Matrimonio maduro: Castigo y redención.

Continúo con este relato que acaba derivando en actos que me llevan a alcanzar cotas de placer insospechadas para mí.

Continúo con este relato que acaba derivando en actos que me llevan a alcanzar cotas de placer insospechadas para mí.

Ahí seguía comiendo el peludo chochazo de Marimar mientras Juan aumentaba la fuerza de sus envites en ese coño. Marimar no podía más. Mi lengua en su clítoris la estaba matando y los pollazos de Juan estaban haciendo que se estremeciera violentamente de gusto. El orgasmo era inminente. Introducía con violencia ya tres dedos en mi culo, se tragaba mi polla entera y la mantenía un buen rato enterrada en su boca. “Esta tía me la va a arrancar” pensaba yo. Pero no. Empezó a refregar su coño por toda mi cara buscando a la vez la polla de Juan y cada vez hacía más presión. Finalmente, y casi provocando mi ahogo, se corrió como una burra llenando toda mi cara de flujos. Sus escandalosos gritos de placer hicieron que finalmente me uniera a ella corriéndome en su cara mientras mi ojete palpitaba al verse libre de sus dedos. Juan no se quedó atrás. Desoyendo los lastimeros gritos de su mujer, que ya no podía aguantar más después de la corrida, siguió follándola con violencia y cuando estaba a punto de correrse, sacó la polla del coño y me tiró toda la leche en la cara. Brutal. Éramos tres seres animales. Llenos de placer y regados de fluidos.  No podía sentirme mejor.

Después de este primer polvazo, nos relajamos, fumamos un poco, otra copita y algo de conversación para recuperar fuerzas.

“Como te gusta hacer el cerdo”, me decía Marimar.

“Vosotros sacáis el marrano que llevo dentro”, le dije.

“Pensaba castigarte como hice con Juan, pero me lo estoy pensando”, dijo entre sorbo y sorbo del gin-tonic.

“Una pena”, dije yo. “Porque me gusta que me dominen”, añadí.

“¿Ah, ¿sí? Pues prepárate”, sentenció.

Miró a su marido de una manera que me dio a entender que ya habían preparado con antelación este “castigo” y Juan se acercó a mí con su polla de nuevo medio morcillona. Cogí su polla y la metí en la copa de gin-tonic. “Joder, que frío” dijo. “Quería probar un polla-tonic”, dije y nos reímos los tres.  Después de esta chorrada me hicieron poner en el suelo a cuatro patas y me “obligaron” a limpiar el coño de Marimar de la corrida que se había pegado antes.  Me puse a chupar de nuevo con muchas ganas porque ese chochazo era lo mejor de todo. Grande y peludo y que sabor. Marimar se espatarraba todo lo que podía y el espectáculo era magnífico. Lástima no haber hecho fotos de tan tremendo coño. Juan comenzó a abrir mis nalgas y a lamerme el ano con delicadeza, disfrutando del sabor. Rodeaba mi agujero y ejercía una pequeña presión intentando penetrarlo con su lengua. Me estaba volviendo loco de gusto. El ojete se me abría cada vez más y Juan no dudó en empezar a follármelo con los dedos.  Marimar apretaba mi cabeza contra su coño para que no me olvidara de darle placer y para que disfrutara de sus caldos.

“Disfruta del coño que ahora vas a sufrir” dijo.  “Saca el rabo” le dijo a Juan.

Y Juan sacó del bolso, envuelto en un paño con dibujos infantiles (que cosa más surrealista) un tremendo pollón de goma de color marrón que parecía la polla de un moro. Mediría unos 25 centímetros, pero tuve la suerte de que era parecido a mis adoradas zanahorias. Algo más fino en la punta e iba creciendo en grosor a todo lo largo.

“Con este follé a Juan y ahora vas tú”, siguió diciendo.

Tenía miedo, pero también ganas de hacerlo. Acoplaron el pollazo a un arnés de cuelo que también llevaba en el bolso y cuando vi a Marimar con él puesto; me enamoré perdidamente de ella. Mi sueño hecho realidad. Una tremenda mujer de enormes tetas, con gafas, con un coño peludo y grande y una polla que me iba a destrozar el ojete.

Se sentó en el sofá y me dijo, “venga, puta” “siéntate aquí y no tardes”.

Cuando decía “aquí” lo hacía señalando al pollón que se me había puesto. No había duda, me quería “castigar” como a Juan.

Tímidamente me acerqué a ella y me puse a subirme a horcajadas sobre ese tremendo rabo de goma color marrón.

“No, así no, de espaldas” que también tiene que participar él. Se refería a Juan.

Me puse enfrente de ella, dándole la espalda y poco a poco empecé a ensartarme la polla de goma en el culo.

“Uff, es muy gorda”, “No voy a poder”, decía yo cubierto de sudor del esfuerzo de aguantar mi peso sin clavarme de golpe el rabazo.

Poco a poco fui bajando, pero a mitad de camino, no podía más. Mi culo no se abría más.

“Maricón, venga, ayúdale” le dijo a Juan.

Juan me cogió la polla y la empezó a menear y con la otra mano hacía fuerza en mi hombro hacia abajo para que me la fuera metiendo más. Poco a poco iba descendiendo, pero las lágrimas comenzaban a surgir espontáneamente de mis ojos.

