Matrimonio Obligado VII: Atentados, sexo y muertes

Alice profundiza en la familia. Un atentado descubre su parte más masoquista y su pasión por el dolor y la perversión. Y poco a poco hacen los movimientos definitivos para tomar el control de la familia.

Para poneros al día de la saga, os dejo los enlaces a los otros capítulos

Matrimonio Obligado I: http://todorelatos.com/relato/123299/

Matrimonio Obligado II: http://todorelatos.com/relato/123775/

Matrimonio Obligado III: http://todorelatos.com/relato/128994/

Matrimonio Obligado Interludio: http://todorelatos.com/relato/129145/

Matrimonio Obligado IV: http://todorelatos.com/relato/129265/

Matrimonio Obligado V: http://todorelatos.com/relato/129467/

Matrimonio Obligado VI:http://todorelatos.com/relato/129596/


Matrimonio Obligado VII:

Atentados, sexo y muertes

No fue hasta pasados seis meses de los acontecimientos de Hungría cuando los frutos de nuestra alianza con Carmilla tuvieron los efectos deseados. La información empezó a fluir, y aquello nos permitió adelantarnos a varios movimientos de las mafias colindantes… y también algunos internos.

Varios de los cabecillas de ciertos grupos de nuestros equipos empezaron a realizar distintos acercamientos: se acercaba una deserción en masa. Mircea había sido débil, se había relajado, había permitido más independencia de la debida a puestos clave. En los últimos tiempos se había preocupado más por las nuevas rutas y el poder de las mafias italianas, en seguirlas, celoso de lo que había obtenido, que en vigilar a esos lugartenientes que son muy válidos para una guerra, pero no para tiempos de paz. Y claro, tentados por las mieles de las promesas del Este, se aprestaron, viendo debilidad en el Viejo Tigre, como se llamaba a Mircea (reminiscencia de sus tiempos del ejército), aprovecharon para disponerlo todo y entregar las parcelas de poder de los Orsini-Ducovic y perpetuarse en esos feudos antes que ver cómo los rusos, albanos y otras mafias les pasaban por encima, lo bañaban todo en sangre y ellos perecían como pescados en un río contaminado.

Pero Carmilla, la dulce, venenosa y vampírica Carmilla tenía oídos en todas partes, y dirigía Hungría con puño de hierro en las parcelas de poder de la familia. Y sus informadores nos permitieron adelantarnos. Armand se ausentó varias veces, y siendo fieles a la costumbre de reclamar por la fuerza lo que muestre debilidad, lanzó varios golpes contra esos pequeños capos y situó a sus hombres.

Cualquier diría que eso no serviría de nada, que las mafias grandes nos pasarían de nuevo por encima, pero ahí entraba yo. Había establecido una serie de conglomerados merced a los contactos que conocía de mi madre, y ofrecí cosas más jugosas a esas mafias. Armand era el guante de hierro, yo, el de terciopelo.

Algunas veces ganamos, otras perdimos algún territorio, y alguna pequeña escaramuza que nos marcó la piel, pues hasta yo sufrí algún atentado, y me alegré del tiempo que Armand dedicó a entrenarme para saber defenderme, y pude usar mi pistola sobre blancos humanos… y lo confieso, aquello me excitó.

Os lo digo así.

Imaginad.

Volvíamos de Barcelona por una carretera fronteriza de Francia, en coche. Varios vehículos nos cerraron el paso. Mis hombres actuaron de inmediato, cerrando formación y fueron los primeros en abrir fuego. Teníamos más potencia de fuego y los dejamos hechos una piltrafa. En un momento del tiroteo varios hombres se adelantan rompiendo el cerco. Huele a pólvora, se escucha el tableteo de las balas. Vienen a por mí, que estoy en el todoterreno blindado junto a Yuri, un ex speznatz cruel y duro (y con un gran pollón, os lo aseguro).

Disparan a bocajarro. Son dos, con armas automáticas. Me quieren viva. Miro a Yuri y hacemos lo que tenemos ensayado: nos miramos, cargamos las armas, y pulsamos la apertura automática, que hace abrir las puertas con más presión que un martinete, cosa que empuja a los atacantes. Me asomo a la puerta, empuño el arma, mi Sig Sauer P230, regalo de Armand, y disparo. Tres tiros. Veo cómo impactan en el cuerpo del hombre tumbado en el suelo. Uno en la pierna, otro en el chaleco, alza la cabeza para gritar, y mi tercer disparo impacta en la frente. Siento un orgasmo. Joder, me acabo de correr. Tal es así, que no escucho el tableteo del MP5K de Yuri a mi lado que despacha al otro.

