Matrimonio Obligado IX: Blietzkrieg.Mi hermana.Fin

Desenlace de Matrimonio Obligado. Alice ejecuta el movimiento final en una fiesta que reúne a los capos de la familia, para descubrir que su hermana pequeña ha sido prometida a otro Orsini-Ducovic... ¿Qué hará ahora?

Para poneros al día de la saga, os dejo los enlaces a los otros capítulos

Matrimonio Obligado I: http://todorelatos.com/relato/123299/

Matrimonio Obligado II: http://todorelatos.com/relato/123775/

Matrimonio Obligado III: http://todorelatos.com/relato/128994/

Matrimonio Obligado Interludio: http://todorelatos.com/relato/129145/

Matrimonio Obligado IV: http://todorelatos.com/relato/129265/

Matrimonio Obligado V: http://todorelatos.com/relato/129467/

Matrimonio Obligado VI:http://todorelatos.com/relato/129596/

Matrimonio Obligado VII: http://www.todorelatos.com/relato/129724/

Matrimonio Obligado VIII: Interludio II


Matrimonio Obligado IX

Blieztkrieg

Mi hermana

Fin

Armand estaba guapísimo. Llevaba unos pantalones color camel, una camisa de lino blanca y zapatos marrones. En su muñeca izquierda llevaba una muñequera marrón y un colgante que yo le había regalado, y que desde entonces, en el paseo por aquel mercadillo medieval de Dubrovnik no se había quitado. En ese paseo me enseñó una casa vieja, bonita, coqueta, que perteneció a su familia en la época del Medioevo.

Yo me había vestido para aquella fiesta, en la que habría la consiguiente orgía familiar, con un vestido de gasa verde que hacía un bonito degradado desde abajo hacia arriba, del verde profundo al más claro. Bajo el vestido llevaba un bustier de encaje blanco, unas medias con liguero, y, por supuesto, sin ropa interior, rozándose mis pezones rosas con piercings (uno dorado, que el propio Mircea me puso, y otro negro que me puso Armand) contra la tela, estando visiblemente erectos. Mi culo llevaba un bonito plug de acero acabado en una joya verde. Aquella tarde Armand se había follado en profundidad mi culo, haciéndome gritar una y otra vez, para correrse en él. Y Carol había sido la encargada de recoger ese semen de mi interior con dedos y lengua.

Carol, mi ayudante, mi mano izquierda, mi esclava voluntaria, iba presa de una cadena de metal a un metro de mí, detrás. Con su brillante collar de acero cromado ceñido al cuello, pulseras con argolla a juego y también en los tobillos. Iba vestida con un vestidito negro que dejaba los pechos al aire, encadenados entre sí por los pezones pinzados y el culo lleno con un plug de acero acabado en una larga cola peluda que asomaba bajo la falda. Calzaba, como yo, unas sandalias que dejaban sus bonitos pies a la vista.

La casa a la que nos dirigimos era una mansión de Carmilla en la costa de un lago Húngaro fronterizo con Rumanía, en una localidad extraña llamada Biharugra, con una cercano acceso privado que daba a un lago oscuro iluminado por la luna. Un fuerte aroma a tomillo y romero de arriates cercanos iluminados por antorchas de queroseno rodeaba la mansión, de cuyo interior provenía una suave música. La casa era realmente enorme, iluminadas todas sus ventanas, y con guardias armados y perros custodiando el perímetro. Curiosamente, Carmilla había desobedecido a Mircea, y en lugar de su propio hogar, había determinado que la fiesta se celebrase en ese lugar alejado.

Aquella noche todo se pondría en movimiento, llevaríamos a cabo el último paso de nuestro plan. Mircea había reunido a la familia para anunciar el compromiso de Konrad, uno de sus hombres de confianza, hijo bastardo, tenido con su propia hermana. Éste, contemplé al entrar y tras recoger una copa de Martini sucio, era un hombre grande, musculoso de aspecto torvo y reputación cruel. Pobre desgraciada la que tuviera la mala suerte de ser dada en prenda a este hombre que tenía la mala fama de destrozar las mujeres y hombres que cayeran en su cama.

