Materializando un Te amo (2)
Un paso adelante contigo
Materializando un te amo
Micaela, esa pequeña mujer, porque era de estatura pequeña, con un porte de grandeza, de superioridad, de suprema. Así era ella, convertida, en un hueco sin fin, atrapada en miedos y tristezas, y a la vez, tan llena de felicidad por verla de nuevo. Es como si las cosas pasaran porque el destino, la vida, Dios mismo, se decidieran a que pasaran así, de ese modo.
Se despertó, sin girar su cuerpo para percatarse si Carlos estaba ahí, sabia que a esa hora, estaría abrazado con Alejandra. Suspiró, preguntándose una y otra vez, porque para ella nada tenía sentido, no comprendió cómo se cambia de gustos, de géneros, de vida, tan fácilmente. Aunque intentó, meterse en los zapatos de Julieta, entender su situación, imaginársela en un País diferente al que ha vivido toda su vida, un país extraño, con personas extrañas, sintiéndose sola, y confundida, o a lo mejor muy segura de que gastó cuatro años de su vida al lado de una mujer, que en este caso era ella; la misma Micaela, que sin un mayor esfuerzo metió a otra mujer en su cama, quiso hacerlo, porque nunca fue egoísta, de hecho toda su vida pensó primero en los demás y se centró en ella siempre de último. Pero esta vez no pudo, seguramente porque la situación cambiaba drásticamente y ahora, las cosas estaban afectaban directamente su propia vida. Pues estamos hablando justamente de la única mujer que ha querido, por la única que ha llorado, y a la única que esperó.
Se levantó sin ganas, y se dio cuenta que sus ojos le pesaban, entonces se vio en el espejo ubicado frente a su cama, y se dio lastima, tanto que sonrió, de la manera en que lo hace siempre que está enojada y piensa que hacer o decir, esa sonrisa cínica e irónica, esa sonrisa que siempre usa con alguien más, menos con ella.
-Das pena – se dijo a sí misma.
Llamó a la oficina, se excusó por no ir ese día pero aseguró que estaba muy enferma, y en cierto modo, no estaba mintiendo.
El sonido del timbre sonó, como lo hizo el día anterior cuando se imaginó abrirle a cualquier persona en el mundo menos a Julieta. Se sintió tonta por pensar que posiblemente también era ella, pero se dio cuenta que no era posible, y no precisamente porque esa idea fuera imposible, pues imposible sólo era la muerte, así lo pensaba, sino porque recordó que esa misma mujer por la que se había levantado así, con sus ojos hinchados, y sintiendo ese vacio el mismo día que se dio cuenta que se había ido, tenía orgullo. Orgullo, y de los grandes. Simplemente por eso, no era ella.
Reconoció los cuatro golpecitos de Alejandra, luego el descanso de cinco segundos, y luego otro dos golpecitos.
No le abrió, no quiso salir de su habitación, tampoco le hizo falta, Alejandra abrió la puerta con su llave, la que un día de abril le sacó copia sin que Micaela se diera cuenta. – No me pensabas abrir… - fue su saludo, examinando la habitación, buscando alguna copa, algún medicamento, algo que la hiciera preocupar, pero no halló nada más que su amiga descompuesta, limpiando su maquillaje, mirándose al espejo. - tampoco me quieres hablar – respiró, pensando que hacer. – me odias? – La miró a los ojos, volteó su cuerpo y entonces quiso abrazarla – ella…
-yo comprendo que ella es tu amiga igual que yo – encogió sus hombros
-Eso es precisamente lo que iba a decirte
-no te preocupes – caminó alrededor de la habitación, buscando su celular – no estoy molesta
-Amor…
-Vamos hacer algo Bebé – le habló como siempre le hablaba, la tranquilizó, y a la vez, le sonrió – tú no me vas a hablar más de eso, porque me duele ¿si?
-pero hay que hablarlo Mica – insistió Alejandra, sintiéndose entre la espada y la pared – tu siempre me escuchas, siempre me haces caso, igual que lo hago yo contigo. – Micaela se quedó en silencio – acuérdate que el que ve de lejos, ve diferente.
-Ale…
-No, mica. Es de verdad – se sentó sobre la cama, cruzó sus piernas y reposó su bolso a un lado – Julieta pensó en su momento, que había alguien más, otra persona, alguien que estaba robando tu atención, más que la de ella, estabas extraña, alejada, no tan tú ¿me entiendes? – asintió su amiga, dándole desde cierto punto, la razón, aunque no era precisamente porque hubiera alguien – Luego, te vio. Pues, la vio a ella.