Veo una sombra a mi izquierda, miro, encañono, siento humedad en las piernas y me acuerdo de la polla de Armand penetrándome en el campo de tiro mientras disparo. Sonrío lúbricamente, y mi atacante por un momento siente mi deseo sexual y se confunde. Es un tipo grande, calvo, de traje negro. Le disparo. El tiro le da en el cuello y suelta un gran chorro de sangre. Una salvaje risotada sale de mí, y siento cómo mi coño se humedece aún más, me palpita el culo. Joder, me follaría a alguien, a quien fuera en ese preciso momento. Veo a otro más, parapetado tras el coche. Yuri cubre mis espaldas. Me escondo en el interior asomándome sólo lo justo. Un disparo impacta en el marco de la puerta, y arranca una esquirla de metal que se me clava en el hombro, sin peligro, en la parte más exterior. Duele, arde, estoy tan excitada que casi me corro otra vez. Me sorprendo disparando al atacante. Pero la sorpresa no es por dispararle. Es porque, desobedeciendo las instrucciones de Armand, he soltado una mano, he disparado sólo con la derecha, con el hombro herido, tres tiros, hasta impactar, y mi mano izquierda… bueno, esa zorra díscola me está masturbando. Dios, aquello es un verdadero charco, y me meto los dedos con una locura pulsante, noto mi coño palpitando desbocado y me vuelvo a correr. Gimo, cuando mi cargador vacío cae al suelo.

Los disparos han cesado. Me chupo los dedos. Necesito follarme algo, ardo. Me meten en el coche. Son las manos de Carol. Está al otro lado, me había estado cubriendo la espalda desde la otra puerta, y tira de mí. Examina la herida. Siento el brusco tirón del coche al acelerar brutalmente y precipitarse por aquella carretera de costa mientras cuatro coches arden y varios cadáveres empiezan a pudrirse al sol… y yo, tengo las bragas empapadas.

Carol me atiende, me saca la esquirla de metal que me da varias punzadas de dolor y tapa la herida. No es grave, me dice. Ponemos rumbo a un piso franco en Marsella. Allí nos reuniremos con Armand, que estaba de camino. Seguramente también le atacarían, pero Armand, mi marido, mi delicioso marido, es muchísimo más peligroso. Al último traidor lo ejecutó a navaja. Y me lo contó, mientras me follaba el culo, atadas mis manos a la espalda, mi garganta apretada por su mano, sometida, él elegía cuándo yo respiraría… joder… cómo me ponía. Hacía que me corriera una y otra vez. La navaja, también empalmada, reposando a filo desnudo sobre mi espalda mientras él me daba embates cada vez más fuertes. Tuve por un momento a la Muerte sobre mí mientras me follaban.

Yo estaba medio dormida por los calmantes cuando Armand llegó. El hombro me había empezado a doler muchísimo después de los puntos que me dio el doctor (un especialista de confianza de la familia) Me despertaron sus caricias en el muslo. Abrí los ojos, aturdida, y me lo encontré en la cama, reposando mi cabeza en su pecho. No me había dado ni cuenta… pero su olor me llenó de inmediato.

Necesitaba sentirme viva. No pensé. Simplemente bajé la cabeza, le saqué los pantalones con violencia, y le empecé a comer la polla. Las imágenes del tiroteo, la sangre, el olor a pólvora, vinieron a mí una y otra vez. Y me volví a excitar. Su polla entraba en mi boca con ganas, la ensalivé milímetro a milímetro, hasta lamerle los huevos con la lengua mientras él se deslizaba por mi garganta. Lo miré. No decía nada. Intuí la pregunta en sus ojos oscuros.

—Quiero sentirme viva…

Él sonrió.

—Sé lo que estás pasando —me dijo.

Mientras yo le chupaba la polla, Carol estaba de rodillas, al lado de la cama, para cuidarme. Había entablado amistad, de nuevo, con la ex Interpol y ahora dama de confianza, además de mi esclava sexual voluntaria y entusiasta.

