Matka: Mi madre como secretaria del jefe

La crisis hace que acabe encontrando trabajo para mi madre en la empresa donde realizo las prácticas, como secretaria del jefe más gilipollas de todos. Al final, al único que se le queda cara de gilipollas soy yo.

Hola a todos. Ha sido un montón de tiempo. Casi 4 años. "Casi ná", jeje.

La verdad es que por unas cosas y otras tuve un bloqueo literario y estuve un buen tiempo sin poder terminar ningún relato, dejando todo lo que escribía a medias o borrándolo porque acababa odiándolo yo mismo.

Ahora, tras unas cosas y otras, he conseguido desbloquearme un poco, y encontrar cierta inspiración para volver a escribir, aunque no sé muy bien con qué calidad. Es muy posible que me vaya a costar unos cuantos relatos reencontrarme con mi ritmo y mi estilo, pero espero que paso a paso lo consiga.

Personalmente creo que este relato se hará muy largo a la gente que está acostumbrar a leer en 10 minutos, y creedme que intenté acortarlo, pero como he dicho, estoy empezando de nuevo, jeje, así que un poquito de paciencia por favor. Ni siquiera sé si la dosis de morbo da para todo el tostón que he escrito, pero ojalá no se os quede corto en ese sentido.

Por último, de verdad, muchísimas gracias a toda la gente que se ha seguido acordando de mí después de tanto tiempo, incluso mandándome mensajes de apoyo. Creo que en parte fue ese apoyo incondicional de ciertas personas que me ayudaron a retomar mis relatos.

Este relato va en gran parte dedicado a toda la gente que me ha hecho ver que aún no estaba olvidado y que en cierta forma, tenía una deuda moral (irónico teniendo en cuenta el contenido de mis relatos, ¿no?) de volver a intentar escribir una vez más.

Ahora ya dejo de daros el tostón, y os dejo con el relato.

Con afecto,

Burberry.


Hola, me llamo Miguel, tengo 20 años y soy un estudiante de 3º de ADE.

Actualmente vivo con mi familia en un piso céntrico de Madrid. Mi padre Juan es un hombre de negocios de 48 años de cierto éxito, que nos ha ofrecido una vida bastante cómoda. Mi madre Isabel es un ama de casa de 43 años que sin serlo, a veces para la mujer florero de mi padre. Tiene el pelo rubio liso cortado a media melena, enmarcando una cara sofisticada, de ojos marrones y rasgos muy finos, que hacen contraste con su cuerpo voluptuoso, que sin exagerar, no tiene nada que envidiar al de las chicas que hay en mi universidad.

Todo ocurrió al poco de acabar el 2º año de carrera, cuando la crisis económica acabó afectando también a los negocios de mi padre, y los lujos en nuestras vidas fueron desapareciendo poco a poco. Para colmo, yo había empezado como becario en una empresa consultora, jodiéndome todo el verano, y para más inri uno de los jefes me estaba haciendo la vida imposible.

El jefecito en cuestión era un chaval joven recién licenciado, pero con un currículum académico impresionante, y la verdad, con todas las cualidades necesarias para llegar a ser jefe: listo como el hambre, chulito como un ocho y cabrón como él solo. Además tenía imagen: un tío alto, de complexión atlética, moreno de playa todo el año, y una sonrisa carismática con la que muchas veces conseguía que la gente se olvidase de lo gilipollas que era. Se llamaba Óscar Montero, y ya desde que empezara como becario en la empresa, apuntaba alto, tan alto que tras licenciarse le hicieron contrato indefinido y unos años después, con 26 años, ya había conseguido un puesto de jefe y hasta un despacho. A pesar de que el personaje en cuestión me caía fatal, sí que me daba envidia que hubiera llegado tan alto en tan poco tiempo y en el fondo deseaba tener una progresión similar a la suya, y esa era la razón por la que todavía no le había mandado a la mierda.

En la empresa seguían echando a gente y contratando becarios más baratos, y Óscar era uno de los que más despedía, incluyendo a su secretaria ese mismo día.

Esa noche, mientras cenaba con mis padres, comenté el despido de la secretaria de mi jefe, y mi madre comentó medio en broma medio en serio que tal vez debería ofrecerse para ese puesto, aunque fuera para ayudar un poco a mi padre. Yo le dije que ni en broma, que ya encontraría otra cosa, y que además Óscar era un cabrón y que ella no iba a aguantar la presión. Mi madre insistió un poco, diciendo que la cosa estaba muy mal, pero ante mis negaciones dejó de insistir y cambiamos de tema.

Sin embargo las cosas iban a peor para mi padre, y con la crisis, a mi madre tampoco le resultaba fácil encontrar algo, sobre todo con su currículum casi inexistente pues mi padre se había encargado de que no tuviese que trabajar jamás.

La situación en casa cada vez era más difícil, y sabiendo que Óscar todavía no había encontrado una nueva secretaria se me ocurrió la estúpida idea de entrar a su despacho. Hecho una manojo de nervios, le pregunté qué tal iba la búsqueda de secretaria, y él me dijo que fatal, que no le convencía nadie, y que qué me importaba a mí.

  • Es que…mi madre está buscando un trabajo. – dije no muy convencido.

Óscar se quedó callado un momento y de repente se empezó a descojonar.

  • ¡Jajaja! ¿Tu madre? ¿Y luego qué, intentarás enchufar a tu primo en administración? ¿O tal vez a tu abuelo como segurata? ¡Jajaja! – dijo con sorna – Pero bueno, no pierdo nada, así que dile a tu madre que se pase por aquí mañana por la mañana y le haré la entrevista, aunque no te prometo nada. Eso sí, no le digas nada a nadie, a ver si van a empezar a venir todos los becarios con solicitudes de trabajo para toda su familia.

Yo no tenía ningún problema con ocultar que era mi madre, es más, era un alivio. Tal vez era algo estúpido, pero me daba como vergüenza que la gente supiese que mi madre trabajaba en el mismo sitio que yo, y además como secretaria de mi jefe. Así que por la noche se lo dije a mi madre, tanto lo de la entrevista como lo de que no debía saberse que era mi madre, y ella poniéndose todo contenta dijo que no había problema.

Al día siguiente, mientras estaba en clase estuve pensando en cómo le habría ido la entrevista a mi madre, y esperaba que Óscar no hubiera sido muy cabrón con ella, así que al terminar las clases me fui pitando para el curro.

Cuando llegué había cierto revuelo en la oficina, sobre todo por parte de los tíos, y cuando me senté en mi sitio supe por qué.

  • Joder chaval, vaya madurita que ha venido antes a hacer una entrevista de trabajo con el gilipollas de Óscar – me dijo un señor que se sentaba cerca de mí y que estaba todo el rato comentado cosas sobre las mujeres de la oficina - ¡Quién la pillara!

El comentario no me sentó muy bien, sobre todo viniendo del cuarentón salido ese, pero tampoco me sentó mejor lo que dijo uno de mis compañeros becarios.

