Matacrisis (2, los psicólogos)

Los comienzos de la terapia no siempre son fáciles... pero a veces tienen sus compensaciones.

Relato previo, Matacrisis 1 :

http://www.todorelatos.com/relato/70574/

CAPITULO 2.A. LOS PSICÓLOGOS.

SERGIO

Apenas volvió a entrar en su despacho después de tener una segunda nueva visión del cuerpo transparentado de su hija, empezó a sonar el teléfono móvil de Sergio, provocándole un ligero susto ante la brusca interrupción de sus pensamientos.

No le sonaba el número de teléfono, pero tampoco era algo excesivamente extraño considerando que muchas veces su hija lo usaba para mandar mensajes de texto a compañeros de la facultad los fines de semana y luego lo llamaban a él en vez de a su hija. Pero tendría que asegurarse, también podría ser algún conocido con un nuevo número.

  • ¿Dígame?.

  • Hola... –respondió una voz juvenil claramente femenina, otra de las amigas despistadas de Camila pensó Sergio- ¿es Don Sergio?.

  • Sí, ¿eres amiga de Camila, quieres hablar con ella?.

  • No... emmm... me llamo Begoña... y soy... esto... que me han dicho que le llame para verle...

Esto ya era más raro. Nadie tenía su teléfono particular salvo unas pocas personas.

  • ¿Quién le ha dado este teléfono?.

  • Es que... soy de las que... bueno, quiero decir... yo estaba en el internado y...

  • Ahh, sí, me ha llegado hace un instante el informe... ¿llamas para que te diga dónde es y la hora para el próximo sábado?.

  • Sí... quiero decir no... es que... ¿podría ir hoy?.

  • Pues ahora mismo es que tengo un paciente esperando... –empezó a mentir Sergio, pues la situación era inesperada y no tenía nada preparado.

  • Por favor, necesito hablarlo con alguien... –suplicaba la chica- ... y en casa... es difícil de explicar, porfi...

  • Veré si...

Unos golpes en la puerta interrumpieron a Sergio y sonó la voz de su hija al otro lado.

  • Papá, me voy. ¿Quieres algo más?.

  • No, cariño –dijo tapando el auricular-. ¿Vendréis esta noche tu hermano y tú a cenar a San Rafael u os quedáis en Madrid?.

  • No sé papá... – respondió Camila, abriendo ligeramente la puerta y asomándose lo suficiente para que Sergio tuviera una rápida visión de cómo se marcaba uno de los pezones de su hija contra el fino tejido de su vestido- ... seguramente nos quedemos en Madrid.

  • Bueno, pero cualquier cosa me llamas. –puntualizó Sergio mientras daba un beso en la frente a su hija.

  • Sí, papá... hasta luego.

Una vez su hija volvió a cerrar la puerta del despacho y con el corazón nuevamente acelerado por la visión que acababa de tener, volvió la atención al teléfono.

  • Disculpe...

  • ¿Podría ir ahora, Don Sergio?... aunque sean diez minutos... –continuó suplicando con voz sedosa Begoña.

  • No creo que te diese tiempo, nos vamos a la una y...

  • En quince minutos estoy allí, gracias Don Sergio. –y colgó antes de que el sorprendido Sergio pudiera añadir nada más.

Lo más confuso es que no sabía por dónde empezar, pues se dio cuenta de que en el informe no se usaban los nombres de ninguna de las internadas, así que no sabía cual de todas podría ser Begoña, así que apenas había vuelto a ojear por encima los papeles cuando escuchó sonar el timbre y fue para abrir antes de que el sonido pudiera interrumpir a su mujer.

Apenas un minuto después entró Begoña en el consultorio. Era una chica alta, de más de metro setenta, delgada y con el pelo rubio recogido en una coleta en la nuca. Llevaba, parecía que se había puesto de acuerdo con su hija, un vestido de tirantes en una sola pieza de color azul claro, a diferencia de sus ojos castaños. Y nuevamente podía observar que compartía otra característica con su hija... no llevaba sujetador, pues sus firmes pechos se marcaban en toda su forma. Decididamente era guapa, con una media sonrisa tímida de jovencita.

  • Hola, Don Sergio, –dijo inclinándose ligeramente y bajando la cabeza, dejando inesperadamente entrever la parte superior de sus pechos- soy Begoña –y dicho esto, le plantó dos besos de cortesía a Sergio y... uno en la boca, provocando el roce de sus juveniles tetas contra el pecho de Sergio, cosa que lo hizo retroceder asombrado, a la vez que ligeramente excitado, y que provocó que ella se retirase sonrojada- ... Lo siento, Don Sergio, es una de las costumbres que aún no controlo...

  • Está bien, está bien... para eso estás aquí, para intentar volver lo antes posible a la normalidad... pasa a mi despacho.

