Matacrisis (5, la consulta -parte 4-)
La familia de unos psicólogos durante la crisis económica va a sufrir unas profundas transformaciones que les llevarán a explorar un mundo oscuro. Comienzan las sesiones con algunas de las víctimas de un siniestro Internado en el que no había límites para los castigos ni para los trabajos extras
Este relato viene de:
- Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
- Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
- Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
- Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
- Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
- Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
- Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.
Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final..
CAPITULO 5.B. REBECA.
Ese sábado iba a ser bastante ajetreado. Por la mañana tendría tres sesiones, la clásica con Inmaculada y otras dos de toma de contacto con otras dos víctimas del temido Internado: Manuel y Zoraida.
Además, había tenido un sueño rarísimo que no la había dejado descansar. Hacía bastante tiempo que no tenía sueños eróticos y, desde luego, era la primera vez en décadas que tenía un componente lésbico.
Desde la sesión con Sara no había podido evitar una sensación extraña. Era como un picor. Ella sabía que era heterosexual, siempre había disfrutado de su vida sexual con Sergio y un anterior novio. También es cierto que hacía mucho que las relaciones con su marido, cada vez más esporádicas, eran cortas y apenas la satisfacían.
También era verdad que muchas veces era ella quien no podía, unas veces por estrés y otras simplemente porque no la apetecía o tenía el período. Muchas de esas veces escogía la típica excusa del dolor de cabeza. La verdad es que apenas recordaba que esa razón hubiese sido real nada más que en cinco o seis veces en los últimos años.
Amaba a Sergio. Lo sabía. Pero también había notado un distanciamiento en su vida sexual. Por parte de ambos. Por eso había optado por ir a trabajar a la misma clínica que su marido, para intentar recuperar puntos comunes para lograr reencontrar la chispa.
Sin embargo, muchas veces la comodidad y el cansancio hacían que fuese ella misma quien saboteara ese proyecto. Como esa misma noche. Sergio se había lanzado sobre ella como un poseso. Pero ella le había parado los pies y se había ido a terminar supuestamente un artículo, pero en realidad simplemente había estado haciendo un crucigrama. No quería que Sergio la tomase de esa forma, ya tenían una edad en que tenían que comportarse de una forma más madura y ordenada. Sobre todo teniendo las sesiones del sábado tan cerca.
El resultado fue al contrario. Cuando volvió hicieron una vez el amor casi como autómatas y se fueron a dormir.
Entonces llegaron los sueños… y en ellos apareció Sara en actitudes claramente sexuales, practicando un perfecto 69 con la propia Rebeca. Había estado en un duermevela que la permitió descubrir a su marido empalmado en una de las ocasiones. Estuvo tentada de bajarle el pijama y tocarle su miembro… incluso se le pasó por la cabeza la loca y vergonzosa idea de chupársela. Lo desechó rápidamente y en apenas unos instantes había vuelto a dormirse.
Y encima, acababa de darse cuenta de que en su agenda figuraba un partido de tenis con Inmaculada que ya ni recordaba. A Sergio le disgustaría tener que perder la tarde en la ciudad sin nada interesante para poder hacer.
En fin, no quedaba otro remedio que ir por partes. Y lo primero era recibir a Manuel, su próximo paciente.
5.B.4. LA CONSULTA DEL SÁBADO: MANUEL.
Despertando de sus pensamientos, Rebeca se levantó para dirigirse a comentarle a su hija que la avisase en cuanto llegase su paciente.
No hizo falta.
Camila estaba sentada, con una sonrisa en el rostro mientras hablaba con un chico que, desde su aventajada posición en pie, podía claramente deleitarse con la vista que ofrecía el generoso escote de la blusa que lucía su hija.
Y lo debía de estar haciendo, porque Rebeca no pudo evitar darse cuenta de que su vista se desvió involuntariamente a la entrepierna del chico. Se observaba un paquete bien definido, signo evidente de una respuesta del miembro del varón.
Giró la cabeza para mirarla y la propia Rebeca no pudo evitar sentirse incómoda ante el escrutinio de esa mirada. Los ojos azules la taladraron tan sólo un instante. Lo suficiente para que algo en ella se derritiese y tuviera algo de envidia de su hija, por ser objeto del deseo de un joven macho como ese.