  • Ya te digo, menuda MQMF, ¡jajaja! Tienes que verla tío, a ver si la cogen y la tenemos aquí para que nos alegre la vista – me dijo con efusión. La verdad es que yo ya sospechaba de quién hablaban, y cuando Óscar me llamó a su despacho se confirmaron mis sospechas.

  • ¡Becario!, tengo buenas noticas para ti – me dijo con una sonrisa indescifrable en su cara de chulo – Voy a darle una oportunidad a tu madre. Ya le he dicho a ella también que en la oficina sois dos empleados más, nada de madre e hijo, ¿entendido?

Asentí con una mezcla de sentimientos, feliz por mi madre pero preocupado porque no quería ver a Óscar echándole broncas y llamándola inútil y cosas por el estilo. Por la noche, en casa, mi madre nos anunció que la habían contratado a tiempo completo por 6 meses y no paró de decir lo feliz que estaba por poder trabajar después de tanto tiempo, y que no me preocupara, que se iba a esmerar en todo y que iba a demostrar su valía.

Al día siguiente mientras estaba en clase estaba algo preocupado, rezando porque Óscar no hubiera pagado sus iras con mi madre, y al acabar las clases, me monté en el autobús y me fui con el corazón en un puño hacia la oficina. Pero cuando llegué, allí estaba mi madre, en la mesa que se encontraba a la entrada del despacho de Óscar, atendiendo una llamada mientras tomaba nota de algo. Estaba vestida con un traje con falda beige, muy discreto y elegante, que parecía más propio de una jefa que de una secretaria, y desentonaba un poco con las secretarias de los otros jefes. Mis compañeros estaban revolucionados, haciendo comentarios obscenos sobre mi madre, algo que probablemente no hubieran hecho delante mío si hubieran sabido quién era ella. En un momento que se cruzaron nuestras miradas, mi madre me hizo un guiño y yo le devolví una sonrisa de ánimo, pero enseguida seguimos cada uno a lo suyo como si no nos conociéramos.

No llevaba ni 15 minutos cuando se oyó un furioso "¡Isabel!". Yo ya temí por el puesto de mi madre, pero lo que más me chocó fue lo sumiso que sonó la contestación de mi madre:

  • Si, señor Montero – y diciendo esto se levantó y entró a su despacho, no sin que antes varias miradas se posasen en su culo mientras cruzaba la puerta de Óscar.

Por lo visto mi madre la había pifiado con unas notas que tenía que enviar a unos clientes de Óscar, y el broncón que le estaba echando se escuchaba desde fuera. Al salir del despacho mi madre tenía la cara algo roja, pero enseguida recuperó la compostura y pude ver que se ponía a enmendar sus errores. Cuando acabó la jornada, a mi madre se le notaba estresada, pero aún así me dedicó una sonrisa y me dijo que había traído coche y que fuéramos juntos a casa. Me dio la vida, ya que volver en autobús era una de las cosas que más jodía, y me alegré de que con mi madre, lo de volver a casa en transporte público se había acabado.

Al día siguiente cuando llegué a la oficina, Óscar estaba en la mesa de mi madre felicitándola por haber sabido arreglar su cagada del día anterior, y tras eso le dijo que fuera a prepararle un café. Ella se levantó mostrando otra vez su increíble culo a toda la oficina, envuelto por un pantalón de traje negro con raya diplomática, que acentuaba bastante las curvatura de su trasero para deleite de los hombres de la empresa, y también de Óscar, ya que mientras entraba a su despacho pude ver cómo sus ojos se clavaban en los glúteos de mi madre mientras una extraña sonrisa se dibujaba en su cara.

Y así fueron pasando los días, y a las dos semanas la relación entre Óscar y mi madre parecía muy estable hasta que un día mi madre le concertó una cita con un cliente sin habérselo consultado primero. Por lo visto dicha persona era un cliente muy pesado pero al que se le debía dinero y al que Óscar había estado tratando de evitar a toda costa. La bronca fue tal que mi madre estaba a punto de llorar.

-¡Joder! ¡No vuelvas a hacer nada sin mi permiso!¿Entiendes? – mi madre asentía mientras trataba de contener las lágrimas – Mira que te dije que consultaras estas cosas conmigo siempre. ¡A ver si entiendes de una vez que tu trabajo consiste en hacer lo que yo te diga!

  • S..sí, señor Montero…l..lo siento. Le prometo que haré lo que me diga a partir de ahora – asintió mi madre rompiendo a llorar.

Para sorpresa de todos, Óscar pareció mostrar su lado más humano, y pidiéndola disculpas por hacerla llorar, la hizo entrar a su despacho para hablar del tema. Llevaban más de 10 minutos metidos, y yo seguía preocupado por haber visto a mi madre llorar, y con la excusa de tener algunas dudas sobre la factura que tenía que hacer para ciertos clientes, me acerqué al despacho. Lo que vi por el hueco de la puerta me dejó algo confuso. Óscar estaba abrazando a mi madre que lloraba, en principio parecía que para consolarla, dándole palmadas en la espalda, pero la otra mano estaba alarmantemente por debajo de su cintura, y a cada palmadita parecía bajar ligeramente para palpar su culo más y más. Supuse que mi madre no se estaba dando mucha cuenta por su estado anímico, pero Óscar tenía que estar dándose cuenta de sobre, y se estaba aprovechando el muy cabrón. Sin valor para interrumpir, me fui a mi sitio y esperé a que acabase el día para volver con mi madre a casa. Durante el trayecto, quería decirle a mi madre que el hijo puta de Óscar se había intentado aprovechar, pero no sabía cómo.

  • Esto… mamá, hoy ha sido muy duro, ¿no? ¿Estás bien? – pregunté intentando empezar la conversación.

  • Si hijo, si ha sido culpa mía. No tenía que haber picado con el cliente ese – dijo ella dedicándome una triste sonrisa.

  • Ya, pero el imbécil ese de Óscar se te ha puesto a gritar como un subnormal – contesté enfadado.

  • Hijo, no te pongas así. Sí que es cierto que se ha pasado un poco, pero luego en su despacho me ha explicado que tiene que tener mano dura con la gente, y al final conmigo se ha portado como un caballero y me ha estado consolando – dijo tratando de calmarme. Ahí vi mi oportunidad para sacar el tema.

  • Ya, consolarte. ¿Y te dio un abrazo o algo o qué? – pregunté de forma picaresca.

  • Si, la verdad es que me ha dado un abrazo muy reconfortante. No sabía que tenía ese lado de jefe cariñoso, jaja.

Me chocó un poco que dijese "jefe", y encima "cariñoso", pero no cejé en mi intento.

  • ¿Pero un abrazo no es un poco….? No sé, que tampoco hay tanta confianza, ¿no? – dije con tono mosqueado.

  • Ay, hijo, no ha sido nada, no seas tonto. Lo que tengo que hacer es, como ha dicho él, ser mejor secretaria, obedecerle mejor, y así todo irá bien.

