Matrimonio Obligado: Interludio
En este breve interludio, Alice disfruta de algunos placeres y recuerdos, viéndose arrastrada a afanes masturbatorios mientras Armand cierra los negocios con otras mafias. Sólo para enterarse de una chocante noticia...
Breve interludio de Matrimonio Obligado.
Los demás, para saber por dónde va la historia, los podéis encontrar aquí:
Matrimonio Obligado I: Compartiendo noche de Bodas : http://todorelatos.com/relato/123299/
*Matrimonio Obligado II. Iniciación: Dominación : http://todorelatos.com/relato/123775/*
**Matrimonio en Obligado III: La fiesta en familia : http://todorelatos.com/relato/128994/****
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Interludio I
Exctracto del diario de Alice
Los meses siguientes a la fiesta familiar fueron de gran intensidad. Armand me introdujo en los negocios de la familia, que eran muchos y variados.
Aprendí el valor de una vida humana. Aprendí cómo la familia trabajaba y cómo prosperaba. La lección era simple: O comes o te comen. Y en esta tesitura, prefería comer a ser comida.
Empecé acompañando a mi marido a varias reuniones para, cuando pasaron un par de meses, dar alguna idea oportuna. Por supuesto todos sus hombres me miraron y después le dedicaron una mirada interrogante a Armand. Él sopesó rápidamente que mi idea era buena, y asintió calladamente con la cabeza.
En otra ocasión me enseñó a disparar un arma. Fuimos hasta un club, lejos de la ciudad, donde pude ver que habían colocado varias dianas en distintos puntos, de metal. Me situó en una de aquellas curiosas casillas individuales con sus paredes y su tabla donde me esperaba una cajita llena de balas doradas.. Me dio una pequeña arma que entendí que era una Sig Sauer P230, un arma pequeña y manejable, niquelada y con cachas blancas. Me enseñó a empuñarla, cargarla, verificar el seguro, la corredera, montarla y, finalmente, disparar. Dios, aquello me encantó. Disparé el cargador entero y sentí la adrenalina correr en mí, y me excité. Mucho. Le pedí otro cargador y volví a disparar.
Varios cargadores después Armand me había levantado el vestido, me había separado las piernas. Sentí el frío de su navaja recorrer mi piel, y otro disparo más. El peligro de que el retroceso me cortara me incendió. Estaba descubriendo nuevas cosas de mis gustos… Cortó el delicado tanga que llevaba, lamió mi ano con fruición, y después, bien ensalivado, empezó a penetrarme. Despacio. Sentí primero su glande abrir mi esfínter despacio. Tomé aire y disparé dos veces o tres. Las sensaciones me recorrían, una especie de escalofrío subía por mi vientre mientras mi marido me horadaba el culo con cuidado, pero sin detenerse. Mi ano empezaba a abrirse bastante y solté el arma para apoyarme en la tabla con los codos. Olía a pólvora y a metal caliente, a lubricante para armas y a él… su polla se deslizó en mi interior con determinación. Armand me iba a follar el culo sin piedad y me estaba encantando. Chocó. Su pelvis contra mis glúteos, y se detuvo un instante para cogerme de las caderas. Tomó impulso para salir despacio y volver a entrar lentamente, milímetro a milímetro. Sentí aquel miembro, mi cuerpo lo memorizó. Bien abierto, mi esfínter protestó un instante con una quemazón que empezó a trocarse en placer cuando mi marido volvió a empalarme lentamente. Con una mano que separó de mi cadera tiró de mi coleta hasta hacerme atrasar la cabeza. Metió un dedo en mi boca y se lo chupé como si nunca lo hubiera hecho, disfrutando de la sensación de esa doble penetración de mi marido.
De pronto retiró la mano, y algo metálico me presionó los dientes. Una bala.
—Sostenla. No la dejes caer. O te castigaré… sin sexo. Pero tú si me verás follar a mí.
Joder. Qué cabrón. Sabía dónde pincharme, y la sumisa que había en mí supo su papel; la esposa ya se vengaría de alguna forma sutil y adecuada.
