Matacrisis (5, la consulta -parte 3-)
La familia de unos psicólogos durante la crisis económica va a sufrir unas profundas transformaciones que les llevarán a explorar un mundo oscuro. Comienzan las sesiones con algunas de las víctimas de un siniestro Internado en el que no había límites para los castigos ni para los trabajos extras
La familia de unos psicólogos durante la crisis económica va a sufrir unas profundas transformaciones que les llevarán a explorar un mundo oscuro. Comienzan las sesiones con algunas de las víctimas de un siniestro Internado en el que no había límites para los castigos ni para los… trabajos extras.
Este relato viene de:
- Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
- Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
- Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
- Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
- Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
- Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.
Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final..
CAPITULO 5.B. REBECA.
5.B.1. LA CONSULTA: JUAN.
Cuando llegó ese día a la consulta, ya la estaban esperando.
Un chico bien formado, delgado y bastante alto (debía de sacarle al menos una cabeza) se levantó cuando llegó y la miró con una media sonrisa del típico chaval seductor que creía que hacía caer a cualquier chica en sus brazos con un simple guiño. Tonterías de juventud… como el llevar el pelo despeinado y engominado hacia arriba en masas desordenadas.
Unos ojos claros acompañaban un rostro con una nariz que presentaba una pequeña depresión en el centro, apenas perceptible pero que podría ser indicativa de alguna actividad física violenta aunque no tanto como el boxeo puesto que no se apreciaban más signos en la cara. Claro que también podría ser simplemente un rasgo propio de su anatomía.
Se acercó a ella y se presentó directamente.
Hola, me llamo Juan de Mindsor. ¿La Señora DamaRebeca es usted? –el tono y grado de pedantería eran tales que le rechinaron en los oídos a la mujer de Sergio, esperaba que no fuera así en las sesiones o no podría aguantarle con esa forma de hablar.
Soy yo, pero… -antes incluso de terminar, ya se había abalanzado sobre ella para darla dos besos en las mejillas mientras la sujetaba por los hombros y un tercero en la boca que cerró en cuanto notó que la lengua del chico también acompañaba este último beso.
Lo separó con brusquedad y con el corazón a todo galope por la inesperada forma de actuar de su paciente, habló en voz ligeramente más alta de lo que pretendía.
¿Se puede saber qué hace?.
Simplemente la saludaba, -respondió con la típica sonrisa que ese crío debía de pensar que derretía a cualquier mujer- Señora Da…
¿Desde cuando eso incluye intentar besarme en la boca? –cortó Rebeca.
¿Besar en la boca? –parecía sinceramente confundido-. No, Señora, es que así es la forma adecuada de saludar a una bella Dama como usted que me han inculcado en mi familia.
¿Con lengua?.
¡Ohh!... Señora, lamento el malentendido. Desde luego que no quería usar la lengua para besarla en la boca, pero ha debido de coincidir que me estaba humedeciendo los labios en ese mismo momento. Ha sido mera casualidad, se lo aseguro, Señor Dama…
Está bien, está bien… que no se repita… y deja de llamarme así.
¿Cómo quiere que la llame, Señora Dama Rebeca?.
Simplemente Rebeca, en la terapia no podemos crear tantas barreras… así que sólo Rebeca.
Sí, Seño… Rebeca.
Venga, pasa a mi consulta –dijo abriendo la puerta para que pasara él primero, no se fiaba de que no tuviera también otras “costumbres”. No pudo evitar fijarse levemente en que también su culo era indudablemente perfecto, pero por otro lado era lógico con su edad y coincidía con su parte frontal, pensó.
