Matacrisis 9, parte 2: las hermanas Abadía Vergas

El psicólogo mantiene la lucha entre su profesionalidad y su subconsciente mientras planea el tratamiento de Soraya con ayuda de la otra hermana de la familia Abadía Vergas.

Este relato viene de:

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final…

CAPITULO 9.2. SERGIO: de vueltas con las hermanas Abadía Vergas.

9.2. Primera parte: las bragas regresan a la consulta.

El jueves comenzó para Sergio con la noticia de que su mujer no iría a la consulta hasta media tarde porque le habían cancelado un par de compromisos salvo con Inmaculada y uno de los chicos procedentes del Internado, así que aprovechó para salir un cuarto de hora antes con una extraña sensación en el estómago.

En realidad no era tan extraña. Sabía qué era. La bestia oscura que se escondía en su subconsciente rondaba suelta y se iba aproximando.

Su parte consciente, la más profesional y que con más intensidad se oponía a la expresión pública de esos deseos morbosos que se escondían en su interior, lucharía para recortar el poder que estaba ganando esa bestia sedienta de lujuria.

Pero también sabía que se estaba rindiendo. Cada vez le costaba más refrenar sus impulsos. Y una buena parte de él deseaba caer, dejarse llevar.

En todo esto pensaba cuando entraba en su despacho. Hasta que dentro vio a Soraya.

Estaba de espaldas a la puerta, con su castaño cabello recogido en una coleta que caía por su esbelta y brillante espalda. Desnuda de cintura para arriba, se estaba agachando para bajarse la falda cuando entró.

Se giró al escucharle entrar, cubriéndose con un brazo los pechos en un acto reflejo.

  • Sigue, sigue… no te interrumpas por mi.

  • Sí –respondió ella, colocando ambas manos en el borde de su falda larga para bajársela mientras exponía sus perfectos senos a la vista del psicólogo.

Cuando la prenda fue a parar al suelo, Sergio observó con una sonrisa traviesa que la chica llevaba puestas unas bragas que le sonaban bastante.

  • ¿Y eso? –preguntó como si nada, señalando la prenda íntima.

  • Las bragas de mi herma… –contestó ella con sinceridad.

Sergio avanzó un paso con rapidez y atizó una fuerte torta con la mano en el pómulo de la chica, haciéndola caer al perder el equilibrio.

  • ¿Acaso no te dije el otro día que hasta nuestra próxima sesión no tenías permiso para llevar ni bragas ni sujetadores o similares? –la gritó, agachándose.

  • Sí… sí… Don Sergio –respondió ella desde el suelo.

  • ¿Y qué es lo que llevas puesto?.

  • Unas bragas… Señor.

  • ¿Y te dije yo que podías llevarlas?.

  • No… perdón, Señor… es que… -comenzó a explicarse, hasta que el psicólogo la agarró de la coleta y estiró sus cabellos para obligarla a estirar el cuello y mirarle a la cara mientras él la gritaba, soltando gotas de saliva sobre su cara.

  • ¿Qué?. ¿Por qué has decidido retroceder en la terapia?. ¡Responde!.

  • Me dijo que trajera unas bragas de mi hermana…

  • ¿Dije que te las pusieras?.

  • No… no, Señor… -en ese momento, Sergio volvió a darle una torta mientras la soltaba el cabello y la dejaba caer al suelo, desde donde ella se rindió nuevamente-. Lo siento, Don Sergio, le interpreté mal… lo siento…

  • Está bien –respondió él, fingiendo calmarse de espaldas a la chica-. Ahora quítatelas y me las das para que las guarde hasta nuestra sesión.

Esperó unos instantes de espaldas como si la cosa no fuese con él, hasta que la joven puso en sus manos las bragas que tanto uso llevaban en esas veinticuatro horas.

Hizo el gesto de sentir algo extraño al tacto y las olisqueó brevemente. El olor dulzón aún emanaba de la prenda. Eran sin duda las mismas que había llevado Almudena, la hermana menor de Soraya, el día anterior. Y eran las mismas sobre las que había depositado su semilla. Se giró lentamente mientras la hembra que estaba en su despacho se ponía el apretado uniforme.

  • ¿Qué es esto? –dijo en voz alta, extendiendo las bragas ante si.

  • Las bragas de mi hermana, Señor –contestó, sorprendida.

  • ¿Y con quién las has estado usando?.

  • ¿Qué? –inquirió, completamente despistada.

  • Están mojadas y no es precisamente con leche de vaca, ¿crees que me chupo el dedo?. ¿Has estado teniendo sexo otra vez? –le lanzaba el psicólogo, agitando las bragas ante su cara.