—Shi, mi Amo y Sheñor —dije con la pronunciación matizada por la bala que sostenía entre los dientes.
Aquello le gustó, lo noté: su polla palpitó dentro de mi culo. Sus manos buscaron mis pechos y los liberaron del vestido después de que el sujetador cayera bajo las caricias letales de la navaja.
Empezó a bombear en mi culo, a disfrutar de él, a tomarlo, a usarlo, a sodomizarme. Lo sentía entrar y salir, a un ritmo in crescendo . Notaba cómo me palpitaba el coño deseando recibir también su parte; mi entrepierna se humedeció y noté cómo me encharcaba entera. Entraba en mí como si fuera su propiedad (una parte de mí se sentía así, suya), y me azotó con las manos las nalgas, que sentí arder pronto mientras mi culo recibía más y más de él. Notaba el sabor metálico del plomo y el cobre de la bala de 9mm que sostenía por la pequeña depresión final, atrapándolo y dejando fuera sólo el culote, como un botón metálico.
Me folló largamente. En algún momento me llevé la mano a la entrepierna y me empecé a masturbar, a tocarme con fuerza, sintiendo todos mis fluidos emanar de mi interior mientras trazaba círculos sobre mi clítoris endurecido. Cada vez más y más fuerte. Me corrí, mi grito quedó matizado por la bala que sostenía entre los dientes. Mis pechos eran estrujados con fuerza por mi marido.
Una imagen pervertida y enfermiza se cruzó por mi mente: sentir una pistola recién disparada, caliente, abrasadora, dolor, en mi coño mientras me obligaba a satisfacerle comiéndole ese enorme miembro. Mi vientre destrozado por el metal… mi vagina empezó a palpitar con furia casi sintiéndolo. Mi ano se contrajo y Armand me empezó a follar el culo con mucha más fuerza, entrando sin tapujos, estrellándose contra mis nalgas, sintiéndolo duro y profundo. Escuché cómo brotaban de su pecho gemidos guturales, y mi orificio empezaba a dilatarse más y más, como queriendo tragarse toda esa verga de mi mandón maridito.
De pronto se sucedieron: primero fue un orgasmo anal, que por más que quieras, no puede evitarse que estalle y te recorra una y otra vez. Ello apretó aún más su deliciosa polla perforadora que me estaba taladrando las entrañas, él empezó a clavármela con más fuerza pero espaciando las arremetidas, haciéndome volar en un horizonte de placer y sexo que me provocó otro orgasmo vaginal potentísimo que casi me hace soltar la bala.
Grité algo, que no recuerdo, y mis dedos se clavaron en mi vientre, profundamente, sintiendo cómo se contraía espasmo tras espasmo dándome más y más placer cuando sentí a mi marido crispar las manos, agarrarme la cadera, coger impulso y clavármela profundamente, tanto que me hizo gritar otra vez (sin soltar la bala), y entonces estalló y se derramó en mi interior como una fuente espesa y ardiente.
Mi culo se llenó del semen de Armand, y yo caí sobre el lugar donde reposaban las cajas de balas.
Después de aquello, dejamos el campo de tiro. No pude evitarlo, y por el camino, en nuestra limusina, besé a mi marido en profundidad, le baje los pantalones y contemplé su polla. La acaricié lentamente y vi que respondía a mis caricias. La lamí. Sabía a mí. Me sentí pervertida, sucia, una perra, SU perra. Cualquier otro hombre sería poco para mí. Pero él, Armand, mi marido, hacía que mi cuerpo se rebelara, que perdiera las inhibiciones… y bajé la cabeza para chupársela profundamente.
Y de pronto me giró, levantó mi falda. Metió un dedo. Aquello fue delicioso. Lo tenía sensible, delicado, maltratado y muy follado… por no decir que estaba lleno de él… e inopinadamente, me preparó y allí, en la limusina, por mitad de la ciudad, me volvió a follar, o más bien a sodomizar.
