Matrimonio por Contrato VI Capítulo
Sacudió la cabeza en un intento por aclararse las ideas. ¿Sería Alexa multiorgásmica? Se había estremecido entre sus brazos por un simple beso. ¿Cómo reaccionaría su cuerpo en pleno delirio sexual si usaba los labios, la lengua y los dientes para hacerla volar? ¿Gritaría?
A
lexa estaba sentada enfrente de sus padres. El alivio y la alegría hacían que le temblaran las manos al deslizar el cheque por la usada mesa de cocina, cubierta por un alegre mantel de vinilo con soles amarillos.
—
Nicki y yo queremos daros esto para pagar la hipoteca —anunció—. No vamos a aceptar ni discusiones ni protestas. Hemos hablado del tema largo y tendido, y somos afortunadas de tener muchísimo dinero. Queremos compartirlo. Significa mucho para nosotras, así que os pido que aceptéis nuestro regalo.
Sus expresiones asombradas hicieron que se le llenaran los ojos de lágrimas. ¿Cuántas noches se había pasado en vela, sintiéndose culpable por no poder ayudar a sus padres a salir de su difícil situación económica? Como primogénita, detestaba sentirse tan impotente. La decisión de lidiar con Nicki y con sus incipientes emociones merecía la pena. La certeza de que su familia estaría a salvo aliviaba el terrible dolor con el que llevaba cargando desde que su padre sufrió el infarto.
—
Pero ¿cómo podéis permitíroslo? —María se llevó una mano temblorosa a los labios mientras Jim la abrazaba—. Nicki no debería considerarnos una carga. Estáis recién casadas, tenéis sueños. Para tu librería. Sueños de una familia con muchos hijos. No deberías ocuparte de nosotras, Alexandria. Nosotros somos tus padres.
Jim asintió con la cabeza.
—
Ya había tomado la decisión de buscar otro trabajo. No necesitamos el dinero.
Alexa suspiró al enfrentarse a la terquedad de sus padres.
—
Escuchadme bien: Nicki y yo tenemos dinero de sobra, y esto es importante para nosotros. Papá, otro trabajo es inviable en tu situación, a menos que quieras morirte. Ya sabes lo que te dijo el médico. —Se inclinó hacia ellos—. Esto os permitirá liberar la casa de cargas y podréis concentraros en pagar otras facturas. Podréis ahorrar para la universidad de Izzy y de Gen. Podréis ayudar a Lance a pagar el último año de Medicina. No os estamos dando dinero para que os jubiléis, de verdad, solo lo justo para facilitaros las cosas.
Sus padres se miraron. La esperanza brillaba en los ojos de su madre mientras aferraba el cheque.
Alexa los empujó un poco más para obligarlos a dar el paso decisivo.
—
Nicki no ha querido venir conmigo hoy. El dinero tiene solo una condición: no quiere oír hablar más del tema.
María jadeó.
—
Pero tengo que agradecérselo —dijo—. Debe saber lo mucho que apreciamos el gesto… hasta qué punto nos ha cambiado la vida.
Alexa tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—
A Nicki no le van los arranques emocionales. Cuando hablamos del tema, insistió en que no quería que se volviera a mencionar.
Jim frunció el ceño.
—
¿No quiere aceptar un simple agradecimiento? Al fin y al cabo, si no fuera por mí, no estaríamos metidos en este follón.
—
Cualquiera puede enfermar, papá —susurró.
El dolor del pasado se reflejó en la cara de su padre.
—
Pero me marché.
—
Y volviste. —Maria le cogió la mano y sonrió—. Volviste con nosotros y arreglaste las cosas. Todo eso es agua pasada. —Su madre se irguió en la silla, con los ojos rebosantes de emoción—. Vamos a aceptar el cheque, Alexandria. Y no le diremos ni media palabra a Nicki. Siempre que nos prometas que vas a volver a casa y que le dirás que es nuestro ángel. —Se le quebró la voz—. Estoy muy orgullosa de que seas mi hija.
Alexa la abrazó. Después de charlar durante varios minutos más, les dio un beso y salió de la casa.
Esa noche tocaba poesía en Locos por los Libros y no podía llegar tarde. Arrancó su destartalado Volkswagen Escarabajo y puso rumbo a la librería mientras la cabeza le daba vueltas.
Era triste tener que recurrir a una farsa para conseguir el dinero, pero también era necesario. Jamás le hablaría a Nicki de la precaria situación económica de sus padres. Se estremecía solo de imaginar que Nicki le tiraba unos cuantos fajos de billetes como si el dinero lo pudiera solucionar todo. Su orgullo era importante, al igual que el de sus padres. Ellos resolvían sus propios problemas. Tenía la sensación de que Nicki Ryan creía que el dinero suplía a las emociones, una lección que sus padres le habían impartido todos los días durante su infancia. Se estremeció al pensarlo.
