Matrimonio por Contrato II Capítulo
Confiaba en ella. Esos ojos azul zafiro tenían un brillo determinado y una expresión honesta. Su promesa tenía valor. Al cabo de un año, sabía que ella se alejaría sin mirar atrás y sin querer más dinero. La balanza se inclinó a su favor.
Nickol Ryan tenía una fortuna en la punta de los dedos.
Sin embargo, para lograr lo que deseaba necesitaba una esposa.
Nicki creía en muchas cosas. En trabajar duro para conseguir un objetivo. En controlar la furia y en recurrir al sentido común si se producía un enfrentamiento. Y en levantar edificios. En edificios sólidos y bonitos desde el punto de vista estético. En ángulos suaves y líneas rectas en perfecta armonía. En ladrillos, hormigón y cristal como símbolos de la solidez que la gente anhelaba en su día a día. En el asombro fugaz que demostraban las personas cuando veían por primera vez la creación final. Todas esas cosas le daban sentido a su vida.
Nicki no creía en el amor eterno, en el matrimonio ni en la familia. Esas cosas no tenían sentido, y había decidido no incorporar esa faceta social a su vida. Por desgracia, el tío Earl había cambiado las reglas. Sintió un nudo en las entrañas y su ácido sentido del humor estuvo a punto de arrancarle una carcajada. Se levantó del sillón de cuero y se quitó la camisa manga larga azul marino de diseñador, Tras desabrocharse el cinturón con un rápido movimiento, se quitó el pantalón y se puso unos más cómodos de deporte, junto con una camiseta a juego. Se calzó las Nike Air y entró en el santuario de su despacho, lleno de maquetas, bocetos, fotos inspiradoras, una cinta de correr, algunas mancuernas y un bar muy completo. Usó el mando a distancia para encender el reproductor MP3 y al instante los primeros acordes de
La Traviata
inundaron la estancia. No tardarían mucho en aclararle las ideas.
Se subió a la cinta y trató de no pensar en el cigarrillo. Habían pasado cinco años desde que lo dejó, pero aún le daban ganas de fumarse un cigarrillo cuando el estrés superaba lo normal. Molesta por semejante debilidad, comenzó a hacer ejercicio. Correr la relajaba, sobre todo en ese entorno tan controlado. No había voces altas que interrumpieran su concentración, no tenía que sufrir el calor achicharrante del sol ni había piedras que le dificultaran el camino. Fijó los parámetros y comenzó a correr, consciente de que encontraría una solución al problema.
Aunque comprendía las intenciones de su tío, se sentía traicionada. Al final, uno de los pocos miembros de su familia a los que quería la había utilizado como si fuera un simple peón.
Nicki meneó la cabeza. Debería haberlo visto venir. Su tío Earl había pasado sus últimos meses de vida recalcando la importancia de la familia y le había dejado claro que su actitud dejaba mucho que desear. Nicki no comprendía por qué eso le resultaba sorprendente. Al fin y al cabo, su familia debería haber protagonizado anuncios de algún método anticonceptivo.
A medida que se relacionaba con distintas mujeres, Nicki había comprendido una cosa: todas querían casarse y el matrimonio conducía al caos. Enfrentamientos provocados por las emociones. Niños exigiendo cada vez más atención. Búsqueda de espacio personal hasta que al final todo acababa de la misma manera que acababan todas las relaciones. Con un divorcio. Con niños como víctimas.
«No, gracias», pensó.
Aumentó tanto la inclinación de la cinta como la velocidad, con la mente convertida en un hervidero de pensamientos. El tío Earl había mantenido hasta el final el firme convencimiento de que un buen hombre o una buena mujer sería la salvación de su sobrina. El infarto había sido fulminante. Cuando los abogados se presentaron en busca del dinero, cual bandada de buitres atraídos por el olor de la sangre, Nicki supuso que los pormenores legales serían sencillos. Maggie, su hermana, había dejado claro que no quería saber nada del negocio. El tío Earl no tenía más familia. De modo que, por primera vez en su vida, Nicki creyó en la buena suerte. Por fin tenía algo que podía considerar completamente suyo.
Hasta que se leyó el testamento.