-Pero Ale, ya te dije la verdad.
-me la dijiste a mi. Ahora ponte un segundo en sus zapatos ¿no crees?
-tanto para irse del país? Mira, yo tengo otra hipótesis – se quitó su blusa, dejando su torso desnudo sin importarle que su amiga estuviera a un metro de ella mirándola, buscó entre su closet algo fresco – Ella quería estudiar lejos, hacer su especialización o lo que fuera
-Ajm…
-Bien, se dejó llenar la cabeza de tonterías al ver a Helena y se fue, sin tanto remordimiento
-Puede ser. Es posible
-Ok, allá se enamoró, o se dejó calentar el oído – sonrió – no, más bien se enamoró, porque ella no es de las que se deja conquistar así como así
-No creo que esté enamorada
-vino con el papá del bebé? – preguntó, queriendo saber la respuesta, dijo “papá del bebé” porque no podía deletrear la palabra novio ó sabe Dios si esposo, buscando una estadística para ver como estaban las posibilidades de hablarle
-No, él está en Madrid.
-Ah…
-Ella se va a quedar definitivamente, y quiero que hablen, simplemente es eso
-Cuando nazca el bebé, ella se va air para allá, o el va a volver, no crees?
-considero más la segunda posibilidad. Y va a ser una bebé ¿sabias?
Micaela se metió al baño, huyendo a lo que le dictaba algo dentro, como en su corazón, huyendo a lo que le decía su amiga, e incluso, hasta lo que su mente parecía decirle también. No era tanto que quisiera, ella que necesitaba hablarle y también escucharla, así ya no pasara nada entre ellas, quería dejarle claro que no hubo una sola que vez en la que le fue infiel, ni siquiera con el pensamiento, no, ni con el pensamiento, simplemente las cosas cambiaron en su contra y todo se le dio para que Julieta pensara algo que no fuera.
Se dio un baño, como si se hubiera quitado de encima, las malas energías y pensamientos.
Alejandra la estaba esperando, acostada viendo televisión – que? Te decidiste?
-porque sabes siempre que voy a hacer?
-porque te conozco y sé que tomas decisiones correctas
-¿dónde está viviendo? – le preguntó no muy segura, pero a punto de decidirse
Julieta, mientras tanto, estaba en casa de sus padres, no quiso llegar y vivir aparte de ellos porque se iba a sentir muy sola, en especial porque nunca lo estuvo en una casa, de hecho si lo estuvo en Madrid, los primeros cinco meses, después, Federico llegó como intruso, intruso, desde mi punto de vista, a lo mejor ella también lo veía así, al igual que todos menos su familia, que sin conocerlo, ya lo amaban, simplemente ella pensó que tal ves, si se había enamorado.
Lo conoció un catorce de mayo, en la universidad, él dictaba una de sus clases, jamás le dio importancia más de la que se merecía un profesor, pero el logró meterse de a poquito, y de a poquito en poquito avanzó hasta convertirse en el padre de su hijo.
Pensó en lo que habló con Alejandra, y también pensó en lo que dijo toda su vida acerca de su sexualidad, y de hecho, fue imposible no pensar en Micaela de nuevo, se preguntó así misma como fue tan fuerte para tomar la decisión de irse lejos del amor de su vida, tenía tanta rabia y dolor el día que vio a Helena salir de su casa, que no quiso pensar en que hacia, sólo aceptó los tiquetes de su padre y se fue. Sin nada a que atenerse, sin avisar a nadie, sólo con una carta, como si ella hubiera cometido un error y se marchara como una cobarde.
Ahora todo jugaba a su favor y en su contra, se sentía confundida, como nunca lo estuvo, y se dio cuenta que no había peor ciego que el no quería ver, ella no podía engañarse, lo supo desde que la vio, y el muro de auto defensa para prepararse para ese momento que la volviera a ver, se había quebrado, se había destruido en cuestión de un segundo.
La relación con Federico no era perfecta, aunque como lo dijo en su momento, el parecía el hombre perfecto, sabía muy bien que tuvo una relación con una mujer que duró cuatro años, y que justamente, de cierto modo, gracias a esa mujer, es decir a Micaela, es que la conocía, porque de lo contrario, Julieta nunca había tomado el valor de alejarse de ella.