No me gustó nada eso de "obedecerle mejor", pero tampoco quería agobiar a mi madre, y lo dejé correr. Ella en la cena no dijo nada, y supuse que había pasado página al asunto.

A partir de entonces mi madre empezó a trabajar de forma más enérgica, como queriendo demostrar que era perfectamente válida, y que lo de llorar fue un pequeño desliz, y la verdad es que lo hacía tan bien, que la gente empezó a reconocer su trabajo más allá de cara bonita y su figura, y Óscar ya apenas tuvo excusas para echarle la bronca a mi madre. Es más, cada vez que podía le hacía saber lo contento que estaba con ella y su trabajo, y eso normalmente me haría enorgullecerme de mi madre, pero lo que no me gustaba era que junto con los halagos por su trabajo, generalmente había roces como sujetarla de la cintura o pasarle la mano por la espalda como si la estuviese reconfortando, cuando ya era completamente obvio que la estaba sobando. Hasta llegué a ver como su mano pasaba de su cintura a su culo y le daba un cachete, pero la máxima reacción de mi madre fue mirarle con una sonrisa reprobadora. Durante la cena, cuando salía el tema del trabajo, ella lo único que hacía era hablar de Óscar, de lo buen jefe que era, y lo bien que trabajaba, y de lo mucho que aprendía con él. Hasta mi padre se acabó mosqueando una noche.

  • Cariño, no haces más que hablar del Óscar ese. Ya me estoy cansando un poco, la verdad – dijo mi padre resoplando.

  • Ay, Juan, no te pongas así. Lo único que digo es que creía que iba a ser una persona imposible, y al final resulta que es muy fácil trabajar con él. Sólo tengo que seguir sus órdenes al pie de la letra, y además es un chico con mucha confianza en sí mismo, y eso una mujer lo nota, y cuando uno sabe lo que quiere, es más fácil dárselo. Pero si te vas a poner celoso y… - le respondió mi madre algo mosqueada.

  • No, no, no estoy celoso, Isabel. Sólo digo que llevas casi un mes que sólo hablas de tu trabajo, y en concreto de tu jefe, y que ya casi ni hablamos de los problemas que tengo yo, o Miguel – concilió mi padre.

-Está bien, tienes razón, es que Óscar es un hombre que envuelve mucho, pero es cierto que ya casi ni os pregunto por vuestras cosas, así que hoy, se acabó el trabajo y Óscar, y hablemos de otra cosa – reconoció alegremente.

El resto de la cena mi padre habló de que parecía que a lo mejor se podía recuperar un poco sus negocios y mi madre no paró de animarle y apoyarle. Esa era la madre que yo echaba de menos. A mí también me preguntó que tal las clases, pero sabiamente no me preguntó nada del trabajo, por riesgo de volver al mismo tema de las últimas semanas.

Sin embargo, cuando llegaba a la oficina desde la universidad, podía ver cómo mi madre estaba cambiando poco a poco. Su relación con Óscar era cada vez más amigable, y lo de "Señor Montero" había pasado a "jefe" o a veces incluso llamarle por su nombre. Por parte de Óscar, el roce era cada vez mayor, y ya no había ocasión en la que le estuviese explicando algo en la que no tuviera su brazo alrededor de su cintura y su mano posada en sus caderas o casi en su culo. Los rumores en la oficina cada vez crecían más, y cada vez me parecían más preocupantes. " Joder, qué cabrón el Óscar de los cojones, todo el día sobando a su secretaria. Cómo debe molar ser jefe.", "A saber lo que le hace en su despacho, jajaja", "mírala, pero si chorrea cada vez que el otro la toca" "la secretaria madurita tiene que estar mojada del todo, si no no se dejaría sobar así, jeje".

Yo sabía que a pesar del roce, mi madre no daría paso a más. O eso esperaba. Un día que tenía que entregar unas cosas a Óscar, iba a entrar en el despacho cuando vi que estaban los dos de pie apoyados sobre la mesa revisando unos documentos, y éste puso su mano descaradamente en el culo de mi madre. Ya no era que pudiese dar lugar a interpretación de si había puesto su mano muy abajo en la cadera de mi madre, es que directamente estaba apretando su nalga derecha.

  • Isabel, tengo que reconocer que eres una secretaria increíble, pero más increíble es este culito que tienes, jaja – dijo mirando los documentos que mi madre le estaba explicando, pero sin dejar de palpar el culo de mi madre.

Mi madre se irguió y giró el cuello para observar la mano de Óscar sobándola el culo. Luego miró a Óscar con cara de circunstancia. Después volvió a mirar la mano que la estaba tocando, y tras quedarse viendo cómo le estaban sobando el culo un par de segundos, le apartó la mano cogiéndosela con firmeza y poniéndola sobre la mesa.

  • Eh, jefe, las manos quietas – dijo con tono de aviso, pero sonriendo. No era el bofetón que yo esperaba que le hubiera dado, pero al menos le dejaba claro que no se pasase de la raya.

  • Jeje, perdona Isabel, pero es que tienes un culo perfecto. ¿Sabes que todas las becarias te odian por eso?

  • No digas tonterías, y atiende, que esto es importante para la reunión de mañana – dijo apoyándose sobre la mesa de nuevo.

Óscar también se apoyó, pero volvió a poner su mano sobre el culo de mi madre de nuevo, esta vez sin sobarlo, simplemente acariciándolo por encima de la falda negra que llevaba mi madre. Mi madre volvió a apartarle la mano diciéndole que tuviera las manos quietas.

  • Está bien, explícame todo esto, Isabel – y si inclinó sobre los documentos como poniendo atención, y en cuanto mi madre su hubo inclinado también aprovechó para posar sus manos sobre la cintura de ella. Esta vez mi madre no dijo nada, simplemente le miró con una sonrisa de incredulidad, resopló y procedió con la explicación. Viendo aquello sentía una rabia interior insoportable. Tal vez no se dejaba tocar el culo por su jefe, pero parecía que se resignaba a los ligeros roces de aquel cabrón que no ocultaba sus intenciones.

Las semanas fueron pasando y mi madre parecía que ya no sólo se resignaba a los continuos roces y agarrones de Óscar, sino que los aceptaba como parte de la relación jefe-secretaría que habían desarrollado entre ellos dos. Ya ni me podía concentrar en clase, y sólo estaba pensando en el infierno que me esperaba al llegar a la oficina. Y es que cada vez que llegaba a la oficina lo primero que veía era a Óscar con mi madre, riéndose los dos mientras hablaban de trabajo, o el puesto de mi madre vacío, lo que significaba que estaba en el despacho de éste dejándose sobar a gusto del otro. Hasta su forma de vestir había empezado a variar. Sus vestidos seguían siendo elegantes, pero sus faldas de secretaria ya estaban por encima de su rodilla, sus tacones habían aumentado algún centímetro y se había vuelto a poner blusas de cuando era más joven y que se ajustaban bastante a su figura, resaltando también sus curvas delanteras para deleite de los hombres de la empresa, Óscar incluido. Yo mientras, tenía que aguantar todos los comentarios de mis compañeros, sin éstos sabiendo que esa madurita con la que fantaseaban era mi madre y estaban diciendo cosas que un hijo jamás debería escuchar sobre su madre.