  • No… no, Señor… se lo aseguro… yo no… eran las que dejó ayer mi hermana para lavar cuando se fue a duchar al llegar a casa y me las guardé para traerlas… yo no… -y entonces, lentamente, fue surgiendo la idea en la cabeza de Soraya-. Mi hermana. Son de ella. Ella habrá…

  • ¿Con qué echando las culpas a tu hermana?. ¿Tanto la odias por lo que te sucedió que ahora intentas hacer creer que se comporta como tú para vengaste y que también termine en un Internado? –sugirió en voz alta, mostrando la línea argumental que surgía de las más oscuras zonas de su mente.

  • No, no Señor –dijo ella, ruborizándose a la vez que escandalizándose un poco-. No la odio, pero le aseguro que…

  • Vete a trabajar –la ordenó-, y piensa en lo que ha pasado estos días. Luego lo hablaremos en nuestra consulta.

  • Sí, de acuerdo, Señor.

Nada más salir Soraya por la puerta, el psicólogo cogió su teléfono móvil y mandó un mensaje mientras una extraña excitación le recorría.

Recibió la respuesta al cabo de un par de minutos.

Todo iba de acuerdo con lo planeado.

9.2. Segunda parte: la segunda sesión de Soraya.

A la hora acordada, Soraya regresó al despacho dispuesta para su segunda sesión.

  • Bien, el otro día estuvimos hablando de lo básico. Hoy profundizaremos en tu llegada al Internado, ¿de acuerdo? –presentó Sergio la idea profesional central de la sesión.

  • De acuerdo, Don Sergio –respondió mecánicamente la chica, comenzando a tumbarse en el diván.

  • ¿No pensarás tumbarte así, verdad?.

  • ¿Cómo? –preguntó ella, sin entender.

  • En cuanto comienza la sesión eres mi paciente, no una empleada. Pero cuando termine volverás a ser una subordinada y algo básico es la conservación del material de trabajo, ¿comprendes lo que quiero decir? –pronunció en voz alta la gran idea surgida de esa parte oscura de su subconsciente, que gritó de alegría cuando Soraya se levantó y se desvistió ante sus ojos.

Cuando se quedó desnuda, hizo el amago de cubrirse sus partes con las manos, pero Sergio chasqueó la lengua e inmediatamente abandonó todo pudor para tumbarse en el diván. La erección del psicólogo no se hizo esperar.

  • Recuerda que durante la sesión debes estar completamente abierta para mí, debo poder entrar hasta tus más escondidos rincones, porque mi labor es ayudarte a eliminar todo lo malo que escondes y hacer de ti una mujer completamente restaurada, ¿entiendes? –comentó y la chica asintió con la cabeza-. Soy tu Conciencia y debes desnudar tu alma, tus pensamientos... en fin, todo, ante mi. No debe haber ningún tipo de secretos. Nada debe ser vedado ante mí durante las sesiones, ¿lo comprendes, verdad? –Soraya volvió a asentir-. Te he preguntado si lo aceptas… sin ningún tipo de reservas.

  • Sí –contestó al fin-. Lo acepto, Señor… Don Sergio.

Estuvo unos segundos admirando la perfecta belleza del cuerpo femenino, mientras una vocecilla interior le sugería mil maneras de poseerla allí mismo en ese preciso instante. A la vez que sus ojos no dejaban de perseguir los contornos de las curvas de la chica, de observar sus pechos en hipnótico movimiento por la respiración y de hacer que su polla se impacientara al posarse en la visión del triángulo del sexo de Soraya, otra voz le recordaba que tenía que contenerse y mantenerse en el plan trazado. También a ratos había una tercera voz en discordia. La voz más racional, que le recordaba que esa situación era una locura y que debía ponerle freno inmediatamente. Esta tercera voz cada vez estaba más lejos… pero incluso entonces se escuchaba.

  • Empezaremos hablando de lo que pasó antes –comenzó la sesión oficialmente-. Tenemos en primer lugar que viniste con unas bragas puestas, ¿es correcto? –preguntó, cortando la respuesta que había comenzado a aflorar a los labios de la esbelta hembra.

  • Sí, pero…

  • Sin peros. Te pedí algo muy sencillo y no lo cumpliste. Me obligas a castigarte, como es la misión de toda Conciencia para, en este caso, progresar en tu recuperación. ¿Lo entiendes, verdad?.

  • Sí, sí Señor. Lo entiendo, Señor.

  • Date la vuelta, por favor.

Sin rechistar, Soraya se puso boca abajo, exponiendo su juvenil trasero a los codiciosos ojos dela Bestiaque habitaba en el interior del psicólogo. Extendió sus brazos sin mediar palabra y colocó sus muñecas juntas, como si esperase que se las atase. También separó ligeramente las piernas, lo justo para que se adivinase las delicadas formas de su expuesto sexo.

