Matacrisis 10.D (la telaraña de Juan con Rebeca)

Continua la dura semana de Rebeca, que aprende cómo se sienten las moscas cuando las atrapa una araña...

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Los capítulos anteriores de las aventuras de esta semana de Rebeca, la psicóloga y mujer de Sergio:

Matacrisis 10.A: http://www.todorelatos.com/relato/87104/

Matacrisis 10.B: http://www.todorelatos.com/relato/91028/

Matacrisis 10.C: http://www.todorelatos.com/relato/92199/

CAPITULO 10. TERCERA PARTE-B: REBECA METE EL PIE EN LA TELA DE LA ARAÑA.

  1. Novena parte: teléfonos y taxis.

Debería habérselo contado todo a Sergio. Estaba segura de que era lo mejor. Lo más doloroso, puesto que habría puesto al descubierto unas perversiones que ni ella misma había sospechado que podía tener… y porque quizás la responsabilizase de la violación sufrida en casa de su paciente y el abuso humillante a que el taxista la sometiera justo después.

Sergio la habría sabido perdonar, estaba segura… o quizá no… últimamente empezaba a desconfiar de sus instintos.

Indecisa, al final optó por aparentar normalidad. Se lavó a conciencia, sintiéndose sucia tanto por dentro como por fuera. Así, cuando regresó Sergio a la casa no observó nada extraño. Claro que era un hombre y muchas veces los varones no ven nada ni siquiera delante de sus narices, pensó la psicóloga.

Pero realmente no estaba bien. No podía dejar de pensar en lo sucedido. Y, sobre todo, en que una parte de si misma parecía haber disfrutado con esa salvaje y brutal sesión de sexo forzado.

Anuló sus primeras sesiones para el jueves. No podía suspenderlas todas, pues Sergio habría sospechado.

Pensó en citar a Juan en la consulta, una zona donde ella podría tener cierto control y algo de seguridad, pero no contestaba a sus llamadas.

Tampoco pudo localizar a Inmaculada, así que tendría que mantener su sesión con ella y, de paso, descubrir dónde estaba su amiga mientras ella entraba en la casa para cumplir con su parte del plan que habían elaborado antes de la fracasada incursión en casa de Juan.

Pasó la noche acosada por extraños y perturbadores sueños.

Al principio se veía en su propia casa, con Sergio haciéndola el amor y preguntándola si quería más. Cuando respondió que sí, él agachó la cabeza hasta meterla en la entrepiernas de la psicóloga. Se estremecía ante las atenciones de la lengua de su marido que recibía en lo más profundo de su intimidad… hasta que recordaba que no era propio de Sergio y, al mirar, descubría que en realidad era Juan quien tenía la cabeza entre sus piernas. Alzaba la mirada y la llamaba puta… momento en que intentaba sacárselo, pero sus manos estaban atadas.

Había alguien junto a la cama atándola. Era el taxista, que se lanzaba a la vez a comerla los pechos.

Gritó pidiendo ayuda en sueños y su hija entro por la puerta. Iba cogida de la mano de Vanessa, ambas desnudas, y la pedía que no alzase la voz porque las había interrumpido.

En ese momento, Juan se encumbraba sobre ella, mostrando una terrible erección que apuntaba a su coño. Cuando metió su pene ella no lo impidió en el sueño. Sin dar crédito a sus ojos, su propio cuerpo actuó por su cuenta y se abrió de piernas para recibir en lo más profundo de su interior al miembro duro y viril del chico que la tenía sometida a su potencia… una potencia que su sueño recordaba con claridad de la violación sufrida en la casa de Juan apenas unas horas antes.

Y aunque ella sabía que todo era un sueño, una parte de ella no quería que lo fuese e incluso luchaba contra esa otra parte que la intentaba despertar para mantener su fidelidad a su familia incluso en sueños.

Mientras era penetrada en su sueño por Juan, el taxista ponía su polla delante de la cara de la psicóloga mientras su hija y Vanessa se besaban y tocaban en un extremo de la habitación.

Una fuerza extraña se apoderaba de su sueño, haciendo que girase la cabeza con desesperación buscando comerse entero el pene del sucio taxista mientras la imagen de su hija y la novia de su hijo unidas en un frenesí lésbico la hacía calentarse por dentro de una forma que no creía posible ni en este tipo de sueños.

Se despertó sudorosa y empapada. Notó de inmediato que se había corrido en su sueño.

Sergio estaba dormido a su lado, sin haberse dado cuenta de nada.

Lo más extraño que se la pasó por la cabeza era el darse cuenta de que estaba desnuda y de que su sexo estaba cada vez más hinchado. No podía cerrar sus piernas.

Cada vez estaba más húmeda y sudorosa. Sentía unas palpitaciones intensas en su entrepierna.

No podía levantarse, las descargas de placer cada vez eran más intensas y continuas. Al final empezó a chillar de placer, agarrándose con una mano los cabellos mientras la otra frotaba sus incendiados pechos, cuyos pezones le parecían a punto de estallar.

Su cuerpo se contraía sin parar y los gritos se alternaban con intensos gemidos de placer que surgían de…

Levantó las sábanas para encontrarse con Soraya, que se aplicaba sin piedad a la tarea de comerla el coño con su lengua mientras sus manos acariciaban cada centímetro libre del cuerpo de la psicóloga de cintura para abajo.

Siguió levantando un poco más la sábana y vio a su propia hija. Camila, también desnuda. Estaba detrás de Soraya, con la cabeza entre las piernas de la nueva ayudante de sus padres en la consulta y se dedicaba claramente a hacer lo mismo que Soraya hacía a Rebeca y…

Y al asomarse un poco más bajo la sábana, descubrió que a su vez su hija estaba siendo sodomizada por Juan, que apoyaba sus manos en las caderas de su hija mientras clavaba su hinchada polla en el interior de su hija.

Su paciente levantó la cabeza y pronunció una sola frase desde el fondo de la profunda cama de los sueños de Rebeca… y mientras el sonido la llegaba, él empezaba a descargar con furia en el interior de Camila, que se corría intensamente a la vez que provocaba que Soraya también lo hiciese justo instantes antes de que la propia Rebeca alcanzase un nuevo orgasmo mientras las palabras flotaban a su alrededor en el sueño que la atrapaba.

