Mátame suavemente
El cristal del espejo se estaba disolviendo, deshaciéndose entre las manos de Alicia, como si fuera una bruma plateada.
“El cristal del espejo se estaba disolviendo, deshaciéndose entre las manos de Alicia, como si fuera una bruma plateada.”
Lewis Carroll. Al otro lado del espejo.
Mátame suavemente
Las luces de la tarde salpicaban de estrellas el rostro de Alicia, a ella y su mirada perdida en el pendular de un colgante de cristal; era una escena común por esos días. Se lo habían regalado hacía mucho y un mal día lo colgó en la ventana de la sala para siempre.
Alicia ladeó la cabeza, apoyándola en una mano, y allí quedó por varios minutos; podía ser cansancio, y sí, en realidad lo era, pero de otro tipo: estaba hastiada de su vida, de ella, llevaba tanto tiempo cargando la misma careta, construyéndola, dándole forma, que el esfuerzo de pensar en ser algo distinto era imposible de imaginar. Se le veía casi inerte, solo el movimiento de sus ojos era perceptible, incluso su respiración aparentaba estar detenida. Parecía enfocar algo fuera de este mundo, aunque también podía estar concentrada en seguir la geometría de las luces en las paredes.
Así era ella, insondable, aparentemente la calma era su constante. Sin embargo, ella creía que al descansar de las infinitas cosas en las que ocupaba su mente, algo se perdería, una parte vital de sí misma, pero muy antigua, tanto, que ni siquiera recordaba.
—Tendré que ir a Puerto esta semana —habló Renato, su esposo, con la intención de romper algo más que el silencio.
—¿
Qué cosa? —preguntó Alicia, volviendo al mundo
y encontrándose de golpe con una expresión de tedio mal disimulada. En su mente pasaron cientos de ideas, como la de salir corriendo de ahí, o hacer como que no había entendido e inventar algo para irse, pero su rostro tenía algo distinto, le quedó mirando intentando encontrar el porqué seguían juntos.
Renato era un tipo que aparentaba ser muy caballeroso y tranquilo, sabía expresarse sin ser un erudito ni confundirse con uno, podría decirse que tenía buena pinta, de estatura justa para sobrepasar la de Alicia, su rostro casi infantil de mejillas sonrosadas no era la mezcla que enloqueciera a una mujer como ella, más aún cuando sus maneras eran algo pacatas; apenas si recordaba la última vez que intentó conquistarla, en la universidad quizás, cuando se conocieron; él la hacía sentir como si tuviera que agradecerle por estar con ella, actitudes que desmoronarían la autoestima de cualquiera, menos a ella. Alicia no estaba con él porque le quisiera, sino porque le acomodaba su indiferencia, su falta de compromiso emocional, no necesitaba amarlo para estar con él y evidentemente él tampoco a ella. Sin embargo su descaro estaba arañando el amor propio, haciendo complejo el tolerarlo por más tiempo.
—Tengo que ir a una charla este fin de semana —continuó él—. No sé por qué no me avisan con más tiempo, tuve que rogar por un pasaje y tendré que partir de madrugada mañana—subía cada vez más el tono de su voz.
—Entonces le avisaré a tu mamá que no iremos a verla este finde.
—No, no, no le digas si ya le avisé, ¡pff! Ni imaginas cómo me gritaba por teléfono —interrumpió nervioso–, ¡estaba como loca!
—No me lo puedo imaginar –respondió Alicia asqueada de lo que veía venir—. ¿Qué tal si te acompaño? ¿Te complica? –preguntó intentando encontrarse con la mirada de Renato. Por dentro, Alicia solo quería curiosear cuál sería su siguiente excusa.
»Aunque pensándolo bien, tengo un montón de informes que revisar, ¡un alto así de grande! –gesticuló con las manos para exagerar y aprovechando para desviar la vista hacia el bolso del trabajo medio vacío.
Él no miró el bolso, ni a ella, solo se volteó diciendo mientras cerraba la puerta que iría a comprar unas cosas para el viaje.
—Sola otra vez
—
murmuró pensando qué hacer. Recordó la invitación de Inés y las chicas para el viernes—. No es malo hacer algo distinto a veces
—
se decía mientras caminaba hacia su habitación pensando en la cara que pondrían cuando les dijera que sí iría.
»¡Ahhh, la cmtmtita! —gritó ahogadamente al golpearse el pie con el notebook. “Es extraño que esté ahí tirado”, pensó mientras se sobaba el pie aún dolorido. Definitivamente él lo había tomado y con el asunto del “viaje” se olvidó hasta de cerrar su sesión, tenía ventanas de conversación abiertas y, ¡sorpresa!, unas diez o más pestañas de porno. Con una rápida ojeada entendió algo que tomaba forma hace un tiempo en su cabeza, pero no quería aceptar; todos los rostros tenían una extraña mezcla de inocencia y lasciva
“No es posible que no sienta nada”, pensó. Quizás un poco de pudor, un dolor en el ego, eso sí. ¿Pero celos?, no sentía eso, ¿era malo que no los sintiera? Estaba comenzando hundirse en esa premisa cuando su ego gritó más fuerte. ¿Y ella? ¿Por qué a ella no la necesitaba así? Cientos de recuerdos se agolparon en su mente intentando identificar el momento que se convirtió en esa mujer que ahora no le gustaba a nadie. Pensó amargadamente, elevando la mirada y topándose con su reflejo en el espejo; ahí estaba, una chica de rostro angelical, pintado de caprichosas pecas alrededor de su nariz, detalles que contrastaban con la firmeza de su mirada y su gélida palidez. Alicia nunca le tomó asunto a la belleza, a la propia, de hecho, más que no importarle, luchaba por no ser vista de “esa manera”.