Prometieron encontrarse para el nacimiento de valentina, él iba a pedir permiso para estar un mes y medio por fuera, estaba con conocimiento de que la relación había tenido principio y fin también, el mismo día en que tuvieron relaciones sexuales, ese día en que pudo verla desnuda y tocarla como lo soñó desde la primera vez que la conoció, Ese día porque fue el único en que Julieta le dijo que ya no más, que eso no era con ella, sin saber que, estar con un hombre no era lo mismo que con una mujer, comenzando, principalmente, por que un hombre podía dejarla en embarazo. Y aunque sabía que todo lo tenía perdido en el campo sentimental, insistía en buscar otra oportunidad.
-Juli, puedo pasar? –
-si, pasa.
Entró su prima la única que como, Alejandra, conocía perfectamente la situación – estás bien? Llegaste triste
-No – mintió – estoy cansada, camino mas de veinte pasos y me canso
-Si, pero el cansancio no causa tristeza, no siempre – se corrigió, porque en muchos casos si la causaba – no pone tus ojos llorosos, no esconde tu sonrisa, y no finge estar bien.
Julieta la miró, quizás era demasiado obvio, como lo fue siempre, sus cambios por causa de Micaela, no había aprendido a controlarlo, y no lo iba a prender jamás.
-la viste ¿verdad?
-ajm – respondió, sintiendo miedo de hablar por que simplemente quería agarrarse a llorar
-¿y?
-no me habló. Sólo me miró como si sintiera lastima de mi – se dio un momento-yo sabia que ella iba a estar allá… lo imaginé… quería verla
-que sientes?
-Tristeza… nostalgia… y felicidad al mismo tiempo, la vi. Es, duro ¿Sabes? Siempre quise estar en este estado, pero siendo ella la otra parte ¿comprendes?
-Si, claro que si. Quizás no hice bien al ir
-hiciste lo correcto. De igual modo, se tienen que ver. Sus conocidos son en común, no?
-Pero como está de hermosa – la recordó, ignorando la pregunta de su prima – la has visto?
Mariana asintió – es… tan linda.
-a mica le ha ido muy bien, renunció en la empresa
-¿en serio?
-Si, eso me contó Ale. Después de que te fuiste se marchó, se quedó como un mes sin empleo pero ahora es gerente comercial de una empresa de aparatos tecnológicos.
-Oh – dijo sorprendida -la has visto con alguien más?
-¡no! – respondió al instante, tan rápido como si se imaginara la pregunta desde antes, como si estuviera esperando justamente eso para responder negativamente – nunca
-Vamos…
-En serio.
-No lo creo – se encogió de hombros – no siguió con Helena?
-Mira primita que siempre has sido muy testaruda, yo en ese sentido y me disculpas – se sintió en confianza cuando logró captar toda la atención de Julieta – apoyo a Mica. Ella se veía en ti, fuiste la única que creyó eso
-porque fui la única que lo vi
-¿Qué viste exactamente? Cuéntame – murmuró suspirando animada en escuchar una explicación que le diera la razón a su prima, sabiendo en el fondo que no la había ¿La viste con esa mujer en la cama? Ó ¿besándose?
-No exactamente, pero si salió de nuestra casa de noche, apuesto a que todo ese día estuvieron juntas
-Siempre tan insegura – suspiró irritada
-Dime que mas estaban haciendo?
-no sé – pensó en algo – hablar – se lo imaginó y le pareció posible, o aunque no fuera tan posible ella si creía en mica – conversar de algo sobre el trabajo – la miró asintiendo mientras que Julieta, por su parte, negaba con su cabeza – a lo mejor eran amigas y esa mujer tenia un problema
-Seee – se sentó, no aguantaba estar más de pie – a mica le gustan las mujeres así – se encogió de hombros – llamativas, sensuales, de esas que ves a simple vista y te imaginas como serán en la cama
Mariana se rió, sobre todo porque pudo apreciar que Julieta lo estaba diciendo como si todavía le doliera y le molestara hablar de ello, pero necesitaba desahogarse – siempre le han gustado así
-¿Cómo le gustaste tu entonces?
Y esa pregunta la dejó sin responder – porque se enamoró de ti, porque no eres tan llamativa, aunque – se refirió a su embarazo – ahora no puedes pasar desapercibida – y se burlaron las dos de La misma Julieta – porque eres asentada, calmada, pero eres bella y ella quería eso
-¿Por qué me estás diciendo eso?