- ¿Ves como sois todas putas?.

A la mañana siguiente, el jueves comenzó con una llamada a su teléfono desde un número oculto.

La psicóloga aún estaba confusa por lo sucedido apenas unas horas antes. Y aún más después del intenso sueño vivido, que la había hecho despertarse completamente sudorosa y con unos rastros evidentes de una intensa humedad surgida del interior más profundo de su sexo.

Por suerte, Sergio parecía no haberse dado cuenta de nada.

Cogió el teléfono móvil con un ligero temblor, presintiendo que no iba a ser propaganda.

  • Hola, puta –sonó la voz de Juan. Pese a esperarlo, la mujer de Sergio no supo qué responder-. Vaya educación tienes… ¿no quieres responder, prefieres que tu maridito y todo el mundo sepan lo zorra que eres?.

  • No, no…

  • ¿No qué?.

  • No… es que me has pillado de…

  • ¡Responde a lo que pregunto, puta mamona! –la cortó Juan.

  • Sí, sí, pero…

  • De peros nada. Tú última oportunidad, zorra, ¿entendido?. ¿Acaso creías que hurgar en la mente de las personas siempre te iba a salir gratis?. Ahora dime… y piénsatelo bien, que sé que serás capaz de hacerlo. ¿Vas a responderme educadamente –pronunció, remarcando la palabra- o tendré que mandar a tu marido y tus clientes toda la grabación donde reconoces que eres una vulgar puta?.

  • Sí… -y al cabo de unos segundos, en los que notaba cómo crecía la tensión, contestó, humillándose a la vez que inclinaba la cabeza frente a su extorsionador- sí, señor.

  • ¡Bravo, puta!. Ya sabía yo que podías hacerlo. ¿Ves cómo no era tan difícil?. Ahora vayamos al asunto que te quería comentar, ¿te parece?.

  • De acuerdo.

  • ¡¿De acuerdo, qué, cabrona?!.

  • De acuerdo, señor… no hace falta…

  • Sí, sí hace falta. Tienes que aprender lo que es el respeto y no creas que te voy a pasar por alto las tonterías, ¿comprendido?.

  • Sí, sí… sí, señor.

  • Mejor… pero es necesario que reforcemos la idea, para que veas que no es tan malo el ser educada con quien tanto te ha dado –sentenció con un tono de voz irónico, recordando seguramente cómo la había penetrado el día anterior-. Vamos a empezar por algo sencillo… ya sé, hoy vente a la consulta sin bragas, para una puta mamona como tú no creo que sea un gran problema, ¿verdad?.

  • Pero…

  • De peros nada y no te me hagas la mojigata que ayer no lo fuiste para nada en casa… ni en el taxi –terminó, demostrando su control sobre todo lo que había sucedido en las horas anteriores. Rebeca se sentía atrapada, incapaz de pensar en cómo salir de una situación que se la escapaba de las manos-. No me extraña que tu hija sea una tortillera. Y para que no existan dudas, apunta el teléfono de ese gran hombre con el que tan buenas migas hicisteis ayer tu hija y tú, pedazo de zorritas. ¿Entendido, puta?.

  • Sí, sí señor –respondió la mujer de Sergio, aún impactada por todo lo que estaba pasándola.

No fue hasta después, ya cortada la comunicación y con el número del taxista en la mano, cuando se dio cuenta de lo que su paciente y extorsionador había dicho. Que su hija, Camila, era lesbiana.

Pero eso no podía ser, ¿verdad?. Tenía novio. Y estaba segura de que habían mantenido relaciones. Pero… había visto tantas cosas últimamente en la consulta y le habían pasado cosas tan asombrosas en los últimos días que la duda comenzó a arraigar en su mente.

Todas esas reuniones con Vanessa, la novia de su hijo, sin una clara finalidad… la conversación que la había escuchado días antes… pero no, no podía creer a Juan. Era un ser perverso, una mente retorcida. Tenía que ser mentira… ¿o no?.

En su hijo sí podía confiar. Era todo un hombre. Nunca lo había pensado, pero tenía que serlo.

Siendo hijo de Sergio no podría ser de otra manera.

Era cierto que los últimos años su vida sexual se había reducido mucho, en gran medida por culpa del gran volumen de trabajo que mantenían. Incluso en un momento dado ella había creído que Sergio la engañaba. Por eso había trasladado su consulta a su misma clínica, e incluso ahora aún seguía albergando algunas dudas acerca de ello, pese a que no había hallado ninguna pista que demostrase ningún tipo de escarceo amoroso por parte de su marido con ninguna otra mujer.

El caso es que durante su noviazgo y, sobre todo, los primeros años de matrimonio, habían disfrutado de una vida sexual tremendamente activa debido a la gran virilidad de Sergio, que había tenido temporadas en las que prácticamente estaba todo el día empalmado.

Rebeca creía que, ahora que pensaba en ello por primera vez, su hijo habría heredado esa hiperactividad sexual de su padre. Estaba absolutamente segura que tenía una vida sexual muy activa con Vanessa. Y sin embargo… la duda seguía allí, implantada por las palabras de Juan. ¿Podría ser que Darío no tuviera la potencia suficiente para saciar a Vanessa?. ¿O quizás Camila había descubierto la bisexualidad o que en realidad fuese una lesbiana reprimida por su entorno?.

Rebeca creía que habían sido unos padres que habían educado con total libertad a sus dos hijos en ese campo… quizás debieran haber hablado con ellos al respecto o darles unas directrices o… Ahora que lo pensaba, realmente no recordaba haber tratado ni siquiera el tema ni tan siquiera con una mínima profundidad. ¡Vaya psicólogos estaban hechos que ni hablaban de sexo con libertad con sus propios hijos!.

Para cuando quiso darse cuenta, ya era hora de ir a la consulta. Llamó al número que la había dado su paciente y al cabo de un rato bajó a esperar el taxi desde el interior del portal.

Se había puesto una falda larga. Había sido incapaz de ponerse pantalones sin llevar las bragas. Sabía que no debería haberlo hecho, que no tendría que haber cedido a las exigencias de su paciente. Que debería contarlo todo a Sergio. Pero no fue capaz. Algo en su interior se lo impedía, no la permitía hacer aquello que su mente más racional, lógica y calculadora gritaba. Era extraño, pero algo la hacía caer en una especie de trance que la inducía a obedecer esas órdenes absurdas y vejatorias… y a la vez la hacía sentir un hormigueo extraño en su interior, un picor insistente que partía de la entrada de su sexo y penetraba hasta lo más profundo de su ser.