Marimar no se apiadó, pero empezó a acariciar suavemente mis pezones. Eso me da un gusto tremendo. Y gracias a esto y a la mamada que me estaba haciendo Juan, pude metérmela toda en el culo. Puffff, estaba sudando a mares. Marimar continuaba con mis pezones, pero ahora los pellizcaba con furia.

“Venga, cerdo, muévete” dijo.

Comencé a moverme un poco hacia arriba y abajo y poco a poco, del dolor pasé a tener un gusto increíble que me recorría la columna vertebral. Era una sensación eléctrica y de mi polla empezaban a salir gotas de un líquido semi-transparente. Me estaba corriendo mientras me enculaba yo mismo. Juan volvió a meneármela y al poco, me corrí abundantemente y llorando como una nenaza por el dolor que sentía, pero también por el gustazo que tenía. Una estupenda mezcla de dolor y de placer. Había sido el mejor orgasmo de mi vida.

Marimar, se reía. “Mira el maricón como se corre” decía. Juan arrimó su polla a mi boca y empezó a follármela con velocidad. Quería correrse y rápidamente. No tardó en hacerlo y su semen (ahora ya más líquido) me llenó la boca. Con la boca llena de lefa, me giré y me besé con Marimar compartiendo este rico fluido.  Me sentía muy femenino, como una putita ensartada por un pollón y que compartía la leche con mi macho. Mi macho/hembra. Mi Marimar.

Seguidamente había que complacerla, que no se había corrido, pero teníamos que descansar un poco para recuperarnos.

“¿Y si nos tomamos esto?” dijo Juan. Y me enseñó una pastilla azul. VIAGRA.  Hacía poco que estaban en circulación y me daba un poco de miedo meterme eso.

“No creo que haga falta”, dije yo.

“Que si hombre”, “la mitad para cada uno” “Venga”, insistió.

“Bueno, espero que no pase nada”, dije.

“Venga ya, que al final sí que vais a ser maricas” dijo Marimar mientras se frotaba su frondoso chocho.

Nos tomamos media pastilla cada uno y esperamos un ratito los tres a ver cómo iba la cosa. Nos acariciábamos como viejos amantes esperando los efectos del mágico fármaco. A los veinte minutos noté algo diferente en el rabo. Una sensación extraña, como de hinchazón, pero era agradable. Juan estaba igual. Se nos habían puesto los pollones de película porno. Ahora eran más grandes, más venosos y con muchas ganas de juerga.

Marimar comenzó a chupárnosla a los dos y cuando consideró que era el momento, se sentó en mi polla y comenzó a moverse lentamente.

“La tienes de piedra, cabrón” decía.

Juan me estaba lamiendo los huevos y jugueteaba con el ojete de Marimar, que cada vez se iba abriendo más.

“Si, venga, hoy si” decía con voz entrecortada.

A Juan se le iluminaron los ojos y por qué no decirlo, el rabo también. Parecía que no cataba ese ojete muy a menudo. Apoyó su gordo capullo en el ano de Marimar y ejerciendo una leve presión, le metió media polla. Ella tenía el culo bien abierto del placer que sentía. Y comenzamos los tres a movernos acompasadamente. Marimar me besaba, yo me comía sus grandiosas tetas, ella arqueaba su espalda y veía como se intentaba poner en una postura algo más recta para que yo le pudiera agarrar los tetones y que Juan la follara con más lentitud.

Así estuvimos en torno a unos 10 minutos, donde los gemidos y el olor a sexo llenaba la habitación. Y en varias ocasiones se me escapó un “te quiero” a Marimar. Me miró con dulzura en uno de esos momentos y seguidamente se corrió en mi polla, llenándomela de nuevo de fluidos. Me quité de debajo de ella y Juan le hizo apoyar las tetas en la cama y que juntase las rodillas. Su cuerpo hacía un ángulo de 45 grados que hacía que el culazo se le viera espectacular y con una apariencia más redonda. Era como un gran globo con un ojete muy abierto y enrojecido y un sobresaliente coño. Juan siguió follándola, pero ahora en su caldoso coño y yo me masturbaba cerca de la cara de ella. Cuando Juan se iba a correr y sus gemidos nos avisaban de ello, aceleré la velocidad de la paja que me estaba dando para por fin, eyacular sobre la espalda de Marimar.

Juan derrotado, venció su cuerpo sobre Marimar que ya estaba más muerta que viva y se llenó todo el pecho con mi semen recientemente descargado.

Después de esto, terminamos nuestras copas ya calentujas y decidieron darse una ducha para irse a casa fresquitos.

Finalmente se marcharon, me disculpé por haber dicho los “te quiero” a Marimar y se rieron diciendo que no tenía importancia y que eso pasaba a veces cuando follabas con pasión.  A todo esto, tenía el ojete ardiendo. Me iba a durar el dolor varios días, pero sería un recordatorio de esta gran tarde.

Quedamos en llamarnos para repetir tan magnífica experiencia y así fue. Hubo más encuentros tremendamente guarros junto con otra pareja de amigos suyos. Pero eso ya es otra historia.


Espero que hayáis disfrutado con este relato y la próxima semana prometo contaros más experiencias. Os avanzo que el siguiente se titulará “La francesa y el oso”.