No, se las apañaría para hacerlo sola.
Recuperó la compostura y se dirigió al trabajo.
Alexa echó un vistazo por Locos por los Libros con expresión satisfecha. Las veladas poéticas atraían a mucha gente, y todos compraban libros. Todos los viernes por la noche transformaba la parte trasera de la librería en un escenario. La música ambiente flotaba entre los pasillos poco iluminados. Varios sillones verde manzana y algunas mesitas destartaladas salían del almacén y se colocaban formando un círculo. El público estaba conformado por una agradable mezcla de intelectuales, algunos muy formales, y otras personas que solo querían pasar una noche divertida. Llevó el micrófono hasta el pequeño escenario y miró de nuevo el reloj. Faltaban cinco minutos. ¿Dónde estaba Maggie?
Vio que la gente comenzaba a tomar asiento, protestando por la ausencia de café y discutiendo sobre estrofas, simbolismos y emoción desbordada. La puerta se abrió justo a tiempo, dejando pasar a Maggie junto con una ráfaga de aire fresco.
—
¿Alguien quiere una taza de café?
Alexa se acercó a ella corriendo y cogió dos tazas humeantes de moca.
—
Gracias a Dios. Si no les sirviera cafeína, leerían los poemas en el Starbucks de la esquina.
Maggie soltó la bandeja de cartón y presentó las tazas. Su pelo de color canela le acarició la barbilla al menear la cabeza.
—
Al, estás tonta. ¿Sabes la cantidad de pasta que te gastas en café para que estos artistas puedan leer sus poemas delante de los demás? Que se lo paguen ellos mismos.
—
Necesito los ingresos. Hasta que encuentre la manera de que me concedan el préstamo para ampliar el negocio, necesito darles cafeína.
—
Pídeselo a Nicki. Técnicamente es tu esposa.
Alexa le lanzó una mirada elocuente.
—
No, no quiero que se meta en mis asuntos. Me prometiste que no le dirías nada.
Maggie levantó las manos.
—
¿Qué pasa? Nicki sabe que ibas a pagar el préstamo.
—
Quiero hacerlo yo sola. Ya he cobrado el pago, ese era el trato. Nada más. Ni que fuera un matrimonio de verdad.
—
¿Les has dado el dinero a tus padres?
Alexa sonrió.
—
Solo por eso casi merece la pena soportar la compañía de tu hermana.
—
Sigo sin entenderlo. ¿Por qué no le cuentas a Nicki la verdad acerca del dinero? Es una idiota, sí, pero tiene buen corazón. ¿A qué estás jugando, cariño?
Alexa se dio media vuelta, ya que temía mirar a su amiga. Nunca había sabido mentir. ¿Cómo podía decirle a Maggie que su hermana la ponía muchísimo y que necesitaba todas las barreras que pudiera reunir para mantener las distancias? Si ella la creía una avariciosa y una egoísta, tal vez la dejara en paz.
Maggie la observó con detenimiento. De repente, se le encendió la bombilla y esos ojos verdes se abrieron de par en par.
—
¿Os traéis algo más entre manos? Porque no te sentirás atraída por ella, ¿verdad?
Alexa se obligó a reír.
—
Detesto a tu hermana.
—
Mientes. Siempre he sabido cuándo mientes. Quieres acostarte con ella, ¿a que sí? ¡Uf!
Alexa cogió la última taza de café.
—
Se ha acabado la conversación. No me atrae tu hermana y yo no le atraigo a ella.
Maggie la siguió pegada a sus talones.
—
Vale, ahora que se me han pasado las arcadas de pensarlo, hablemos del tema. Es tu esposa, ¿no?
Bien podrías acostarte con alguien durante este año.
Alexa subió al escenario. Todos los ojos estaban clavados en ella.
«Hablar de sexo llama la atención de todo el mundo, está claro», pensó ella.
Pasó de su amiga e hizo las presentaciones de rigor para esa noche.
Cuando subió al escenario el primer poeta, ella se apartó y se acomodó en su sillón. Cogió su bloc de notas por si necesitaba apuntar alguna repentina inspiración y dejó su mente en blanco para centrarse en la lectura.
Maggie se arrodilló a su lado y le susurró:
—
Creo que deberías acostarte con ella.
Alexa suspiró, hastiada.
—
Déjame en paz.
—
Lo digo en serio. Después de analizarlo, creo que es perfecto. De todas maneras, las dos tenéis que ser fieles, así que sabrás que no se está acostando con otra. Podrás hartarte de hacerlo con ella y después de un año te largas y punto. Sin malos rollos. Sin complicaciones.
