Matacrisis 8: el trabajo de Soraya.

La familia de unos psicólogos durante la crisis económica va a sufrir unas profundas transformaciones que les llevarán a explorar un mundo oscuro. Soraya regresa a la consulta... esta vez para trabajar de ayudante con Sergio.

Este relato viene de:

  • Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
  • Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
  • Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
  • Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
  • Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
  • Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
  • Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
  • Quinta parte, la consulta 4: http://www.todorelatos.com/relato/78698/
  • Quinta parte, la consulta 5: http://www.todorelatos.com/relato/79210/

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final..

CAPITULO 8. SERGIO: SORAYA, “la secretaria”.

Citó a Soraya ese lunes a última hora, cuando su esposa ya se había ido.

Iba a ser una reunión informal, pues en realidad sería tan sólo una primera toma de contacto con el trabajo que tenía pensado asignarla.

Su lado profesional le advertía a gritos que no era conveniente tener a la chica tan cerca suyo especialmente después de esa primera sesión que tantas sensaciones había despertado en su mente y el castigo físico que había impuesto a la joven de una forma exagerada.

Sin embargo, aquí su lado más oscuro había logrado forzar la situación hasta llegar a un punto que, pese a no satisfacer todas sus perversiones, la ponía más a su alcance. Además, estaba Almudena. Y el plan que había ido tomando forma en su mente necesitaría situar ambas piezas en el tablero.

Era un plan que bailaría en la cuerda floja entre su lado consciente y profesional, y esa parte más oscura y perversa que zarandeaba los barrotes en el fondo de su morboso subconsciente.

Por un lado, la psicoterapia admitía como método de ayuda para el paciente el incorporarle a realizar actividades lo más normalizantes posibles y que favoreciesen su interrelación con otras personas y el medio ambiente social. En el otro extremo tenía el innegable riesgo de que fuese él mismo quien terminase generando una situación de la que le fuese difícil salir si dejaba que su potente subconsciente tomase el control del proceso. Y en un punto intermedio se encontraba la posibilidad existente de que sus sesiones y esta terapia accesoria fuesen vistas como novedosas y le reportasen un beneficio profesional… y publicitario.

Y sin duda, necesitaba eso último. Cada vez menos clientes y cada vez una mayor inestabilidad en su futuro era algo que seguía agobiándole… quizás era incluso la razón de la debilidad con que su prisión consciente trataba a esa oscura parte de su subconsciente que tanto se estaba rebelando últimamente.

Todos estos pensamientos circulaban por su mente en desordenadas ráfagas cuando llegó la chica.

El color azul era su envoltura esta vez. Se cubría con una blusa ajustada de un oscuro tono azulado y mangas cortas, acompañada de una falda del mismo color que la llegaba hasta las rodillas. Completaban su atuendo unos zapatos de un azul tan oscuro que más semejaba negro. Por un instante Sergio sospechó que su lencería… si es que llevaba, sugirió esa oscura vocecilla interior, sería también azul.

-  Hola, Don Sergio –saludó Soraya.

  • Hola –respondió-. Ven.

La acompañó al lugar donde su propia hija se sentaba tras el mostrador de recepción los sábados.

  • Aquí está casi todo lo que necesitas. Tu misión será básicamente ordenar el contenido de estos archivadores, además de contestar al teléfono y anotar lo que te digan o pasarme las llamadas… ¿sabes hacerlo?.

  • Sí, Don Sergio, lo hice para el Director Don Rafael cuando…

  • Alto –la paró-. Creo que ya va siendo hora de que pierdas esa costumbre.

  • ¿Costumbre?.

  • El seguir llamando a esos… personajes del Internado de esa manera tan…. tan respetuosa. No han demostrado merecerlo.

  • Lo siento. No puedo evitarlo –respondió ella, bajando ligeramente la mirada-. Nos lo inculcaron. Si alguna no los tratábamos con respeto, nos castigaban… una de mis amigas fue azotada delante de toda la clase por no hablar correctamente del Director Don…

  • ¿Qué te acabo de decir?. Que dejases de llamarle con ese… título, ¿verdad?. ¿O es qué no me escuchas?.

  • Lo siento…

  • Parece que la única forma de quitarte ese mal hábito será recurrir a sancionarte.

  • ¿Sancionarme?.

  • Castigarte –explicó Sergio.

Sin mediar palabra, Soraya se puso de espaldas ante él y expuso su culo, alzando su falda hasta mostrar un fino tanga. Como Sergio esperaba, también era azul.