Delgado, pero con músculos bien marcados. Obviamente educados para mantener actividades físicas continuadas, aunque no de gran carga. Sus adorables ojos azules se enmarcaban en una cara angelicalmente perfecta, pese a una barba incipiente. Un pelo de color castaño culminaba su perfecto rostro.
Sintió un escalofrío cuando se dio cuenta de que estaba recorriendo su cuerpo con la mirada. Su rostro no cambio de expresión, pero la pareció ver una chispa de lujuria en el fondo de sus ojos.
La gustó la idea de sentirse deseada al mismo nivel que su joven hija.
Manuel entró con ella, sujetando la puerta para que pasase Rebeca en primer lugar. Un signo caballeroso que en la sensible mente de Rebeca se transformó en la idea de que la estuviera mirando el culo. Aquello la excitó durante un segundo… puede que dos. Luego su mente voló hacia la última vez que había sentido que Sergio la mirase de esa forma. Eso la deprimió. En el fondo de su ser quería ser deseada por los hombres… pero sobre todo por su marido.
Desechó estos pensamientos y se concentró en la sesión.
Se dio cuenta de que por un momento se había quedado parada y de que Manuel estaba a su altura, mirándola. ¿Sería su imaginación o la había estado mirando los pechos?. La recorrió un nuevo escalofrío.
No la importaba. El único con derecho sobre su cuerpo era Sergio. Que mirasen otros, pero ella se debía sólo a su marido.
Sentado frente a ella estaba su nuevo paciente.
Y su intensa mirada la ponía nerviosa, no podía evitarlo. Había algo en el fondo de esos ojos que hacía que bajase las defensas.
Decidió empezar la sesión antes de que su mente siguiera divagando.
Bienvenido, Manuel, a la terapia.
Gracias, Rebeca.
Lo primero y más importante que debes saber es que todo lo que suceda o se diga entre estas paredes es privado. Es una zona segura y secreta. Un área confidencial entre tú, mi paciente, y yo. ¿De acuerdo?.
Comprendido.
Tu nombre completo es…
Manuel Flores Cienfuegos… apodado “ojitos”.
¿Qué dices?... –se mostró sorprendida Rebeca, que no pudo evitar alzar de nuevo su vista para encontrarse con esos ojos hipnotizadores que parecían quebrar todas sus defensas mentales.
Fue como me apodaron en el Internado… y la verdad es que me gusta.
Si tú lo dices –respondió Rebeca, intentando ocultar su turbación cada vez que se enfrentaba a ese par de ojos-.Y vives en…
El portal de al lado.
¿Qué? –comentó, sorprendida.
Mis padres alquilaron un piso en el portal de al lado para que esté lo más cerca posible de mis actuales obligaciones, sobre todo porque se han ido ayer de vacaciones y no querían que estuviera sólo en la casa. En realidad para que no use el coche, siguen pensando que soy un peligro al volante.
Cosas que tenemos los padres… -comentó Rebeca, antes de pasar al siguiente punto- ¿Soltero?, imagino.
Sí. Sigo siendo Manuel Flores Cienfuegos.
¿Y qué tiene que ver eso con el que estés soltero o no?.
Nada, pero… ¿a qué suena bien?.
Si tú lo dices… -quizás algún tipo de sentido raro del humor, pensó Rebeca que sería esa salida extraña en la conversación.
Aparte de tus padres, ¿vives con alguien más, un hermano u otro pariente?.
Nada. Soy hijo único y ni siquiera tenemos perro, así que estoy ahora mismo solo.
¿Cómo calificarías tu relación con tus padres?.
Algo distante. No les interesan demasiado mis cosas y yo tampoco presto especial atención a las suyas.
¿Y con el resto de tu familia, alguna mención especial?.
No.
¿Consumes o has consumido alcohol o drogas?. Aparte de en el Internado, quiero decir –aclaró.
Tomo alguna copa cuando salgo y a veces me fumo un porro, pero casi nunca. Eso no se lo diga a mis padres –añadió, nervioso.