Lo peor fue cuando Óscar le pidió a mi madre empezase a organizar la fiesta del aniversario de la fundación de la empresa. Ahora mi madre estaba de aquí para allá, paseándose por las dos plantas de la empresa, preguntando las preferencias de la gente para la fiesta, y casualmente todos los hombres tenían algo que preguntar o solicitar. Cuando subía a la planta de arriba, podía ver cómo varios compañeros becarios se agolpaban en el ascensor para subir con mi madre. Fueron dos semanas horribles en las que no paraba de ver a todos los hombres de la empresa, jóvenes, viejos, becarios, directivos… comerse con la mirada a la que para ellos era la secretaria cachonda del jefe más cabrón y para mí la dulce madre que estaba intentando ayudar a la situación económica familiar.

Al final, mi madre decidió que se podía organizar en la propia oficina, en la planta de arriba donde teníamos la sala de proyecciones de la empresa, que era bastante amplia y tenía una puerta que daba a la cocina y se podían instalar allí el personal del cátering. A Óscar le pareció una idea estupenda y delante de todos la felicitó por un trabajo bien hecho con un beso en la mejilla, que provocó las risillas de la gente y el sonrojo de mi madre.

Por fin llegó el día de la fiesta, y la gente en la oficina estaba más a las copas que esperaban después que al propio trabajo. No así mi madre, que estaba de arriba para abajo con los del cátering, que por cierto tampoco se cortaban un pelo a la hora de comérsela con la mirada, aunque con ellos mi madre era fría y distante, lo cual me reconfortaba y me hacía desear que también fuera así con Óscar. Pero con él era todo sonrisas y acatar sus órdenes.

  • Isabel, ¿vendrás hoy a la fiesta, no? – le preguntó Óscar a mi madre acercándose por detrás, agarrándola por la cintura.

  • Claro que sí, jefe, ¿cómo no voy a venir? Después de todo lo que me ha costado organizar esta fiesta… - contestó mi madre sonriendo.

  • ¿Te pondrás guapa, no? – sugirió Óscar casi relamiéndose.

  • No voy a venir vestida de secretaria, si eso es lo que te preocupa, jaja.

  • Entonces me voy para casa ansioso de verte esta noche. – le dijo satisfecho – Por cierto, ten en cuenta lo que te dije. No te traigas a tu marido, porque probablemente se aburra. Lo he visto en demasiadas fiestas.

Al pasar por mi lado, me pasó el brazo por el cuello y llevándome con él hacia el ascensor me preguntó:

  • Chavalito, te llamabas Miguel, ¿verdad? ¿Qué tal de becario? ¿Aprendes mucho? – y sin darme tiempo a contestar me dijo - ¿Qué tal llevas lo de tu madre? Tiene que ser jodido tener una madre como la tuya, ¿eh? Están todos los tíos de la oficina babeando por su culo, jaja. La verdad es que tiene un pandero impresionante.

Estuve a punto de decirle que el más baboso era él, pero me contuve.

  • Es un poco mierda eso de escucharles todo el rato decir cosas, pero bueno, ella no hace caso, y yo tampoco – contesté con firmeza.

  • Esa es la actitud, chico. Por cierto, ¿vas a venir a la fiesta?

  • Hombre, pues… sí. ¿Está todo el mundo invitado, no?

  • Si, pero… bueno, chaval, tú sabrás. A mí me da igual, lo digo por ti. – me dijo con un tono que más que a amenaza sonaba a consejo. Diciendo esto se metió en el ascensor, me miró con una mezcla de pena y sorna, y echó una última mirada a mi madre que estaba recogiendo para irnos a casa a prepararnos para la fiesta.

Al llegar a casa lo primero que hizo mi madre fue decirle a mi padre que no creía que hiciera falta que viniese, que además ya iba yo a acompañarla. Mi padre la verdad es que respiró aliviado porque se le veía en la cara que no le apetecía nada ir a esta fiesta, así que ni rechistó. Tras eso, mi madre se fue a su habitación a cambiarse, y a mí me dijo que hiciera lo mismo, que la fiesta empezaba en dos horas y que no quería llegar tarde porque ella era la organizadora.

Yo me metí en mi cuarto con muy pocas ganas de ir a la fiesta, pero sabiendo que debía ir, ya que un sexto sentido me decía que era mejor que estuviese haciendo de guardián de mi madre. Tras estar un rato viendo la tele, me puso a prepararme para la fiesta. La verdad es que no tardé casi nada. Me puse una camisa, unos chinos, unos naúticos, y ya estaba listo. Mi madre seguro que no tardó tan poco. Cuando salió me quedé boquiabierto, al igual que mi padre. Se había puesto un vestido negro largo, de cuello halter, y unos zapatos también negros, con el tacón más alto que le había visto en años, desde que era un crío y ella una treintañera. El pelo lo llevaba como si estuviera revuelto, pero se notaba que se lo había revuelto con esmero y con toda la intención del mundo. La verdad es que con ese pelo parecía mucho más joven, y para acompañar se había puesto unos pendientes de perla y un collar a juego.

  • Isabel, ¡estás impresionante! – piropeó mi padre. Mi madre sonrió y le dio las gracias con un beso en la mejilla. Después cogió las llaves del coche, su bolso de mano y me dijo riéndose que qué hacía como un pasmado, que llegábamos tarde.

Una vez en el coche mi madre me empezó a dar los típicos consejos de que no bebiera mucho, que me comportase, que si tenía suerte quién sabe si me hacían contrato cuando acabase mis prácticas, etc. Yo en lo único que podía pensar era en si era esto a lo que se refería Óscar cuando le dijo que se pusiera "guapa". Además me fijé en algo que no me había dado cuenta en casa, y es que el vestido estaba abierto por abajo, desde los tobillos hasta casi el muslo interior, y que ahora podía ver perfectamente desde el asiento del copiloto.

Cuando llegamos a la fiesta, todas las otras mujeres se habían puesto también muy guapas, pero aún así mi madre seguía resaltando, y así me lo indicaban las miradas de los tíos hacia ella. Cuando por fin llegamos a la planta de la fiesta se sucedieron los típicos besos y saludos de compañeros a los que habíamos visto apenas hace tres horas, y pude ver como alguien se abría paso entre todos los demás. Era Óscar, que había venido de lo más informal, con una camisa de manga corta ultra ajustada marcando pectorales, unos vaqueros y unos zapatos deportivos, pero que por alguna extraña razón a él le quedaba bien, y la sonrisa de mi madre al verle me confirmó que ella opinaba lo mismo. Al darse dos besos, Óscar puso sus manos en las caderas de mi madre, con sus dedos tocando sus nalgas por encima del vestido.