A su pesar, se halló observando inquisitivamente, como buscando algo, un ardor, una chispa. Se irguió frente al espejo y desnudó; no recordaba haberse visto así antes, repasaba su contorno, sus defectos, sus colores o la falta de ellos, pero no buscaba eso, solo era una cáscara que no inspiraba deseos ni transmitía lujuria. Lo pensó con amargura una y otra vez al ver su rostro, inmutable, sin rastros de lágrimas si quiera. “Es verdad que no puedo sentir”, oyó salir de su boca al tiempo que recordaba haberlo escuchado antes. Estaba confundida, no era eso. “No, ¡no!”, pensaba. Ella sí quería sentir.
—¡No siento nada !
—
recalcó en voz alta, queriendo decir lo contrario, pero su inconsciente le convenció de lo opuesto. Cerró el computador y se hundió en las sábanas, tratando de espantar el frío de la tela que la hacía más miserable—.Yo…no siento… –repitió.
En la cama, Alicia pensaba en todas las decisiones que la llevaron a sentirse otra vez así, una sensación que aún no le ponía nombre, reconoció el desapego a la vida que ella misma se había esforzado en construir. Buscaba una salida, algo que le ayudara a sacar esta sensación que se repetía durante días y semanas. Casi sin darse cuenta, sus momentos reflexivos se hacían más y más largos y en cualquier instante, así es como se encontró más de una vez hipnotizada mirando el colgante de la ventana; se lo había regalado su padre y a su madre no le había parecido bueno regalar algo tan caro a una niña. Lo había olvidado hasta hacía unos días, cuando pensaba en lo extraña de su memoria, recuerdos inconexos, vacios demasiado grandes para una chica de veintiséis años.
Haciendo un esfuerzo por recordar, podía ver a su madre asentir a todo lo que su padre le indicaba, luego de la discusión en torno al colgante, notó cómo la mirada de ella terminó en sus atentos ojos.
Si existiera una conexión tangible entre madres e hijos, en ese momento se vería rota; su madre nunca le volvió a mirar como antes.
Con los ojos cerrados, intentó trazar un camino que le ayudara a salir del punto al que había llegado, se encontró de golpe con otra sensación, una rabia tan antigua como ignorada; comenzó como una pequeña vibración, entre los huesos de su pecho. Su pulso aumentó, el latir de su corazón era tan fuerte que punzaba en el cuello, sus ojos, las sienes… dolían en todos los sentidos imaginables; cuando salió del trance, tuvo que despegar las mandíbulas y secar sus lágrimas. Se decepcionó: el descontrol no lo toleraba.
Despertó con el sonido de la puerta cerrándose y del coche saliendo. Le dolía la cabeza y tenía los ojos hinchados pese a que no había llorado. Encontró una nota en la cama, decía algo sobre una disculpa por no despedirse. No le prestó mucha atención. Se vistió y partió al trabajo.
Esa mañana en la oficina no podía concentrarse, divagaba demasiado tiempo, a esas alturas se encontraba en los límites de su memoria consciente. Intentó enfocarse en la salida con Inés, su amiga del trabajo, pero no logró mucho, volvió a su escritorio pensando en una sola frase: “Algo distinto”, murmuró con la mirada perdida en el computador. Abrió un archivo que tenía olvidado hacía unas semanas: era un manuscrito de un tipo que conoció en internet.
“¡Por internet!”, se decía. Era una de esas cosas que jamás imaginó que haría. La historia del cómo llegó a esa situación era muy trillada si lo pensaba; se imaginó varias veces contándoselo a Inés, pero creyó que parecería una estúpida pese a que ella la entendería, y sobre todo porque no quería ponerse en esa situación y menos explicar el cómo llegó a ella; pese a las muchas razones que le decían estaba mal, decidió caer no sólo en la incertidumbre que este hombre le provocaba; había algo genuino en él aunque aún no sabía qué.
Para ella, los hombres eran o peligrosos, o no lo eran. Este, claramente no era del segundo tipo; según ella, David, que así le dijo se llamaba, mostraba evidentes signos de alguna patología psiquiátrica a kilómetros, sin embargo, había algo en él que reconocía como propio. Al leerse, ambos, fuera de todo, eran dos rarezas reconociendo lugares que una tenía olvidada y el otro se esforzaba por justificar.
.–.–.–.–.–.–.–.–.
“La chica creyó que moriría de placer al correrse en la boca de su hermano”, leía Alicia, extrañada.
Había leído unos cuantos relatos de David, casi todos aludían al lo “filial”, sin embargo, nunca le había tomado demasiada atención a las escenas de incesto, prefería pasarlas por alto, no solo porque le chocaban, sino por lo extremadamente descriptivas. La última vez que se escribieron , tuvo el mal tino de comentárselo, logrando que se molestara, diciéndole que ella era incapaz de sentir:
“¡No tienes sangre en las venas!”.