  • ¿Qué haces?.

La joven giró la cabeza, sonrojada levemente. Al ver que el psicólogo no tenía intención aparente de avanzar, se incorporó y retornó al lado de Sergio.

  • Como la otra vez… esto… pensé…

  • ¿Creías que iba a azotarte de nuevo? –terminó él la frase que tanto la estaba costando expresar.

  • Sí, Señor…

  • Ahora no estamos en una sesión, Soraya –explicó Sergio-. No voy a castigarte ahora. Pero voy a apuntar esta falta en tu ficha, ¿comprendido?.

  • Sí… sí, Señor… el castigo será otro día… en la próxima sesión… ¿es eso, Señor?.

  • O cuando yo así lo decida, ¿entendido? –se reafirmó Sergio en el control de la situación.

  • Sí, Señor.

  • Lo que sí voy es a pedirte que cada vez que uses ese vocabulario tan educado para referirte a tus antiguos profesores y personal del Internado, lo apuntes. Y me lo darás antes de empezar cada sesión que tengamos, ¿estamos de acuerdo?.

  • Sí, Don Sergio.

  • Sin trampas. Porque la única que se engañaría serías tú y entonces las sesiones no podrían avanzar, ¿vale?.

  • Sí, Don Sergio.

Estaba contento. Había podido controlarse. Cuando Soraya se puso con el culo en pompa había estado a punto de sucumbir a los deseos de su lado más oscuro. Pero su lado consciente había ganado esta vez. Era una victoria parcial, pese a todo. Había cedido para aplacar a su subconsciente pactando lo de apuntar esas faltas de “vocabulario”. Podía ser un respiro, pero también podía ser el comienzo de recuperar el control de la situación. Además, no era mala idea como parte de la terapia… siempre que sus pensamientos más perversos no lograsen tomar forma de nuevo fuera de su escondida prisión.

  • ¿Por dónde íbamos?... ahhh… necesitarás un uniforme. Ve por ese pasillo hasta la otra parte dela Clínicay que te lo suministren, si tienen tu talla.

Mientras Soraya se marchaba, no pudo evitar comérsela con los ojos. Tenía una figura francamente impresionante. Sería un buen reclamo publicitario… si tuviese un concesionario de coches, claro.

No tuvo que esperar demasiado. Ni quince minutos más tarde reapareció. Llevaba una bata quimono blanca de mangas largas y que la llegaba casi a las rodillas, formando en el centro un pequeño escote triangular. El traje lo cerraba por delante un cinturón del mismo tejido.

  • Sólo tenían esto, ¿qué le parece? –preguntó Soraya, acercándose y dando una vuelta completa sobre si misma para que pudiera apreciar el uniforme.

  • Está bien –respondió Sergio, sin prestar demasiada atención-. Empieza por la caja que dejé en el suelo y ve clasificándola por paciente y fecha. Si tienes alguna duda me preguntas.

  • Sí, Don Sergio –contestó ella, agachándose para recoger la caja.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no llevaba su ropa debajo. Para ser más exacto, la falda.

Al agacharse la chica la bata ascendió lo suficiente para permitirle darse cuenta. No llevaba la falda… y, cuando se sentó en la silla pudo comprobar que tampoco la blusa.

Su pene no tardó en reaccionar. Y su mente. Mejor dicho, la parte escondida y oscura que rugía desde el interior mientras ascendía por las escaleras que conducían al puente de mando.

Sabía que tenía que irse. Debía llegar a su despacho. Había que evitar la tentación.

  • Disculpe, Don Sergio –le llamó Soraya cuando estaba a punto de entrar en su despacho. Se giró-. Encontré una tarjeta de un hotel, ¿qué hago con ella?.

Se acercó y comprobó que la tarjeta que le tendía era la de un hotel en el que se alojó un par de días con Inmaculada mientras estaba en un Congreso en Sevilla. La rompió por la mitad, no sin antes darse cuenta de que la zona de unión de ambos extremos de la bata se había separado un poco más, dejando a la vista un poco más de la anatomía de la chica.

Se le nubló la vista mientras sus oídos escuchaban la fuerte percusión de la sangre al agolparse.

  • A mi despacho.

Soraya se levantó y entró sin rechistar en el despacho del psicólogo, que cerró con llave la puerta detrás de él.

  • Quítate el uniforme.

  • Pero, Don…

Una bofetada en la cara cortó la respuesta de la joven. Sin embargo, no soltó ninguna queja. Simplemente obedeció.

