Matrimonio por Contrato VII Capítulo
Cuando vio que Alexa intentaba aferrar la bata para colocársela, se lo impidió. Inclinó la cabeza y se apoderó de sus labios. La sorpresa inmovilizó a Alexa, y Nicki decidió aprovecharlo a su favor. Con un certero movimiento introdujo la lengua entre esos carnosos labios y se dispuso a explorar
Aterrada, dejó el cobertor de lana sobre la silla y cerró la puerta al salir. Acto seguido, corrió por el pasillo y se detuvo justo delante de ella.
—
Hola.
Nicki parecía mirarla con expresión recelosa. Algunos mechones rubios le cubrían la frente mientras la observaba con los ojos entrecerrados, como si no se fiara de la cordialidad que le demostraba. Alexa se sintió culpable, pero decidió desentenderse del sentimiento.
—
Hola —replicó Nicki al tiempo que echaba un vistazo por la casa, un gesto que hizo que Alexa contuviera el aliento—. ¿Qué pasa?
—
Nada —contestó Alexa—. Estaba a punto de preparar la cena. A menos que estés cansada y quieras acostarte ahora mismo.
Nicki enarcó una ceja al percibir el deje esperanzado de su voz.
—
Son las seis.
—
Cierto. Bueno, supongo que tienes mucho trabajo que hacer, ¿verdad? Te subiré la comida al estudio si quieres.
A esas alturas Nicki parecía ya irritada.
—
Ya he trabajado bastante por hoy. Quiero relajarme con una copa de vino y ver el partido.
—
¿Juegan los Mets?
—
No lo sé. De todas formas no han pasado de fase y tampoco se clasificaron como los primeros de su liga. Los Yankees todavía tienen una oportunidad.
Alexa se removió, bastante molesta.
—
Van demasiado alejados de los puestos de cabeza. No lo lograrán. Los Yankees no llegarán este año a la final.
Nicki soltó un suspiro impaciente.
—
¿Por qué no ves a los Mets arriba?
—
Quiero la tele grande.
—
Y yo.
Alexa se mostró muy gruñona. Se aferró a la emoción, agradecida por el hecho de que el miedo hubiera desaparecido. Le dio la espalda a Nicki y se marchó hacia la cocina.
—
Vale, pues reclamo el favor que me debes.
Nicki colgó su abrigo negro de lana en el armario, pero se detuvo en el vano de la puerta. La observó sacar los ingredientes para la ensalada que después no iba a comerse y cortar la verdura que pensaba preparar en el wok. Después, se acercó al frigorífico, sacó una botella de vino y le sirvió una copa a Alexa.
—
¿Qué has dicho?
—
Que reclamo el favor que me debes. Quiero ver a los Mets en la tele grande del salón. Quiero que tú te quedes arriba y veas allí el partido de los Yankees. Y no quiero escuchar ni un solo ruido. Ni un grito, ni un silbido, ni un «¡Vamos, Yankees!». ¿Queda claro?
Cuando miró hacia atrás, Alexa vio que Nicki la observaba boquiabierta, como si le hubieran salido cuernos. Intentó no reparar en lo monísima que estaba con la boca abierta y con esos increíbles hombros que tensaban la camisa gris. ¿Por qué narices tenía que ser tan atractiva? Tanto las mangas de la camisa como el cuello seguían impecables a pesar de que la había llevado puesta durante todo el día. Los pantalones de color gris oscuro aún mantenían la raya, como si estuvieran recién planchados. Se había desabrochado los botones de los puños y se había remangado, como acostumbraba a hacer.
Alexa se fijó en los brazos y en sus manos y esos dedos tan fuertes que aferraban la copa con fuerza. Se estremeció al pensar en que dichos dedos podían tocar muchas otras cosas. Intentó no comérsela con los ojos como si fuera una adolescente y siguió cortando las verduras.
—
Estás loca. —Al parecer, Nicki necesitó recuperarse de la sorpresa porque tardó un rato en hablar
—
. Se supone que este tipo de favores se reserva para cosas muy importantes.
—
Yo decido cuándo solicito el favor.
Nicki se acercó. Su calor corporal amenazaba con hacer trizas su cordura. Ansiaba apoyarse en su pecho y dejar que sus brazos le rodearan la cintura. Ansiaba sentir el apoyo de esas fuertes piernas y fingir que eran un matrimonio de verdad. Se darían el lote en la cocina y acabarían haciendo el amor en la recia mesa de roble, entre el vino y la pasta. Después compartirían la cena, hablarían tranquilamente y verían juntas el partido de los Mets. Se obligó a tragar saliva y a olvidar la fantasía.
—
¿Vas a solicitar el favor para ver un dichoso partido de béisbol?
—
Ajá.
Alexa echó el ajo y los pimientos en el wok y Nicki se acercó un poco más, hasta tal punto que ella notó el roce de la hebilla del cinturón en la espalda. Pese a estar cubierta por la gruesa tela de los vaqueros, la idea de que pudiera tocarla de forma más íntima hizo que le temblaran las manos. Su cálido aliento le acarició la nuca al tiempo que apoyaba las manos en la encimera y la aprisionaba entre sus brazos.
—
Los favores son algo valioso. ¿Quieres malgastar este en un ridículo partido que no tiene la menor relevancia?
—
Para mí todos los partidos de los Mets son relevantes. Al contrario de lo que os pasa a vosotros, que no os los tomáis en serio porque os lo tenéis muy creído. Ganar es fácil para vosotros. Así que dais la victoria por sentada.
Nicki le gruñó al oído:
—
Yo no siempre gano.
Alexa se aferró al tema del béisbol.
—
Mantuvisteis la arrogancia incluso después de perder la final con los Sox. Ni siquiera les demostráis respeto a los demás equipos.
—
No sabía que los pobres Yankees eran capaces de formar tanto alboroto.
—
Son los seguidores, más que el equipo en sí. Nosotros, los seguidores de los Mets, sabemos lo que es perder. Y cada partido que ganamos es una pequeña victoria que sabemos apreciar y que celebramos en su justa medida. También somos más fieles.
—
Ajá. ¿Te refieres a los seguidores o al equipo?
—
¿Ves? Te lo estás tomando a broma. Si perdierais más a menudo, seríais un poquito más humildes. La victoria sería aún más dulce.
Nicki le colocó las manos en las caderas y se pegó a ella, de modo que sintió el roce de pelvis contra glúteo.
—
Tal vez tengas razón —lo oyó murmurar.
Soltó el cuchillo, que rebotó sobre la tabla de cortar. Acto seguido, Alexa se dio media vuelta, aunque acabó estrellándose contra su pecho. Nicki la agarró por los hombros y le levantó la barbilla. La tensión entre ellas crepitó. Alexa separó los labios, una invitación inconsciente motivada por su réplica.
—
¿Qué? —le preguntó.
Un brillo salvaje iluminó los ojos castaños de Nicki.
—
A lo mejor empiezo a apreciar las cosas que no puedo tener. —Le pasó un dedo por una mejilla y después trazó el borde de su labio inferior. Acto seguido, presionó el pulgar sobre el voluptuoso centro
—
. A lo mejor estoy aprendiendo lo que significa anhelar algo.
Alexa tenía la boca seca. Se pasó la lengua por los labios para humedecerlos, y la tensión sexual aumentó. Se encontraban al borde de realizar un descubrimiento trascendental que cambiaría la índole de su relación, y ella tenía que luchar contra su instinto, que le decía que diera un salto al vacío, fueran cuales fuesen las consecuencias. De modo que se obligó a continuar con la extraña conversación.
—
Entonces ¿estás de acuerdo conmigo? ¿Entiendes que los Mets son mejores?
Nicki esbozó una sonrisa burlona, enseñándole sus blanquísimos dientes.
—
No. Los Yankees son mejores. Si ganan, es por algo. —Y susurró contra sus labios—: Porque lo desean con más ganas. Alexa, si se desea algo con desesperación, al final acabas consiguiéndolo.