  • Isabel, ¡estás impresionante! – le dijo Óscar. Fue lo mismo que le dijo mi padre a mi madre, pero esta vez la reacción de mi madre no fue una vaga sonrisa cariñosa, sino una sonrisa en medio de un sonrojo de quinceañera.

  • Tú tampoco estás mal. Aunque algo informal, ¿no? – contestó mi madre mientras se iba con él agarrada de la cintura hacia el barullo de la fiesta.

Yo me quedé allí un poco sin saber qué hacer, concentrado en intentar que no se notase que era mi madre, ya que a estas alturas me resultaría un palo increíble que la gente supiese que era mi madre tras haber estado meses escuchando las guarradas de la gente sobre ella. Al final me dediqué a comer como un cerdo, para tener la mente ocupada, y entre cervezas y canapés, pude dejar de pensar en mis preocupaciones durante un buen rato. Me senté un momento porque estaba a reventar, y entonces pude ver que mi madre, lo que yo había estado comiendo, ella había estado bebiendo. Allí estaba ella, con Óscar agarrándola por la cintura como si fuera suya, presentándosela a otros invitados de la fiesta y riéndose los dos como si fueran una parejita. A mi madre se le notaba que estaba borracha porque su generalmente tímida risa era ahora bastante alta, sin llegar a escandalosa. Eso, y que ahora Óscar le ponía la mano en el culo descaradamente y a ella no parecía importarle. Y por si acaso, el cabrón no dejaba de alcanzarle copas de vino, y ella las aceptaba sin rechistar. "Obedeciendo como una buena secretaria" pensé de forma burlona.

Harto de ver esa imagen, me dediqué a dar vueltas por la fiesta, saludando a la gente, pero es que cada vez que me paraba a hablar con alguien conocido, siempre acababan comentando algo sobre mi madre, y ya no podía más, así que me escapé de la fiesta un momento para aclarar la mente. Salí de la sala de la fiesta a donde los ascensores, y abrí una de las puertas laterales que daba a las escaleras de emergencia y allí me senté un rato. Ya casi se me había pasado el cabreo y la confusión cuando escuche las risas de mi madre y de Óscar.

  • Jajaja, ¿en serio quieres que bajemos ahora? ¿Pero qué es eso que quieres enseñarme ahora? – decía mi madre medio borracha y entre risas.

  • Lo tengo en mi despacho. Sólo será un momento. Es una sorpresa y seguro que te va a alegrar la noche. – le contestó éste mientras la llevaba al ascensor por la cintura.

Tal vez lo normal hubiera sido esperar allí sentado, pues no quedaba ni una hora para que se acabase la fiesta, pero entre picado por la curiosidad por saber qué era eso que le quería enseñar y movido por el aburrimiento, bajé despacio las escaleras al piso de abajo donde estaba el despacho de Óscar y cuando llegué a la puerta, escuché como se cerraba el ascensor y entraba Óscar con mi madre a la oficina. Esperé 10 segundos y abrí la puerta de las escaleras de emergencia y me dirigí a la oficina.

Lo cierto es que el aspecto de la oficina no tenía nada que ver por la noche, todo apagado, con el día, con la gente yendo y viniendo, teléfonos sonando… Ahora había un silencio sepulcral, solamente roto por las risas de mamá y las chorradas de Óscar que la hacían reír.

Una luz amarilla se escapaba por la puerta entreabierta del despacho de Óscar, interrumpida a ratos por las sombras de mamá y su jefe. Pude oír el pitido del ordenador de Óscar encendiéndose. Me acerqué rápidamente sabiendo que no me podían ver desde el despacho, y cuando estuve a unos metros me escondí detrás de la mesa de mamá, justo a la entrada del despacho, apoyándome en los archivadores que hacían como una pared de la mesa de mi madre, y tener un mejor ángulo de visión de lo que pasaba ahí dentro. Ahora las voces se oían más claramente. Escuché el sonido de la impresora y vi como Óscar recogía la hoja impresa y se la alcanzaba a mi madre. Está se quedó leyendo la hoja mientras el cabrón de Óscar no paraba de mirarla el culo, y de repente soltó un gritito y se tiró a Óscar abrazándole por el cuello.

  • ¿Esto es de verdad? – preguntó mi madre entusiasmada separándose un poco de él.

  • Tal y como lo ves. Sólo falta tu firma, la mía, y el sello de Recursos Humanos. Vi que habías cumplido más de la mitad de tu contrato y eres una gran secretaria y serías una gran pérdida. ¿Te gusta tu nuevo contrato? – preguntó Óscar con orgullo, a la vez que con sus manos en la cintura de mi madre la atraía hacia él de nuevo.

  • Dios mío, es un contrato por otros seis meses…. ¡Y un pastón! ¡Es increíble! ¡No me lo puedo creer! – dijo mi madre incrédula, volviendo a abrazarse al cuello de Óscar. Ésta vez Óscar inclinó la espalda hacia atrás, levantando a mi madre y agarrándola bien del culo por debajo. Ella, entre lo borracha que estaba, y lo excitada que estaba ante su nuevo contrato, no sé si no se dio cuenta o le dio igual que la agarrase de esa forma tan descarada de ambos glúteos, pero siguió abrazada a su jefe un buen rato, lo suficiente para que fuese Óscar el que la dejase en el suelo de nuevo.

  • ¿Y ya está? ¿Así me lo agradeces? ¿Con sólo un abrazo? ¿Ni un besito? – dijo Óscar haciéndose el graciosete.

  • ¡Claro que no! ¡Por supuesto que te mereces un beso! – y dicho esto le plasmó un beso bien sonoro en la mejilla.

  • Venga mujer, que no somos críos. Creo que me merezco un beso en la boca, ¿no? – protestó Óscar con cara de diablillo. Mi madre dudó un instante, y se le veía la incomodidad por la petición de Óscar, pero al final le dio un pico rápido y con su nuevo contrato en la mano se dirigió a la puerta del despacho.

  • ¡Vamos jefe, esto hay que celebrarlo! – dijo con alegría mientras salía por la puerta. Aunque por la oscuridad era muy difícil que me viese incluso estando a poco más de un metro de ella, preferí curarme en salud y me escondí al otro lado de los archivadores, manteniendo mi visión privilegiada pero estando más a resguardo hasta que se subiesen a la segunda planta. Óscar salió detrás de ella, pero a la altura de la mesa de mi madre éste la cogió del brazo y dándole la vuelta se quedó a escasos centímetros de su cara. Mi madre, con cara de confusión por el súbito cambio de actitud de su jefe se quedó inmóvil.

  • ¿Q..qué te pasa, jefe? –dijo tartamudeando.

  • ¿Eso ha sido un beso? Eso no ha sido un beso. Estoy seguro de que sabes hacerlo mejor – dijo Óscar con un tono de voz diferente al de antes.