Y comprendió que todo era una broma pesada.
Heredaría la mayoría de las acciones de Dreamscape en cuanto se casara, sea hombre o mujer, éso no importaba. El matrimonio debía durar al menos un año y podía ser con alguien de su elección. También se aceptaba cualquier acuerdo
prematrimonial. Si Nicki decidía no cumplir los deseos de su tío, heredaría el cincuenta y uno por ciento de las acciones, pero el control se repartiría entre los miembros del consejo de administración.
Nicki se convertiría en una figura decorativa. Su vida consistiría no en crear edificios, sino en asistir a reuniones y en implicarse en la política de la empresa. Justo lo que no quería.
Y su tío lo sabía muy bien.
Así que Nicki tenía que encontrar alguien para casarse. Una mujer obviamente.
Pulsó el botón para disminuir la inclinación de la cinta y redujo la velocidad. Su respiración se hizo más pausada. Con una precisión metódica, su mente apartó el vacío emocional y sopesó las posibilidades. Tras bajar de la cinta y coger una botella fría de agua mineral del minibar, se dirigió a su sillón. Después de beber un sorbo de agua helada, dejó la botella en el escritorio. Esperó unos minutos mientras organizaba sus pensamientos y cogió el bolígrafo de oro, que comenzó a girar entre los dedos.
Una vez que empezó a escribir, tuvo la impresión de que cada palabra era un clavo que cerraba la tapa de su ataúd.
Encontrar una esposa.
No pensaba perder más tiempo rezongando sobre la injusticia que eso suponía. Había decidido hacer una lista que detallara todas las cualidades que necesitaba en una esposa para, de esa forma, intentar averiguar si conocía a alguna mujer apropiada.
Inmediatamente, recordó a Gabriella, pero no tardó en alejarla de sus pensamientos. La despampanante supermodelo con la que salía en esos momentos era perfecta para lucirla en los eventos sociales y también era genial en la cama, pero no podía considerarla como esposa. Gabriella era una gran conversadora y disfrutaba mucho con su compañía, pero mucho se temía que la modelo se estaba enamorando de ella. Ya le había insinuado su deseo de tener niños, un detalle que sentenciaba su relación. Si tenía algo claro con respecto al matrimonio, era que las emociones acabarían por arruinarlo. Si Gabriella se enamoraba de ella, terminaría siendo víctima de los celos y se convertiría en una mujer exigente, como todas las esposas. Ningún acuerdo prematrimonial sobreviviría a su avaricia en cuanto se sintiera traicionada.
Nicki bebió otro sorbo de agua mientras acariciaba el cuello de la botella con el pulgar de forma distraída. En una ocasión había leído que si se hacía una lista con las cualidades que se buscaban en una mujer, aparecería una de repente. Frunció el ceño mientras analizaba la idea. Estaba casi segura de que la teoría afirmaba estar relacionada con algo del universo. Algo así como recibir lo que se entregaba al cosmos. Alguna chorrada metafísica en la que ella no creía.
Sin embargo, a esas alturas estaba desesperada.
Colocó el bolígrafo en el margen izquierdo del papel y comenzó a escribir.
Una mujer que no me quiera.
Una mujer con la que no desee acostarme.
Una mujer que no tenga familia.
Una mujer que no tenga animales.
Una mujer que no quiera tener hijos.
Una mujer con una carrera profesional independiente.
Una mujer que se plantee el matrimonio como un proyecto empresarial.
Una mujer que no sea demasiado sensible ni impulsiva.
Una mujer en la que pueda confiar.
Releyó lo que había escrito. Sabía que se había dejado llevar por el optimismo al añadir algunas de las cualidades que deseaba en una mujer, pero si la teoría del universo funcionaba, era mejor especificar bien lo que quería. Necesitaba una mujer que se planteara el matrimonio entre ellas como una oportunidad desde el punto de vista empresarial. Tal vez alguien que necesitara dinero en abundancia. Tenía la intención de ofrecerle unos buenos beneficios, pero quería que el matrimonio fuera simplemente un papel firmado. Sin sexo no había celos. Sin una mujer sensible no había amor.