No te preocupes, ya te lo dije, todo lo que suceda aquí es secreto –insistió la psicóloga-. Es algo entre tú y yo exclusivamente. Por cierto, ¿por qué decidiste hacer esta terapia?.
¿Decidir? –dijo en tono de burla-. Me obligaron. Fue una de esas ideas tontas que tuvieron mis padres una mañana que se levantaron con ganas de tocarme las narices –estaba claro que al mencionar la confidencialidad, se había roto una barrera que ahora se mostraba con esta peculiar franqueza.
Entonces imagino que estarás contento de estar una temporada lejos de tus padres en este tiempo… ¿o es algo que te gustaría mantener durante más tiempo?.
¿Independizarme? –quedó unos instantes quieto, mientras lo pensaba y Rebeca se quedaba distraída contemplándole su cara de rasgos cada vez más sensuales a su vista. Parpadeó y eso rompió el contacto visual lo suficiente para que Rebeca se diese cuenta de que durante un instante se había sentido atraída hacia la profundidad de esos ojos-. No. Por ahora no. Quizás más adelante. Pero me gustaría tener un espacio propio, un coche y que no tomasen decisiones sin consultarme.
Eso es normal. Es parte del crecimiento emocional de las personas.
Supongo.
Por cierto, he observado que has comentado un par de veces el tema del automóvil. Cuéntame, ¿por qué esa obsesión?.
¿Obsesión? –contestó en un tono ligeramente burlón-. Para nada. Es que hace unos años cogí el coche de mi padre y justo me detuvieron por una tontería.
¿A qué llamas tontería?.
Bueno, dijeron que conducía temerariamente y que me pasé un poquito de la velocidad máxima.
Ya… -una parte de su mente se anotó el no subir a un coche conducido por Manuel, cosa que realmente no era previsible que sucediera… ¿por qué habría tenido que pensar eso?. Ese chico la trastornaba. Sus ojos la incomodaban-. Ahora tendrás que contarme cómo fuiste a parar al Internado.
Es muy sencillo. Estaba con unos amigos en un botellón y nos pilló la policía. Simplemente eso.
¿Sólo eso? –se extrañó la psicóloga, ya casi habituada por sus anteriores contactos con gente del Internado a que hubiese algún tema sexual de por medio.
Quizás también había fumado un poco de maría … vale, y una chica de catorce años dijo que yo la había engañado para hacerlo.
¿Hacer qué? –se interesó, a pesar suyo, Rebeca.
Puede ser que ella pensase que yo la engañé para que me hiciera una mamada. Pero estaba absolutamente seguro que tenía al menos dieciséis y tampoco me dijo que no… y yo no tengo la culpa si me corrí en su boca… ni de que la diera asco y por eso estuviera vomitando cuando apareció la patrulla.
¿Y qué edad tenías?.
Diecisiete años. Pero ella parecía mayor y cuando me acerqué a ella tenía un cubata en la mano, no un zumo –se justificó-. Tenía una boca impresionante y por eso fui a por ella. No tardó ni cinco minutos en venirse detrás de un seto conmigo a besarnos. Qué pedazo tetas tenía la cabrona –comentó y Rebeca no hizo además de cortar los comentarios despectivos- y una boca como un buzón de correos. La pellizcaba las tetas y casi se corría la muy… La temblaban las piernas y aproveché para ponerla de rodillas y desabrocharme el pantalón. Creo que intentó apartarse al principio, pero cuando la agarré por el pelo y le puse mi verga delante de la boca, supo qué hacer. Parecía que había nacido para eso… así que puede que me emocionase y se la metiese demasiado, porque empezó a intentar empujarme y cuando quise darme cuenta me había corrido en su boca. Justo en ese momento nos pillaron y va y le da por ponerse a vomitar… pero no había sido culpa mía.
No he dicho nada.
Quiero que quede bien claro. Si hubiera sabido su edad no la habría tocado a pesar de ese pedazo de boca mamadora que tenía.
Yo no estoy aquí para juzgarte. Escucharé lo que tengas que decirme y te orientaré para superar la situación traumática que pudo suponerte la estancia en el Internado. Mi misión es ayudarte. Pero eso ya será el próximo día. Por hoy hemos terminado. Puedes irte.