  • Oye, Óscar, creo que te estás confundiendo…yo… - trató de excusarse mamá.

  • Yo creo que no me estoy confundiendo para nada. Ven aquí, monada. – y diciendo esto agarró a mamá del culo pegándola contra él y le plantó un morreo que mamá debió quedarse helada al igual que yo.

Ella por fin reaccionó y le apartó de un empujón, tirando a Óscar contra el archivador. Fue un buen empujón, porque pude notar el impacto en el mueble, y yo mismo me asusté. Pero no así Óscar.

  • ¡Ya está bien, te estás pasando! Una cosa son las bromas y otra cosa que puedes hacer conmigo lo que quieras. No te voy a permitir que me trates como a una muñequita – le gritó mamá enfadada de verdad.

  • ¿Seguro que no? Llevas dejándome que te trate como a mi muñequita casi seis meses – contestó Óscar confiado.

  • ¿Qué dices? ¡Pero cómo te atreves a insinuar…!

  • ¿Crees que soy tonto? ¿Acaso no te has dejado sobar por mí todo este tiempo? ¿Acaso te crees que no me he dado cuenta de que te gusta que te de órdenes? ¿No me dijiste tú eso de "te obedeceré en todo, jefe"? – le cortó Óscar.

  • E…eso no es verdad. Lo de obedecerte no me refería…yo… no es así… - podía ver que mi madre estaba algo confundida ante el ímpetu de Óscar y el alcohol que éste le había proporcionado.

-¿Es que no quieres seguir trabajando en esta empresa? ¿No te gusta tu trabajo? – preguntó Óscar en tono de amenaza.

  • ¡No, sí que quiero seguir aquí! ¡Me gusta mi trabajo! – contestó mamá con voz de desesperación. Se le empezaban a acumular las lágrimas en los ojos.

  • Escucha, Isabel. Si quieres seguir aquí, necesito saber que podré contar contigo, y tranquila, te creo cuando dices que te gusta este trabajo. – continuó más conciliador - Puedo ver en tus ojos que te gusta seguir las órdenes que te doy. Sé que eso te da seguridad, saber que un hombre confiado como yo te dice lo que tienes que hacer. A veces las mujeres necesitan que un hombre de verdad les de seguridad, y creo que a ti te gusta, ¿no es cierto?

Entonces bajó una de sus manos al culo de mamá, y lo agarró con firmeza.

  • Se sincera con lo que sientes. ¿Te gusta la sensación que tienes cuando te meto mano, verdad? Igual que te gusta obedecer las órdenes de tu jefe. Y no querrás que esto se acabe, ¿me equivoco?

Mi madre se quedó callada, mirando hacia abajo, sin saber qué contestar. Óscar la cogió de la barbilla con sus dedos y le hizo levantar la mirada.

  • Isabel, ¿puedo contar contigo? ¿Quieres seguir siendo mi secretaria?– le preguntó con voz serena y segura. Mi madre asintió ligeramente con la cabeza. – Entonces, aquí tienes tu primera orden de tu nuevo contrato. Bésame. Pero bésame bien.

Pude ver cómo en el rostro de mi madre, por el que corrían dos lágrimas provocadas por las acusaciones de Óscar, se dibujaba una media sonrisa, y volviendo a agachar la mirada, su rostro se acercó al de Óscar. Entonces dijo un "sí, jefe" muy suave, y sus labios se juntaron con los de éste. Al principio era un beso lento, con ambos labios acariciándose lentamente, pero cuando Óscar empezó a sobar el culo de mi madre con ansia, los besos se convirtieron en un forcejeo entre cuatro labios únicamente separados por las lenguas de ambos cuando se entrelazaban. Mi jefe, el que también era jefe de mi madre siguió aceptando sus besos mientras la empujaba hacia atrás, hasta que ella chocó con su propia mesa y se quedó sentada en el borde. Las manos de Óscar ya no se limitaban al culo de mamá, sino que se deslizaban por todo su cuerpo; por su cintura, por su abdomen, y finalmente las tetas. Cuando alcanzó los pechos de mamá, ella subió sus manos al cuello de su jefe y apretó su cabeza contra la suya para besarle con más fuerza, llevada por la excitación de que aquel cabrón que la había leído como un libro abierto.

A los pocos segundos, Óscar dejó su boca para centrarse sobre su cuello, mientras con sus manos sacaba las tetas de mi madre por los laterales del vestido y los sobaba como si agarrase melones. La expresión de mi madre era de coña; con la cabeza hacia arriba, los ojos cerrados, y la boca entreabierta de placer por los sobeteos y besos de aquel cabrón. Ella seguía agarrando su cuello dirigiendo la cabeza de su cuello a sus hombros, y de ahí a sus pechos. Cuando Óscar llego a los pechos de mamá, se paró un segundo a pellizcar los pezones arrancándola gemiditos antes de abalanzarse a chuparlos como un poseso. Mientras su boca se divertía jugueteando con las tetas de mamá, sus manos se dirigieron hacia la abertura del vestido de ésta, y pronto sus manos llegaron a su entrepierna. Pude saber que hubo contacto, porque mi madre comenzó a retorcerse de placer.

  • Joder, qué húmeda estás, secretaria – dijo Óscar al notar sus bragas empapadas.

  • Ahhh… sí, jefe, sí, estoy muy húmeda – contestó mi madre con voz excitada, mientras el otro le bajaba su pieza de ropa interior.

  • Súbete a la mesa, y ábrete de piernas, Isabel – ordenó, y ella sin rechistar, se subió a la mesa, subiéndose el vestido por encima de la cintura y se abrió de piernas dejando al descubierto su coño ante su jefe. – Hmm.. aquí va a haber que depilar un poco, ¿entendido, secretaria? Me obedecerás?

  • Annnggghh…. Siiiii… me encanta obedecerte. Sí…. Me lo depilaré si tú lo ordenas. Ohhh dios, qué vergüenza estar así ante ti, abierta de piernas…. – decía mi madre con una voz claramente afectada por la excitación.

  • ¿Y por qué lo haces, Isabel? – preguntó Óscar mientras rozaba con su dedo el desnudo coño de mamá.

  • ¡Ahhh! Dios… qu…que…ooohh…lo hago porque tú me lo ordenas… porque soy obediente… - contestaba mi madre con una voz mezcla de vergüenza y excitación.

  • Buena respuesta…. putita. – y dicho esto comenzó a hacerle un dedo de campeonato, tanto que mi madre se acabó tumbando sobre la mesa, tirando el cubilete con todos los lápices, bolis, etc. Siguió un buen rato con el dedo, y tras tenerla un rato tapándose la boca para no gritar de placer, sacó su lengua y empezó a acompañar las invasiones de su dedo con lengüetazos en el coño de mamá. Yo estaba perplejo ante tal situación, pero un ruido me sacó de mi estado, al igual que lo hizo con mamá y Óscar. El ruido provino de la zona de los ascensores, y entonces me acordé que había dejado la puerta abierta para no hacer ruido al cerrar, y que probablemente se hubiera cerrado con el viento. Lo bueno es que parecía haberles cortado el rollo, y Óscar dejó su trabajo en el coño de mi madre y se levantó, entrando a su despacho. Mi madre se quedó ahí en la mesa, abierta de piernas, con el vestido arrugado alrededor de su cintura, y el coño brillante de líquido, sin saber muy bien qué hacer. Entonces Óscar se asomó por la puerta.