Alexa le dio un empujón en el pecho y se dio media vuelta, deseando poder clavar el cuchillo en otra cosa que no fuera la verdura. La típica arrogancia de un seguidor de los Yankees.
—
Te avisaré cuando la cena esté preparada. Hasta entonces, espero que te quedes arriba. La carcajada de Nicki resonó por la cocina. Nada más alejarse, Alexa sintió que el frío la envolvía.
Contuvo el aliento mientras lo oía subir la escalinata, pero de momento los perros seguían en silencio. Corrió hacia el salón, puso el partido en el televisor, subió el volumen y volvió a la sala de estar para echarles un vistazo a los animales.
El cobertor de lana estaba hecho trizas.
Se lo quitó al labrador negro que aún lo estaba mordisqueando y lo escondió en el cajón inferior de la cómoda. Como las hojas de periódico ya estaban sucias, las cambió por otras limpias, tras lo cual dejó unas cuantas sobre el sofá y la silla, a modo de precaución extra. Llenó los cuencos de agua y supuso que tendría que sacarlos de nuevo dentro de una hora más o menos, antes de acostarse. Cerró la puerta, corrió hacia la cocina y terminó la cena mientras animaba a gritos a su equipo.
Nicki bajó a cenar, pero no tardó en regresar a la planta de arriba. Agotada por el engaño que estaba llevando a cabo, Alexa se juró que a partir de ese momento sería sincera con los encargados del refugio de animales.
Logró sacar a los perros en grupos pequeños durante las primeras horas de la noche. Cuando el partido terminó y los Mets ganaron a los Marlins por cuatro a tres, se puso a bailar para celebrar la victoria, limpió la cocina, les echó un vistazo a los perros y subió la escalera para acostarse. Le dolía todo el cuerpo y todo le daba vueltas, pero había ganado.
Tenía que levantarse a las cinco de la mañana para darles de comer a los animales, sacarlos a pasear y limpiarlo todo antes de que Nicki se fuera al trabajo.
La idea era espantosa, pero se duchó en un tiempo récord y se metió en la cama. Ni siquiera se molestó en ponerse un camisón. Se metió desnuda bajo el edredón y se quedó dormida.
Había alguien en la casa.
Nicki se sentó en la cama y aguzó el oído. Alguien estaba arañando una puerta. Como si quisiera abrir, pero no fuera capaz de insertar la llave en el ojo de la cerradura. Salió de la cama y caminó descalza hasta la puerta del dormitorio; la abrió una rendija. El pasillo estaba en silencio. Hasta que lo escuchó de nuevo.
Un murmullo. Casi como un gruñido. Sintió un escalofrío en la espalda mientras sopesaba sus opciones. ¿Quién narices había entrado en su casa? La alarma no había saltado, lo que significaba que el ladrón la había desconectado. No tenía una pistola a mano, ni una botella, ni un palo. ¿Qué otras armas se usaban en el Cluedo? Un revólver, un candelabro, un cuchillo, una cuerda o una tubería de plomo.
Sería mejor llamar a la policía.
Enfiló el pasillo caminando de puntillas y pasó junto a la puerta de Alexa. Se detuvo y decidió que despertarla sería un error, ya que podría sufrir un ataque de pánico y convertirse en un objetivo para el intruso, algo con lo que prefería no lidiar. Su prioridad era mantenerla a salvo. Agarró un bate de béisbol del armario del pasillo, cogió el teléfono inalámbrico y marcó el número de la policía para denunciar un allanamiento de morada.
Después comenzó a bajar la escalera con la intención de darle una buena paliza a ese hijo de puta. Se detuvo al bajar el último peldaño y se ocultó entre las sombras. Lo único que se escuchaba era el zumbido del frigorífico. Permaneció inmóvil un rato, recorriendo con la mirada las estancias vacías.
La puerta principal estaba bien cerrada, con la cadena y la alarma conectada. Qué raro. Si alguien la hubiera desconectado, la luz roja estaría apagada. Tal vez habían entrado por la puerta trasera, pero no había escuchado que rompieran los cristales. A menos que…
La puerta de la sala de estar se sacudió. Nicki se acercó a ella, manteniéndose pegada a la pared y con el bate en alto mientras contaba los segundos y deseaba que apareciera la policía. Aunque no fuera Clint Eastwood, se daría por satisfecha si podía atizarle un buen golpe.
Escuchó una respiración fuerte. Como si fueran jadeos. Un arañazo.
¿Qué narices era eso?
Se detuvo y aferró el pomo de la puerta. El subidón de adrenalina le había disparado el pulso. A fin de no perder el control, luchó contra el miedo. Levantó el bate, giró el pomo y abrió la puerta, estampándola contra la pared.
—
¡Aaah!
A su lado pasó un grupo de perros. Dos, cuatro, seis, ocho. Un grupo de bichos peludos le rodeó las piernas. Perros con manchas, cachorros, adultos… todos ladrando y meneando los rabos, y con las lenguas fuera. Aunque seguía con el bate de béisbol en alto, los perros no se sentían amenazados. Al contrario, al ver a un humano en plena noche, todos parecían contentísimos y con muchas ganas de jugar.
Durante unos segundos Nicki se convenció de que era un sueño y de que se despertaría en su cama.
Después se convenció de que la escena era real.
Y supo que cometería un crimen.
Relacionado con su esposa.
La sala estaba destrozada. Había jirones de papel por todas partes. En la mullida moqueta se apreciaban manchas que no parecían de agua. Uno de los cojines del sofá tenía el relleno fuera. La única planta de la estancia estaba ladeada y uno de los cachorros estaba escarbando en la tierra. La enciclopedia
de arquitectura
estaba toda mordisqueada.
Nicki cerró los ojos y contó hasta tres. Después los abrió de nuevo.
Acto seguido, llamó a su mujer a grito pelado.
Alexa apareció al instante, obviamente aterrada. Al ver el problema que se le había presentado, intentó retroceder, pero, como iba corriendo, se resbaló y acabó dándose de bruces contra Nicki. El impacto hizo que expulsara el aire de los pulmones con fuerza y que se aferrara a sus hombros para guardar el equilibrio mientras la miraba a los ojos.
Nicki supo que Alexa era consciente del peligro que corría. Esos ojazos azules estaban totalmente abiertos por el miedo, al tiempo que retrocedía y extendía los brazos al frente como si quisiera repeler un ataque. Nicki apenas fue consciente del gesto. Estaba concentrada intentando ver algo a través de la neblina roja que lo cubría todo.
Una pata peluda lo golpeó en la pierna. Tras apartarla, preguntó con voz furiosa:
—
¿Qué narices está pasando?
Alexa dio un respingo.
—
Nicki, lo siento. No sabía qué hacer porque me llamaron del refugio diciéndome que estaban a tope y me pidieron que me quedara con algunos esta noche, así que no pude decirles que no. Nicki, no podía negarme porque los habrían dormido. Verás, es que a los refugios de animales les cuesta la vida misma conseguir dinero ahora mismo. Pero sé que odias a los animales, así que se me ocurrió que podrían pasar la noche aquí, tranquilitos, y llevarlos a otro sitio por la mañana.
—
¿Pensaste que podías ocultarme una habitación llena de perros?
Nicki intentaba controlar la ira con todas sus fuerzas. Sin embargo, se percató de que subía la voz poco a poco y entonces comprendió por qué los trogloditas arrastraban a las mujeres del pelo.
Era consciente de que Alexa la observaba para intentar adivinar cuál sería su reacción. Se estaba mordiendo el labio inferior mientras daba saltitos apoyando el peso del cuerpo primero en un pie y luego en otro, como si estuviera devanándose los sesos en busca de una explicación que no acabara enfureciéndola todavía más.
De repente, uno de los perros le dejó un hueso en el pie. Al mirar hacia abajo vio al animal, que la observaba con la lengua fuera y meneando el rabo.
—
Quiere que se lo tires —señaló Alexa.
Nicki la miró echando chispas por los ojos.