La respiración de Sergio se aceleró mientras contemplaba el hermoso cuerpo. Cuando sus ojos se detuvieron en las marcas que tenía en la piel la chica, su particular Bestia tomó el control.

Quitándose el cinturón de los pantalones, lo usó para atar entre sí las manos de Soraya y fijarlas al armario que había junto al diván.

Completamente poseído, usó las bragas de Almudena para tapar la boca de la chica, que aceptó metérselas en la boca sin problema. El pensar en que estaría babeando en esas bragas empapadas con su eyaculación del día anterior lo excitó aún más y eso le enfadó.

Sin dudarlo ni un segundo más, comenzó a golpear en ambos glúteos de la chica con toda la fuerza de sus manos.

Cuando su mente recuperó el control, tenía las palmas de sus propias manos ardiendo. El culo de la chica estaba al rojo vivo y su respiración era acelerada, mientras el sudor la resbalaba.

También Sergio sudaba, alterado por las sensaciones que sentía y el tumulto interior que vivía.

Cuando su mirada se posó en el pecho de la joven, apretado contra el diván, estuvo a punto de sacar su pene y follarla en ese mismo instante.

Fue un momento fugaz, porque su lucha interior regresó a un punto de estancamiento que lo hizo recobrar en parte un control cada vez más difícil.

Desde su silla, junto a la cabeza de la chica, extendió la mano para extraer las mojadas bragas de la boca de la chica. Pero no fue capaz de recuperar el cinturón, algo se lo impedía.

  • Bien, es bueno que estés dispuesta al lógico castigo por tus pasos atrás en la terapia. Pero ahora tendremos que darlos hacia delante, ¿te parece que sigamos?.

  • Sí… Don… Sergio… -respondió entrecortadamente, con la respiración agitada.

  • Estaba intentado descubrir las razones que te han llevado a venir con las bragas de tu hermana puestas y porqué estaban llenas de semen. Es muy importante. Es fundamental para la terapia, pues podría ser el primer paso para restaurar tu familia. Aún no lo entiendes, pero te es suficiente con saber que el control lo llevaré yo, ¿entendido?.

  • Sí… sí… Señor.

  • Ahora quiero la verdad. Cuéntamelo todo. Cómo obtuviste la braga, qué hiciste con ella hasta llegar aquí. Todo… y sin mentirme.

  • Cuando llegó ayer mi hermana, me vino a ver para decirme que se iba a duchar. Me pareció raro, pero como llevaba toda la ropa en brazos y se veían las bragas justo encima… y cómo usted me dijo que trajese unas bragas usadas de mi hermana, las cogí del cesto de la ropa sucia cuando entró a ducharse.

  • ¿A qué llamas raro?.

  • Pues… no me preguntó si tenía ropa sucia para llevarla también a lavar… y no sé… tampoco hablamos demasiado desde que regresé, me extrañó. Además, cuando las tomé del cesto, sentí que estaban algo húmedas al tacto. Pero como me había dicho que trajese unas bragas usa…

  • Y las notaste húmedas y ni se te ocurrió ver por qué.

  • No, no lo pensé, Señor… -dijo, ruborizándose.

  • Ya veo. O sea, que tu hermana posiblemente estaba queriendo hacerte alguna confidencia, restablecer en parte los lazos familiares, y tú no aceptaste el reto…

  • Yo… yo…

  • ¡No me interrumpas! –dijo en un tono elevado Sergio, mientras le daba en la cabeza con la libreta de notas que llevaba en una mano-. Está claro que tu hermana estaba lanzando algún tipo de llamada de contacto y tú la ignoraste. Eso no es avanzar en la terapia, ¿no te parece?. En fin, sigue. Conozcamos el resto de hechos.

  • Pues… pues… luego me las puse y ya sabe el resto, vine aquí y… y…

  • Ya –la interrumpió el balbuceo-. ¿Es toda la verdad?. ¿No has hecho absolutamente nada con esas bragas?. ¿No has mantenido relaciones sexuales de ningún tipo llevándolas?. No me mientas, porque sería mentirte a ti misma, puesto que yo soy tu Conciencia ahora.

  • Sí, sí Señor… no hice nada más… bueno… me masturbé anoche –se sinceró, ruborizándose de nuevo-. Lo siento, Señor. Lo necesitaba… es que… es un cambio tan brusco la salida del Internado que, que…

  • No pasa nada por esta vez –respondió en tono paternal el psicólogo-. Para eso estás aquí, para volver a tu vida anterior. ¿Es todo, absolutamente todo?.

  • Sí, sí, todo.

  • Entonces aseguras que los restos de semen no tienen nada que ver contigo.

  • Eso es, Señor.

  • Por tanto habría que deducir que son de tu hermana, ¿cierto?.