Siéntate –le dijo según pasaba a su lado, rodeando su escritorio-. En primer lugar quiero que quede bien claro que no toleraré conductas fuera de lu…
Ya la dije que lo siento, Seño…
Rebeca –cortó ella-. Sólo Rebeca. Y no me interrumpas. Como iba diciendo, la primera norma para que las consultas puedan ser una terapia exitosa es que no realices actos fuera de lugar. En segundo lugar, mientras estemos en una sesión de terapia, deberás mantenerte en mis límites. Yo guiaré la sesión y tú actuarás completamente libre de cualquier atadura –ahí le pareció ver una chispa extraña en los ojos de su nuevo paciente, pero fue tan corta que podía habérsela imaginado-. Hablarás sin tapujos de ningún tipo. No estoy aquí para juzgarte, sino para ayudarte a reducir el peso de tus problemas hasta el mínimo posible e incluso eliminar algunos, si es posible. Espero que te quede todo bien claro. Si tienes alguna pregunta, puedes hacerla libremente.
No… -aún le costaba acortar el trato- Rebeca. No tengo dudas.
Estupendo. Antes me has dicho que te llamabas Juan…
Juan de Mindsor Rodríguez-Mayoral… Rodríguez Mayoral con guión entre medias, es apellido compuesto –indicó mientras Rebeca anotaba el nombre.
¿Tú edad?.
Dieciocho años, aunque me dicen que parezco un poco más –quizás pudiera pasar por algún año más, pero apenas eso, unos años. No tenía importancia para Rebeca ni para la sesión, desde luego.
¿Domicilio?.
¿Tan pronto?... deberíamos conocernos un poco antes… -respondió, añadiendo un pícaro guiño de ojos.
Cada vez le parecía más un niñato y le entraron ganas de darle una torta para que dejase de hacer el cretino. Se reprimió.
Déjate de chorradas. Si no te vas a tomar en serio la terapia, este no es tu lugar.
Vaya… lo siento. Era una bromita. Vivo aquí, en Madrid, en Triana.
¿Con tus padres?.
Mi padre y mi hermano.
¿Y tú madre?.
Mis padres se divorciaron. Mi madre está en algún lugar de América, ayudando a unas monjas de no se qué –era obvio un sentimiento de resentimiento contra su madre en estas palabras o quizás rechazo hacia la labor que había escogido o puede que ambas cosas.
¿Qué sientes respecto a tu madre?.
¿Qué voy a sentir?. Se largó a ayudar a gente que no conocemos en lugar de estar aquí… y encima ni siquiera es algo que le dé dinero. Padre la manda dinero cada mes.
Por ahora decidió dejar aparcado este punto, era obvio que le generaba un intenso sentimiento de repulsa y podía bloquearle en estos primeros contactos.
¿Soltero, casado, separado o viudo? –dijo mirando por encima a ver si intentaba hacer un nuevo chiste.
Soltero, Rebeca, soltero.
¿Cómo te llevas con tú padre, tú hermano y el resto de la familia?.
Nos llevamos a las mil maravillas… cuando nos vemos, porque se pasan la mitad del tiempo de viaje o en reuniones de esto o aquello. Y la familia… casi no hablamos, somos las ovejas negras que ensucian la reputación por un par de malos negocios y encima lo del Internado…
¿Consumes alcohol?.
Sí, hace años… pero no soy un borracho, controlo.
¿Y drogas?.
No… bueno, alguna vez nos obligaron a usar en el Internado… -un escalofrío le recorrió visiblemente, lo cual indicaba claramente que la experiencia debió ser traumática.
Emmm… ¿por qué has venido a la terapia?. ¿Surgió de ti o te lo aconsejó alguien?.
Idea de mi padre. Se lo comentó alguien y le pareció buena idea… y de paso, me tenía entretenido un rato… aunque quizás no sea tan mala cosa… -deseo. Estaba claro que ese chico tenía una mente lujuriosa y la veía como una presa a punto de caer son su sonrisita y sus ojitos. Pobre iluso.
A estas sesiones vienes por lo que te sucedió al entrar en el Internado. Pero la pregunta es: ¿por qué?.
¿Por qué que?.