Estaba claro que su intención no sólo era la de discutir sus relatos, él quería algo más con Alicia, pero ella no era así. Esa fue su última conversación y de eso ya hacía casi un mes.
Al releerlos esta vez, sin pasar por alto las perversiones , como les decía, se detuvo en una parte que ni siquiera había visto antes. Alicia nunca quiso saber de sexo tal cual, en el fondo era una romántica, leía historias de amor un poco subidas de tono, nada más, salvo el día que fue a parar quién sabe cómo en un relato de David. Ella se había detenido en una parte donde lo verdaderamente molesto era que la protagonista caía en los engaños de su hermano mayor, convencida, y no por esta suerte de control mental con la fantasean tantos y tantos, era simple aprovechamiento. En ese momento no sabía qué era, pero sentía rabia, demasiada rabia.
Tras leer la última frase, algo en su interior se encendió; no era morbo, en ella no cabía esa posibilidad, la de excitarse con algo así; era una sensación distinta, un descubrimiento, un recuerdo disparado desde el fondo de su alma. Su expresión de espanto absoluta cambió entonces por la de interés de un tipo especial. Estaba frenética, abrió la página de internet que siempre leía y buscó relatos de otros autores. Ninguno, casi ninguno escribía de la manera en que David lo hacía.
“
¿Cómo no me di cuenta antes?”, se preguntaba mientras tomaba su cabeza intentando evitar que las ideas salieran de ella. En sus relatos, los personajes eran realistas, sin embargo las descripciones lo eran aún más, las que no eran precisamente sobre el color de la luz en los tejados; eran sobre aquello que jamás se atrevió a decir en voz alta: miradas, sentimientos encontrados, frases y argumentos que solo se conocen cuando se ha pasado por eso, pero con la diferencia diametral, en que eran del lado opuesto al que ella creía conocer. Estaba ahí escrito en todos sus relatos. ¿Cómo podía escribir sobre lo que sentía el personaje de manera tal que se le hacía tan horriblemente conocido? “No es explicable tan solo por sus habilidades de escritor. Esto es algo más que eso”, pensaba al tiempo que su corazón latía tan fuerte que ardía en sus mejillas.
—Eso es
—
dijo en voz alta.
Necesitaba hablarle, casi sin pensar le envió un correo con una frase escueta.
“David,
llámame
n°: xxxxxxx”.
A los dos minutos sonó el celular de Alicia, que del susto dejó caer al suelo, saltando la batería bajo el escritorio. Renegaba de sí misma mientras lo recogía a cuatro patas, lo armó con toda la torpeza del mundo, apretó el encendido y aguantó la respiración hasta que por fin reaccionó; buscó la última llamada perdida y ahí estaba. Iba a marcar pero la vibración y los inicios de su tono la interrumpieron, si no fuera por lo bien sujeto que tenía el aparato, se le caería de nuevo.
—¿Alóoo?–Contestó ella, conteniendo la exaltación.
—¿Alicia? –respondió una voz profunda—. Soy David, ¿eres tú?
—Sí, sí, soy yo. Hola, ¿cómo estás? Recién se me acabó la batería —mintió para salir del paso—. ¿Eras tú el que llamó? —continuó más calmada.
Hubo unos segundos de silencio, suficientes para tensar los ánimos.
—Pensé que no me ibas a escribir de nuevo— titubeó al decirlo—. Quería pedirte una disculpa pero, no sabía si me responderías, yo… –Se traslució un poco de nerviosismo, pese a que su voz destilaba seguridad.
—Está bien, quería hablarte por otra cosa, no sé cómo empezar –dijo suspirando sonoramente.
—¿Estás bien?, ¿pasó algo?— preguntó él con preocupación.
—No, no es eso, es que necesitaba hablar contigo, no podía esperar a ver si me responderías o no por mail, la última vez fui muy dura, no me había percatado. Ahmmm, siento mucho si te hice sentir mal, es que no... —respondió dejando una pausa innecesaria que acusaba estar complicada con la situación.
—No digas eso, Alicia, el que la metió hasta el fondo fui yo, asumí cosas que no debía, no te compliques. Yo debería estar disculpándose, quise escribirte pero… Bueno, dijiste que no era por eso, dime, que ahora me tienes con una curiosidad de muerte –le indicó David graciosamente, distendiendo un poco los ánimos.
—¿Podría escribirte? —preguntó Alicia, retractándose inmediatamente—. ¡Que tonta!, ya estamos hablando ¿no? Disculpa, pensarás que soy medio tonta pero tenía la intención de preguntarte tantas cosas o una sola, no sé… Yo, no, nunca había hecho algo así.
—Podríamos escribirnos de nuevo —le interrumpió con tono casi paternalista pero conciliador
—, s
i se te hace más fácil. Y no, no eres tonta, no digas eso de nuevo. Pero sería más fácil hablarnos, así no confundimos las ideas, ni las intenciones, ¿no crees?
Esa pregunta fue maliciosa, Alicia sabía que la estaba presionando, pero al pensarlo, ella misma generó esa situación, además no tenía por qué negarlo, le parecía interesante su manera de acercarse para lo que fuera. Luego vería qué pasaba.