Si no había caos, el matrimonio sería perfecto.
Repasó la lista de las mujeres con las que había salido en el pasado, así como los nombres de todas las amigas que tenía y de todas las mujeres con las que se había relacionado en el ámbito profesional.
No encontró lo que buscaba.
La frustración amenazaba con apoderarse de ella. Era una mujer de treinta años bastante atractiva, inteligente y con una posición económica estable. Sin embargo, no conocía a ninguna mujer con la que pudiera casarse.
Tenía una semana de plazo para encontrar a su futura esposa.
En ese momento la llamaron al móvil.
—
Ryan —dijo, al contestar.
—
Nicki, soy yo. Maggie. —Su hermana guardó silencio—. ¿Has encontrado ya esposa?
Nicki estuvo a punto de reír entre dientes. Su hermana era la única mujer del mundo que lograba hacerla reír. Aunque a veces fuera de sí misma.
—
Estoy en ello ahora mismo.
—
Creo que la he encontrado.
Nicki sintió que se le aceleraba el pulso.
—
¿Quién es?
Otra pausa por parte de Maggie.
—
Tendrás que escuchar sus condiciones, pero no creo que te supongan problema alguno. Debes tener amplitud de miras. Aunque sé que no es tu fuerte. Eso sí, puedes confiar en ella. Nicki le echó un vistazo a la última frase de su lista. De repente, un zumbido en los oídos la puso en alerta.
—
¿Quién es, Maggs?
El silencio se prolongó durante unos segundos.
—
Alexa —contestó Maggie.
La estancia comenzó a dar vueltas a su alrededor nada más escuchar ese nombre, sacado de su pasado. Su mente esbozó un único pensamiento, que comenzó a parpadear una y otra vez como si se tratara de un cartel de neón: «Ni en broma».
Nicki echó un vistazo a su alrededor, satisfecha con el resultado. Su sala de reuniones destilaba un aire
profesional, y el ramo de flores frescas que su secretaria había colocado a modo de centro de mesa le confería un toque personal a la mullida moqueta de color vino tinto, a la reluciente madera de cerezo y a los sillones de cuero claro. Los contratos estaban situados con suma precisión, junto a una elegante
bandeja de plata con té, café y una selección de pastas. Un ambiente formal, aunque amistoso… tal como quería que fuese el talante de su matrimonio.
Decidió olvidar el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que pensaba en volver a ver a Alexandria McKenzie. Se preguntó cómo habría madurado. Las anécdotas que le había contado su hermana describían a una mujer impulsiva e imprudente. Al principio, pensó en rechazar la sugerencia de Maggie: Alexa no encajaba en la imagen que ella necesitaba. Los recuerdos de una niña de espíritu libre con una coleta al viento la atormentaban con insistencia. Sin embargo, sabía que era la propietaria de una respetable librería. Aún pensaba en ella como en la compañera de juegos de Maggie, aunque llevara años sin verla.
Pero se le acababa el tiempo.
Compartían vivencias de un pasado lejano y tenía el presentimiento de que Alexa era de fiar. Tal vez no encajara en su imagen de esposa perfecta, pero necesitaba el dinero. De prisa. Maggie no le había contado el motivo, pero sí le había asegurado que Alexa estaba desesperada. Que necesitara dinero le resultaba cómodo, porque dejaba las cosas muy claras. Sin ambigüedades. Sin sueños de establecer una relación íntima entre ellas. Una transacción de negocios formal entre viejas amigas.
Algo soportable para ella.
Hizo ademán de pulsar el botón del interfono para hablar con su secretaria, pero la pesada puerta se abrió en ese preciso momento antes de cerrarse con un golpe seco.
Se volvió hacia la puerta.
Unos ojazos azules se clavaron en su cara sin apenas titubear y con una expresión tan clara que le indicó que esa mujer sería incapaz de ganar una partida de póquer: poseía una sinceridad brutal y jamás iría de farol. Aunque reconocía esos ojos, la edad había cambiado el color a una inquietante
mezcla de aguamarina y zafiro. Su mente imaginó una imagen muy concreta: se vio sumergiéndose en
el mar del Caribe para desentrañar sus misterios e imaginó un cielo azul tan inmenso como el que describía Sinatra en una de sus canciones, con un horizonte tan amplio que nadie sabría dónde empezaba y dónde acababa.