Cómo terminaste siendo internado, porque hasta entonces no habías ido a ningún centro de este tipo, ¿verdad?.
Sí, ha sido la primera vez que me internan… qué mal suena. Parece que estuviese loco o fuese un delincuente.
No busques dobles sentidos a las palabras y responde a lo que te he pedido.
Siempre he ido a colegios de pago, pero me expulsaron del último por mal comportamiento y mi padre me terminó enviando a este Internado donde le aseguraron que me educarían de una forma estricta y alejada de distracciones porque no había clases mixtas.
Es decir, que lo de tu mal comportamiento tiene que ver con las mujeres.
¿Acaso te parezco un maricó…? –empezó, pero rápidamente Rebeca le cortó.
Nada, -recalcó- nada, absolutamente nada de palabras malsonantes.
Lo siento, Rebeca. No era mi intención ofenderte.
No soy lesbiana –contestó ella. No sabía porqué tenía que decir eso ni defenderse de ninguna manera, pero este chico la sacaba de sus casillas-. Pero aunque lo fuera, en ningún caso toleraré insultos o groserías de ese tipo. ¿Comprendido?.
Sí.
¿Y bien?... ¿me vas a contar la razón que tuvo tu padre para internarte?.
Me peleé con un compañero del equipo del instituto que decía que yo era mari… homosexual.
¿Y?... –dijo Rebeca, animándole a continuar.
Puede ser que le rompiese un par de dientes en el vestuario… y puede que me escapase cuando el profesor iba a castigarme… y puede que intentase algo con la novia de ese compañero…
Con eso te refieres a que…
Oiga, la culpa no es mía si iba vestida y maquillada como una fulana…
Te he dicho que…
Lo siento… pero es verdad. Con quince años no es normal que fuese tan maquillada al instituto y que su ropa sin uniforme fuera una falda que casi no cubría nada y un top que casi se rompía cuando respiraba. La agarré del pelo cuando la vi y la besé, pero me intentó dar una torta. La empujé y cuando se fue detrás de la esquina del edificio la seguí. Se tropezó y estaba a cuatro patas cuando la alcancé. De verdad que no quería tocarla, pero me estaba enseñando un tanga que no ocultaba nada. Se lo arranqué y la di unos cuantos azotes…
¿La violaste? –le cortó Rebeca, ansiosa por un lado por saberlo. Aunque inconscientemente, era una historia que en parte la excitaba y en parte la repugnaba. Su sentido más práctico la avisó de que no estaba preparada para tratar con un violador, si es lo que era ese chico-.
No… bueno… puede que la metiese dos dedos… vale, la mano entera… y puede que la tocase las tetas. Pero no la violé… aunque ella dijo que si no hubieran aparecido otros dos compañeros que yo tenía pinta de querer forzarla. No quería. Sólo fue el momento, estaba enfadado por lo que me había llamado su novio. Nada más.
Y tu padre te envió a ese Internado para corregir tus arranques de ira, según tú.
Sí… y por eso en cuanto tuve la primera pelea allí ya me apodaron Toro.
Por cierto, ¿cuántos años tenías cuando te ingresaron en el Internado?.
Acababa de cumplir los dieciséis una semana antes.
¿Responsabilizas a tu padre por mandarte allí y lo que pasó?.
A mi madre.
¿Perdón?.
Si hubiese estado, mi padre no habría tenido que mandarme allí… él está muy ocupado con los negocios para preocuparse de investigar esas cosas. Fue culpa de mi madre por no estar ahí –desde luego parecía claro que tenía una fijación intensa con su progenitora, eso estaba claro.
Toc, toc.
Disculpa un momento… -indicó Rebeca mientras se levantaba y caminaba hasta la puerta, sin poder evitar sentir los ojos del chico en su espalda, algo que podía asegurar por el espejo que había junto a la puerta. Le vio incluso lamerse los labios.