Su semen goteó de mi interior cuando metió el grueso tronco de su miembro. Mi esfínter palpitó y protestó, pero enseguida colaboró. Me encantaba cómo me lo follaba. Esta vez me apoyó la cabeza en uno de los asientos laterales y empezó a bombear con fuerza, con exigencia. Con una rodilla clavada en el suelo y la otra levantada (por fortuna era una limusina alta, y entonces supe por qué eran así). Me taladró, inclemente, y reclamó mi culo como suyo. Entraba y salía, me agrandaba el ano y éste me pulsaba. La sensación de quemazón fue sustituida por una mucho mejor que cada vez concurría a mi encuentro antes, y unido a la sensibilidad por la intensa follada anterior, ahora casi perdía el control. Me corrí dos veces por lo menos por el culo, pero esta vez, Armand no se derramó en mi interior: me hizo darme la vuelta. Su polla estaba cubierta del semen de mi interior, y se derramó sobre mí. En mi cara, y en mis pechos.
Alice, su mujer, llena por dentro y por fuera de su semen. Supe entonces, por su mirada de oscuro deseo, que aquella era una de sus fantasías que acababa de cumplir sobre mi cuerpo.
Me desnudé totalmente, y dejé el vestido en el coche. Habíamos llegado de nuevo a casa, y salí del vehículo, manchada de semen y goteándolo por el culo. Sólo llevaba las negras sandalias de tacón, y me dirigí al interior de la casa, precediendo a Armand, agitando las caderas, ya la vista del servicio, exhibiendo el semen de mi marido en mi piel y sabiéndolo en mi interior. Yo era su diosa, y el mi dueño. Éramos el uno del otro en una unión tan carnal como sexual… y también, aunque aún no lo sabíamos, mental.
*
Tras varios meses y otras tantas perversiones, empecé a ser asidua de las reuniones de trabajo de Armand, y su área de ocupación en la familia. Poco a poco mi opinión contó y varias de mis proposiciones fueron aceptadas. Armand ganó peso en la familia, y yo no dudé en hacer uso de todo lo que podía, incluida yo misma, para aventajar nuestra posición, y nos hicimos con más y más cotas de poder y responsabilidades en la familia. Y también peligros. No menos de tres ataques contra nuestra persona se produjeron en los diez primeros meses. Y luego las sospechas. La casa se llenó de tensión cuando uno de nuestros contactos nos dijo que Interpol estaba tras nosotros. Siempre lo había estado, pero ahora una turbia sospecha se cernía sobre la casa, las inquietudes nos carcomían en ocasiones, sobre todo en la proximidad de algún gran acontecimiento.
Nuestras medidas de seguridad se incrementaron, sólo el servicio de máxima confianza. Yo escogí dos doncellas y dejé a los guardaespaldas en manos de Armand, que estableció un cordón de seguridad y una unidad permanente de duros ex SAS británicos que vendían sus servicios al mejor postor, y que él se encargó de hacer que fueran ciegamente leales, como sus perros de presa. Yo los llamaba los Dobermanns. Sí, fantaseé muchas veces con una buena orgía, tanto tipo duro bien dotado y musculoso, pero debía reservarme. Aún me quedaban muchas cosas por hacer y por cumplir que nos llevaran hasta la cúpula de los “negocios” de la familia Orsini-Ducovic.
Fui una marioneta del Destino… durante un tiempo. Acepté lo que me deparó, y me preparé para darle una buena patada en los cojones al Destino y labrarme el mío sobre su piel.
Varias fueron las ocasiones en las que intervine en los asuntos de la familia, hasta el punto en que formamos un tándem. A mí se me daba bien la planificación y la estrategia de activos. Armand era un genio de la táctica, los golpes duros y la ejecución sobre el terreno.
Nuestros negocios prosperaron, las áreas de influencia de mi marido se expandieron y comenzamos a absorber otras áreas de la familia demostrando que éramos capaces de eso y de mucho más. Hasta que llegó el día de la Cesión. Y yo era la cedida.