Matrícula de honor

Fue mi profesor quien me abrió los ojos y me enseñó a disfrutar con los hombres.

  • Eres gilipollas, Si quieres aprobar con el Mangas sin dar golpe solo tienes que bajarte la cremallera de la bragueta y dejar que te pegue una buena mamada.

Así empezó lo mío. Hasta entonces había sido un machito convencional. Metía mano a las tetas de las nenas a la menor oportunidad y me la cascaba en el baño a la salud de Angelina Jolie. A veces me venían a la cabeza otros pensamientos y si veía una peli porno me fijaba más en las pollas que en los coños, pero esas cosas le pasan a cualquiera ¿no?

Miguel había dicho que yo era gilipollas por no dejar que el Mangas se tragara mi tranca y me quedé callado, sin saber qué decir, silencio éste que aprovecho ahora para presentarme y deciros de paso quién es el Mangas. Me llamo Ramón, tengo diecinueve, soy alto, uno noventa, delgado, moreno y con ojos marrones. Estudio primero de carrera –no os digo qué carrera- y el Mangas es el profe de la asignatura más atravesada.

Por fin reaccioné.

  • ¿Dejar que me la chupe?

  • ¡Pues claro! Y no pongas esa cara, tonto del culo. Vas cualquier tarde a su despacho, cierras la puerta al entrar, te sacas la chorra, le dejas hacer y ya estás aprobado. Eso lo sabe todo el mundo.

  • ¡No me digas!

  • Pues no te digo, pero tú verás lo que haces.

Me lo estuve pensando una semana entera y el lunes de la siguiente me decidí. Me presenté a media tarde en le despachito del Mangas. Estaba nervioso como un flan. Hasta se me quebró la voz al preguntar:

  • ¿Se puede?

  • Adelante – respondió el tipo. Antes no lo he dicho y para luego es tarde: unos cuarenta y tantos tacos, poco pelo, chaparro y recio, más en cargador de muelle que en profesor de la Facultad.

  • ¿Qué te trae por aquí? –siguió.

  • Bueno, yo

Debió notarme las intenciones en la cara, porque yo no atinaba ni a hablar.

  • Cierra la puerta y ve para acá.

Obedecí. Cerré, rodeé la mesa y me puse a su lado, él sentado, yo de pie.

  • ¿Has venido a que te apruebe, verdad?

Afirmé con un gesto de cabeza.

  • Pues ya estamos tardando, chaval.

Y me tiró mano al paquete.

Un segundo antes la tenía arrugadita como una pasa, pero se me disparó al notar la presión de su mano en la bragueta.

  • Parece que te gusta ¿no? – sonrió él.

El corazón me iba a mil y ni podía ni respirar, pero me gustaba y mucho, claro que sí.

  • Te voy a dejar arregladito, cielo.

Me bajó la cremallera del pantalón y manipuló para sacarme la polla. No le resultó sencillo porque la tenía como una piedra. Cuando lo consiguió se la quedó mirando.

  • Mira que herramienta se gasta el nene.

Me la buscó con la boca y se la embutió.

Hasta ahí el guión se iba cumpliendo tal y como yo lo había imaginado, solo que ahora me incorporé también a la función. Veamos. El seguía sentado y yo de pie, pegadito a él y a su derecha. Me la estaba chupando. Me había pasado un brazo por detrás y me palpaba el culo. Hasta ahí muy bien, pero resulta que mi mano decidió ir de excursión y buscó y encontró el bulto de su bragueta.

Se estremeció y se sacó mi polla de la boca.

Esto se está poniendo mejor de lo que pensaba – habló entrecortadamente -. Mejor vamos a mi casa. Allí estaremos más cómodos ¿no te parece?

Retiré la mano de su bragueta con pena. Me había excitado muchísimo tocarle y eso que había sido con ropa.

  • Vamos. Métete esa hermosura en el pantalón.

Se puso en pie y, sin más, me besó en la boca.

No me lo esperaba. Ni siquiera me había pasado por la imaginación. Había besado a chicas, claro, pero jamás a un tío. No era desagradable. ¡Que va! Entreabrí los labios y exploró mi boca con su lengua. Estábamos abrazados y besándonos, porque yo también me incorporé a la fiesta y saqué al aire la sinhueso. Notaba la dureza de su verga contra mis muslos –era bastante más alto que él- y nos saboreábamos mutuamente las salivas. Permanecimos así un buen rato, hasta que Adolfo –el Mangas se llamaba Adolfo y ahora que estábamos intimando no me parecía bien llamarle por el mote- me apartó.