Se movió, inquieta. No porque le avergonzara la sugerencia de Maggie. No, era por todo lo contrario. La posibilidad la intrigaba. Por las noches daba vueltas en la cama imaginándola en la habitación del fondo del pasillo. Su cuerpo fuerte y desnudo tendido en la cama, esperándola. Sus hormonas se revolucionaron al pensarlo. Joder, a ese paso acabaría en un manicomio al terminar el año.
Causa: el celibato.
Maggie chasqueó los dedos delante de su cara y Alexa salió de sus ensoñaciones.
—
Otra vez se te ha ido el santo al cielo. ¿Viene Nicki esta noche?
—
Claro, a tu hermana le encanta pasar así un viernes por la noche.
—
¿Cómo os va? Aparte de la atracción física.
—
Bien.
Maggie puso los ojos en blanco.
—
Mientes otra vez. No vas a contármelo, ¿verdad?
Alexa se percató de que se lo había confesado todo a Maggie salvo una cosa: la primera vez que Nicki la besó. En aquel momento descubrió que la quería. La amistad se había convertido en rivalidad y después había dado paso a un enamoramiento infantil. Aquel primer beso alteró tanto sus emociones que las confundió con el amor. Su corazón latía por ella, lleno de alegría ante la posibilidad de estar juntas, de modo que pronunció aquellas palabras bajo los árboles.
«Te quiero», le dijo.
Después esperó que la besara de nuevo. En cambio, se apartó de ella y se rió. Le dijo que era una niña y se largó.
En aquel momento aprendió lo que era el amor no correspondido. Con catorce años. En el bosque, con Nickol Ryan.
No tenía pensado repetir la experiencia.
Desterró aquel recuerdo y decidió ocultarle a Maggie otra cosa más.
—
No hay nada entre nosotras —le aseguró ella—. ¿Me dejas que escuche el siguiente poema en paz, por favor?
—
No creo que esta noche vayas a encontrar mucha paz, cariño.
—
¿Qué quieres decir?
—
Nicki está aquí. Tu esposa. La tía que no te atrae.
Alexa volvió la cabeza y vio horrorizada la figura que había en la puerta. Saltaba a la vista que Nicki estaba fuera de su elemento, pero irradiaba tanta confianza y su presencia resultaba tan sobrecogedora y femenina, que se quedó sin aliento al comprender que esa mujer era capaz de encajar en cualquier parte. Y eso que ni siquiera iba de negro.
Nicki llevaba los vaqueros Calvin Klein como si fuera desnuda. La tela se amoldaba a sus muslos y a sus caderas como si se plegara a su voluntad. Proyectaba la imagen de una mujer que se conocía bien… y a quien le importaba una mierda la opinión de los demás. Había elegido un jersey de color tostado de punto grueso que resaltaba sus pechos.
Esperó mientras Nicki recorría la estancia con la mirada, que tras pasar sobre ella, se detuvo y regresó despacio.
La miró a los ojos.
Alexa detestaba los tópicos, pero sobre todo detestaba estar convirtiéndose en uno. Sin embargo, el corazón se le desbocó, empezaron a sudarle las palmas de las manos y su estómago parecía sufrir los estragos de una montaña rusa gigantesca. Su cuerpo cobró vida mientras deseaba que se acercara a ella y le prometía sumisión total. Si Nicki le decía que volviera a casa, que se metiera en la cama y que la esperase, estaba convencida de que cumpliría sus órdenes.
Esa falta de voluntad la sacaba de quicio, pero su naturaleza sincera la obligaba a admitir que lo haría de todas maneras.
—
Ya veo. No hay ni pizca de atracción entre vosotras.
Las palabras de Maggie rompieron el extraño hechizo y permitieron que Alexa recobrara la compostura. Había invitado a Nicki a la velada poética porque no había visto su librería. Ella había rechazado la invitación con tacto, aduciendo que tenía trabajo pendiente, cosa que no la había sorprendido. Una vez más se recordó que procedían de mundos distintos y que Nicki no tenía deseos de visitar el suyo. Según se acercaba a ella, Alexa se preguntó por qué habría cambiado de opinión.
Nicki se abrió paso entre las estanterías. Un tío vestido de negro estaba soltando una parrafada delante de un micrófono acerca de la correlación entre las flores y la muerte, y el olor del café le llegaba a la nariz. Escuchaba los sonidos de una flauta y el lejano aullido de un lobo. Sin embargo, su mujer eclipsó todo lo demás.