Desabrochó el cinturón y dejó caer la bata quimono. Como había sospechado Sergio, debajo sólo estaba cubierta por un sujetador de encaje y el tanga. La inmediata reacción de su entrepierna no se hizo esperar, pero esta vez no trató de ocultarla, dominado por una rebeldía que nacía de sus más oscuros rincones mentales.

  • ¿Y tu ropa?.

  • La dejé en el vestuario. Es que…

  • Silencio –interrumpió él sus explicaciones-. Ya sé que en el Internado os entrenaban para ser unas putas –soltó directamente, mientras ella se encogía ligeramente ante el término, pero sin atreverse a replicar-. Pero ya no estás allí. Ahora trabajas para mí y yo decidiré tu vestuario, ¿de acuerdo?.

Soraya asintió, justo antes de recibir una nueva bofetada que la lanzó al suelo.

  • Cuando te pregunte, responde. ¿Entendiste?.

  • Sí… -respondió ella desde el suelo. Y añadió- sí, Señor.

  • De pie –pidió el psicólogo. Cuando se levantó, no pudo evitar añadir una nueva vuelta de tuerca en la relación con la chica, estimulado por su lado más oscuro y salvaje-. Desnúdate.

Soraya se desprendió del sujetador y el tanga sin decir nada, entregándoselos a Sergio.

  • Desde ahora y hasta nuestra próxima sesión, no volverás a llevar nada. Ni braga, ni culotte ni tanga ni sujetador, ¿entendido? –continuó reprendiéndola mientras su pene luchaba por mostrarse en toda la plenitud que tenía en presencia de las curvas brillantes y de piel suave que mostraba la hembra que se encontraba enfrente.

  • Sí, Don Sergio –aceptó la joven. Su simple aceptación hizo que la ya excitada mente del psicólogo se revolucionase aún más, haciendo que de golpe su lado más oscuro ascendiese otros dos niveles en su rumbo al puente de mando.

  • Es por tu propio bien. No lo entiendas como un castigo. Lo tienes que ver como un paso para avanzar en la terapia con el fin de que pierdas todos esos malos hábitos y olvides lo sufrido lo suficiente para retornar a la comunidad lo mejor posible… para ti, tu familia y quienes te rodean. ¿Estamos de acuerdo?.

  • Sí, Don…

  • Si no estás cómoda con mi forma de tratarte, dímelo ahora. No temas, estoy aquí para ayudarte –anunció, en un intento de frenar sus propias ansias.

  • No, para nada –dijo ella, provocando un salto cualitativo en el ritmo cardíaco de Sergio y abriendo algunas de las últimas puertas que bloqueaban el paso a su oscura personalidad-. Usted es el profesional. Obedeceré lo que me pida.

Sin poderse contener esta vez, Sergio avanzó y colocó sus manos sobre los hombros de la joven.

Su corazón latía a mil por hora y su entrepierna había crecido tanto a pesar del pantalón que rozaba sin poder evitarlo el expuesto sexo de la chica. Apenas tuvo que apretar sus dedos en torno a los hombros de Soraya para que ella empezase a bajar, rozándole con los pechos hasta el momento de quedar en cuclillas.

No hubo necesidad de palabras ni gestos.

La polla del psicólogo golpeó con fuerza la cara de la joven cuando ella bajó la cremallera, saliendo disparada y soltando parte de su líquido preseminal en la nariz de Soraya.

Con una mano experta guió sin pudor el viril y engrosado miembro de Sergio a su boca. Y mientras iba lamiendo la punta enrojecida, no dejaba de pajearle con una de sus manos mientras con su zurda obligaba al cinturón a ceder su espacio.

Antes de darse cuenta tenía el pantalón por las rodillas. En todo ese tiempo ella apenas dejó un instante de comerle el capullo. Pero, ahora, además de masturbarle delicadamente su pene, también estimulaba sus testículos con una serie de movimientos de su zurda.

La mente racional de Sergio le decía que era un error. Que debía detenerla. Era su paciente… y era una chica que podría ser su hija. De hecho, era un año más joven que su propia hija y… y…

Lo interrumpió la entrada en su mente de la imagen de su propia hija, Camila, desnuda ante él y pidiéndole comerle también la polla mientras se masturbaba con un inmenso consolador azulado.