Gracias, doña Rebeca –y adelantándose, la plantó un par de besos en la cara cuando ella se levantó para acompañarlo a la puerta-. Un placer.
Por cierto… -añadió cuando Manuel ya tenía la mano en el picaporte. Qué pedazo de culo tenía, pensó por un breve instante la psicóloga- ¿qué edad tienes?.
Diecinueve años.
Cuando se marchó, Rebeca estuvo pensando. El chico tenía una cara muy atractiva y por un momento se sorprendió pensando en cómo sería el resto de su cuerpo.
Se rió de si misma. Inmaculada la estaba metiendo ideas raras con todas sus charlas sobre sexo y dinero. Por cierto, que tendría que prepararse porque vendría en unos minutos.
5.B.5. LA CONSULTA DEL SÁBADO: INMACULADA.
¿Otra vez? –se escandalizó Rebeca.
Una no es de piedra. Enrique me llamó ayer por lo del futuro de Adolfo otra vez. Fui a su casa, pero como no había llegado estuve charlando un rato con Lucía, su esposa. Es toda una anfitriona, me estuvo preguntando por todo. Incluso por nuestras sesiones. Creo que la idea de que Adolfo pase más tiempo con Enrique es de ella. Me ha dicho que hasta hace poco era profesora y que la encantan los críos. La pobre no puede tener por un problema de fertilidad. El caso es que se nos subió un poco el vino a la cabeza, porque empezó a besarme. No quería ser descortés… además, también yo había bebido. El caso es que la correspondí. Cuando quise darme cuenta tenía los pechos al aire y su cabeza entre las piernas… bufff… hacía mucho que no me comían tan bien el sexo… -en este punto, Inmaculada ya tenía los ojos cerrados y se estaba acariciando por encima de las bragas. Esta vez Rebeca no la llamó la atención, la anterior visita de Manuel la había dejado un poco trastornada y sus reacciones eran más lentas- No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero logró hacer que me corriese dos veces antes de que apareciese Enrique… bufff… estaba en la gloria. Entonces Lucía le gritó a Enrique algo, no recuerdo y luego que dejase de mirar… bufff… Enrique se pudo sobre mi y me metió la polla en la boca, así que se la chupé mientras me tocaban los pechos los dos y Lucía me decía al oído que comiese polla como una buena puta o algo así… bufff… luego volvió a comerme el coño… bufff… delicioso… Luego me gritó que me pusiera a cuatro patas como la perra que era y puso a Enrique a follarme el culo… bufff… casi me rompe… y Lucía fue a por unas pinzas pequeñitas que me puso en los pezones. Estaban unidas entre sí por una cadenita que luego controlaba ella con una mano y tiraba de ellas hasta que fui gateando hasta donde estaba ella. Y sí a Enrique se le salía el pene de mi culo, me las estiraba más… bufff… qué dolor… pero qué placer me dieron los muy cabrones –ya estaba completamente exaltada a estas alturas y no se controlaba para nada. Desde su posición Rebeca podía ver que la masturbación que estaba haciéndose Inmaculada había logrado que tuviera mojadas las bragas y eso… entre eso, la historia y su anterior paciente, estaban logrando que ella misma empezase a sentirse bastante excitada-. Al final llegué a donde se había puesto Lucía y la estuve lamiendo su coño hasta que Enrique me rellenó con su leche el culo… bufff… hacía tiempo que no tenía tan buen sexo anal… bufff… Me duché con Lucía y volvió a comerme el coño hasta que me corrí de nuevo. Así que al final no hablamos de Adolfo… jijiji…
Desde luego, eres un caso Inma –empezó Rebeca, que tuvo que acomodarse en la silla puesto que se había relajado tanto en la ensoñación que se había dejado caer hasta una posición en que sus piernas se habían quedado abiertas mostrando de una forma impúdica su entrepierna. Suerte que no había nadie que pudiera darse cuenta.