El verdadero atractivo de Alexa residía en que desconocía el efecto que causaba en las personas. La irritación la puso de los nervios. Vivía en un constante torbellino emocional y lo detestaba con todas sus fuerzas. Ella era la mujer más tranquila del mundo y se había dedicado a evitar follones sentimentales. En ese momento, su día a día consistía en ir de la irritación al enfado, pasando por la frustración. La volvía loca con sus argumentos inverosímiles y con sus discursos apasionados. También la hacía reír. Su casa parecía haber cobrado vida desde que ella se había mudado.
Llegó junto a Alexa.
—
Hola.
—
Hola.
Miró a su hermana.
—
Maggie May, ¿cómo va la cosa?
—
Bien, hermanita. ¿Qué te trae por aquí? No irás a leer el poema que escribiste cuando tenías ocho años, ¿verdad?
Alexa ladeó la cabeza, interesada.
—
¿Qué poema?
Nicki sintió que le ardía la cara y se dio cuenta de que las dos mujeres que tenía delante eran las únicas que habían conseguido que perdiera la compostura.
—
No le hagas caso.
—
Creía que tenías trabajo pendiente —comentó Alexa.
Lo tenía. Y no sabía por qué había ido a la librería.
Tras salir de la oficina y llegar a una casa vacía, el silencio la inquietó. Pensó en Alexa, rodeada de gente en la librería que ella había creado y quiso unirse a su mundo aunque fuera un momento. Sin embargo, en vez de confesarlo, se encogió de hombros.
—
He terminado antes. Se me ocurrió ver de qué iba tu velada poética. ¿Todos los artistas fuman?
Hay una cola enorme fuera y están todos echando humo.
Maggie esbozó una sonrisa torcida y extendió las piernas hacia delante. Estaba sentada en el brazo del sillón. Sus ojos verdes la miraron con el brillo travieso típico de una hermana pequeña que aún disfrutaba atormentando a su hermana mayor.
—
¿Sigues con el mono, Nicki? Seguro que puedo conseguirte uno.
—
Gracias. Siempre es agradable contar con un miembro de la familia como camello.
Alexa resopló.
—
¿Fumas?
Nicki meneó la cabeza.
—
Fumaba. Lo dejé hace unos cuantos años.
—
Sí, pero cuando se estresa o se enfada, vuelve al vicio. ¿Te puedes creer que no lo considera recaídas siempre y cuando no compre el tabaco?
Alexa se echó a reír.
—
Es una conversación muy reveladora, chicas. Tenemos que reunirnos más a menudo. Dime, Maggs, ¿tu hermana hace trampas cuando juega a las cartas?
—
Siempre.
Nicki extendió el brazo y cogió a Alexa de la mano, invitándola a levantarse del sillón.
—
Enséñame el resto de la librería mientras termina su poema este tío.
Maggie se rió por lo bajo y se acomodó en el asiento vacío.
—
Le da miedo lo que pueda decirte a continuación —comentó, dirigiéndose a Alexa.
—
Tienes toda la razón.
Nicki la alejó de la multitud. Con un movimiento instintivo, se detuvo en un rincón oscuro, junto a un letrero en el que se leía R
ELACIONES.
La guió de tal modo que la instó a quedar de espaldas contra la estantería, tras lo cual le soltó la mano. En ese momento cambió la posición del cuerpo y maldijo por lo bajo, repentinamente muy nerviosa. No había planeado qué decir, solo sabía que tenía que hacer algo para acabar con la tensión que crepitaba entre ellas antes de que se volviera loca y la arrastrara a la cama. Fuera como fuese, tenía que reconducir la relación de vuelta a la amistad. De vuelta a la camaradería entre hermana mayor y hermana pequeña. Aunque le costara la vida misma.
—
Quiero hablar contigo.
Los carnosos labios de Alexa esbozaron una sonrisa.
—
Vale.
—
Sobre nosotras.
—
Vale.
—
Creo que no debemos acostarnos.
Alexa echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Nicki no supo si le molestaba su sentido del humor o si se sentía fascinada por su franca belleza. Alexa era una mujer que disfrutaba de la vida y que soltaba carcajadas sinceras. Nada de risas calculadas ni de risillas tontas con ella. Aun así, detestaba que se riera de ella. Aunque era mayor que ella, Alexa la devolvía a la época de la adolescencia en la que trataba de ser guay sin conseguirlo, mientras ella le ponía la zancadilla a cada paso.
—
Qué gracia Nicki, porque no recuerdo haberte ofrecido mi cuerpo. ¿Me he perdido algo?
Nicki frunció el ceño al escuchar el desparpajo con el que se desentendía de su problema.
—
Ya sabes a lo que me refiero. La noche de la fiesta la cosa se nos fue de las manos, y asumo toda la responsabilidad.
—
Qué generosa.
—
No te pases. Intento decirte que lo que ocurrió estaba fuera de lugar y que no volverá a pasar. Bebí demasiado, estaba cabreada por lo de Conte y me desquité contigo. Intento ceñirme a nuestro acuerdo original y me arrepiento de haber perdido el control.