—
Sé muy bien lo que quiere el dichoso perro. No soy una imbécil. Al contrario de lo que tú crees, claro está. Has solicitado tu favor para encerrarme arriba de modo que no me enterara de lo que estaba pasando. —Se percató de que la expresión de Alexa se tornaba culpable—. Alexa, se te da genial eso de mentir. No sabía hasta qué punto.
Alexa abandonó la actitud temerosa y se enderezó, descalza como estaba.
—
¡Tenía que mentirte! ¡Estoy viviendo con una mujer que odia a los animales y que prefiere ver a esos cachorritos inocentes en la cámara de gas antes que permitir que le desordenen la casa!
Nicki apretó los dientes y soltó un taco.
—
No intentes echarme la culpa a mí, guapa. Ni siquiera lo hablaste conmigo, te has limitado a meter a un montón de perros en la sala de estar. ¿Has visto lo que han hecho? ¿Dónde está el cobertor naranja de lana?
Alexa echó la cabeza hacia atrás y gritó, frustrada.
—
¡Debería haber imaginado que te preocuparían más tus ridículas posesiones materiales! Eres como ese tío de
Chitty Chitty Bang Bang
que encerraba a los niños para que la ciudad estuviera limpia y tranquila, ¿lo recuerdas? No quiera Dios que las cosas no estén tan ordenadas como tú quieres que estén. Cada cosa debe estar en su sitio. Hay que asegurarse de que el cobertor de lana no se estropee.
Nicki sabía que su genio estaba a punto de estallar.
Y estalló.
Apretó los puños y soltó un grito que debió de gustarles a los perros, ya que se pusieron a aullar al mismo tiempo mientras saltaban en torno a sus pies, formando un torbellino de patas, lenguas y rabos.
—
¡
Chitty Chitty Bang Bang
! ¡Estás loca! Deberían encerrarte en un manicomio. Me has mentido, me has destrozado la casa y encima me comparas con el malo de una película infantil, porque no eres capaz de ser una persona normal ni de comportarte como una adulta responsable y pedirme disculpas.
Alexa se puso de puntillas y replicó, muy cerca de su cara:
—
Lo he intentado, pero insistes en actuar de forma irracional.
Nicki la agarró por los brazos. Sintió el roce de algo sedoso mientras la zarandeaba con suavidad.
—
¿Irracional? ¡Irracional! ¡Es de madrugada, acabo de encontrarme con una habitación llena de perros y tú te pones a hablar de una película absurda!
—
No es absurda. ¿Por qué no puedes ser como Ralph Kramden en la serie
The Honeymooners
? Vale que era un poco irritante, pero salvó a todos los perros de un refugio cuando descubrió que iban a matarlos. ¿Por qué no puedes ser un poco más compasiva?
—
¿Ahora me vienes con
The Honeymooners
? Hasta aquí hemos llegado, no aguanto más. ¡Vas a coger a todos estos perros y a llevarlos de vuelta al refugio porque, como no lo hagas, Alexa, te prometo que los llevo yo!
—
No lo haré.
—
Lo harás.
—
Oblígame.
—
¿Que te obligue? ¡Que te obligue!
Apretó con los dedos la sedosa tela mientras se esforzaba por mantener el poco autocontrol que le quedaba. Cuando por fin se tranquilizó un poco, parpadeó y miró hacia abajo. Y en ese momento se percató de que su mujer estaba desnuda. La bata de color verde lima que llevaba se le había deslizado por los hombros y se le había abierto por la parte delantera. El cinturón estaba en el suelo. Aunque esperaba atisbar un trocito de encaje de algún picardías sensual, se encontró con mucho más.
¡Por Dios, era perfecta!
Ni un centímetro de tela estropeaba la perfección de su cálida piel morena. Tenía unos pechos generosos, ideales para sus manos, con unos pezones del color de las fresas maduras que le suplicaban que los lamiera. Sus caderas tenían la forma del tradicional reloj de arena que tantos artistas habían plasmado en sus obras, en vez de ser huesudas como dictaba la moda actual. Sus piernas eran kilométricas. Unas diminutas bragas rojas le impidieron ver la única parte de ese cuerpo que estaba cubierta. Se quedó sin palabras. Dejó de respirar y de repente expulsó el aire como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Alexa estaba a punto de decirle algo, pero guardó silencio al percatarse del cambio en su expresión. Nicki supo cuál fue el momento exacto en el que ella comprendió que se le había abierto la bata. El momento exacto en el que ella comprendió que estaba prácticamente desnuda delante de ella. La vio abrir la boca por el espanto mientras trataba de cerrarse la bata, una vez recuperada la cordura.
Nicki usó las décimas de segundo de las que dispuso para tomar una decisión.
Cuando vio que Alexa intentaba aferrar la bata para colocársela, se lo impidió. Inclinó la cabeza y se apoderó de sus labios. La sorpresa inmovilizó a Alexa, y Nicki decidió aprovecharlo a su favor. Con un certero movimiento introdujo la lengua entre esos carnosos labios y se dispuso a explorar su ardiente, suave y femenino interior. Ebria por su sabor, le acarició la lengua con una urgencia febril, suplicándole de esa forma que le devolviera el beso.
Y Alexa lo hizo.
De buena gana.
Como si se tratara de una puerta que alguien echara abajo de una patada, ambas perdieron el control, y Nicki tuvo la impresión de que incluso escuchaba el golpe. Alexa separó los labios y le devolvió el beso con voracidad, al tiempo que emitía un gemido gutural. Nicki la apoyó contra la pared y la retó a devolverle cada roce de su lengua mientras Alexa la abrazaba y arqueaba la espalda. La posición hizo que sus pechos se elevaran, como si se los ofreciera. Nicki creyó que todo le daba vueltas, embriagada por su sabor. Le rodeó los pechos con las manos, tras lo cual comenzó a frotar esos endurecidos pezones con el pulgar. El deseo de saborearla, de explorarla por completo, la enloqueció. Los perros seguían correteando alrededor de sus piernas, si bien sus ladridos eran un lejano sonido de fondo debido al rugido de la sangre en sus oídos.
Nicki se apartó de sus labios para mordisquearle el cuello. La caricia hizo que Alexa se estremeciera, momento que Nicki aprovechó para inclinar la cabeza y soltar un murmullo satisfecho, tras lo cual se dispuso a darse un festín con sus pechos. Le lamió con suavidad un pezón y lo mordisqueó, logrando que ella se retorciera, atrapada contra la pared, y le pidiera más. Animada por su reacción, separó los labios, se metió el pezón rosado en la boca y lo succionó con fuerza al tiempo que deslizaba las manos por la espalda y la cogía por el trasero.
—
Nicki…
—
No me digas que me pare —la interrumpió Nicki, alzando la vista.
La miró de arriba abajo. Tenía los pechos húmedos por sus lametones y los pezones duros. Se estremecía por entera. Había separado los labios, que estaban hinchados por sus besos, y jadeaba como si le costara trabajo respirar. El azul de sus ojos estaba oscurecido por el deseo y la miraba de forma penetrante. Pasó un segundo mientras Nicki aguardaba. Apenas un instante. O un siglo.
—
No te pares —dijo ella, que le agarró la cabeza y tiró de Nicki para besarla.
Nicki capturó sus labios con ferocidad, como si estuviera presa y ella fuera su último sorbo de libertad. Se dejó arrastrar por la dulzura de su cuerpo hasta que…
—
¡Policía!
El aullido de las sirenas se coló poco a poco en el mundo sensual que habían creado. Alguien llamaba con insistencia a la puerta… al tiempo que unos haces de luz intermitentes iluminaban la casa a través de las ventanas. Los perros comenzaron a ladrar con más fuerza. Nicki se apartó a trompicones de Alexa, como si despertara de un largo estupor. Alexa parpadeó y después, con gestos casi mecánicos, cogió la bata. Nicki se volvió y caminó hacia la puerta. Una vez allí, desconectó la alarma y se demoró un instante con la mano en el pomo de la puerta.
—
¿Estás bien? —le preguntó a Alexa.
Ella no paraba de temblar, pero logró contestar:
—
Sí.