Cogí con fuerza la mano de mi marido y ya en el interior, vimos que Mircea había dispuesto varios servidores, hombres y mujeres, vestidos a la usanza romana, apenas vestidos, con collares de esclavitud y muchos de ellos con marcas de haber sido azotados. Aquello empezaba a parecer una historia del Marqués de Sade, y ni siquiera había empezado la cena.

Las viandas dispuestas en las mesas diversas de buffet eran inmensas. Siempre se disponía así, dado que la familia enseguida empezaba con sus divertimentos sexuales, y ya había varios comensales, entre ellos el enorme Marko y su deliciosa y estilizada (a la par que estilosa) esposa Olga, que me sonrió con cierto cariño, embutida en un precioso vestido color verde esmeralda. Las mesas mostraban carnes y verduras: un gran jabalí asado rodeado de verduras, manzanas y ramilletes de hierbas aromáticas presidía la gran mesa, ya cortado en varios pedazos, y cuya carne olía a festín de dioses. Grandes fuentes de puré de patatas y verduras gratinados y cubiertos de una espesa salsa de carne aparecían en grandes boles, y fuentes de carpas asadas, del lago, formaban cardúmenes deliciosos. También se encontraban elaboraciones más trabajadas, como obleas de parmesano con grosellas y crema mantequilla de calabacín y brécol, a la par que piezas de langostinos salteados en mantequilla de ajo y ramillete de cebollinos. Varios huevos escalfados con salsa holandesa y trozos de gulash fragante y profundo se amontonaban en cuencos de arcilla, así como una mesa dedicada a los postres.

Armand y yo buscamos con la mirada a nuestros amigos, llevando a Carol desde la pulsera donde acababa su correa. Miré a Marko, sabiendo que la carne nueva le llamaba siempre la atención.

Socializamos un rato, comimos, disfrutamos la charla y probamos los diversos platos. Mircea apareció una hora más tarde, con un pequeño cortejo, su mujer, y varios miembros de su seguridad, y una figura totalmente cubierta por un velo dorado que no dejaba ver su identidad. Al lado de esta pequeña figura, aparecía el gran Konrad, con su figura gorilesca y ademán poco inteligente. No era la mejor creación de Mircea, pero sí un asesino entusiasta en sus manos.

Se hizo el silencio en la sala. Mircea se dispuso en el centro de la gran sala.

—Querida familia —empezó…

*

Tommaso el Gordo era uno de los contactos más importantes de la N’Drangheta en Croacia, contacto de Mircea Orsini Ducovic con la familia italiana, y que estaba empezando a trazar lazos con las fuerzas de la ley del país para la entrada de la mafia que representaba en terreno Orsini-Ducovic con la sanción del viejo italo-croata.

En esos momentos su oronda barriga desnuda se cernía sobre una chica joven y rubia que yacía desnuda en la cama sobre la que había comido hacía unos minutos. La chica gimió un poco, tratando de oponer alguna resistencia, pero le abrieron brutalmente las piernas, dejando a la vista un coñito rosado y joven, con un pequeño penacho rubio. Le arrancaron la camiseta y sus pequeños pechos se agitaron. Le habían pagado por un polvo, no por ser agredida, pero cerró los ojos y se preparó, total, no era la primera vez… Cosmin, su chulo, decía que a veces tenía que aguantar.

*

—Os presento a la nueva incorporación de la familia, otra “buena prenda” —con ese nombre, aprendí, se llamaba a quienes pasaban a unirse a la familia como rehenes—, que se une a nosotros, que pertenecerá en carne y alma a nuestra sangre, garante de que quienes nos susurran en la oscuridad, de que quienes creen que nos pueden llevar por otros caminos —se me encogió el estómago… pero no reflejé nada en mi rostro. Armand me apretó más fuerte la mano—. Hijos míos, esta es la esposa de mi querido Konrad —dijo, quitando el velo del rostro de mi hermana.