—
Disculpa aceptada. Y siento haber contribuido a todo el episodio. Olvidémonos del tema.
A Nicki no le gustó que tachara de mero episodio semejante momento de pasión, pero lo pasó por alto. Se preguntó por qué no se sentía aliviada después de haber logrado su apoyo. Carraspeó.
—
Tenemos un año muy largo por delante, Alexa. ¿Por qué no intentamos ser amigas? Será mejor para mantener las apariencias y también para nosotras.
—
¿Qué tienes en mente? ¿Más partidas de póquer?
De repente Nicki, se imaginó a Alexa tumbada sobre ella. Con el pecho aplastado contra el de ella. Se imaginó su piel ardiente, dispuesta a estallar en llamas entre sus brazos. Como si la escena estuviera preparada, levantó la cabeza en ese momento y leyó el título del libro que estaba justo al lado de
Alexa.
Cómo proporcionarle orgasmos múltiples a una mujer.
«¡Joder!», pensó.
—
¿Nicki?
Sacudió la cabeza en un intento por aclararse las ideas. ¿Sería Alexa multiorgásmica? Se había estremecido entre sus brazos por un simple beso. ¿Cómo reaccionaría su cuerpo en pleno delirio sexual si usaba los labios, la lengua y los dientes para hacerla volar? ¿Gritaría? ¿Lucharía contra su respuesta? ¿O se entregaría al placer y se lo devolvería con creces?
—
¿Nicki?
Sintió que se le llenaba la frente de sudor mientras apartaba la vista del libro y volvía a la realidad. Era una imbécil. No habían pasado ni dos segundos desde que le había propuesto que fueran amigas y ya estaba fantaseando con ella.
—
Esto… vale. Digo, que sí, claro, que podemos jugar a lo que sea. Menos al Monopoly.
—
Siempre se te ha dado fatal. ¿Recuerdas cuando Maggie te hizo llorar porque caíste en el hotel más caro del Monopoly, que era suyo? Tú querías negociar, pero ella solo aceptaba dinero en efectivo.
Dejaste de hablarle durante una semana.
La fulminó con la mirada.
—
Te refieres a Beth, la niña que vivía al final de la calle. Yo nunca he llorado por un juego.
—
Claro.
Alexa se cruzó de brazos, con una expresión que le indicó que no le creía.
Irritada, Nicki se pasó los dedos por la cara y se preguntó cómo era posible que le hiciera perder los papeles por una partida de Monopoly que nunca se jugó.
—
Vale, seremos amigas. Puedo soportarlo —dijo Alexa.
—
Trato hecho, entonces.
—
¿Por eso has venido a la velada poética?
La miró a la cara y le mintió:
—
Quería demostrarte que sé llegar a un compromiso.
No estaba preparada para la dulce y arrebatadora sonrisa que Alexa le regaló. Parecía complacida de verdad, aunque había admitido que lo había hecho para evitar males mayores en el futuro.
Alexa le tocó el brazo.
—
Gracias, Nicki.
Sorprendida, se apartó. Después, tuvo que lidiar con la vergüenza.
—
De nada. ¿Vas a leer algo esta noche?
Alexa asintió con la cabeza.
—
Será mejor que vuelva. Suelo ser la última. Anda, ve a darte una vuelta por la librería.
La observó alejarse para reunirse con la multitud y después comenzó a caminar entre las estanterías. Sin prestarle mucha atención, escuchó al siguiente poeta recitar los versos con el sonido de la música ambiental de fondo, y puso cara de asco. ¡Por Dios! Detestaba la poesía. Detestaba ese flujo de emociones, complicadas y desatadas, al alcance de cualquier desconocido que quisiera compartirlas. Las retorcidas comparaciones entre la naturaleza y la rabia, el sinfín de topicazos y las desconcertantes analogías llevaban a cuestionarse su inteligencia. No, Nicki prefería una buena biografía o un clásico como Hemingway. Prefería la ópera, donde había control tras las feroces emociones.
Una voz ronca y familiar brotó de los altavoces.
Se detuvo entre las sombras y observó que Alexa se comía el pequeño escenario. Bromeó con los espectadores, les agradeció su presencia y presentó su nuevo poema.
—
«Un rinconcito oscuro» —anunció ella.
Nicki se preparó para el despliegue emocional e incluso empezó a formular halagos mentalmente. Al fin y al cabo, Alexa no tenía la culpa de que a ella no le gustase la poesía. Había decidido no burlarse de algo tan importante para Alexa e incluso pensaba animarla.
Escondidas entre la suave piel y el dulce terciopelo;
mis piernas ceden y se doblan bajo mi cuerpo.