  • No, no… por ahí no –anunció el taxista cuando fue a entrar en el asiento trasero destinado a los pasajeros. Acompañó la frase que temía Rebeca con una palmada en el asiento contiguo al suyo-. Aquí.

La psicóloga rodeó el coche mientras sentía sobre su cuerpo la mirada lasciva del hombre. La mera idea de estar siendo desnudada mentalmente por ese vulgar personaje la provocó un escalofrío que recorrió su espina dorsal.

  • No te olvides el cinturón, querida –dijo, una vez activó el cierre de las puertas, y aprovechando para pasar su mano por las tetas de Rebeca, que intentó sin éxito echarse hacia atrás-. No me gustaría que por una tontería te quedase alguna marca en estas preciosidades… mmm… se nota que son naturales, ¿eh?. Quizás al regreso tengamos tiempo para hacerlas una fiesta, ¿no te parece, puta?... ¡ja, ja, ja!.

Pronto se incorporaron al tráfico, dirigiéndose a la consulta de la psicóloga, mientras el taxista seguía con su monólogo, puesto que la mujer de Sergio había decidido no pronunciar ni una sola palabra si podía evitarlo.

Aparcó el coche en una calle cortada, y sin tránsito, a un par de minutos de la consulta.

  • La falda.

  • ¿Qué? –respondió ella, nerviosa, justo antes de que la cruzase la cara de una torta. No fue fuerte, tan sólo lo suficiente para avisarla que iba en serio.

  • Quítate o súbete la falda, como prefieras, pedazo de zorra. No me hagas perder más tiempo –la decía mientras aprovechaba para volver a manosearla los pechos fingiendo que manipulaba el cinturón de seguridad.

Rebeca estaba segura de que iba a ser expuesta a una nueva humillación, pero no dudó entre las dos opciones. Intuía que si se quitaba la falda sería objeto de un nuevo abuso por parte del vulgar taxista mientras que subiéndosela seguramente se limitaría a comprobar que había acudido sin bragas.

Se subió la falda, observando la reacción del taxista.

Sin querer ni darse cuenta, el ascenso de sus manos retirando la falda fue haciéndose más lento e incitante según sus ojos observaban cómo iba creciendo el bulto situado en la entrepierna del taxista y cómo su respiración se aceleraba mientras paseaba su lengua por sus labios. Y una parte de ella disfrutaba causando esa sensación, representando sin admitirlo el papel que su mente adulta había intentado negar frente a las imposiciones de su violento, tanto a nivel físico como sexual, paciente.

Despertó de su estado de ensoñación cuando el hombre que tenía al lado bajó su cremallera y mostró su gruesa polla.

El miembro empezaba a chorrear con esa humedad naciente de intenso olor que la psicóloga recordaba del día anterior.

La sostuvo con su mano izquierda mientras con la derecha avanzaba directo al coño de la mujer de Sergio, que se quedó como paralizada observando el duro e hinchado miembro viril del marrano que tenía junto a ella.

Empezó a tocar de forma torpe la entrepierna de la psicóloga, que no hizo nada para detenerlo. Quizás así terminase antes, se excusó una parte de su mente.

Poco a poco fue ganando confianza y los dedos del hombre fueron abriendo el coño de Rebeca hasta alcanzar su clítoris y las zonas más íntimas. El movimiento fue alcanzando un ritmo frenético que lograba estimular el sexo de la psicóloga, que se rindió al masaje de su coño casi sin darse cuenta.

Cuando él se agachó sobre su entrepierna y empezó a lamerle el coño, la mujer de Sergio estaba tan entregada que ni siquiera se había dado cuenta de que ahora era su propia mano la que sostenía el pene del taxista, realizando un suave movimiento para mantenerlo erecto entre sus dedos, que se iban empapando del líquido preseminal del sudoroso macho.

Él seguía lamiéndola el coño, una labor que hasta ese momento la psicóloga pensaba que era un acto vulgar y asqueroso, más propio de seres sin valores normales, absolutamente perversos y entregados a la más absoluta degradación de la especie hasta el retorno a las raíces más animales de la humanidad... vamos, cosas que serían más propias de Inmaculada. Tan vulgar y asqueroso le parecía… repugnante… y que ahora la estaba haciendo sentir una satisfacción creciente.

No pudo evitar correrse, gimiendo sin tapujos mientras el taxista completaba su labor en el sexo de Rebeca y la psicóloga apretaba con fuerza la polla de ese hombre odiado y vulgar.

  • Como tu hija… como tu puta hija –dijo el hombre mientras levantaba la cara, empapada en una mezcla de sudor y restos de la corrida de la psicóloga.

La pequeña magia del momento se rompió con esa frase, aunque Rebeca no acertó a soltar su mano de alrededor del pene del taxista.

  • ¿Qué…?.

  • Venga, fuera puta, que no tengo todo el día… o quizás te apetezca… -terminó la frase con un claro gesto de invitación hacia su aún duro pene.

Esta vez Rebeca no dudó. Escapó del taxi y se dirigió andando lo más rápido que pudo a la consulta.

Estaba a punto de entrar al edificio cuando se cruzó con quien menos se esperaba.

  • Buenas tardes, Rebeca.

  • Ehh… buenas tardes, Manuel –respondió ella, mientras su respiración se aceleraba automáticamente al contemplar los hechizadores ojos de su otro paciente masculino del Internado.

  • Supongo que tiene prisa, pero me gustaría invitarla a tomar algo… por las molestias de tener que escuchar todas esas cosas que pasaron, si no la importa.

  • Sí, sí… ehh, digo no, no. Ahora no puedo –respondió con una gran sensación de fastidio.

  • Entonces cuando termine la consulta, ¿de acuerdo?.

  • De acuerdo –terminó cediendo ella, hipnotizada por la deslumbrante mirada del joven.

  • La esperaré impaciente –se despidió él, pasándola una tarjeta con su dirección en el portal contiguo al de la clínica-. No falte.

  • No lo haré, gracias.

  • Décima parte: Juan y Soraya.

