Mater amantisima (2)

Se la he metido a mi madre, pero me acaba de regresar de un viaje y me he dado cuenta de que me regresa follada, muy follada.

Mater Amantísima-II.

Como ya conocen por mi anterior relato, se la acabo de meter a mi madre y le he cogido tanta afición que follamos cada día, pero acaba de regresar de un viaje y me he dado cuenta de que me regresa follada, muy follada.

Desde el mismo día que se la metí a mi madre llegué al convencimiento de que en los asuntos del follar hay diversas clases. Si descontamos a los privilegiados que en lugar de sexo encuentran amor, para los demás mortales existe la clase turista, esa que sales a la calle a buscar la mejor oferta y te ofrecen un polvo, todo incluido, con un servicio razonable. Después viene la Bussines class, aquella en la que deseas a la compañera de trabajo y que un día consigues tirártela. Es más placentera pero cuesta más, porque tienes que seguir cumpliendo. A la Bussines class le sigue la Premier class que es cuando consigues tirarte a la mujer de tu jefe o de tu socio, o bien a la vecina de enfrente. Mucho morbo pero lleva implícito un plus de peligrosidad que no todo el mundo puede darse el capricho de pagarlo. Y finalmente señores, finalmente esta la clase Gourmet, para auténticos sibaritas, sólo para los elegidos. No es follar, es morbo en estado puro, no es meterla, es metérsela a tu madre, algo que sólo pueden apreciar quienes lo hayan experimentado, porque después todo te parece sucedáneos.

De modo que con esos antecedentes quizás puedan entender mi desolación cuando llegué al aeropuerto de Madrid Barajas a recoger a mi madre que regresaba de un viaje de cinco días a San Sebastián para visitar a sus padres y, nada más darle el beso de bienvenida, me di cuenta que algo había sucedido durante su viaje.

Llegaba poco centrada, dispersa, contestaba a casi todo lo que le preguntaba con monosílabos y, además, nada más sentarnos en el coche y meterle mano entre las piernas, me di cuenta que medio se sonrojaba, de modo que opté por esperar y ver. Pensé que atosigarla con preguntas sólo conduciría a que se encerrase en sus desasosiegos y no sacase nada en claro.

Y acerté, porque al poco rato comenzó a ronronear en el asiento, a acariciarse el cuerpo, a llevarse los dedos a los labios y ya, descaradamente, se paseaba sus manos y sus dedos por sus bragas, ligeramente abierta de piernas y musitando palabras inconexas, hasta que soltó una frase clara, alta y contundente:

-Me la han metido-

-¿Qué?, ¿qué te han hecho?, ¿quién te la ha metido?- le pregunté sobresaltado por la confidencia, aunque ella no estaba para respuestas complejas y volvió a repetir con voz seductora:

-Me la han metido-

Quizás si ustedes conocen Madrid, sabrán que desde el Aeropuerto de Barajas hasta la zona de La Moraleja, que es donde vivo con mi madre, apenas hay 20 minutos de trayecto, pero créanme si les digo que no menos de una treintena de veces mi madre musitó el mismo estribillo: me la han metido, me la han metido, me la han metido, así hasta llegar al aparcamiento de nuestra mansión que, sin esperar a que se bajase del coche me encaramé encima de ella y se la metí, aunque la muy ladina no se me corrió, se ve que ya se había corrido antes, cuando se la metieron.

Ya, bien follada y más tranquila, le subí las maletas hasta el dormitorio, le di un beso de despedida y me marché a trabajar. Esa noche teníamos una cena de compromiso, de modo que al volver a verla al cabo de las horas ardía en deseos de que me contara cómo y quién se la había metido, pero no lo hice, aguanté mi curiosidad, aguanté la velada y regresamos a casa hablando de las particularidades de la fiesta, pero nada de nada del viaje, ni claro, de quién se la había metido, una auténtica conspiración de silencio acerca de ese tema.

Pero el silencio no apaciguó mis ansias de conocer detalles, de conocer quién se la habían metido, de saber cómo se la habían metido para llegar tan relajaba que no precisó durante días volver a correrse para continuar satisfecha. Empecé a darle vueltas de cómo resolver ese dilema, porque estaba seguro que atosigarla a preguntas seria contraproducente y ahí empecé a tramar un plan que me llegó a entusiasmar y a ponerme a cien, tanto, que los siguientes días la follaba por las mañanas y por las noches, tal era mi calentura y mis ansias de conocer.

Pensé que la única manera que tenía de saber cómo se la habían metido era llevarla yo mismo a que se la metieran y ver a mi madre follar con otro. La idea me llegó a fascinar de tal manera que llegué a contratar los servicios de una agencia especializada para que me averiguasen un lugar en Madrid donde poder follar con desconocidos.

-Exactamente qué es lo que usted desea- me preguntó el investigador un tanto extrañado por tan peculiar consulta, y exactamente se lo dije:

-Deseo asistir a un local con mi pareja para que me la follen en mi presencia-

Y atendieron mi petición. Era un lugar frecuentado por sudamericanos en el Barrio de Prosperidad, pero me advirtieron:

-En ese lugar va a encontrar lo que usted desea, pero le advertimos que debe estar usted muy seguro de lo que desea, porque una vez haya penetrado en el local, será muy peligroso volverse atrás y evitar que se la follen-

Y si de algo estaba seguro en ese momento es que quería que alguien se follara a mi madre en mi presencia, de modo que acudí un día laborable entre las diez y las once de la noche, el día y la hora recomendada por mis investigadores y de verdad que el local y el ambiente, de entrada, prometía lo que de él se esperaba.

