Matrimonio normal

Un caluroso día de verano.

MATRIMONIO NORMAL

Es una tarde calurosa de julio. Manuel está harto de trabajar, cansado de reuniones, teléfono, citaciones, y charlas sobre economía. Desea más que nunca que acabe la jornada de trabajo y poder llegar a su casa. Con gesto cansado por la dura jornada de trabajo y por el calor, atraviesa el parking hasta llegar a su utilitario, lo abre y tira en el asiento de atrás la chaqueta y el maletín. Mientras sube la rampa de acceso a la calle, se pregunta qué estará haciendo su esposa Ana. Tras un trayecto de casi veinte minutos bajo un sol de justicia, y con pocas zonas de sombra, llega hasta la puerta de su chalet, en una urbanización de las afueras del norte de Madrid. Sale del coche y lo cierra a su paso. Se pone la chaqueta, que, aunque hace un calor de justicia, "siempre da una mejor impresión a quién te ve", Abre la puerta de la cancela de su casa y entra, pero, cuando entra dentro de su chalet, todo está demasiado quieto y tranquilo. Llama a su esposa una, dos y hasta tres veces, recibiendo en todos los casos la misma contestación, el silencio. "Supongo que estará en la piscina" piensa mientras cierra la puerta de su casa y la rodea.

Cuando se acerca a la esquina de detrás de su casa, se detiene ante una imagen que le deja sorprendido. Ve a su mujer sentada en una tumbona, sobre el césped de la parcela y una piscina con el agua azul por el reflejo del suelo y de las paredes de la misma. Su mujer está tumbada al sol, bronceándose, sin percatarse que su esposo la está observando desde el otro lado de la piscina, semioculto en una esquina de su chalet. La observa, está preciosa con ese color bronceado. Ana solo lleva puesta la parte de abajo del bikini, de color blanco, que reluce más aún su tostada piel; las gafas de sol y su melena rubia teñida le dan un aire de extranjera que su propio marido piensa que está casado con una sueca. Sus pechos grandes y redondos, con esa aureola grande y rosada, coronada por unos pezones rojos, hacen que Manuel se excite solo de mirarla, pensando lo buena que está, y lo enamorado que está de ella.

El calor sigue apretando, y Ana comienza sentir la fuerza del sol sobre su cuerpo esbelto. Entonces decide darse crema protectora. Se echa un poco en la mano y empieza a frotar sus hombros, bajando suavemente por sus brazos delgados. Otra poca de crema blanca que cae en sus manos va a parar a su pecho, que comienza a acariciar pensando en la posibilidad de que su marido la pudiera estar contemplando, cuando al levantar la vista con ese pensamiento, ve al fondo de la piscina a su marido, con el maletín en la mano, disfrutando de su vista, de su cuerpo.

Manuel observa cómo su esposa le acaba de descubrir, y cómo se sigue masajeando sus redondos y grandes senos, para regocijo de su marido. Él sigue parado en el mismo lugar, pero su gesto se ha convertido en una sonrisa socarrona al ser descubierto "espiando". Sigue mirando las manos de su esposa frotándose las tetas. Ahora, con otra porción de crema, comienza a frotarse el vientre, y las caricias acaban en la base del bikini, y con una precisión suiza, cada círculo que traza sobre su tripa, su mano se introduce en su bikini, y va haciendo que Manuel se comience a excitar poco a poco. Sabe que cada vez que su esposa se pone "picarona" la excitación le pone la polla más dura, y él comienza a sentir el despertar de su miembro, dormido dentro de sus calzoncillos y su pantalón. Por su parte, Ana también se está excitando al acariciarse su cuerpo con la excusa de darse crema, y esa excitación la lleva a tocarse por encima del bikini su monte de Venus, una y otra vez, como le gusta a su marido. Con un gesto de su dedo, llama la atención de Manuel, y le indica que se acerque. Él lo hace poco a poco, dando un rodeo a la piscina, y cuando llega a la altura de la tumbona donde se tumba su mujer, le pregunta si necesita algo. Con lo excitada que está ella con tanta caricia propia, le sugiere que le de crema en las piernas, que no quiere que el sol se las queme, todo ello, sin dejarse de acariciar el sexo.