  • Vamos a mi casa – repitió.

Vivía junto a la Facultad y llegamos enseguida. No cruzamos palabra en el corto trayecto. Entramos en el portal y subimos en el ascensor sin tocarnos. Solo al entrar en casa y cerrar la puerta volvió a besarme, todavía en el recibidor. Fue un beso posesivo. De quien sabe por donde va. De amo. Me encantó.

Volvió a separarse de mí. Señaló una puerta a la derecha.

  • Pasa a la salita y ponte cómodo. Prepararé algo de beber. ¿Güisqui?

Dije que sí, entré en la salita y me derrumbé en el sofá. Me bajé la cremallera de la bragueta para ir ganando tiempo.

A poco volvió Adolfo con las bebidas, que dejó en una mesita, a nuestro alcance. Se sentó a mi lado, pegado a mí.

  • Vamos a ver, ¿por donde íbamos? –sonrió-. ¡Ah sí! Yo te la estaba chupando y tú me habías echado mano al paquete.

Se arrodilló frente a mí, me hizo abrir las piernas y volvió a sacar mi cosa a tomar el aire antes de tragársela entera. Yo, por mi parte, volví abarcarle con la mano la entrepierna por encima del pantalón.

No podría decir qué me excitaba más, si que me la mamara o palparle la polla. Era, aparte de la mía, la primera polla que palpaba. Busqué a ciegas la cremallera y se la bajé. Luego manipulé hasta conseguir tocársela a lo vivo. Era suave y caliente y al mismo tiempo tremendamente dura. Comprendí que hasta ese mismo momento no había sabido lo que era disfrutar. Esto sí. Esto era respirar fuego. Le exploré la tranca y me impacienté al no poder acariciarle los huevos, que seguía protegidos por el pantalón. Entonces fui yo - si me lo dice un día antes alguien pienso que está loco- quien, con una voz que no reconocí como mía, dije:

  • ¿Por qué no vamos a la cama?

No tuve que repetirlo. Adolfo se puso en pie, me rodeó la cintura con un brazo y me llevó al dormitorio, los dos completamente vestidos, aunque con las pollas tiesas fuera de las braguetas. Era la primera vez que se la veía – antes no, porque él estaba arrodillado y me la tapaba con la cabeza- y no le podía quitar ojo. Jamás nada me atrajo tanto. Ni una teta, ni un coño, ni la Angelina Jolie en pelota picada. La polla sí. La polla me hipnotizaba. Me moría por tocarla, por besarla, por lamerla, por chuparla, porque me arara el cuerpo, porque fuera mi rey o mi reina, no sé bien el qué, porque se abriera camino entre mis nalgas. Llegamos a la cama, nos tumbamos vestidos todavía y mi mano agarró la herramienta de Adolfo y la acarició con devoción.

  • Espera un poco. Mejor nos desnudamos –dijo él.

Casi nos arrancamos la ropa del cuerpo.

No me imaginaba su torso así. Era muy velludo, lo que, no sé por qué, me excitó todavía más. Enredé los dedos de una mano en los vellos de su pecho mientras le masturbaba con la otra. Volvió a besarme. Separé las mandíbulas y su lengua se paseó por mi paladar y se apegó a la mía. Tampoco Adolfo dejaba las manos quietas. Me masturbaba con una mano y exploraba mi culo con la otra buscándome el ojete. Cuando lo encontró, intentó penetrarme con un dedo. Le dejé hacer. Escarbaba en mí y me despertaba un goce caliente y agudo que nunca antes había sentido. Separó su boca de la mía:

  • ¿Te gusta que te llame puta? – me preguntó.

Nunca se me había ocurrido que nadie pudiera llamarme puta, la verdad. Jamás me había pasado por la cabeza. Sin embargo no sonaba mal. Nada mal. Incluso me excitaba.

  • Porque eres mi puta y te voy a follar – siguió él.