Al otro lado de la puerta, se encontró con un policía de uniforme. Los ojos vidriosos de Nicki y su evidente agitación debieron de resultarle sospechosos al agente, que inspeccionó el interior del vestíbulo con la mirada hasta posarse sobre una mujer vestida con una bata y rodeada por un grupo de perros. La escena hizo que enfundara su arma.
—
Señora, ha informado usted de un allanamiento.
Nicki se preguntó si ese momento se convertiría en el más bochornoso de su vida hasta la fecha. Mientras se pasaba una mano por el pelo alborotado, se esforzó por recuperar el uso de la razón y de la lógica.
—
Cierto. Lo siento, agente, es que ha habido un error. Por favor, pase.
Sabía que si no lo dejaba entrar, el agente sospecharía. El policía comprobó con un rápido vistazo que la mujer parecía normal y que los perros no trataban de protegerla de nadie, tras lo cual ladeó la cabeza y la saludó:
—
Señora…
Ella tragó saliva.
—
Agente, lo siento mucho. —Acto seguido, intentó explicar lo sucedido, como si supiera que Nicki tenía la mente abotargada—. Mi esposa pensó que alguien había entrado en la casa, pero ha sido culpa mía. Resulta que esta tarde escondí a todos estos perros en la sala de estar con la esperanza de que ella no los descubriera, y al escuchar el ruido que han debido de hacer ha pensado que había un intruso.
Nicki cerró los ojos.
Definitivamente el momento era muy bochornoso.
Trató de interrumpirla y dijo:
—
Alexa, ¿y si nos…?
—
No, Nicki, déjame terminar. Verá, agente, a mi esposa no le gustan los animales y yo colaboro de vez en cuando con el refugio de animales, dando alojamiento temporal a perros abandonados, pero esta vez no quería que ella lo descubriera, así que intenté hacerlo a sus espaldas y meterlos en un lugar donde ella no los viera.
El policía asintió con la cabeza educadamente.
—
¿No se percató usted de que tenía una habitación llena de perros, señora?
Nicki apretó los dientes, frustrada.
—
Ella me obligó a quedarme en la planta de arriba.
—
Entiendo.
—
Pero, de todas formas, mi esposa escuchó algo y llamó a la policía. Cuando intenté ver qué pasaba, ella ya había descubierto a los perros y se enfadó y empezó a gritar y, cuando bajé, tuvimos una discusión y luego ha llegado usted.
El policía vio el bate de béisbol en el suelo.
—
Señora, ¿ha intentado detener a un intruso con un simple bate de béisbol?
Nicki se preguntó por qué de repente se sentía como si fuera la acusada. Se encogió de hombros.
—
Aunque llamé a la policía, se me ocurrió que podía intentar detener al intruso.
—
¿No tiene una pistola?
—
No.
—
Le recomiendo que llame a la policía la próxima vez que crea que alguien ha entrado en su casa y que, después, se encierre con su mujer en una habitación y espere a que lleguemos.
Aunque le salía humo por las orejas, Nicki se las arregló para asentir con la cabeza.
—
Por supuesto.
El policía anotó algo en su cuadernillo.
—
Señora, ¿estarán usted y los perros bien durante el resto de la noche?
—
Sí, por supuesto.
—
En ese caso, me voy. Antes les haré unas preguntas para el informe. —Tras anotar la información esencial, se detuvo para darle unas palmaditas al labrador negro en la cabeza. Esbozó una sonrisa—. Son muy monos. Está haciendo usted una labor extraordinaria, señora Ryan. No me gustaría que sacrificaran a estos animales.
Alexa sonrió de oreja a oreja, vestida tan solo con su bata verde lima y con todo el pelo alborotado.
—
Gracias.
—
Buenas noches.
El agente se marchó tras despedirse con un gesto de cabeza.
Nicki cerró la puerta y se volvió para enfrentarse a su mujer.
Alexa no estaba dispuesta a esperar a que ella se explicara. Estaba convencida de que ya tenía una larga lista de excusas en la punta de la lengua. Se había cabreado y había perdido el control. La falta de sueño lo había instado a besarla y a mandar al cuerno las consecuencias. Después de que la policía apareciera de repente, cayendo sobre ella como un jarro de agua fría, seguro que había reflexionado al respecto y había decidido que a ninguna de las dos le convenía echar un polvo. Al fin y al cabo, eso era lo acordado. Al fin y al cabo, era un matrimonio de conveniencia.
Al fin y al cabo, no era real.
La neblina sexual se había evaporado, y la había dejado con un dolor sordo y molesto. El policía era el Destino. La Madre Tierra por fin le había echado una mano para ayudarla.
—
Alexa…
—
No.
Levantó una mano y Nicki guardó silencio, a la espera.
Alexa supo en ese momento que las emociones que le provocaba Nicki Ryan eran muy peligrosas. Eran sentimientos reales y complicados. Se enfrentó a la verdad como si fuera una cucharada de jarabe amargo y asumió los hechos con entereza. Si se acostaba con ella, las cosas se le complicarían mucho, pero para Nicki todo seguiría igual. Ella se enamoraría y Nicki se lo pasaría en grande. Ella acabaría con el corazón destrozado después del año de convivencia y ella se largaría sin mirar atrás.
Sin embargo, reparó en otro detalle que le golpeó la cabeza como si fuera un ladrillazo.
Si Nicki se lo pedía, se acostaría con ella.
Estuvo a punto de estremecerse por la vergüenza. Cuando ella la tocaba, era incapaz de controlarse porque se le revolucionaban las hormonas. Ni siquiera podía prometer que no fuera a claudicar en el futuro. Sin embargo, había algo que tenía muy claro: solo se acostaría con su esposa si ella se lo suplicaba. Quería verla loca de deseo por ella, tan excitada y cachonda que una simple caricia la hiciera perder el control. Como había sucedido esa noche. No quería que se escudara tras excusas como el genio, la falta de sueño o el alcohol. Quería que el sexo con ella fuera fabuloso, natural y apasionado, que Nicki tuviera las ideas claras y la mente puesta en ella. No en Gabriella. No en el fin del celibato.
Quería que la deseara solo a ella.
Esa sería la gota que colmaría el vaso para ella. Porque esa noche tenía claro que Nicki no estaba convencida de querer meterse en la cama con su mujer.
Se felicitó por ser tan lógica como Nicki. Si no podían echar un polvo, tendría que seguir alejándola de ella, caminando por la delgada línea que separaba la amistad del deseo. Ya estaba cansada de luchar.
De modo que decidió ser honesta, más o menos. Al fin y al cabo, nada como endulzar la medicina para que entrara mejor.
—
Nicki, lo siento. —Se enderezó y usó la dignidad como si fuera una capa envolvente—. Me equivoqué al esconderte la presencia de todos los perros. Lo limpiaré todo y los llevaré de vuelta al refugio por la mañana. Si alguna vez necesitan de nuevo mi ayuda, te lo diré y estoy segura de que podremos arreglarlo.
—
Alexa…
Ella lo interrumpió, ya que no quería detenerse.
—
Y sobre lo que ha pasado entre nosotras, tranquila. Yo también me dejé llevar por el momento, como tú, y tengo entendido que de la ira a la pasión solo hay un paso. Además, seamos sinceras, las dos estamos frustradas en el terreno sexual. Es normal que pasen estas cosas. Y no quiero hablar del tema. Estoy harta de analizar nuestro matrimonio de conveniencia. Solo nos une el dinero, así que tenemos que ceñirnos al contrato. ¿Vale?
Nicki se esforzó por mantener la compostura mientras escuchaba el sermón de su mujer. El hormigueo que sentía en la espalda le dejó claro que Alexa estaba ocultando muchas cosas. Sabía que las tornas podían cambiar por completo si se desmarcaba aunque solo fuera un paso del camino de la lógica.