Era extraño sentirse deseada así por un crío. Porque era un chaval, no podía olvidarlo. No era un hombre aún… pero no podía evitar darse cuenta que no le faltaba tampoco tanto.
Aún así era gratificante sentirse sexy.
Al abrir la puerta se encontró con Inmaculada, que miró por encima de su hombro al chaval que se sentaba al fondo antes de dirigirla una mirada cómplice con un guiño.
¿Qué? –preguntó Rebeca, cerrando la puerta detrás suyo.
No sabía que te gustaban tan jóvenes o te… -empezó, con una sonrisa picante.
Es un cliente –y aunque no había razón para ello, se sonrojó sin poder evitarlo.
Ya…
Es un paciente y punto. ¿Qué querías?.
Nada… que si podías adelantarme la sesión un rato porque me han cambiado la hora para el fisio.
Está bien, hoy sí porque era la primera sesión y ha sido una toma de contacto, pero no vuelvas a interrumpirme.
Vale, vale… no te pongas así…
Volvió a entrar en su consulta y no estaba. Antes de darse cuenta notó un aliento en la nuca. Se volvió de golpe y allí estaba, apoyado en la puerta sonriente.
No vuelvas a hacer eso…
¿La asusté?... lo siento, de verdad, Rebeca.
Bueno, de todas formas ya hemos terminado por hoy. El próximo día ya tendremos completa la sesión porque ya entraremos en materia.
Esperaré con impaciencia la próxima sesión, Rebeca –anunció, inclinándose y besándole la mano derecha antes de que pudiese retirarla cuando se la agarró entre las suyas.
5.B.2. LA CONSULTA: INMACULADA.
A pesar de las prisas, Inmaculada tardó aún cinco minutos en entrar después de que Juan abandonase la consulta. Casi estuvo tentada Rebeca de comentárselo. A veces su amiga se excedía en su conducta precisamente por ser amigas desde hacía años.
¿Me tumbo en el diván o prefieres que me quede sentadita como ese mozo que tenías antes? –comentó, guiándola de nuevo un ojo.
Déjate de tonterías, Inma. Ya sabes que las sesiones siempre son en el diván para mayor comodidad del paciente.
¿Entonces por qué no le tuviste así al mozalbete?.
Deja de insistir en eso, tenía que rellenar la ficha al hacer la toma de contacto y eso prefiero hacerlo sentados.
Eso y que así le podías ver esa carita tan bonita…
No todas estamos tan obsesionadas con el sexo, Inma.
Ohhh… -haciéndose la ofendida y llevándose una mano al pecho de forma aparatosa- Yo no estoy obsesionada… pero me encanta un buen polvo. Ya sabes que soy liberal en ese sentido… y mientras no se entere Manuel tampoco pasa nada –añadió con un guiño exagerado del ojo-. De todas formas también le gusta jugar, así que a veces hemos contratado alguna compañía para hacer tríos… una vez pagó a un negro que tuvimos haciendo una obra para que me follase mientras nos espiaba… ummm… casi me rompió el culo. Era un bestia, un cabrón… Estuvo casi tan bien como cierto amante que tuve… ufff… ese sí que sabía darme sexo anal en su punto justo, y eso que su esposa no le dejaba practicar… jajaja… -siempre que llegaban a la parte en que hacía comentarios de su antiguo amante casado, Rebeca no podía evitar carraspear porque la molestaba en su subconsciente la idea del adulterio y por sus propias ideas de que Sergio hubiera podido tener intenciones de participar en alguna aventura extramarital. En cambio para Inmaculada era una constante el comentar sus actividades y éxitos sexuales- Eso me recuerda que el pobre negro… no recuerdo su nombre… el caso es que terminó en la cárcel porque luego no se le ocurrió otra cosa que meterse en una pelea a navajazos con sus compañeros de piso… qué pena, me habría gustado jugar otro día con él, seguro que podía haber logrado que lo hiciera casi tan bien como… pero en fin, ya aparecerá otra oportunidad.