Espero que llegue el final y que llegue el comienzo.
Espero que llegue la brillante y refulgente luz para que me lleve de regreso;
al mundo de relucientes colores y de aromas perfumados que me inundan la nariz;
al mundo de lenguas viperinas que destrozan dulces sonrisas. Escucho mientras el hielo cruje contra el líquido ambarino.
El fuego arde en el interior, en recuerdo de un suicidio del pasado; en recuerdo de un silencioso asesinato.
Segundos… minutos… siglos…
El súbito conocimiento me retuerce las entrañas; estoy en casa. Abro los ojos para ver el fogonazo de una puerta que se abre.
Y me pregunto si la recordaré.
Alexa dobló la hoja de papel y les hizo un gesto a sus espectadores. El silencio se extendió por la sala. Algunas personas escribían muy deprisa en sus blocs de notas. Maggie la vitoreó. Alexa soltó una carcajada y se bajó del escenario, y después empezó a recoger las tazas vacías y a charlar mientras la velada llegaba a su fin.
Nicki se quedó donde estaba, observándola.
Una extraña emoción burbujeaba en su interior. Dado que nunca había experimentado nada parecido, no podía nombrarla. Había muy pocas cosas en la vida que la conmovieran, y admitía que le gustaba que fuese así.
Esa noche se había producido un cambio.
Alexa había compartido una parte muy importante de sí misma con una estancia llena de desconocidos. Con Maggie. Con ella. Expuesta a las críticas, vulnerable a los caprichos de los demás, había descrito lo que sentía y había hecho que ella también lo sintiera. Su valor la dejaba sin aliento.
Aunque la admiraba, las dudas la asaltaron como un monstruo salido de un pantano y la llevaron a preguntarse si, pese a toda su lógica, no sería una cobarde.
—
¿Qué te ha parecido?
Parpadeó y miró a Maggie, aunque le costó concentrarse.
—
Ah, me ha gustado. Nunca había oído nada de ella.
Maggie sonrió como una orgullosa mamá gallina.
—
Siempre le digo que podría publicar una antología, pero no le interesa. Su verdadera pasión es Locos por los Libros.
—
¿Y no puede dedicarse a las dos cosas?
Maggie resopló.
—
Claro. Tú y yo lo haríamos sin pensarlo, porque jamás dejaríamos pasar una oportunidad. Al es distinta. Se contenta con compartir, no necesita la gloria que acompaña a la publicación. Ha publicado en algunas revistas y también es miembro de un grupo de crítica literaria, pero lo hace más por los demás que por ella misma. Ese es el problema que tenemos nosotras, hermana. Siempre lo ha sido.
—
¿Cuál?
—
Somos egoístas. Por culpa de nuestra infancia tan desastrosa, supongo. —Ambas contemplaron a Alexa acompañar a sus invitados a la puerta con su habitual buen humor—. Pero Al ha encontrado su camino haciendo todo lo contrario. Haría cualquier cosa por otra persona.
De repente, Maggie se volvió hacia Nicki. Echaba chispas por los ojos con la ferocidad que Nicki recordaba de los viejos tiempos. Su hermana le clavó un dedo en el pecho.
—
Te lo advierto, guapa. Te quiero con locura, pero como le hagas daño, yo misma te daré una paliza. ¿Entendido?
En vez de enfadarse, Nicki se sorprendió a sí misma al soltar una carcajada. Acto seguido, besó a su hermana en la frente.
—
Eres una buena amiga, Maggie May. Yo no te tildaría tan a la ligera de ser una persona egoísta.
Ojalá que el hombre adecuado sea capaz de verlo algún día.
Ella retrocedió con la boca abierta.
—
¿Estás borracha? ¿O eres un impostora? ¿Dónde está mi hermana?
—
Tampoco te pases. —Nicki echó un vistazo a su alrededor—. ¿Qué pasa con la ampliación? —Al ver que su hermana ponía los ojos como platos, tuvo que contener una carcajada—. No te preocupes, ya no es un secreto. Alexa ha admitido que quiere el dinero para añadir una cafetería. Le di el cheque, pero supuse que me pediría consejo. —Su hermana parpadeó y se negó a responder. Nicki frunció el ceño—. ¿Te ha comido la lengua el gato, Maggie May?
—
Ay, mierda.
Enarcó una ceja al escucharla.
—
¿Qué pasa?
De repente, su hermana comenzó a recoger las tazas de café que quedaban y a limpiar la mesa.
—
Nada. Esto… creo que puede que le dé un poco de vergüenza porque va a contratar a otro para hacerlo. No quería molestarte.
Nicki se vio obligada a reprimir la irritación.
—
Tengo tiempo para ayudarla.
Maggie se echó a reír, pero con un deje desesperado muy raro.