Su polla se tensó aún más, metiéndose una cuarta directamente en la boca de Soraya, que aceptó el desafío incrementando el ritmo de sus dos manos y absorbiendo aún más el pene de Sergio. Su lengua y sus labios no dejaban ni un solo milímetro de su pene sin tratar y eso aumentó aún más la tensión que soportaba el miembro del psicólogo, desbloqueando los últimos vestigios de control que mantenía allí.

La imagen de su hija y Soraya comiéndole la polla a dúo fue lo último que pasó por su mente cuando explotó. Lanzó un potente chorro al fondo de la boca de su jovencísima paciente.

En ese momento, una nueva imagen cruzó sus pensamientos. Su mujer. Rebeca. Mirándole con desaprobación por no tener su semilla en su propia boca… o eso pensó él en ese breve instante.

Sin siquiera darse cuenta, sacó la polla mientras se escuchaba un sonido de succión al escapar de entre los prietos labios de Soraya. La segunda oleada de su líquido seminal impactó en la nariz y los párpados de la chica, que cerró de forma automática. Los siguientes fueron cayendo por el cuello y los pechos de la hembra, mientras Sergio la golpeaba con la palma abierta con fuerza en el pómulo hasta lanzarla al suelo con un breve chillido.

  • No… no… -decía, respirando agitadamente tras la mamada- … no vuelvas a hacer eso… no te lo he pedido –mintió, pues en el fondo sabía que era sólo parte de lo que su oscura y siniestra personalidad había fantaseado-, sucia puta –concluyó, mientras seguía concentrándose en la imagen mental de su preciosa mujer, ahora vestida castamente en sus pensamientos.

La chica no le escuchó esto último, o decidió ignorarlo, mientras se frotaba la zona donde había recibido el tortazo. No hizo además de cubrirse, manteniéndose completamente expuesta a los libidinosos ojos de Sergio. Su cuerpo estaba cubierto de la cabeza al ombligo con los restos de su eyaculación… y el interior de su boca también, como demostró con un significativo sonido al tragárselo todo.

  • Este tipo de cosas son las que tendré que corregirte, a cualquier precio –siguió Sergio-. Habrá cosas que puede que no te gusten, pero la terapia que tendremos que realizar será todo lo especial que haga falta para corregir cualquier mal hábito que te quede de lo que aprendiste en ese Internado…

  • De acuerdo… -comenzó a responderle, justo antes de que el psicólogo adelantase un pie para volver a golpearla sin piedad.

  • ¡Qué no me interrumpas! –gritó. Luego, al darse cuenta de lo que había echo, intentó rebajar el tono, temiendo que pudiera irse y llegar a denunciarlo-. ¿Comprendes que es por tu bien?. Necesito que aceptes toda la terapia, por muy dura que pueda ser. Sólo lo hago por tu bien, para que te recuperes todo lo mejor posible, ¿estamos de acuerdo, Soraya?.

  • Sí… sí… por supuesto, Don Sergio. Ya le dije que haré lo que haga falta.

  • Está bien –anunció le, extendiendo la mano para ayudarla a levantar. La chica la aceptó sin problemas, pese al severo castigo recibido-. Puedes ir a limpiarte y por hoy lo dejaremos –y antes de que saliera por la puerta, no pudo evitar añadir-. ¿Quieres que te lleve a casa?... –y como ella le miró de una forma extraña, añadió a modo de explicación- por lo de la prohibición de que uses ropa interior hasta…

  • No, no hace falta… Señor –contestó ella.

Cuando se marchó, apenas veinte minutos más tarde, aún pudo detectar el olor de su lechada en el cabello de la joven.

Nuevamente excitado, volvió a su casa corriendo. Esa noche hizo intensamente el amor con Rebeca, intentando calmar sus restos de mala conciencia por ese nuevo desliz con una de sus pacientes.

Continuará...

Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.

Toda la saga de “ Matacrisis ” al completo (hasta ahora):

  • Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
  • Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
  • Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
  • Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
  • Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
  • Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
  • Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
  • Quinta parte, la consulta 4: http://www.todorelatos.com/relato/78698/
  • Quinta parte, la consulta 5: http://www.todorelatos.com/relato/79210/
  • Sexta parte, fragmento 1: http://www.todorelatos.com/relato/79750/
  • Sexta parte, fragmento 2: http://www.todorelatos.com/relato/80204/
  • Sexta parte, fragmento 3: http://www.todorelatos.com/relato/80546/
  • Sexta parte, fragmento 4: http://www.todorelatos.com/relato/81373/
  • Séptima parte, mitad 1ª de Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82008/
  • Séptima parte, mitad 2ª con Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82769/

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Un saludo a tod@s.