*

Gunter Kramer se subió la bragueta. El chaval tardaría un poco en responder, pero ya recuperaría el sentido cuando el culo empezara a dolerle, después de haberlo sodomizado con la brutalidad que le caracterizaba. Gunter era un pistolero de Mircea, un hombre fuerte, de confianza, que se encargaba de los contactos con los rusos. Aunque éstos estaban un poco lejanos, fríos, cuando normalmente siempre le invitaban a cocaína, putas y vodka ahora, en las dos reuniones que habían tenido para hablar de las fronteras húngaras, apenas le habían convidado a una cerveza medio caliente y la puta se la había tenido que pagar. Se supone que en breve firmarían un acuerdo para ceder Hungría, en el plan que tenía Mircea de liquidar los intereses orientales de la familia y con ello le proporcionaría un honroso y rico retiro al bueno de Gunter, que había matado y sangrado por él. Aunque el Tigre pareciera un poco más blando que en los buenos tiempos, y no le extrañaba que cediera ante el empuje de la Brátva. Además, con un poco de suerte, le daría la orden de liquidar a Armand, y él podría disfrutar del coñito pelirrojo de su viuda, a la que ya había echado el ojo, aunque ella lo había despreciado unas cuantas veces. Quizás era capaz de ver dentro de él, y divisar su alma muerta, pero era cuestión de días, después de la fiesta de Konrad, cuando podría disparar a la cabeza de Armand y violar a su zorra esposa, pronto viuda.

*

La sangre se había helado en mis venas. Allí estaba Clara. Mi amada hermana, mi pequeña. Algo se incendió dentro de mí, y Armand me retuvo. Clara estaba tan solo vestida con un peplo que no dejaba esconder nada. Sus pequeños pechos picudos, me dolió ver, estaban expuestos. Su vientre plano de diecisiete años, su coño se entreveía, su cara, oh, Dios, su cara… Aguantaba. Sabía por qué la habían llevado allí. Mircea no era imbécil. Sabía lo que estábamos haciendo, y nosotros contábamos con ello, pero ese golpe bajo… Los labios de Clara estaban hinchados. Tenía más maquillaje de la cuenta. Le habían pegado. Mircea me miraba y sus ojos eran fuego infernal en mi alma. Unió las manos de Clara con las de Konrad. Tenía que hacer algo antes de que ese bestia le hiciera daño. Tenía, tenía que salvarla… Aunque para ello tuviera que romperla, porque no sabía lo que se le venía encima. Ahora entendía por qué había creado ese evento.

*

Frida Neumann sintió que se corría, y acto seguida las pollas de sus dos amantes salieron de su interior, de su dilatado culo y de su húmedo coño chorreante, y se corrieron en su cara. Ella se limpió con avidez, y tiró de las correas de los dos hombres, que se clavaron en el suelo. Ambos se dirigieron a su entrepierna. Lamieron su coño usado y follado, el culo dilatado, como si la vida les fuera en ello… bueno, es que les iba.

De una fuerte y fría sacudida, Frida los hizo parar. Sonaba su móvil. Era la hora. Tenía que conectar las bombas remotas que había insertado en los vehículos de la escolta de Armand que sabía que esperarían alrededor de la mansión. Miró a uno de sus esclavos, el negro, ese enorme sudanés. Se puso a cuatro patas en la cama, le señaló el culo. Se puso las gafas y acodada en el colchón, conectó el portátil. Sintió como aquella aberrantemente enorme polla, hinchada por el anillo metálico de constricción que tenía en la anchísima raíz apretado y atornillado, se introducía en su cedido ano, entrando con cuidado, pero profunda, muy profundamente. Su culo se sentía lleno, totalmente inflamado y penetrado por aquella magnífica boa plagada de venas y que empezó a follarla intensamente. Empezó a teclear, concentrándose en ambas cosas: en su sodomización, y en los códigos que tenía que insertar para activar las bombas.

*

El plan parecía funcionar. Yo estaba muy nerviosa. Confieso que dudé, por un momento dudé de lo que debía hacer. Pero tuve que improvisar, no iba a permitir que mi plan fallara, Mircea era despreciable, pero mi hermana… bueno, ella iba a sufrir, eso estaba claro, y el mundo era así, pero no tanto si podía yo evitarlo de alguna manera. Me adelanté, en lugar de indignarme —que lo estaba—, o de reaccionar intempestivamente —cosa que Mircea esperaba—, sonreí y di la bienvenida a mi hermana a la familia. Y si para salvarla, tenía que follármela, lo haría.