-porque cuando te fuiste sólo quisiste escuchar a tus padres, ni a tus amigos, ni a tu familia, ni a ella, no preguntaste un porqué, se te olvidó los años juntas, se te olvidó que en ese tiempo jamás te diste cuenta de alguna infidelidad, por…
-Ya – la interrumpió, agotada de escuchar como todos iban teniendo la razón, huyéndole a su conciencia y temiendo haber cometido el peor error de su vida – no me rayes la cabeza, yo sé cual es la verdad
-Bien, pero me parece que deberían hablar Julieta – y ese “Julieta” le dio a entender a Julieta que Mariana le hablaba en serio – no pueden ocultar lo que pasa y lo sabes
-Mari…
-Okay, no molesto más
Mariana salió, en realidad molesta, preguntándose porque Julieta siempre había sido de ese modo tan imperfecto para ella, siempre estuvo con Micaela, porque a pesar de que estar con ella significaba estar en contra de Julieta, sentía que hacia lo correcto, porque precisamente fue ella con Alejandra y Carlos los que vivieron literalmente, el infierno que tuvo que pasar Micaela al verse sola, sin ninguna explicación y sin entender que había pasado. Preguntándose como podía estar de aburrida Julieta a su lado que sin querer ver más, se marchó así como así.
Salió caminando a paso rápido, sin mirar ni siquiera el camino, envuelta en sus pensamientos y tratando, de cualquier forma de tranquilizarse, quería gritarle unas cuantas verdades a Julieta, pero entendió, que en estado de embarazo, no podía generarle malos ratos, no se perdonaría que le pasara algo a Valentina por su culpa, chocó su cuerpo junto al de Micela, quien estaba a su espalda hablando con Alejandra.
-Mica – le dijo, a modo de saludo, después de darle un beso a Alejandra
-Shh – le hizo la mujer, sin ánimos de responder la pregunta “¿Qué haces aquí?” pues, lógicamente, era demasiado obvio.
-no diré nada – extendió sus manos comprendiendo como se podían parecer esas dos mujeres – está en el cuarto principal – le dijo, temiendo si en realidad estaba bien que hubiera llegado.
-Está bien – respondió Micaela respirando tan profundamente que ambas; Alejandra como Mariana, pudieron percibir lo nerviosa que estaba. Caminó dos pasos, sabiendo que sus dos amigas la estaban observando, dio media vuelta y con el corazón acelerado, como cuando un niño hace alguna travesura y se da cuenta que su mamá lo está esperando para regañarlo, las miró – estoy haciendo lo correcto? – y no necesitó respuesta, sus miradas le dijeron que si.
Se encontró frente a la puerta, dónde estaba metida la mujer que amó toda su vida, desde antes que Julieta se diera cuenta que Micaela existía, porque si, fue Julieta quien tomó la iniciativa, pero no la que primero amó, Micaela siempre salía de clases para verla, le encantaba esa inocencia, que fuera tan callada y tan sumisa, le encantaba su temperamento cuando algo le molestaba y la manera tan simple de resolver todas las situaciones, bajó su cabeza preguntándole al cielo, seguramente queriendo escuchar una respuesta de Dios, al porque pasaba todo esto, con que fin, y propósito. ¿Para qué?
Golpeó, sólo una vez, queriendo devolverse y sintiendo como sus manos estaban sudándole
-Mariana, ya te dije que no quiero hablar más – le contestó Julieta, desde la habitación, ignorando la presencia de Micaela
Golpeó de nuevo, asegurándose a sí misma que si Julieta seguía sin abrir, se iría.
-Vamos! ¿No pueden dejarme tranquila? – casi que gritó, ofuscada, intranquila, con una tristeza que la estaba consumiendo, pensando en lo hablado con su prima, sintiendo como todo, se iba aclarando, sabiendo que, no fue una decisión correcta haberse marchado, y pensar ingenuamente que se había enamorado de nuevo de un hombre, pensando en que no podía devolver el tiempo y quizás, sólo quizás, ese día en su casa, Micaela no la había engañado, porque pensándolo bien, y con su cabeza fría por fin, Micaela no sería capaz de meter en su casa a alguien más para faltarle el respeto a su relación, claro que no, sus lágrimas bajaron, y la realidad de verse frente al espejo hecha prácticamente una mamá, le verificaba que ya nada había por hacer.