Apartó sus pensamientos y la miró. A medida que pasaban los días le parecía cada vez más guapa. Sus ojos, su sonrisa y su corazón irradiaban luz. Sus conversaciones abrían puertas que hasta entonces ella había pensado que estaban cerradas, y el resultado era una extraña marea emocional con la que no
se sentía cómoda. Con la que jamás se sentiría cómoda. Alexa era una mujer que necesitaba una relación estable. Joder, se merecía una relación estable. Y ella solo podía ofrecerle sexo y amistad. No amor.
Había tomado esa decisión hacía ya muchos años. De lo contrario, el coste sería demasiado grande.
Así que fue testigo, con una mezcla de emociones y bastante arrepentimiento, del momento en el que el frágil vínculo que las unía se rompió de nuevo.
Se obligó a asentir con la cabeza y a esbozar una sonrisa.
—
Disculpas y explicación aceptadas. Se acabaron los análisis.
Ella le devolvió la sonrisa, pero mantuvo una expresión distante.
—
Me alegro. ¿Por qué no subes mientras yo limpio todo esto?
—
Te ayudaré.
—
Prefiero hacerlo sola.
Nicki caminó hasta la escalera y se fijó en el sabueso acurrucado en el rincón. Era muy alargado, tenía el pelaje amarillento y una cara feísima. En sus ojos descubrió el reflejo de su propio pasado: mucho dolor y soledad. Tenía el pelo enredado y no meneaba el rabo, que descansaba en el suelo.
Definitivamente, era un solitario, como un niño grande en un orfanato, rodeado de bebés monísimos.
Seguramente lo habían pillado intentando robar comida. Seguramente no tenía familia, ni hijos, ni amigos. El perro se mantuvo inmóvil al pie de la escalinata y la siguió con la mirada mientras ella subía.
Recordó el verano que encontró un perro abandonado en el bosque. Estaba famélico, con el pelo sucio y sin brillo, y una mirada desesperada. Lo llevó a casa y le dio agua y comida. Al final, sus cuidados le devolvieron la salud y así se ganó su amistad.
Durante un tiempo logró mantenerlo escondido de su madre, ya que la casa era muy grande, y el ama de llaves le prometió guardar el secreto. Hasta que un día volvió a casa y, cuando fue a buscarlo, descubrió que su padre había vuelto de su viaje a las islas Caimán. Supo de inmediato que el perro había desaparecido. Al enfrentarse a su padre, Jed Ryan se echó a reír y le dio un empujón.
—
Niña, en esta casa no se admiten perdedores. Ahora bien, si quieres un perro de verdad, como un pastor alemán… Ese chucho no servía para nada y encima se ha cagado dentro de casa. Me he deshecho de él.
Su padre se marchó y Nicki aprendió de nuevo la lección. No debía crear lazos sentimentales jamás.
Se pasó años pensando todos los días en ese perro. Al final, encerró su recuerdo en un lugar donde no volviera a molestarla.
Hasta ese momento.
Nicki titubeó por segunda vez esa noche, ya que ansiaba arriesgarse, pero temía demasiado las posibles consecuencias. El corazón le latía rebosante de anhelo, intranquilidad y confusión. Sin embargo, siguió subiendo y les dio la espalda a su esposa y al perro al cerrar la puerta de su dormitorio.
N
icki estaba en el porche trasero con la vista clavada en las barcas que se mecían en el agua. Una sucesión de olas furiosas rompían contra la orilla, anunciando el invierno. El anaranjado atardecer combatía la amenazante oscuridad y enmarcaba el arco de luces del puente de Newburgh-Beacon.
Nicki metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de su traje y tomó una honda
bocanada de aire fresco. La tranquilidad se apoderó de ella mientras observaba sus queridas montañas y una vez más supo que ese era su lugar.
Diez años antes, toda la zona cercana al río estaba infestada de camellos y de adictos al crack. Las preciosas orillas se encontraban llenas de basura y los elegantes edificios de ladrillo estaban vacíos, mientras que sus ventanas rotas gritaban pidiendo auxilio. A la postre, los inversores reconocieron el
potencial de la zona y comenzaron a invertir dinero en el proyecto soñado de renovación.
Nicki y su tío estuvieron muy pendientes del desarrollo de dicho proyecto y esperaron su oportunidad. De alguna manera, ambos sospechaban que esta llegaría tarde o temprano y que Dreamscape podría conseguir beneficios en la zona. El primer valiente en abrir un bar consiguió atraer a un grupo nuevo de personas que querían tomarse una cerveza con unas alitas de pollo mientras
contemplaban las gaviotas. A medida que la policía se iba desplegando por el lugar, se incrementaron los proyectos de limpieza por parte de varias organizaciones sin ánimo de lucro. Los últimos cinco años, el proyecto habían captado el interés de los inversores. Los restaurantes y el spa que Nicki quería
construir cambiarían para siempre el valle del río Hudson. Y sabía que ella estaba destinada a construirlos.
Recordó el encuentro con Hyoshi Komo. Por fin había cerrado el trato. Solo una mujer se interponía entre su sueño y ella. Luciana Conte.
Soltó un taco mientras observaba el atardecer. Hyoshi había accedido a concederle el contrato solo si Luciana Conte le daba el visto bueno. Si no podía convencer a Conte de que ella era la persona indicada para el trabajo, Hyoshi escogería a otro arquitecto y Dreamscape no tendría la menor oportunidad.
No podía permitir que eso sucediera.
Había viajado muchísimo por el mundo para imbuirse de inspiración arquitectónica. Había contemplado las cúpulas doradas de Florencia y las elegantes torres de París. Había contemplado islas exóticas impolutas, la majestuosidad de los Alpes suizos y las áridas rocas talladas del Gran Cañón.
A sus ojos, nada se equiparaba a esas montañas, nada se le acercaba ni en su cabeza ni en su corazón.
Esbozó una sonrisa desdeñosa al reconocer la emotividad de semejante pensamiento. La sonrisa no desapareció de sus labios.
Observó las vistas un buen rato, mientras repasaba mentalmente los problemas con su mujer, con el contrato y con Conte, pero seguía sin ocurrírsele nada. Su móvil sonó, interrumpiendo sus pensamientos.
Aceptó la llamada sin mirar quién era.
—
Diga.
—
¿Nicki?
Se mordió la lengua para no soltar una barbaridad.
—
Gabriella, ¿qué quieres?
Ella hizo una pausa antes de contestar:
—
Tengo que verte. Necesito discutir algo muy importante contigo y no puedo hacerlo por teléfono.
—
Estoy en el río. ¿Por qué no vas mañana a mi despacho?
—
¿Junto al embarcadero?
—
Sí, pero…
—
Voy para allá. Llegaré en diez minutos.
Y colgó.
—
Joder, lo que me faltaba… —masculló.
Repasó con rapidez sus alternativas y se recordó que tenía derecho a marcharse. Pero de después la asaltó el sentimiento de culpa. Gabriella podría seguir molesta por el hecho de que hubiera cortado con ella de forma tan abrupta. Tal vez necesitaba gritarle y desahogarse un poco más. Seguramente Gabriella se
estuviera tirando de los pelos porque consideraba que Alexa se la había arrebatado.
De modo que decidió esperar y escuchar su sermón, dispuesta a disculparse y seguir con su vida. Un cuarto de hora después, Gabriella apareció.
La vio bajarse de su Mercedes biplaza color plata. Se acercó a ella con una confianza y una elegancia que deslumbraba a todos. Nicki admiró de forma desapasionada la camiseta negra que dejaba al descubierto su vientre plano y que mostraba el piercing que llevaba en el ombligo. Unos ajustados vaqueros de cintura baja se ceñían a sus caderas, adornados por un estrecho cinturón de cuero negro. La gravilla crujió bajo sus botas negras de tacón bajo hasta que se detuvo delante de ella. En esos rojísimos labios apareció un puchero la mar de ensayado.
—
Nicki —echaba chispas por los ojos, pero su voz era gélida—, me alegro de verte.
Nicki la saludó con un gesto de cabeza.
—
¿Qué pasa?
—
Necesito un consejo. Me han ofrecido un contrato para Lace Cosmetics.