—Sí —soltó escuetamente Alicia.
—¿Sí?, entonces desde ahora en adelante sólo nos hablaremos por aquí, por Skype, en persona, en donde sea jajá —se le escapó a David.
—Sí, a que no soy tonta –rio Alicia, interrumpiendo la euforia y un poco para bajarle los humos—. No es que no confíe en ti, por eso es que te di mi número para empezar. Pasa que no me gusta perder el control, me disculpo si te ofendí.
—Estooo OK, OK, jajá no te preocupes —rió correspondiéndole—, es que como me habías dicho que eras de acá, pensé que quizás algún día podríamos juntarnos, no pensarás que intento aprovecharme de ti, ¿o sí?— arremetió él, poniendo en jaque el discurso de confianza de Alicia.
—Está bien, me convenciste, jajá —respondió intentando simular seguridad —, ¿qué tal si nos juntamos un día en un lugar… público?— preguntó, repletando la frase, condicionando la situación e intentando aplacar el miedo que nacía en su estómago.
—Podría ser hoy, sí, hoy tengo tiempo —interrumpió David–. ¿Prefieres en mi cas...
—En el café de las gringas —se adelantó ella, dándose cuenta que había caído tontamente, pero lo asumió—. Como a las siete, luego tengo un compromiso, así que sería solo un momento
—
aguardó en silencio mientras se daba cuenta del descontrol al que había llegado y de las torpezas que decía intentando recuperarlo.
—Perfecto
—
dijo él con tono de suficiencia—. Nos vemos a las siete entonces.
—Bien, nos vemos entonces
—
y colgó.
Inspiró lo más hondo que pudo y soltó sonoramente para intentar recuperar la calma. Alicia había hecho algo que ella nunca, ni en mil años, pensó que haría. Curiosamente, todos esos momentos se estaban relacionando con David. Allí quedó, con muchas horas por delante para ver qué y cómo le diría.
.–.–.–.–.–.–.–.–.
Eran las siete con cinco minutos. Iba tarde, estuvo tan distraída luego de la llamada que no recordó hasta último momento unos informes que debía entregar; apenas le quedó tiempo para arreglarse un poco.
Corría a todo lo que sus tacos le permitían, pero al acercarse al Café enlenteció sus pasos, no quería ser vista así. Miró desde la entrada a las mesas, y ahí estaba, sabía que era él pese a que su foto no era de las mejores para estas ocasiones. Mientras se acercaba, pudo corroborar su primera impresión, el definirlo como animal de acecho, solo con estar ahí. Dejaba claro que era un hombre seguro de sus efectos en los demás.
Pese a estar sentado, se notaba que era más alto que ella, sin caer en los extremos; la mandíbula angulada enmarcaba un rostro sin rasgos de niñez, con líneas en el entrecejo que hacían más profunda su mirada, su tez morena contrastaba con el blanco inmaculado de su camisa, la que se marcaba en torno a sus hombros y brazos para finalizar empuñándose pulcramente alrededor de unas manos grandes, que acusaban de hacer algo más que revisar papeles, sin embargo esto último, tal como él le había dicho, parecía efectivamente un abogado, un cuidado, atlético, moreno y varonil abogado. Es posible que la primera impresión sea cosa de actitud, si era así, él tenía toda la actitud. Pensando en eso, se encaminó hacia la mesa con un nudo en el estómago, como quien da sus últimos pasos hacia el cadalso.
David levantó su mirada fija en unos papeles hacia los ojos de ella. El primer contacto de sus miradas transcurrió en cámara lenta, fueron segundos que parecieron minutos, hasta que uno de los dos salió del embobamiento y pronunció el nombre del otro.
La conversación fluyó naturalmente pese a los infinitos miedos de Alicia, conversaron por horas sobre cosas que nada tenían que ver con las intenciones iniciales de cada cual, era como si supieran quiénes eran y en igualdad de condiciones no tuvieran que demostrar nada, solo estar ahí porque ese era el lugar en que el debían estar. Hasta que él desvió el tema radicalmente.
—Estoy intrigado, Alicia
—
dejó su vaso sobre la mesa—, he intentado averiguar la urgencia de hablar conmigo. No malinterpretes, estoy más que feliz con esto, no lo hubiera esperado de ti, por mail parecías muy distinta, sin embargo yo…
—Déjalo ahí
—
interrumpió ella—. Estaba muy nerviosa y luego me dejé llevar, cosa rara en mí. Es que no sé cómo decirlo, así que lo haré rápido. David, sé que tus relatos como los de todos son fantasías, no son realidad, pero tú… ¿tú viviste eso, cierto? —preguntó mirándolo a los ojos de la manera más dulce que se puede.
Él se enderezó, la expresión de su rostro cambió a la de decepción; volvió a acercarse y le preguntó clavando sus ojos firmemente en los de ella:
—¿Cómo lo sabes?
Alicia, intentando sostener su mirada, vio vergüenza. No era lo que esperaba, tenía la impresión que se defendería, que haría algo en contra de ella, que le diría que no era de su incumbencia, pero no fue así, podía ver arrepentimiento, en ese hombre seguro de sí mismo veía cosas que jamás vio en ningún hombre, no en uno culpable como pensaba ella.