—
Pasa del tema, hermanita. Tengo que irme. Nos vemos.
Se marchó a toda prisa. Nicki meneó la cabeza. Tal vez Alexa no quería que se involucrara en su proyecto.
Al fin y al cabo, había dicho en muchas ocasiones que su relación se basaba en un contrato comercial. Tal como ella quería.
Se recordó que tenía que sacar el tema más adelante. Ayudó a Alexa a cerrar la librería y después la acompañó al coche.
—
¿Has cenado? —le preguntó.
Alexa negó con la cabeza.
—
No he tenido tiempo —dijo—. ¿Quieres que compremos una pizza de camino?
—
Prepararé algo cuando lleguemos a casa. —Se atragantó con la última palabra. Por raro que pareciera, había comenzado a pensar que su santuario particular también lo era en parte de Alexa—. No tardaré mucho.
—
Vale. Nos vemos en casa. —Ella se volvió, pero después se dio media vuelta para mirarla de nuevo. Abrió la boca—. Ah, Nicki, no te olvides de…
—
La ensalada.
Alexa puso los ojos como platos y, durante un segundo, fue como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Sin embargo, se recuperó con una velocidad admirable. Y ni siquiera le preguntó cómo lo sabía.
—
Eso. La ensalada.
A continuación, ella se volvió y entró en su coche. Nicki comenzó a silbar mientras se dirigía a su BMW. Sí, estaba aprendiendo. Le gustaba pillarla desprevenida. Alguna vez tendría que ganarle la partida.
Se pasó silbando casi todo el trayecto de vuelta a casa.
N
icki cerró la puerta tras ella y se dejó caer en el sillón de cuero. Con la vista clavada en su mesa de dibujo, cerró los puños para contener el hormigueo. Ansiaba crear. Se imaginaba los materiales:
arenisca y ladrillo. Paneles de cristal y suaves curvas. Por las noches, las imágenes bailoteaban tras sus párpados cerrados y ahí estaba, la dueña de Dreamscape Enterprises, pasando la mayor parte de los días de reunión en reunión.
Soltó un taco entre dientes. Sí, las reuniones del consejo de administración la irritaban por las estrategias burocráticas y sus propuestas de reducción de gasto. La mayoría de los miembros del consejo se oponía al proyecto de rehabilitación del río, ya que muchos creían que la empresa iría a la quiebra si conseguía el contrato y ella era incapaz de acabarlo en los plazos acordados. El consejo tenía razón. Pero ella tenía la solución.
No pensaba fallar.
La fiesta de Conte se celebraría el sábado por la noche y a esas alturas todavía no había concertado una reunión con ella. Hyoshi Komo tampoco la había llamado. Estaba atrapada en la casilla de salida y lo único que podía hacer era esperar hasta que la italiana moviera ficha y contar las horas que faltaban hasta la fiesta. Tal vez Conte quisiera verla moverse en el ámbito social antes de concertar una reunión, al contrario de lo que le había asegurado a Alexa.
Alexa…
Su simple nombre le provocaba un nudo en las entrañas. La recordaba en el salón la noche anterior, saltando, gritando y meneando la cabeza con incredulidad después de ganarle una partida de ajedrez. Una mujer adulta que actuaba como una niña. Sin embargo, ella se había reído a mandíbula batiente a su lado. De alguna forma, por guapas que fueran siempre sus parejas, su sentido del humor era muy
superficial. Alexandria le provocaba verdaderos ataques de risa floja, como si fuera una adolescente.
La llamaron a su número personal y cogió el teléfono.
—
¿Sí?
—
¿Le has echado comida al pez?
Nicki cerró los ojos.
—
Alexa, estoy trabajando.
La escuchó resoplar con muy poca elegancia.
—
Y yo. Pero al menos yo me preocupo por el pobre Otto. ¿Le has echado comida?
—
¿Otto?
—
Tú insistes en llamarlo «pez» y eso hiere sus sentimientos.
—
Los peces no tienen sentimientos. Y sí, le he dado de comer.
—
Los peces sí que tienen sentimientos. Y ahora que estamos hablando de Otto, te confieso que me tiene preocupada. Está en el estudio, un lugar que casi siempre está desierto. ¿Por qué no lo trasladamos al salón para que nos vea más a menudo?
Nicki se pasó una mano por la cara y suplicó que no se le agotara la paciencia.
—
Porque no quiero que una pecera arruine el efecto de la decoración de una estancia importante. Maggie me regaló ese bicho a modo de broma y fue odio a primera vista.
El silencio que se produjo al otro lado de la línea fue gélido.
—
Dan mucha guerra, ¿verdad? Supongo que no te gustan los animales ni las personas. Siento mucho tener que decírtelo, pero hasta los peces se sienten solos. ¿Por qué no le buscamos compañía?