Una nueva sorpresa esperaba a la mujer de Sergio cuando entró en la consulta.

Soraya estaba tras el mostrador, con síntomas de nerviosismo. Aun así se las arregló para mostrar una expresión arrebatadoramente cautivadora al observar la presencia de Rebeca.

  • Buenos días, mi... –empezó la chica.

  • Buenos días, Soraya –la cortó Rebeca, en parte deseosa de mantener el contacto visual e incluso de acercarse más a la joven y en parte escandalizada por ese impulso que sentía en presencia de la paciente de su marido que ahora también les ayudaba en la recepción-. Hoy tendrás poco trabajo, sólo tengo a dos pacientes. En cuanto lle...

  • Ya está –la interrumpió Soraya, nuevamente mostrando un marcado nerviosismo.

  • ¿Quién? –inquirió la psicóloga, mientras un escalofrío recorría su columna vertebral contagiándose de la sensación de angustia que emanaba de su joven auxiliar.

  • Juan... –y como si no pudiese evitarlo, añadió con una pequeña mueca-, el toro de Doña Blanca.

  • ¿Le conoces? –preguntó Rebeca, bajando la voz a un nivel conspirativo.

Cuando su nueva ayudante asintió se giró rumbo al cuarto de la limpieza, tras gesticular para que la siguiese. Quizás pudiera descubrir algo sobre el violento chico que la pudiera dar alguna ventaja... quizá...

Una vez dentro del estrecho espacio, la esposa de Sergio advirtió que la estrecha cercanía con Soraya estaba haciendo que su sexo, como si tuviera voluntad propia, comenzase a hincharse y humedecerse. Sentía un creciente cosquilleo en sus zonas erógenas más íntimas y no podía dejar de advertir que si no fuera por el sujetador, sus pezones se marcarían de forma muy llamativa por el repentino crecimiento que estaban mostrando.

También se dio cuenta de que a la chica le debía estar pasando algo igual. Podía ver sus pezones claramente marcados y cómo la respiración de la joven se había acelerado sensiblemente... y el pequeño espacio no las permitía mantenerse alejadas, apenas separaban sus pechos una pequeña franja de aire. Un nuevo escalofrío recorrió la espalda de la psicóloga, pero esta vez era de placer.

Sin darse cuenta se pasó la lengua por los resecos labios y otra nueva descarga atravesó su cuerpo al ver los ojos de la joven pendientes del trayecto de su lengua.

Desechó con dificultar las sensaciones que emanaban de su interior y la cálida cercanía de la bella joven para intentar centrarse en su problema más peligroso.

  • Cuéntame. ¿Qué sabes de él?.

  • En el Internado era uno de los favoritos de Doña Blanca –comenzó a recordar la chica-. Al poco de llegar ya le conocíamos todas porque aunque casi siempre nos tenían separadas a chicas y chicos, al final las noticias y los rumores nos llegaban. Era el típico abusón violento y la primera noche montó una buena bronca con uno de sus compañeros de cuarto porque le parecía maricón. Me contaron que ya estaba obsesionado con los homosexuales antes de venir al Internado.

  • ¿Le disciplinaron?.

  • No. Le llevaron con Doña Blanca, que era la Subdirectora y dirigía la disciplina en el pabellón de chicos. Dijeron que se escucharon gritos y gemidos toda la noche.

  • ¿No me dijiste que no le habían castigado? –inquirió, confusa, Rebeca.

  • Es que no le castigó, estuvieron... estuvieron... –incluso con la escasa luz, se notaba que a la chica le estaba costando continuar la historia. Al fin y al cabo, ella no era su paciente y no debía meterse ni forzar la situación.

  • No pasa nada, Soraya, entiendo que no quieras contármelo. Eres paciente de Sergio, no mía –dijo, mientras apoyaba una mano en el hombro de la joven. Rebeca sintió la reacción de la chica y escuchó el respingo que tuvo a la vez que por primera vez se llegaban a rozar sus senos en la intimidad del cuarto. Sin querer, eso también provocó en ella una caliente reacción que nada tenía que ver con la temperatura de la habitación.

  • Quiero... –respondió ella con un hilo de voz, mientras sus miradas se unían un breve instante y apenas pudo controlar el impulso de besarla- Estuvieron follando toda la noche. Me lo contó otro de los chicos. A Doña Blanca la gustaba seleccionar así a los chicos para su pequeña guardia pretoriana . Escogía a cualquier chico que fuese algo violento y que se portase con ella en la cama. Luego los usaba como espías y para ayudarla a disciplinar al resto de alumnos... y alumnas.

  • ¿También a las chicas?. Creía que no había relación entre los edificios –comentó ella, deseosa de prolongar un poco más la situación y, a la vez, de enterarse de más cosas, puesto que aún carecía de ninguna información útil sobre Juan.

  • Sí. Algunas veces nos reunían a todos los del Internado para ver algún castigo especial o simplemente traían a algunos chicos para que participasen en alguna sesión de entrenamiento sexual o... o nos llevaban a algunas para servir de pago o de premios a algún chico o a la guardia pretoriana de Doña Blanca...

  • ¿Él y tú?.

  • Sí.

  • ¿Te violó? –preguntó con un interés personal, sin intentar siquiera esconderlo bajo una aparente luz profesional.

  • Me entregaron varias veces a él, nunca fui... yo no quería... pero... –empezó a lloriquear la chica- y ahora...

  • Calma, calma, no pasa nada... –la tranquilizó Rebeca, acercándose aún más y abrazándola.

Sentía el intenso calor que emanaba de la joven pegada contra su cuerpo, el dulce perfume de sus cabellos en su olfato, el roce de sus senos contra los suyos, la acariciante sensación de las manos de la chica en su espalda...

Las manos de Rebeca, en un acto impulsivo del que no se dio cuenta en el momento, pasearon por la espalda de su joven auxiliar en sentidos opuestos. Su diestra bajó lentamente hasta llegar a los glúteos de Soraya mientras su zurda alcanzó su cabeza.

No necesitaba comprobarlo para darse cuenta. La deliciosa jovencita que estaba llorosa entre sus brazos iba completamente desnuda bajo su uniforme. Su coño se empapó al instante.