Sus ojos contrastaban muchísimo con el negro azabache de su pelo, una melena rizada que le llegaba por debajo del hombro, cuyos tirabuzones le enmarcaban la cara con una rebeldía que parecía imposible de controlar. Los pómulos marcados destacaban su voluptuosa boca. Cuando eran pequeñas solía preguntarle si le había picado una abeja y después se echaba a reír. Aunque al final la broma se había vuelto contra ella. Esos labios eran el sueño erótico de cualquier mujer lesbiana o hombre heterosexual… y sin necesidad de implicar a las abejas. Más bien a la miel. A ser posible, miel cálida y suculenta sobre esos labios
carnosos que podría lamer despacio…
«¡Joder!», pensó.
Controló sus pensamientos y terminó con la inspección. Recordó haberla torturado cuando descubrió que ya usaba sujetador. Como se desarrolló pronto, Alexa se sintió muy avergonzada cuando ella la descubrió, de modo que utilizó esa información para hacerle daño. En ese momento, ya no le hacía gracia. Sus pechos eran tan voluptuosos como sus labios, y encajaban a la perfección con la curva de las caderas. Era alta, casi tanto como ella. Su apabullante femineidad iba envuelta en un vestido rojo pasión que resaltaba su canalillo, le acariciaba las caderas y caía hasta el suelo. Las uñas pintadas de escarlata asomaban por las sandalias rojas. Alexa se quedó quieta en la puerta, como si estuviera permitiendo que la admirase antes de decidirse a hablar. Un poco desconcertada, Nicki intentó recomponerse y se aferró a la profesionalidad para ocultar su reacción. Alexandria Maria McKenzie había madurado muy bien. Quizá demasiado bien para su gusto.
Pero eso tampoco tenía por qué decírselo.
La miró con la misma sonrisa neutral con la que miraría a cualquier socio comercial.
—
Hola, Alexa. Hace siglos que no nos vemos.
E
lla le devolvió la sonrisa, si bien su mirada siguió
siendo seria. Se agitó un poco y cerró los puños.
—
Hola, Nicki. ¿Cómo estás?
—
Bien. Por favor, siéntate. ¿Quieres un café? ¿Té?
—
Café, por favor.
—
¿Leche? ¿Azúcar?
—
Leche. Gracias.
Alexa se sentó con elegancia en el sillón acolchado, lo hizo girar para separarse del escritorio y cruzó las piernas. La sedosa tela roja subió un poco y le ofreció a Nicki un atisbo de sus piernas, suaves y atléticas.
Nicki se concentró en el café.
—
¿Un milhojas? ¿Un buñuelo de manzana? Son de la pastelería de enfrente.
—
No, gracias.
—
¿Estás segura?
—
Sí, sería incapaz de comerme uno solo. He aprendido a no ceder a la tentación.
La palabra «tentación» brotó de sus labios con una voz ronca y sensual que le acarició los oídos.
Sintió un ramalazo de deseo en la entrepierna y se dio cuenta de que su voz también le había acariciado otras partes. Totalmente desconcertada por su reacción hacia una mujer con la que no quería tener contacto físico alguno, empezó a prepararle el café antes de sentarse frente a ella.
Se analizaron un momento, dejando que el silencio se prolongara. Ella le dio unos tironcitos a la delicada pulsera de oro que llevaba.
—
Siento mucho lo de tu tío Earl.
—
Gracias. ¿Te ha explicado Maggie los pormenores?
—
Todo el asunto parece una locura.
—
Lo es. El tío Earl creía en la familia, y murió convencido de que yo nunca sentaría la cabeza. De modo que decidió que necesitaba que me dieran un buen empujón por mi propio bien.
—
¿No crees en el matrimonio?
Se encogió de hombros antes de contestar:
—
El matrimonio es innecesario. El sueño de ese «para siempre» es un cuento chino. Los caballeros de brillante armadura y la monogamia no existen.
Alexa se echó hacia atrás, sorprendida.