Venga, que te distraes. Cuando me llamaste ayer decías que querías hablar de Enrique –el primer marido de Inmaculada, con quien había tenido su primer hijo, Adolfo.
Pues sí, resulta que Adolfo –el hijo que habían tenido ambos- va a cumplir los dieciocho añazos este verano y después de no pasarme ni un céntimo para enviarle a los mejores colegios –es decir, mandarlo al extranjero y apenas verle unos pocos meses al año como a Lorenzo y Nazario, los dos hijos que tuvo con Eduardo, su segundo exmarido-, resulta que ahora quiere que haga la licenciatura en administración y dirección de empresas en la universidad Carlos III que es donde ha conseguido un puesto de profesor.
Y tú…
Me parece absurdo que después de estos años quiera meter mano, ¿quién mejor que yo para saber lo que le conviene a mi Adolfo?... pero encima, para cubrirse de gloria empezó con que si lo guapa que estaba y que si era feliz y bla bla. Vamos, que terminamos follando en su coche… suerte que llevaba puesto el anillo para estos casos…
¿Hiciste el amor con Enrique?.
Fue sólo sexo entre dos personas adultas, tampoco es para tanto… además, ya nos conocemos en todos los sentidos –añadió con un exagerado gesto hacia su entrepierna.
¡¡Pero si está casado!! –se había casado hacía unos tres años con otra mujer, justo poco antes de que Inmaculada empezase a acudir a terapia.
Y yo… pero bueno, apenas fue media hora como mucho entre comerme el coño, meterme su pollón y llenarme con su leche enterita. Casi no me acordaba de lo mucho que suelta, tuvo que comprarme unos vaqueros nuevos y bragas porque se me escurría y olía tan fuerte que me tuve que quedar en el coche. A cambio le dejé su pene tan limpio que relucía… joder, que rico…
Inma…
¿Sí?.
Tu mano.
Ahh… lo siento, no sé en qué estaba pensando –la obsesión, casi ninfomanía, que tenía Inmaculada había hecho que tuviera ya una mano inconscientemente en su entrepierna, acariciándose.
En resumen, que Enrique te llama para hablar del futuro de Adolfo y terminasteis practicando sexo en su coche.
Básicamente.
¿Cómo qué básicamente?.
Creo que quiero volver a fornicar con él…
¿Crees?. Yo pienso que no quieres en realidad o de lo contrario no habrías venido aquí. En el fondo de tu ser sabes que eso está mal. Es el padre de tu hijo, pero ya no tenéis más relación. Ahora te debes a tu actual marido y a tus tres hijos. Esa debe ser tu prioridad y rechazar los impulsos sexuales hasta transformarlos en una nueva energía que puedas concentrar en otras labores.
Y nuevamente, la sesión con Inmaculada volvió a ser una mezcla entre las quejas por los pocos fondos que tenía para manejar de sus tres matrimonios y sus fuertes impulsos de perversión sexual que la habían llevado esta semana a practicar el sexo sin protección con el primero de sus exmaridos como punto culminante de una reunión para discutir el futuro de su hijo mayor.
5.B.3. LA CONSULTA: SARA.
Nuevo día, nuevo paciente.
La chica que tenía delante era alta, debía rondar el metro setenta y cinco centímetros. Con su pelo castaño liso y suelto hasta poco más debajo de los hombros. Deportista. Eso se veía no sólo porque viniese con unas zapatillas deportivas acompañando un top azul de tirantes y unos pantalones vaqueros tan cortos que no tenían piernas.
Pero ella sí. Y eran perfectas. Unas piernas sin un solo defecto.
Tenía una sonrisa y una mirada cálidas, que creaban un ambiente relajado. Se habían saludado con un par de besos y Rebeca había sentido su calor corporal, irradiando con fuerza, mientras notaba cómo ella aspiraba su aroma y comentaba lo agradable que era su perfume.