Tenía agarrada su polla. Era grande y, sobre todo, gruesa. La imaginé abriéndose camino en mi trasero, follándome, partiéndome en dos, y tuve un estremecimiento. Seguro que me iba a lastimar y, sin embargo, deseaba que lo hiciera, ser suyo, ser su puta, que me la metiera por el culo y me saliera por la garganta. Pero primero quería mamársela yo también, chuparle los huevos, lengüetearle el culo. Era mi estreno pero tenía que recuperar en una sola sesión muchos años perdidos

Nos montamos un sesenta y nueve de lo más guapo, él arriba, yo bajo. ¡Qué bueno es tener una polla en la boca! Ni me lo imaginaba. ¡Qué estúpido estar diecinueve años sin catarla! Es lo más. Como cien mil euros. Como doscientos mil. Quizá mejor aún. ¿Y los huevos? Si la polla era dura, los huevos eran bailones. Los paseaba con la lengua por todos los rincones de mi boca, los mordisqueaba dulcecito, para luego volver a tragarme su verga tremendamente hinchada que daba de aldabonazos contra el fondo de mi garganta.

Quería a la vez, que me follara y que siguiera con la polla en mi boca, que se vaciara en mi culo y que me llenara la garganta con su leche. Ojala hubiera sido dos para que me entrara al tiempo por boca y trasero.

Fue él quien eligió y deshizo el sesenta y nueve. Se sentó en la cama y rebuscó en la mesilla de noche.

  • Mejor ponerme un preservativo.

Yo soy un burro con las gomas. Nunca acierto a la primera y algunas veces me las pongo al revés. Él era todo un artista. Se la enfundó a la primera. Luego tomó un tubo de vaselina y me embadurnó el culo.

  • Ponme los talones en los hombros.

Le obedecí, cerré los ojos y aguardé su envite, excitado y asustado a la vez.

  • ¿Es hoy tu estreno?

Afirmé con la cabeza.

  • Relájate. Con lo puta que eres vas a disfrutar de lo lindo.

La cabeza de su polla me hurgaba en el ojete y yo sabía que era su puta y que me iba a follar, y temía que lo hiciera pero también lo deseaba con todas mis fuerzas, y apretó y era hierro que quemaba entrándome milímetro a milímetro ayudado por la vaselina. Mi sexo se había achicado, había perdido dureza y era otra vez una pasa arrugada. No acababa de entenderlo, porque me sentía muy excitado, aunque era una excitación distinta a la de otras veces, no de querer salirme sino de querer que me entraran.

La polla de Adolfo seguía su progreso implacable dentro de mí.

  • Puta

Dejó de hacerme daño. Ahora sentía paz y plenitud. Me sentía colmado.

  • Puta

Comencé a moverme siguiendo el ritmo de sus empujones.

  • Puta

Noté como su verga se endurecía más y más y se hinchaba hasta casi desgarrarme las entrañas, y luego, coincidiendo con sus gemidos, noté como se corría y me sentí a la vez hombre y mujer. La polla latía dentro de mí y me inundaba con su leche caliente, me ametrallaba, y era yo quien le había sacado el jugo, había sabido hacerlo, era su puta, la suya. Se iba calmando, se espaciaban las contracciones, su verga iba perdiendo dureza, se iba, me dejaba, se retiraba, quédate un poco más, solo un poco más, pero no. Se iba, se fue. Se inclinó sobre mí y me besó en la boca. Fue un beso muy dulce. Luego se sentó en la cama y encendió un cigarrillo. Yo seguía sin moverme notando como parte de la leche de Adolfo salía de mi culo.

  • ¿Lo has pasado bien?

Afirmé con un gesto. Todavía no me sentía capaz de articular una sola palabra.

  • Tú no te has corrido.

No. No me había corrido ni falta que me hacía. O sí que me había corrido, solo que de otra manera.

  • No hemos probado ni una gota de güisqui. ¿Pongo más hielo en los vasos?

  • De acuerdo.

Así fue mi primera vez con un hombre. Así descubrí lo que realmente me gustaba. Esto ocurrió hace cinco años. No solo aprobé con Adolfo, sino que saqué matrícula de honor. Ahora terminada la carrera, soy profesor ayudante de su asignatura y a veces, si un estudiante quiere aprobar sin pegar golpe, organizamos un trío.

Pero esa es ya otra historia.