Aspiró lentamente en un intento de tranquilizarse cuando Soraya levantó la cara y sus ojos se cruzaron. Incluso antes de pensarlo estaban besándose. Rebeca no hubiera podido decir cual de las dos empezó el movimiento, pero lo que sí estaba segura es que la pasión que bullía en su interior hacía crecer un calor intenso que apenas podía aliviar juntando sus labios con los de Soraya y dejando que sus lenguas se cruzasen en un lento combate por invadir la húmeda boca de su oponente.

Fue Soraya la primera en romper el sello que se había formado entre sus bocas. Con lentitud apartó sus labios de los de la mujer de Sergio, pero no intentó separar los cuerpos.

Fundidas aún en el abrazo, las dos féminas se sonrieron brevemente bajo la escasa iluminación del cuarto.

Ocultando un suspiro, Rebeca liberó del abrazo a la joven, aunque en su interior no dejaba de crecer una fuerte sensación de oportunidad perdida.

Su mente era un torbellino de emociones. Por un lado estaba completamente segura de que amaba a Sergio y que ella misma era heterosexual. Por otro estaban esas nuevas sensaciones, los sentimientos que despertaba en ella Soraya, de una intensidad que no recordaba en bastante tiempo. Quería pensar que todo era culpa de Inmaculada, que sus pervertidas experiencias la habían trastornado momentáneamente... pero en su interior sabía que no era eso.

Había pasado de sospechar de la fidelidad de su marido a estar a punto ella misma de cometer adulterio en su consulta, apenas a unos metros de Sergio, y con una joven que era a la vez paciente de su esposo y auxiliar temporal en la clínica donde ambos trabajaban. De hecho, su cuerpo aún daba claras sensaciones de querer dejarse llevar y caer en la tentación.

La costó un gran esfuerzo de voluntad tranquilizarse lo suficiente para poder seguir con el interrogatorio a la hermosa chica que tenía ante ella. No podía, ¡no debía!, olvidar el otro problema que tenía entre manos: Juan y su sexual extorsión tras haberla violado y provocar las humillantes escenas en el taxi.

  • ¿Qué te hacía?.

  • De todo... aunque las primeras veces sobre todo se aprovechaba de mi para practicar el sexo anal, estaba obsesionado por si alguna vez perdía el favor de Doña Blanca y le mandaba con... a...

  • ¿A dónde, cariño? –preguntó la psicóloga, acariciando brevemente la mejilla de la chica antes de retirar con premura la mano presa nuevamente de palpitaciones por la íntima cercanía con Soraya.

  • A parte de los chicos los usaban para practicar con nosotras, -empezó la joven hembra que estaba despertando las extrañas sensaciones en Rebeca- pero la mayoría también eran usados para dar placer a clientes. La mayoría con cuarentonas o cincuentonas adineradas... pero también había un buen grupo al que destinaban para follar o ser follados por hombres, por eso había tantas excursiones planeadas a la zona de Barcelona y Málaga... aunque a veces también venían algunos al Internado...

  • Ya veo... ¿y al final qué pasó con Juan?.

  • Mantuvo sus privilegios. Perdió su sitio en la cama de Doña Blanca, pero era tan salvaje que muchas veces le encargaba dar alguna paliza a otro de los chicos o a nosotras... Una vez intenté escaparme con las chicas de mi dormitorio, pero nos delató una... la cerda de Bambi –al pronunciarlo, la psicóloga no pudo evitar un breve gesto de extrañeza por el nombre que fue captado por Soraya, que siguió su historia explicándolo-. Es francesa... bueno, medio francesa. El caso es que por su culpa nos pillaron. A mis amigas las sometieron a un castigo colectivo delante de todo el colegio, salvo a Bambi y a mi. Primero las violaron todos los profesores delante nuestro en el patio trasero mientras las tenían colgando esposadas de uno de los árboles del borde del área con césped. El patio trasero era una zona con césped detrás del edificio de las chicas por el que nos dejaban pasear a veces, siempre desnudas para que no se nos ocurriese escapar, y que tenía de límite unos árboles que subían por una pequeña colina. El caso es que después de violarlas, las descolgaron y de rodillas tuvieron que comerles las pollas a todos los chicos del Internado. Luego nos hicieron pasar a todas las chicas para escupir sobre ellas antes de que las atasen boca abajo en el suelo y las azotasen cincuenta veces a cada una.

  • ¿Las azotaron? –se escandalizó Rebeca.

  • Sí, con unas varas recubiertas para no dejar marcas... pero por si acaso lo hicieron con sus cuerpos pegados al suelo para evitar dañar las zonas más importantes a la hora de mostrarlas a los clientes.

  • ¿Y luego?.

  • Las dejaron allí el resto del día y luego se las llevaron los jardineros a su casa para violarlas el resto de la semana.

  • ¿Y a ti?.

  • Juan me había reclamado y evité el castigo ante el resto del colegio –la psicóloga enarcó una ceja, extrañada ante esta aparente contradicción con lo que había escuchado hasta ahora de su paciente masculino-. Fue para poder castigarme él a su modo. Por un momento pensé que en realidad era otra cosa... incluso que sentía algo por mí pese a todos nuestros anteriores encuentros. Cuando entré en su cuarto estaba a punto de darle las gracias cuando empezó a pegarme. Me tiró al suelo y me dio un par de patadas antes de arrancarme la ropa y romperla. Luego me violó la boca mientras se reía diciendo que así podría enjuagarme la boca de traidora, que le había dejado mal después de todo el entrenamiento en que me había estado ayudando las otras veces y ese tipo de tonterías. El resto de la semana lo pasé encadenada por un tobillo a su cama, sin ropa, y a su merced. Cuando no me violaba, se dedicaba a ver cuántas pinzas era capaz de ponerme antes de que se dieran cuenta de que faltaban en la lavandería. Me pasé así el resto de la semana... así y con su dieta personal en que sólo podía beber agua en la que se hubiese corrido y comer las sobras de sus comidas.

  • Un auténtico animal –comentó Rebeca.

  • Sí... y encima cuando me ha visto al llegar me ha sugerido que sigamos donde lo dejamos ...

  • No te preocupes, no va a pasarte nada –la aseguró la mujer de Sergio, aunque sin tener ella ni idea de cómo iba a hacerlo-. Entonces... ¿no había nadie que le controlase aparte de la subdirectora?.