—Yo, yo no sé por qué lo sé, sólo sé que es así –decía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas —he recordado cosas de niña, a veces, vienen como sueños, pesadillas —se tomó la cara entre las manos, no estaba preparada para recibir la verdad que buscaba, su verdad.
Él la tomó de las manos y abrazó por un tiempo demasiado largo como para calmarla pero al final se acostumbró.
Estaban en eso, cuando el sonido de una guitarra los interrumpió, esa era noche de música en vivo. Una mujer tomó asiento en una butaca en el medio de un escenario improvisado e inició cantando Killing me softly . Ambos sonrieron por la ironía del momento.
David se levantó y la llevó de la mano.
—Vamos a mi casa —le ordenó suavemente, casi como si se lo pidiera pero con autoridad.
Ella dudó unos momentos, esperó a sentir algo como culpabilidad. Y nada. Miró la hora en su reloj, ya había pasado el momento de partir donde Inés y las chicas. Así que tomó su chaqueta y le siguió.
.–.–.–.–.–.–.–.–.
Si hace un rato Alicia sentía que caminaba hacia la horca, al pasar el umbral de la casa de David sintió como si cayera al infierno de Dante.
Le vio descalzarse y tenderle una copa de vino. No la rechazó. “Qué más da, ya he llegado hasta aquí, no me voy a hacer la santurrona ahora”, pensaba mientras sentía que él se acercaba demasiado a ella, tomándola rápido de la cintura, arrinconándola contra la pared.
—
Eres una rareza, Alicia del Otro lado del espejo
—
le susurró al oído
—,
bajando por el cuello, torturándola con su aliento cálido sobre la piel —¿La conoces no?
—¿La segunda parte de Carroll?
—
preguntó mirándolo a los ojos, viendo su satisfacción en ellos. Antecediendo lo que iba a pasar,
en
fracciones
de
segundos pensó
en
su esposo Renato
y en lo
que
se
metía,
y en
ese mismo espacio tiempo
lo
mandó
al
carajo
, a
él
,
sus miedos
, a
todo
,
tomó
el
vino
de un
sorbo
y le
besó
.
Fue un beso visceral, desordenado, algo arrebatado, ansioso por llegar hasta el fondo y más allá, hasta que fue necesario respirar, aunque fuera el aire del otro, tocando algo del otro.
No hablaban: gruñían, jadeaban, peleaban por tomar posesión de lo que tenían delante; cayendo sobre el sofá. Alicia, incrédula de lo que hacía, se dejó llevar. Hacía unos minutos aún pensaba, se preguntaba quién era, qué pasaría si perdía el control, por qué este extraño la volvía vulnerable y fuerte a la vez, ¿y qué creía recordar? Algo se quebró para siempre en ese instante, en el que las cosas que le importaban dejaron de hacerlo y en donde la memoria de antaño se desvaneció.
Entregada a lo que sentía por primera vez sin sentirse juzgada, enredó sus dedos tras la nuca para evitar que se alejara de ella y saboreó lentamente la sal de su cuello, regocijándose al escuchar cómo la bestia que tenía sobre ella enloquecía a la vez que enlentecía el paseo de su lengua sobre la piel; sintiendo como nunca antes, se empoderó del placer que le daba la opresión de David en el bajo vientre y se restregó contra él, bajando una mano para apretarlo por sobre el pantalón, haciendo que emergieran sonidos guturales desde su garganta, los que al escucharlos, la hicieron arder desde sus entrañas en oleadas de calor que viajaban por todo su cuerpo.
Alicia nunca se había excitado de esa manera, ahora entendía el placer. A duras penas le soltó y bajó el pantalón con lo demás pateando, mientras él le remangaba su falda, hasta alcanzar la tanga y romperla mientras le dedicaba una mirada de lujuria y malicia que no entendió. Se levantó de improviso, dejándola ahí boqueando, suplicante, para luego verlo con un condón puesto a mitad de camino. Alicia se abalanzó sobre David haciendo que resbalara en su interior, sin dejar nada fuera, intentaba de repetir esa sensación cayendo una y otra vez sobre él. No lo había hecho así antes, sólo se remitía a quedar debajo casi sin moverse, esto era un universo completamente distinto. Él la tomó de sus caderas dibujando una figura sobre su pelvis que la terminó por enloquecer, balbuceaba cosas sin sentido mientras algo que no sabía que existía, comenzó a gestarse en su interior, extendiéndose como una aplanadora por todas las células de su cuerpo, haciendo que su ritmo aumentara aún más afectando explosivamente a David lo que a ella le hizo destaparse la cabeza encendiendo miles de millones de estrellas en el firmamento.
Y lloró desgarradoramente.
—
Yo, yo nunca había sentido, yo…
—
no terminó la frase.
—
Tranquila, es normal, cuando me corrí la primera vez lloré una semana
–
dijo con tono gracioso.
—
Es en serio
—
respondió Alicia más calmada, pero aun suspirando
—.
Nunca pensé que era así, ahora entiendo por qué se vuelven locos por esto
—
Ensombreció su mirada.
—
Ey, ¿qué pasa?, ¿quieres habl…?
—
No
—
le interrumpió Alicia con un beso
—
, quiero que me abraces ahora
—.