Me acerqué a ella. Clara parecía no reconocerme. Mircea esbozó una sonrisa nerviosa al ver que no reaccionaba como él había previsto. Konrad estaba comiendo como el cerdo que era, así que no hizo nada. Seguramente esperaría para reventar a mi hermana a placer a estar saciado de comida. Quizás su bestialidad me sirviera.

Cogí a clara de las mejillas, me sonrió, abriendo mucho los ojos, le respondí con una mirada dura e intercambié unas palabras rápidas con ella en catalán.

—Clara, voy a hacer cosas contigo que no te van a gustar, a lo mejor, pero es la única manera de salvarte la vida. Tendrás que colaborar. Aunque no te guste, aunque creas que es una obscenidad. O cogerán y te dejarán en manos de esa bestia —dije señalando rápidamente con los ojos al cerdo de Konrad, que estaba bebiendo cerveza de una jarra, directamente—. Si quieres vivir, bésame.

—¿Qué dices?  —me preguntó alarmada.

—Clara, te voy a follar. Y mi marido también. Te lo digo desde ya. Eso o que la bestia esa te reviente. Y no serías la primera mujer que muere en sus manos. Esta gente funciona así. Hazlo, sobrevive, por favor…

Clara no era tonta. Y pese al shock, lo hizo. Se acercó a mí rápidamente, se puso de puntillas, y me besó. En los labios. Una vez, dos, tres, y sacó la lengua para llenar mi boca con ella.

Nos separamos brevemente, entre los aplausos de la familia.

—Konrad, querido —dije con voz sibilina—, espero que no te importe si hago los honores, y me follo primero a mi hermana.

Konrad eructó y se encogió de hombros. Yo le sonreí candorosamente. Me acerqué a Mircea, y le besé en la mejilla.

—Gracias por esto, Mircea. Es casi un regalo. Gracias por traerme a Clara…

Ahora sí que estaba confuso, y boqueó para decirme algo, que ignoré al darme la vuelta, coger de la mano a Clara y con la otra a Armand, seguidos de cerca por Carol.

Por el camino miré a Carmilla, que se había deslizado por detrás de Konrad, y le susurraba al oído. Ella, embutida en su negro vestido que dejaba sus majestuosos pechos a la vista, con dos piercings negros, amiga, prima y amante, me clavó sus ojos oscuros y asintió, casi imperceptiblemente.

Nos encaminamos hacia el salón anejo, y una parte de la familia nos siguió, tomando asiento en los distintos divanes, donde sumisas, esclavos y parejas empezaron a tocarse, masturbarse, irrumar y lamer distraídamente mientras veían cómo yo situaba a mi hermana en una larga chaise longe antigua.

Clara tragó saliva. Me miró. Le transmití valor. Ella miraba a aquellos desconocidos, pero me adelanté a su miedo. Le arranqué el vestido, y se quedó solo con el pequeño cinturón dorado de eslabones. La recosté levemente, y abrí sus dulces piernas. Casi lloro al tener que hacerlo, pero dejé que la pervertida que era tomara el control… y sumergí mi cabeza en ella.

Mi lengua atacó su coño rosado. Joder, qué bien sabía, pensó mi parte más pervertida, impidiendo que la que antaño fuera la Alice adoradora de su hermana pequeña vertiera ni una sola lágrima. Le estaba salvando la vida, y no es que tuviera que ser creíble: tenía que ser real. Tenía que follarme a mi hermana.

Mis dedos se deslizaron en su interior, y ella corcoveó, arqueó la espalda. Su clítoris se endureció rápidamente, un pequeño botón rosado que empecé a tocar con mi lengua y ella gimió. Sin darse cuenta, empezó a tocarse los pechos. Hice un gesto a Armand. Éste se sacó su deliciosa polla, y se situó delante de la boca de Clara, que la abrió. Carol nos contemplaba, y vigilaba, sosteniendo una bandeja, llena de sorpresas, además de artefactos sexuales.