Micaela, dio el último golpe, uno suavecito, como si cumpliera con tocar pero con el fin realmente de que Julieta no lo escuchara para poderse marchar y hablar un día dónde no sintiera tangas ganas de llorar, donde al menos, se sintiera más fuerte, con capacidad de mirarla a los ojos y decirle que todo estaba olvidado, si, eso quería, se dio la vuelta, y como si todo estuviera en su contra, escuchó la puerta abrirse.
Sus miradas, esas miradas que siempre lo dijeron absolutamente todo, esas miradas cómplices, esas miradas expresivas que sólo ellas dos podían comprenderse, se encontraron.
No hubo más por hacer, Micaela no fue capaz de seguir adelante con su plan de marcharse, porque a comparación de Julieta, le gustaba tomar el riesgo y esperar a ver que pasaba, la abrazó, la apretó fuerte, sintiendo como el bebé se movía, y de una a otra manera, las alejaba un poco. Julieta se aferró a sus brazos, y vomitó en lágrimas y sollozos sus disculpas, su vergüenza, y no por estar en embarazo, pues a pesar de que fuera de otro hombre, estaba orgullosa de ser mamá, pero sentía pena porque la viera así, sólo porque ese bebé no era de ella.
Los minutos pasaron, y las dos de pie, tomando fuerzas para lo siguiente que venía, que quien carajos iba a saber que sería lo próximo que iba a pasar, pero estaban tomando fuerzas, para lo que fuera, llenándose la una de la otra por ese año y más, de tiempo que no se vieron, que no se hablaron, que se extrañaron cada noche, incluso la noche en la que Julieta se acostó con Federico, incluso las noches, las tres o cuatro noches, las cinco pero no más de seis noches en las que Micaela sabía que en brazos de otra no iba a lograr nada, pero aún así, con tragos en la cabeza y con ganas de sentir algo diferente a una noche solitaria y sin Julieta a su lado, besó otros labios y tocó otro cuerpo.
Las lágrimas cesaron, por los dos lados, aunque más por el lado de Julieta, probablemente por estar sensible en su estado materno, probablemente por sentirse culpable y arrepentida, pero cesaron. Micaela tocó el rostro de Julieta, limpió sus lágrimas y quiso gritarle enojada porque la abandonó, es que realmente no tenía sentido, se sentía golpeada y ahora que podía verla mejor, se sintió pisoteada, pero por ella misma, porque su dignidad estaba por el suelo, pero se dio cuenta que no era su dignidad, simplemente se dio la oportunidad de dejar su orgullo, ese que siempre fue un anónimo en cuestión de tratarse de Julieta y abrirse para seguir a su corazón. – No más – susurró, aclarando su garganta, sintiéndose realmente cansada de llorar – no llores más
Pero fue caso perdido, Julieta la abrazó de nuevo, con todas sus fuerzas, como una niña cuando va a la guardería de primera vez y se aferra a su madre pensando que no la volverá a ver, abrió sus ojos y vio a su mamá a dos pasos. Eso la obligó a calmarse, a cambiar su posición, esperó unos segundos para saber como actuar, pero que iba a actuar, si ya había demostrado que no era capaz de hacerle la fuerte si se traba de esa mujer que la hizo trasnochar todas y cada una de las noches que no la tuvo a su lado.
-Micaela – Expresó, sorprendiéndola – hacia mucho tiempo que no te veía – concluyó seriamente, con su voz de mujer mayor, mirándolas a ambas, preocupándose por la visión que se le presentaba ahora, lograron conmoverla, en realidad cuando las vio de ese modo, en ese abrazo, con las lágrimas, escuchando el llanto sobre todo de su hija, la conmovieron, pero ese no era precisamente su problema – a que debemos el honor de tu visita…
-Doña Clara – saludó, Una Micaela nueva, componiéndose, inhalando para esconder esa agüita molesta que sale de las fosas nasales cada vez que llora por demás, dejó sus lagrimas a un lado, para cambiar su mirada por la misma que tenía siempre cuando tenía que dejar escondida su ternura y paciencia, y sacar a relucir su prepotencia y orgullo – como ve, saludando a su hija. – manifestó, con su frente en alto, con su voz casi que compuesta, no iba a darle el gusto de rebajarse ante esa señora, es que sintió por dentro que por primera vez en su vida quería golpear a una mujer, señora del carajo – pensó – mientras relucía de nuevo su particular sonrisita de burla.