  • Supongo, sí.

  • ¿Y no sería posible que esa fuera la razón por la que tu hermana intentase entablar una conversación contigo?. ¿Una confidencia, quizás?.

  • Supongo, Señor –contestó ella, pensativa.

  • Y tú la ignoraste –sintió un perverso placer al ver en el fondo de los ojos de la chica una pizca de remordimiento, acompañada del gesto de morderse el labio-. Quizás una simple confidencia entre hermanas… o puede que una llamada de socorro.

  • ¿Socorro? –inquirió Soraya, alzando la vista.

  • Tú misma lo viviste en el… Internado –y dejó que la idea calase en la mente de la joven-. Pero bueno, por ahora creo que deberías esperar a que ella te lo cuente y… bueno, también podrías ponerte cada día sus bragas usadas del día anterior. Sería una forma de ir reincorporándola en tu vida, ¿te parece? –propuso, intentando aparentar que era una idea casual.

  • Lo haré –y al observar cómo Sergio levantaba sus cejas con expresión interrogante, añadió-. Me pondré cada día las bragas que use mi hermana… Señor.

  • Espléndido, es un buen comienzo para restaurar una relación lo más normal posible con tu hermana pequeña –aplaudió su decisión-. Ahora dejaremos a un lado tu familia y volvamos con el núcleo de la terapia. Tu estancia en el Internado. ¿Estás preparada?.

  • Sí, completamente –respondió ella.

  • Pasemos a tu primer contacto con el Internado. ¿Cómo fue?.

  • Fui con mis padres a hablar con Doña Blanca,la Subdirectoradel Internado, a un piso cerca del Paseo dela Habana.Allíme dijeron que estaría internada y que sólo saldría en las vacaciones de verano. El resto se consideraban privilegios, así que debería ganármelos con mis notas y mi comportamiento. Igual pasaba con el teléfono, así que se quedó con mi teléfono móvil. Explicó también a mis padres que en casos extremos podrían aplicarse castigos físicos. A mi madre no la pareció bien, pero cuando mi padre preguntó y le aseguró Doña Blanca riendo que no se preocupasen que no me fueran a dar más que unos azotes y poco más y sólo en casos muy graves, el caso es que aceptaron. Al fin y al cabo, podrían verme una vez al mes y si me portaba bien y mis notas eran buenas se suponía que les podría llamar cada semana. Eso les dijo.

  • ¿Y luego? –preguntó, un pelín ansioso por llegar a las partes que más estimulaban a su lado más oscuro.

  • Doña Blanca me invitó a tomar un refresco mientras esperábamos el autobús de transporte. Recuerdo que me dormí tras un rato y al despertar tenía los ojos vendados y las manos atadas a unos reposabrazos. Debió de darse cuenta de que la droga que me metió ya no funcionaba porque empezó a hablarme diciéndome que era una norma que las alumnas internadas no supieran dónde estaba exactamente el Internado para evitar las fugas. Cuando pedí que me soltasen, recuerdo que me dio una torta. Me llamó niña malcriada y me dijo que iba a aprender bien modales y cómo dirigirse correctamente al profesorado o empezaría pronto los castigos.

  • Y te callaste.

  • Sí. Estaba aún desorientada y no sabía… el caso es que cuando llegamos me quitaron las vendas y me desataron. Bajé de la monovolumen…

  • ¿No era un autobús? –la interrumpió.

  • No, no… sólo vi el autobús unas pocas veces. Casi siempre usaban monovolumen. Lo conducía un hispano. Un auténtico cabrón, él y los otros dos jardineros. A veces los encargaban castigarnos y si alguien intentaba fugarse eran los cazadores.

  • Te desvías del tema. Sigue. Llegaste y…

  • En la puerta nos recibieron dos alumnas. Una se ocupó de mi equipaje y la otra me acompañó con Doña Blanca al médico. Nos hacían una revisión a todas las que llegábamos, me dijo. Me pidieron que me desnudara delante de todos, el médico, Doña Blanca, el cabrón que me había traído hasta allí y la otra alumna. Me negué y entonces Doña Blanca me volvió a dar una torta en la cara diciéndome que era mi última oportunidad o sería castigada. Volví a negarme y entre los dos hombres empezaron a golpearme y arrancarme la ropa. Me la destrozaron entera y me ataron a la camilla. Primero el médico exploró mi boca y cuando dio el visto bueno me pusieron un aparato metálico que me impedía cerrar la… me metió toda su sucia polla el muy cabrón mientras Doña Blanca me decía que así aprendería a obedecer a la primera. Casi me ahogo mientras ese pedazo bestia me obligaba a tragarme su polla y el médico me manoseaba. Se corrió en mi cara y cuando el médico terminó mi examen, me dijo que tendría que tomarme una pastilla cada día para no correr el riesgo de quedarme preñada porque sabían que me bajaba las bragas con demasiada rapidez. Al final, Doña Blanca ordenó a la otra chica que me comiese el coño para darme la bienvenida y… y… me corrí –añadió, sonrojándose.