No quería hablar ahora de eso, sabía que su memoria tendía a asociar cosas que a la larga le hacían daño y no quería contaminar este momento con eso.
Sonó el teléfono de Alicia. Lo miró y vio que era Renato; no contestó. Sonó varias veces más hasta que David lo tomó en señal de contestarlo, pero se contuvo esperando a que Alicia le dijera algo.
—
Que se joda
—
espetó ella
—,
le he soportado tres infidelidades y quién sabe cuántas más. El muy estúpido nunca intentó hacerme sentir así, era formal muy formal
—
le decía
—,
y le gusta que su esposa también lo sea. Mañana mismo saco sus cosas de mi departamento
—
fue tajante al decirlo, pero su rostro se llenó de risa al ver el nerviosismo en David
—
. No, no. No creas que busco novio ahora ja ja. Esto es lo que sea que tenga que ser, si termina ahora da igual, aunque podría terminar en un rato más, ¿no crees?
—
terminó de decir al tiempo que se lanzó sobre él.
David la giró fuerte y la puso a cuatro patas, apretó sus caderas y las estrujó al punto de sacar quejidos de dolor a Alicia; pero no paró, al intentar erguirse la nalgueó fuerte, petrificándola por cortos segundos, hasta que retomó sus caricias, alternadas con pequeñas palmaditas cuando intentaba voltearse a mirarlo.
Alicia gozaba, con todo, estaba comenzando a enterarse lo que el placer era capaz de generar en ella y de sentir incluso más allá de eso. Sensaciones contradictorias aparecieron en sus deseos y en su alma, pese a la locura que sentía y que apenas entendía, no quería que la trataran así, necesitaba un límite y él la estaba presionando por alcanzarlos, estaba convencida de hacer algo, de parar la tortura a la que la estaba sometiendo, sin embargo sus movimientos y respiración se adelantaron y alertaron la atención de David.
Inició con nuevas caricias para ella. Desvió sus dedos abajo, más abajo, rozó apenas su labios, haciendo que Alicia contuviera la respiración, cosquilleó su entrada mojando la yema de sus dedos y los llevó hasta su pepita.
—
Ahhh —se le escapó, no había emitido sonido alguno en todo este tiempo, y sin darse cuenta rogó calladamente por ser invadida. David, enloquecido, se adentró como si la vida se le fuera en ello, sonidos entrecortados se acompasaban de los gemidos que de su acompañante.
Ella con la mirada ida sintió cómo le escupía el culo y refregaba en la entrada. Se asustó, quiso arrancar pero él no la dejó, se acercó desde atrás, le besó la nuca y succionó el lóbulo de la oreja haciendo que instintivamente le devolviera la cola; dibujó círculos en su entrada trasera, presionando un poco más fuerte cada vez, volvió adelante para empapar en el interior de Alicia toda la extensión de su falo y retomar otra vez por detrás. Cuando el deseo de ella superó el miedo al dolor, no había más que hacer, ya estaba dentro, un poco, otro poco; ella no gritaba, daba alaridos, pero lo peor no fue eso, si no que en el momento justo en que la atravesó y dio el grito más fuerte de su vida. David acercó el celular a su cara para que al otro lado de la línea Renato escuchara bien claro lo que hacía.
—¡
Grita, gritaaa! —le decía mientras le tiraba del pelo y la taladraba.
—¡
Ahhh, ahhhh! —Al cabo de un rato ya no dolía, así que gemía a todo pulmón, excitada, aún más sabiendo que su marido le escuchaba del otro lado. Hasta que se corrió escandalosamente, sin tocarse en lo más mínimo, siendo sodomizada por el más cruel y amable de los hombres que jamás conociera antes ni después.
.–.–.–.–.–.–.–.–.
David, sobre la espalda de Alicia, le acariciaba, intentando secar infructuosamente su cuerpo, le besó allí donde antes puso su mano y le volvía a pasar la punta sus dedos dibujando figuras; parecía disculparse por lo ocurrido, al menos así lo entendió ella. Alicia no había dicho nada, solo se había desplomado emitiendo sonidos en todo el espectro auditivo.
—No sabía que por ahí fuese así
—
salió de su boca en un tono algo ronco, luego de largos minutos de silencio absoluto—, que se sintiera tan bien— continuó para calmar la ansiedad de David por saber cómo estaba.
—Entonces, ¿te gustó?, pensé que me ibas a mandar a la mierda después de…
—¿Que si me gustó? No, para nada –dijo entre risas—. Pero si vuelves a hacerme sufrir así, encontraré la manera de devolvértelo, ¿sí? –interpeló seriamente, mientras se volteaba. Al mirarlo a los ojos, adivinó su intención de besarla, pero lo detuvo.
Alicia estaba comenzando a encontrar una idea sobre quién quería ser y no cedería un solo milímetro en esa tarea.
—Me gusta tu mirada, eres una mujer distinta a la de antes
—
decía con seriedad mientras acariciaba su cabello despejando la cara de Alicia para besarla, calmando la furia en los ojos de ella—. En mi defensa, está el que no entré nada ahí eh, apenas… Ja ja— reía sin parar.