El local esta ubicado en una tranquila y discreta calle del tranquilo y discreto barrio de Prosperidad de Madrid, un barrio donde abunda una incipiente y bien acomodada clase trabajadora sudamericana. El local por dentro es muy amplio, quizás era un antiguo taller de coches, lleno de recovecos, de mesas en oscuros rincones, de desvencijados divanes en apartados escondrijos, un lugar excelente para que algún negrata se folle delante de tus narices a tu pareja. Se lo recomiendo a quien lo sepa disfrutar, escríbanme y con gusto les enviaré la dirección.

Pues en esas andaba, cuando un camarero que oficia en el local tanto de acomodador como de recepcionista nos propone instalarnos en el más apartado diván, del más oscuro rincón del local. Ya instalados nos sirven unos cubatas, en vasos largos, con mucho hielo y con compañía, pero no estaba yo por aceptar lo primero que surgiese, quería ver, comparar y quedarme con lo más mollar, que por cierto no era otro que un macizo mulato que no apartaba su vista del culo de mi madre.

La invitó a bailar y ya en la pista, descaradamente, le metía mano a todo lo que encontraba a mano, lo mismo le daba sobarla el culo, que las tetas que, insolentemente, restregarle la polla por su entrepierna, pero mi madre no estaba para exhibicionismos y enseguida regresó a mi guarida acompañada claro del mulato tocón. Allí, en mis brazos y al resguardo de miradas indiscretas la cosa ya cambió, el mulato ya no la sobaba, ya directamente le metió mano a las bragas y antes de que me pudiese dar cuenta de lo que estaba sucediendo, tenía las bragas de mi madre dentro del vaso de mi cubata.

Yo hice cuanto pude, que no fue otra cosa que proteger a mi madre entre mis brazos mientras el mulato se bajaba los pantalones y se sacaba de no sé donde una polla de una colosal envergadura. Mi madre se abandonó entre mis brazos y se abrió ligeramente de piernas para no dar demasiadas facilidades, pero inútil, todo fue inútil, porque el mulato se la estaba metiendo hasta la empuñadura.

Y allí, desde ese momento, comenzó la más fascinante aventura que un hijo pueda desearle a su madre. El mulato aparte de macizo era hablador, muy hablador y enseguida le estaba recitando al oído de mi madre poesía en estado puro, cosas como "trágatela toda putona", "te la voy a estar metiendo hasta la madrugada", "te voy a llenar el chocho de polla", y, contrariamente a lo que sucedía cuando yo se la metía que ninguno de los dos abría la boca, ella respondía de lo más creativa: "métemela mariconazo", "métemela, que se entere mi hijo como se folla a una tía", "métemela y lléname el chocho de polla", "no quiero que me la restregues, quiero que me la claves hasta los huevos", "no quiero que me lo chupes, quiero sentir latir la polla dentro de mi chocho".

Yo mientras tanto recibía en mi cuerpo los envites del mulato y de mi madre. Los envites del mulato me sacudían el cuerpo, los de mi madre me sacudían el decoro, se la estuvo follando más de media hora, ambos se corrieron como posesos, como energúmenos, como hechizados. Yo no daba crédito a lo que estaba sucediendo, me parecía imposible que se pudiese follar con tanta pasión, con tanta fogosidad, pero allí estaban mi madre y aquel mulato, follando y enseñándome a follar.

Al rato el mulato desapareció y enseguida se dejó caer por el diván el camarero para ver si queríamos algo más. Yo le dije que no, pero mi madre le pidió una botella de champán. A mi ya no me quedaba capacidad de asombro, de modo que me deje llevar.

Yo creí que aquello ya no daba más de si, pero a decirles verdad, aquello aún no había empezado, porque al dejarnos el camarero la botella de champán y las copas llenas, mi madre se tumbó en el diván y vació su copa en su chocho. Yo la miraba abobado, pero abobado llevaba desde que entré en el local.

-Ahora te vas a subir encima y me vas a follar hasta reventarme- me dice mi madre encelada, salida, casi con furia. Yo la miré casi sin dar crédito a lo que estaba escuchando, pero me subí encima de ella, se la metí en su chocho lleno de champán francés y de leche sudamericana, y la empecé a cabalgar como nunca lo había hecho, como nunca creí que se podría hacer, como jamás pensé que se la iba a meter.

Ella jadeaba como nunca jadeó anteriormente, ella me animaba a que me la tirase sin contemplaciones, me decía que quería correrse, que con el mulato sólo fingió para esperarme, que quería llenar su chocho con mi polla, que quería encima de ella un macho, no un hijo contemplativo, que quería disfrutar las salvajadas que estábamos haciendo, que se la metiese, que se la metiese, que se la metiese

y se la metí, se la metí, se la metí, la follé sin contemplaciones, con rabia, con furia, como un loco, como un poseso, como un salvaje, y allí estuvimos mas de una hora follando, follando, follando, y nos corrimos, nos corrimos, nos corrimos.

Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com