  • ¿Algo más de tu llegada al Internado?.

  • Cuando me desataron, Doña Blanca me ordenó que le diese las gracias al doctor por su examen. Me hicieron ponerme de rodillas y comerle la polla a él también. Luego me mandaron a ver al Director, desnuda –Sergio tenía ya entonces su propio pene bien duro, imaginándosela con su boca violada y chorreando semen por toda la cara y el cuerpo desnudo mientras iba por los pasillos del Internado-. Don Rafael me soltó un discurso sobre que mi educación sería muy severa y no tolerarían ninguna falta, y eso incluía castigos físicos como el que me habían aplicado cuando desobedecí una orden expresa durante la revisión médica, pero que si me portaba bien obtendría beneficios. Luego me mandó con mis nuevas compañeras de cuarto para que me lavasen por dentro y por fuera antes de ir a cenar.

  • ¿Por dentro? –preguntó Sergio.

  • Sí. Me lavaron en un barreño con unas esponjas en la habitación y un cubo para la cabeza, porque las duchas comunes sólo se podían usar hasta las seis de la tarde ese día. Luego Sara, que fue la que estaba conmigo al hacer el reconocimiento médico, me aplicó un enema para limpiarme el culo y un producto rosa para la vagi…

  • ¿Qué es eso de “un producto rosa”?.

  • Es que era de ese color, pero ninguna sabíamos qué llevaba. Se lo traían al médico todos los meses en bidones. Nos hacían lavarnos con eso y aplicarnos un enema todas las semanas, a veces más si tenían programados castigos o cuando había visitas… o cuando pasábamos el fin de semana con algún profesor… o simplemente cuando ellos nos lo ordenaban.

  • Entendido, prosigue –indicó el excitado Sergio, que no dudaba que ese tipo de limpieza era para poder sodomizar a las alumnas con regularidad y para reducir al mínimo el riesgo de embarazos con algún tipo de desinfectante o espermicida.

  • Cuando terminó la cena, nos dejaban un par de horas para ver la televisión o hacer deberes, luego nos teníamos que acostar antes de que apagaran las luces –comentó a rasgos generales-. Había noches que a veces el conserje o algún profesor hacían inspecciones sorpresa, para ver si estábamos durmiendo, si usábamos el vestuario permitido o si creían que hubiera algo fuera de lo establecido en la habitación… pero si querían hacerte algo se inventaban lo que fuera, como mi segunda noche allí.

  • Sigue… -la animó Sergio.

  • A la mañana siguiente, ya me advirtió Sara que sólo podía usar tangas entre semana porque si llevaba bragas y hacían una inspección sorpresa en busca de drogas o tabaco lo considerarían una excusa para hacerme un examen de mis… cavidades. La verdad es que ese primer día casi todo me pareció normal, aparte del tener que llevar uniforme y que tuviéramos cronometradas las actividades que podíamos hacer fuera del horario de las clases. Por la noche fue diferente. Debían de pasar un par de horas de la medianoche más o menos, cuando entró el conserje. No sabría decirlo con exactitud, porque cuando me desperté ya llevaba un rato allí y estaba con los pantalones en los tobillos subido encima de la cama de Sara, follándola el culo mientras agarraba con sus manos una fusta que le había puesto atravesada en la boca. Mi primera reacción fue levantarme y gritarle, pero antes de darme cuenta apareció uno de esos jardineros cabrones y me tiró al suelo agarrándome de los tobillos. Cuando recuperé el aliento del golpe, porque me tocaba la litera de arriba de enfrente a la cama de Sara, le tenía sentado encima y me obligaba a comerle la polla mientras me apretaba el cuello con una mano. Casi me atraganto cuando me roció la garganta con su semen. Luego, me obligaron a limpiarle la polla al conserje y a lamerle el culo lleno del esperma a Sara mientras me azotaban el culo con la fusta. Cuando se marcharon, mis dos compañeras de cuarto me contaron que la próxima vez la norma establecida era que tenía que ignorar lo que sucedía, salvo que ordenasen otra cosa o fuese una violación vaginal… entonces… entonces… -se interrumpió, deteniendo momentáneamente el relato.

  • Te recuerdo que cuando estamos en la sesión, yo soy tú Conciencia. ¿Acaso verías normal ocultarle algo a tu Conciencia?.