Armand la miró. Carol estaba desnuda, con las argollas de metal en muñecas y tobillos, además del collar metálico y ceñido que nunca se quitaba, signo de su entrega a mí. Con un gesto del mentón, mientras me sujetaba el pelo para ver mejor cómo mis lágrimas se entremezclaban en su polla con mi saliva, señaló el armario donde guardábamos en aquella casa la parafernalia bedesemera.

Al poco, yo estaba de rodillas ante Armand, mi marido y mi Amo por propia decisión; tenía mis pechos morados de pura congestión, atados cruelmente por unas cuerdas elásticas de silicona negra. Armand había perforado varios puntos de mi piel con agujas, que me provocaron tanto dolor como placer. Mis pechos tenían varias agujas atravesando la piel y los pezones, y yo me excitaba al verlo. Carol estaba tumbada tras de mí, y su lengua se afanaba en mi coño, horadándolo, arrancándome uno y otro orgasmo continuamente, parecía que no tenía fin, mientras de vez en cuando eyaculaba en su cara. Mi culo estaba ceñido en su interior con un grueso plug negro que me había dolido al ser introducido. Mis nalgas y mi espalda estaban marcadas por el cinturón de Armand. Finas líneas de sangre habían aparecido en los muslos, y me ardía enormemente, a la par que me excitaba como nunca. Mi boca estaba inmovilizada por una mordaza japonesa, que te obliga a tenerla abierta. Armand cambió de posición y se situó delante de mí, erecto, palpitante, con hilos espesos de saliva colgando del miembro chupado y lamido. Con un pie obligó a Carol a dejar de darme placer, la atrajo hasta sí, y delante de mí, inmovilizada totalmente, empezó a follarse su boca. Yo quería, necesitaba hacerlo también. Mis rodillas avanzaron, pero Armand, al verlo, mi Amo, me abofeteó y escupió en la cara diciéndome que no tenía permiso. Que si quería sentirme viva experimentaría varias cosas además de placer.

Y vaya si fue así.

Abusó de Carol, la azotó, la usó, hizo que orinara sobre mí mientras ella a cuatro patas era enculada… y me encantó. Luego, la tumbó y abrió de piernas, y mientras yo miraba, y me daba permiso para tocarme, pero no para correrme, se la folló. Vi la deliciosa polla de mi Amo y Señor penetrar a Carol con fuerza pero clavando los ojos en mí. Los pechos de la esclava estaban igualmente constreñidos, y sus manos estiradas. Yo la besé en profundidad, conociendo el sabor de Armand en la boca de otra esclava, y chupé su lengua, lamí sus labios hinchados, saboreé la espesa saliva, densa y mezclada con los jugos de mi marido y Amo.

Ya se me habían secado las lágrimas, pero aún notaba el sabor salado en algunos puntos de la comisura de mis labios.

Vi a Armand que sin dejar de mirarme empezó a empalar con fuerza a Carol y su cuerpo se tensó al correrse y vaciarse en ese coñito que tanto me estaba gustando.

Él se acercó, me tiró del pelo, y me llevó hasta el borde de la cama, e hizo que la esclava se pusiera en el borde, inclinada hacia abajo. Yo tumbada en el suelo con su pie entre mis pechos atados y amoratados. El semen empezó a fluir lentamente del coño de Carol y caer en mi boca donde dejé que se deslizara por mi lengua, para tragarlo con ansia. Aquella degradación hizo que me corriera otra vez y hasta eyaculara como una perra humillada, perdiendo la noción de lo que sentía y experimentaba.

Cuando me desperté, me dolía el cuerpo. El hombro, y los azotes. Éstos últimos me hormigueaban. Mi coño estaba resentido. A un lado tenía a Armand, en la cama. Tras de mí, abrazándome, Carol, cuya mano me apretaba dulcemente uno de mis pechos. Volví a dormirme hasta que el sol no nos dejó dormir más.