Siguieron hablando varios minutos aún, aunque esta vez Inma volvió a sus clásicas recriminaciones sobre sus desavenencias económicas con sus dos exmaridos y el actual, pero esta vez Rebeca no pudo volver a concentrarse y pasó el resto de la sesión distraída en pensamientos que la hacían volver a una etapa anterior de su vida donde el erotismo y la sexualidad habían tenido mayor presencia.
5.B.6. LA CONSULTA: ZORAIDA.
Por fin. Su última paciente del día.
Necesitaba un descanso y poner sus ideas en orden. Pero aún no podía. Debía hacer esta última consulta antes de dar por concluida su faceta profesional del día.
Allí estaba delante de ella.
Una rubia de ojos claros y mirada baja. Llevaba una minifalda negra y unos zapatos de tacón alto, también negros, seguramente para compensar un poco su estatura media. Lucía una blusa azul que dejaba entrever un oscuro sujetador, claramente diseñado para dar un poco más de volumen a sus pechos de talla también mediana.
Bueno, Zoraida. Lo primero es comentarte que todo lo que me cuentes en las sesiones será algo privado que no saldrá de aquí, así que espero por tu parte que no te reserves nada y hables con total libertad.
OK, gracias, Señora.
Hoy será simplemente una toma de contacto. Empezaremos por los datos personales para que te encuentres más cómoda.
Lo que usted diga, Señora.
Y deja de llamarme señora. Aquí soy Rebeca, ¿vale?.
OK, Seño… Rebeca –se corrigió la chica.
A ver, veamos… ¿cuál es tu nombre completo?.
Zoraida Botas Buendía.
Ya que estamos, añadamos el apodo que te daban en el Internado –añadió Rebeca. Fue un impulso-. Por curiosidad.
Zoraida se sonrojó brevemente y bajó la mirada.
Es una primera cadena que romper en el camino de tu tratamiento –añadió la psicóloga en un arranque de inspiración.
Zorraida… -pronunció en voz baja, para luego recalcarlo un poco más alto- Zorraida, así me apodó Hugo.
¿Hugo?.
Don Hugo, el Profesor de Gimnasia en el Internado. Me lo impuso al bautizarme.
¿Bautizarte? –preguntó sin querer Rebeca, pues no tenía pensado comentar ese día nada de lo sucedido en el Internado.
Sin embargo, la curiosidad pudo con ella. Eso y que el estado de excitación en que una parte de ella se había quedado tras las sesiones con Manuel e Inmaculada la provocaron ese desajuste en los pensamientos críticos que debían regir su conducta profesional para no realizar ese tipo de saltos en el tratamiento… ¡¡justo el día de la toma de contacto!!.
Un castigo. Fui la última en llegar a los vestuarios porque tuve que quedarme a recoger el material y era obligatorio ducharse para no ir a las clases oliendo a sudor. Pero se había acabado el agua caliente y… no pude aguantar. Intenté salir deprisa e irme al dormitorio porque no tenía más clases ese día y luego ducharme en los baños comunes antes de la cena. Pero me pilló. Alguna soplona se lo dijo. Me llamó a su despacho y me hizo ponerme de rodillas con las manos detrás de la espalda. Empezó a insultarme porque decía que me creía mejor que las demás y que él se encargaría de mostrarme que era tan sólo una cría más que debía ser educada en la disciplina. Entonces me dio a escoger entre ir al establo con los jardineros o que él mismo me castigase en ese mismo momento.
¿Establo?... no sabía que el Internado tuviera animales –comentó en voz alta, sin querer, la psicóloga.
No había. Era un edificio para castigos especiales.
Pero acabas de decir que te hubiera mandado allí con los jardineros.
Eran los encargados de algunos de los castigos especiales… y otras cosas… -comentó, con un estremecimiento y levantando la mirada con algo de pánico en los ojos.
Rebeca decidió retomar el interrogatorio.
Volviendo a lo de antes, ¿en qué dices que consistía eso que te propuso el profesor?.
¿Don Hugo?.
Mejor que no le llames así. No parece que merezca el título.