—
¿No crees en forjar un compromiso con otra persona?
—
Los compromisos duran poco. Sí, la gente habla en serio cuando confiesa su amor y su devoción, pero el tiempo erosiona todo lo bueno y deja solo lo malo. ¿Conoces a alguien que esté felizmente casado?
Alexa separó los labios, pero guardó silencio un instante.
—
¿Además de mis padres? Supongo que no. Pero eso no quiere decir que no haya parejas felices.
—
Tal vez.
Su tono de voz contradecía esa posibilidad.
—
Supongo que hay un montón de cosas en las que no estamos de acuerdo —comentó ella, que cambió de postura y volvió a cruzar las piernas—. Tendremos que pasar algo de tiempo juntas para ver si esto puede funcionar.
—
No tenemos tiempo. La boda tiene que celebrarse antes de finales de la semana que viene. Da totalmente igual si nos llevamos bien o no. Es un matrimonio de conveniencia, nada más.
Ella entrecerró los ojos.
—
Ya veo que sigues siendo la misma chula insoportable que se metía conmigo por el tamaño de mis pechos. Algunas cosas no cambian.
Nicki clavó la mirada en el escote.
—
Supongo que tienes razón. Algunas cosas no cambian. Y otras siguen creciendo.
Alexa se quedó sin aliento al escuchar la pulla, pero la sorprendió al sonreír.
Señaló los documentos que ella tenía delante.
—
Maggie me ha dicho que necesitas una cantidad concreta de dinero. He dejado la cuantía abierta a la negociación.
Una extraña expresión apareció en la cara de Alexa. Sus facciones se tensaron, aunque después recuperó la compostura.
—
¿Es el contrato?
Nicki asintió con la cabeza.
—
Imagino que querrás que lo repase tu abogado.
—
No hace falta. Tengo un amigo abogado y como lo ayudé a estudiar para el examen que le permite ejercer se me quedaron muchas cosas. ¿Puedo verlo?
Nicki deslizó los documentos por la brillante superficie de madera. Ella sacó del bolso unas gafas de leer de montura pequeña y negra, y se las puso. Tardó varios minutos en examinar el contrato, unos minutos que Nicki aprovechó para analizarla. La fuerte atracción que sentía la irritaba. Alexa no era su tipo. Era demasiado voluptuosa, demasiado directa, demasiado… real. Necesitaba la seguridad de saberse a salvo de cualquier arrebato emocional si ella no se salía con la suya. Aunque se enfadara, Gabby siempre se comportaba con mesura. Alexa la acojonaba. Algo le decía que no sería fácil manejarla. Expresaba su opinión y exhibía sus emociones sin pensar. Semejantes reacciones provocaban situaciones de peligro, de caos y de desorden. Y eso era lo último que buscaba en un
matrimonio.
Sin embargo…
Confiaba en ella. Esos ojos azul zafiro tenían un brillo determinado y una expresión honesta. Su promesa tenía valor. Al cabo de un año, sabía que ella se alejaría sin mirar atrás y sin querer más dinero. La balanza se inclinó a su favor.
Una uña pintada de rojo cereza golpeaba con insistencia el margen de la página. Alexa levantó la vista. Nicki se preguntó por qué de repente parecía muy blanca cuando hacía un momento tenía un aspecto muy saludable y sonrosado.
—
¿Tienes una lista de requisitos?
Lo preguntó como si lo acusara de un crimen capital en vez de haber redactado una lista de pros y contras.
Carraspeó antes de contestar:
—
Solo ciertas cualidades que me gustaría que tuviera mi mujer.
Alexa abrió la boca para hablar, pero no le salieron las palabras. Era como si le costara encontrarlas.
—
Quieres a una anfitriona, a una huérfana y a un robot en una sola persona. ¿Es eso?
Nicki inspiró hondo.
—
Estás exagerando. Que quiera casarme con alguien elegante y con cierto sentido empresarial no significa que sea un monstruo.
—
Quieres a una mujer florero pero sin el sexo. ¿Es que no has aprendido nada de las mujeres desde que tenías catorce años? joder eres una!
—
He aprendido muchas cosas.
Alexa soltó un grito ahogado.