  • Sólo tenía auténtico respeto por Doña Blanca, Don Rafael y Hugo, el profesor de gimnasia, que era tan sádico y violento como él. Con el resto de profesores procuraba llevarse bien... ahhh... y también con el ojitos ...

  • ¿Manuel?.

  • Sí, se llamaba Manuel Flores Cienfuegos. Pero todos los del Internado le llamábamos el ojitos . Era muy bueno consiguiendo cosas... cualquier cosa... era otro de los favoritos de Doña Blanca.

  • ¿Y tan violento como Juan? –preguntó con una pizca de intranquilidad por haber consentido en reunirse con él en su propio apartamento.

  • Noooo –comentó Soraya-, ¡qué va!. Era muy raro que emplease la fuerza física. Sabía cómo convencer a la gente, era muy... muy... persuasivo... si te miraba con esos ojos suyos... te... te... –Soraya empezó a mostrar una mirada perdida según iba hablando sobre este segundo joven del Internado y Rebeca empezó a sentir algo que se parecía demasiado a los celos. Ni se dio cuenta de que la chica había seguido hablando, así que procuró prestar atención sin mostrar esas extrañas sensaciones que se adueñaban de ella por momentos- ... y estuvimos todo el fin de semana con él y Doña Blanca.

Pese a no haber captado parte de la historia, a la psicóloga la llamó la atención que en primer lugar mencionase a Manuel antes que a la propia subdirectora del Internado, cuando hasta ese momento había mostrado claramente que la educación recibida en el centro la obligaba a mostrar un respeto absoluto hacia la cúpula de la organización.

Y pese a que los celos rondaban en el extremo de su conciencia, su mente analizó la información que suponía el final de la frase y llevó a la esposa de Sergio a plantear una pregunta que quizás...

  • ¿Y qué me dices de Juan?. ¿Qué sucedía entre él y Manuel?.

  • ¿Suceder? –repitió, extrañada, la joven-. Ahhh... no, no había nada entre ellos. Eran de los pocos a los que no obligaron a hacerlo con otros hombres... aunque una vez... me contaron...

  • ¿Qué?.

  • Era sólo un rumor... pero me contaron que Manuel convenció a Juan para... para... para ser la pareja de uno de los miembros del Consejo Escolar... ya sabes, algunos padres o madres de alumnas o alumnos... y también gente que daba dinero a Don Rafael....

  • ¿Las familias lo sabían?. ¿Sabían lo que sucedía? –se escandalizó Rebeca, que estuvo a punto de volver a abrazar a Soraya pero logró contenerse a duras penas mientras el ambiente del cuarto cada vez estaba más caldeado por la intensa sensualidad de la chica que provocaba una íntima e intensa reacción de las regiones más profundas de la psicóloga... y del propio sexo de Soraya, estaba convencida en su interior la parte más perversa de la mujer de Sergio.

  • Sólo algunas. Había padres o madres o tíos o amigos de la familia de alguna de las chicas, o de los chicos también, que lo sabían... pero en realidad eran muy pocos. Unos conocían lo que sucedía y aprovechaban alguna excusa para meter a su hija o sobrina en el Internado a cambio de poder... de poder... eso... o alguno tenía contactos políticos o financieros y Don Rafael aprovechaba para tentarlos con alguna chica o chico... o les tendía trampas para que terminasen sirviendo a sus intereses...

  • También has dicho que había gente que no tenía nada que ver con el alumnado del Internado... –la animó la psicóloga, interesada por ese extraño y perverso entramado.

  • Sí, sobre todo intermediarios con Europa del Este y países árabes... aunque sé que uno vendía por todo el mundo.

  • ¿Vender? –inquirió Rebeca sin pensar.

  • A las chicas, sobre todo las vírgenes, y algún chico –y aclaró, pese a que realmente ya no hacía falta-. No sólo nos entrenaban para prostituirnos, también vendían a algunas a gente con mucho dinero de fuera de España. Don Rafael lo arreglaba todo para hacerlo posible... incluso una vez consiguió a cinco chicas vírgenes a la vez y las mantuvo así durante una semana hasta que llegaron los compradores. Sólo no pudo vender a una. Como castigo, se pasó violándola el resto del fin de semana por todos lados delante mio y durante todo ese tiempo yo tenía que masturbarme hasta correrme sobre la boca de la chica y luego volver a empezar una y otra vez hasta que se cansaba y nos dejaba dormir.

  • Entonces Juan sí que estuvo con otro hombre, ¿no? –cuestionó Rebeca directamente, pues sabía que si seguía la conversación por esos recuerdos ella misma terminaría teniendo que masturbarse por el sólo hecho de estarse imaginando a Soraya en esa situación.

  • Sí, Manuel lo hizo. Le convenció. La siguiente quincena se la pasó de un humor de perros y dicen que tenía el culo tan escocido como si tuviera hemorroides... –terminó ella de recordar con una pequeña risita.

  • Gracias por todo, Soraya. Ahora tengo que hablar con mi paciente pero me has sido de gran ayuda –empezó a despedirse Rebeca de las perturbadoras sensaciones que la provocaban el estar a solas con la joven belleza en un espacio tan reducido-. Te avisaré justo antes de terminar la sesión con Juan para que puedas... ummm... ir al vestuario, ¿de acuerdo?.

Antes de poder evitarlo, aunque realmente cuando lo pensó luego no estaba segura de si lo hubiera querido impedir, Soraya la agarró con ambas manos la cabeza y la atrajo hacia si para besarla en la boca con ardiente intensidad.

Sus cuerpos se juntaron, fundidos en una sola masa de ardiente pasión, durante unos segundos. Y cuando las manos de la sorprendida psicóloga se alzaban para dirigirse a atrapar la cintura de la joven en un prieto abrazo, ésta liberó sus labios antes de susurrarle un sencillo “ gracias ” y salir del cuarto.

Aún sorprendida, tanto por la información recibida como por la fuerza con que su cuerpo reaccionaba ante la chica, Rebeca salió y se dirigió hacia su consulta sin darse cuenta por un momento de quién estaba al otro lado de la puerta, con tal profundidad se había fijado en su mente el instante compartido.

  1. Onceava parte: sesión con el toro .

  2. Buenos días, zorra –susurró Juan a su oído, mientras la agarraba por la cintura y la atraía hacia su cuerpo en cuanto Rebeca entró en su consulta.