Desayunamos en la habitación. Nuestra seguridad se había doblado. Vinieron a atender mis heridas, sin mostrar el menor ápice de asombro por las marcas de mi cuerpo, que el día anterior no estaban. Yo estaba desnuda, sentada en una amplia silla, mientras Armand, con su perfecto cuerpo, bronceado, estaba sólo con un pantalón de lino blanco. La mesa perfectamente servida mostraba varios cruasanes, mantequilla recién batida a las finas hierbas, lonchas de jamón al horno ahumado, fragante café turco y zumo de naranja frío. También había varios panecillos recién horneados y mermelada de frutos rojos de Normandía. Yo me había dispuesto una larga tostada de pan de semillas untada en mantequilla y mermelada, y con una copa de zumo en la mano, junto a la ventana a través de la que se veía la Costa Azul, respiré profundamente todos aquellos aromas. Carol esperaba, en silencio, también desnuda, de pie, detrás de mí, pegada a la  pared. Junto a una mesa había varias armas de distintos tipos, semiautomáticas, pistolas, un par de cuchillos y subfusiles de asalto de última generación de la marca alemana Heckler and Koch.

Armas, desnudez, comida… mi marido… Respiré profundamente. Ya no me veía viviendo de otra forma.

Armand no hablaba, estaba sumido en sus pensamientos. Levanté una pierna y mi pie, con un anillo dorado en uno de los dedos, se apoyó en la mesa, ofreciéndole un plano de toda mi entrepierna. Una gota de zumo de naranja de deslizó entre mis pechos, que exhibían varios morados orgullosos, hasta mi ombligo.

Mi marido sintió de nuevo el tirón sexual. Cogió mi pie y lo besó, delicadamente. Se lo metió en la boca y lo chupó. Dedo por dedo. Después el arco, el empeine y el talón. Se deleitó en los dedos y luego, con la lengua, se acercó a mí y se arrodilló. Besó mis muslos, despacio, dio pequeños lametones en alguna de las pequeñas marcas alargadas, recorriéndolas con la lengua, hasta llegar a mi ingle, que besó despacio. Subió dando pequeños besos hasta hundir la lengua de nuevo, pero ahora en mi ombligo, absorbiendo el zumo de naranja que se había acumulado ahí. Yo estiré los dedos de los pies, mi piel se erizó. No me cansaba de aquél hombre. Abrí bien las piernas, y Armand se centró en mi sexo.

Lamió mis labios mayores, chupó los menores, que sobresalían un poco, rosados y tiernos, mordisqueando y tirando suavemente de ellos, para provocarme. A esas alturas yo ya era una fuente de fluidos. Mi coño palpitaba y mi vagina expulsaba fluido, más que preparada para recibir a mi marido una y mil veces. Hundió la lengua, jugueteó con mi clítoris tal como a mí me gustaba que hiciera. Extendí una mano, necesitaba jugar con algo. Carol se acercó. Se arrodilló y chupó mis dedos mientras mi marido provocaba un orgasmo chupándome el clítoris y hundiendo sus dedos en mi interior. De pronto sentí un fuerte tirón en mi coño. Mientras Carol me besaba y mis manos tiraban cruelmente de sus pezones, picudos y deliciosos, supe que la mano entera de Armand había entrado dentro de mi humedísimo y más que dilatado coño y me estaba follando con ella. Las paredes de mi vagina se apretaron con fuerza y palpitaron. Él me ordenó retener el orgasmo, y lo hice, mientras mis dedos se perdían de pronto en la vagina de Carol, que se había puesto de pie para que usara su coño, que pellizqué y follé con los dedos con avidez, incluso llegando al culo.

—Nnno… no puedo más, Armanddd… —dije arqueando la espalda cuando la vagina amenazó con venirse abajo si no me corría.

Él respondió cerrando el puño, y me corrí. Me corrí de tal forma que creía que me moría. Por supuesto eyaculé, mucho, sobre él. Sentí cada centímetro de su puño dentro de mí mientras mi interior se sacudía y pulsaba; los espasmos eran fuertes, muy fuertes, y aquél orgasmo hizo que me mareara.

Sacó su mano, y entre Carol y yo la limpiamos con nuestras lenguas. Sabía a mí, profundamente, a mi interior. Nos volvimos a acercar a la cama, y allí entre las dos, volvimos a centrarnos en el pene de mi empapado marido. Carol se centró en sus testículos y yo en todo el cuerpo del pene, donde chupé con fruición, acaricié sólo con mis labios su glande, para, después, introducírmelo entero en la boca, hasta el fondo. Contuve la respiración, Carol no me lo ponía fácil, pues no dejaba de tocarme y palmearme el clítoris, sabía que eso me volvía loca, además de estar más sensible por el orgasmo precedente que casi me había arrebatado la cordura.