—
Es una gran empresa, Gabby. Enhorabuena. ¿Qué problema hay?
Ella se inclinó hacia delante. El carísimo perfume de Chanel flotó en el aire.
—
Es un contrato de dos años, pero tendría que mudarme a California. —Sus ojos color esmeralda adoptaron la mezcla justa de inocencia y de deseo—. Mi casa está aquí. Detesto esa mentalidad al estilo de los
Vigilantes de la playa
. Siempre he sido una neoyorquina de pro, como tú.
En alguna parte del cerebro de Nicki comenzó a sonar una alarma.
—
Debes tomar la decisión sola. Lo nuestro ha acabado. Estoy casada.
—
Lo nuestro era real. Creo que te asustaste y te abalanzaste sobre la primera mujer a la que podías controlar.
Nicki meneó la cabeza con cierta tristeza.
—
Lo siento, pero no es verdad. Tengo que irme.
—
¡Espera!
En un abrir y cerrar de ojos, Gabriella se pegó a su pecho, salvando los escasos centímetros que las separaban, y le echó los brazos al cuello mientras se frotaba contra ella.
«¡Dios!»
—
Echo de menos esto —murmuró ella—. Sabes que somos geniales en la cama. Casada o no, te deseo. Y tú me deseas.
—
Gabriella…
—
Te lo demostraré.
Lo instó a bajar la cabeza para besarla en los labios y Nicki contó con un segundo para decidir qué narices hacer. ¿La apartaba y seguía el contrato a pies juntillas? ¿O aprovechaba la oportunidad para averiguar hasta qué punto la controlaba su mujer? De repente, pensó en Alexa. Tensó los hombros e intentó apartarse, pero el demonio burlón de su interior comenzó a susurrarle una advertencia. Su mujer no era real, solo una imagen fugaz que acabaría rompiéndose y que le provocaría un enorme dolor, recordándole que nada duraba para siempre. Gabriella la haría olvidar. Gabriella la haría recordar. Gabriella la obligaría a enfrentarse a la
realidad de su matrimonio.
La realidad de que no se trataba de un matrimonio real.
De modo que aprovechó la oportunidad y se apoderó de sus labios, bebiendo de ellos tal como hacía en el pasado. El sabor de Gabriella le invadió la boca mientras ella le acariciaba la espalda en clara invitación para que la llevara al coche y la tomara allí mismo, y durante un breve lapso de tiempo se libraría de la frustración y el anhelo que sentía por otra persona.
Estuvo a punto de sucumbir a sus deseos, pero en ese momento se dio cuenta de otra cosa. Actuaba de forma automática cuando antes lo hacía por el deseo. En ese momento solo sentía una leve excitación, que parecía ridícula en comparación con la abrumadora reacción que provocaba una sola de las caricias de Alexa. El sabor de Gabby no la complacía, sus pechos no le llenaban las manos y sus caderas eran demasiado huesudas.
En ese momento comprendió que no era Alexa, que nunca sería Alexa, y que no quería conformarse con eso.
Se apartó de ella.
Gabriella tardó un poco en aceptar su rechazo. La rabia se apoderó de sus facciones antes de que pudiera tranquilizarse.
Nicki intentó disculparse, pero ella la interrumpió.
—
Aquí pasa algo, Nicki. No me encajan las piezas.
Gabriella irguió la espalda con expresión digna y ofendida.
Nicki sabía que era un gesto para provocar el efecto más dramático posible. Era otra cosa que la distinguía de Alexa.
—
Te voy a contar mi teoría: tenías que casarte rápido por algún acuerdo comercial y ella te venía bien. —Gabriella se echó a reír al ver su expresión sorprendida—. Está jugando contigo, Nicki. No podrás librarte de este matrimonio sin desprenderte de un buen pellizco de tu fortuna, da igual lo que te haya dicho. Tu peor pesadilla se hará realidad. —Puso cara de asco—. Acuérdate de lo
que te estoy diciendo —Se alejó hacia el coche y se detuvo con una mano en la puerta—. Buena suerte. Voy a aceptar el trabajo de California. Pero si me necesitas, llámame. Se metió en el coche y se marchó.
Nicki sintió un escalofrío en la espalda que no anunciaba nada bueno. Pondría la mano en el fuego por Alexa, confiaba en ella y sabía que jamás intentaría engañarla para conseguir más dinero, porque ¿quién se casaba con una multimillonaria y solo pedía ciento cincuenta mil dólares? Gabriella estaba
cabreada porque no había podido retenerla, eso era todo.
Dio un respingo al pensar en su beso. Su primera idea fue olvidar todo el asunto. Pero tenía que ser sincera con su mujer. Le explicaría que Gabriella y ella se habían reunido en un lugar público junto al río, que Gabriella había iniciado el beso y que se iba a mudar a California. Fin de la historia. Mantendría la
calma y sería racional. Alexa no tenía motivos para ponerse celosa. Tal vez se molestara un poco, pero un beso se podía pasar por alto sin problemas.
Al menos, ese beso.
Otros eran mucho más difíciles de olvidar.
Con ese pensamiento en mente, echó a andar hacia el coche y volvió a casa.
Alexa cerró los ojos y luchó contra una desesperación agotadora.
Estaba sentada en su destartalado Escarabajo amarillo, con las ventanillas subidas y Prince sonando a toda pastilla en la radio. El aparcamiento del banco se vació a medida que los cinco minutos se convertían en una hora y seguían avanzando. Clavó la mirada al otro lado del parabrisas e intentó reprimir el amargo regusto que le dejaba en la boca el fracaso y la decepción que le carcomía el
estómago. Nada de préstamo. Otra vez.
Sí, Locos por los Libros tenía muy buenas perspectivas y por fin estaba consiguiendo beneficios. Pero al banco no le hacía mucha ilusión invertir más dinero en su negocio cuando acababa de pagar sus deudas y no contaba con un aval ni con ahorros que la respaldaran. Pensó en su episodio preferido
de
Sexo en Nueva York
y se preguntó cuántos pares de zapatos tenía. Pero después se dio cuenta de que ni siquiera tenía tantos.
Por su puesto, su mister Big en realidad era su esposa y le concederían el préstamo con un pequeño cambio en la solicitud. Se preguntó si estaría siendo tonta y demasiado orgullosa al no utilizar el contacto, y estuvo a punto de salir del coche.
A puntísimo.
Soltó un suspiro triste. Un trato era un trato, y ella ya había recibido el dinero. Acababa de regresara la casilla de salida. Estaba atada durante un año a una mujer a la que ni siquiera le caía bien… pero que de vez en cuando quería acostarse con ella hasta que se le aclaraban las ideas.
Y ella estaba tiesa.
Sí, claro, le había tocado la lotería.
Soltó un taco, arrancó el motor y metió la carta de denegación en la guantera. La idea inicial no había cambiado. No usaría el dinero de Nicki para medrar en su vida profesional cuando su relación era temporal. Debía conseguir ese préstamo por sí sola. Si utilizaba a Nicki, la cafetería no le pertenecería en realidad. No. Esperaría otro año, acumularía más beneficios y lo volvería a intentar. Tampoco tenía que suicidarse o deprimirse por un pequeño contratiempo.
El sentimiento de culpa le comía las entrañas. Las mentiras ya sumaban una verdadera montaña.
Primero les había mentido a sus padres. Y después a Nicki. ¿Cómo le iba a explicar que no iba a expandir el negocio cuando ya había firmado el cheque? Y sus padres creían que nadaba en la abundancia. Le preguntarían a Nicki cuándo iba a empezar con el proyecto para Locos por los Libros. Al fin y al cabo, ¿por qué no iba a ayudar a su mujer con el negocio?
El complicado castillo de naipes se tambaleaba y amenazaba con desplomarse.
Volvió a casa envuelta en una nube de pesar y aparcó junto al coche de Nicki. Ojalá hubiera preparado la cena, pensó. Sin embargo, después se dio cuenta de que solo podría comerse una
ensalada, porque se había saltado la dieta en el almuerzo con una deliciosa y grasienta hamburguesa doble y un paquete grande de patatas fritas.