Sergio se puso a un lado y dejó entrar primero a Begoña, observando de paso su apretado culito y unas piernas perfectas por debajo del final del vestido.

La chica se quedó en mitad del despacho, perfectamente cuadrada como si fuese una militar. Y, de paso, ofreciendo una visión ligera al trasluz de un cuerpo claramente perfecto en el que destacaba lo apretado del vestido, sujeto a la cintura por un cinturón a juego, apenas interrumpido por una fina línea indicativa de la presencia de unas finas bragas.

  • Por favor, siéntate en el diván –dijo, mientras cerraba la puerta y corría el cerrojo para evitar interrupciones – y apaga tu teléfono.

Inmediatamente Begoña sacó un pequeñísimo móvil de su bolso de mano y lo apagó, volviéndolo a situar dentro del bolso antes de ponerlo todo en una mesita junto al diván. Luego se tumbó, provocando que sus piernas quedasen aún más visibles.

  • Veamos... Begoña, empezaremos hablando de temas generales, ¿te parece?.

  • Sí, Don Sergio.

La verdad es que empezaba a gustarle que continuamente le diera ese trato de respeto, por lo que en ningún momento se le pasó por la cabeza reducir la distancia de estatus.

  • Empecemos por rellenar tus datos de paciente, ¿nombre?.

  • Begoña, Don Sergio.

  • Nombre completo.

  • Lo siento, Don Sergio. Begoña "culo prieto" Sierralta Lindström.

  • ¿Qué?.

  • Don Sergio, me llamo Begola "culo prieto" Sierralta Lindström, Señor.

  • No, me refería a lo de "culo prieto".

  • Es... ¿tengo que decirlo, Don Sergio? –dijo, sonrojándose y acelerando ligeramente la respiración.

  • Sí, durante las sesiones deberás hablar con total libertad y sin omitir nada de lo que yo te pueda preguntar o no servirá de nada, ¿comprendes?.

  • Lo siento, Don Sergio... espero que me perdone.

  • ¿Entonces?...

  • Es mi apodo, Señor... el que me dieron en el Centro... porque por muchas veces que... que me follasen el culo... lo seguía teniendo firme... Señor.

  • Ajá... –comentó Sergio, intentando contener el bulto que empezaba a crecer en su pantalón- ... ¿y el segundo apellido, cómo se escribe?.

  • ¿Lindström?... es ele i ene de ese te erre o, con diéresis, y eme... es sueco. Mi madre es sueca.

  • Ya... ¿edad?.

  • Diesiete años, Don Sergio.

  • Entonces daremos la sesión por no iniciada y nos veremos el próximo sábado, tendría que estar uno de tus padres para firmar una autorización.

  • Nooooo... –dijo, levantándose rápidamente Begoña y arrodillándose delante suyo, puso las manos a la altura de los muslos de Sergio, provocando una nueva reacción de su pene- por favor, Don Sergio, haré cualquier cosa, necesito empezar cuanto antes... me siento una extraña con mi familia y todo el mundo... se lo suplico... – continuó, mientras empezaba a toquetearle la cremallera del pantalón - ... por favor, Don Sergio...

  • No... –empezó a responder, pero la chica rápidamente lo interrumpió bajándole de un tirón la cremallera y sacando con gran habilidad su ya duro pene, para empezar a lamérselo con su lengua sin parar.

Durante unos instantes, Sergio no reaccionó y dejó que Begoña siguiera comiéndole la polla, que se introducía hasta el fondo de la boca sin problemas... pero al final su mente logró dirigir sus manos a la cabeza de la chica hasta separar su cabeza de su pene, observando cómo un hilo de saliva se alargaba entre su boca y su polla hasta romperse y mojar ligeramente el fino vestido de ella.

  • Que... no... vuelva... a suceder... aquí mando... yo... ¿comprendes?... –consiguió decir, aún acelerada su respiración tras esa corta mamada.

  • Don Sergio, yo... – empezó a responder la, otra vez, sonrojada chica a la vez que empezaba a levantarse.

Sujetándola por los hombros, la empujó de nuevo a la posición de rodillas entre sus piernas, sin hacer tampoco intención de guardarse el pene.

  • ¿Te he dicho que te levantases?.

  • No, Señor, pero...

  • Nada de peros, mando yo, ¿lo entendiste?.

  • Sí, Señor –respondió, bajando la cabeza.

  • Ahora termina lo que empezaste y ya hablaremos de la próxima sesión...

Y dejó que la chica se lanzase de nuevo sobre su pene, haciéndole una mamada tan lenta e increíble que rápidamente se le olvidaron las dudas sobre la situación y que lo llevaron varias veces a estar a punto de explotar... pero con gran maestría, Begoña logró controlar la situación hasta dejarle descargar toda su leche tras más de diez minutos de una relajante mamada en la que hubo momentos en que su mente desbocada hizo pasar imágenes de su esposa, su hija e incluso ambas a la vez realizando esa deliciosa actividad.