OK –aceptó Zoraida-. Había escuchado rumores sobre el establo, así que acepté que fuera Don… el profesor quien me castigase. Se puso delante y me abofeteó. Cuando caí al suelo me agarró del pelo y me arrastró hasta su cuarto de baño. Me desnudó y me puso de rodillas mirando al váter. Me ató las manos a unos ganchos que había en los laterales y tuve que meter la cabeza dentro. Aún estaban los restos de unas heces y el agua estaba mezclada con su orina. Estuve a punto de vomitar. Dejé de pensar en ello cuando empezó a azotarme con la correa de su pantalón las piernas, el culo y la espalda. Por suerte, se cansó pronto. Luego me empezó a escupir en el ano hasta que pudo meter un par de dedos. Imploré, pero respondía insultándome y pellizcándome las tetas. Al final callé. Lo peor vino después –comentó, mirando a Rebeca en un claro intento de que la interrumpiese y no tener que contarlo, pero la psicóloga no hizo caso. Estaba absorta en la historia y una parte de ella sentía un intenso morbo-. Sustituyó sus dedos por su polla. Me clavó de un golpe toda su gorda polla. Me desgarró. Luego vi la sangre. Pero no pude hacer nada. Estaba atada y empezó a tirar de la cadena cuando comencé a chillar de dolor. No pude evitar tragarme algo de agua con su pis y también se me metió en la nariz. No podía gritar porque el agua me lo impedía y tuve que limitarme a intentar respirar entre cada tirón de la cadena. Ni siquiera recuerdo cuánto tiempo duró ni cuándo se había corrido dentro de mi culo. Cuando me desató no podía levantarme. Me dolía todo, sobre todo el culo y me temblaban las piernas tanto que estaba tirada en el suelo. Él se puso sobre mí, con mi cuerpo entre sus piernas. Le veía su pene lleno de una mezcla de mi sangre, mierda y su esperma. Riéndose se meo sobre mi cara y mis pechos. Entonces me dijo que me había bautizado como Zorraida porque era una auténtica zorra. Me arrastró del pelo hasta las duchas y me dejó allí bajo el agua fría. Más tarde, no recuerdo cuándo, vinieron mis compañeras del dormitorio a lavarme y vestirme. Me llevaron al cuarto y allí el médico me puso un gel en el ano. No pude sentarme el resto de la semana. Por suerte era viernes o… no sé qué más me habría pasado.
Está bien, está bien, cariño –la consoló Rebeca, con unas palmaditas amistosas.
Un castigo cruel, pero… -empezó a pensar la psicóloga -… pero nada. Y concéntrate, porque Inma te está contagiando la tontería .
¿Cuál es tu edad, Zoraida? –cambió de tema.
Diecisiete años, Rebeca.
¿Dónde vives ahora mismo?.
En Villaviciosa.
Vives con tus padres, imagino. No estás casada, ¿verdad?.
No –sonrió de forma ingenua-, no tengo ni novio. Vivo con mis padres y mis dos hermanos.
¿Cómo consideras tu relación con tu familia?... por ejemplo, ¿qué tal con tus padres?.
Bien… siguen siendo controladores, pero un poco menos. Se sienten responsables.
Es lógico si fueron ellos los que te enviaron al Internado que ahora puedan sentirse mal. Por cierto, ¿y por qué te mandaron allí?.
Por un consolador –y al ver que Rebeca arqueaba las cejas, la chica se explicó-. Una amiga del instituto me había dejado su consolador para que… bueno, porque mis padres no me dejaban hacer nada ni salir… así que pensó que sería una buena forma de desahogarme. Una noche estaban todos durmiendo y yo no podía. Hacía mucho calor, así que me desnudé y me puse a jugar con el consolador en mi vagina. Tuve mala suerte. Me olvidé de cerrar con el seguro la puerta y cuando me estaba corriendo, justo entró mi madre que había ido al baño y me había oído. Tiraron el consolador, me prohibieron volver a ver a mi amiga y al año siguiente me metieron en el Internado.
¿Qué edad tenías?.
Quince años.
¿Y qué me dices de tus hermanos?. ¿Cómo os lleváis?.
Bien, lo normal… también se comportan algo raros, pero vamos, normal.
¿Algo que quieras comentar de otros familiares?.
No, todos se portan bien conmigo, no me tratan como si tuviese la peste ni nada parecido, si es lo que pregunta.