  • No, Señor… es que… cuando a alguna la violaban por la vagina durante una inspección del cuarto… las demás… el resto… emm… teníamos que mirar y… y… masturbarnos… esa era la norma. Esa noche comprendí del todo que los métodos del Internado eran totalmente salvajes.

  • Y empezó tu leyenda como “Devora vergas” –añadió Sergio en voz alta.

  • Sí –respondió la chica, aprobando involuntariamente la elección de palabras que hizo Sergio.

  • Una última pregunta antes de dar por finalizada la sesión de hoy. Antes me comentaste que has tenido que masturbarte por la gran diferencia que hay entre tu estancia en el Internado y ahora en… digamos que en libertad.

  • Sí, sí Señor.

  • La pregunta es –contaba el psicólogo, mientras liberaba a Soraya para que pudiera ponerse sentada en una posición normal sobre el diván-: ¿crees que podrás aguantar esa ansiedad o podría ir a más?.

  • No lo sabría decir –respondió ella, aún completamente desnuda y con el sexo totalmente a la vista de Sergio, que sufría conteniendo las ganas de liberar su propio pene y guiarlo al interior de la hembra que tenía frente a él-. Quizás sí.

  • Pero no lo sabes.

  • No, no Señor.

  • Me gustaría asegurarte que con estas dos sesiones hemos logrado grandes avances, pero por ahora lo interesante es dar pequeños pasos y afianzar lo obtenido. Y por lo que me has contado hasta ahora, veo poco probable que durante esta primera fase puedas lograr aguantar. Me ofrezco para ayudarte también ahí, a facilitar que te relajes cuando notes una presión excesiva. Pero ten en cuenta que es un gran esfuerzo por mi parte, cuya única finalidad será eliminar el riesgo de recaída por tu parte y facilitar tu reinserción, ¿estás de acuerdo?.

  • Sí, por supuesto, usted es el especialista. Gracias –y se levantó, acercándose a Sergio y apoyándose en uno de los reposabrazos para besarle en la mejilla, mientras le rozaba con sus pechos y hacia chillar de lujuria al erecto miembro del psicólogo.

Cuando se dio la vuelta la joven, Sergio no pudo evitar admirar su sensual contoneo y la irresistible atracción que tenía para él ese palpitante sexo que se adivinaba entre medias.

Antes de darse cuenta, su boca pronunció una nueva frase que surgía de una zona oscura y oculta en su subconsciente que había logrado ascender hasta la punta de su lengua.

  • ¿Estás excitada?.

  • Sí –respondió Soraya, girándose a medias-. Era humillante, pero no puedo evitar esa reacción de mi cuerpo. Es algo que me forzaron a sentir en el Internado y no lo he podido evitar, lo siento.

  • No lo sientas. Soy tú Conciencia, no estoy para juzgarte, estoy para ayudarte. Ven aquí –dijo, mientras como si estuviese en un sueño, bajó su cremallera y sacó su tremendamente endurecido miembro viril-. Debes relajarte. No quisiera que tu cuerpo te haga cometer alguna locura.

Aceptando sin dudar la oferta, como si fuese lo más natural del mundo, Soraya se puso de rodillas entre las piernas del psicólogo. Agarró con una mano la polla que él la ofrecía y con la otra mano se apartó el cabello para lanzarse con avidez sobre la verga.

Haciendo honor a su apodo en el Internado, devoró de un bocado a la primera el pene de Sergio, que desapareció dentro de la boca de Soraya. Con una habilidad propia de la experiencia, le llevó al límite una y otra vez.

El psicólogo creía que la cabeza le estallaría, de las sensaciones extremas que generaba la espectacular mamada. Unas veces ayudada con la mano, pero la mayoría sólo con la boca, Soraya no dejaba de recorrer toda la longitud del erecto pene de Sergio, devorándolo completamente y aplicando unos movimientos con su lengua que costaba creer que fuesen posibles con su instrumento en el interior de la boca de la chica.

Tras unos interminables minutos, Sergio no logró aguantar más y pese a las habilidades de la joven, lanzó sin pudor toda su leche al fondo de la garganta de la hembra. Ella tragaba sin problemas y con la lengua seguía estimulándole para recibir todo su preciado líquido seminal. Al final, los testículos del psicólogo le dolían al haberse vaciado de una forma tan intensa.

Mientras la chica iba sacando su pene lentamente, no dejaba de sorber las últimas gotas y lo iba dejando reluciente según salía entre el apretado cerco de sus labios.

Cuando lo sacó completamente, Soraya besó la punta de su capullo mientras le miraba con una sonrisa satisfecha.

  • Gracias, Don Sergio… ha sido muy relajante… -decía, respirando entrecortadamente y manteniendo una mano en su propio sexo.