  • Ven, secretaria putita. Entra en mi despacho, que aquí no creo que nos interrumpan y tienes que aprender bien a obedecer, jaja.

Mamá se incorporó y sin bajarse siquiera el vestido entró tambaleándose sobre sus tacones y por suerte para mí, se olvidó de cerrar la puerta. Al mirar dentro del despacho, vi a Óscar sentado en su sillón de jefe, con la bragueta bajada y un trozo de carne considerable asomando.

  • Ponte a cuatro patas, y ven hacia mí, pasando por debajo de la mesa. Es una orden.

  • Sí, jefe – respondió mi madre sumisa. Y poniéndose a cuatro patas, fue hacia Óscar, pasando de forma humillante por debajo de la mesa. Cuando su cabeza asomó por el otro lado, Óscar la agarró de la melena y la dirigió hacia su polla. Desde donde estaba, y debido a la mesa, y que mi madre estaba de espaldas, no podía ver bien lo que estaba haciendo mi madre, aunque estaba bastante claro, sobre todo viendo los gestos de placer de Óscar y sus comentarios.

  • Oohhh… mierda… coño, ¡qué bien la chupas, secretaria!

  • Hmmmggff..slurp….churlp…hmmffgg…. – eran los únicos sonidos que se le oía decir a mi madre.

  • Joder… tu trabajo es de lo mejor… si dicen que para ser una buena secretaria hay que saberla chupar muy bien, tú tienes que ser de las mejores secretarias del mundo, jajaja… ohhhh… asiiii… sigue…. chúpala

Durante un buen rato, lo único que pude escuchar eran las obscenidades que Óscar le soltaba a mi madre y los ruidos que ella hacía al chupar la polla de su éste. No podía seguir observando dicha escena, así que me di la vuelta, y apoyándome contra el archivador me quedé increíblemente confundido, mientras podía seguir escuchando los ruidos que hacía mi madre con su boca sobre el pene de Óscar. Al cabo de unos minutos, pude escuchar como Óscar le decía:

  • Muy bien hecho, secretaria. Ahora te voy a dar tu siguiente orden. Súbete encima y trabaja mi polla como una buena secretaria debe hacer.

Mi madre, limpiándose la boca con el brazo, se levantó, y con una mano sobre el hombre de Óscar, y con la otra sujetándose el vestido, su puso a horcajadas sobre la polla de éste, y poco a poco fue bajando contra el pilón del jefe.

  • Ashhh… uffff…. Uffff – resoplaba mi madre mientras bajaba introduciéndose la polla de ese cabrón en su coño. – Es….es muy grande… jefe….ahhhh…. tienes una buena polla…. Me encanta

  • Me alegro de que te guste, Isabel. Veamos si sabes trabajarla como una buena secretaria. Demuéstrame que te puedes ganar el sueldo – le retó dándole un cachete en el culo.

  • ¡Ay! – gritó mi madre. Sonriendo abiertamente a su estricto jefe, se apretó los labios y se dispuso a bajar aún más. – Unnnnggg… ¡uffffff! ¡Pero qué pollón, jefe, ahhhhhhh…….! ¡Siento que me llenas….annnggg!

  • Ahora haz lo que te he ordenado, putita. – y ante la orden de su jefe, mamá empezó a subir y a bajar lentamente sobre el pilón de carne de Óscar.

-¡¡Ahhhhh! ¡¡Qué grande!! ¡Ohhhhh… diossssss… me cuesta tanto….! – gemía mi madre, a lo cual Óscar decidió echarla una mano y agarrándola de la cintura empezó a moverla de arriba abajo a su gusto, mientras la cara de mamá expresaba un gran sufrimiento.

  • ¡Annngh!... ¡Uffff….! ¡Ohhhh! ¡Ahhhh! – con Óscar marcando el ritmo de la subida y bajada de mi madre, lo único que conseguía articular mamá eran grititos y gemiditos, con la cara roja y resoplando como si estuviera realizando el más duro trabajo del mundo.

Por suerte para mi madre el sufrimiento no duró mucho, y su sufrimiento fue pronto sustituido por un enorme placer.

  • ¡Ahhhh….! ¡Jefe, me vuelves loca! ¡Diossss, me encanta… me encanta mi trabajo… ahhhhh… haré lo que me ordenes!... Quiero…quiero… ¡quiero ser tu putita obediente! – gritaba mi madre ya completamente alocada.

  • ¿Te gusta, eh? ¡Si ya lo sabía yo, putita! ¡En cuanto te vi, sabía que ibas a ser mi secretaria putita! ¡Deberías agradecerle a tu hijito el becario de mierda que te encontrase este trabajo, jajaja!

  • ¡Oh, mierda! Es verdad, mi hijo también está en la fiesta… joder… - dijo mi madre con tono preocupado, mientras el ritmo de sus caderas deceleraba poco a poco. Entonces Óscar la volvió a agarrar de las caderas y a imprimir ritmo, volviendo a arrancar gemidos de placer de mamá.

  • ¡Tú olvídate de tu hijo ahora! En este momento eres mi secretaria putita, y ya os lo dije, que dentro de la oficina, no erais madre e hijo, sino sólo dos empleados más. ¡Si tu hijo tiene que esperar, que espere! ¡Su mamá tiene un trabajo que cumplir con su jefe, y ella ha jurado obedecerme! ¿O no es así? – le espetó Óscar mientras empezaba a imprimir aún más ritmo, volviendo loca de placer a mi madre.

  • ¡AAAAAAAAHHHHHHHHH! ¡Diossssss…. Joder, menuda follada, jefe! ¡Ahhh….siiii…. que espere, que se aguante… mamá tiene que trabajarse la polla de su jefe! ¡Ayyyyy dios qué placer! – dijo mi madre fuera de sí. La verdad es que me dolió bastante lo que dijo en ese momento, aunque probablemente fuese llevada por la excitación y el placer del momento.

Mamá siguió saltando sobre la polla de su jefe, y el otro aprovechaba para morderle las tetas y arrancarle caras de más placer aún, mientras le daba cachetes en el culo para que fuera más rápido. Los gemidos de mi madre fueron aumentando de ritmo, al igual que los cachetes, hasta que en un grito lujurioso mi madre llegó.