Manuel le sugiere que lo haga ella, que se le da muy bien, y que así le pone más caliente de o que está, y ella, obediente, comienza entonces a frotarse las piernas con una buena cantidad de crema. Sus piernas son cortas, pero bien hechas, de muslos fuertes y pantorrillas tersas. Comienza desde sus tobillos y va subiendo poco a poco, hasta llegar a su chocho, que se va empapando poco a poco, debido a la situación. Manuel no puede aguantar más y estira una mano, que alcanza un pecho de su esposa, y comienza a masajearlo, despacio, sin prisa, y cada círculo que fabrica en su pecho, lo termina con un ligero pellizco en el pezón de Ana, que sabe que eso le gusta. Le indica Manuel que se saque la parte del bikini, para poder ponerse así, morena por todo su cuerpo

La esposa comienza a bajarse sensualmente el bikini, se lo va enrollando por sus piernas, hasta que su coño no puede resistir más, y suelta la prenda de su valiosa intimidad. Comienza a bajarlo hasta los tobillos, momento en el que le ayuda Manuel a quitárselo por completo, dejando la belleza desnuda de su esposa para su contemplación. "Es preciosa" piensa Manuel mientras la ve como sus dedos comienzan a acariciarse el cuerpo, una mano directa a su coño, que tiene bien depilado, con una línea fina de vello negro, y otra a sus grandes tetas, que con el efecto de la crema, brillan como dos luceros con un punto rosa en el centro. La esposa se va poniendo poco a poco más caliente, con sus propias caricias y juegos, va encendiendo la hoguera en la que más tarde arderá.

Comienza a sobarse el clítoris fuerte, mientras con otro dedo se va penetrando, viendo tras las gafas de sol, como su marido la observa en silencio, con cara de calentón, y con el miembro que comienza a tener vida dentro de la ropa. Le excita a ella que él se excite, le pone muy cachonda, y sigue su masaje, despacio, haciéndose circulitos en el clítoris, recorriéndose todo su empapado sexo. Manuel no aguanta más, y se acerca a sus labios. Los besa tiernamente, mientras Ana sigue su masturbación. Los labios del marido recorren los de su mujer, bajan por su cuello, ruedan hasta su pecho, y comienza a pasar la lengua por sus grandes tetas, comiéndolas como un niño; las chupa, las besa, mordisquea sus pezones, todo para que ella se ponga más caliente. Su lengua sigue bajando, por su estómago, su vientre, y se detiene en su monte de Venus, el cual, comienza a comer como si hiciese mucho tiempo que no lo hace. Chupa su clítoris, lo da vueltas, lo coge entre sus labios y lo estira, lo succiona, y lo golpea con su lengua. A medida que le da placer oral, comienza a pasar un dedo por la rajita de su esposa, que ésta da un respingo y un gemido de complicidad, como si quisiera ser penetrada. Manuel accede y le mete un dedo en su caliente vagina, lo saca y lo mete muy lentamente mientras sigue con su clase oral en el coño de su esposa.

Ana se incorpora un poco y hace que Manuel pare. Comienza a desvestirlo, y él le ayuda. Mientras Manuel se quita la parte de arriba, ella ya ha desabrochado su pantalón, y comienza a bucear en su calzoncillo, obteniendo el premio de la polla de su marido, medio dura. Con una sonrisa, su mujer se la saca y empieza un suave masaje en todo su falo. La expresión de Manuel cambia por completo cuando comienza a sentir la tibia boca de su mujer en su polla, sintiendo como crece en su boca Primero comienza por lamer todo su tronco, pasando su lengua sin dejar un rincón por lamer, y sigue con unas pequeñas caricias en su punta. Manuel cierra los ojos y comienza a disfrutar de la mamada. Ana ya ha pasado a chupar su punta, se la mete en su boca y se la saca, lubricándola bien con su saliva, hasta que en un momento, comienza el sube y baja de su cabeza sobre el sexo de su esposo, que éste acompaña con su mano la cabeza de su amada. El movimiento se hace cada vez un poco más rápido, y en un de esos intentos, Ana se traga toda su estaca, tocando con su nariz en el vientre de su marido, y con su barbilla los huevos. Sabe que eso le pone a Manuel a cien, así que, después de otro rato de chuparle la polla, lo vuelve a hacer, arrancando un gemido de placer a Manuel.