A pesar de que Rebeca no eran de las que dan importancia a esos detalles, no pudo evitar fijarse que no llevaba sujetador y que se marcaban sus pezones de una forma muy llamativa contra el ajustado tejido.
Estoy encantada de tenerte en mi consulta, Sara –así se llamaba la chica-, y espero que salgas de aquí al terminar con una mente renovada y libre.
Gracias, Rebeca. Seguro que será una buena experiencia.
Vamos a ver cómo podemos ir rellenando tu ficha… Sara, ¿qué más?.
Sara María Zorrilla Silvestre –Rebeca dudó tan sólo un instante, por si era algún chiste extraño, pero ante la sincera expresión angelical de Sara, anotó el nombre pensando sin proponérselo en la cantidad de motes que la habrían puesto los niños en el colegio-, aunque en el Internado a veces me llamaban sólo Zorra Salvaje –añadió tras un instante, como en respuesta al pensamiento que había tenido la psicóloga.
¿Tus compañeras te llamaban así en el Internado? –se sorprendió.
No, los profesores… y los jardineros… y el conserje… -empezó a enumerar.
¿Y no te quejaste…? –empezó a preguntar por inercia, recordando demasiado tarde que precisamente en ese lugar habían pasado cosas de lo más terribles.
Cuando te tienen atada de rodillas desnuda a los pies de una cama durante dos días y lo único que haces es comer polla y tener el cuerpo cubierto de pis y semen como castigo por llevar mal puesto el uniforme, te das cuenta de que poco importan las quejas.
Disculpa, por un momento olvidé… -empezó a justificar su metedura de pata.
No pasa nada, Rebeca –respondió Sara, agarrando una de sus manos de forma afectiva e inclinándose ligeramente sobre la mesa, con lo que mostró parcialmente la zona del canal entre sus pechos.
Rebeca retiró rápidamente las manos, de una forma más brusca de lo que pretendía pero la chica no pareció sentirse ofendida y volvió a su postura previa. Decidió seguir la toma de contacto inicial como si nada.
¿Edad?.
Veinte años.
¿Y dónde vives?.
Pues ahora mismo en Madrid, en un piso que comparto con dos de mis hermanas.
¿Y tus padres?.
Nuestro padre vive con mis otras tres hermanas y Luciana.
Disculpa, pero no entendí… ¿Luci…? –empezó a indagar Rebeca, pero Sara la cortó.
Somos seis hermanas. Del primer matrimonio estamos Magdalena, Mónica y yo. Del segundo Clara, Estela y Elisa. Mi padre es doblemente viudo, pero dentro de poco va a casarse con Luciana. Y ahora vivo con las dos que están en la universidad en Madrid y mi padre está en Valladolid con el resto.
Deduzco que todas solteras.
Desde la primera a la última, por lo menos que yo sepa… jajaja…
Si tuvieras que valorar tus relaciones con la familia, ¿qué me dirías?.
Muy buenas.
¿Con todos sin excepción?. Aquí no hace falta que escondas nada, recuerda que nuestras sesiones son privadas y confidenciales.
Son –remarcó- muy buenas con mi padre y mis hermanas.
¿Con tus hermanas te refieres sólo a… -revisó sus apuntes- Magdalena y Mónica?.
No, no… con todas. Yo las considero a todas hermanas por igual, sin diferencias. Siempre nos hemos llevado muy bien.
Entonces sólo nos queda Luciana, ¿qué opinas de ella?.
No es que haya hecho nada… pero no me cae bien… no sé… supongo que es que lo veo como que mi padre está obsesionado con tener un varón…
Esa no es una razón para que no te sientas a gusto con Luciana, sobre todo si tu padre está pensando en casarse con ella.