Sólo entonces el psicólogo advirtió que la joven había estado masturbándose todo el rato… y aún seguí haciéndolo, demostrando su capacidad para retrasar el orgasmo de una forma que él nunca había visto a ninguna de las mujeres con las que había estado.

Ella miraba alternativamente su pene y la cara de Sergio. Su ansiedad era evidente. Él supo que podría poseerla en ese mismo instante y ella lo aceptaría agradecida.

Pero logró contenerse. Sobre todo gracias a la propia mamada, que le había dejado seco. Eso hizo que pudiera recuperar parte de su autocontrol.

  • Es mi trabajo. Vístete y ve a trabajar –la ordenó. Desilusionada, ella cumplió lo que la indicó y se marchaba ya hacia el escritorio cuando volvió a hablar-. Como ejercicio para hacer en casa, te mando dos cosas. La primera es que intentes no masturbarte ni tener relaciones de ningún tipo. Si sientes deseos, me llamas inmediatamente. La segunda es que vigiles a tu hermana. Si ella quiere hablar contigo, hazlo, porque sería una forma de poder ayudarla si lo necesita y también de recuperar en parte ese lazo familiar. Por otro, observa sus bragas usadas, incluso puedes seguir cogiéndolas y usándolas para venir aquí a trabajar y así podremos valorar qué podría estar sucediendo desde un punto de vista imparcial… el mío. ¿Comprendido?.

  • Sí, Don Sergio –aceptó la joven, antes de salir y cerrar tras de si la puerta.

9.2. Tercera parte: la hermana gimnasta regresa.

Cuando se marchó Soraya, la mujer de Sergio ya no estaba en la clínica.

En parte eso extrañó a Sergio, pero pronto lo olvidó porque le facilitaba el plan que ese lado oscuro de su personalidad había elaborado.

Almudena llegó cinco minutos antes de la hora, nerviosa por lo que iban a hablar… y seguramente por lo que había sucedido el día anterior, pensó Sergio, oscuramente complacido.

  • Pasa y siéntate, por favor –la indicó.

  • Gracias –contestó ella, que esta vez venía algo más arreglada, con una falda que la cubría hasta las rodillas y una camiseta de tirantes que dejaba a la vista el comienzo del canal entre sus pechos.

  • ¿Gracias, qué? –inquirió él en un tono cortante.

  • Señor… gracias, Señor –respondió ella, poniéndose colorada.

  • Lo siento –se disculpó falsamente-. Es que acabo de tener una nueva sesión con tu hermana y he tenido que optar por reproducir un cierto nivel de formalidad. Creo que será lo mejor para la terapia… aunque si no quieres participar a ese nivel, lo comprendería… pero tuve que hacerlo al descubrir que ha venido con las bragas que ayer llevabas.

  • ¿Sí... Señor? –inquirió ella, aceptando inmediatamente esa forma de trato respetuoso que empezaba a gustar al psicólogo y que viniendo de esas jóvenes bellezas incluso podía decir que le excitaba un poco.

  • Sí. Lo he comprobado y ella misma me lo ha confirmado. Incluso me comentó cómo el llevarlas le recordó una de sus primeras noches en el Internado, cuando fue testigo de la violación de su compañera de cuarto… y ella también fue forzada cuando intentó impedirlo pues de alguna forma esa chica la recordaba a ti –añadió de su invención, descubriendo que Almudena lo sentía casi como un golpe físico.

  • ¿Y cómo puedo ayudar, Señor? –preguntó, ansiosa. Al inclinarse hacia delante dejó a la vista un trozo más amplio de su busto. El pene de Sergio palpitó.

  • Lo primero en esta fase sería asegurarnos.

  • ¿Cómo?... perdón… ¿cómo, Señor? –contestó ella, provocando que cada vez el psicólogo se encontrase más a gusto con el picor que empezaba a notar en su entrepierna.

  • Habría que repetir la operación. Si estás dispuesta, claro.

  • Sí… sí… -aceptó ella, tras unos instantes-, por mi hermana lo que sea, Señor.

Se levantó y empezó a mover sus caderas, levantando los brazos para formar unas figuras en el aire mientras giraba en un baile que mezclaba trozos de ballet con un baile menos clásico.

  • ¿Qué haces? –preguntó Sergio, interrumpiéndola.

  • Eeee… -se sonrojó- un strip-tease… para… para…

  • Eso ya lo sé. ¿Pretendes que vuelva a ser yo quien te dé el semen? –preguntó llanamente.

  • Eeee… yo pensé… quiero decir que… yo… yo pensé… -empezó a tartamudear la chica.

  • ¿Acaso no sabes pedirlo?.

  • Esto… sí… esto… ¿me puedes… me puedes dar tú semen? –preguntó ella, cortada. Y al ver que Sergio alzaba una ceja, cambió la forma de pedirlo, logrando que se excitase un punto más-. Por favor, ¿podría darme su semen?.