Su mal humor empeoró aún más.
Cuando entró, la casa era un oasis que olía a ajo, a hierbas aromáticas y a tomates. Soltó el bolso en el sofá, se quitó los zapatos y se levantó la falda para quitarse las medias antes de entrar en la cocina.
—
¿Qué haces?
Nicki se volvió hacia ella.
—
Preparando la cena.
La miró con el ceño fruncido.
—
Solo quiero una ensalada.
—
Ya está lista. Está en el frigorífico, enfriándose. ¿Cómo te ha ido hoy?
Le irritó que usara un tono de voz tan agradable.
—
Genial.
—
Vaya, vaya, ¿tan bien te ha ido?
Alexa pasó de ella y se sirvió un enorme vaso de agua. El agua y la lechuga seca combinaban a la perfección.
—
¿Le has dado de comer al pez?
Nicki removió la salsa que burbujeaba en la olla y el olor hizo que Alexa salivara. No acababa de entender cómo era posible que hubiera aprendido a cocinar como una abuela italiana, pero las circunstancias comenzaban a irritarla de verdad. Por el amor de Dios, ¿qué clase de esposa millonaria volvía a casa del trabajo y preparaba una cena digna de un chef? ¡No era normal!
Nicki añadió los espaguetis a la olla.
—
Pues ha sido algo muy curioso, la verdad. Porque imagínate la sorpresa que me he llevado al entrar en el despacho y encontrarme no con un pez en una pecera pequeña, sino con un acuario enorme lleno de peces.
La sangre de Alexa hervía por la necesidad de una buena discusión.
—
Otto se sentía solo y tú estabas cometiendo crueldad animal. Estaba aislado. Ahora tiene amigos y un lugar donde nadar.
—
Sí, con unos túneles muy monos y piedras y algas para jugar al escondite con sus amigos.
—
Estás siendo sarcástica.
—
Y tú estás muy gruñona.
Alexa golpeó la mesa con el vaso. El agua resbaló por el borde. Con un giro beligerante, soltó el vaso y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky. El líquido le quemó la garganta y le calmó los nervios. De reojo vio que a Nicki le temblaban un poco los hombros, pero al mirarla con suspicacia no detectó el menor indicio de que estuviera riéndose de ella.
—
He tenido un mal día.
—
¿Quieres hablar del tema?
—
No. Y tampoco voy a comer espaguetis.
—
Vale.
Nicki la dejó tranquila mientras se tomaba otro vaso de whisky y comenzaba a relajarse. Se sentó en la acogedora estancia, rodeada por los sonidos de la cocina tradicional. Entre ellas se hizo el silencio.
Nicki llevaba un delantal sobre los vaqueros desgastados y la camiseta. La elegancia con la que se movía en un ambiente tan doméstico la dejó sin aliento.
La observó mientras ponía la mesa y se servía un plato de comida, tras lo cual sacó su ensalada.
Después, empezó a comer. Al final, la curiosidad pudo con Alexa.
—
¿Cómo va el contrato del río?
Nicki enrolló con pericia los espaguetis en el tenedor y se los llevó a la boca.
—
Me he tomado una copa con Hyoshi y ha accedido a darme su voto.
Una enorme sensación de placer atravesó la bruma que la envolvía.
—
Nicki, es genial. Ya solo te queda Luciana.
La vio fruncir el ceño.
—
Sí. Conte puede suponer un problema.
—
Puedes hablar con ella el sábado por la noche.
El ceño de Nicki se hizo más pronunciado.
—
Preferiría no ir a la fiesta.
—
Ah, vale, pues iré sola.
—
Ni hablar, yo también voy.
—
Nos la pasaremos bien. Así tendrás otra oportunidad para hablar con ella en un ambiente distendido.
Dejó la ensalada que tenía delante y observó con expresión hambrienta el cuenco de los espaguetis. Podría comerse un poco sin que se notara mucho. Al menos tenía que probar la salsa.
—
Si Conte veta el trato, nos quedamos fuera.
—
No lo hará.
—
¿Cómo lo sabes?
—
Porque eres la mejor.
Se concentró en la pasta. Cuando por fin levantó la mirada, vio una extraña expresión en la cara de Nicki. Parecía inquieta.
—
¿Cómo lo puedes saber?
Alexa sonrió.
—
He visto tu trabajo. Cuando éramos pequeñas, te observaba mientras construías cosas en el garaje. Siempre creí que serías carpintera, pero cuando vi el restaurante Monte Vesubio, supe que habías encontrado tu vocación. Ese sitio me emocionó, Nicki. Todo entero. La cascada, las flores y el bambú, incluso el parecido que guarda con una antigua casita japonesa en las montañas. Eres una arquitecta brillante.
Nicki parecía haberse quedado anonadada por su comentario. ¿No sabía que siempre había admirado su talento, aunque estuvieran continuamente metiéndose la una con la otra? ¿Incluso después de todos los años que habían pasado separadas?
—
¿Por qué te sorprendes tanto? - Preguntó Alexa.
La pregunta pareció sacarla de su ensimismamiento.
—
No lo sé. Ninguna otra mujer se había interesado por mi profesión. Nadie la comprende de verdad.
—
Porque son tontas. ¿Puedo terminarme esta ración o quieres más?
Nicki contuvo una sonrisa mientras le acercaba el cuenco.
—
Sírvete.
Alexa se esforzó por no gemir cuando la suculenta salsa de tomate le tocó la lengua.
—
Alexa, ¿qué pasa con la ampliación de la librería?
Un espagueti se le quedó atascado en la garganta y casi se ahogó. Nicki se levantó de un salto y comenzó a darle palmadas en la espalda, pero ella se apartó y bebió un enorme sorbo de agua. El poema de Walter Scott sobre la mentira le pasó por la cabeza, burlándose de ella. Porque, efectivamente, la mentira tenía las patas muy cortas…
—
¿Estás bien?
—
Sí. Se me ha ido por el otro lado. —Cambió de tema—. Tenemos que ir a casa de mis padres el día de Acción de Gracias.
—
No, detesto las fiestas familiares. Y no has contestado mi pregunta. Ya tienes el dinero y creía que tenías que comenzar con la cafetería enseguida. Se me han ocurrido unas cuantas ideas que me gustaría comentarte.
El corazón le latía tan deprisa que casi no podía pensar. La cosa iba mal. Fatal.
—
Esto… Nicki, no esperaba que me ayudases con la cafetería. Ya tienes demasiadas cosas entre manos con lo del proyecto del río y con el consejo de administración controlando todos tus pasos. Además, ya he contratado a alguien más o menos.
—
¿A quién?
«Joder.»
Gesticuló para restarle importancia.
—
Ahora no me acuerdo del nombre. Un cliente me lo ha recomendado. Él… esto… está con los planos y empezaremos pronto. Aunque es posible que espere hasta la primavera.
Nicki frunció el ceño.
—
No tienes por qué esperar. Ese tío me da mala espina. Dame su número para llamarlo y hablar con él.
—
No.
—
¿Por qué no?
—
Porque no quiero que te metas.
Sus palabras la golpearon como un gancho de derecha que lo pillara desprevenida. Dio un respingo, pero se recuperó enseguida. La tristeza que le provocaban las mentiras se enconó, pero Alexa se recordó que todo era un asunto de negocios, aunque de alguna manera supiera que le había hecho daño.
La cara de Nicki mostró desinterés.
—
Vale, si lo prefieres así…
—
Es que me gustaría que nos atuviéramos al trato en nuestra relación. Que te involucres con el proyecto de mi cafetería no es una buena idea. ¿No crees?
—
Claro. Lo que tú digas.
El silencio los rodeó, empezando a ser incómodo. Carraspeó.
—
De vuelta a lo de Acción de Gracias, tienes que ir. No te queda otra.
—
Diles que tengo que trabajar.
—
Vas a ir. Es importante para mi familia. Si no vamos, sospecharán que pasa algo malo.
—
Detesto el día de Acción de Gracias.