—¡Eres un sinvergüenza!, dolió como si fuera un fuera un brazo –pero no rió tanto al ver la mirada de David ante su idea—. No, no, no, y no. No es cierto o ¿sí?, –continuó un poco asustada de las cosas que se le ocurrían.
—Claro que no, antes tengo que... Ven aquí.
Esa noche Alicia aprendió muchas cosas más de las que David pudiera mostrarle. Conoció el placer y cortó de raíz con todo lo que no le permitía sentir, ni amar.
La madrugada aparentaba ser silenciosa, Alicia terminaba de vestirse en la sala, estaba a punto de irse cuando una voz desde el fondo del pasillo la detuvo.
—No vas a despedirte –le reclamó mostrando graciosamente el bulto que tenía bajo el bóxer.
—¿No querrás darme desayuno también? —le contestó devolviéndose sobre sus pasos hasta llegar a él—. No quería despertarte, además tengo que irme, tengo una vida que armar allá afuera.
—De no saber qué hacer ni sentir, a armar una vida es un largo trecho ¿no crees? —decía mientras abrazaba sus caderas. Pero nos volveremos a ver alguna vez, ¿cierto? –Apretó su pelvis contra la de ella.
—Quizás, es muy probable —le respondió besándole enérgicamente, hasta que él la soltó.
No miró atrás, tenía mucho por hacer y David la alocaba demasiado como para dejarse tentar, aunque fuera por un momento.
Otra vez en su casa, se dio un baño largo como pocos. Se maquilló, nunca lo hacía pero esa vez lo hizo sin prejuicios, se miró al espejo y sonrió al verse, chispeante, nueva y guapa.
Tomó asiento con un café al lado de la mesita de la sala, mirando por primera vez las luces de la luminaria en las paredes dispersa por el colgante, ya no divaga en sus recuerdos, no se martirizaba con culpas ajenas, solo se maravilló con lo hermoso de ese momento.
Afuera empezaba a amanecer, pero como siempre, aquella parte del mundo en otoño hacía tanto frío como en invierno, sin embargo Alicia no lo sentía; incluso veía los primeros rayos del sol con más color que ningún día de verano, hasta sentía su calor y se vio sonriendo por eso. Estaba enérgica, dispuesta a descubrir y a decidir por ella misma.
—Esto es tan bueno
—
se dijo tomando un sorbo de café—. ¿Qué será “esto”? ¿Felicidad? –preguntó extrañada, no recordaba haberlo dicho antes en voz alta, pero le gustó.
Alicia sabía que lo que sentía, era producto de lo de esa noche y algo más. Desconocía completamente quién era, las culpas de antaño habían desaparecido y emergieron emociones que le costaba manejar, sin embargo así como la culpa se fue, la rabia también lo hizo, lo que antes sentía no era por sus padres, sino que por ella misma, por la responsabilidad que se achacaba. Siempre creyó lo que había visto en la mirada de su madre, creía que tenía razón, que de alguna manera todo se había estropeado por su causa; no era así, fueron ellos, fue él. Pero no importaba. Ya no debía rogar por su perdón, ellos debían disculparse. “¿Disculparse?”, no sería ella la que les daría eso.
En las horas siguientes Alicia organizó su día sin pensar en absolutamente nadie más que en ella, estaba siendo egoísta y lo sabía, sin embargo, había perdido demasiado tiempo en ser y contentar a quien no quería. Quedó de acuerdo con Inés; para la tarde quitó el colgante de la ventana, lo guardó en su bolsillo y salió sin arreglar nada de la casa, algo poco común en ella, en la de antes.
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Al volver a casa, Renato ya había llegado de su viaje, había pasado por la peluquería antes de terminar unos asuntos para hacer un pequeño cambio, sin embargo su marido vio mucho más que eso, la miró sin convencerse de lo que veía.
—¡Te teñiste de rojo!, pero si hasta tú misma decías que eso era de mal gusto —Fue lo primero que dijo al verla, sin embargo a ella le causó gracia su desconcierto.
—Así que lo notaste, me veo guapa así ¿no? –Su mirada se adentró en la desesperación que traslucían los ojos de su marido—. Y el vestido, ¿no te parece bonito?, es de lana de alpaca
—
le mostró levantándolo de una pierna para mostrar el inicio de una liga. Divertida, viendo cómo las pepitas de los ojos de Renato se movían nerviosas entre las piernas y su cara. Decidió terminar con la tortura de momento y comentó que saldría en un rato más.
—¡Ahh!, vas a salir, ¿con Inés? Yo sabía que ella te llevaría por el mal…
—Renato, cariño
—
le interrumpió condescendiente
—.
Sí, saldré a tomar un café o dos, no te preocupes, llevo el auto. Te traje algo para comer, está en la bolsa. Imaginé que te gustaría, es comida china, como siempre tienes boletas del restaurant ese –Intentó aguantar su risa todo lo que pudo, pero cuando vio la mandíbula desencajada de Renato no pudo y tuvo que voltearse.
Ella sabía hacía mucho tiempo que él llevaba a sus “amiguitas” a ese lugar, era sabido por todos que los amantes de la ciudad se citaban allí, típico de los lugares alejados y con mala iluminación.