Cerró la puerta con llave mientras se apretaba aún más contra el culo de la psicóloga, que percibía claramente la presencia del endurecido miembro viril.

  • Creo que tienes algo para mí –siguió diciéndola mientras recogía con una mano la falda hasta posar sus dedos sobre el humedecido coño de la mujer de Sergio, aún empapado y caliente tras la entrevista con Soraya de apenas un par de minutos antes-. ¡Vaya, estás más caliente que la perra de Inma! –comentó con lascivia el joven mientras dos de sus dedos se abrían camino por el sexo de la psicóloga hasta comenzar una lenta estimulación de su clítoris-. Menuda juerga me montaría con vosotras tres.

  • ¿Tres, de qué hablas cabrón? –reaccionó Rebeca, saliendo del estado de estupor y la sensación de flotar que la había dejado Soraya y que hasta ahora la había hecho estar adormecida frente a la situación en que se encontraba.

Intentó soltarse del abrazo con el que la retenía su paciente, pese a que una parte de ella disfrutaba con el calor que notaba traspasar los tejidos y que nacía del claramente endurecido pene del chico… y pese a que esa misma parte de su cerebro respondía con gran placer a la hábil estimulación de su clítoris por los dedos de Juan.

Al final logró separarse de él mientras se imaginaba una escena en la que Inmaculada, Soraya y ella misma estaban desnudas en esa misma habitación listas para recibir el viril miembro de Juan mientras se encontraban a cuatro patas como vulgares animales en celo. No pudo evitar que su respiración se acelerase aún más al descubrir que, en el fondo, esa escena hacía que sintiese como si tuviera un volcán entre sus piernas dispuesto a estallar en cualquier momento. Se sentía vulgarmente sucia… y una parte de ella parecía disfrutar de esa perversión.

La mano de Juan voló hacia su cara y la hizo tambalearse hasta apoyarse en su mesa, más por la sorpresa que porque hubiera empleado una gran fuerza.

  • Aprende a tratarme con el debido respeto, puta mamona. ¿Entiendes? –la amenazó elevando ligeramente la voz y adelantándose con la palma de la mano abierta.

  • Ahora estamos en mi Consulta, así que aprende a comportarte tú, cabrón –se rebeló la esposa de Sergio, obteniendo fuerzas de su compromiso con Soraya.

  • ¡Vaya con la mami!... sí que sacas las uñas para defender a ese pedazo de tortillera que tienes por hija –la contestó Juan, acercándose un poco más.

Rebeca se sorprendió. Y se sintió culpable. Culpable por no haberse acordado de su hija, de las anteriores menciones que había hecho Juan acerca de ella, y de haber pensado exclusivamente en Soraya. ¿Qué la estaba pasando?. Todos esos pensamientos cruzaban su mente cuando el toro la abofeteó de nuevo.

Reaccionó con lentitud y terminó tendida sobre su propia mesa, con la cabeza colgando por el otro extremo.

Juan actuó con rapidez, echándose sobre ella a la vez que levantaba su falda hasta dejar todo su sexo al descubierto. La sujetó por el cuello, impidiéndola incorporarse y haciendo que tragase con dificultad.

  • Vas a aprender a respetar a los hombres como es debido, puta mamona –siguió insultándola sin elevar la voz, para que ningún fragmento de sus palabras saliera del cuarto, cuyas paredes y puerta ya estaban de por sí preparadas para evitar que la mayor parte de las conversaciones que se produjeran dentro se pudieran escuchar fuera. Y luego añadió con sorna, una ocurrencia de última hora-. ¿Verdad mami mamona?.

  • Sueeelta… -intentó decir Rebeca, pero la presión que él ejercía sobre su garganta apenas la permitía hablar y sus manos apenas tenían efecto sobre el fuerte brazo que controlaba a la psicóloga.

Escuchó cómo se bajaba la cremallera del pantalón y se lo imaginó maniobrando con su mano para liberar su polla. Pero estaba indefensa. No podía cerrar siquiera las piernas porque Juan se había colocado entre medias, justo frente a su desnudo sexo.

  • Vamos a ver lo mojada que estás, puta viciosa. Seguro que a nuestro amigo taxista se la pusiste dura y seguro que luego querrá su parte… pero ahora me toca a mí, mami mamona –la decía mientras colocaba la punta de su endurecida polla contra el húmedo coño de la psicóloga.

Rebeca no podía creérselo. Era un sueño, una pesadilla absurda.

Al contacto con el pene de Juan, su coño se abría con ansiedad para recibirlo. Metió apenas la cabeza de su cálido miembro antes de sacarla de nuevo. Susurrando algo acerca de los modales que la mujer de Sergio no entendió, los masculinos dedos del toro empezaron a jugar acariciando el clítoris de la mujer.

Sentía cómo la húmeda polla de Juan se deslizaba entre sus muslos hacia las rodillas mientras comenzaba a lamerla su concha en toda su longitud, internándose hasta donde se lo permitía la dilatación del coño de la psicóloga, que en ese momento era bastante.

Rebeca sentía un placer intenso, que la llegaba en oleadas según el toro iba alternando su lengua con sus dedos en la zona de su entrepierna. Detestaba una parte de su ser lo que eso significaba, que su cuerpo estaba controlado por un instinto animal básico que no respondía a nada más.

Ella, una psicóloga adulta, madre de dos hijos y esposa de un marido al que amaba… ella, se estaba dejando controlar por una parte primitiva de su mente, un resto de la parte más animal de la personalidad humana.

Cuando Juan volvió a apoyar la punta del capullo de su polla, las piernas de Rebeca se cerraron alrededor de las caderas del chico para impedirle que volviera a sacarlo. De su boca salía un gemido continuado mientras unas babas inexplicables comenzaban a deslizarse por la comisura de sus labios.

El chico empezó a bombear con energía, empujando con fuerza su polla hasta lo más profundo del volcánico sexo de la psicóloga. Una y otra vez repetía el salvaje movimiento. Una y otra vez llevaba su pene hasta el fondo de la vagina de Rebeca. El furor uterino de la femenina hembra que estaba tendida sobre la mesa no le permitía el descanso. Ella misma se dejaba llevar y absorbía el viril miembro hasta lo más profundo de su sexo, en un ansia imposible de parar de obtener el esperma del macho que la estaba penetrando.