Clara, sin ningún pudor, cogió con una mano la polla de Armand, la tocó, la masturbó, viendo que la mano apenas le cerraba, y abrió la boca. Armand fue delicado y no la irrumó, dejó que ella se la chupara, despacio, pero con ganas, con sus delicados labios rosados que se ciñeron a su prepucio. Yo sabía que los que nos miraban verían mi culo tomado por el pequeño plug enjoyado, y cómo mi coño empezaba a rezumar fluidos. Estaba muy cachonda, y seguía trabajándome a mi hermana, para que obtuviera placer. Ella dejó de pensar. Lo sentí cuando relajó el cuerpo y su vagina empezó a palpitar.

Pronto supe que no iban a dejarme en semejante posición sin ser usada. Y por el grosor, supe que Marko se había puesto tras de mí, agitó un par de veces su gigantesca verga y me penetró, despacio, pero implacable. Gemí, y mi gemido reverberó en el cuerpo de Clara. Y gritó. Gritó una vez, corta y secamente. Y se corrió en mi boca. No eyaculó, como hacía yo, pero sí que apretó mi cabeza contra su coñito. Su grito salió matizado por la polla de Armand, que la inundaba, y empezó a chupar con fuerza. Joder, mi hermana se había puesto manos a la obra.

Paré la situación. Quería ser la primera, que me tuviera a mí. Pedí mi strapon a Carol, y me lo puse, con un consolador que me llenó el coño, para frustración de Marko, que fue atendido de inmediato por mi esclava, que se ofreció a reemplazarme. Olga, por supuesto, había acercado una otomana y se masturbaba, totalmente desnuda, abriendo mucho su coño, y metiéndose varios dedos dentro.

Carol le empezó a chupar la polla a Marko, para después ser follada y sodomizada por él, mientras atendía a su mujer, Olga, y le comía el coño, masturbando con la lengua su clítoris y deslizando la mano casi entera dentro de su coño.

Mientras, puse a mi hermana a cuatro patas. Armand se había situado en el respaldo del mueble y mientras Clara seguía chupando y cubriéndolo de saliva, mi consolador negro la penetró, al principio de forma delicada, pero después, perdí el control, y me la empecé a follar con fuerza, con placer oscuro, corriéndome puesto que las protuberancias del arnés rozaba mi propio clítoris con cada embate con el que profundizaba en el interior del coño de mi hermana.

Ella empezó a gemir con más fuerza y yo la follé más intensamente, y sentí que se corría. Yo también lo hice, y eyaculé, saliendo a borbotones por los bordes del arnés mi fluido.

Miré alrededor. Clara se irguió y se empaló en la polla de Armand, y éste empezó a follarla, marcando el ritmo. La fiesta estaba en su apogeo. Varias parejas en el suelo follaban entre ellos, hombres comiendo pollas mientras las mujeres les lamían el ano y los penetraban. Familiares que habían encadenado a la mujer de Mircea en una mesa y se turnaban para penetrarla mientras ella era obligada a tragar el semen de varios coños que tenía también que complacer y limpiar. Una sirvienta azotaba su cuerpo con un flogger mientras ella misma era azotada.

Me levanté. El plan arrancó su golpe final. El blietzkrieg.

Desnuda, fui a la búsqueda de Mircea.

Carmilla se había puesto de rodillas y chupaba el enorme miembro de Konrad. Le había metido un dedo por el culo, y tragaba casi toda la polla mientras éste tenía la manaza sobre la cabeza de mi prima y amante. Entonces, deslizó su garra metálica por ese miembro y le hizo un poco de sangre. Konrad gimió y abofeteó a mi prima, pero Carmilla se levantó, lo masturbó un poco más y dispuso sus pechos, como si quisiera que se corriera en ellos mientras un par de sirvientas le acercaban los pechos congestionados por un fuerte bondage al imbécil de Konrad.

Los espasmos empezaron a los pocos segundos.

Yo me acerqué a Mircea, que estaba sentado, viendo delante de sí cómo dos jóvenes efebos peleaban entre ellos para ver quién enculaba a quien antes. Me puse a su lado. Lo miré. Volví a decirle “Gracias”, apenas susurrado. Uno de sus guardaespaldas se adelantó, pero me arrodillé y Mircea lo detuvo con un gesto. Sin estorbarle la vista de aquellos dos jóvenes, uno mulato, que había vencido, y otro con aspecto del Este que ahora mismo recibía un fuerte pollazo en el culo que le hizo gritar, saqué la polla de mi suegro. Estaba duro y gastaba un buen miembro, y me lo introduje en la boca profundamente.