—
Ya te he oído, pero me da igual.
—
Las reuniones familiares no estaban en el contrato.
—
Hay ocasiones en las que no podremos ceñirnos al contrato al pie de la letra.
Al escucharla, Nicki levantó la cabeza de repente, como si le estuviera prestando toda su atención.
—
Creo que tienes razón. Debemos permitirnos cierta flexibilidad y admitir que tal vez cometamos algunos errores por el camino.
Alexa asintió con la cabeza y se llevó los últimos espaguetis a la boca.
—
Exacto. ¿Vas a ir?
—
Claro.
Ese cambio de opinión tan drástico hizo que sospechara, pero se desentendió del asunto. El plato vacío se burlaba de ella. Joder, ¿qué había hecho?
—
Y es curioso que hayas mencionado lo del contrato —continuó Nicki—. Porque ha surgido un problemilla, pero ya está resuelto.
A lo mejor podría hacer algo más de ejercicio en la cinta de correr. Y un poco de pesas. Incluso volver a la clase de yoga.
—
No iba a comentártelo, pero quería ser sincera. Seguramente ni te importará.
Llamaría a Maggie por la mañana para ir a clase de kickboxing. La clase quemaba un montón de calorías y la defensa personal se le daba muy bien.
—
Gabriella me ha besado.
Levantó la cabeza al instante.
—
¿Qué has dicho?
Nicki se encogió de hombros.
—
Me llamó y me dijo que quería verme. Dijo que se iba a mudar a California. Fue ella quien me besó, así que supongo que era su idea de despedida. Fin de la historia.
Alexa Entrecerró los ojos al escucharla. Esa aparente despreocupación ocultaba algo más. Además, sabía que la manera de sonsacárselo consistía en fingir que el asunto no era nada del otro mundo.
—
¿Un beso de despedida? Eso no suena muy grave.
Nicki se sentó de nuevo, muy aliviada, mientras ella hacía como que comía las hojas de ensalada que le quedaban para eliminar parte de la tensión.
—
¿En la cara o en la boca?
—
En la boca. Pero fue visto y no visto.
—
Vale. Así que nada de lengua, ¿no?
La silla crujió cuando Nicki se removió. Acababa de pillar a esa hija de puta.
—
Pues no…
—
¿Segura?
—
Tal vez un poco. Pasó tan deprisa que no me acuerdo.
Incluso de niña se le daba fatal mentir. Siempre acababa metida en líos, mientras que Maggie se libraba del castigo porque era muy buena mintiendo. Era como si le creciera la nariz y le gritara la verdad al mundo.
—
Vale. Lo importante es que me has contado la verdad. ¿Dónde ha sido?
—
En el río.
—
¿Después de la reunión?
—
Sí.
—
Te llamó al móvil.
—
Le dije que no fuera, pero según ella era importante, así que la esperé. Le dije que no quería verla más.
—
Y después ella te besó y tú la apartaste.
—
Eso es.
—
¿Dónde tenía las manos?
Nicki parecía confusa. Parecía estar pensando la respuesta, como si se tratara de una pregunta trampa.
—
¿A qué te refieres?
—
Sus manos. ¿Dónde las puso? ¿Te las colocó en el cuello o en la cintura? ¿Dónde?
—
En el cuello.
—
Y tú ¿dónde pusiste las tuyas?
—
¿Antes o después de apartarla?
«Bingo», pensó.
—
Antes.
—
En la cintura.
—
Vale. Así que parece que tardaste un poco en apartarla, que hubo lengua y que su cuerpo estuvo pegado al tuyo… ¿durante cuánto tiempo?
Nicki miró con cierta desesperación el vaso vacío de whisky, pero respondió la pregunta.
—
No mucho.
—
¿Un minuto? ¿Un segundo?
—
Un par de minutos. Después la aparté.
—
Sí, eso ya lo has dicho.
Alexa se levantó y comenzó a recoger los platos. Nicki titubeó como si no supiera muy bien qué hacer, pero al final se quedó sentada. Se hizo un silencio incómodo. Alexa terminó de recoger sin pronunciar palabra, dejando que la tensión aumentara. El momento de su rendición fue como un chasquido.
—
No tienes motivos para enfadarte —le dijo Nicki.
Ella metió los platos en el lavavajillas y después se volvió hacia el frigorífico. Con movimientos precisos, sacó el helado, el jarabe de chocolate, la nata montada y las cerezas.
—
¿Por qué iba a enfadarme? Ese beso no ha significado nada, aunque tú violaras el contrato.
—
Acabamos de decir que a veces no se puede seguir el contrato al pie de la letra ¿Qué haces?
—
Preparándome el postre. Bueno, ¿qué hizo Gabriella cuando la apartaste?
Siguió montando el helado y dejando que Nicki sintiera la presión.
—
Se enfadó porque la había rechazado.
—
¿Por qué la apartaste, Nicki?
Parecía incomodísima.
—
Porque nos hicimos una promesa. Aunque no nos acostemos, prometimos que no seríamos infieles.
—
Muy lógico. Me sorprende que pudieras pensar con tanta claridad después de un beso así. Conmigo lo entiendo. Pero Gabriella parece inspirarte una respuesta más apasionada.
Nicki se quedó boquiabierta. Alexa puso la nata montada sobre el helado y esparció unas cuantas cerezas por encima, tras lo cual se alejó un poco para admirar su obra.
—
¿Crees que reacciono de forma más apasionada con Gabriella?
Alexa se encogió de hombros antes de contestar:
—
Cuando la conocí, me resultó evidente que saltan chispas cuando estáis juntas. Nosotras no tenemos ese problema. A mí solo me has besado porque estabas cabreada o aburrida.
—
¿Aburrida? —Nicki se frotó la cara con las manos antes de enterrar los dedos en el pelo. Se le escapó una carcajada seca
—
. No me lo puedo creer. No tienes ni idea de lo que he sentido cuando Gabriella me ha besado.
Alexa notó que le clavaban un puñal en el corazón, con tanta precisión como el bisturí de un cirujano. En esa ocasión no le sangró la herida; se limitó a aceptar con resignación que la mujer con la que se había casado siempre desearía a una supermodelo, no a ella. Que siempre sucumbiría a la tentación de dar un último sorbo antes de que se impusiera la dichosa ética. Era legalmente fiel, pero en su cabeza era infiel. Ella era algo secundario, y Nicki nunca la desearía como deseaba a su ex. Al menos, no en el plano físico.
La furia se apoderó de ella, una furia candente y satisfactoria, mientras contemplaba su postre perfecto. Nickol Ryan adoraba la lógica y la razón, y había analizado en profundidad su respuesta.
Empleaba la sinceridad porque era una mujer justa. Sin embargo, a ella le enfurecía su aparente incapacidad para reconocer que tenía todo el derecho del mundo a cabrearse tras enterarse de que su esposa había besado a una ex amante. Nicki esperaba que se comportase con tranquilidad, con mesura, y que perdonase su indiscreción para dejarla en el olvido.
«¡Que le den!»
Con un movimiento muy elegante, cogió el pesado cuenco y se lo volcó en la cabeza.
Nicki chilló y se levantó de un salto, luciendo una expresión de auténtica incredulidad, mientras el helado de chocolate, el jarabe y la nata montada le resbalaban por la cabeza y las mejillas y se le
metían en las orejas.
—
¡Joder!
Su rugido fue un grito de indignación y de confusión, y una demostración de emoción tan sincera que Alexa se sintió mejor de inmediato.
Satisfecha, se limpió las manos en el paño de cocina y retrocedió. Incluso consiguió esbozar una sonrisa educada.
—
Si fueras la mujer tan inteligente y razonable que pareces ser, deberías haber apartado a Gabriella de inmediato y haberte ceñido al trato. En cambio, te has dado el lote con ella en público, junto al río; le has metido la lengua en la boca y la has acariciado. Pues esta es mi respuesta inteligente y razonable a tu traición, hija de puta. Que disfrutes del postre.
Se dio media vuelta y subió la escalera.
LaNoEscritora