—
¡Las personas se benefician mucho del matrimonio!
—
¿De qué forma?
—
Disfrutan de sexo habitual y de compañerismo.
—
Después de seis meses comienzan los dolores de cabeza y las parejas se aburren el uno del otro.
—
Contáis con alguien con quien envejecer.
—
No me interesa envejecer con nadie
Alexa se quedó boquiabierta. De hecho, la cerró de golpe.
—
Hijos… familia… alguien que te quiera en la salud y en la enfermedad.
—
Alguien que se gaste tu dinero, que te dé la tabarra por las noches y que despotrique por tener que limpiar tus cosas.
—
Estás enferma.
—
Y tú, loca.
Ella meneó la cabeza, de forma que sus sedosos rizos negros se agitaron en torno a su cara antes de recolocarse despacio. Volvía a tener las mejillas sonrosadas.
—
Dios, tus padres te dejaron tocadísima —masculló ella.
—
Gracias, Freud.
—
¿Y si no encajo en todas las categorías?
—
Ya lo solucionaremos.
Alexa entrecerró los ojos de nuevo y se mordió el labio inferior. Nicki recordó la primera vez que la besó, cuando tenía dieciséis años. Recordó cómo unió sus labios, recordó el estremecimiento que la recorrió. Recordó que le acarició los hombros desnudos. Recordó su olor fresco y limpio, a flores y a jabón, muy tentador. Después del beso, Alexa la miró rebosante de inocencia, belleza y pureza. A la espera del final feliz. Y después sonrió y le dijo que la quería. Que quería casarse con ella. Debería haberle dado unas palmaditas en la cabeza, decirle algo agradable y alejarse. Sin embargo, el comentario sobre el matrimonio le resultó dulce y tentador, y también le resultó aterrador. A los dieciséis años, Nicki ya sabía que ninguna relación sería bonita, que al final todas se estropeaban. Así que se echó a reír, le dijo que era una mocosa y la dejó sola en el bosque. La vulnerabilidad y el dolor que vio en su cara se le clavaron en el corazón, pero se blindó contra esa emoción. Cuanto antes aprendiera Alexa, mejor.
Aquel día se aseguró de que ambas aprendieran una dura lección.
Desterró el recuerdo y se concentró en el presente.
—
¿Por qué no me dices qué quieres conseguir con este matrimonio?
—
Ciento cincuenta mil dólares. En efectivo. Por adelantado, no al final del año.
Se inclinó hacia ella, intrigada.
—
Es un montón de pasta. ¿Deudas de juego?
Un muro invisible se erigió entre ellas.
—
No.
—
¿Te has pasado con las compras?
La furia se reflejó en los ojos de Alexa.
—
No es asunto tuyo. Nuestro trato establece que no vas a hacerme preguntas acerca del dinero ni en qué pienso gastarlo.
—
Mmm, ¿algo más?
—
¿Dónde vamos a vivir?
—
En mi casa.
—
No voy a renunciar a mi apartamento. Pagaré el alquiler como de costumbre.
La sorpresa se apoderó de ella.
—
Como mi mujer, vas a necesitar un fondo de armario en consonancia. Recibirás una mensualidad y tendrás acceso a mi asesor personal.
—
Me pondré lo que quiera, cuando quiera, y pagaré mis cosas.
Nicki contuvo una sonrisa al escucharla. Casi disfrutaba del enfrentamiento verbal, tal como hacía en los viejos tiempos.
—
Serás la anfitriona de mis socios comerciales. Tengo un acuerdo importantísimo pendiente de un hilo, así que tendrás que congraciarte con las demás esposas.
—
Soy capaz de comer sin apoyar los codos en la mesa y de reírme de los chistes tontos. Pero debo disponer de tiempo libre para seguir llevando mi negocio y para disfrutar de mi vida social.
—
Por supuesto. Espero que sigas con tu estilo de vida individual como de costumbre.
—
Siempre y cuando no te avergüence, ¿es eso?
—
Exacto.
Alexa comenzó a golpear el suelo con el dedo gordo del pie al ritmo que marcaban sus uñas en la
mesa.
—
Tengo algunos problemillas con esta lista.