Ana se cansa de chupar, se levanta de la tumbona y sienta a Manuel en ella. Ella se sienta encima de él, y mirándole tras las gafas de sol, coge su polla y se empieza a ensartar a ella, despacio, lentamente, para que su coño comience a abrirse ante tal estilete. Sus movimientos comienzan lentos, hasta que poco a poco, cuando se ha acostumbrado a la penetración, comienza a cabalgarlo, con ritmo. Sus tetas empiezan a botar, y ella se las coge para darse más placer. Se pellizca los pezones, y mira la cara de placer de su marido, que la espolea para que siga con su "qué bien lo haces cielo". El sube y baja se vuelve rítmico y los gemidos empiezan a salir de sus gargantas. El culo de Ana golpea en los huevos de Manuel, que, con sus manos en la cintura de ella, le lleva el ritmo de la cabalgada. Sin sacársela de dentro, Ana para y se gira, dándole la espalda a Manuel, y sigue su movimiento arriba y abajo, con una fuerza que cada vez se va haciendo más penetrante, mientras ella se busca su propio placer y comienza a hacerse círculos en el clítoris. Gimen, gritan y sudan. Es un polvo espectacular, los flujos de Ana empiezan a manchar los huevos de su marido, y éste que lo siente, pone una mano en el clítoris de Ana, para que su placer no acabe. La cabalgada va a dar su fruto. Ana cabalga cada vez más rápido, su cuello se empieza a poner rojo de la pasión, hasta que estalla en un orgasmo que hace que se arquee hacia atrás, cosa que Manuel aprovecha para sobarle las tetas mientras sigue empujando dentro del coño de su mujer, pero ahora más lento, para que se vaya recuperando poco a poco de su orgasmo, pero sin bajar el ritmo, porque aún le queda cuerda a él.

El marido se levanta de la tumbona, y pone a cuatro patas a su mujer, dejando su culo y sus labios mayores a su vista. Pasa una mano por la empapada raja de su esposa, que le corresponde con una sonrisa. Se frota la punta de la polla contra su conejo, y en uno de esos rozamientos, se la clava de una vez, con grito de sorpresa por parte de Ana. Con el bombeo de Manuel, las tetas de Ana se mueven al compás, y se las toca cuando se agacha sobre la espalda de su amor. Manuel empieza a bombear a ritmo de nuevo, y Ana que lo siente, aprieta su culo en cada embestida que le da su marido, gozando como nunca con la penetración. La postura en la que está, le da un inmenso placer a Manuel, que ve como su polla se pierde dentro del coño de su mujer, como su el coño se la comiera, y al momento vuelve a aparecer a su vista, mojada con los jugos de su esposa, que sigue el ritmo incansable de su marido, al que está dando un placer increíble. Sabe que esa es la postura que le gusta a él para llegar, porque a cada movimiento de su culo contra el vientre de Manuel, siente toda la polla en su interior, golpeándola el útero, y haciendo que su placer vuelva a ser intenso, tanto que se correría otra vez.

Pero Manuel no quiere correrse aún. Se la saca y se la mete de nuevo, unas cuantas veces, sintiendo como se abren las paredes de la cueva de su mujer, cómo gime con cada entrada y cada salida. Ana le dice que se la meta hasta el fondo y se pare, y cuando él lo hace, ella comienza a contraer los músculos genitales, y le ahoga la polla dentro del coño. Manuel se deshace con ese ejercicio de su mujer, que repite cada vez que se la mete y se la saca, y el movimiento se va haciendo cada vez más rápido, tanto, que Manuel no aguanta más y le dice que se corre. Ella le responde que lo quiere todo dentro, y Manuel entonces, comienza un bombeo sin control, lleno de fuerza. Sujeta las caderas de su esposa y grita a cada movimiento. A Ana también le viene un segundo orgasmo, y comienza a acelerar su movimiento, hasta que comienza a sentir los chorros de leche caliente de su marido en su interior. Eso hace que ella se corra también, al mismo tiempo, mientras Manuel sigue con sus sacudidas de placer, dejando hasta cinco chorros de semen en el coño de su mujer.

Acaban los dos tumbados encima de la hamaca, sudorosos, cansados y con la respiración entrecortada. Un dulce beso en los hombros de Ana la devuelve de su tranquilidad, y mira a los ojos de su marido, que le sonríe y le dice que si ha sido oportuna su llegada. Ella responde que sí, y con un beso largo, se levantan, recogen lo que había tirado por el césped y se menten dentro de la casa, a continuar su feliz vida de matrimonio.