Ya lo sé… es sólo que… bueno, también hay otra cosa… en realidad debería agradecérselo… pero… bueno, quizás por ello… que me parece un poco… no sé… falsa… no sé… es complicado –la pobre chica no sabía a estas alturas cómo describir su sentir con respecto a Luciana y estaba claro que el primer comentario había sido el más sincero aunque luego lo había intentado pasar por una situación sin una base real para la propia Sara.
Rebeca sabía que otra vez se estaba saliendo del esquema previsto para esa primera sesión de toma de contacto, pero no podía evitarlo. Había algo en Sara que la animaba a ser más abierta y directa, incluso trastocando su forma de llevar la sesión.
- Sé sincera, Sara. Cuéntame qué pasó entre tú y Luciana –y no pudo evitar tener un nuevo contacto físico con la chica. Esta vez fue ella quien tomó su mano mientras la obligaba con su otra mano a mirarla directamente a los ojos.
Al final, tras unos segundos de silencio, Sara bajó la vista y empezó de nuevo a hablar.
Fue Luciana la que descubrió lo del local…
Por favor, continúa… -la animó Rebeca.
Algunas veces nos mandaban a distintos sitios para prostituirnos. Decían que mantener el Internado y los aparatos de castigo era muy caro, así que las que pero nos portábamos según su escala… estábamos obligadas a conseguir dinero para el Internado. Otras veces ponían otras excusas, pero el caso es que uno de los lugares al que me mandaron fue un club en una carretera cercana a Valladolid. Y allí me la encontré un día. Me mandaron a un apartado para una pareja y cuando entré allí estaba ella con otro hombre. No era mi padre. El caso es que me pusieron a cuatro patas y mientras el hombre me sodomizaba analmente, yo tenía que comerla el coño… y lo tiene peludo… -añadió como aclaración.
¿Te obligó a hacer todo eso? –se escandalizó Rebeca.
Bueno… en realidad no sabía que era yo. Llevaba la cabeza tapada con una máscara de cuero y sólo tenía abiertos los ojos y la boca. El caso es que cuando la vi no me atreví a decir nada porque uno del Internado estaba conmigo y fue quien me colocó en la posición que pidieron… y de todas maneras se suponía que yo no podía dirigirme a los clientes, salvo en ciertas ocasiones.
¿Y cómo descubrió quién eras?.
Cuando terminó de sodomizarme y me estaba penetrando vaginalmente su compañero, se rompió el preservativo. Y como no quedaban, fue a buscar y entonces ella se puso el arnés para follarme el culo mientras me empezó a preguntar cosas porque quería contratarme para ir a la casa de su amigo. Al final tuve que hablar y me reconoció. La conté lo que pude en esos minutos y cuando regresó su amigo, le pidió una bebida y me dijo que procuraría sacarme de allí pero que por ahora fingiese que no nos conocíamos. Luego me sodomizó a lo bestia, porque yo había perdido toda la lubricación y no me puso el gel. Creo que disfrutaba con ello, pero no sabría decirlo porque fue cuando volvió su amigo y podría haber estado fingiendo.
¿Y fue a la policía entonces? –preguntó, confundida, alterada y… muy en el fondo, un poco excitada.
No. Al salir habló con el del Internado que me había llevado para alquilarme. Al final, logró que me llevasen a su reservado otro par de días en los que siempre venía con un amigo y me follaban los dos. Cuando nos quedábamos a solas me decía que era para mantener la tapadera. Pero cuando la dijeron que me iban a llevar a otro lado fue cuando me dijo que pronto iba a salir y la semana siguiente fue cuando hicieron una redada de inmigración ilegal de mujeres en esa sauna de Barcelona y me rescató la policía.
Así que en parte le debes una por ayudarte a salir y por otro temes que le esté poniendo los cuernos a tu padre, ¿es eso?.