  • Está bien… -respondió, fingiendo hacerlo a regañadientes y sentándose en el diván tras bajarse los pantalones y sacar a la luz su pene, aún flácido después de la gran cantidad vaciada dentro de la boca de la hermana mayor de Almudena. Sin embargo, por dentro notaba como su excitación iba en aumento y las fábricas de sus testículos estaban a marchas forzadas.

La joven miró con una expresión con un punto de desagrado el descubierto sexo del hombre, pero tragó saliva y volvió a comenzar un baile en el que se contoneaba sin parar.

Un par de minutos después, viendo que no eran suficientes los movimientos sensuales del baile para hacer que el pene del psicólogo creciese lo suficiente, la chica decidió desprenderse de la parte de arriba hasta mostrar sus deliciosos pechos.

Exhibió sus tetas ante la cara de Sergio, que se contenía fingiendo poco interés, cuando en realidad por dentro estaba deseando saltar sobre la chica y poseerla allí mismo. Su pene empezó a recuperarse entonces, pero la reciente y extraordinaria mamada aún dejaban su huella.

La chica malinterpretó la lentitud con que el miembro de Sergio se endurecía con que su cuerpo no le atraía lo suficiente, así que se desprendió también de la falda y las bragas.

Siguió bailando, cubierta apenas por las medias, acercándose más. Frotó su cuerpo contra el de Sergio sin los resultados de la anterior vez y el psicólogo detectó en su cara los signos de preocupación mezclada con la vergüenza de estar mostrándole sus partes más íntimas a un casi completo desconocido.

Cuando ya llevaban varios minutos así, Sergio se llevó en un acto reflejo la mano a su ya medio endurecido pene. Almudena interpretó el gesto de forma incorrecta y detuvo el baile.

Mientras observaba su desnudo cuerpo y sus ojos se detenían en los redondos pezones de la hembra, la mano de Sergio se había quedado detenida sobre su pene.

La joven puso una cara que parecía de resignación y luego tomó una decisión. Plantándose ante el psicólogo, se arrodilló hasta quedarse frente a su pene. Apartando la mano de Sergio, agarró su polla y empezó a masajearla torpemente.

El contacto de su suave mano fue suficiente para reactivar su miembro. En apenas un minuto de torpe masturbación, el pene del psicólogo alcanzó su anterior dureza.

Asombrada por su propio éxito, la chica no podía apartar la mirada de la punta de la polla, hipnotizada mientras seguía el movimiento que reflejaba la acción de sus manos. Sin darse cuenta siquiera, fue incrementando el ritmo y Sergio empezó a tener que controlarse para no agarrar su cabeza y obligarla a meterse dentro su polla.

Pese a lo torpe de las manos de Almudena, la erección llegó a su punto máximo y Sergio tenía problemas para contenerse mientras su mirada se mantenía fija en las tetas de la chica y el delicioso movimiento que tenían.

  • Aaaaaaahhhhh… -gritó cuando, sin poderse controlar, empezó a lanzar su chorro contra los senos de la joven.

Ella se quedó desconcertada, sin saber qué hacer. Con la mano aún sosteniendo la polla de Sergio y mojándose con los líquidos que resbalaban mientras seguía con los ojos fijos de una forma obsesiva en el extremo del miembro de Sergio por dónde había surgido el líquido masculino.

  • Recógelo –susurró.

  • ¿Qué? –preguntó la chica, saliendo del trance.

  • Usa las bragas, recoge todo lo que puedas y límpiate con ellas –la instruyó.

Cuando la chica terminó, volvió a mandarla a su casa, repitiendo las instrucciones del día anterior y con una sensación de triunfo al recordar la cara de la chica mientras recibía la eyaculación en su desnudo cuerpo.

Continuará...

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 9)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  8. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  9. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.

Toda la saga al completo (hasta ahora):

  • Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
  • Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
  • Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
  • Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
  • Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
  • Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
  • Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
  • Quinta parte, la consulta 4: http://www.todorelatos.com/relato/78698/
  • Quinta parte, la consulta 5: http://www.todorelatos.com/relato/79210/
  • Sexta parte, fragmento 1: http://www.todorelatos.com/relato/79750/
  • Sexta parte, fragmento 2: http://www.todorelatos.com/relato/80204/
  • Sexta parte, fragmento 3: http://www.todorelatos.com/relato/80546/
  • Sexta parte, fragmento 4: http://www.todorelatos.com/relato/81373/
  • Séptima parte, mitad 1ª de Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82008/
  • Séptima parte, mitad 2ª con Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82769/
  • Octava parte: http://www.todorelatos.com/relato/83215/
  • Novena parte, primera mitad: http://www.todorelatos.com/relato/84136/

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s .