Armand decidió que era suficiente, que ahora le tocaba a él. Me puso a cuatro patas, sobre el coño de Carol que yo tendría que comerme, mientras ella se tiraba de los pezones, y entró dentro de mí con posesividad. De nuevo todo aquel miembro venoso clavado en mi interior, bombeando, haciéndome suya con cada presión. No aguantó mucho, tal era su excitación que explotó dentro de mí con un fuerte gemido y ensartándome hasta que me dolió. Dolor que se desvaneció en las nieblas de otro orgasmo potente.

Miró a Carol que respiraba agitadamente mientras yo sentía en mi lengua su tercer orgasmo.

—Límpiala —le ordenó.

Acto seguido estaba yo de pie dejando gotear el semen de mi marido sobre la sumisa, que lo recogió con su lengua para después pasarla por todo mi sexo pulsante, provocándome.

Agotados, acabamos el desayuno, enfebrecidos por el sexo. Mi coño chorreaba, el de Carol era poco menos que una catarata, y Armand volvía a tener una erección catedralicia de la que más tarde daríamos cuenta.

Pero llegábamos tarde a la pequeña reunión que teníamos.

Varios de los lugartenientes de Armand se habían reunido allí para tomar una férrea decisión: era hora de hacernos con el mando. Los asesinos que habían intentado acabar conmigo en la carretera eran mercenarios albano-kosovares… pero uno de ellos, en su teléfono móvil tenía un número de teléfono. El de la mano derecha de Mircea. Era la hora.

Armand lo dispuso todo, y yo centré las acciones. En un movimiento envolvente, en un real blietzkrieg debíamos hacernos con el poder inmediatamente y poder dirigir la familia sin el intervencionismo de Mircea, y apartando a sus aliados. Llevaba ya casi dos años construyendo todo aquello, y no iba a dejar que un simple atentado contra mi vida fuera a apartarme del mando de la familia. Porque ya que me habían hecho jugar… jugaríamos.

Parte de la familia ya le pedía consejo a Armand. Celebrábamos algunas fiestas en las que las costumbres se mantenían, y nos mezclábamos entre todos. Marko fue fácil de convencer, y hablé privadamente con Olga que, entre orgasmos, me juró fidelidad, y lo sellamos con el semen de su marido en un largo beso. Phillipe y Yuri, los gemelos de la tía de Armand fueron también fáciles de convencer. Ambos mezclaron sus pollas en mi boca y mis orificios, ambos quisieron tocarme y tomarme, y acabaron a mis pies, como perros, atados, comiéndome el coño con sus lenguas, y sodomizándose a mi capricho mientras me follaban a gusto, o yo me follaba a su madre que, a sus cincuenta años, se convertía en una esclava chupapollas de sus hijos-perros y de todo aquel que yo le indicara. Mientras, Armand convenció a su madre, que llevaba tiempo sin ser más que un juguete en manos de Mircea, que prefería a las más jóvenes de la familia, durante un domingo lujurioso en el que, después de que ella se la chupara con fruición, como cuando era adolescente, él la tomó como un hombre por cada orificio. Ella vio la fuerza de su hijo, lo sintió tomarla, adueñarse de ella, follarla y estallar derramándose sobre su cara, para luego inclinarse y besarle los pies, y pasar a ser la perra encollarada y permanente de Marko y Olga el resto de la tarde. Casi se gana un infarto cuando el pollón monstruoso del musculoso Marko la sodomizó y Olga la apretó contra su coño hasta que mi suegra casi se puso púrpura, y se corría como una puta.

Así con varios familiares más, puntos clave, que serían necesarios. Los responsables de las rutas de camiones y los satélites más peligrosos, en Italia. Todas las mujeres implicadas llevaban ahora un piercing en el pezón izquierdo, un aro negro cuyo cierre eran dos puntas plateadas.

El movimiento empezaría pronto. En la fiesta de compromiso de Konrad, el hijo bastardo que tenía con la hermana de Carmilla, Erzsèbeth, para la que Mircea había instado que aquélla lo celebrara en un verdadero carnaval en la gran mansión húngara… donde me depararían varias pruebas antes de asumir el poder de la familia.