*

Tomaso se corrió encima de la muchachita. Su pequeña salchicha hedionda dio unos cuantos saltitos más, y aprovechó para orinarse sobre ella entre grandes risotadas. Cómo se estaba divirtiendo con aquél pedazo de carne.

—¡Abre la boca, cerda! —gritó en italiano.

La muchacha no lo entendía, y se giró para orinarle en la boca. No vio cómo el chulo de la pequeña prostituta, que en realidad era Lucasz, un hombre de confianza nuestro se ponía a su espalda, le apuñalaba con un puñal rondel los riñones, tiraba de su grasiento cabello hacia atrás y lo apuñalaba.

Tomaso era grande, y le arrancó el puñal de las manos entre nubes de dolor, buscando su Beretta en la mesa. Pero fue la muchachita, la pequeña prostituta quien lo empujó con los pies, y éste cayó. Saltó sobre él, tiró del rondel, que la empapó en sangre arterial, y lo apuñaló en el pecho y vientre treinta y siete veces.

*

Konrad empezó a soltar espuma por la boca. Carmilla se había alejado. Hizo un gesto, y sus sirvientes, hombres y mujeres, rodearon a la escolta de Mircea y a los invitados que eran partidarios suyos. Los estiletes brillaron en sus manos.

Yo ofrecí mis pechos a Mircea, que los chupó con avidez. Ordené a uno de los muchachos que dejaran de follar y le chuparan la polla al patriarca, cosa que hicieron con avidez, para agradarle. Yo besé su boca, para que sintiera su propio sabor, y le di a probar mi coño, recogiendo mi humedad con mis manos, metiéndome profundamente los dedos. Su lengua recorrió mis dedos.

—No sabes lo bien que sabe mi hermana —le dije al oído. Los dedos de su mano izquierda buscaron mi coño, y yo lo dirigí. Su otra mano apretaba la cabeza del efebo contra su polla para que chupara más profundamente—. Su coño es dulce, pequeño y prieto, y le he metido la lengua entera. También le he lamido el culo, y le metí los dedos. Sabes, mientras se lo comía, mi marido se folló su boca. Y la pequeña de la familia es una guarra, porque abrió mucho y casi se la traga entera… y ya sabes cómo la tiene tu hijo, Mircea —me agaché un poco y le dejé chupar mis pezones perforados.

»Creo que te la voy a traer, para que te la folles, y que alguien, puede que Marko, o yo misma, le folle el culo. Seguro que grita cuando la sodomicemos, Mircea…

El decano de la familia gimió mientras se corría en la boca del chaval, que tuvo que tragar todo el semen.

*

Gunter Kramer se acababa de meter una raya de cocaína desde las tetas de una prostituta húngara de enormes pechos blancos. Una chica un poco rara, pálida, pero que tenía un gran coño que follar. Había pedido una pelirroja, quería follarse a una antes de reventar a la futura viuda de Armand: en unas horas la estaría cabalgando y haciendo que su culo sangrara de tanto reventarlo.

Ella lo atrajo hacia los pechos, y él lamió la cocaína que quedaba. Luego sonrió. Y siguió sonriendo cuando, tras cogerse la polla para decirle a la pelirroja húngara que se la chupara, sintió cómo un garrote, un filo cable de metal, se clavaba en su cuello y lo atenazaba, amenazando con cortarlo como un bloque de mantequilla. De pronto la húngara se levantó, sacó un fino estilete de sus faldas, que aún no se había quitado, lo miró con una sonrisa sádica, y se lo clavó profundamente en el corazón justo entre las costillas. Antes de desvanecerse en las nieblas de la muerte, sintió cómo le escribía algo en la piel con la daga.

*

Aparté al efebo, que, para placer de Mircea, pudo ver cómo vertía el semen de su boca en la del chico mulato que se había quedado esperando, de rodillas junto a Mircea, masturbándose.