  • Ahora vete y no digas a nadie que estuviste aquí, dirás que cuando llamaste te di cita para el próximo sábado a las 11, ¿vale?.

  • Pero... pero yo creía que si te hacía una mamada...

  • No, hoy tengo mucho que hacer... –mintió- y vente el próximo día con alguno de tus padres o que te den el justificante, ¿entendiste?.

  • Sí, Don Sergio.

La verdad es que le habría gustado tener más tiempo a esa chica en la consulta, porque le había puesto a mil y sabía que podría haber obtenido cualquier cosa de ella... pero su esposa estaba en la otra sala y realmente las cosas habían sucedido de un modo muy precipitado y tenía que pensarlo más friamente.

REBECA

  • ... como te digo, el muy tacaño insensible no quería pagar más que 1500 euros al mes por nuestros queridísimos tres hijos... ¡¿cómo pretende que sigan en la academia británica con esa miseria?!... tendría que traerlos a una institución española y tenerlos en casa hasta que comenzase el nuevo curso... –seguía comentando Inmaculada, esta vez tratando el tema de los dos hijos que tuvo con su segundo exmarido y el que ya tenía de su primer matrimonio, a los cuales apenas veía salvo unos días del verano y las navidades- ... definitivamente un miserable, pero al final me pasa 1800 euros para cada uno y así Manu sólo tiene que poner otros 400 cada mes...

Y así seguía despotricando de su segundo marido cuando sonaron unos golpes en la puerta.

  • Disculpa, -cortó Rebeca, y elevando la voz añadió hacia la puerta- ¿sí?.

  • Madre, me voy ya –respondió la voz de Camila.

  • Ahora vengo, Inma. –añadió, levantándose y saliendo un momento del despacho.

  • ¿Dónde está tu hermano, no venía a buscarte?.

  • Está abajo, me ha mandado un mensaje que no podía aparcar y está en doble fila.

  • Pues venga, anda, baja, que a tu padre no le haría ninguna gracia una multa... por cierto, ¿ya le has dicho que te ibas?.

  • No, madre, ahora se lo diré.

Dicho esto, se dieron un par de besos.

  • Y portaros bien, no dejes que tu hermano beba alcohol.

  • Vale, madre.

  • Hasta luego, cariño.

Y dicho esto, volvió a su aburrida sesión con Inmaculada, que ya estaría pensando en una nueva forma de torturar sus oídos con sus quejas mezcladas con el dinero y el sexo.

Por fin, media hora más tarde, Inma se marchó.

Ya tenía la mano en el picaporte del despacho de Sergio, cuando escuchó voces dentro. Después de un instante, la curiosidad pudo con Rebeca, que aún tenía en mente parte de la conversación con Inma y sus propios miedos a que Sergio pudiera buscar una mujer fuera del matrimonio, y pegó la oreja a la puerta.

  • ...apaga tu teléfono.

  • Veamos... Begoña, empezaremos hablando de temas generales, ¿te parece?.

  • Sí, Don Sergio.

  • Empecemos por rellenar tus datos de paciente, ¿nombre?.

  • Begoña, Don Sergio.

En ese momento, se escuchó un borboteo y Rebeca se dio la vuelta de golpe, con el corazón palpitándola, pero resultó ser sólo la máquina del agua. Disgustada consigo misma, abandonó la puerta del despacho de su marido y volvió a su propio despacho para leer un rato el periódico mientras esperaba que terminase la consulta que obviamente tenía. No tardó mucho, estaba claro que la sesión debía haber sido corta, porque poco más de quince minutos más tarde se abrió la puerta del despacho de su marido y alguien abandonó la consulta.

Sin embargo, Sergio no apareció inmediatamente pese a que ya tenían que irse y cuando por fin acudió se lo veía ligeramente alterado.

  • ¿Todo bien cariño?.

  • Sí, muy bien... ¿nos vamos?.

  • ¿Estás seguro?... porque si necesitabas quedarte un rato más con la señora...

  • ¿Señora, qué señora?.

  • La que estaba contigo hace un momento...

  • ¿Y cómo sabes...?.

  • Bueno, la vi salir... –mintió Rebeca para que no descubriera que le había estado espiando tras la puerta.

  • Ahhh... eso... sí, es que tenía prisa y se marchó... pero bueno, salgamos ya o llegaremos tarde a la reserva.

  • De acuerdo, estoy lista.

Continuará...

Nota: este relato es inventado y he contado con la ayuda de dos personas de esta web. Gracias por vuestra colaboración y espero seguir contando con vuestros consejos.