  • ¡Kyaaaaaaaaaa! ¡Yaaaaannggggg! ¡Me corrooooooo! ¡Jefe, me estoy corriendo sobre tu polla! ¡Aaahhhhnnngggg! – mi madre, con la cabeza completamente echada para atrás, se sujetaba al cuello de su jefe arqueando la espalda que parecía que se iba a partir, y tras unos segundos se desplomó sobre el pecho de Óscar resoplando como si hubiera corrido los 100m lisos.

Entonces Óscar le dijo algo al oído que no llegue a escuchar, pero entonces mi madre, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le debían quedar salió del despacho y cogió el contrato que Óscar le había impreso y se volvió para dentro. Cuando mamá estuvo cerca, cogiendo el contrato, pude ver sus nalgas enrojecidas de los cachetes, el brillo del sudor en su cuerpo en general y en especial en su entrepierna, y los pelos de su coño. Cuando volvió al despacho Óscar se había puesto de pie, y dando la vuelta a la mesa, le indicó que tomara la posición. Mi madre, como una niña a punto de recibir su castigo, puso las manos sobre la mesa, arqueó la espalda, puso el culo en pompa y empezó a moverlo de forma insinuante. Entonces vi la figura de Óscar poniéndose detrás de mi madre, buscando su coño con su polla, y cómo una vez encontrado, la follaba a empujones, haciendo que temblasen todos los objetos que había sobre la mesa. Lo cierto es que tampoco estuvieron mucho rato así, ya que los bufidos de Óscar se acrecentaban, al igual que sus embestidas, que se notaba en el ruido que hacía la mesa a la que mi madre se agarraba con todas sus fuerzas. En ese momento Óscar se agachó sobre mi madre y le volvió a decir algo al oído, y ésta aguantando sus empellones consiguió estirar el brazo y coger un bolígrafo. Entonces Óscar se comenzó a sobre excitar y empezó a rugir.

  • ¡Venga, secretaria putita, venga! ¡Firma tu contrato! ¿O creías que te iba a regalar un contrato con tanta pasta tan fácil? ¡Venga, puta! ¡Firma lo que quieres ser! – dijo embistiéndola con más violencia cada vez. Mi madre mantenía el equilibrio como podía mientras trataba de firmar el contrato.

  • ¡Anngg! ¡Jefe, lo intento! ¡Pero me la estás metiendo muy fuerte! ¡Uuuhhhh! – se excusaba mi madre tratando de firmar su contrato.

  • ¡Venga, no queda mucho, so puta! ¡Date prisa! – Los pollazos de Óscar parecían que iban a desmontar la mesa, y a mi madre, pero ésta, en un último intento consiguió firmar el documento, tiró el boli y levantó el contrato para enseñarle a su jefe que había conseguido firmarlo. En ese momento Óscar apoyó el contrato sobre la espalda de mamá, se salió de ella y apuntando con su polla se corrió sobre el contrato.

  • ¡¡Buuufff!! ¡Uaaarrghhh! ¡Toma firma, toma contrato, putita!¡Ahhhh joder! – Óscar rugía y bufaba mientras seguía pajeándose y chorros de su leche caían a partes iguales en el contrato y en el vestido de mi madre.

Desde donde estaba, se podía ver claramente el contraste creado entre el vestido negro de mi madre y el líquido blanco expulsado por el miembro de Óscar.

Cuando éste termino de correrse, y tras tomar un poco de aire, cogió el contrato de la espalda de mi madre y se lo puso sobre la mesa, delante de su cara.

  • Aquí… tienes, puta. Ufff… Buen trabajo, secretaria. Ahora me voy al baño a limpiarme un poco, y luego volveré a la fiesta, pero tu apaga las luces y cierra al salir, ¿entendido? – le ordenó Óscar a mi madre con voz desinteresada. Mi madre seguía tratando de coger aire después de la follada que le habían dado, pero asintió como puedo.

  • Si jefe, lo que tú me ordenes… - dijo sin poder levantarse de la mesa. Pude escuchar cómo Óscar entraba en los baños, y mientras cómo mi madre se despegaba como podía de la mesa, y se bajaba el vestido tal cual. Se desplomó sobre el suelo, supongo que de tanto cansancio, pero pude ver una sonrisa asomar por sus labios, lo cual me sentó como una puñalada. Oí cómo se abría la puerta del baño y desde lejos Óscar saludaba a mi madre.

  • Bueno, secretaria, ya nos vemos mañana, jaja.

Mi madre se levantó como pudo, se colocó bien los tacones y salió de la oficina cerrando pero sin llave, directamente a los ascensores, sin lavarse siquiera. Y ahí me quedé solo en la oficina. Trataba de procesar todo lo que me había ocurrido, pero eran demasiadas cosas. Casi de forma inconsciente me puse de pie, y abrí la puerta del despacho. Di la luz. Olía a sexo. Había un desorden general por el acto sexual que acababa de ocurrir allí. Y entonces vi sobre la mesa el contrato de mi madre. Lo primero que noté fue el fuerte olor a semen que se desprendía de aquella hoja de papel maldita. Y entonces reparé en la firma de mi madre. Con letra movida y corrida, se podía leer "La putita del jefe". Mi cabeza estaba a punto de explotar. Sosteniéndome como pude apagué la luz, cerré la puerta y me dirigí a las escaleras, y sin saber cómo, conseguí llegar arriba. Me colé en la fiesta de nuevo sin que me viera nadie. Necesitaba una copa. Iba a coger una, cuando mi madre me cogió del brazo. Me dio muchísimo asco, saber que con esas manos había estado agarrando la polla de Óscar tan sólo hace unos momentos, pero estaba tan en shock que no me podía mover.

  • Hijo, mírate que cara. A saber cuánto has bebido. No más alcohol para ti. Anda, será mejor que nos vayamos a casa – dijo mi madre con toda la preocupación del mundo. Yo sólo esperaba que nadie nos viese y sospechase que teníamos una relación familiar además de profesional.

Con esas asquerosas manos me llevó al ascensor, y mientras esperábamos a que llegase, pareció acordarse de algo.

  • Miguel, hijo, voy a hacer una parada en la primera planta, que mamá se ha dejado una cosa, ¿vale? Tú ve bajando al coche, y ahora voy yo. Toma, aquí tienes las llaves. Abre el coche y siéntate mientras, que vaya carita que tienes.

Y así lo hice. Me senté en el coche. Ahora que todo había acabado, se me agolpaba todo en mi mente confusa. Al rato llegó mi madre, abrió la puerta y me pidió las llaves. Note un olor familiar que venía ya no del vestido de mamá, sino del bolso de mano, y entonces supe qué es lo que había ido a coger que se le había olvidado.

  • Hijo, intenta recuperarte un poco, abre la ventana, algo. Cómo te vea así tu padre, no te va a dejar beber nunca más – me regañó. Yo estaba flipando con mi madre. Si ella supiera por qué se me había quedado esa carita. Si papá supiera. Quise golpear la puerta, gritarla algo, pero estaba completamente bloqueado.

Entonces mamá arrancó y nos fuimos a casa.