrido, ya que no entendía qué pretendía aquel animal, así que me levanté de la hamaca y así desnuda como estaba, me fui hacia él.
Entonces le empecé a hablar como si me entendiese y le fui acariciando la cabeza con mi mano, así como la barriga. A él eso le debió de parecer como si le perdonase ya que enseguida se puso muy contento y de espaldas al suelo, con las patas abiertas, dejando a mi disposición todo su gran arsenal, el cual no era otro que sus huevos negros y una larga funda peluda que no sé qué debía de guardar.
A todo eso yo ya no sabía que hacer y me fui poniendo muy nerviosa a la vez que muy caliente también. Yo jamás me había encontrado en una situación así, ni había visto nunca tan de cerca todo aquello que me estaba enseñando Max, así que no se me ocurrió otra cosa que seguir acariciándole la barriga, para así poco a poco y debido a mi curiosidad, ir acercando mi mano a aquella funda tan grandiosa y peluda que tenía allí entre sus patas, al igual que a aquellos huevos tan negros, los cuales le fui acariciando con mucho cuidado hasta ver como reaccionaba.
Pero al parecer todo aquello le estaba gustando por la forma con la que me miraba y los gemidos que iba soltando de vez en cuando, así que me decidí a averiguar que ocultaba debajo de aquella peluda funda. Para ello empecé como pude a echársela para atrás.
Entonces se me iluminó la mirada al ver que de ella salía una cosa muy roja y puntiaguda, la cual siguió apareciendo más y más, conforme iba retirándole todo aquello. Ahora ya se le había convertido en algo diferente y mucho más largo y grueso que al principio, además comprobé que por el agujerito de su punta le empezaban a salir ya unas gotas de líquido viscoso, el cual me estaba dejando toda la mano pegajosa, aunque a la vez me iba sirviendo de lubricante para poder seguir con todo aquello.
Ahora se le había convertido ya en una gran polla rosada y llena de venas, y con todo aquello en mis manos me había puesto tan caliente, que tuve que llevar mi otra mano a mi entrepierna, para empezar a meterme los dedos sin parar en mi chorreante coño.
El perro entonces empezó a hacer unos movimientos raros para mí y noté que cada vez se iba poniendo más nervioso, así que al ver aquella polla palpitante ya toda fuera de la funda, me entraron unas ganas tremendas de hacerle una buena paja, y así poco a poco ir acercando mi lengua sobre ella para empezar a darle unos suaves lametones, hasta que me atreviese a metérmela en la boca para empezar a mamársela como una loca por primera vez.
Así me pasé un buen rato y conseguí ponérsela aún más larga y gorda que antes, tanto que ya notaba como me iba chocando en mi garganta en cada embestida que le daba. Mientras tanto el perro, seguía soltando disparo a disparo todo aquel líquido viscoso dentro de mi boca, hasta el punto que ya no lo podía retener más y se me iba escapando por la comisura de los labios.
Luego Max se levantó muy nervioso y empezó con su cuerpo a empujarme por las piernas como queriéndome tirar del todo al suelo. Entonces decidí volver a tumbarme en la hamaca para ver si averiguaba lo que había intentado hacerme antes y me puse en la misma posición que estaba. A continuación, volví a abrir bien las piernas y cerré de nuevo los ojos, tratando de relajarme.
Al momento sentí otra vez su cuerpo peludo y también su hocico frío y húmedo abriéndose paso entre mis muslos. Luego noté su larga y rugosa lengua lamiéndome toda la zona genital y seguidamente se dedicó a lamer todo mi chorreante coño, haciéndome sentir en la gloria. Con cada lametón que me daba, me iba abarcando todo el coño y además todo el culo, por lo que el placer que me hacía sentir era el doble.
En ese momento yo tan solo me dejé llevar, y cogiéndole por la cabeza, lo animé a seguir. Después traté de separarme bien los labios del coño todo lo que pude, y él ya se encargó de meter su larga lengua hasta lo más profundo de mi ser, para sacarme todos los jugos posibles haciéndome correr como una loca.
Llegados a ese punto decidí dar el siguiente paso. Para ello empecé a pensar en todo aquello que había visto hacer en alguna ocasión en aquellas películas porno de zoofilia que a veces solía ver. Así que me levanté de la hamaca y me puse a cuatro patas sobre el suelo de la terraza. En ese momento Max me vino enseguida a oler por detrás toda la zona genital, y empezó de nuevo a lamerme el coño, haciéndome correr de nuevo.
Luego trató de montarme y de penetrarme una y otra vez, aunque sin conseguirlo, ya que todas sus embestidas las acababa chocando la punta de su polla en mis nalgas. Por seo decidí que tenía que ayudarlo un poco cogiéndosela con mi mano y dejándosela justo en la entrada del coño. Entonces sí que acertó y de un golpe me la metió sin miramientos, hasta el fondo y empezó frenéticamente a bombear dentro de él, bajándose a ratos varias veces y repitiendo la operación.
Así me hizo correr como nunca en más de una ocasión. Después cuando comprobé que él ya estaba casi a punto, recordé también lo que le ocurría a los perros y que había visto en las películas, que era lo del abotonamiento. Entonces como vi que tenía ya aquella gran bola fuera de su funda, antes de que intentase metérmela dentro del coño, se la cogí por detrás con una mano y de esa forma fui controlando yo la situación.
Luego le dejé que siguiese follándome hasta que en una de sus embestidas se corrió ya dentro de mí. La gran descarga que me echó fue monumental. Mucho más abundante que la de cualquier hombre y además mucho más caliente. Por otro lado, sentí mi coño mucho más repleto de carne que nunca, puesto que cuando me la metió, aquello no paraba de crecerle dentro, tanto en longitud como en grosor.
Además, la temperatura de su polla era mucho más caliente que la de los hombres, por lo que la sensación de sentir aquello dentro era una pasada. También como iba arrojando poco a poco ese líquido caliente que iba soltando, eso le servía como lubricante para una mejor penetración.
Una vez que fui probando de hacer todo lo que recordaba de las películas con Max, decidí darme una buena ducha, aunque él ya se había encargado de dejarme toda la zona bien limpia con sus últimas lamidas.
Luego al acabar, cogí su correa y una vez se la puse, nos fuimos los dos a dar una vuelta como si fuésemos dos enamorados. Ese día creo que para ambos fue extraordinario y aún me quedan muchos más de estar aquí aprendiendo junto a él, y así, en la más estricta intimidad, darnos todo el placer que podamos el uno al otro.
Al regresar de nuestro paseo diario uno de esos días, llegaron sus dueños a buscarlo y tras preguntarme como me iba con Max, tan solo se me ocurrió decirles que… ¡estupendamente!, que estaba aprendiendo muchas cosas con él y que no se podían imaginar, lo bien que lo estábamos pasando los dos cada día.
Entonces una vez cogieron a Max y ya desde la puerta, me dieron las gracias y me comentaron que ahora veían a su perro mucho más alegre y contento que antes. Después se despidieron ya hasta el día siguiente y se marcharon.
Luego, al quedarme a solas pensé para mí misma riéndome… ¿más alegre y contento que antes?... ¿por qué será?
FIN