—Pero yo no, yo no… –titubeó, probablemente intentaba desmentir lo evidente, pero al encontrarse con la mirada de Alicia, de una alegría maliciosa, continuó—. Iba a decir que estás distinta, pero para bien, je je –sonrió nervioso ante su intento de cambiar el tema
—.
Te ves contenta hoy, creo que el fin de semana te ha hecho bien.
—Sí, fue eso, el fin de semana, me ha hecho perfecto
—
Dicho esto, se fue, dejándolo con su indignación y el terror de haber sido descubierto.
Una vez sentada en su auto, que hacía meses no lo conducía, se sintió complacida al no sentir miedo. Ahora desde un punto lejano de la que solía ser, pudo reconocer que el miedo era lo único que podía sentir antes. Un miedo incomprensible a todo lo que desconocía, a ella misma, inconscientemente Alicia intuía que la de antes no era realmente ella y se temía por lo mismo, por no saber quién era.
Con rumbo a la playa, a casa de Inés, prendió la radio y la dejó tocando algo que no podía reconocer de quién era, pero movía su cabeza asintiendo rítmicamente, puesto que si entendía muy bien inglés:
To be yourself is all that you can do ...eeah.
Cuando terminó la canción, con el nombre aún en la punta de la lengua escuchó al locutor: Eso fue “Be yourself” de Chris Cornell- Audioslave. Y rio al darse cuenta que David era exactamente igual a ese tipo, hasta en la voz. Reía sola recordando lo de la noche anterior y fue con esa misma sonrisa con la que Inés se encontró cuando abrió la puerta de su casa.
—¡Holaaa! —Inés
alargó su saludo al ver esta nueva Alicia—. Maldita, tienes que contarme todo, parece que te hubieran dado toda la noche.
—Jaja, ¿solo parece? –respondió Alicia decidida a contarle todo a su amiga. Sentía que se lo debía y además tenía que decírselo a alguien.
La conversación, alternaba los “Nooooo, ¡no te creooo!”, por un “Mmm, te odio” y risas por horas. Alicia adoraba a Inés, eran amigas desde la universidad, eran tan distintas como el hielo y el fuego, pero extrañamente su amistad era profunda, aunque no lo demostrara antes. Alicia tenía la impresión que Inés sabía muchas más cosas de ella e incluso sabía lo mucho que le quería pese a no habérselo dicho jamás.
—Tienes que presentármelo –bromeó Inés.
— Si quieres, no hay problema. Ja ja, quizás hasta haríamos un lindo trío
—
bromeo Alicia, no tan entusiasmada.
—¡Tonta!, no, tonta no, que no lo eres, sé que el imbécil de Renato te decía siempre así “Mi tontita”, qué idiota. Pero no nos desviemos. Cariño, este es tu momento, no el mío, si él es el hombre de tu vida o no, tienes que averiguarlo tú sola, yo no quiero ser tu piedra de tope en nada y menos en esto. No tienes idea de cuánta alegría me da el verte así, completamente distinta, contenta y decidida.
—¿Y Renato, que vas a hacer con él?
—Puso
cara de haber olvidado algo importante.
—Estaba pensando en eso, quería terminar inmediatamente con esto, pero le dejé en casa torturándose, ya mañana hablo con él.
Inés se levantó y sacó una botella de vino que tenía reservada para una ocasión importante.
—Saca unas copas de ahí que la noche es aún joven.
Bebían, mientras Inés le contaba historias de la adolescencia. Alicia reía como nunca en su vida, cuando terminaba una sesión de carcajadas empezaba otra y así.
En la madrugada, en un diván junto a la ventana, estaban las dos, Alicia acariciaba los cabellos ensortijados de su amiga que dormía a su lado y a la vez, miraba cómo los vientos de abril embravecían el mar sacándole ruidos que la hipnotizaron, sin darse cuenta inició el tarareo de una melodía replicando la nostalgia que le hacía sentir y que luego fue transformándose en una canción que conocía, hasta hacerla salir de sus labios:
Strumming My Pain With His Fingers,
Singing My Life With His Words,
He Sang As If He Knew Me
In All My Dark Despair...
Se levantó y tapó con un chal encaminándose hacia la playa.
El sonido era ensordecedor, pero Alicia se dirigió directo hasta él. Las olas, oscuras por la arena, eran enormes y aún más si se comparaba con la figura delgada de Alicia.
—¡Yo sientooooooooooooooooooooo! –Sollozó sacando el colgante de su bolsillo—. ¡Yo siento!, ¿sabías? Me lo quitaste todo, mis sueños, mis deseos, mi niñez –gritó a todo pulmón al tiempo que caía de rodillas y tiraba el regalo de su padre al agua
—.
Pero no me rompiste, no lo hiciste. Ahora siento, ahora estoy viva y no tengo miedo.
—
Puedo sentir, puedo amar y me amo, tal cual soy –siguió diciendo con tono más calmado–. No soy mala, nuca lo fui, yo estoy bien. Tú estuviste mal por permitir lo que pasó, tú. Tú –se irguió secando sus lágrimas, dando paso a una expresión de verdadera paz interior.
—Mujer, ¿pero te has vuelto loca? ¿Estás bien? –Apareció Inés, tomándola por su espalda
—Ahora sí. Estoy bien –Sonrió Alicia, con mirada nueva y eterna como la felicidad.
FIN
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