Al final el toro inundó de leche a Rebeca, dejándola tendida sobre la mesa, respirando entrecortadamente mientras su personalidad más civilizada volvía a tomar el control de su cuerpo.

Se sentó al borde de la mesa, con el coño aún expuesto. Un fino hilillo blanco surgió de su interior, apenas unas gotas. El resto del esperma del chico había quedado alojado en el cálido interior de la mujer.

Cuando agarró a Rebeca por el cabello y la hizo bajar de la mesa para ponerse de rodillas, Juan tenía una sonrisa en los labios.

  • Toca demostrarme porque eres una mami mamona –la dijo antes de llevar su cara contra sus huevos y su húmeda polla-. Chupa, mamona, chupa.

Instintivamente la esposa de Sergio luchó para alejarse del contacto de su cara contra la entrepierna de su paciente, pero Juan no dudó en presionar hasta hacer que la nariz de Rebeca quedase rodeada por el peludo e hinchado escroto y sus fosas nasales fueron impregnadas por un fuerte olor animal. La mezcla de los restos de los fluidos seminales del chico se mezclaba con un intenso olor almizcleño muy característico que emanaba con intensidad de los huevos del macho.

Era un olor que repugnaba por un lado y atraía por otro. La vulgaridad humillante de su posición provocaba reacciones enfrentadas para la mujer de Sergio. Rebeca detestaba el trato que estaba recibiendo y a la vez la experiencia despertaba una parte de su cerebro más primitivo que al final la hizo poner sus labios sobre la polla de Juan.

Se ayudó con una de las manos e introdujo torpemente la masculina virilidad del joven macho en su boca hambrienta. Él sujetaba su cabeza y la hacía acercarse y alejarse para que poco a poco fuese metiéndose más y más polla dentro de la boca. Rebeca la sentía crecer y con cada movimiento se veía obligada a abrir más la boca, mientras una renovada angustia se apoderaba de ella conforme le resultaba más difícil tragar y respirar en el frenético ritmo que imponía el macho que la tenía dominada.

La angustia volvió a despertar su cerebro, primero reapareciendo la sensación de asco y luego la humillante sensación de estar a medio camino entre una violación de sus partes más íntimas y de estar engañando en parte a su esposo.

Tras unos nuevos y angustiosos momentos, logró sacarse el pene nuevamente erecto de su boca, separándose con la ayuda de sus manos de la entrepierna de Juan, que la miraba con una sonrisa de suficiencia desde arriba. Aún tuvo tiempo de golpearla con su endurecido miembro en la cara antes de dejar que se dejase caer en el suelo, brutalmente humillada por la experiencia y por cómo había respondido su cuerpo frente a la penetración del chico.

  • No… no, aún no eres una mami mamona –la dijo, mirándola desde arriba mientras se guardaba el endurecido pene con dificultad en los calzoncillos y se subía los pantalones-. Te queda mucho por aprender, putita. Pero con algo más de práctica seguro que serás tan buena mamadora como la zorra de tu amiga… o como la puta de tu hija, que seguro que se las come de dos en dos, ¿verdad? –y como ella seguía sin responder, aun tratando de recuperar la serenidad y la compostura tendida en el suelo, siguió-. Quizás deberías dar clases con Soraya, esa sí que sabe. Es la mayor devoradora de vergas que he conocido… y ya llevo unas cuantas –terminó, guiñándola un ojo antes de sentarse en una silla junto a la mesa donde acababan de copular.

Una vez logró recuperar algo de autoestima y el control sobre su cuerpo, la psicóloga se puso de pie y se colocó la ropa. Sabía que la estaba mirando, desnudándola con la vista. No la importaba, incluso una parte de ella disfrutaba de ello. Era increíble como había cambiado su vida en los últimos días… y como había despertado en su interior una parte que sólo podía clasificar como la de mujer primitiva de las cavernas, casi deseando el convertirse en objeto sexual de mano de ese macho brutal.

Se recompuso, no podía seguir así. Y debía empezar terminando la sesión… ¡y vaya sesión!. ¡No!, tenía que dejar de pensar en ello o podría volver a perder el control y ahora necesitaba tener la cabeza fría para intentar resolver sus problemas. El más inmediato era limpiarse lo mejor posible antes de poder hacerlo en casa con profundidad. Pero para eso antes tenía que deshacerse de Juan.

  • Creo que no vamos a poder avanzar más hoy –empezó, pasando al otro lado de la mesa por la parte más alejada del chico.

  • ¿Avanzar, así lo llamas, puta? –respondió con sorna Juan.

  • ¿Dónde está tu “ Señora Dama Rebeca ” y toda esa educación que tanto decías tener del Internado?.

  • Pooor favor, -respondió él, haciendo un gesto al aire con las manos y girando los ojos al cielo- ¿de verdad me vienes con esas, mami mamona ?. Esa forma de hablar es sólo para señoras de verdad, no para putas mamonas como tú?. ¿Entendiste, so zorra?.

  • ¡Largo, cabrón!. Por hoy no tenemos nada más que tratar –dijo Rebeca, empezando a enfadarse.

  • Comprende una cosa, puta –comenzó Juan, mientras se acercaba hasta apoyar las manos en la mesa de Rebeca, que instintivamente se retiró atrás-. Sé que lo has disfrutado, que lo has disfrutado mucho. No me engañas, puta zorra. Y también sé que no se lo vas a decir a ese cretino que llamas marido, porque en el fondo te gusta que te folle un verdadero hombre, ¿de acuerdo?. No olvides que tengo un par de cosas tuyas y hasta que yo no me canse, eres toda mía, puta mamona. Estate atenta al teléfono, porque cuando me apetezca te llamaré y más te vale atenderme rápido… y hacerlo bien, ¿entendido, zorra?.

Cuando terminó su pequeño discurso se marchó, dejando a Rebeca clavada en su sitio, sin ser capaz de reaccionar, atrapada como una mosca en una tela de araña que cada vez se pegaba más a su cuerpo.

Lo peor es que una parte de ella sí quería estar a merced del chico y sentirse… dominada.

Continuará...

Toda la saga al completo (hasta ahora):

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  8. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  9. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s .