Nicki se enderezó y decidió ponerle fin a la ridícula conversación.
—
No. No quiero otro pez y no vamos a cambiarlo de sitio. ¿Te queda claro?
Se escuchó una especie de zumbido.
—
Clarísimo.
Y Alexa colgó.
Nicki soltó un taco, cogió un montón de documentos relacionados con la última reunión que había celebrado el consejo de administración y se puso a trabajar. Esa mujer tenía la desfachatez de molestarla mientras estaba trabajando para hablarle de un pez.
Apartó la imagen de Alexa de sus pensamientos y se concentró en el trabajo.
—
Se va a cabrear.
Alexa se mordió el labio inferior y se preguntó por qué las palabras de Maggie le habían provocado un escalofrío en la espalda. Al fin y al cabo, Nicki Ryan no era una troglodita. Sí, se irritaba un poco con ciertas situaciones, pero siempre reaccionaba de forma racional.
Le echó un vistazo al salón, lleno de perros. Muchos perros. Cachorros, mestizos, perros de raza, sabuesos. Había más en la cocina, saltando sobre las mesas mientras comían y bebían agua. Otros correteaban por todos lados, explorando su nuevo hogar, olisqueando las esquinas y pasando de una estancia a otra. El terrier de pelo áspero estaba mordisqueando un cojín. El caniche negro saltó al sofá,
donde se acomodó para echarse una siestecita. Uno de los mestizos miró a su alrededor, listo para levantar la pata junto a un altavoz, pero Maggie lo agarró a tiempo y lo sacó al patio antes de que la cosa llegara a mayores.
La preocupación se convirtió en un ataque de pánico absoluto.
Maggie tenía razón.
Nicki podría matarla.
Se volvió hacia su amiga.
—
¿Qué hago?
Maggie se encogió de hombros.
—
Dile la verdad. Que solo vas a quedártelos un par de noches como mucho, hasta que el refugio encuentre otro sitio donde alojarlos. Si los devuelves, los sacrificarán a todos.
Alexa dio un respingo.
—
¿Y si Nicki me obliga a deshacerme de ellos?
—
Llévalos a tu apartamento.
—
Es demasiado pequeño.
Maggie levantó las manos cuando se percató de lo que estaba pensando Alexa.
—
Ni de coña. No pienso llevármelos a mi casa. Tengo una cita y sé que me va a dar más calorcito que un cachorro. Apáñatelas como puedas.
—
Pero, Maggs…
Maggie se despidió de ella con la mano.
—
Me piro. Madre mía, me encantaría ver el espectáculo cuando llegue mi hermana. Llámame al móvil.
Y cerró la puerta.
Alexa examinó la estancia, donde reinaba el caos por culpa de los cachorros, y decidió que había sido un pelín impulsiva. Podría haberles dicho a los responsables del refugio que tenía espacio para alojar a unos cuantos y llevarlos después a su apartamento. Pero no, como estaba enfadada con Nicki
porque se había mostrado como un monstruo sin corazón con respecto al pez, había decidido darle una lección. Lástima que en ese momento estuviera muerta de miedo.
El sabueso comenzó a mordisquear la pata de la mesa. Alexa se armó de valor y trazó un plan de batalla. Los metería a todos en la sala de la planta baja y, de esa forma, quizá Nicki ni se enterara de su presencia. Porque nunca entraba en esa habitación. Les dejaría todos los juguetes y la comida, y los sacaría a pasear por la puerta trasera. Convencida de que la estrategia funcionaría, los obligó a salir al pasillo arrojando una bolsa llena de juguetes para que corrieran a por ellos. Después, fue a buscar los cachorros que se habían quedado dormidos en el sofá. Cogió la comida, los cuencos llenos de agua y unos cuantos periódicos. Una vez que encontró en el patio trasero al único que quedaba suelto, lo llevó
a la habitación y lo colocó todo de forma que estuvieran cómodos.
Contempló preocupada el precioso diván y la silla, tapizada con una tela estampada con espirales en colores plata y gris. Joder, ¿por qué Nicki era tan rica? Nadie tenía salas de estar tan bonitas como esa, con moqueta, mesas labradas y exquisitas mantas que debían de costar más que el edredón de plumas
que ella tenía en casa. Pasó una mano sobre un suave cobertor de lana. Necesitaba mantas viejas, pero estaba segura de que su esposa no tenía ni una. Decidió buscar alguna en la planta superior, pero en ese momento la oyó abrir la puerta.
Aterrada, dejó el cobertor de lana sobre la silla y cerró la puerta al salir. Acto seguido, corrió por el
pasillo y se detuvo justo delante de ella...
Saludos!!!