No, no, para nada… ¿y qué me dices del alcohol y las drogas?. ¿Consumes?.
Nada. Sólo tomé algo mientras estuve en el internado, pero no he vuelto a tomar ni gota de alcohol ni nada raro después. Me hacía sentir mal.
¿Podrías decirme qué te impulsó a venir a esta terapia?.
Se lo contaron a mis padres.
¿Quién, un amigo?.
No lo sé… supongo.
¿Ya conocían mi consulta?.
Ni idea. Imagino que sí.
¿Hay algo más que te gustaría contarme o damos por finalizada la sesión introductoria de hoy?.
Emmm… -pensó- No, creo que no. Otro día.
De acuerdo entonces. Pasa un buen fin de semana –dijo, levantándose y acompañándola hasta la puerta.
OK, Rebeca. Igualmente –se despidió Zoraida, antes de darle un par de besos a Rebeca.
5.B.7. EL PARTIDO DE TENIS: INMACULADA Y JUAN.
Cuando llegó a la pista de tenis no pudo creerse lo que estaba viendo.
Juan estaba allí.
El chaval de su consulta, uno de los pacientes procedentes del Internado, estaba allí. Y estaba hablando con Inmaculada en una posición bastante clara.
Ambos llevaban ropa deportiva típica. Pantalones cortos en el caso del chico y una minifalda que dejaba poco a la imaginación, en el caso de Inmaculada.
E Inma no desaprovechaba la ocasión para demostrar sus tendencias. Estaba reclinada sobre Juan, rozándole con sus pechos mientras mantenía una mano inocentemente en su entrepierna en una caricia que dejaba adivinar sus intenciones.
Rebeca se apresuró, temiéndose que de lo contrario pudiera darse una situación incómoda.
- Está guapísima, Rebeca –comentó Juan, antes siquiera de que pudiese decir nada.
Rebeca no pudo evitar sentirse incómoda. No lo había pretendido, pero era obvio que su falda –si bien más larga- dejaba ver sus piernas en buena parte y también la recordaba que no había sido tan buena idea quitarse el sujetador en el vestuario.
Juan la repasó de abajo arriba y dejó su mirada perezosa detenida en las tetas de Rebeca, que se dio cuenta demasiado tarde de que el blanco dejaba que se marcasen sus oscuros pezones contra su delgada ropa.
Mientras que con Manuel había disfrutado de su ligero escrutinio, con Manuel se sintió como si fuese un trozo de carne. La repugnó el fondo de lascivia que transmitían los gestos de su paciente.
- Bueno, debo irme –y levantándose, se dirigió primero a besar a Inmaculada antes de girarse para hacer lo propio con la psicóloga, que no pudo evitar darse cuenta de la erección que tenía ni de cómo procuró rozarse con ella para obligarla a sentir el contacto de su polla.
El calor que irradiaba traspasaba la ropa y se dejaba sentir junto a la fuerza de la erección.
¿Se puede saber a qué ha venido esto? –le espetó a Inmaculada en cuanto su paciente desapareció de la vista.
¿El qué? –preguntó a su vez Inma, poniendo la cara más neutra que pudo.
¡Le estabas metiendo mano a un chico de dieciocho años!... y que además es paciente mío.
Ahh… vaya, cómo exageras. Simplemente me lo encontré aquí, es un aficionado al tenis. Estuvimos charlando un rato mientras llegabas.
Ya… ¿y de qué, si puede saberse?.
No seas tan exagerada, ¿acaso crees que me citaría con un mocoso?. No soy una ninfómana, Rebe –dicho esto, esperó unos instantes hasta que su amiga no respondió y pareció que se relajaba-. ¿Qué te parece si jugamos?.
Adelante.
Un par de horas más tarde, Inma y Rebeca se separaron frente a sus respectivos coches.
Sin embargo, Rebeca aún estaba dándole vueltas a lo sucedido antes. Decidió hacer algo que consideraba detestable: espiar a su amiga. La siguió y pronto descubrió que no iba rumbo a su casa. Se dio cuenta de que iba hacia la casa de Juan.
La psicóloga aparcó cerca y empezó a dar la vuelta al edificio, con la cada vez más escasa esperanza de no encontrar allí a su amiga.