—Sé que me quieres a mí, Mircea. Papá… —esa palabra se la puso dura de nuevo—. Primero me follaras a mí y después a mi hermana… y luego las dos follaremos entre nosotras para que nos veas… y entre las dos te volveremos a follar… papá —le dije.

Mircea clavó sus manos en mis nalgas abriéndomelas. Me clavé en él, y le hice un gesto al mulato para que le acercara la polla al viejo y que éste se la pudiera chupar. Yo me toqué los pechos pornográficamente.

—Así, papá —le dije—, así le toqué las tetas a mi hermana. La pellizqué, le metí los dedos, y luego hice que me los limpiara… Y después… oh, sí, después, joder qué grande tienes la polla —dije metiéndomela hasta el fondo con brusquedad—, después me la follé, le rompí el coñito con mi pollón negro, mientras se la chupaba a mi marido, papá…  Y mientras —lo miré a los ojos—, Marko me rompía el culo —le confesé.

*

Frida sintió el semen del enorme sudanés inundar su coño. Hizo un gesto para que el otro puto le limpiara el ano, y la lengua de éste empezó a juguetear en su culo. Ella gimió. Estrujó sus pequeños pechos de pezón oscuro, y le ordenó al sudanés que se acercara, para chuparle la polla. Lo hizo, todo lo que pudo, porque aquél pollón era enorme.

De pronto, dejó de sentir la lengua en su culo. Miró. Vio cómo el español que la había estado trabajando el ano se levantaba al recibir una llamada. Asintió. El sudanés de pronto apartó el portátil y empezó a teclear. Frida fue a incorporarse, y lo último que sintió fue el frío silenciador de metal clavarse en su espalda y descargar siete balas. Tres en la cabeza y cuatro entre los homóplatos.

La policía la encontró con la pistola metida por el cañón en la garganta, atada al techo y con la palabra “puta asesina” escrita sobre la piel con un cuchillo.

A sus pies, en un charco de orina, fotografías de las personas que había matado. Claramente, un ajuste de cuentas. Caso cerrado.

*

—Papá —le dije cogiéndole de los cabellos y separándolo de mis tetas. Esa fue la señal. Todos los hombres y mujeres se coordinaron. La sala se llenó de los susurros de los silenciadores disparando a los partidarios de Mircea. Él abrió mucho los ojos. Uno de los efebos depositó una navaja tipo “Arpía”, de hoja curva y serrada, con un aro al final para introducir el dedo—. Muere, cabrón.

El movimiento fue rápido, y el cuello fue cortado con muchísima fuerza, más de la que yo mismo me suponía. En el momento del degüello le bajé la cabeza, para cortar mejor, como Marko me había indicado.

¿Sabéis qué?

Mientras me salpicaba de sangre hasta cubrirme entera, el muy hijo de puta se corrió dentro de mi coño.

Epílogo

Pasaron varios meses. Realizamos una fuerte purga entre los familiares.

En la primera fiesta que celebramos, después de asentar nuestro poder en nuestra familia, hubo varios brindis.

Y, sí, me follé a mi hermana. Aquel día. Y todos los demás, porque quiso quedarse con nosotros. Y ahora puedo escuchar cómo me dice “fóllame hermanita” mientras Armand me sodomiza y ella se abre de piernas para mí, con sus dos piercings en los pequeños pezones.

Ella y Carol han entablado una bonita amistad. Y rara es la tarde que no las encuentro follando en algún lugar: a fin de cuentas Carol, mi fiel esclava, que mató por mí a cuatro hombres, tiene orden de satisfacernos a todos, y lo hace. Se folla a Carla, se deja follar a por ella, y entre los cuatro, muchas noches, hacemos alguna orgía en casa, metiendo alguna polla más para no agotar a mi Armand.

Y adoro follarme a mi marido, a mi hermana, a Marko y Olga, adoro ser esclavizada por Carmilla y ser obligada a complacerla a ella y, como alguna vez me ha pasado, a varios hombres a la vez, siendo esclava y puta… pero Carmilla también ha probado lo que es ser mi sumisa, y ha sido azotada, orinada, follada y enculada por mí.

Ahora, somos una familia feliz. Incestuosa, y feliz.