Sí. Hemos hablado y me ha dicho que ya no lo hace. Que era un antiguo amante de Salta y que había venido por trabajo unos meses… ahh… se me olvidó decir que Luciana es argentina, de Buenos Aires, y por eso conocía a ese hombre. Pero me dijo que la cosa ya terminó, que se marchó y que ama a mi padre.
Pero a pesar de sus palabras, no confías mucho en ella.
No del todo, no -admitió.
Es normal, habiendo sufrido tanto que tengas dudas. Es perfectamente asumible, pero ahora debes responderte a esto: ¿hay algún indicio de que siga viendo a algún otro hombre?.
Que yo sepa… no.
Entonces quizás deberías otorgarle el beneficio de la duda, ¿no te parece?.
Supongo.
Si quieres, el próximo día hablaremos más sobre ello… si te apetece.
Vale.
Bien… veamos, ¿por dónde iba?... ahh… sí, mi marido parece haber detectado que en el Internado os drogaban. ¿Es cierto?.
A veces… depende.
¿Y a tí?.
Sí.
¿Y ahora?.
¿Yo?... –dijo señalándose- En mi familia somos muy deportistas, no tomamos drogas. Allí me obligaron algunas veces, pero yo no quiero tener nada que ver con eso.
¿Y alcohol?.
Algún vasito, como casi todo el mundo.
La terapia, ésta terapia. ¿Por qué has venido, fue idea tuya o recomendación de alguien?. ¿O tenías alguna referencia de esta clínica?.
Fue idea de Luciana. Le insistió tanto a mi padre, que al final tuve que venir. Pero me alegro –dijo sonriéndola.
Ahora viene una de las preguntas más duras de hoy. ¿Cuál fue la razón que te llevó hasta el Internado?.
Siempre he sentido debilidad por las mujeres. Desde que mis hermanas mayores me enseñaron a masturbarme con catorce años. Siempre que podía, lo hacía para que alguna tuviera que ayudarme. Las engañaba para que me tocasen, gozaba mucho. Luego empecé a interesarme por Rebeca, -la psicóloga no pudo evitar sobresaltarse ante su propio nombre, hasta que Sara prosiguió el relato- una amiga del grupo de scouts. Un día estábamos besándonos en nuestra tienda mientras Rebeca me metía sus dedos bajo el uniforme en mi conchita –Rebeca, la psicóloga, la profesional, no pudo evitar trasladarse a ese momento en su imaginación y colocarse en el puesto que debía estar ocupando el primer amor de esa chica que se sentaba ante ella. Y se estaba excitando. Nunca habría pensado que otra mujer pudiera lograr eso- cuando entró Mariano, uno de los monitores. Empezó a decir que nos iba a denunciar por guarras y demás, así que para que no dijese nada le rogamos y le suplicamos que hiciéramos cualquier cosa. Nos hizo desnudarnos. Obligó a Rebeca a lamerle la polla y los huevos. A mi me dijo que me masturbase mientras. Cuando ya se le notaba a tope, sacó su polla de la boca de Rebeca y me tiró al suelo. Se veía palpitar su pene y me empezó a penetrar. Era virgen y grité de dolor. Rebeca huyó con su ropa. Cuando Mariano vio que tenía el pene lleno de sangre creo que se asustó pero cuando estaba sacando su polla, no pudo aguantar y soltó toda su leche. Justo entonces entró el padre de Rebeca, que era el jefe del campamento y lo sacó a rastras. Llamaron a mi padre y dos semanas después estaba en el Internado.
¿Sientes algún tipo de rencor por ello para con tu padre?.
¿Por?. No, el no sabía qué tipo de disciplina tenían allí.
En fin, se nos ha pasado el tiempo hoy. Pero espero verte la próxima semana.
Eso no lo dudes, Rebeca –dijo Sara, con un guiño cómplice.
Cuando se despidieron, Rebeca tardó aún un rato en reconocer la sensación. Fue al ir al lavabo cuando por fin descubrió lo ocurrido.
Tenía la braga mojada.
Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.