No tuvo que esperar para descubrir la verdad.
Allí estaba Inma, completamente desnuda ni diez minutos después de haber entrado en la casa.
Sus tetas flotaban al ritmo de las embestidas de Juan, situado encima de ella y penetrándola con absoluta fiereza sobre las frías baldosas del suelo junto a la ventana que daba al patio interior que tenía la casa.
Inmaculada era empujada poco a poco sobre el suelo con cada embestida del chico, que por momentos la agarraba por sus pechos para estrujárselos y amasárselos.
Rebeca no dudaba ni por un instante que los sonidos que salían de la boca abierta de su amiga eran una combinación de gritos y gemidos del placer más absoluto. Ella misma no era ajena al espectáculo. No podía evitar sentirse excitada en su papel de mirona, entre unos arbustos y con una de sus manos en un avance involuntario hacia su propia entrepierna.
Acababa de empezar a masturbarse, desplazando su braga hacia un lado, cuando algo pasó. Inma arqueó la espalda y flotó un instante antes de caer sobre el suelo. Sin duda se había corrido. Juan sacó su pene, con una monstruosa erección que sorprendió a la psicóloga.
Hacía años que sólo veía el miembro de su marido. Había olvidado la realidad de las diferentes estructuras viriles dentro de su parecida forma y exacta función.
Su asombro fue mayo cuando el chico ni corto ni perezoso empezó a soltar grandes cantidades de esperma sobre Inma, que parecía aceptarlo con una avidez tal que se levantó con el cuerpo empapado y se lanzó a devorar el miembro y chupar los restos de su lechada.
En pocos minutos logró reactivar su erección, tanto por el uso de su boca sobre la polla como sobre los testículos del chico. Tenía depilada toda la zona de los huevos.
La agarró por la cabeza y clavó su polla dentro de la boca de Inma, sentada sobre el frío suelo y apoyada con las manos hacia atrás para poder sostenerse mientras recibía las embestidas en el interior de su boca.
A estas alturas Rebeca no podía ocultárselo ni a si misma. Estaba excitada observando cómo fornicaba su amiga con su joven paciente… y se estaba masturbando mientras.
Lo peor era tener que admitir que en parte sentía envidia. Envidia de Inmaculada. Envidia de no ser ella la que estuviese allí siendo penetrada, perforada, por la joven polla de ese crío de agresivas formas.
Inmaculada no pudo aguantar y se dejó caer. El chico la agarró entonces, con la cara contraída por la furia y la hizo darse la vuelta tirándola cruelmente del cabello. Esta vez Rebeca supo que la boca de su amiga expulsaba gritos de dolor y no de placer.
Pero no podía hacer nada. Se delataría como mirona. Seguramente perdería a su amiga y podría poner en riesgo todos los nuevos clientes que quizás salvasen el puesto a Sergio. Porque sabía que si su marido seguí perdiendo clientes, al final lo echarían de la clínica.
Y porque la situación la excitaba. Eso lo reconoció después. Cuando ya observó de nuevo y pudo ver como Inma era sodomizada. Ver cómo su amiga era violentamente penetrada analmente la sobreexcitó, pese a lo brutal de la situación y que ella misma detestaba el sexo anal.
Pero su mano la traicionaba. Se estaba masturbando al máximo. Había logrado meterse tres dedos. Hacía años que no lo hacía.
Por suerte, sus pensamientos pudieron tranquilizarse. Volvía a ver la cara de su amiga. Era un poema. Estaba gozando sin lugar a dudas.
Rebeca la psicóloga se corrió entonces. Pero no era esa Rebeca entonces. Era Rebeca la mirona. Rebeca la mujer envidiosa del sexo profundo y salvaje de su amiga.
Pero también era Rebeca, la amante esposa. Y esta Rebeca era la más fuerte, así que se marchó cuando Inma estaba recibiendo de nuevo una dosis de polla en la boca, esta vez arrodillada de frente al impetuoso Juan.
Se limpió como pudo y regresó a casa, donde se duchó antes de irse con Sergio a pasar el fin de semana.
Continuará...
Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.